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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Alecto L. Lancaster
    Personal de Defensa
    Recuerdo del primer mensaje :

    Arranco el trozo de papel que hay pegado contra la madera de la puerta que da al interior del departamento en que vivimos, sin siquiera pararme a leerlo porque no necesito más que ver la firma al final de la hoja para saber que se trata de una nota de la vecina más impertinente de esta comunidad. Saco las llaves para adentrarme en el hogar y las dejo en el porta llaves encima de la cómoda, con mis ojos surcando las líneas que decoran la nota de manera rápida. Esperaba una queja sobre el perro, típico comentario suyo a pesar de ser una urbanización que permite tenerlos en las residencias, pero lo que me choca no es encontrar dicha queja plasmada sobre el folio, sino que en lugar de eso, es un llamado común organizado por todos los vecinos para avisar de que tenemos menos de veinticuatro horas para desplazarnos de lugar si no queremos que llamen a la seguridad de aurores. ¿Perdona? ¡Yo formo parte de la defensa! ¿Acaso están ciegos cuando salgo por las mañanas con el uniforme bien planchado y mi placa reluciente sobre el mismo? Lo siento como una cachetada en la mejilla, que entre la carrera de abogacía de Dave y mi puesto en seguridad no deberían ser ellos los que decidan quién se queda y quién se marcha. Y, aún así, por las palabras utilizadas entiendo que no es una cuestión de ponerse de acuerdo, sino de ejecución inmediata.

    ¿Has visto esto? — ignoro el saludo del propio perro al recibirme con toda la emoción de su rabo en movimiento, para centrarme en la persona que sí tiene la capacidad para hablar, al menos en un idioma entendible, y que se asoma por el pasillo, con el gato en brazos, evidentemente. — ¡Nos echan! ¡A nosotros! — exclamo en lo que me toma dos segundos el explicarme en mi repentino mal humor. No es mal humor, en sí, es molestia por la cara de nuestros vecinos de no haber venido con el cuento ellos mismos, sino que se excusan con un folio que bien podría haberlo volado el viento de los porrazos que se escuchan de vez en cuando en el pasillo de este rellano. Y sí, también es molestia con el propio Dave, que por si no fuera suficiente con el chucho al que ya nos acostumbramos en esta casa, decidió hace apenas unos días que rescatar a un gato roñoso y abandonado de la calle era buena idea para nuestro ya de por sí apretado apartamento. Empiezo a considerarlo apretado, si contamos con el perro y el gato, además del fantasma que nos dejó hace tiempo, pero que aun así entiendo que pueda haber resultado un inconveniente para nuestros vecinos si se dedicaba a atravesar las paredes que se le venían en gana.

    Le estampo la hoja de papel en el pecho al pasar por su lado, con el perro como fiel seguidor, mientras sigo rumiando por lo bajo. — Sabes de sobra a qué se debe todo esto, ¿verdad? ¡Por el gato! ¡El gato, Dave! Desde que está aquí Moriarty no deja de ladrarle como si fuera una rata — normal, a ojos suyos debe de parecérselo — ¿Por qué siempre tienes que…? — ni siquiera termino la pregunta que va dirigida hacia él, sino que dejo escapar un sonido de exasperación que me lleva hasta la habitación — Y nos quieren fuera antes de mañana — se lo digo para que vaya haciéndose una idea de como solucionar esto, siendo que no estaríamos en esta situación si no fuera por su afán de llevarse a casa todo lo que le pone ojos de cachorro abandonado e indefenso.
    Alecto L. Lancaster
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    Alecto L. Lancaster
    Personal de Defensa
    Ruedo los ojos con evidente molestia, la reprobación hacia su carácter que lo hace parecer un bendito caído del cielo en comparación conmigo, que soy la que siempre le dice que no a sus ideas alocadas de meter seres vivos en esta casa como si se tratara de la protectora animal de la ciudad. Y claro, siempre termino quedando yo como la mala de la película, la que no puede estrechar la mano porque parece que el no querer añadir una preocupación innecesaria a nuestras vidas es considerado lo peor en mi temperamento. — Se trata de respetar los espacios en esta casa, David, y de tener en cuenta las opiniones de los miembros de la misma, antes de lanzarte a tomar decisiones que vayan a influir en la vida de todos. — le recuerdo, que su falta de consideración hacia el resto de integrantes de este departamento es lo que nos ha llevado a perderlo en primer lugar, si no fuera por la insistencia de los vecinos en que este piso empieza a parecerse una jungla no tendríamos problema con el edificio y no estaríamos teniendo esta charla. No me interesan sus buenas intenciones para con la gata, que por recogerla de la calle somos nosotros los que nos encontramos haciendo las maletas y en vez de tener un gato vagabundeando, nos hemos quedado todos con el mismo papel.

    Bien — respondo cuando veo que empieza a tomarse un poco más en serio nuestra situación, con lo que me asalta otra duda — ¿Y dónde planeas que nos quedemos esta noche? Porque dudo que encontremos algo que esté para habitar esta misma tarde y las manijas del reloj siguen contando horas — con mi dedo marco el cristal de mi reloj en mi muñeca, golpeteándolo un par de veces como cierto conejo de dibujo animado, solo para remarcar que se nos agota el tiempo. — Podemos ir a un hotel — sugiero, es de las únicas opciones que se me ocurren y que no terminan con nosotros cayéndole a las tantas de la noche a algunos amigos cque tengan un sofá cama en la salita — Dejaremos a Moriarty con algún conocido, por una noche estará bien — ya voy recreando el plan en mi cabeza, ignorando la presencia molesta de la gata que ni siquiera está en la habitación para recordarme que me he olvidado de ella en mi organización.

    Me recojo un mechón que me cae por el rostro, reposándolo detrás de mi oreja en lo que muevo un poco la barbilla para poder mirarle cuando se acerca y toma asiento en la cama. A sus preguntas me encojo de hombros en un gesto que pretende suavizar mis palabras, que no me caracterizo por ser una persona con tacto y temo que las malinterprete en el mal sentido. — Da la sensación de que necesitas llenar un espacio que para mí no existe entre nosotros con... lo primero con lo que te cruzas por la calle. — quizá sean imaginaciones mías, pero lo dudo, no suelo caer en el error de asumir cosas que no son, tiendo a llevar la razón en lo que creo y su actitud no es que me permita estar tan equivocada con lo que pienso. — Se ve como que... estás necesitado de algún cambio cada cierto tiempo, que buscas algo que modifique un poco la forma que tenemos de funcionar y no sé si eso es porque algo también está cambiando entre nosotros o porque realmente te da pena un gato que vive en la calle y no puedes resistir la tentación de llevártelo — intento aplacar el sentimiento de que hablé demasiado de estos con esto último, haciéndolo cosa de Becky y no mía, que es por quién empezó toda esta disputa en primer lugar. Es obvio por la forma que tengo de levantarme y apañar una prenda del suelo que ese ha sido un momento que no va a repetirse en un momento cercano, que lo de confesar sentimientos nunca fue lo mío y mucho menos cuando vienen de la mano de algo más — Como sea, si que la gata se quede te hacer sentir bien, que se quede — y no me creo que esté diciendo esto, que por primera vez en la vida estoy mirando por el bien de los sentimientos de otra persona antes que de los míos propios. Eso es algo que en parte también asusta.
    Alecto L. Lancaster
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    Invitado
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    Touché, sus palabras han dado con más precisión que la ropa que viene tirándome desde hace rato y por la mueca que hago al quedarme con la boca entreabierta, incapaz de articular palabra de réplica, queda demostrado que no hay punto en el que pueda rebatirle lo que ha dicho. No es la primera vez que lo dice si hago memoria, así que levanto mis brazos para que quede claro que no pretendo seguir avanzando sobre los espacios de otros. —Tienes razón— se lo reconozco, —pero no pensé que fuera algo que tomara el tamaño de problema en nuestras vidas— aclaro, —¿no crees que esto bien podría haber quedado como una cuestión menor si no fuera porque los vecinos hicieron un circo? ¿Y si no hicieras de la gata un hipogrifo blanco que viene a invadir espacio y a devorarse todo?— apelo a su buen juicio sin volver a la acusación de que esto se está convirtiendo en un drama exagerado. Bien podríamos darle a la gata la importancia que tiene, la de veinte centímetros de pelos que se pasa el día durmiendo y como mucho le robará comida al perro.

    Si podemos empezar a proyectar lo que viene después de esta conversación, quiero creer que es porque estamos dejando el problema detrás. Solo para surjan nuevos, porque puedo mirar un montón de opciones de departamentos en esta media hora, pero no creo que alguien vaya a darnos la llave este mismo día sin la demora que lleva hacer el depósito y firmar los primeros papeles, mierda. El perro escala entre mis preocupaciones prioritarias ahora mismo, porque para nosotros podemos pedir un espacio donde sea, él necesita de un lugar donde esté seguro que lo tendrán bien cuidado y antes que eso, que le permitan el acceso como no creo que ocurra en ningún hotel. —Moriarty y Becky pueden quedarse con mis padres— ya lo hice antes, están acostumbrados, les llevo lagartijas sin colas desde los cinco años para que las cuidemos. Presiono el puente de mi nariz con los dedos y cierro los ojos cuando digo algo de lo que me arrepentiré luego. —También podemos quedarnos nosotros— esto obliga a una organización rápida de quienes entran y salen de la casa de mis padres para que sea un terreno con el menor número posible de minas por explotar a nuestro paso, si es una o dos noches basta con llevar a Charlie a lo de una amiga y decirle que se divierta, una diversión lejos de nosotros como víctimas.

    Bajo mi mano hasta cubrir mi boca cuando lo que dice requiere de toda mi atención y mis ojos puestos en la manera que tiene de decirlo, para lograr entenderlo en el sentido que debe ser y no en otro, si soy yo quien se lo está tomando muy a pecho o su intención precisamente es romper lo superficial, lo que está a la vista, a lo que podría responder diciendo que sí se trata de un caso en el que vi una gata en la calle y me la traje, para cuestionarme lo que está por debajo de ese acto y que lo doy por cierto al mencionarlo porque reconozco esos lados de mi carácter. —Las cosas cambian, todo el tiempo— dejo en claro que no es cosa mía, soy consecuencia de eso, —y sí, es posible que me mueva haciendo de los cambios parte de mí, porque quiero que sea algo que fluya, no una corriente que me arrastre— mal momento para las metáforas, me encojo de hombros para demostrarle que no tengo otro modo de explicarlo, a menos que quiera un monólogo de media hora sobre cambios y cómo la vida exige que sepamos adaptamos, muchas veces no serán cambios que elijamos, las pocas que sí sirven para practicar.

    »No es algo que tenga que ver con nosotros— esto se me hace lo más importante de aclarar, no me muevo de la cama en la que estoy sentado mientras ella vuelve a ocuparse de la ropa por guardar, —no traigo nada con la intención de compensar algo que falta, en ocasiones serán cosas que ya lo hacía solo o por mi cuenta, pero si no será un problema para ti, querré compartirlo contigo— creo que ese es el punto de todo. —Claro que puedes decirme que no, y puesto que la gata se convirtió en un problema real, la conservaré ahora que has dicho que puede quedarse, hasta que encuentre a alguien que sé que la cuidará bien— prometo. Sigo quieto en mi lugar, no logro romper mi postura porque algo todavía me tiene fijo donde estoy, otra aclaración que podría dejar para después, en el siguiente crimen que sea declarado culpable, con una nueva negación de cosas que no era mi intención que ocurriera, así que adelantarme podría ahorrárnoslo. —Nunca te impondría algo que vaya a ser un cambio rotundo, esto que somos y tenemos para mí está bien— digo, lo dejo como una cláusula imprecisa y amplia. —Si en medio de la emoción de Navidad te digo que quiero adoptar una partida de renos, me dices que no y ya está.
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    Alecto L. Lancaster
    Personal de Defensa
    Tiene razón, puede que haya dejado que la opinión de los vecinos me nuble el juicio, pero porque para empezar yo tampoco estaba de acuerdo con que el gato tomara espacio en esta casa, y en su lugar me dediqué a rumiarlo por lo bajo durante días hasta que la propia Becky se acostumbró a mis rencorosas miradas y pudimos concretar por las dos partes que no nos caíamos bien. Puede que nos estén echando del departamento, que eso haya sido la gota que colmó el vaso, pero al menos está en mi poder el decir que no soy la única a la que la gata no le cae en buena fe. — No estoy haciendo de la gata un hipogrifo blanco… — empiezo, incluso cuando no creo que esté en posición de defensa por tratarla como tal cuando está ocupando el sofá — Solo me gustaría que me tuvieras en cuenta cuando decides estas cosas, ¡no es que me sienta amenazada por una gata! No se trata de eso… —sigo diciendo, para dejarlo claro en caso de que siga pensando que me entran celos por una bola de pelusa a la que ni siquiera le presto atención, ni debería.

    También podemos quedarnos nosotros. Pestañeo varias veces, perpleja en el sitio en ese mismo instante por creer haber escuchado mal. Me cuesta dos segundos el voltearme apenas en su dirección para descubrir que está hablando completamente en serio, ni me preocupa el que haya incluido a Becky en el paquete, porque mi cerebro solo recoge esas últimas palabras, y no de la mejor manera posible.— No conozco a tus padres — digo, como si con eso pudiera expresar todo lo que anda pasando por mi cabeza y que me lleva a pensar que no se trata de una buena idea. Sí, he escuchado miles de historias sobre la familia de Dave, pero desde la comida y seguridad del sofá de este departamento, como una espectadora lejana. No tengo intención de cambiar eso, no hace falta que explique las razones si me conoce lo suficiente como para saber que «padres» y «yo» nunca han sido una buena combinación, como para tener que lidiar con caerle bien a sus familiares a sabiendas de que soy una persona que no suele causar una muy buena primera impresión.

    Lo sé — soy seca con mis contestaciones, nunca fui alguien de sociales y no pretendo cambiarlo ahora, a pesar de que me gusta explayarme cuando creo que una persona está en lo erróneo, no soy quién para contradecirle ese pensamiento, no cuando todo lo que ha sido mi vida en estos últimos meses han sido cambios, tantos que me sorprende que pueda reconocer en el día de hoy cierta estabilidad en esta casa. Supongo que, después de todo lo que ha pasado, el encontrar que en estas mismas paredes estaban cambiando a causa de un simple animal, me asustó lo suficiente como para tener esta reacción. No es algo que piense decir en voz alta, dejo que hable en lo que me acerco para tirar de su mentón con suavidad, esa que rara vez me define, que se puede apreciar por las prendas que siguen en el suelo y no he tenido problema con lanzarle con brusquedad, así que para disculparme sin tener que hacerlo porque el orgullo sigue punzando en mi pecho como un filo que será lo que termine por matarme, acaricio sus labios con los míos al besarle en un silencio que solo se corta con mi respiración al separarme. — Con esos puntos aclarados creo que podría hacer una excepción, otra, si es que tanto deseas que el gato se quede — con Dave es lo que ocurre, empiezas haciendo una excepción hasta que a esa le siguen otras, no te das cuenta de que se convierte en algo normal hasta que te chocas de frente con ello.
    Alecto L. Lancaster
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    La miro desde mi lugar en el borde de la cama con cautela en los ojos. —¿Es un «no los conozco» de que podría presentártelos o de que prefieres no conocerlos?— que conste que hago la pregunta sin tinte de reproche, cualquiera de las opciones que elija es válida, puedo entender tanto una postura como la otra. Tiendo a hablar de mi familia con un montón de reparos, también a dar advertencias sobre qué peldaños de la escalera no pisar y por las dudas siempre mirar encima de los marcos de las puertas, y siempre, siempre, asegurar las puertas porque privacidad no es una práctica natural en esa casa. Pero no son malas personas, nunca lo fueron, harían muchas cosas con Alecto y ninguna sería tratarla mal. El problema sigue siendo todo lo que engloba «muchas cosas». —Te lo dije en Navidad, si en algún momento quieres ir, la casa de mis padres es un ir y venir de gente, están acostumbrados—. No es tan así, a veces no se pasa ni una de esas bolas del desierto, pero les gusta el barullo, que haya gente alrededor, gritar de un extremo al otro de la casa. —Y si el momento es este— miro a la valija, —el tiempo que podamos usar buscando un hotel, lo usamos para buscar un nuevo lugar, así lo solucionamos cuanto antes— es un ruego interno, aunque lo exprese como algo en lo que tengo confianza.

    Puesto que no me guardo nada en asegurarle que todo lo que pueda parecer que impongo, siempre va encontrar su límite donde ella lo marque, también considero necesario hacer una aclaración con lo de ir a casa de mis padres, no sea cosa que lo de la gata nos lleve a esa otra situación insólita para ella, solo porque el curso de mis actos nos arrastró a eso. Pero no digo nada por mirar sus ojos que los tengo tan cerca, aguardando a lo que pueda decirme al tener mi mentón atrapado entre sus dedos. Pediría un reconocimiento a mi valentía por aguardar lo que creí que sería una conclusión tajante sobre mi conducta, si no fuera porque al momento siguiente siento el roce de su boca y mi mano va a su nuca para sujetarla, dejando así que todo lo dicho sobre la gata, los vecinos, la casa, el perro, la colada, los renos, se desvanezca en la habitación y solo quedemos nosotros.

    Trato con una caricia lenta sobre sus labios de pedirle disculpas por haber traído a la gata sin más, por el problema con los vecinos y por quedarnos sin lugar donde vivir, una petición que puesta en palabras no ayudaría a dejarlo todo atrás, sino que podría volver a alborotar los ánimos al recordar mis faltas recientes. Cuando se aparta para decir lo que no creo estar escuchando, es que llego a la resolución de que efectivamente la última media hora de discusión no fue real, este es algún sueño producto del estrés de la semana y sigo mirándola un idiota mientras espero despertar. No ocurre, no es el final de ningún sueño. —¿Es en serio?—, preguntas estúpidas si las hay. Me pongo de pie para estar a la misma altura y la envuelvo con mis brazos teniendo cuidado de que no estrecharla de un modo que resulte agobiante, sino como el gesto de apoyo que busca ser. —Todo se resolverá, ¿ok?— susurro cerca de su oído, mi mano se desliza por su espalda, un cambio no tiene por qué significar el final de nada, muchas veces no hacen más que llevarnos a la siguiente parada.
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