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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Invitado
    He decidido esperar en la mansión de la isla ministerial a que Nicholas responda al llamado en mi mensaje, avisé en la base de seguridad que llegaría unas horas más tarde y creo haber escuchado un suspiro de alivio antes de colgar. Por eso mismo no llevo puesto el uniforme reglamentario, sino como una camisa sin mangas que viene bien para esta temperatura de un verano que se acerca y una falda larga que me roza los tobillos, las sandalias bajas están tiradas a un lado, al borde de la piscina. Termino de beber la taza de café de este desayuno atípico que el elfo doméstico se encargó de preparar, colocando sobre la mesa más platillos de los que podría servirme. Es la primera vez desde que vivo en este lugar que me siento a mirar todo lo que me rodea, con un sentimiento diferente al de una visitante, trato aunque sean unos minutos de mentirme a mí misma, de decirme que este es el lugar en el que me encuentro en el presente y puedo quedarme aquí, me miento.

    Lancaster me avisó que encontraron a tu sobrina ayer— digo cuando diviso a Nicholas Helmuth saliendo de las puertas vidrieras de la inmaculada cocina, —pero necesitaba hablar contigo con calma y tiempo—, esa es la razón por la que no lo llamé para regodearme al minuto siguiente que colgué con Alecto y no porque la chica me llamara, sino porque me notificaron desde la base que reportó la aparición de Katerina Romanov, así que marqué su número para que lo hiciera como se debe. —Siéntate— se lo ordeno, aún no he llegado al punto de mostrar modales a mis vecinos con peticiones amables de que tomen asiento, se sirvan algo para comer, llamar al elfo para que les sirva un poco de café. Doblo el ejemplar del día de The Guardian que tenía entre las manos y lo dejo en el espacio que queda entre los platillos. —Te ayudé a recuperar tu familia, Nicholas— se lo expreso de esta manera para empezar con las condiciones del acuerdo y que le quede claro cuál es la parte que le corresponde, —así que me ayudarás a recuperar la mía.
    Anonymous
    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Estaba esperando recibir ese mensaje de Rebecca al minuto de que se me informara que una auror había encontrado a Katerina y la estaba llevando a casa, pero el llamado se hizo de rogar hasta el día siguiente, lo que me dio tiempo a hacer una visita a mi distrito de residencia para comprobar yo mismo el estado de mi sobrina. Un par de horas después de que regresara a casa, antes de siquiera poner pie en la vivienda de mi hermana, le había dicho a Ingrid que no fuera tan dura con ella por teléfono, y se lo dije yo que fui quién se tuvo que arrastrar hasta la casa de Hasselbach a altas horas de la noche para pedir por ella. Fue obvio al llegar al dos que mi sugerencia había pasado completamente desapercibida, porque a pesar de la esperada presencia de su hija menor, se notaba que aun había tensión en el ambiente. Como su tío no tuve más que una conversación rápida, sobre lo peligroso que había sido su actuar, pero también le había dicho que me alegraba de tenerla de regreso en casa, como no podía ser de otra manera diferente.

    Así que con el retraso de un día, quién hubiera creído que Rebecca Hasselbach conoce de consideración como para dejarnos a la familia unas horas para nosotros, me encuentro saliendo de mi propia residencia para encaminarme hacia su puerta. Como en otros tiempos más lejanos, tan solo me es necesario cruzar la acerca para llamar al timbre, donde soy recibido por un elfo con demasiadas ocupaciones encima, y suerte que la estructura de las viviendas ministeriales suelen ser de la misma línea, porque sino hubiera tenido problema para encontrar la cocina. La atravieso para dar pie al enorme jardín con piscina donde se encuentra la ministra de defensa, de modo que me obligo a suspirar para derrochar todo el aire que no podré expulsar en los próximos minutos. — Sí, la llevó directamente a casa de mi hermana, ahora está bien y donde debe estar — murmuro, creo que puede sobreentender el agradecimiento en mis palabras, que si tengo que decirlo con todas sus letras puedo atragantarme en el proceso. Lo peor es que el orgullo de mi familia está tan pisoteado ya, que tampoco es como si tuviera otra opción.

    Lejos de decirle que prefiero mantenerme de pie, sabiéndome en esta posición a la que se me ha degradado al haber tenido que recurrir a su ayuda, tomo asiento a su lado, aunque no adquiero la postura relajada que ella expresa, sino que mantengo la espalda estirada, tensa como cada vez entro a esta casa. — Qué quieres — sé que esa es la razón por la que me ha llamado, no para pedir agradecimientos, que esos ya me ha dejado claro que no desea recibir junto con las disculpas. Lo que pide ella después es mucho más problemático de lo que hubiera pensado, y me deja pensando unos segundos que disimulo al llevar mi mirada hacia el sol y devolverla hacia ella con los ojos un poco entrecerrados a causa de la exposición. — ¿Eso es lo que deseas? ¿Recuperar a tu familia? Vas a tener que ser un poco más específica con eso, porque hasta donde yo tengo entendido, tienes más de una de esas… — dejo caer más de una porque ni siquiera quiero empezar a pensar en su árbol genealógico.
    Nicholas E. Helmuth
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    Scared to be lonely · Nicholas IqWaPzg
    Invitado
    Invitado
    Llamo a mi propia paciencia para mantener la calma que pido en esta conversación cuando luego de ese suspiro que lo vi soltar al aparecer, cuando es escueto en preguntarme qué quiero, sin todavía esa palabrería de la que bien supo hacer uso al presentarse a esta misma casa hace unos días. La ingratitud necesita de tan poco tiempo para aparecer, qué fácil que una persona puede olvidarse de conservar los modos, cuando el favor está hecho. No debería esperarme algo diferente, salir de la necesidad, lo hizo también volver a su distancia, así que dudo en responder a su duda cuando la plantea de esa manera. —Nicholas— lo detengo antes de que llene esta charla que pretendo que sea en otro tono con su maldito sarcasmo. —Te daré a elegir entre dos maneras de pagarme el favor que te hice, para uno necesito que no te comportes como un imbécil y en caso de que lo hagas, te quedará para cumplir uno que solo tendrá intención de humillarte— lo amenazo, tan mordaz como puedo ser.

    Respiro hondo para no caer en una postura combativa, no hasta que demuestre por sí solo que merece que lo trate de esa manera, pensé que por haberle dado algo que excede todo lo material y formal de nuestras vidas como ministros, más bien algo de lo más íntimo de su familia, podía esperar otra actitud de él. —Algo que puedo decir de los Helmuth es que han sabido ser una familia, mantenerse como una, asumo que has sido el patriarca desde tus padres están ausentes y tu hermana Ingrid, con todo su perfeccionismo, nunca habría podido conseguir que siguiera unida. Es mérito tuyo, lo sé— se lo reconozco. —No me interesan las familias que pude haber tenido en el pasado, sino una única persona que puedo decir que realmente está vinculada a mí por sangre. Tuve una hija y no sé cómo recuperarla— confieso, y si llega a hacer de esto una oportunidad para volver a rebajarme, lo golpearé. No me importará arrojarlo a la piscina.

    Lo único que me convenció que es la persona a la que puedo hablarle de esto es la desesperación con la que pidió por su sobrina, ni siquiera por su hijo, sino por alguien más de su familia y al punto de decirme que haría cualquier cosa, ¡por Morgana! Esas palabras podrían llevarnos incluso a un juramento inquebrantable, a tenerme a mí como una sombra por el resto de su vida, a él sirviéndome por el resto de su vida, hay tantas maneras en que podría convertir lo que fue su desesperación en un juego caprichoso para mí. —Ayúdame a recuperarla— digo, y me reacomodo en la silla para mirarlo con altura, —o sino me quedará pedirte como una segunda manera de pagarme que falsees un examen de ADN. Nada difícil, ¿verdad? Porque no quiero que jamás se vincule a mi hija con su padre biológico y necesito de una prueba que nadie ponga en duda, sellada por el mismísimo ministro de Salud— lo explico con tranquilidad, —un examen que diga que mi hija es una Helmuth, que pertenece a tan ilustre familia de magos— me estoy mofando de él, —y dejemos que corra el escándalo de que un Helmuth tuvo una hija con una paria. Descuida, he considerado a tu esposa, no creo que ella te juzgue por algo que podría haber pasado hace más de veinte años.
    Anonymous
    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    No es que esta mujer haya tenido algún hueco para comportarse como una persona, a secas, pero deduzco por el tono de su voz que esta es una de esas veces en las que está más insoportable que de costumbre, y por eso, siendo que ya la tengo como alguien que irrita apenas abre la boca, deduzco que esto se hará una conversación insufrible. Procuro que no se me note en la cara que me estoy ahorrando las ganas de contestarle, porque no es como que esté en posición de hacer ningún reclamo y, supongo, tengo que agradecer que lo de la noche anterior no terminara en mi brazo atado al suyo por un juramento inquebrantable. — Está bien, Rebecca — digo sin más, como para calmar las aguas, que de por sí entre nosotros ya se sienten como si estuviésemos en alta mar bajo una tormenta frenética. Paso de tenerla de enemiga después de que me haya hecho un favor, así que por mucho que me cueste, me muerdo la lengua mientras hace de su petición todo un discurso.

    Fuerzo una sonrisa, no es más que una mueca, pero puedo decir que suficiente que he hecho el amago del gesto para cuando le tira el primer cumplido que he escuchado provenir de ella a mi familia, que Helmuth y palabras amables de su boca no son cosas que vayan juntas. — No es solo cosa mía — me apresuro a añadir, un tanto modesto, lo sé, pero es un comentario que pasa desapercibido porque ni siquiera tiene la intención de que se le preste demasiada importancia. Confío en que el balance que mantiene a mi familia unida se debe al choque de nuestras personalidades, ese mérito se lo tengo que dar a la menor de mis hermanas, por mucho que me pese y por mucho que desapruebe de muchas de sus decisiones, también resulta el ancla que nos sujeta cuando a Ingrid le da por tomar el timón, como casi siempre ocurre. Sé que luego soy yo quien moldea el rumbo de la familia, pero no lo hago de manera tan directa como mi hermana, es un trabajo un poco más sutil. — ¿Una hija? — me sale tal que así, dejando mis pensamientos a un lado cuando recibo ese dato y la incredulidad se apropia de mi voz. La miro de la misma manera, lo cual debería guardarme un tanto porque no tiene pinta de que mi reacción vaya a ser muy agradecida por su parte. No pueden culparme, uno ve a Rebecca y lo primero que se piensa de ella es que el instinto maternal es algo que ni siquiera nación en ella pese a ser mujer. Uno no asocia la palabra madre a una persona como Rebecca, simplemente no.

    Lo que no espero es que me sorprenda más lo que pide después que el hecho de que tenga una hija. Ni siquiera quiero preguntar con quién, o quién es la pobre desafortunada, porque mi cara de pasmado ante lo siguiente debe expresar por sí misma que no estoy para ninguna de estas bromas. — Estás loca — no me lo pienso cuando lo digo, tampoco es algo que habrá escuchado por primera vez, así que no me preocupo por como suena. — Falsificar partidas de nacimiento es un acto ilegal, mucho más el hacerlo con la identidad de algún padre de la criatura, es algo que deberías saber mejor que nadie. — digo, está entre los oficiales del gobierno, es ahora que me pregunto si sus neuronas funcionan con normalidad en su cuerpo. Meneo la cabeza, en un evidente gesto de nerviosismo, al tirar de mi corbata para aflojarla y respirar con algo más de amplitud. — Nuestro trato no incluía nada de esto, hacer algo parecido está penado por la ley, nuestra ley — se lo recalco por si las dudas, ¿en qué momento se le ocurre algo como esto? ¿No es consciente de las liadas que hay hoy en día con la sangre? A lo de mi esposa, solo puedo que asomar una mueca en lo que arrugo la nariz. — Qué considerada, pero es un definitivo no — sentencio, sin mucha más dilación.
    Nicholas E. Helmuth
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    Scared to be lonely · Nicholas IqWaPzg
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    Estoy aguardando a su respuesta con una expectativa que es peligrosa para mí, porque no me gusta ser quien se coloca de este lado esperando algo que muy probablemente sea una decepción, no debería serlo cuando hace nada juró que haría lo que le pidiera, dando tan fácil esas palabras, que su conocido, molesto y siempre presente pudor a sobrepasar lo que se considera correcto, me lleva a querer golpear la mesa con mi palma para que todos los platos salten y se estrellen contra el suelo, no me importaría el ruido, ni el derroche. Es mi palma impactando sobre la mesa para no ir a su cara, la que se arruga como si lo que le hubiera pedido fuera inadmisible, en toda su postura me adelanta su rechazo a mi petición, que ni siquiera es a la primera y la que realmente me importa, sino a la que segunda que con la intención de humillarlo, también debería aceptar sin más. ¡Porque dijo que lo haría! ¡Cualquier cosa! —Lo sé, sé que es legal y que no. Y sabes también qué lado conozco mejor, de qué lado me muevo mejor… y dijiste que harías cualquier cosa, lo que sea— le recuerdo con las palabras entre mis dientes.

    Nuestro trato incluía todo esto, también mucho más— ahora sí se puede decir que estoy alzando mi voz, mi cuerpo también se tensa para que me agarre al borde de la mesa de una manera en que mis nudillos se vuelven blancos cuando me tira su no definitivo en toda la cara, esta misma cara a la que vino a rogar que pusiera aurores a disposición para rastrear a su sobrina y es de la que se burla luego de haber conseguido lo que quería. Esto es lo que siempre he despreciado, el uso y el descarte que una persona puede hacer a su conveniencia, en otro tiempo eso dolió porque me vi impotente, también incapaz de responder. Ni siquiera parpadeo al sostener su mirada, mi voz se escucha en un tono neutro y lejano cuando mi cuerpo pierde su rigidez para darle el puñetazo que se merece por ser un ingrato. —Si no vas a pagar tus deudas, Nicholas, tocará retirarte el favor— digo. —Puedo encargarme de devolver a tu sobrina al norte, todavía tengo contactos que podrán esconderla de todo el rastrillaje que puedan hacer tu hermana y tus sobrinos, y tampoco habrá prueba de que fui yo. Simplemente Katerina Romanov desaparecerá del mapa— está dicho, no me retracto de ello, quizás los Helmuth si se merezcan este castigo a su arrogancia, luego de haber pasado por la prueba y ser Nicholas quien falle.

    Ni siquiera preguntaste cómo podrías ayudarme con mi hija— musito, —pasaste a mostrarte como el perro altanero que eres que no se rebaja a las condiciones de otras personas, porque como vuelves a tener toda tu jodida vida en orden, te crees con la arrogancia de pasar sobre los demás— es lamentable que sea yo quien tiene que decirle estas cosas, como un reproche a su comportamiento conmigo, cuando aborrezco hablar desde lo que pueda afectarme la actitud de alguien más y también el reconocer que tenía una mínima expectativa puesta en que al menos sabría mantener su palabra, cuando no me permito hacer algo así. —¿Dónde quedó lo de no mostrarse desagradable con los colegas? Cualquiera diría que tendrías más en claro que nadie, te comportas como un imbécil y lo único que consigues es que te haga más penoso lo de pagar tu deuda. Puedes decirle a la ministra LeBlanc que tendrás que reconocer a una hija, pero tienes prohíbo decírselo a tus hermanas — cargo mi sonrisa de sorna, —dejemos que sea una sorpresa.
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    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Soy consciente de lo que le dije hace apenas unos días, no ha pasado el tiempo suficiente como para olvidarme de ello y, además, tampoco es como si pudiera hacerlo, un acuerdo como el que mantengo con Rebecca no es fácil de dejar a un lado, ni siquiera por las noches. Aun así, esperaba que, estando en la posición en la que está ahora, de poder supremo, miraría un poco más por sus formas de bien. Pero no, lo que dice es un recordatorio más de que algunas personas no cambian, ni quieren cambiar, no se trata solo de las circunstancias, algunos se aferran con uñas y dientes a sus propias maneras de sobrevivir, incluso cuando ya no les hace falta. Es en estas situaciones que me pregunto, si se trata de un comportamiento innato en gente como ella, o adquirido con el tiempo. No obstante, pese a todo ello, puede que peque de iluso cuando intento alzar la voz de nuevo. — Te dije una vez que si pretendías moverte en este círculo tendrías que dejar a un lado tu naturaleza de ir siempre por el mal camino, Rebecca, pensé que con tu puesto lo habrías entendido, pero con esto me demuestras que ni siquiera tenías intención dejar tus mañas, sino que además pretendes arrastrarme a mí con ellas — eso es lo que desea, no me engaña con esta apariencia de madre preocupada por el futuro de una hija, lo que quiere es verme en el mismo lugar en el que estuvo ella y, si no puede conseguirlo, al menos arrastrar mi imagen junto a la suya.

    No me resisto de soltar un suspiro, necesito derrochar el aire de mis pulmones porque estar cerca de ella se siente como si estuviera inhalando puro tóxico, con cada bocanada me lo demuestra, con cada oración que solo tiene intención de hacer daño es un ejemplo de su verdadera esencia. Nos conocemos desde hace tiempo como para saber que sus amenazas, siempre fueron reales. La diferencia es que en su momento, cuando no era más que una chiquilla de calle, no tenía de ningún medio para hacerlas reales, puedo visualizar a mi hermana Ingrid riéndose al cruzar el paso mientras Ruehl se mordía la lengua a nuestras espaldas. No soy tan ingenuo como para creer que lo que dice en esta ocasión es una advertencia vacía, porque la veo muy capaz de hacerlo. Se siente como una bofetada del karma el que sea quien tenga que morderse la lengua esta vez, el golpe que da en la mesa me deja claro que no se encuentra precisamente de humor, cosa que tampoco era muy difícil de descifrar porque jamás la he visto de otra manera. Sería hipócrita por mi parte el decirle que deje a mi sobrina en paz, cuando hace nada y menos estaba pidiendo por ella, así que extiendo el silencio como respuesta en lugar de intentar protestar.

    No me creo nada, Rebecca, eres tú la que no es consciente de que lo que pides es inviable. ¿Te crees que no sé por qué lo haces? ¿Vas a decirme que no estás disfrutando con esto? — al igual que ella, no le aparto la mirada cuando la enfrento — ¿Quién es la hija? ¿La tuviste en el norte? ¿Es eso? Ni siquiera se registran tantos nacimientos que provienen de allí, porque la mayoría de esos niños terminan huérfanos, muertos antes de cumplir siquiera un año de edad — ¿me gusta cómo suena lo que digo? Pues claro que no, pero no está en mi lugar el corregir los desórdenes del país, para eso está Magnar, yo me limito a seguir las normas que son impuestas. ¿Mi postura evade el problema? Pues probablemente, pero no es como si el norte no estuviera repleto de parias, de esas que se buscaron su propio lugar en los distritos pobres. No digo que todos se merecen ese destino, porque conozco de algunos casos donde la injusticia se hizo presente, pero muchos sí se lo merecen. — Si estuviera mintiendo, hubiera sabido que tuviste una hija, eso te lo puedo asegurar, ni tu nombre ni el del padre constan en ningún registro civil del gobierno, ¿para qué quieres entonces remover lo que se tiene que dejar en el pasado? Y no me vengas con explicaciones altruistas, tanto tú como yo sabemos que solo estás haciendo esto porque quieres joderme — con el comentario sobre mis hermanas lo deja claro, ¿todavía tendré que agradecer que haya considerado a mi esposa?
    Nicholas E. Helmuth
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    Scared to be lonely · Nicholas IqWaPzg
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    Y yo te dije en su momento— interrumpo su sermón de buen pastor, será cuando esté en agonía que lo llamaré para que me otorgue la unción a los enfermos, mientras tanto puede guardarse las advertencias sobre mi comportamiento en este círculo de vecinos, —que no llegué a este lugar por mis maneras correctas, así que no creo que tenga sentido perder mis modos, eso mismo podría costarme que me saquen de este lugar. Si hubieran querido alguien con escrúpulos hubieran llamado a otra persona— puntualizo, sentada al borde de mi silla por estar inclinada sobre la mesa, refrenando el instinto de saltar sobre esta como lo haría en lo oscuro de la esquina de una de las tabernas del norte como respuesta a la distancia que impone entre nosotros, como si hasta ayer no hubiera estado mendigando sobre mis pies. —Quizás te haría más bien que mal imitar mis maneras— insinúo, que al final de cuentas estar en los lugares de decisión no tienen relación con nuestros méritos, sino con lo que estamos dispuestos a hacer y a pocas cosas yo le digo que no, eso está claro.

    Márcame donde está línea, yo te mostraré cómo la cruzo. El día que ya no pueda cruzarlas, me haré a un lado para no estorbar, si es para lo único que sirvo desde hace años. Recuerdo mis reparos cuando siendo joven se me pidieron demostraciones de qué tanto temple tenía para decidir sobre la vida de una persona, que tan fría podía ser para despedir a alguien, entonces me encerré en una coraza de aparente insensibilidad cuando recibía los reproches, pero había límites que sabía que una vez atravesados, ya no podría volver hacia atrás. Y entonces lo hice, los crucé, me prohíbo pensar si acaso seré capaz de cumplir con mi amenaza de hacer desaparecer a la hija menor de Ingrid Helmuth, sé lo que haría por demostrar un punto. Todo por la arrogancia de Nicholas que me lleva abandonar mi intención de una plática en buenos términos, para atacarlo sin más miramientos. —Si quieres tomarlo como algo contra ti, hagámoslo algo contra ti— entierro lo que era un pedido distinto, me lo guardo como me he guardado tantas otras veces un grito de ayuda porque soy incapaz de encontrar una respuesta por mí misma, y ataco.

    El padre biológico de mi hija no es alguien que pueda pasar desapercibido. Si bien no hay registros de su nacimiento, sabe que soy su madre y está expuesta a que un buen día se la asocie a este hombre— explico, un desafortunado accidente, muestras de sangre, la base de datos del ministerio que podrían vincularla con otro Powell, tantas cosas que terminan por saberse cuando nos cruzamos todos los días por los mismos pasillos. —He hecho muchas cosas mal con ella. No puedo revertir de quién heredó su sangre, pero si a quien se adjudica finalmente la paternidad. Bastante tiene con la carga de que soy su madre, deseo obsequiarle un apellido que la libre de la mitad de la condena de ser hija de una paria—. He puesto demasiado sobre sus hombros, creía que tenía el carácter para hacer algo con eso, pero lo único que he visto es que la hundí en un estado por el cual soy la primera en claudicar al darme cuenta que soy la única responsable. Por esta razón la alejé en primer lugar, me gustaría hacer las cosas distintas esta segunda vez, pero la única persona a la que le hubiera pedido ayuda por creer que estaba obligado a dármela, me obliga a que insista con mis mismas maneras y estoy segura que ahondaré en el odio que pueda tener Alecto, seré yo otra vez convenciéndome que estoy haciendo lo mejor para ella. —No estoy pidiendo que veas o no la lógica en esto, lo único es que te encargaré de que haya un papel que la reconozca como tu hija. Podemos abstenernos de la cena con tu hermana, solo quiero ese papel.
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    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Creo que han quedado más que claras nuestras diferencias — respondo sin mucho miramiento a su postura sobre que quién debería cambiar de formas soy yo, cuando, al contrario que ella, no llegué a mi puesto comportándome como una bestia. A diferencia de ella, los que vivimos en esta isla tuvimos que escalar para llegar a dónde estamos, años de esfuerzo que mi compañera aquí utilizó para hacer vaya a saber qué cosa en el norte. Que esté donde esté no es más que la consecuencia del error del anterior propietario de la casa que ocupa, no porque verdaderamente se haya ganado el estar ahí. — No te lo tomes como ofensa, pero prefiero seguir actuando como he hecho hasta ahora, cuestión de intereses, supongo. — poco a poco voy recuperando la calma que hasta hace un rato había desaparecido por completo, también la confianza al decir que de los dos quien se encuentra en soledad es ella, todas sus relaciones las ha ido destrozando con el paso de los años, tanto como para decir que tiene una hija, pero por el hecho de tenerla y no porque de verdad posea alguna clase de conexión con ella. Todavía puede tener el descaro de decirme que debería imitar sus maneras, cuando es más que evidente la posición a la que le han llevado estas. Hace bien en admirar que pueda mantener vivo el espíritu en mi familia.

    Asumo que no vas a decirme de quién se trata — conozco a Rebecca lo suficiente como para saber que todas sus porquerías se las guarda bien para dentro, porque es lo mismo que aprendió de la familia que tenía en su día, y todos sabemos que lo que uno aprende cuando se es un niño, es muy difícil de corregir luego en el futuro. ¿Por qué, entonces, esperaría que me dijera quién es el hombre que resguarda bien en secreto? — No te imaginaba como una persona que pudiera sentir consideración hacia alguien, Rebecca, tengo que reconocer que me encuentro extremadamente sorprendido — sí, lo que se puede percibir en el tono de mi voz no es más que sarcasmo e incredulidad, declarando que no me trago una sola palabra. Si planea sacar a su favor lo que ocurrió con Katerina, no creo que sea tan hipócrita como para decir que se encontraba preocupada por ella, sé bien que lo que le llamaba la atención es que estuviera dispuesto a dar lo que fuera de mí con tal de encontrarla, el trato que pudiera quedar entre nosotros. — Creía que te tenías un poco más de aprecio propio, para ser alguien que no duda en saltar contra las críticas que te colocan como una paria, no tienes problema en reconocerte como una cuando se trata de tu hija — desconozco si lo que estoy viendo es una faceta nueva de la persona que pensé solo se preocupaba por sí misma, o sigue siendo puro teatro por su parte.

    Pero me niego a aceptar tan deprisa, menos cuando se trata del nombre de mi familia, que ya puedo sentir cómo ambos de mis padres se remueven en la tumba solo de escuchar semejante propuesta salir de boca de una Ruehl. — ¿Cuál es el truco aquí, Rebecca? Tanto tú como yo sabemos que hay uno — insisto — Detestas a mi familia, su apellido y todo lo que significa, pero aun así quieres que reconozca a una hija tuya como Helmuth, cuando tú misma tienes los medios como para hacer el trabajo sucio por tu cuenta sin necesidad de vincularla a mi familia — no debo de ser el único que piensa que aquí hay gato encerrado.
    Nicholas E. Helmuth
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    Scared to be lonely · Nicholas IqWaPzg
    Invitado
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    Por los términos en los que nos encontramos en esta relación obligada, con tu soberbia no queriendo ceder a mi petición, me guardaré el detalle de la identidad del padre de mi hija— digo, necesitaría de una confianza excesiva en alguien para que el nombre de Hermann Powell, ahora Richter, saliera de mis labios y Nicholas no parece alguien en quien pueda llegar a confiar, porque él mismo se cierra a que lo haga participe de mis asuntos personales. Está claro que el favor que me pidió, de tinte familiar, esperaba resolverlo con la diligencia fría de un ministro, siempre mirando hacia él y sus intereses, todos los dioses nos libren de que Nicholas Helmuth se mueva un centímetro por fuera de las líneas de su casilla y eso provoque un colapso en el orden del universo.

    Es tentador cambiar el objetivo, dejar a su sobrina en paz, fuera de nuestros arreglos, y que sea él quien se gane un paseo por los distritos repudiados del norte, siempre me queda decir que será un viaje entre colegas y que velaré por su seguridad, para no alarmar a ninguno. Podrá ayudarnos a saber si esas maneras que insiste en mantener le servirían de algo, porque las mías que critica no fueron más que adaptación. —¿No te lo habías imaginado? Yo creía que sí, la noche en que viniste mendigando consideración hacia tu sobrina, tuve que ser yo quien te recordara que no soy capaz de sentirla— digo, —y ahora que te la demuestro te las das de escéptico. Porque es alguien que me importa a mí, no a ti. Eres un bastardo, Nicholas. Diciendo ser capaz de hacer cualquier cosa por alguien que no es más que tu sobrina, pero siendo incapaz de mostrar tú un poco de consideración hacia quien te digo que es mi hija— se lo digo, si necesita que le repita insultos viejos no tengo tapujos para recordarle que es un hipócrita al presumir de sus buenas acciones para con los demás.

    Peleo mis batallas, pero nunca quise que ella las peleara conmigo, eso no ha cambiado— le explico, aunque para que entienda a otra persona y salga de la posición que asumió desde su nacimiento, se necesitaría que el mundo se pusiera de cabeza. Será entonces que podrá ver las cosas desde una perspectiva distinta y, sin embargo, lo intento luego de una risa seca por querer saber qué gano de robarle su apellido, de una familia que detesto por su respeta pureza. —Lo haría porque me debes un favor, porque te comportas como un imbécil luego de humillarte por ese favor, despreciando el pedido que te hago yo. Los favores se pagan y a los imbéciles se les cobra jodiéndoles. Me has demostrado que lo único que te interesa es tu familia, entonces me meto con tu familia, dándote a alguien más para que la incluyas. Dejas en claro que celas por el estatus de los Helmuth, entonces me meto con tu estatus— remarco con mi dedo dándole golpecitos a la mesa. —Si no quieres hacerlo… deja de ser un imbécil y vuélvete a mostrar tan servil como la otra noche, porque quiero recuperar a mi hija y eso es imposible, pero si era cierto que harías cualquier cosa, puedo darte un imposible.
    Anonymous
    Nicholas E. Helmuth
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    Por supuesto que lo harás, te lo guardas, pero aun así exiges que participe de uno de tus caprichos. No, no me malinterpretes, admiro que de verdad sientas preocupación por una hija, pero hay una diferencia entre pedir un favor que entra dentro de la legislación del país, y demandar que arrastre el nombre de toda mi familia para cometer una infracción de nuestras propias leyes — alzo una ceja, dedicándole una mirada que la analiza por fuera y dentro de toda su persona. — Me acusas de hipócrita, pero eres quien está sentada en una silla de poder, das órdenes en cumplimiento de la ley, y aun así eres la primera en incumplirla, ¿qué dice eso de ti, Rebecca? ¿Realmente estás aquí para hacer lo que se pide de ti o porque te beneficia el lugar que se te ha dado? — no se trata de una situación de vida o muerte, es un capricho que tiene porque recién se ha dado cuenta con su hija que sí le influye el que su madre y padre sean parias, incluso cuando ha hecho todo lo que está en su mano para que no la cataloguen como una, sigue vistiendo el uniforme que los etiqueta a todos como marginados de la sociedad.

    No piensa en las consecuencias que tienen sus actos, nunca lo ha hecho, ahora solo pretende arrastrarme con ella, así como hubiera disfrutado de hacer en el pasado, esta vez se cree que tiene la oportunidad de hacerlo. Todavía me culpará por mostrarme escéptico, cuando sé muy bien de dónde vienen sus peticiones, no me queda otra que suspirar abruptamente, empezando a sentir cómo voy perdiendo la paciencia de a poco, y eso que me considero un hombre con bastante aguante. No voy a decirle que movilizar a un grupo del departamento de aurores no es lo mismo que falsificar papeles de nacimiento, en una sociedad donde la primera crítica que se recibe en la vida es acerca de la procedencia de uno mismo, bajo un apellido que podría ser tu fortuna o tu desgracia. Ahora al parecer tengo yo la culpa de que haya tenido la familia que se le otorgó y la que decidió adoptar después al cambiarse de nombre.

    No espero que pienses que vaya a mostrarme gentil ante la sola idea de que quieras desprestigiar el nombre de mi familia como pago por un favor — respondo ante sus acusaciones sobre comportarme como un imbécil. Ella lo ve como un acto estúpido, yo como uno defensivo hacia las personas que me importan. ¿Qué puede entender ella de eso? Nunca ha tenido problema con ensuciarse sus manos, su nombre, para conseguir lo que quiere, ¿por qué siquiera me sorprende que quiera hacer lo mismo con su hija? Me inclino hacia atrás en mi asiento, mucho más calmado de lo que me siento por dentro, mucho más pacífico de lo que ella se muestra al golpear la mesa con sus dedos. — Muy bien, hablas de que quieres recuperar a tu hija, pero antes mencionaste una segunda propuesta que nada tiene que ver con adoptar apellidos — hago un gesto con mi mano en señal de que tiene mis oídos a su disposición.
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    ¡Es un maldito papel, Nicholas! ¡Un único maldito papel! ¡Peores crímenes se han cometido en este país! Y muchos, de la mano de nuestro presidente o ministros, tú y yo incluidos— uso mi dedo índice para apuntarlo y luego a mí misma, para cada reunión con Magnar Aminoff bajamos juntos los peldaños del infierno que es el circo de entretenimiento de nuestro presidente. ¿Qué había dicho sobre las prioridades del ministerio que debemos atender? Esas mismas. —No, yo no soy hipócrita. Pueden odiar muchas cosas en mí, no eso. Muchas cosas de las que detestan son las que muestro con franqueza, por mucho que les repugne y tengan que apartar la cara— mascullo, mi mano se cierra en un puño que reprime el impulso de darle de lleno en la cara. —He sido transparente con las maneras en las que me muevo, a nadie miento sobre las reglas con las que juego, así que estoy lejos de ser una hipócrita— lo contradigo en lo que pretende que sea un insulto para mí, me apropié de otros, pero no de este. —A diferencia de muchos en este país, en el mismo escuadrón de seguridad, en esta maldita isla, la cara que ves, es la única que tengo y muestro— y por mal que me pese, él también es de los pocos que tienen una única cara, lo que tiene de malo es que no admite que también tiene defectos y contradicciones, al ensalzar sus virtudes de carácter no se da cuenta que le falta mucho para apropiarse de ellas.

    Dejémosle a Powell que se encargue de las leyes—, la ironía de que esto competa a su hermana, —mi trabajo no es ese, el mío es hacer caer enemigos— y puede tomarlo como que hablo de él, en vista de que todo lo digo lo vuelve un ataque personal. —Y no quieras decir que abuso de mi puesto para esto, eso fue llamar a la base a medianoche para pedir que redoblaran el personal para rastrear a tu sobrina. Tú fuiste el primero que me pidió que use mi autoridad como ministra— en este juego incansable de señalarlos el uno al otro, él puede ser terco como para echarse hacia atrás, yo tengo poco paciencia y la piscina cerca como para arrojarlo ahí, que el agua le lave la arrogancia. —Lo que yo te pido lo haría aquí y en cualquier distrito del norte donde siguiera siendo una repudiada, la diferencia está en que me toca estar aquí y tú eres quien está sentado frente a mí debiéndome un favor. Trabajo sobre los recursos que tengo a mano— muestro mis palmas hacia él, mi recurso a mano, la oportunidad que veo, no llegas hasta donde me encuentro sin ser perspicaz y tomar al vuelo las oportunidades que ni siquiera imaginabas que podían serlo.

    Dijiste que harías lo que fuera— nunca me cansaré de repetirlo, —lloraste ante mí por un favor y no mediste tus palabras, eso mismo hizo que te lo concediera. Así que has tu jodida parte— muerdo las palabras antes de escupírselas, y ruedo los ojos cuando finalmente abre sus oídos a que en todo momento hubo una alternativa que podía tomar, son sus modos los que me llevan a querer empujarlo al vacío si lo veo parado en un risco, al cual él mismo se subió. Nicholas Helmuth es una prueba a la paciencia que no tengo y que luego no se diga que soy una salvaje, porque no le veo marcas de mis dedos en su cara todavía. Todavía. —Necesito que me digas qué hacer con ella. Mantienes a tu familia unida y yo nunca he tenido una que me valga de ejemplo. Esta hija es posiblemente la única familia que podría tener y no sé a quién preguntarle, así que no seas un cretino,— me molesta reconocer que hay un dejo de desesperación en mi voz que tengo que tapar con otro insulto hacia él, —estás obligado a contestarme, a ayudarme aunque estoy segura de que te regodeas de ver cumplidas tus predicciones de que mis decisiones tuvieron su consecuencia— y no escondo el desprecio hacia él en mis ojos al decirlo. —Traté de abortar, me desangré para impedir que naciera alguien a quien tuviera que darle parte de mi miseria. Y casi morí yo, un amigo tuvo que socorrerme, me dijo que ella se estaba aferrando a la vida con todas sus fuerzas. Si tanto quería vivir, me encargué de ir hacia quienes tenía el dinero como para querer comprarla y criarla en una vida donde éste nunca faltara. Ni yo quería un hijo al cual arrastrar, ni ella me hubiera querido de madre para todo lo que hice antes y después. Hice lo que era mejor para ambas, ¿por qué no puede entenderlo?
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    Nicholas E. Helmuth
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    Un papel que llevaría mi firma — le recuerdo, por si no es consciente de que lo que pasa por mi departamento lleva inscrito mi nombre bajo un sello sobre el que recae toda la responsabilidad del mismo. Ni siquiera me inmuto cuando nos señala, en su lugar alzo la barbilla, puede que a modo de resistencia en vez de a la sumisión que está pidiendo — Tú no eres tan necia como para creer que esas cosas desaparecen, no es solo un papel lo que pides, quieres que modifique el registro de nacimientos del país para incluir en mi descendencia una hija, y sabes bien que eso queda grabado, para siempre. Puede que tú estés acostumbrada a realizar acciones con posibilidad de fracaso, pero algunos preferimos otros estilo de vida — creo que no hace falta remarcar que estoy hablando de mí mismo, una forma de vivir que no requiera de cometer actos ilegales en contra del propio país. Puedo ser muchas cosas, pero sé bien donde tengo puestos mis valores e ideales, como para dejarme arrastrar por ella, uno no comete el mismo error dos veces, incluso cuando no se pueda considerar equivocación como tal. — ¿La única que tienes? Te sabía mentirosa, Rebecca, pero que digas eso pidiendo por tu hija me hace pensar que no eres tan transparente como quieres hacerte ver — si pudo guardar algo como una hija para ella misma, quién dice que no puede tener más facetas escondidas detrás de ese carácter que escupe sin problemas.

    Si hay tensión entre nosotros no dejo que sea la protagonista para cuando cruzo una pierna sobre la otra y acomodo los codos sobre el asiento, así puedo entrelazar mis dedos en lo que ella parece querer golpearme al cerrar los suyos en un puño. No me preocupa demasiado, si hay algo de lo que podemos estar seguros, parados en este lugar, es que nuestros ataques tienen que reducirse a lo que soltamos con palabras, fingimos el no querer saltar por encima del otro incluso cuando es todo lo que me dicen sus ojos cuando la miro. — Siempre mido mis palabras, Rebecca, no le doy mi palabra a cualquiera, esperaba que eso lo hubieras deducido ya, nos conocemos de hace tiempo. Y porque lo hago sé hasta dónde puede llegar un acuerdo, y en qué momento te estás saliendo de la línea — no me sorprendo, no ha hecho otra cosa desde que tiene uso razón que poner un pie fuera de la raya que se marcó para todos. — Te conozco, sé que no hubieras movido un dedo por Katerina si no hubiera sido porque te di mi palabra de que devolvería el favor. Es ahora que te pregunto yo: ¿de verdad es así como quieres pagarlo? ¿quieres que firme para que alimentes otra de tus mentiras? ¿qué dice tu hija de esto? — curvo las cejas en su dirección, retándola a que conteste a lo último.

    Acomodo mi espalda todavía más en el respaldo, cuando el tono de su voz la vuelve la persona que está desesperada en el mismo lugar que ocupé yo hace apenas unos cuantos días. — Todas nuestras decisiones tienen consecuencias, las mías también las tienen, las han tenido, la diferencia entre tú y mi familia es que nosotros siempre las hemos tenido en cuenta. Tú no, tú haces lo que te place, según te cae, y no piensas en lo que puede dañarse con tus actos — no me río de ella como piensa que haré, ni me regodeo de haber tenido una vida diferente a la suya, porque hubo un momento en el que podrían no haber sido tan distintas. Ella escogió, no diré que me arrepiento de su elección, terminé por darme cuenta de lo que era verdaderamente como para hacerlo. Pero no puedo evitarlo cuando narra lo que le ocurrió, sentir lástima por otro ser humano es innato, incluso cuando no creí jamás que un Helmuth podría tener consideración hacia un Ruehl. Aun así las facciones de mi rostro se mantienen endurecidas, la miran desde una posición superior sobre la que siempre nos hemos apoyado. — La madre de mi hijo, Olivia, murió en el parto que le dio a él la vida — empiezo, mi mandíbula se tensa con cada palabra al encontrarme con la asquerosa comparación de que alguien como ella vivió dando a luz a una criatura que ni siquiera quería, y la que por entonces era mi mujer murió llevándose con ella todo el amor que podría haberle dado a su hijo. — La diferencia entre ambas no es que tú estés viva y ella no, la diferencia es que Olivia sí quería su hijo, todo lo que tú no pudiste o puedes querer a la tuya. Soy hombre, no podré llegar a entender jamás lo que significa llevar a alguien dentro durante nueve meses, pero sí sé que el desprecio es algo que no conoce de palabras. Trataste de abortar, estabas en todo tu derecho de hacerlo, y aun así no pudiste, por las razones que fueran. El vínculo que existe entre una madre y su bebé durante y después del embarazo es algo que no se puede llegar a explicar en los libros de medicina, es una conexión tan fuerte, para bien o para mal, que afecta en todos los niveles a esa relación en el futuro — supongo que no le importará que me esté explayando al irme un poco por las ramas, siendo que fue ella quien pidió una respuesta. — ¿Te crees que a tu hija le importa que seas una paria, que fueras pobre, que vivieras en la miseria? Eres su madre, no hay dinero en el mundo que pueda comprar el vínculo que tenéis la una con la otra, aunque luego vuestras vidas siguieran caminos diferentes. No debe ser agradable que tu propia madre te diga que no te quería, que por eso trató de que no existas. No es que no pueda entenderlo, es que estoy seguro de que es todo lo que recibe de tu parte cuando te ve. — me encojo de hombros, que no debería ser yo quién le explique esto cuando es ella la madre de la criatura. ¿Pero qué podría esperar de Rebecca? Si hasta donde yo sé en el lugar que debería ocupar su corazón hay un vacío similar a un agujero negro.
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    ¡Qué le den a tu jodido estilo de vida, Helmuth!— gruño al alzar mi vista al cielo, cansada de todos los reparos que pone para hacer algo simple, que no tiene consecuencias para nadie más que nosotros, no causará un daño al mundo, ni cambiará el curso de la historia. Es un simple papel como muchos otros que se archivan en el ministerio, sin pena, ni gloria. ¿Por qué tiene que hacer de esto algo más grande de lo que es y convertirlo en el crimen del siglo? ¡Nos hemos metido en cosas peores! Nuestro presidente nos hará arrastrarnos en lo más bajo por la manera en que sigue el curso de la guerra con los rebeldes, ¿y le cuesta tanto dar su inmaculado apellido solo para salvar un bache en registros? Muchas personas en estos distritos han hecho la vista gorda de sus hijos, conviví con la hija que Hermann abandonó en el norte sin saber que lo era, en la ironía de haber dado antes a la hija que tuve con él. Su propio hijo repitió la historia de apartar la mirada, pero tuvo un poco más de carácter al ser capaz de hacerse cargo de su hija luego de que la madre la abandonara y también de dar su apellido a la hija que tuvo después. Si los rumores que me llegaron son ciertos, el hijo de Phoebe no es otro que el nieto de la que ahora es su esposa.

    Y él tiene la cara de recriminarme a mí lo equivocado, lo ilegal de mis actos, cuando estoy siendo franca sobre mi hija con él y vuelve a decirme que soy una mentirosa, si no le arrojo la taza es por poco. Lo haría si fuera alguien más, no me he medido en probarle mi rabia a alguien de esa manera cuando se lo busca, lo malo es que reaccionar así no tendría una respuesta similar de su parte y me haría a mí una perdedora de la discusión, mientras él conserva la compostura. —No, incluso en todo lo que tiene que ver con ella, sigo mostrándote la misma cara— respondo con mordacidad, tratando de ser intimidante en vez de intentar buscar un argumento a mi favor, comienzo a ver rojo como para poder pedirle a mi mente que se centre y arme un pensamiento coherente que pueda rebatir lo que sostiene en su terquedad. —¡Y tú me conoces! Cuando viniste a pedirme ese favor, ¡sabías a quien se lo pedías! No quieras hacer de tu moral un parámetro para acciones, si fuiste quien puso un pie en mi casa, te atienes a las reglas de mi casa— digo, mi mano vuelve a dar de lleno con el centro de la mesa, siento la palma escociéndome y también noto las pausas en mi respiración al tener mi cuerpo inclinado sobre el mueble, que de no estar en medio, me habría permitido que sea su rostro quien recibiera el golpe. —Ella no sabe nada, seguramente me detestará, pero ya lo hace, ¿en qué cambia? Solo estoy cambiando las piezas de lugar para asegurarme de que su vida no termine de estropearse como la de sus padres— mascullo, me tiembla el cuerpo por estar reprimiendo las ganas de gritarle, de golpear algo, por su constante negativa y mi impotencia, por verme burlada otra vez y juzgada en vez de recibir la ayuda que pido, aunque sea en mis términos, ¿por qué no puede solo ayudarme?

    Lo peor que puede hacer es tomar mi confesión sobre una etapa de mi vida de la que no le hablo a nadie, por la incapacidad de ponerlas en palabras, porque me prohibí a mí misma decir que tenía una hija y siquiera pensar en ella, cuando la entregué a alguien más, y convertirlo en una lección en la que me compara con la madre de su propio hijo para demostrar lo despreciable que soy. —¡NO!— grito, —¡No te atrevas a compararme con tu esposa muerta!—. Mi silla se corre hacia atrás cuando me pongo de pie de improviso y barro los platos de la mesa con mi brazo para que se hagan pedazos en el suelo. —¡No la hagas una santa en un pedestal solo para usarla al señalar mis faltas!— me desquicio, —¡no me hables de amor maternal de alguien que pudo querer a su hijo porque tenía todo para darle y aun así nunca llegó a ejercer de madre! ¡Basta! ¡Sigue usándote a ti mismo si lo que quieres es hacerme sentir que estoy en falta con todo! ¡Pero no a alguien que la muerte hace perfecta en tu memoria! Porque, escúchame, nadie lo es. Ni tampoco tú— me encuentro otra vez con mi dedo índice señalándole, juzgándole en reflejo a como lo hace él, —mucho menos yo. Toda mi maldita vida tuve que convivir con lo imperfecta y lo equivocada que soy y ver qué demonios hacia conmigo misma siendo así, viéndote a ti, a toda tu familia y a tantas personas teniendo la vida adecuada, y tener que entender que nunca tendría esa vida, que todo lo que tenía para darle a una hija era mi miseria, como para que coloques al ejemplo de perfecto amor maternal a mi lado— dolió donde tenía que doler, en lo que nunca podría haber sido porque no nací para ser así, y si a alguien le costó entenderlo, llorando nueve meses hasta conseguirlo, fue a mí. —No estaba justificándome ante ti, estaba diciéndote lo que hice mal, porque yo mejor que nadie lo sé. Y todo lo que haces es buscar nuevas maneras de hacerme sentir despreciable. Lo has hecho bien, Nicholas. Muy bien. Me encargaré de que te sientas igual—. No lo necesito para redactar un jodido papel, también puedo encontrar a alguien que falsifique su firma, y alguien más para que le haga llegar copias a sus hermanas. Y si quiere hacer un escándalo negándolo, también será parte de la vergüenza que llegará a sentir.
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    Me fuerzo a mí mismo a mantener la compostura, cosa que ella no tarda en perder y en demostración de lo que siempre ha sido y siempre será, golpea la mesa de manera que todos los platos que hay encima vibran por el temblequeo. No pestañeo apenas, no obstante, al dedicarle una mirada que se encarga exclusivamente de observarla, como si estuviera esperando a que se relajara para poder seguir esta conversación como personas civilizadas. Sería mucho esperar de ella, puestos a decir, que ha sido criada por maleducados y arrojada al norte donde las bestias se resguardan unas en otras, como para pedir que recuerde lo que es conservar la calma. — Cambia en que hace unos segundos has pedido mi ayuda porque no logras entender por qué no comprende tus motivos, y cuando te lo digo tu única resolución parece ser ocultarle cosas y que tenga más razones para odiarte. ¿O acaso pensabas decirle? — quizá no debería sorprenderme su actitud, pero para cuando hago un gesto con mi mano, queda evidente en el movimiento que me encuentro un poco escéptico con respecto a lo que pide — Todo lo que debería ser la base de una relación de cualquier tipo, ya no solo con tu hija, es la sinceridad y el poder trabajar problemas internos, y eso es todo lo que a ti te falta — se lo señalo como si no lo supiera ya, lo cual no ayuda demasiado a mi causa, pero ya fue.

    Se me pierde la vista en algún punto del suelo al seguir la dirección de la vajilla por ese ataque de furia que se apodera de Rebecca y hace que tire todos los platos al suelo de un movimiento brusco de su brazo. Apenas no muchos segundos después de que el estruendo cese llevo mis ojos hacia el rostro de la morena, con mi mano posada sobre mi mandíbula al haber adoptado una actitud serena, la miro como si estuviera preguntándole si hacía falta todo este espectáculo sin la necesidad de utilizar palabras. Muevo las cejas para cerciorarme de que pilla mi expresión, junto con el suspiro que hace de su comportamiento toda una vergüenza para ella misma. — No digas que nunca podrías haber tenido esa vida — empiezo después de que termine su acto — Las personas no estamos hechas de otra cosa que de decisiones que tomamos, tú tomaste las tuyas, puedes culpar a tu naturaleza de haber cometido las equivocadas, pero no es más que una disculpa que utilizas para excusarte a ti misma de los errores que hiciste por tu cuenta — esas fueron las que la hicieron lo que es ahora, una paria, no la sangre que corre por sus venas. Pudo haberlo tenido todo, o lo más cerca de eso, si solo hubiera mirado hacia el otro lado de la calle. — Si recibiste miseria fue por tu propia culpa, Rebecca, no uses a mi familia como comparación de lo que nunca tuviste, cuando eras la primera que se burlaba de ella cada vez que tenías oportunidad — porque si ella puede acusarme con toda la libertad del mundo, yo no voy a ser menos.

    Me recoloco la camisa al proceder a levantarme, pasando por encima de los platos rotos hasta pararme cerca de su figura. — Mejor hablamos cuando estés menos alterada, Rebecca, creo que por hoy tuvimos suficiente de esta charla — me gustaría decir que por hoy y por siempre, pero sé a ciencia cierta que esto no será lo último que escuche de ella, para nada. — Volveremos a hablar del asunto pendiente con más calma, pero preferiría no tener que regresar a mi casa con una brecha en la cabeza — siendo que nos encontramos en el lugar más civilizado de Neopanem, espero que eso no sea mucho pedir.
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    Tú estuviste ahí para ver que nunca podría haber tenido una vida distinta— digo con las palabras entre mis dientes, estaba del otro lado de la calle, lo pudo ver todo desde su cómodo lugar, como a mí me cerraban la puerta de la que era mi casa en mi cara. Es un mérito que tampoco espero que me reconozca el que, entre toda la vajilla rota y mi dedo índice sobre su rostro, no he llegado a rozarlo siquiera para acabar con la aparente serenidad de su semblante, su compostura en contraste con mi arrebato violento para que sea quien puede seguir mostrarse recatado y soy quien permite que así sea, respetando el que sea siempre quien queda parado donde pueda conservar su dignidad. Es frustrante para mí misma seguir obedeciendo de un modo inconsciente los lugares que nos señalaron cuando éramos niños, que voces molestas me susurren al oído que los Helmuth son intocables por quienes tienen las manos sucias y que todo en él lo haga ver por encima de lo que es un pedido desesperado de mi parte, ¿es que no lo puede ver?

    Sí, haz eso, Helmuth— uso su apellido adrede, —lárgate— esta palabra la cargo de toda mi rabia, —vuelve a tu casa, quita tu mirada de mí y has como si esto no hubiera pasado— mi risa suena áspera al reducir esta conversación a una situación más propia de los adolescentes que una vez también fueron vecinos. —Nunca miraste lo que pasaba más allá de tu propia casa, como para creer que esta vez si escucharías si te pedía ayuda—. No lo creí capaz entonces, en el presente lo confirma. Miro al suelo donde se acumulan los pedazos de porcelana alrededor mis pies y me trago otra carcajada, esta vez de burla hacia mí, no pienso recogerlos con mi varita, se quedaran allí hasta que el elfo haga algo con ellos. Me inclino para agarrar uno de los más grandes, casi la mitad de un plato, con un borde dorado sobre el verde, clavo mis ojos en él cuando lo vuelvo a aventar contra las baldosas. —No esperes a volver cuando me encuentre más calmada. No te he golpeado como lo haría con cualquier otro, así que toma esto como la charla más civilizada de la que soy capaz—. Teniendo que crear un desastre por fuera de nosotros, así puede regresar sobre sus pasos con toda su decencia intacta y me cruzo de brazos con la resignación de que así será, dejo que se vaya impune.

    Pese a que sabía de su buen trabajo como juez de mis faltas, recordándome en cada sentencia también el apellido que me hubiera gustado olvidar y resaltar así los primeros errores en mi prontuario, había esperado que el favor hacia su sobrina y su hermana lo apaciguaran un poco para poder conseguir, no todo, al menos una pequeña parte de lo que buscaba en él. —Nicholas— lo detengo, —solo tenías que hacer eso, maldita sea— mascullo. Mi rostro se gira bruscamente al volver mi mirada sobre él. —Si tanto te gusta actuar como la voz de una conciencia que no tengo, lo único que quería de ti es que me dijeras por qué estaba mal seguir mintiéndole a mi hija y que no lo hiciera. Te pedí para hablar porque eres el único que me diría qué es lo correcto. ¿Por qué para hacerlo también te esmeras en que responda de la peor manera? Me ofreces la respuesta, una vez que te he demostrado que soy incapaz de hacer las cosas bien. Lo haces adrede, sigues insistiendo en que mi miseria se debe a mis decisiones, también a las falsas ayudas— y no estoy hablando de él, —las ayudas que se ofrecen instándote a revelar todo lo que has hecho mal, para que finalmente quede en evidencia que no mereces esa ayuda—, quizás ahora sí esté hablando de él. —Y lo que reste por hacer sea todo lo que está mal, porque es la única manera en la que sabes hacer las cosas—, así que me encargaré de conseguir ese papel.
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    Nicholas E. Helmuth
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    Te equivocas, sí miraba lo que ocurría fuera de mi propia casa, siempre lo hacía — que ella estuviera empecinada en su propio juego como para no darse cuenta no es mi problema. El barrio donde crecimos tenía esa peculiaridad, allí donde residían las mejores familias del distrito también lo hacían las de peor fama, como podía ser la vivienda de los Ruehl. En ocasiones estábamos todos tan centrados en la competencia entre vecinos, echándonos mierda los unos a los otros, que debajo de todo eso nos olvidábamos de que seguíamos siendo personas con aspiraciones y metas no tan diferentes. Supongo que al final esas diferencias impuestas sí fueron marcando caminos desparejos, y a la larga, me hicieron darme cuenta de lo que verdaderamente merecía la pena. Queda claro después de tantas conversaciones entre nosotros, que Rebecca nunca fue una de esas cosas, así que si bien en su momento pude guardarle mucho rencor, acumulado por los años en que crecimos, poco a poco ha ido desapareciendo hasta manifestar indiscutiblemente que este es el lugar para estar.

    Me giro en su dirección cuando pronuncia mi nombre, aunque no hay un atisbo de preocupación en mi mirada, sí que la siento internamente y serán cosas que tendré que dejar para mi escritorio, porque no pienso mostrar una mínima muestra de dubitación en mi postura. Si lo hago, será la prenda a la que se aferrará la próxima vez que quiera agarrarme entre sus dedos para atacarme. — He tratado de decirte lo que estás haciendo mal, pero como no es de extrañar, tomas mi opinión como si no fuera más que un insulto, porque no eres capaz de dejar a un lado los prejuicios que tienes en contra de mi familia y lo conviertes en un ataque — no está escuchando nada nuevo, viene siendo cómo nos hemos relacionado por años, como para esperar una reacción diferente de ella. — No quieres que reconozca a tu hija como una mía solo porque te apetece joder, lo haces porque crees que le estás haciendo un favor — doy un paso hacia ella — Pero no le estás haciendo ninguno — no le explico por qué, de hacerlo volvería a echármelo en cara como una ofensa hacia su persona, así que cuando me doy la espalda, emprendiendo mi camino hacia la cocina y directo a la salida, dejo que sea ella quién resuelva el complejo puzzle que se ha armado en su cabeza en todos estos años.
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