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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    J. Paisley Callahan
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    No puedo llorar, tengo que contener las lágrimas, no puedo dejarme caer. Maldición, ya, ya empecé a llorar. Sorpresivamente, no es tristeza, es otra clase de angustia. Y bronca, mucha impotencia. ¿Por qué la gente tiene la manía de pensar que puede decidir por el resto y luego fingir que todo ha sido un acto de amor? Porque vamos, el amor no cura heridas ni cubre años de ausencia. Tanto sentimentalismo para nada, tanta búsqueda para sentirme estafada. Este sujeto no es mi padre, es sólo un extraño que compartió su genética conmigo y luego se volvió humo. Calma, Jenna, tienes que calmarte. Me llevo una mano a la boca para tragarme la angustia, el agua fría del lavabo debería funcionar. Me lavo la cara, pero aún hierve. Tengo que salir, Brian está esperando del otro lado de la puerta y no puedo dejarlo solo. No cuando solo le he arrugado la carta antes de pasársela, sin decir ni una palabra y así poder encerrarme en el baño.

    Casi que corrimos juntos a la casa cuando mamá se hizo cargo del mostrador, sin comprender nuestra complicidad para nada clásica. Escucharla entrar a casa se siente como la llegada del enemigo, me late el corazón como loco y tengo que recordarme que es solo mamá quien está del otro lado. Y Brian, el mocoso no puede hacerlo solo. Me lavo una última vez y salgo, con los puños inquietos. De seguro me veo a la miseria — Mamá — le llamo. No sé si mi tono denota enojo o es una súplica por su ayuda — Tienes que leer esto. Por favor. — y darnos explicaciones. Cientos de ellas.
    J. Paisley Callahan
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    Invitado
    ¡Jenna! ¡Jenna! ¡Jen! ¡Por favooor! ¡POR FAVOR! ¡Déjame entrar!— grito con mis puños golpeando su puerta, le siguen un par de patadas, sacudir con fuerza la manija por si logro romperla, otra vez mis manos cerradas chocando contra la madera. Detengo de pronto mis golpes al abrirse la puerta, mis puños caen a los lados de mi cuerpo cansado y recibo la carta que también tengo todo el derecho de leer, porque hace seis años que aprendí a leer, así que no pueden tratarme de esta manera, escondiéndome cosas que puedo comprender. Me guardo el comentario ofensivo hacia mi hermana que incluye desearle que ojalá se enamore de Pete, el chico que suele venir a ofrecerle a mamá la venta de unas hierbas en sobrecitos y siempre, siempre, pregunta por Jen. Pero tiene granos y ni siquiera es un nerd de nivel uno, Jen jamás saldría con eso.

    Agarro la carta con prisa, no sea que se arrepienta de dármela, y corro a esconderme en el armario que está debajo de la escalera, mi espalda contra la puerta así no puede abrirla, no sea que se arrepienta. Con la poca luz que me da el foco que enciendo al tirar de la cuerda, puedo leer lo que dice y sabía quién lo escribió antes de tener la confirmación en la firma, así que estoy llorando con gotas gordas resbalando por mi cara y no salgo del armario hasta que no escucho la puerta principal abrirse, señal de que mamá volvió a casa. Me limpio las mejillas con el dorso de las manos y me sorbo la nariz con fuerza. Jen se ve todo lo calmada que se puede esperar de ella, así que soy quien tiene que plantarse entre ella y nuestra madre para enseñarle el papel. —¡Papá nos mandó una carta! ¡Y sé quién es! ¡Yo lo vi! ¡Lo conozco! ¡Es famoso! No puede haber muchos Dressler en el mundo, es un nombre muy feo. ¡ES DRESSLER MOON! ¡Sale en los carteles de buscados!— chillo. —¡Y VOY A IR A VIVIR CON ÉL! ¡Llamaré a Kitty!— me giro hacia mi hermana. —Jen, ¿me prestas tu teléfono?
    Anonymous
    Sigrid M. Helmuth
    De todo lo que me puede sorprender estos días, esos en los que el mundo se vuelve de cabeza y el padre de mis hijos decide internarse en una conquista rebelde para, probablemente, llamar atención, es que Jenna se ofrezca a venir al trabajo, quien lo sigue Brian porque está en esa fase en la que dice odiar a su hermana mayor, pero también la persigue como perrito. De mis tantas conversaciones con Ingrid desde el incidente del nueve, ese  que también terminó con ambos de mis hermanos en el hospital, llegamos a la conclusión de que lo mejor que podíamos hacer — sí, digo podemos porque cuando se trata de Dressler, ella está también metida en este ajo, no vaya a lavarse las manos tan rápido después de alentarme a dejarlo — era ignorarlo. No le conté a mi hermana de la vez que acudí al mismo lugar para tener una charla presencial con el susodicho porque me conozco su reacción sin siquiera pedirla, así que casi me lo ahorré. Total, desde entonces, el único momento en el que ese hombre se cruza en mi cabeza es cuando mis ojos se topan con su rostro en los carteles que andan pegados por todos los muros  del país.

    Pero quizá me sorprende más que de un momento para otro, ambos de mis hijos decidan irse, ni tengo tiempo a gritarles gracias por su ayuda (tan hijos míos, solo se dedicaron a espantarme los clientes), que ya han desaparecido por la puerta, y no es hasta que abro la que da lugar a nuestra casa que puedo encontrarme con sus rostros. No, no tengo tiempo ni de quitarme el abrigo que me protege del fines de invierno, es lo que estoy intentando hacer cuando mi hija aparece hecha un no sé muy bien como expresarlo, pero es evidente que algo le afecta. — ¿Qué…?es, me gustaría añadir, más las palabras alborotadas de mi hijo menor me impiden terminar la frase y en su lugar dirijo mi mirada confusa hacia él. — ¿Qué estás diciendo, Brian? — tomo la carta entre mis manos, el papel se siente demasiado fino para la fuerza con la que lo aprietan mis dedos. — Nadie se va a ir a ninguna parte, no hará falta que llames a tu prima, seguro es todo un malentendido, ¿de dónde…? — empiezo, lo último en dirección a mi hija mayor, pero tampoco llego a acabar que ya estoy abriendo rápidamente la carta entre mis manos y mis ojos la recorren tan deprisa que estoy segura de que me salto algunos párrafos solo para leer lo importante. Voy a matarlo. — ¿Quién te ha dado esto, Jenna? ¿Quién ha estado en casa? — las preguntas van volando hacia ella, por ser la mayor y también porque de los dos es quién parece mantener más la calma.
    Sigrid M. Helmuth
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    J. Paisley Callahan
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    Hasta puedo sentir pena por nuestra madre cuando parece no tener idea de lo que está ocurriendo, justo antes de que mi hermano tenga la ocurrencia de ponerse a gritar como un loco antes de siquiera poder dar una explicación. Siento que está siendo expuesto a un montón de cosas que van más allá de su comprensión y hasta tendría compasión de él, si no fuese porque dice algo tan ridículo que levanto una mano en su dirección, pidiéndole silencio por dos segundos — No, no te daré nada hasta que tengamos las cosas solucionadas aquí. ¡Que no es momento de llamar a nadie! — ¿Qué le va a decir, un montón de ideas desordenadas que nuestra prima no tardará en convertir en un plan que ambos van a seguir, a pesar de lo ridículo que sea? Lo que sí tiene Brian en común conmigo es que nuestro padre tiene una ubicación, una identidad y nosotros estamos aquí, plantados como siempre lo hemos hecho, junto a una mujer que nos escondió durante mucho tiempo.

    Me cruzo de brazos en una actitud más defensiva que intimidante, que la supuesta adulta de la situación tiene que conectar algunas ideas antes de siquiera comprender lo que está pasando. Debería tenerle algo de pena, que conozco a mi mamá lo suficiente como para saber que se le va el color de la cara — Nadie ha estado en casa — le aclaro con voz firme, incluso arrastro un poco el tono, que no le estoy mintiendo — Una mujer fue a la farmacia y tenía esta carta para nosotros. Dice que se la dio un hombre al que ni conoce — tampoco voy a decirle que la bebé en cuestión era fácilmente identificable gracias a los cotilleos de la prensa, porque no tengo intenciones de que mamá vaya tras los pies de los Powell. Bueno, de seguro las reconoce cuando vea las grabaciones de las cámaras de seguridad, pero al menos yo tendré la conciencia tranquila — No voy a preguntarte nada sobre papá porque es obvio que jamás vas a darnos respuestas… — casi que hablo entre dientes, tratando de contener el veneno — Pero quiero decirte que yo exijo el verlo, al menos una vez, para poder terminar de comprender esta estupidez en la cual nos han arrastrado con ustedes. Iré al distrito nueve y no te estoy pidiendo permiso. Brian puede venir conmigo y ya tu decidirás que hacer con todo esto — a ver si esto funciona, que es la última oportunidad que pienso darle — ¿Tienes algo que decir o vas a balbucear excusas otra vez?
    J. Paisley Callahan
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    ¡Pero…! ¡Te prometo que te llevaremos con nosotros!— es mi suplica para que mi hermana me preste su teléfono, no me queda de otra que cerrar la boca y patalear en mi lugar cuando mamá y Jen se ponen a negociar, ¡sí! ¡eso es lo que hacen! Grito dentro de mi garganta porque solo falta que traigan un acuerdo en papel y plumas para firmar, ¿es que solo yo estoy enojado? Porque mi hermana incluso enojada no deja que un pelo se le salga de lugar, mi madre tampoco quema la carta ni hace ninguna de esas cosas, ¡que la gente normal hace! ¡Hola! ¡Tengo doce años y no he visto NUNCA a mi padre! Y aquí está Jenna, negociando UNA visita con él, le tengo que agradecer el que me tenga en cuenta para ir con ella. Me enfadaría por casi creer que pensaba ir sola, pero con esta negociación en marcha, no es momento para hacer enojar a Jenna y decida que al final me quedo.

    ¡Y Kitty vendrá con nosotros!— decido, claro que mi prima tiene que venir, ¡será una gran aventura! ¡y conoceré a papá! Claro que Kit Kat tiene que estar, ¿quién va a estar parada a mi lado cuando ese extraño me vea? ¿Y si no le gusta que tenga muchos rulos? ¿Tendré que cortármelos? —¿Creen que deba cortarme el pelo para conocer a Dressler Moon?— pregunto muy seriamente, mis ojos yendo de Jenna a mamá, de mamá a Jenna. Uso mis palmas para aplastar mi cabello que no me deja espacio por donde pasar mis dedos de tan enmarañado que está. —¿Qué debo llevar en mi mochila? ¿Llevamos fotos? ¡Quiero mostrarle a Dressler de cuándo arme ese castillo con legos!— grito, emocionado como estoy de que vayamos al… ¡distrito nueve! ¡Iremos a zona de guerra! ¡Kit Kat adorará esto! —Jen, es en serio, necesito llamar a la tía Ingrid para poder hablar con Kitty.
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    Sigrid M. Helmuth
    Al menos tengo que agradecer que mi hija salió como una persona seria y me respalda cuando trato de hacerle entender a Brian que llamar a su prima no es una emergencia de vital importancia. Lo único que puedo hacer es alzar una ceja en dirección a la mayor cuando asegura que recibió la carta que sigo sosteniendo entre mis dedos de una mujer que se presentó en la farmacia. Me cuesta tanto tragarme esa historia que abro la boca para reclamar, pero en su lugar solo sale un balbuceo, probablemente debido a la incredulidad que todavía no sé muy bien como plasmar aparte de la decoloración en mi rostro y ojos estupefactos. — Jenna… yo nunca dije…, te he contado todo lo que necesitas saber sobre tu padre, ¡tuvimos una charla sobre esto! — la exasperación de tener que regresar a ese hombre a la conversación se percibe en la forma que tengo de suspirar después, por fin deshaciéndome de mi abrigo que tiro a un lado sobre alguna silla.

    No, no vas a cortarte el pelo para ver a nadie, Brian, ni hará falta que llames a Kitty, porque ninguno va a ir a ver a Dressler Moon. — digo tan firme como puedo cuando la voz de mi hija se sobrepone por encima de la mía y tengo que adjudicar ese papel de madre seria que tan mal he sabido manejar. — No irán al distrito nueve, ¿es que has perdido la cabeza, Jenna? Y para colmo quieres arrastrar a tu hermano contigo, a un distrito de guerra, vamos, es que ni en broma. — sacudo la cabeza, en lo que doblo la carta para destruirla luego, si lo hago delante temo que se me lancen al cuello con los colmillos que muestran afilados hacia mí. Aun así, tratar de mantener la calma es a la estrategia a la que me aferro para cuando vuelvo a hablar. Malamente. — Ya hemos hablado sobre esto, Jen, te dije que vuestro padre era un hombre peligroso, ¿no te es suficiente con que su rostro esté en los carteles de más buscados del país para entenderlo? No voy a permitir que tú o Brian se acerquen siquiera al distrito nueve, es irresponsable y vuestra seguridad se vería comprometida. — creo que no hace falta que diga más, ¿no? Esperaba un poco más de comprensión y responsabilidad por parte de mi hija mayor, no que le meta ideas alocadas en la cabeza a su hermano menor.
    Sigrid M. Helmuth
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    J. Paisley Callahan
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    Me exaspera esto de ser la única persona coherente en toda la habitación, a pesar de que sospecho que a estas alturas debería estar acostumbrada. Sé que tuvimos una charla sobre nuestro padre y sé que también se ha guardado otras cosas, incluso puedo comprender lo que quiere decir con todo eso de que es un sujeto peligroso. ¿Por qué entonces ella no puede entendernos a nosotros? Me llevo una mano a la frente y masajeo mis sienes, que no puedo concentrarme en todo esto si tengo a Brian gritando y comentando un montón de cosas que no vienen a cuento — Dudo que le importe si tienes el cabello largo o corto — contesto sin siquiera mirarlo, estoy más concentrada en cómo mamá se ve desbordada por la situación — ¿Distrito en guerra? Pensé que seguían dedicándose a la ganadería y agricultura… — sí, eso fue puro sarcasmo, ni siquiera mi sonrisita es alegre y dura solo un momento.

    Sé muy bien cómo funcionan las cabezas de los adultos y he aprendido, a mi pesar, que la mayoría de ellos pierde la noción de cómo se ve el mundo ante los ojos jóvenes. Tengo que alzar mis manos para pedirle a mi mamá un momento, realmente rogando para mis adentros que mi hermano empiece a ver esto de manera más seria, que su actitud no va a ayudarme a conseguir mi cometido — No nos quedaríamos, solo pasaríamos allí una tarde. Sabes que podemos encontrar el modo de hacerlo sin que tú nos detengas — vamos, que Brian es terrible y junto con Kitty de seguro encuentran el modo de conseguir una huída que, a decir verdad, es preferible que ella apruebe y que sea todo legal para evitar problemas en el futuro — Sé que Dressler no es la persona más confiable del mundo, pero nadie tiene que enterarse de nuestra visita y… ¡Brian se merece conocerlo, mamá! — lo señalo, quizá usándolo de excusa pero qué va — Los dos nos merecemos cerrar ese capítulo de nuestra vida y yo… ¡He pasado años tratando de encontrarlo y no voy a perder la oportunidad de hacerlo por las buenas, solo porque tú eres una cobarde! — creo que me pasé un poco al elevar la voz, pero solo tengo ojos para mi madre.
    J. Paisley Callahan
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    ¿Y cómo sabes si le importa o no? ¿Lo conoces? Porque yo no— se lo recuerdo, a ambas, con mi tonito de buscar pelea, enojado de que teniendo todos los planes hechos para ir esta misma tarde al distrito nueve a conocer a Dressler Moon, luego de pasar a buscar a Kitty, a mi madre se le ocurre decir que es un distrito de guerra. ¿Lo dice porque destruyeron la alcaldía? ¿Por eso? Lo pasaron en las noticias, ¡pero eso fue hace meses! El humo ya se habrá desvanecido, ¡y habrán construido tres alcaldías más! —¡Hay vacas, mamá! ¡Mooncalfs! ¡Y remolachas! ¡No puede ser un lugar peligroso!— ayudo a Jenna con su argumento de que es un distrito ganadero y agrícola, si mostramos un frente unido podemos esto, también algunas técnicas chantajistas podrían servir. Camino hacia mi madre para tomarla de la mano con las mías. —Te traeré una calabaza, ¿quieres?

    ¿Qué tiene de malo con que la cara de mi padre esté en carteles? ¡Kitty tiene uno de Nicholas Flamel! ¿Y alguien ha dicho que sea un criminal? ¡¡NO!! —Vi películas de que a los criminals presos le dejan ver a sus familias, ¡se hablan por teléfono a través de un cristal! ¿Por qué nosotros no podemos ver a Dressler? Si es un convicto, no me importa. ¡No me importa!— me pongo frenético al decirlo, suelto con brusquedad la mano de mi madre, así cierro mis brazos en una cruz alrededor de mi pecho, mostrando lo terco que puedo ser en mi decisión de ir a ver al único en toda mi familia ¡que sí se parece a mí! Porque todos son rubios, ¡y no me entienden! ¡Tienen neuronas rubias! El tío Nick, Oliver y Kitty no cuentan, son castaños, tienen neuronas medio rubias. —¡Iré a verlo! ¡Y no me importa tener que ir solo! Voy a saltar por la ventana de mi cuarto ¡y me iré! ¡Y no te traeré ninguna calabaza!— es lo que se me ocurre decir al inflar mis mejillas y soltar todo mi enfado en un suspiro. —Tienes que dejarnos ir o nos iremos por nuestra cuenta, no puedes encerrarnos, no eres la tía Ingrid, te va a dar culpa y nos dejarás salir algún día.
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    Sigrid M. Helmuth
    Sabes perfectamente a lo que me refiero, Jen. — si utilizo una abreviatura para referirme a ella es precisamente porque no quiero sonar demasiado dura frente a una reacción que me tendría que haber imaginado que llegaría tarde o temprano. El problema es que no esperaba que fuera ahora, tampoco que no haya sido yo la que haya sacado el tema, a pesar de que no soy de las que dedica su tiempo a remover decisiones hechas en el pasado. — Hay personas allí dentro que atacaron a vuestros tíos en cuanto tuvieron una oportunidad, como espero que comprendáis, no estoy por la labor de dejaros presentaros en el distrito nueve como si nada, solos, además. — añado, como si hiciera falta hacerlo, cuando sé por experiencia propia que una madre no es alguien por el que un hijo pueda frenar ante sus caprichos, incluso cuando así debería. Es en casos como estos que me arrepiento de no haber adquirido la actitud de mi hermana, que un mosca es capaz a pararse en su vuelo si es que ella se coloca delante.

    Sacudo la cabellera llena de rizos de mi hijo menor cuando se acerca para tomar mi mano y sonrío quizá de manera algo inocente por la forma en que él tiene de ver las cosas. — Podemos comprar una calabaza en el supermercado, ¿no te parece mejor idea? — lo que le fui a decir para convencerlo de no acercarse al distrito nueve, haría un mejor intento reemplazando la calabaza por chucherías. Me giro hacia Jenna en sus intentos de mantener su postura, incluso cuando el suspiro que lanzo deja bastante claro que no tengo deseo alguno de ponerme a discutir. — Sé que encontrarías el modo, pero me gustaría pensar que eres lo suficientemente inteligente como para no hacer nada a mis espaldas. — bajo un poco la barbilla, alzando ambas de mis cejas en una mirada quizás algo desafiante.

    Como era de esperar, los gritos regresan cuando la voz chillona de Brian se escucha por encima de la de su hermana y mi atención vuelve a estar sobre él. — Brian… — empiezo, tratando de calmar el tono de mi propia voz, lo conseguiría si no fuera porque Jenna decide convertirse en una nueva versión de sí misma, una que alza su palabra sobre la mía y que, para mi propia sorpresa, casi que me insulta. A pesar de la irritación, esa que siento acumularse a cada poco con más intensidad, me obligo a respirar, en especial porque Brian está delante y no estoy como para ponerme en modo ogro con el menor de mis hijos. — Esto no tiene nada que ver con que yo sea una cobarde o no, Jenna, sino con vuestra seguridad y dónde estáis protegidos, que es conmigo, y si por querer mantenerlo de esa manera quieres llamarme cobarde, pues adelante, hazlo, no te frenaré de querer ver a tu padre si eso es lo que quieres, a Brian tampoco. — me sorprendo a mí misma cuando termino cediendo en sus peticiones, pensar en por qué lo hago no es algo en lo que me demore mucho antes de proseguir. — ¿Quieren verlo? — los miro a ambos, primero a Jenna, luego al rizoso, como esperando ver la respuesta en sus caras. — De acuerdo, pero será bajo mis condiciones. Yo también iré, y será una única visita. — en eso sí puedo mantenerme firme, porque es lo que han dicho que quieren, una sola tarde, y yo no pienso ceder en más de eso.
    Sigrid M. Helmuth
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    J. Paisley Callahan
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    No lo trates como un niño — murmuro, es más bien una súplica que una orden, que aquí todos sabemos que no es lo mismo comprar una calabaza en el supermercado que conseguir una en el distrito nueve. Brian hace tiempo dejó de ser el mocoso que podíamos distraer con otras cosas y sé muy bien que, ahora que se le ha metido una idea tan escandalosa en la cabeza, no va a abandonarla y, por extraño que suene, tampoco voy a alentarlo a que lo haga. Estamos en esto juntos, porque es algo que perdimos al mismo tiempo y que nos pertenece, por mucho que mi madre se ponga en terca sin poder verlo con nuestros ojos. Suspiro, enderezando mi postura al dejar caer los brazos — Si te lo estoy diciendo es porque estoy pidiendo tu ayuda, mamá. Quiero que hagamos las cosas por las buenas y no… No quiero ocultarte nada — porque ya lo he hecho por mucho tiempo y creo que es momento de empezar a dejar las cosas en claro, para evitar tener excusas que nos inviten a mentir.

    Lo que no me espero es que pierda la paciencia de esa manera y hasta la miro con sospecha. Doy algunos pasos para tomar los hombros de mi hermanito, a ver si de esa manera se calma y deja de patalear, y hasta me atrevo a abrazarlo con cuidado en lo que apego su espalda a mi cuerpo. Ha crecido, tanto que tengo que mirar a nuestra madre por encima de su cabeza llena de rulos — Yo solo quiero verlo una vez — coincido — Mamá… Sé que querías protegernos, pero mantenernos aislados de una parte de nosotros jamás es una buena opción. Yo solo deseo poder hacer algunas preguntas, asegurarme de que fue real — porque es horrible el saber que tuviste algo, pero no poder recodarlo como se debe es tan frustrante que no tengo manera de explicarlo — Lo que Brian desee hacer… Creo que tiene que conocerlo primero y de ahí ver cómo seguir. Aquí todos sabemos lo importante que es para nosotros — y ella, como madre, debería también pensar en nosotros como personas con huecos — Puedes venir… y esperar afuera. Es algo que nos pertenece.
    J. Paisley Callahan
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    Abro la boca, la cierro antes de decir algo que me mande directo a mi habitación, como que seguramente la tía Ingrid se puso insoportable con los crímenes y por eso la atacaron, habrá criticado que su ropa no fuera de marca, que no se recortaran la barba ¡o que no se bañaran hace tres días! Y nadie puede negarme en esta familia, que a veces la tía Ingrid se pone tan insoportable, que da ganas de almorzar con algodón en los oídos así no tenemos que escuchar toda su cháchara. No lo digo porque el tío Nick también fue atacado por esas personas, más de una vez, ¡el chico ese de jodo una vez lo venció! Tuvimos que ir a ver al tío cuando se estaba recuperando en su casa. Pero mi padre no deja de ser mi padre porque tenga amigos criminales, así como Jenna no deja de ser mi hermana porque tenga puros amigos imaginarios a falta de reales, diría la tía Ingrid y estoy muy complacido de poder citarla a mi conveniencia, de que lo más importante es estar con y para tu familia. —No quiero una tonta calabaza de supermercado— pataleo, ¡que no se trata de la calabaza!

    Y todos sabemos que Jen es la inteligente, mi madre puede apelar a esto todo lo que quiera, yo estoy armando una lista mental de todo lo que meteré dentro de mi mochila cuando salte por la ventana y no me importa que me alcance en la esquina, haré el intento. Casi no me lo puedo creer que mamá acepte que vayamos a verlo, ¡y claro que iba a aceptar! ¡Es mamá! Se fuma cosas raras con Luka. Muestro mi sonrisa más ancha al sentirme contento de que haya aceptado las condiciones de Jen, sin la necesidad de tener que chantajearla con contarle cosas a la tía Ingrid que la meterán en problemas. —¿Iremos? ¿Es un hecho? ¿Iremos a ver a Dressler?— busco la confirmación para ir corriendo a buscar mis cosas. —¿Cuándo? ¿Hoy? ¿Ya?— pregunto, —¿llevo algún videojuego?— sigo, tenemos que buscar algo con lo que entretenernos durante la visita, deliberadamente ignoro el que hayan dicho que será la única vez o quiénes quedarán fuera y quiénes entrarán. —Mamá, no tienes que preocuparte, nada malo nos pasará. Llevaremos nuestras varitas y nos mantendremos juntos— vuelvo a tomar su mano, —me quedaré cerca donde puedas verme— prometo. —¿Voy a preparar mi mochila? ¿Mi camiseta del Escuadrón de la Justicia está limpia?— si no lo está, no importa, para una segunda vez sigue siendo utilizable.
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    Sigrid M. Helmuth
    Con un largo suspiro me doy por vencida, un repaso a sus rostros me sirve para darme cuenta de que esta es una batalla que no puedo ganar, no por el hecho de que me superen en número, sino porque lo que me piden, por mucho que me cueste aceptarlo, no es algo que yo pueda impedirles, como bien hace mi hija en remarcar. Sigo diciendo que será bajo mis condiciones, a pesar de que me guardo el hecho de decidir por mi cuenta si me mantendré al margen o no, dependiendo de lo que nos encontremos cuando sea el momento de regresar al distrito nueve. Al final Dressler sí obtuvo lo que quería. — Iremos, pero no será hoy, mañana hay colegio y tú todavía no has hecho los deberes. — le digo a Brian en un intento de rebajar su entusiasmo a estas horas de la tarde, hasta le apunto con el dedo y todo. ¿Ven? Si es que ahora por creer que tiene un padre criminal va a pensar que está bien no hacer cosas como la tarea…

    Tampoco viene mucho a cuento así que tiro de su mano para atraer su pequeño cuerpecito hacia mí y envolverlo con uno de mis brazos para besar su cabeza llena de rizos, me queda mucho más alta que hace unas semanas por lo que es un buen recordatorio de que mis hijos, lo quiera o no, también crecen. — Ya sé que no te pasará nada, ahí donde la ves tu hermana que me está mirando con cara de haber chupado un limón, sé que va a cuidar de ti. — aunque apoyo mi mejilla sobre la cabeza de Brian, la mirada la dirijo hacia mi hija mayor con una sonrisa que indica que solo estoy bromeando.

    Con un movimiento de mi brazo estiro la mano para permitirle que se acerque, que yo sé que esto de los abrazos grupales a mi hija no le van mucho, pero es a lo que la obligo a participar cuando con el brazo que me sobra rodeo sus hombros y la estrujo contra mí. — Os quiero tanto… — murmuro cuando los tengo tan cerca que me recuerda a las épocas en las que era más común que adoptáramos esta posición, Jenna era mucho más pequeña y Brian apenas sabía hablar con propiedad, mientras nos apretujábamos los tres en el sofá viendo una película de dibujos animados, para variar un poco el repertorio. — Todo lo que he hecho ha sido siempre para protegeros, no lo olvidéis nunca. — susurro antes de posar mis labios sobre la frente de Jen en gesto cariñoso. No soy una persona que se emocione con facilidad, tiendo más al uso de expresiones cómicas para demostrar mi afecto, pero creo que esta vez puedo hacer una excepción, después de todo son mis hijos, daría lo que fuera por tenerlos conmigo por todo el tiempo del mundo, incluso cuando esta conversación me ha hecho darme cuenta de que no los voy a tener para mí por el resto de mi vida.
    Sigrid M. Helmuth
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