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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    1 de diciembre

    Sus muñecas estaban cansadas y sus ojos también después de estar tantas horas frente a libros, tomando anotaciones e intentando ser lo más proporcionar posible a la hora de una buena redacción sobre las consecuencias que tenían determinados actos en el distrito. No podían ser una anarquía para siempre, y estaba segura de que la experiencia que arrastraban del distrito catorce no serviría de nada. ¿Cuántos eran? ¿Un puñado? Allí eran muchos, si no se marchaban todos, y una superficie territorial demasiado extensa como para dejarse lagunas que usar por los más pillos. Porque pillos habían en todos lados. Terminó su atuendo acabando por enfundarse en una gruesa chaqueta azul marino que cerró hasta el cuello, disponiéndose a disfrutar del aire de la buena mañana. Golpear a Ben para decirle que se marchaba era como tratar de despertar a un gigante tirándole guisantes, por lo que acabó por marcharse sin más, cerciorándose de que Beverly estaba en su habitación y cerrando la puerta tras de sí con sumo cuidado.

    Los primeros días había caminado por el distrito sin un destino fijo, solo dejando que sus pasos fueran donde quisieran, pero prestando atención a todo, y todos, con lo que se cruzaba. Lo primera era conocer de primera mano el lugar que tenían que proteger. En su vida habían escaseado los paseos casuales, aquellos en los que, simplemente, se dedicaba a disfrutar de lo que le rodeaba sin tener mayores preocupación rondando por su cabeza. El frío aire la mantenía despierta y centrada, barriendo la calle con la mirada hasta que una señal captó su atención. El zoo. No recordaba haber estado nunca en el zoo, quizás la llevaron de pequeña pero lo cierto era que aquel tipo de recuerdos habían quedado anulados por todos los malos. Respiró con calma, siguiendo la señal hasta acabar frente a una verja de hierro entre abierta que no tardó demasiado en cruzar, si se lo pensaba podía aparecer alguien más, y suficiente era el hecho de que se estaba… colando; aunque su cerebro ya estaba trabajando en un millón de escusas.

    No tardó demasiado en caminar entre estructuras bien protegidas con criaturas que parecían acabar de despertar y buscaban alimento, se acurrucaban junto a otros de su misma especie en busca de compartir algo de calor corporal o simplemente vagaban por los alrededores. Fueron dos criaturas peleando los que llamaron su atención; disparándose llamas desde la parte posterior de su cuerpo y con un reluciente caparazón cubierto de… los ojos de la veela se entrecerraron, acercándose más a la verja en pos de que sus ojos no le hubiera engañado. Un caparazón cubierto de joyas. — Vaya — comentó cruzando los brazos bajo el pecho con la mirada fija en la pelea entre aquellas dos criaturas. ¿Nadie iba a separarlos?
    Arianne L. Brawn
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    Siendo una persona que nunca tuvo un sitio fijo donde estar, salvo el breve tiempo de vivir con Hanna, busco lo conocido entre todo lo nuevo para tener donde pensar y sentir que no estoy tan fuera de lugar. Pensar no es algo que me haya venido a bien en los meses pasados, a mi consciencia se unían otras voces que al darles permiso para llenar mi cabeza, no me dieron ni un segundo de paz. Es irónico como todas esas voces que no hacían más que gritar encontraron el silencio en la paz que dan los campos del distrito nueve, y sin embargo, la voz más baja y suave de todas por fin encuentra su espacio para hacerse escuchar y es la de Hanna. Me convenzo a mí mismo diciéndome que Riorden es el mejor resguardo posible para todos los Weynart, quien esté a su lado estará seguro, lamento que esta necesidad ansiosa por desprenderme de mi familia se haya dado tan tarde y aunque nunca busqué sujetarme nada, terminé soltando a alguien en el proceso. Tendría que haber escuchado a Xing en su momento, tal vez todo sería distinto, seríamos tres hoy, en este lugar, no lo sé, en ese entonces no era alguien con oídos para escuchar que tenía razón, llevó su tiempo y un par de golpes entenderlo.

    Solo mantente a distancia y deja que lo resuelvan por su cuenta— le indico a la mujer rubia que se acerca más allá de lo prudente a los cangrejos de fuego, y sí, es una distancia de un par de pasos, pero son cangrejos… de fuego. Hay una razón por la que se llaman así. —Necesitan saber quién es más fuerte que el otro—, que las criaturas también se manejan por luchas de poder y reafirmación de autoridad sobre territorios, con la salvedad de que no buscan hacer de eso una noticia nacional a diferencia de nosotros. No estaba tan mal ese día en la terraza como para no reconocer a Arianne Brawn, no Brown. Sí es cierto que tengo la mente mucho más despejada, en varios sentidos. —¿Aquí es donde terminamos todos los furiosos con la vida?— le pregunto, creo que no necesito mostrar cautela al hablarle cuando nos encontramos en un distrito que, de alguna manera, nos hace parte de algo, para nosotros tal vez un poco más difícil de asimilar que para quienes vienen luchando desde hace tiempo. —Hay bichos en llamas así que me preocupa que hayamos terminado en alguna clase de infierno— comento, y me guardo el detalle de que ella detrás de su apariencia, es una veela que podría contribuir a las llamas si pierde el humor.
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Lo mejor era preguntar quién se encargaba de aquellas criaturas, quizás estaban hambrientas y por aquella razón peleaban entre ellas. Permaneció con los brazos cruzados y la mirada fija en los mismos, puede que demasiado cerca; ni siquiera había mirado si existía una línea de seguridad que no se debía cruzar. El rostro de la veela se giró hacia la derecha cuando una voz le indicó que debía hacer. Ahora todo el mundo parecía creerse con el deber de decirle lo que debía hacer o no, pero no iba a pararse en aquello, primero porque se alejaría por seguridad y no por ser alguna especie de indicación; y segundo porque le pareció más interesante el rostro que visualizó que el hecho de estar más cerca o lejos de aquellas peleonas criaturas. — Weynart — saludó con un alzamiento de cejas —, ¿has llegado hasta el distrito nueve persiguiendo alguna mariposa? — preguntó con diversión, acabando por girarse por completo en su dirección, manteniendo los brazo cruzados bajo su pecho y recorriéndolo con la mirada. Lo vió con Alice después de que todo hubiera terminado, quiso ir a ayudarla pero ya estaba acompañada… pero no podía negar que le llamó la atención quién era su compañía.

    Sonrió de medio lado, volviendo a mirar a las criaturas cuando una se abalanzó sobre la otra que respondió con una potente llamarada. Ojalá tener el mismo control. Contactar con Holly era bastante complicado, e incómodo. — Primero crees que estás soñando conmigo y ahora que puede que hayamos coincidido en el mismo infierno — habló chasqueando la lengua a la par que dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. — Mejor mantente a una distancia prudente — se burló a su debilidad. Había personas que podían tratar de controlarse, continuar siendo ellos mismos cuando estaba cerca y, aunque en aquella ocasión solo estaba bromeando, él sabía que en su momento fue muy complaciente. — Espera — volvió a hablar, alzando una mano en su dirección para pensar con algo más de claridad. Había estado demasiados años estudiando, su memoria para los textos y conversaciones era envidiable. Entornó los ojos hasta que dio con ello.

    Acortó la distancia, tomando su muñeca con algo más de cuidado de como lo hizo antaño. — Esto está mal. No deberías estar aquí. Avisaré a los aurores… — su voz sonó entre dramática y cómica. Acortó más la distancia, haciendo que sus pies chocaran contra los contrarios. — Vendrás conmigo. No me obligues a hacerlo por las malas, tienes… que explicar que estás haciendo aquí —. Acabó triunfante. Realmente ella también era capaz de bromear solo que la habían conocido en una de las peores épocas… aunque tampoco es que se encontrara en la mejor teniendo en cuenta como podía cambiar su humor de un momento a otro.
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    Algo así— tengo que contestar a regañadientes, todos lo han visto como para que deba poner en palabras la razón por la que me encuentro en este distrito. Dudo que hayan escuchado algo de mi discusión con Riorden, ocupados como estaban enfrentándose a Magnar Aminoff que tuvo el gesto de presentarse en batalla, con esa varita que lo hace creer intocable. Basta con que asuman que me he quedado por Alice, que lo entiendan de la manera que quieran, sin todo lo que ella y yo sabemos que tuvimos que pasar para que decida pararme a su lado, de su lado. Aunque ahora mismo no me sienta muy seguro de que haya suelo firme bajo mis pies, por las dudas decidido moverme. Los cangrejos se ganan otra mirada de mi parte por su espectáculo con el fuego y me aparto esperando que la mujer me imite, así nos alejamos del calor vivo que acompañan a las llamas que comparo con un infierno, recuerdo poco de lo que fue nuestra charla en aquella terraza y más de la impresión que me causó, como un golpe de lleno en la frente, se anulan los pensamientos pero persiste la sensación.

    No caigo tan fácil— le aclaro, que sus frases sacadas de contexto insinúan algo que no es y aunque sea una broma de su parte, tengo práctica en esto de mostrarme como si nada me afectara, en especial si estoy sobrio. —Aunque la distancia sea poca y el abismo muy grande, sé mantenerme en el borde— o eso creo, me digo que este último salto al vacío no fue algo imprevisto, sino que fue un andar lento desde hace tiempo. Mi encuentro con ella se dio cuando estaban considerando el abismo, siendo honesto. Tan confundido que miraba la nada a mis pies sentado en una cornisa. Eso es lo poco que recuerdo, el lugar, el sentimiento. Ella tiene una memoria más precisa de las cosas y entonces sí, cada una de las palabras vuelve a mí como si las hubiera dicho ayer, es increíble. Coloco mi mano sobre la de ella que me sujeta la muñeca y, no, no soy en extremo impasible a su efecto, en especial si estoy sobrio. Tengo más consciencia de todo a través de mis sentidos despiertos. Aparto sus dedos con suavidad, nadie quiere a una veela furiosa por lo que pueda tomar como rechazo. —Me lo merezco— acepto, —y no hace falta ir por las malas. No te acusé a ningún auror ese día, ¿no?—. No recuerdo tan nítido que sucedió después de que se fue, pero no desperté en ninguna guardia, así que creo que no la delaté. —Estoy aquí por una amiga. ¿Y tú por qué? ¿Por oposición al ministerio?— es la razón que imagino, no me pongo en detalle de recordar con quien la vi o no la vi ese día en la alcaldía. —Mejor mantente a una distancia prudente, Brawn— le indico al dar un paso hacia atrás, que si estamos en el juego del espejo de palabras puedo hacerlo también.
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    Arianne L. Brawn
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    Esperaba que aquel lugar no acabara convirtiéndose en el distrito de los despechados o descorazonados. De verdad que se convertiría en un gran problema tener que lidiar con ello. Aun así se obligó a sonreír, imitándolo cuando se alejó un par de pasos de la verja que los separaba de aquellas criaturas. Él sabía mejor como dominarlas, la rubia solo era una espectadora tras una verja; maravillándose con la fiereza que se comportaban porque, en cierto modo, se sentía un poco como ellos. No porque quisiera marcar su territorio, sino porque también sentía recorrer sus venas aquella presión que buscaba salir;  la cansada veela que se angustiaba por no dejarla correr a sus anchas como hizo durante el asalto al distrito. Entre los peligros de darle la mano a aquella nueva parte de ella estaba el hecho de no saber si se volvería más fuerte cuanto más la consintiera.

    Sonrió de medio lado, asintiendo con la cabeza a sus palabras. — Ni siquiera me estoy esforzando ahora mismo — bromeó con gracia. Siempre la rodeaba aquella atrayente aura que permanecía intacta; estaba allí para atraer a los más débiles, doblegarlos aunque no tuviera ningún tipo de interés… pero la diferencia la marcaba cuando trataba de ser persuasiva con palabras. La cercanía más su voz era una especie de cóctel que pocos podían resistir, y lo cierto es que dudaba que él pudiera hacerlo aunque se lo propusiera. Aun así acortó las distancias, tomando su muñeca  mientras repetía las palabras exactas que él pronuncio en su momento. No pudiendo evitar sonreír cuando hubo terminado de recitarlas. — Fui muy convincente. A fin de cuentas he trabajado ocho años en el Wizengamot, uno… aprende a pronunciar las palabras justas y necesarias —. Todo se podía tergiversar en un mundo de tiburones como era aquel. Arrugó un poquito los labios. ¿Él estaba allí por oposición al Ministerio? ¿Justo se dio cuenta en aquel momento? — Aquí están las personas que quiero — simple y concisa. No le interesaban los gobiernos, y sus subidas y bajadas. — ¿Y tú? A mí me arrojaron aquí, tú tienes a toda tu familia en el Capitolio. ¿Cómo se siente ser la oveja negra del rebaño? — preguntó sin rodeo alguno. — ¿Siempre pensaste así? Es decir… Yo en cierto modo elegí el camino del Capitolio para sentirme segura, buscando la tranquilidad y estabilidad, pero ¿tú? ¿Has estado todos estos años allí porque era lo que querías o porque no querías decepcionar a tu familia y todo por lo que lucharon? — volvió a inquirir. En realidad sentía curiosidad por él. Ambos habían estado cerca del poder, incluso podrían haber accedido al mismo si lo hubieran deseado pero, por el contrario, allí estaban. Con la etiqueta de traidores decorando sus frentes para que cualquier tirador supiera justo donde apuntar.
    Arianne L. Brawn
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    Mantengámoslo así— digo, suena un poco a petición, bastante tiempo estuve sin poder encontrar mi propia voluntad sobre las cosas, como para pasar por el episodio patético de perder el sentido de mis acciones por influencia de una veela. Por si las dudas, evito sus ojos, aunque sé que el peligro real reside en su voz y en esa modulación que puede volverse un susurro persuasivo, acertado es que diga que siempre ha sido buena en su elección de palabras. —Sé algo sobre eso, aunque el silencio lo prefiero antes que a cualquier monosílabo— comento, eso es lo que marca la diferencia, su trabajo la llevó a saber armar discursos, el mío me hizo exento de tener que pensarlos. Y esta vez suena a que tengo que dar uno que sea convincente, no creo que Brawn sea la última en poner en tela de juicio los motivos por los que estoy aquí, así que a la larga tendré que ir fortaleciendo mi explicación, repitiéndola todas las veces que haga falta, obligándome a hablar y a explicarme, lo que siempre evité.

    Se siente mal— se lo digo sin vueltas, ese es mi problema de trasfondo y por qué suelo optar por el silencio, no tiendo a mentir. —Está mal— por donde se mire, traicioné a mi familia y sus convicciones, no merece otro nombre que sea amable conmigo. —Mi hermano era mi jefe y le disparé, abandoné a mi hermana melliza que siempre ha estado conmigo y a mi única hija— es una exposición bastante precisa de mis culpas. —Y si volviera a encontrarme en ese momento, en medio de la batalla, volvería a tomar la misma decisión— asevero, conociendo todas mis culpas y todo lo que está mal, era lo que sentí que tenía que hacer, y de no hacerlo, seguiría desorientado, perdido. Al menos ahora siento que puedo volver a encontrarme y escucharme a mí. —Brawn, no esperes que te diga que esto fue un arrebato de rebeldía y que un poco tarde encontré la determinación para enfrentar a mi familia diciendo que simpatizo con los rebeldes, porque no fue así. Te acercas un poco más al decir que solo estaba defendiendo lo que como familia logramos recuperar y en verdad creía en eso, tanto como para abandonar a una mujer que quería por tener una opinión contraria y que años después me buscaría para decirme que tuvimos una hija— retiro mis pensamientos anteriores, en verdad espero no tener que andar contando a esta historia a cada persona que me pregunte mis motivos. —Pero las personas cambian, yo cambié— porque a todo lo que sabía se fueron enfrentando voces que me exigían verlo desde una perspectiva distinta y que pueda llegar a sentir empatía por la injusticia de algunas pérdidas. —Y…— pienso en la mujer rubia del bosque que al tener la oportunidad de matarme, tiró el cuchillo a un lado. —no los considero mis enemigos, no quiero pelear contra… ustedes—. ¿Brawn puede entrar dentro de la palabra «ustedes»? —¿Crees que ser un Weynart siempre será una cruz en la frente por estos lados?
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    Arianne L. Brawn
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    Lo observó con gesto serio, escuchando con interés sus razones y explicaciones. Todos tenían una diferente para estar allí; o al menos los magos eran los que tenían las más extrañas y enrevesadas explicaciones. A fin de cuentas ellos elegían estar allí, o al menos tenían la posibilidad de hacerlo. Cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro, retirando la mirada de él y regresándola a las criaturas de fuego. El problema era que los obligaban a abandonar una parte importante de sus vidas para poder disfrutar de la otra; le privaban del derecho a entremezclar ambas opciones y poder descubrir algo mucho mejor. Dejó ir un suspiro cansado, recorriéndose los incisivos con la lengua. — No voy a opinar sobre si tu decisión fue correcta o no, si veo bien que dejaras atrás a todas esas personas —, incluso a una hija, —, aunque me alegro de que no te arrepientas de haberla tomado. Las decisiones importantes siempre nos reconcomen por dentro cuando albergamos la menor duda. Y ésta ha sido una sin retorno. — aseguró sin volver la mirada hasta él, solo dejando que sus ojos vagaran por la verja. El único retorno que existía era la traición. Frunció el ceño ligeramente, dirigiéndole una breve mirada de reojo.

    — No niego que todos podamos cambiar — interrumpió —, pero no siempre ese cambio es totalmente real — se permitió exteriorizar sus pensamientos, aquellos que la empujaban a sentir desconfianza hacia su persona. Todos tenían sus razones, más profundas o menos, pero algunas no eran más que mentiras que pretendía atrapar a los demás. — A tu familia le ha costado muchas vidas llegar hasta donde está — dijo con calma, entrelazando las manos frente a su cuerpo y enredando sus dedos con gesto pensativo. — Y aunque no pretendo generar ningún tipo de desconfianza hacia ti, Colin, es complicado entender que lo has dejado todo y que has olvidado a todos tus muertos para venir aquí — volvió la mirada hasta él, recorriéndolo con especial interés, como el que intenta encontrar alguna pista donde fuere. Arrugó los labios, dejando ir el aire y volviéndose por completo hacia él, respetando su petición de no acortar la distancia entre ambos. — Creo que ambos tenemos una cruz en nuestras frentes — respondió incluyéndose en la ecuación ya que no hacía ni un año que ella misma condenaba a humanos, incluso a rebeldes a morir quemados vivos en la hoguera. — Pero también creo que nuestro pasado no debería definirnos, y que esa cruz desaparecerá o nos matará cuando se vean nuestras verdaderas intenciones —.

    Se llevó una mano a los labios, pellizcándose el inferior en un par de ocasiones. — ¿Tienes miedo de que no te acepten? — inquirió alzando la mirada y con los dedos aún apoyados en sus labios. Alice era un buen soporte, al igual que Benedict lo había sido para ella.
    Arianne L. Brawn
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    Así suele ser con los caminos en el tiempo, ninguno vuelve hacia atrás. No creo que el lugar donde estoy ahora sea el destino después de una búsqueda desesperada por lo que una vez fue, no he llegado hasta aquí siendo un rastro del pasado, la persona a la que trato de mirar de frente en estos días sé que no es la persona que fue mi amiga una vez, sino alguien de quien debo demostrar que merezco nueva confianza y amistad. Lo siento como un camino irreversible, uno que iba andando y si no quería llegar a este punto, todo lo que tenía que hacer era truncarlo, no pude. No sé qué hubiera sido más cobarde de mi parte, detenerme cuando me creía con voluntad para hacerlo o tomar esta salida que se siente como lo que tenía que pasar.

    Pese a las buenas razones que tiene Arianne Brawn para desconfiar, que al final de cuentas también a mis muertos he traicionado, no solamente a mi familia viva, me afirmo en el sitio donde estoy para dejar en claro que es donde me llevó mi elección. —Comprendo el recelo y no voy a pedir lo contrario, sé que tengo que demostrarles a ustedes y a mí mismo que aquí es donde debo estar…a mí mismo. No daré espacio a las dudas, no quiero hacerlo, será más adelante cuando pueda descubrir por mí mismo si esto fue una idiotez y entonces tampoco habrá camino para volver hacia atrás, se tratará en todo momento de seguir avanzando y esperar con una confianza que late en algún lugar, de vuelva a encontrarme con mi familia en circunstancias distintas y mejores. —Hay mucho para hacer en este distrito, un cambio de gobierno limitado a este territorio no se dará en paz, sería de ilusos creer que desde afuera o desde adentro, podrá tenerse todo controlado… y ninguna de las personas que iniciaron esta revuelta lo es— todos ellos, no Arianne, son gente que conoce de guerra, obligados a esta pese a que la misma Alice o aquella rubia del bosque me convencieron de que no tenían intención de una. —Haré mi parte hasta ganarme su confianza— lo digo en voz alta para ella, también para mí.

    Y esa cruz que cargo no puedo decir que me pesa, en parte sí, en parte no. No es algo que tenga que ver mucho conmigo, sino cómo puede ver el resto y la pregunta de la mujer me hace notar lo infantil de este sentimiento. Así que asiento con la cabeza con un poco de vergüenza, creo que mucho de mi vida ha tenido que ver con esta cuestión de aceptación, ser lo que otros esperan que seas y en el caso de mi familia, que luche con ellos, tiene relación con esto de querer ser parte de algo. —Si, lo tengo— reconozco ante ella. —Si no me aceptan tendría que irme, ¿y a dónde iría? Tengo miedo de dar un paso en falso, decir algo inadecuado, y que sea un Weynart se anteponga a todo, que me critiquen en base a eso, que baste tan poco para que unido a mi apellido sea lo que me expulse. ¿Y a dónde iría?— es nuevo esto de poder decir todo lo que pasa por mi cabeza, eso mismo hace que mi mirada cambie al posarse sobre ella. —Lamento lo de aquella vez, en verdad… por no saber cómo actuar… te hablo del miedo a ser expulsado y lo sabes muy bien por tu propia piel, en verdad lo siento.
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    Arianne L. Brawn
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    Al fin y al cabo ellos dos eran traidores, ¿por qué no volver a serlo? Por un módico chivatazo podrían volver a su lugar de origen. Alejados de penurias, guerras directas y desconfianzas. Realmente no sabía que los había llevado a dar el paso que los lanzó hasta el lugar en el que se encontraban. Eran pensamientos que siempre habían pululado por su cabeza, pero el verdadero paso… Colin lo dio por propia voluntad; la rubia fue empujada. — Primero deberías demostrártelo a ti mismo, el resto surgirá con naturalidad si los demás te ven convencido — comentó con suma tranquilidad, descruzando los brazos y dejándolos caer a ambos lados de su cuerpo. Prensó los labios, conteniendo las palabras. Sobrevivieron todos aquellos años gracias a la desconfianza a los extraños y la plena confianza en los suyos, decir que era una desconfianza inquebrantable era absurdo puesto que ella entró hasta allí sin encontrarse trabas en el camino. Solo con la confianza que Benedict depositó ella desde el primer segundo.

    Suspiró y metió las manos en sendos bolsillos de su chaqueta, apretándola contra su cuerpo en un intento de mantener unido a ella el escaso calor que emanaba de éste. Se había acostumbrado al frío, ¿era un efecto secundario de en lo que se había convertido? — No entiendo demasiado de guerras ni de luchas de poder — habló con indiferencia ya que nunca quiso inmiscuirse en las mismas, hacerse partícipe de ellas ni conocerlas. Le eran algo ajeno y desconocido hasta que se vió de lleno en mitad de una que la tuvo corriendo de un bando para otro antes de darse cuenta de lo que estaba pasando. Era absurdo; ella lo era. — Solo trataremos de que éste lugar sea seguro durante el máximo tiempo posible. Darles a conocer otra opción y que la quieran lo suficiente como para que, si esto acabara mal, no deseen regresar al punto de inicio —. Lo principal era aquello, que no solo disfrutaran de una igualdad momentánea sino que se convirtiera en algo primordial en sus vidas. — Todos estáis demasiado preocupados por la confianza — apostilló con una diminuta sonrisa. Todo el mundo caía por su propio peso, aquellos que no mostraban sus verdaderas intenciones también lo harían.

    Dejó los dedos apoyados contra sus labios y sus claros ojos fijos en él. Hasta que regresó la mano al resguardo de su bolsillo. No pudiendo evitar la sonrisa divertida que se instauró en su rostro. Observándolo mientras hablaba, inclinando la cabeza hacia su lado y prestándole toda su atención. — Este sitio no es como el Capitolio, Colin — chasqueó la lengua —. Todos tenemos un pasado y un apellido, todos cometemos errores y decimos cosas que no van a ser apoyadas por los demás. Puede que inicialmente te prejuzguen, pero muchos de los que ahora estamos aquí llegamos del mismo modo que tú y yo. Y seguimos aquí — explicó encogiéndose de hombros — Va a depender, en gran medida, de ti mismo que esa cruz acabe por convertirse en una diana o no —. Se permitió acercarse hasta él, haciendo caso omiso a su petición previa de que mantuviera las distancias por ‘respeto’ a lo que podía provocar en los demás. — Ten un poco más de confianza en ti mismo, no sabía que algún Weynart podía ser así de inseguro — se burló golpeándolo ligeramente con el hombro en la parte superior del costado.

    No deshizo sus pasos, dejó que su hombro se quedara rozándolo. — No tienes que disculparte por eso, lo entiendo — aseguró. Estuvo en las minas cuando el intercambio y si hubiera tenido que tomar partido en aquel momento… posiblemente se habría protegido a sí misma por miedo. No podía culparlo de algo que, como había dicho, conocía demasiado bien. — Pero no vuelvas a tratar de arrastrarme a ningún sitio — agregó con tono bromista a la par que de advertencia.
    Arianne L. Brawn
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    En la familia quien sabe de guerras y luchas de poder es mi hermano mayor, no yo. Están quienes ubican las piezas, otros que somos las piezas, no espero que eso cambie demasiado en este distrito, en el sentido de que espero que me permitan estar, que alguien diga que es lo que debemos hacer para que esto sea posible o una posibilidad. Puedo inquietarme un poco por lo que asoma entre sus palabras, esa probabilidad de que esto no acabe bien, de que seamos perdedores de una primera batalla por pensar que podíamos desear algo distinto –y tan raro incluirme en ese pensamiento–, aunque el consuelo esté puesto en que vendrán otros, de que somos los antecesores que podrían ir marcando una diferencia para que luego, tal vez más tarde, se dé un cambio definitivo. Tengo que admitir para mí que no me agrada mucho pensar que mi propia renuncia a todo acabe en nada, con más razón, quiero hacer de esto algo posible, no solo una posibilidad.

    La confianza es importante— apunto, por más que sea un comentario vago. La confianza viene por delante de la lealtad, del sentimiento de comunidad, de pertenecer. Por eso busco, con la inseguridad que ella logra reconocer en mí, poder conseguir esa confianza para saberme aceptado y que el «nosotros» sea una realidad, no solo una palabra en mi mente. —Queda demostrado que soy un Weynart bastante diferente al resto— o no, lo de ser un Weynart parado en el lado que se levanta en armas parece una herencia que a todos nos llega, más temprano o más tarde. —No seré a ti a quien esconda cómo me siento, quizás seas la única persona que pueda comprenderlo— con sus recuerdos del Capitolio todavía recientes en la memoria, es quien creo que podría apreciar el contraste de realidades, lo que tuvimos y ya no, lo que podríamos tener. Y también porque no me juzga, por el contrario, me trae cierta calma a mis incertidumbres, extraño viniendo de una veela que debería inquietarme más que serenarme, por eso no rehuyo de su contacto cuando vuelve a acercarse.

    Y no pienso a arrastrarte a ningún sitio, digo, estamos atrapados en este distrito— podría haber sido una broma si no fuera porque lo digo con la seriedad de quien señala un hecho. —Si no aceptas mis disculpas, al menos déjame darte las gracias, por patético que sea decir una cosa después de la otra. No es que esté repitiendo ningún guión de buenos modales, de hecho… no suelen importarme mucho. Si te agradezco es porque… sentía mucha ansiedad por no saber con qué me encontraría al estar aquí, y si tú que podrías mostrarme mala cara con justa razón no lo haces, puedo encontrar cierta tranquilidad de permanecer— me quedo callado, no pareciera que tuviera algo más que decir, pero sé que lo hay, solo tengo que encontrarlo y aprovechar la situación de honestidad para no quedarme con nada guardado. —Sentí por mucho tiempo que no encajaba, que chocaba con ciertas personas. Mi primera impresión de ti fue algo así… y ahora que puedo hablar contigo, creo que se debía al lugar en el que me encontraba, a veces solo falta moverse un poco— musito.
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    Arianne L. Brawn
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    Tenía que ser objetiva. Las cosas no serían fáciles, nunca lo habían sido y no iba a cambiar por haber conseguido una primera victoria. Era algo pequeño y simbólico, una esperanza que todos habían acogido con agrado pero que la veela tomaba con desconfianza. No podían ser tan crédulos. Entendía que deseaban celebrar el haber conseguido algo tras tantos años, que algunas personas hubieran decidido quedarse en el distrito porque lo deseaban y no porque los obligaran a ello, que otros muchos se hubieran trasladado hasta el mismo desde el Norte, o incluso desde otros distritos mejores considerados. Pero no podían bajar la guardia y pensar en aquel lugar se había convertido en un lugar seguro, en un lugar, solo porque ellos eran ahora los que recorrían sus calles. Ellos dos habían vivido en el Capitolio el suficiente tiempo como para saberlo. El hermano de Colin era el Ministro de Defensa; mientras que la veela había bebido, y vivido, de toda la información que poseía el Wizengamot durante varios años. Ellos no podían ser así de crédulos, no debían serlo. Por triste que sonara, nadie se podía relajar ni un instante teniendo en cuenta las circunstancias.

    Se encogió de hombros. Sí, la confianza era importante, pero no era la base del mundo. Hasta las personas más cercanas podían traicionarlo, era un hecho y una posibilidad que siempre habría que tener en mente. Ciertamente negativa y pesimista, pero era la forma en la que las personas sobrevivían en el mundo en el que les había tocado vivir. Esbozó una sutil sonrisa, permaneciendo parada a su lado con la mirada fija en la verja que se levantaba ante ellos. — Ser diferente es bueno, el resto es demasiado ordinario — simuló un escalofrío que denotaba el desagrado que le podía suponer que todos fueran iguales. Suspiró con sonoridad, cruzando los brazos bajo el pecho. — ¿Sabes? En cierto modo siento que debería admirarte — pronunció tras unos segundos en los que estuvo inmersa en sus pensamientos; cavilaciones relativas a que ella era la única persona que podría alcanzar a comprenderlo. — Hubo un momento en el que decidiste que tenías que hacerlo, que debías seguir tu propio camino y no el que te habían marcado — comentó —. Yo no tuve la última palabra, ni di voluntariamente ese paso. Cuando supe que era una veela, que no podría volver a casa, que las consecuencias al final me habían alcanzado… y no lo quería. Los primeros meses tuve que contenerme para no aparecerme en el Capitolio y pedirles que hicieran las cosas bien — asintió lentamente, rascándose las cutículas del pulgar. —. Que me mataran en condiciones. — concluyó. No tenía ni la menor idea de porqué le estaba contando aquello a él, y no a las personas a las que se sentía unida; sería por lo mismo que él, porque sentía que era la única persona que podría alcanzar a comprenderla.

    Sonrió con ironía y cambió el peso de su cuerpo de un pie hasta el otro, permaneciendo callada en lo que escuchaba todo lo que tenía que decir. — Estuve justo ahí. Parada donde tú estás ahora mismo, contándole a Benedict mis pensamientos cada vez que me pedía que dejara solo de sobrevivir. Si encajaría, si  mi pasado solo sería pasado, si encontraría un lugar al que pertenecer o solo tendría la constante sensación de querer huir — trató de consolarlo. Sus sentimientos eran algo normal teniendo en cuenta lo ocurrido. — Lo que quiero decir — trató de explicarse, viéndose algo sorprendida y volviendo el rostro en su dirección, escudriñando el perfil contrario. — Estás empezando a convertirte en mi Weynart favorito, eso puede ser peligroso — acabó por bromear tras unos instantes. — Deberías de empezar a ser un poquito más tú mismo, Colin. Puede parecer complicado y confuso al inicio, pero cuando te encuentras a ti mismo es mucho más fácil aceptarte y que te acepten — aseguró, hablando en un pequeño espacio de tiempo más de lo que pudo hablar en meses. — Te lo dice alguien que no solo tuvo que encontrarse a sí misma, sino también entender y aceptar en lo que se había convertido para que no acabara tragándome por completo —. Arrugó penas un ápice los labios, dar consejos a otros nunca fue lo suyo, hablar de sí misma mucho menos. Y tenía la impresión de que en aquel aspecto ambos eran también muy parecidos.
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    Fui «el resto» por mucho tiempo, estuve entre los ordinarios, ser el Weynart que en este momento se muestra diferente no sé qué tan diferente me haga en comparación a muchos otros como para sentirme dentro del comentario que hace, pero le sonrío. Ella también estuvo entre los ordinarios, aunque por su pasado nunca lo fue y no hay manera de que vuelva a serlo luego de transformarse en veela, que me diga que es bueno ser diferente lo tomo como ese lazo que llega a unir a dos personas que logran verse similares, cada una agarrando un extremo, es la confianza de saber que hay otro en lo raro y diferente que te sientes. —No creo que quieras ir por el lado de admirarme nada— la prevengo, —no soy más de lo que se ve— es lo que he dicho toda mi vida, la frase repetida, también cuando mis pensamientos quebrantados se anteponían a mis acciones. Y en verdad, estoy a punto de decirle que no puede admirar el que haya tomado esto como decisión, cuando a ella no se la dieron. Hicieron más que quitarle derechos de elegir sobre una cosa u otra, la asesinaron y si está aquí es porque fue una muerte que la martirizó, eso quita todas las posibilidades. La muerte siempre quita todas las posibilidades. Pierdo por un momento mi mirada entre las criaturas que están detrás de las rejas, porque eso era lo que no quería para Alice, aunque creyera que en vida sus opciones se habían agotado, morir sería lo irreversible y lo que la dejaría sin nada en absoluto.

    Escucho su relato, entonces sí entiendo qué es lo que admira, después de haber tenido que pasar por morir y perderlo todo, para tomar una elección que quizá es la que prefirió siempre. Mi mirada se queda en ella, todo eso que dicen sobre que las veelas impresionan los sentidos es algo que creo poder controlar, ayuda el que tenga tanta práctica en guardar todas mis emociones muy en lo profundo al tener predilección por lo tranquilo antes que por los sobresaltos –ironías aparte-, y poder hacerlo es lo que me permite poder mirar a la mujer viva detrás de la veela. —Nunca va a dejar de sorprenderme que…— digo, pareciera fuera de lugar a lo que acaba de contarme, y sin embargo, está estrechamente relacionado. —Te encuentras con personas todos los días, das por hecho que con tal o cual persona podrías entenderte… y luego, en un giro muy imprevisto, como esas esquinas donde hay un edificio en las que coinciden dos veredas y las personas chocan por no poder verse, de esa misma manera…— se lo explico moviendo mi mano y agarrando la nada en el aire. —El día que debe ser te topas con una persona que te refleja— esta última palabra la digo con cautela, dudando, habrá otras más claras, pero es esa la que mejor me explica.

    También comienzas a agradarme— contesto a su broma con una respuesta más escueta de mi parte, sin que deje de ser la verdad por todo lo que me ofrece como consejo. —Me agradas bastante, aunque estoy seguro que ni ese día en la terraza, ni ningún otro día antes en el que podamos habernos encontrado en el ministerio, nos hubiéramos entendido— indiferencia, apatía, simple desinterés, reconozco todas esas emociones en mi permanencia en el Capitolio, choca con mis ojos la imagen de mí mismo siendo un solitario entre un montón de gente. —Así que me alegro que tengamos una segunda oportunidad, en todos los sentidos— aclaro, —una segunda oportunidad para empezar algo nuevo, para que hayamos podido hablar, te diría que me alegro también de que…— mis ojos vuelven a buscar su rostro, —ninguno de los dos esté muerto, porque no lo estás. Pero decirlo comienza a darme escalofríos, porque… si lo piensas como que todas las personas que están aquí vencieron a la idea de la muerte en algún momento, que este lugar como dices no es nada definitivo, durará lo que tenga que durar, y esperamos que sirva a otros para mostrar una diferencia, en todo lo que puedo pensar es que…— ensancho mi sonrisa para que note la broma, —no, no llegamos al infierno, se parece mucho al purgatorio. Y lo bueno es que… no lo es, es real, tal vez la primera cosa real en años donde tengamos para apoyar nuestros pies y dejar de huir, porque podemos ser nosotros mismos, Arianne.
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    Arqueó ambas cejas, esbozando una sutil sonrisa pero con la mirada fija en la verja frontal. Todas las personas eran mucho más de lo que dejaban ver a los demás; se encerraban en sí mismo tanto por miedo a que los dañaran como por miedo a ser los que dañaran a los demás. Lo conocía demasiado bien, había convivido con ello durante los últimos doce años. Encerrada en sí misma para no dejar que nadie cruzara las barreras que creía que la protegían de todo el mal que reinaba en el exterior. Solo estaban equivocados, y no tenían ni la menor idea de cuánto. Pero no era algo sobre lo que sermonearía a Colin, no cuando ella todavía lo estaba procesando y los cambios solo se veían aparecer paulatinamente. Negó lentamente con la cabeza, afianzando con firmeza los brazos bajo su pecho. Sacar las cosas de dentro era algo que se sentía reparador, era incluso mejor cuando la persona que estaba al otro lado era un desconocido; alguien que no podría juzgarle y solo le prestaría su atención durante los minutos que durara su corto relato. Porque la desgracias no eran pocas, pero tampoco merecían ser rememoradas, sí superadas.

    Dejó ir todo el aire que quedaba en sus pulmones. El frío de la estación la habría hecho temblar, pero su piel siempre permanecía tibia incluso con las temperaturas que los golpeaban en aquellos días. Aun así escondió las manos en sendos bolsillo de su chaqueta, permaneciendo impasible. Lo escuchó con pausa, volviendo el rostro en su dirección cuando se percató del movimiento de sus manos, las cuales trataban de darle algo de énfasis a sus palabras, y la dejó fijas en éstas incluso cuando dejaron de moverse. Una personas en la que sentirse reflejado. Quizás era demasiado profundo, tenía un trasfondo mucho más allá de una mera palabra. Nunca se sintió reflejada en nadie, tampoco lo esperó o buscó. La unión con otras personas era algo diferente, había acabado ligándose a algunas, pero nunca llevó aparejado un reflejo en las palabras contrarias; que pudiera entender con claridad qué era lo que decía y como lo decía. — Nos pasamos la mayor parte de nuestra vida buscando a esa persona en la que reflejarnos, pero solo llega cuando menos lo esperamos y en el rostro que menos esperamos — contestó con apenas aire. Chasqueando la lengua con cierta diversión; por como la conversación entre ambos había acabado derivando hacia tales derroteros, unos que jamás habría pensado compartir con alguien como él. Con alguien como había pensado que era él; porque estaba claro que las apariencias engañaban y ambos podrían firmar con seguridad bajo tal afirmación sin temor a equivocarse.

    — ¿La verdad? — contestó con aire pensativo. — Puede que nos hubiéramos entendido a la perfección — comentó sonriendo de medio lado —. No se me daban bien las personas, con esto no quiero decir que ahora sí, y tengo la sensación de que a ti tampoco. Puede que hubiéramos sido una buena compañía el uno para el otro. No sintiéndonos completamente solos por tener a alguien delante pero permaneciendo inmersos en nuestros propios problemas. Al menos la gente no nos habría tachado de solitarios — bromeó con cierta sorna. En cierto modo sus palabras tenían una innegable lógica que ni siquiera él podría negar. Triste, pero lógica. Acabó por girar el rostro en su dirección dejando que su claro mirar se encontrar con el contrario; dejando que así fuera mientras escuchaba todo lo que quería decir. Estaba segura de que no aguantaría más de un par de segundos su mirada, no cuando estaba tan cerca y prestándole plena atención, dejando que su relajación lo impregnara con suma lentitud. Así era, una montaña rusa que, en ocasiones, la quemaba por dentro,  y otras en era capaz de proyectar una tranquilidad peligrosa. Como la que asomaba justo antes de una tormenta. — Éste lugar es nuestro pequeño ojo del huracán — comentó al hilo de sus pensamientos —, nos sentimos seguros aunque veamos las vacas volar justo a nuestro alrededor, pero sabemos que en algún momento se desplazará y nos tragará. Y aun así seguimos aquí, esperando a que ello ocurra y nos convirtamos en las vacas voladoras — se unió ligeramente a su broma, explicando desde la altura lo que venía siendo la situación pero de un modo divertido y menos serio. — Cuando terminemos de ordenar todo éste desastre podremos ser lo que queramos — rezó moviéndose un poco en el lugar en aras de despertar sus pies. — ¿Has pensado como ayudarás? Puedo tratar de enchufarte — propuso guiñándole un ojo con gracia. Que, bueno, Alice también podría hacerlo, pero nunca estaba de más tener más de una mano negra ayudándolo.
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    La buscamos toda la vida, quizás decir toda la vida es mucho tiempo, así como decir que tal vez el efecto reflejo puede durar apenas un momento, ese en el que nos cruzamos con la otra persona en el tiempo y el lugar que debe ser. No sé si mañana seguiremos siendo reflejo del otro, si dentro de un año se mantendrá esta sensación. Es en este momento en que hay algo en Arianne Brawn que me hace sentir comprendido hasta los huesos sobre todo lo que perdido y lo hallado, sin que eso tuviera implicancia de algo más, quizá también porque estamos valiéndonos de una impresión, de una conversación que no llega a hurgar en todos los recovecos donde se encuentra lo que nos hace distintos. No lo busco tampoco, no quiero romper el efecto, lo necesito por estar aquí, necesito –inseguro así como ella apuntó que soy- de un reflejo que me diga que estoy donde debo estar, porque este es el sitio de las oportunidades, no hay otro. —¿Será?— sonrío a lo que parece una explicación muy coherente de por qué podríamos habernos entendido hace un tiempo. —Trato de no pensar en los «que hubiera pasado sí…», es un poco como volver hacia atrás, y no quiero… no quiero perderme en el retroceso. Sino afirmarme donde elegí estar— lo digo para escucharme a mí mismo, aunque sea un pensamiento amable el suponer que quizá podríamos habernos hecho compañía. —Podemos partir desde aquí.

    Este distrito donde elegí estar, donde hay vacas voladoras, creo que es la descripción más acertada a toda la situación que atravesamos, casi espero verlas atravesar el cielo sobre el zoológico cuando levanto la vista. La imito al guardar las manos en los bolsillos de mi chaqueta y esperar, solo esperar a que eso ocurra, a que nos encontremos en un nuevo vórtice que nos arroje quien sabe a dónde, por debajo de las mangas de la chaqueta siento el estremecimiento por lo impredecible, trago el nudo nervioso de mi garganta. Solo aguardo, así como ella. —Estaba pensando en sumarme a la defensa del distrito— contesto, bajo mi vista hacia la jaula que tenemos delante. —No te niego que me gustaría seguir trabajando con los animales, no me molestaría hacerlo, las vacas voladoras de este distrito también llaman mucho mi atención, pero he visto a lo que se enfrentan. He estado del lado al que se enfrentaban. Sé que cada par de manos que puedan sumarse a sostener un arma y defender esto, cuenta— se lo explico como yo lo veo, y echo una mirada de soslayo hacia su dirección. —También serás jueza en este distrito por lo que tengo entendido— comento, no es un secreto la conformación del Consejo, y solo por la confianza permitida de estos minutos, pregunto: —¿Estás bien con eso? ¿Es lo que quieres hacer?
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    Lo cierto era que podía contar con los dedos de una mano las personas que le importaron durante los últimos diez años. Si restaba a los que eran su familia acababan siendo… ¿dos? ¿tres? Dudaba que fueran muchos más. Y en aquel momento extrañaba ver a Jean cuando visitaba a su hermano o se rehuían mutuamente, también extrañaba a Jasper y sus sermones éticos o los problemas que tenía con Maeve, su hija más que adolescente. Pensar que él hubiera podido aparecer en aquella corta lista se le hacía extraño e incómodo, pero  la vez cercano; como si con aquella corta conversación hubiera conseguido ganarse su complicidad sin apenas esforzarse. Era lo que tenía encontrar a una persona que, con ciertos matices, había pasado por algo similar o perdido casi lo mismo. Porque ambos perdieron su hogar, a sus familias, su estabilidad y empleo… y casi también su pasado, porque no debían volver sobre el mismo. Los claros ojos de la veela enfocaron el cielo, inclinando ligeramente la cabeza hacia atrás y tomando una profunda bocanada de aire que congeló sus pulmones durante unos segundos. Era azul, completamente despejado, y ajeno a lo que pasaba bajo él. A veces le gustaba abusar de su habilidad para convertirse en ave y perderse en mitad de la azul inmensidad.

    Cuando bajó la mirada se movió un poco en el sitio, balanceando los pies hacia adelante y atrás, volviendo el rostro en su dirección para prestar atención a sus palabras. Asintió lentamente. — En los registros aún constan los nombres de algunos cuidadores del zoológico, supongo que se las podrán arreglar bien. Sino siempre pueden pedir ayuda en un momento concreto. Estamos adaptándonos, tenemos que trabajar todos unidos — pronunció con aire ausente, queriendo rememorar alguno de los nombres que leyó pero no dando con ellos. Demasiadas cosas pululaban por la cabeza de la veela. — Te agradezco que hayas decidido unirte a la defensa del distrito, realmente es algo en lo que necesitamos invertir para poder defender este lugar; seguro que tienes mucho que aportar y tanto Benedict como Amber te escucharán — agradeció y aseguró. Porque no estaba orgullosa, y tampoco dispuesta, a tener que obligar a los habitantes del distrito a unirse a la defensa del mismo, a que arriesgaran su vida de buenas a primeras.

    Presionó las manos contra su cuerpo, cesando en el balanceo de pies y dejándolos caer sobre el suelo. — Es mucho trabajo. No solo tendría que ejercer sino también legislar, lo cual rompe el principio de separación de poderes…. Que no sé si sabes lo que es, pero no debería tener el poder de dictar las leyes y también aplicarlas porque podría usarlas en mi beneficio — inquirió siendo más técnica de lo que había querido ser. Meneó la cabeza, esbozando una sonrisa. — Es demasiado pero no puedo negar que me emociona — confesó —, saber que… puede que por primera vez aplique unas normas que serán iguales, que solo harán distinciones por las situaciones pero no por la sangre, status o raza de la persona, es… — prensó los labios, mordisqueándose la punta de la lengua. — lo que quería. Impartir una justicia imparcial que acabe protegiendo a la víctima real y no a la que nos era impuesta — no pudo reprimir algo de ilusión y emoción en su voz. Porque era mucho trabajo, y algo que no se había buscado puesto que solo deseaba tranquilidad, pero que no podía negar. — No podré redimirme, no al menos conmigo misma, por las cosas que hice, pero será un buen paso — volvió el rostro hacia él antes de volver a hablar. — Este sitio está lleno de segundas oportunidades, ¿crees que nos las merecemos? Que merecemos este ápice de emoción o felicidad —.
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    Aun teniendo a mi hermano como ministro y que sea una amiga quien ocupara la jefatura del departamento en el que trabajé por años, nunca he creído que tuviera algo que aportar como para pedir ser escuchado a esas dos personas que aprecio en verdad, más que hacer lo que se me pedía que hiciera, esa obediencia a las indicaciones que se volvió costumbre, no he visto mi trabajo más que como la obligación de colocarme un uniforme. Por primera vez siento que sí tengo algo que aportar, que me gustaría dar lo que tengo y lo tengo que sé para proteger todo esto, pese a que hablamos de segundas oportunidades, mucho de lo que está pasando se siente como una primera vez que provoca un optimismo casi incómodo, tengo que alzar mis ojos al cielo como ella para esconder mi sonrisa. —Trataré— es todo lo que digo, conozco lo rígido de mi carácter como saber que romper viejos moldes llevará su tiempo y dependerá en gran medida de las personas que me rodeen, le echo una mirada de soslayo, decido que Arianne Brawn sea parte de esa gente, siempre he creído que se trata de elecciones, también cuando se eligen personas.

    No, nadie nunca me habló de leyes, mi hermana quizás me comentaba cosas de su trabajo como profesora así que puedo decir que conozco algunas de las reglas en ese ámbito, pero la aplicación de leyes desde los tribunales es algo que escapaba de mí, mi deber se limitaba a que se ejecutaran si me requerían, no a involucrarme o plantearme si los juicios eran válidos o no. Pudo mantenerme dentro de mi uniforme por años dejando fuera las opiniones que pudiera formarme en base a mi propio criterio, convencido de que las cosas estaban bien como estaban, eso cambió, no hay dudas. Si estoy aquí es porque me cuestioné cosas al punto que me tenían insomne, confundido. —Si en algún momento se vuelve demasiado y necesitas hablarlo, puedo escucharte. Todas las veces que necesites hablar del Capitolio…— lo digo con un tono de vacilación, pero lo digo. —De cómo hacías las cosas antes, de cómo te gustaría hacerlas ahora, a mí no va a molestarme poder hablar de cómo eran las cosas allá y de lo que hicimos…— lo creo parte del proceso de dejarlo atrás, volver a ello todas las veces que hagan falta, y aunque las personas de aquí sean comprensivas, no creo justo hablarles de un lugar que es todo lo contrario al pasado que ellos mismos cargan. — Siempre que necesites hablar, me considero una persona que sabe escuchar— le aseguro, para no decir que es porque suelo hablar poco, aunque esta ocasión sea una excepción. Nunca he sido bueno con las palabras amables tampoco, espero que la franqueza valga en reemplazo. —Procuro no pensar en sí merecemos o no algo, como si dependiera de alguien o algo más, que las cosas sean puestas en nuestro camino. Quiero pensarlo como que si queremos algo, tenemos que ir a por ello— y pese a las propias restricciones que yo puse, tomo su hombro con mi mano para reconfortarla con el gesto, darme ánimos a mí también. —Y ya no estamos solos.
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