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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Sabía que casi se pasaba el toque de queda en aquél bar, sabía que no se suponía que rondase por las calles de noche, sabía que cosas malas podían suceder si estaba afuera muy tarde, pero no le importaba. A tan solo veinte minutos para las 11 le pareció una genial idea caminar, dar vueltas por las calles viendo como se llevaban a los menores que las rondaban y luego quizá ser parte de la larga fila de personas cuyas almas han sido succionadas por dementores ella misma...sí, sonaba divertido y lógico.

    No estaba segura de qué droga había aceptado ni a quién se la había aceptado, solo sabía que la personas se veía agradable y le había prometido que no la iba a violar, igual, a ella poco le importaba que la fuesen a violar ya, no es como que no lo hubiesen hecho antes. Lo que sea que le dieron en conjunto con la cantidad absurda de alcohol en su organismo la dejaron mareada, un tanto adormecida y con muchas ganas de reír y cometer estupideces, sin embargo, sí se sentía dueña de su propio cuerpo y sus decisiones, eso hasta el momento era lo que no la hacía sentir tan miserable por su propio estado.

    Intentó convertirse en un gato y ver si así podía ir a cazar un rato por diversión, al menos, tener ratones y cucarachas en la boca no le molestaba cuando estaba en esta forma. Lo logró por unos minutos y pasó estos minutos saltando de un lugar a otro, ya que, por el momento, no veía ningún ratón solitario cerca al cual cazar, pero después de un tiempo ya no podía ni con su propia magia y justo atravesando la calle se transformó de nuevo y sintió como sus piernas no aguantaban su cuerpo, que bueno que llevaba pantalón porque estaba a punto de caer.

    Su cuerpo chocó contra el suelo, ya estaba acostumbrada últimamente a chocarse con todo y acabar en el suelo, pero en esta ocasión sus propias piernas le jugaron una mala pasada. Suspiró, no se había golpeado realmente pero no se podía levantar, patética, realmente patética. Intentó tres veces levantarse en vano y al final decidió que ahí dormiría hasta el día siguiente. Por su cuenta, si en 10 minutos no estaba bajo techo, sería para siempre.

    Comenzó a reír, a carcajadas.
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    Se me ha hecho tarde. Con esto de hacer horas extra en el hospital, se me ha pasado el tiempo muy rápido y aunque he pasado muchas horas en él, no quiero pasar la noche también. Necesito descansar. Sin embargo, como en este tiempo no consiga llegar cerca de casa voy a tener que usar la aparición. Y no es que me disguste, pero no soy de esas personas que la usan para todo.

    Quedan apenas once minutos para el toque de queda y mi casa aún está por lo menos a quince… así que decido usar por fin la aparición, pero justo en el momento en el que voy a hacerlo, sin dejar de andar, veo a una mujer caer al suelo a unos metros más allá de donde yo me encuentro y me alarmo. Mi instinto me hace correr de inmediato hacia ella. Sin embargo, cuando ya estoy de rodillas a su lado y a punto de preguntarle si se encuentra bien, ella empieza a reírse a carcajadas, lo cual hace que me relaje porque parece que se está riendo de su propia caída.

    Señorita, ¿se encuentra bien? ¿No se ha hecho daño? —pregunto de todos modos, porque nunca se sabe— Tiene que levantarse y marcharse a su casa, está a punto de comenzar el toque de queda. Yo la ayudaré —digo y la tomo de la mano y el brazo para levantarla del suelo.
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    Al parecer no era la única loca que rondaba por las calles a esa hora. Un hombre de mediana edad se acercó a ella preguntándole si estaba bien. Tenía que admitirlo, tenía trauma con los hombres de mediana edad, sobre todo si se le acercaban a mitad de la noche, así que con todo sus carcajadas se detuvieron al verlo, no sabía si podía confiar en él así que intentó convertirse en un gato y escapar, pero solo logró que le crecieran las orejas y los bigotes antes de volver a la normalidad. Sus sentidos seguían demasiado nublados para funcionar decentemente, y el impacto de la caída la dejó, si era posible, más atolondrada.

    Quiso soltarse del agarre del hombre pero no tenía las fuerzas ni la voluntad realmente para hacerlo, quiso creer que solo era una buena persona que deseaba ayudarla de verdad en ese momento de vulnerabilidad y no aprovecharse de ella. Sonrió ligeramente. — Creo que sí, por suerte parece que en cámara lenta. — bromeó, sosteniéndose del brazo del hombre. Bien, no le dolía nada pero sí que le costaba mantenerse en pie por el mareo, así que se aferró con un poco más de fuerza.

    Ya había confiado en gente que le ofrecía drogas, ¿por qué no confiar en quién le ofrecía ayuda?. Movió las piernas un poco para intentar despertarlas y logró mantenerse en pie finalmente, tambaleándose solo un poco. — Sí...estoy bastante clara de la hora. Mi casa aún está algo lejos y como verá en mis condiciones... — rió un vez más, a pesar de que no era divertido. — Podría fácilmente escindirme o hacerme explotar en vez de aparecer. Intentaba correr más rápido como gato pero tampoco puedo mantener la forma. — luego lo miró, ladeando la cabeza. — Espera...¿quién eres?
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    Me preocupa tanto que se estuviese riendo como que haya dejado de reírse y se haya puesto seria ahora, de golpe… ¿la he hecho sentir mal? O quizá la he asustado… Espero que no sea ninguna de esas dos razones, porque me sentiría muy culpable. Odio provocar malestar en los demás, siempre procuro lo contrario. Ahora mismo la mujer parece confundida y a punto de caerse de nuevo al suelo si la suelto, así que o está enferma o está drogada, en cualquiera de los casos no me puedo ir y dejarla a su suerte como si nada, tengo que ayudarla.

    Sonrío un poco, pues a pesar de su notable malestar parece intentar ponerle algo de humor al asunto haciendo una broma mientras se agarra a mi brazo. Lo que no comprendo es por qué, si según dice está tan enterada de la hora, sigue deambulando por la calle. Yo tengo un motivo: me quedé trabajando hasta tarde e incluso perdí la noción del tiempo… pero no sé qué podría haberle pasado a ella, ¿se habrá perdido?

    Oh, es animaga —observo con curiosidad, pero entonces parpadeo, sorprendido por mi propio descuido—. Disculpe, qué descortés por mi parte. Me llamo James Mackenzie, ¿y usted? Será mejor que me acompañe a casa, no tengo reparos en tener una invitada. Sé que es un poco extraño, pero le aseguro que puede confiar en mí. No le dará tiempo de llegar a su casa, señorita…
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    Llevarme a su casa...pff...quería llevarla a su casa. Quizá seria buena idea. Ella sabría defenderse de cualquier cosa que sucediera y tenía que aprender a confiar más en la gente. La platinada asintió con la cabeza como respuesta y se dejó guiar. La verdad no sabía si lo hacía porque le parecía agradable el señor, porque apreciaba mucho su vida como para quedarse rondando sola a esa hora de la noche en la calle y prefería tener un lugar en dónde resguardarse, o porque de verdad no apreciaba su vida en lo más mínimo y no le importaba si un extraño de la calle la llevaba a su casa, la mataba, la destripaba y vendía sus órganos.

    No, tenía que sacarse esas imágenes de la cabeza o le iba a dar un ataque de pánico, eso sí que no sería bueno en ese momento. Ella borracha y relajada era agradable, ella en un ataque de pánico siempre acaba lastimando a alguien. No quería encontrarse a sí misma matando a alguien que quizá solo la quería ayudar. — Oh, sí...tengo un gato negro como compañero y no sé, siempre me han gustado mucho los gatos negros así que decidí ser uno. — se encogió de hombros pero el gesto la hizo tropezar otra vez. — Son lindos, sigilosos, majestuosos, elegantes. Suelo ser así cuando lo necesito, me gustaría ser más así. — luego lo miró fijamente a los ojos y batió sus pestañas ligeramente. — De momento solo me queda el encanto. — sí, el encanto de Veela era lo único que no tenía que fingir, solo bastaba usualmente una sonrisa para engatusar a quién fuese.

    Rió, la situación se le hacía muy cómica. — Dioni Grimaldi, soy profesora del Royal...sí, aunque no lo parezca. — esperaba no notara que el apellido era el mismo que el de aquél señor del Wizengamot al cuál le llamaba padre.
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