The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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V. Ileana Jensen
15 de junio

No sabía si era por suerte, o si lo era por desgracia, pero la helada época había pasado más rápido de lo esperado, incluso la primavera estaba a un solo paso de pasar por encima de ella también. Había sido complicado, en algunas ocasiones solo había deseado volver a casa, pedir perdón y refugiarse entre las suaves sábanas de coralina. Durante las primeras semanas todo fue así, puede que incluso los primeros meses, pero luego la realidad la acabó golpeando por completo, llevándola hacia una evidente realidad de la que no podía evadirse por más tiempo. Le gustare o no, habían sido sus decisiones la que la habían llevado hasta allí, solo tenía lo que se había ganado a pulso. Podían tacharlo de juventud, ella misma lo quería hacer, pero sabía, en el fondo, que solo había sido ella misma haciendo lo que sentía que debía hacer; peleando contra algo que odiaba y consideraba injusto.

Giró el cuello hacia ambos lados, escuchando el crujir de éstos y, a la par, la relajación que aquel pequeño gesto le proporcionó. Alzó los brazos hacia el cielo, estirando uno y luego el otro, mientras su caminar se dirigía hacia el pequeño mercado que poseía el distrito cinco, uno del que se podía aprovechar si llegaba en hora punta; y bien sabía cuál era la misma.

Chasqueó la lengua, metiendo la diestra en  el bolsillo de sus desgastados jeans. Había cortado su pelo a la altura de sus orejas, se sentía una extraña cuando se miraba al espejo por lo que no dudaba en que los demás pensarían lo mismo. No era más que una repudiada más, nadie la buscaría después de tantos meses, además de que dudaba de que alguien lo hubiera hecho en algún momento. Inclinó su cuerpo al frente, observando las baratijas que un señor exponía sobre una mesa notablemente mugrienta, sin contar con el evidente poco brillo de las piedras que decoraban las mismas. Esbozó una sutil sonrisa, girándose para chocar contra un mujer que sostenía una cesta, y de la que aprovechó el choque para sacarle un par de… ¿huevos? De acuerdo, metió la mano para conseguir algo que comer en el momento.

—¿Revueltos? ¿Fritos?— masticó las palabras, rodando entre sus dedos los ovalados alimentos y caminando entre aquellos que pretendían hacerse con provisiones. Quería hacerse con algo de pan, ya que lo dulce no abundaba precisamente en un lugar como aquel, pero sus oscuros ojos no dieron con nada digno de la atención de la joven. —Quizás…— masculló pensativa, ojeando todo a su alrededor. Mas no siguió con el recorrido esperado ya que algo llamó más su atención. Alguien. Inicialmente podría haber sido cualquier persona, pasarle de inadvertido como si solo fuera un fantasma, pero no para ella; no cuando se trataba de una persona que había visto en repetidas ocasiones, aunque la relación entre ambos no se podría definir como de una amistad, más de bien de cordialidad por una unión de ideales, o al menos así era.

Los pasos de la joven se aceleraron, colocándose detrás sin ningún tipo de disimulo, hasta que lo adelantó y se colocó frente a él, no cortándose cuando estiró el brazo en su dirección y tomó la espantosa corbata que rodeaba su cuello. —Dime que ésta no es la nueva moda del Capitolio— comentó deslizando sus dedos  por ésta hasta que llegar a su cuello y arreglar, con dedos hábiles, el desordenado nudo.
V. Ileana Jensen
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Invitado
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Me había desaparecido en la esquina del ministerio cuando se suponía que era la hora del almuerzo, para hacer un par de paradas antes de encaminarme al distrito cinco, donde sabría que encontraría a Jared para entregarle las copias de los documentos que cayeron en mis manos esa misma mañana y es que las revueltas de las primeras semanas todavía era un tema candente en las oficinas, precisamente por los incendios en más de un distrito. Se estaban formando una lista de revoltosos y había un par de nombres que podrían llegar a interesar al nuevo encargado de la Red Neopanem, y aunque me había dicho que estaba apartado de eso, a mi manera trataba de contribuir, que el uso de una corbata asfixiante en pleno verano lo valiera. El saco lo tenía hecho una bola dentro de la mochila que cargaba al hombro y la mencionada corbata estaba deshecha como también las mangas de mi camisa, subidas hasta los codos.

Por poco no me llevo puesta a una chica salida de la nada que es tan familiar a la vista, que ni siquiera puedo fingir sorpresa. —Lamento decirte que todos, hombres y mujeres, estamos obligados ahora a llevar trajes y también una linterna en el bolsillo que usamos para borrar la memoria de la gente— estiro mi cuello para que no me ahorque el nudo que le hace a la corbata y uso mi dedo índice para aflojarla un poco. —Oye, eres buena en esto, y con un par de huevos en la mano. Es todo un talento. ¿Te gustaría trabajar como mi elfo doméstico?— bromeo, en serio, no tengo otra intención que reírme con ella y lejos estoy de querer ofenderla, que después de trabajar en esto del periodismo clandestino, algo de afinidad queda en las personas, ¿no? Aunque si tuviera que darle las explicaciones de por qué llevo un traje, tal vez enturbie un poco esa afinidad.

¿Andas de compras?— pregunto con un movimiento de mi barbilla hacia los huevos que carga, que la inocencia me valga. Trato de que la charla sea lo más jovial posible, a pesar de la ironía de saber que trabajo a un par de oficinas de distancia con su supuesta madre y a ella le toca andar vagando por aquí, por culpa de que pillaron a Ken en su departamento. El mismo donde le enseñé a ser animago e hicimos esa tonta apuesta sobre.... mejor olvidarlo. Serían anécdotas para reírnos o mofarnos entre nosotros, sino fuera por como resultó todo. —¿Sigues viviendo el resto de la radio? ¿En la fábrica?— pregunto, al decirlo me doy cuenta que puede sonar un poco de sopetón. —Tengo un rato antes de volver al trabajo, ¿me invitas a tu almuerzo? Puedo cocinar yo—, algo saldrá con un par de huevos.
Anonymous
V. Ileana Jensen
Sonrió de medio lado, retirando las manos de la corbata contraria, deslizándolas lentamente hasta dejarla caer contra su pecho. —Juro que no he visto a ningún extraterrestre, aunque no puedo negar que sí ciertos orcos, ¿cuentan como humanos horrendos o como…?— cuestionó con sorna colocándose tras la oreja un rebelde mechón de su corto cabello. Lo malo de su nuevo ‘estilismo’ era que no podía manejar su pelo demasiado bien, mucho menos porque había estado acostumbrada a tenerlo largo la mayor parte de su vida. Cruzó los brazos con sumo cuidado, no quería destrozar los huevos antes de tener una sartén frente a ella. —Siempre me pareciste un poco estirado, pero no tanto como para llevar un traje con corbata en pleno junio— arqueó ambas cejas con una escéptica sonrisa dibujada en los labios, recorriéndolo con la mirada pero acabando por menear la cabeza hacia un lado con diversión. —Me ofendes, sería mejor como una de esas sirvientas sexys que limpian los muebles altos con minifalda— razonó con regocijo.

Apenas tomó unos sorbos de aire antes de fruncir los labios, mordisqueándose el labio inferior. Apropiarse de los demás había acabado convirtiéndose en algo tan cotidiano que ni siquiera se paraba a pensar en si estaba bien o mal, en como debía de afectarle a la otra persona que alguien le quitara algo en un breve descuido. Se encogió de hombros, asintiendo después con la cabeza. —De momento sí, pero no sé cuánto más aguantaré allí— contestó con sinceridad. En realidad hacía semanas que buscaba algún apartamento abandonado al que mudarse, puede que incluso acabara cambiando de distrito, pero lo cierto era que se había acostumbrado demasiado al cinco como para tener que hacerse a un nuevo lugar. —La radio ha cambiado, muchos lo han hecho—  agregó chasqueando la lengua con cierto desagrado. Ahora parecían querer formar parte de algún tipo de revolución.

Giró los huevos en la diestra, señalándolos con la cabeza. —¿Tienes algo que ofrecer? No voy a ser la única que ponga algo sobre la mesa, ya sabes— dijo tomando un huevo con cada mano para prevenir roturas. Miró hacia otro lado, raspándose con los incisivos la punta de la lengua. Seguramente habría alguien pululando por la fábrica a aquellas horas… o puede que no.
V. Ileana Jensen
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Invitado
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Cuentan como humanos horrendos— sonrío, ilustrándola con mis conocimientos con un tonito un tanto pomposo, por lo que puedo entender que tenga cierta impresión de mí, no deja de ser ofensivo así que suelto mi contraataque. —A mí siempre me pareciste un tanto salvaje, pero con esa melena de león te has superado—. Con mis dedos tomo uno de los mechones para comprobar que parecen más rizados ahora que los lleva cortos, y me corro antes de que pueda golpearme, si es que se arriesga a hacerlo y poner en peligro su almuerzo. Me río entre dientes por lo que sugiere luego, me atraganto un poco por culpa de querer contener la carcajada. —Me traerías problemas— es todo lo que digo, mis ojos puestos en ella con una advertencia y la sonrisa saliéndome de los labios, problemas con alguien puntual, quien aprecia la limpieza, pero no sé qué tan bien le siente si llevo a Lea y sus minifaldas para que nos ayude.

Si es que llevarla de vuelta al Capitolio es una alternativa posible, no parece que pueda ser así, me pesa un poco cómo se desarrolló todo y trato de buscar las palabras para transmitirlo. Comprendo que para todos, lo que conocíamos de la radio y el refugio que era, cambió tanto al albergar a otras personas, que lo que queda son los aparatos y una señal que interfiere cada tanto con la principal, un proyecto que sigue siendo suicida como el día en que nació, no es mucho a lo que aferrarse cuando la vida nos obliga a ir probando otros rumbos, aunque acabemos encontrándonos en otro punto. —Lamento lo que pasó con tu madre— lo suelto así sin más, ¿para que darle tantas vueltas en mi mente, si acabaré mareado de pasar tiempo con ella? —Lamento que lo de albergar a Ken haya terminado así y no haber podido hacer nada para ayudarte, ni siquiera supe qué fue de él después de eso. Yo… si necesitas ayuda en algo, lo haría con gusto— aseguro, dudo antes de tocar su codo con mi mano y darle un apretón. —Además de hacerte el almuerzo— que tal vez sea por eso que me ofrezco.

Sonrío cuando al hacer el repaso mental de lo que llevo en la mochila me hace ver que no hay nada, salvo papeles, que puedan usarse para encender el fuego. —Me haces sentir un aprovechador— me quejo, fingiendo que me duele algo en el pecho. —Cambio de planes— decido, que no tengo nada para aportar y en serio eso me hace sentir mal, y tal vez lo que sugiera sea peor, así que lo hago usando sus propias palabras. —Un estirado con traje te invitará el almuerzo en alguno de estos lugares de lujo del norte, puedes guardar los huevos en tu bolsillo para la cena—. Contrario a lo que se puede suponer, los sujetos con traje no ganamos tanto dinero, pero todo será más barato que un restaurante en el Capitolio. Cuento mentalmente lo que traigo encima, bastará supongo. —¿Buscamos uno de esos lugares donde te sirven pasta en platos sucios?— propongo.
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V. Ileana Jensen
Sonrió con diversión, golpeando los talones entre sí pero sin retirar la mirada de su compañía. Castañeteó con los dientes, tratando de simular un mordisco cuando tomó un rizado mechón de su cabello. Aún no se acostumbraba a llevarlo corto y tampoco perdí el tiempo en mirarse en los espejos, no al menos tanto como antes lo había hecho. Ni siquiera tenía ropa que conjuntar. Una maliciosa sonrisa acabó colgándose de sus labios. —¿Por qué te traería problemas? ¿Por ser salvaje, por las minifaldas o un poco de ambas?— trató de poner cara de buena, haciendo un par de caídas de pestañas mientras hablaba. Nunca se le dio bien ser ‘buena’, al menos no en todos los sentidos de la palabra, mucho menos en los malinterpretables. Se recolocó el mechón de pelo tras la oreja, tratando de alisar algunos rizos con los dedos.

Chasqueó la lengua, girando los huevos entre sus dedos hasta que acabó por tomarlos ambos en la misma mano, tentada de guardarlos en el interior de sus bolsillos pero temerosa de acabar con los mismos rotos. Ya que los había hurtado, lo mínimo era hacer un ‘manjar’ de ellos. Arrugó los labios y se encogió de hombros como respuesta. Estaba harta de escuchar hablar de la mujer que la había traído al mundo, a la mierda de mundo que las personas habían acabado creando, y, sobretodo, disculpas sobre lo que ocurrió el invierno pasado. —Es agua pasada— contestó —, aunque no diré el cliché de ‘volvería a hacerlo’— usó cierto retintín cuando pronunció la tan usada frase —. Porque no lo haría— volvió a encogerse de hombros cuando lo dijo. Era tan simple como aquello. No podía cambiar el pasado, las cosas que había hecho allí quedaban, pero tampoco estaba dispuesta a seguir escribiendo errores como si de batallitas heroicas se trataran. Siempre pensó que peleaba por algo, pero, al final, acabó perdiendo la estabilidad, lo que la hacía útil, de la forma más absurda posible.

Una carcajada quedó atorada en su garganta con tanta fuerza que acabó por escaparse en forma de pedorreta que hizo temblar sus labios. Colocó la ocupada mano frente a sus labios, sintiendo la fría superficie del alimente contra éstos mientras trataba de no volver a reír. —¿Cobras mucho, señor estirado con traje?— preguntó entre dientes, alzando las cejas un par de veces. Sonrió, girando el rostro en dirección a ambos lados de la calle, tratando de visualizar alguno de los destartalados locales donde se podía comer algo medianamente limpio. Y sí, nada de calidad, con que estuviera higiénico era más que suficiente. —Por allí— acabó diciendo a la par que estiraba el brazo para tomarlo por el antebrazo con la mano libre, y tirando de él en dirección a uno de los callejones secundarios del distrito. —Creo que resaltas demasiado con esas pintas— comentó mientras caminaba, no pasándole de inadvertido el hecho de que algunas miradas se posaban en ambos. —Si tenías pensado venir aquí podrías haberte vestido de otra forma— continuó girando en la siguiente intersección —, o... has venido por ¿trabajo?— habló algo extrañada entonces, dedicándole una leve mirada.
V. Ileana Jensen
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Invitado
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¿Hace falta que conteste a su pregunta cuando su sonrisa ya la responde por sí sola? —Por una chica— es lo que decido decir, mis ojos puestos en ella para no perderme detalle de su reacción, es a medias una broma y a medias una verdad. —¿Acaso no se trata siempre de una chica?— continúo, conteniendo una carcajada que hace temblar mi voz con humor. El poco que podemos encontrar en una situación como esta, en la que una disculpas por no ayudarla cuando lo necesitó se siente como una obligación, que éramos varios los involucrados en esconder a Ken y me da culpa ser quien salió impune, irónicamente siendo contratado por el ministerio después. No insisto si es algo que ha decido dejar atrás, pero lo que dice luego me da una pista de lo que puedo esperar de ella. Nada de menciones a Ken, menos de mis colaboraciones. Lea no quiere volver a estar involucrada en estas cosas, no la juzgo por ello, casi a nadie juzgo por las posturas que van asumiendo, cada quien responde a su moral y a sus experiencias, creo que la suya fue un escarmiento duro.

Cobro lo suficiente como para invitar a comer pasta— respondo, arqueo una ceja hacia ella al ladear mi sonrisa. —Pero no lo suficiente como para ser un sugar daddy, lo siento— me mofo de ella, mi dedo índice chocando con su frente para empujarla hacia atrás, no es que me ponga nervioso la actitud descarada que suelen mostrar algunas chicas del norte. Yo no sé cómo en el tiempo que pasé en la radio no acabé haciendo el ridículo con Moira, Lea y Mimi, no son iguales, para nada, pero estar en una misma habitación con ellos obliga a tener las manos en alto para demostrar inocencia. Con razón luego la gente piensa que me van los chicos, meneo mi cabeza para espabilar mis pensamientos y agacho mi mirada para repasar mi atuendo. —Salí con prisas del trabajo y no suelo llevar vaqueros rotos en la mochila— es mi justificación, sin embargo me cosquillea la nuca por reconocer que tiene razón, que varios pares de ojos se detienen en mí por lo desencajado que me veo en este ambiente. —Vine a traer una cosas a Jared, trato de seguir colaborando a mi manera— es lo que digo como para tantearla. —Sé que dijiste que no volverías a hacerlo, pero… ¿qué piensas hacer estando aquí por el norte? ¿Solo mirar cómo las moscas sobrevuelan la basura?— me estoy arriesgando, lo sé, tiene huevos en los bolsillos si quiere usarlos para reventarlos en mi cabeza. Señalo con mi dedo el marco roto de una puerta, no hay puerta por supuesto, se ve la penumbra de adentro y si no me equivoco, del otro lado de la pared ruinosa hay un tipo que vende conservados que cocinan con agua hervida. No es la comida más saludable y tiene mucho picante, pero es rica.
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V. Ileana Jensen
Inicialmente se mostró confusa hasta que la expresión de la joven transmutó hacia una de sorpresa. Clara, obvia y descarada sorpresa. Una fuerte bufido escapó de entre sus labios, no sabiendo hacia donde llevar sus manos ya que ambas estaban ocupadas por completo. — Esa respuesta ha sido muy cliché — dijo en un inicio, alcanzando a apuntarlo con el dedo índice de la diestra —, por lo que mi sorpresa no viene de ahí — siguió hablando con seguridad, apuntándolo aún con el dedo en el aire — ¡Estás poniéndole los cuernos a Mimi! — acabó por acusarlo con total descaro en su voz, además de percatarse de lo elevada que había surgido la acusación. — ¡Eres un chico malo! — volvió a la carga, abriendo la boca de par en par con gesto totalmente sorprendido a la par que ofendido. A ver, Mimi siempre había ido a su rollo, pero él había sido demasiado obvio cuando babeaba al verla pasar. Más que una persona había parecido un caracol dejando alguna especie de rastro. ¿Acaso se había equivocado? No, tenía buen ojo para esas cosas.

— Guau — murmuró incrédula, guardando con sumo cuidado los huevos en los bolsillos de su fina chaqueta. Por suerte sus primeras palabras habían conseguido calar lo suficientemente hondo en la mente de la castaña como para hacerle olvidar por completo el tema de Kendrick, de verdad que no estaba nada interesada en seguir hablando de él o de tener que escuchar algún tipo de charla molesta. Estaba asumiendo las responsabilidades que llevaban aparejadas sus actos, pero no quería volver al pasado cada vez que se encontrara con alguien que supiera lo que sucedió. Volvió el rostro hacia él, sonriendo de medio lado. Un sugar daddy era lo que necesitaba urgentemente, se ofrecería a ser mujer florero si hacía falta. Afianzó mejor sus dedos en torno al brazo contrario, regresando la mirada hasta las calles que cruzaban y los llevarían al lugar que había pensado que no estaría del todo mal.  

Asintió, lento, un par de veces. Se sentía raro ver a Jared en la fábrica, participando en la Red. Se mordisqueó el labio inferior, algo pensativa. Pensar en todo lo que la rodeaba era algo molesto y que no sabía cómo organizar. Mucho menos que hacer ahora que era, simplemente, una inútil; antes podía tratar de colarse en despachos, escuchar conversaciones ajenas o chismear los documentos de... Silas. Ahora nada más que tratar de ayudar a subsistir dentro de sus posibilidades. Suspiró, soltándolo y caminando hacia el interior del oscuro local. — Estoy cansada de contar moscas — reconoció chismoseando el interior hasta que dio con una pequeña mesa de madera en una esquina del local. Una que no disponía, siquiera, de sillas. En fin, comer de pie hacía crecer, ¿no? — No puedo ser de ayuda aquí, y tampoco sé que debería hacer — habló limpiando con el dorso de la mano su lado de la mesa —, ¿estuviste en la reunión? No me convence, creo que solo es una mala idea más…  y solo me hace querer regresar a casa — se sinceró mientras trataba de limpiarse la mano en el pantalón, dirigiendo una directa mirada en dirección al lugar donde se escuchaban voces y ruidos.
V. Ileana Jensen
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Invitado
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¡No! Espera, ¡¿QUÉ?!— grito, creo de la impresión me he ido hacía atrás, tengo que colocar un pie detrás del otro con prisa para no caer de culo al suelo. —¡No estoy saliendo con Mimi!— aclaro a prisa. ¿Cuánto le habrá contado Ken de nuestra apuesta? ¿Le dijo que tenía que invitar a una cita a Mimi y a partir de ahí hizo suposiciones? Que mal, en serio, que mal es pensarlo como una apuesta. Cada vez que vuelvo sobre eso me pesa en el estómago, suerte que ninguna de las chicas se lo tomó a mal. Me froto la nuca para ayudar a mi pose de distraído. —No estoy saliendo con nadie, ¿ok? No hay cuernos por ningún lado— ¿por qué le estoy rindiendo explicaciones? Porque esto podría hacerse una bola grande, de las que conozco bien, bajo el peso de las cuales luego me encuentro. —No vivo solo y a mi compañera de piso podría molestarle que lleve a alguien para que limpie los estantes, pero deje pelos de su melena de león en el sillón— listo, solo eso. Puedo imaginar muy claramente la cara de Alecto si un día llegara y se encontrara a Lea, comenzando por el hecho de que sería ilegal que esté ahí. Esa es la chica en cuestión, fuera de todo drama amoroso que se haya montado Lea en la cabeza.

Pero me hace reír, rara vez estas cosas suelen molestarme, al caminar a su lado se me hace parecida a un gato callejero que anda por ahí mostrando sus garritas. No hace falta ser perspicaz para notar que está enojada, supongo que con todo. Y de todas maneras tiene esos exabruptos que la sacan de todo lo que está mal para tomar con humor las bromas que hago, cuando hay otras como Moira que cuando se enojaban te cerraban la puerta en la cara. Lea también podría darme una patada e irse por su lado, en cambio se adentra a un lugar en pésimas condiciones para comer un poco de pasta, no vamos a mentirnos diciendo que es la mejor comida enlatada del distrito y compensa el lugar. No me apresuro en ir a comprar las latas porque me recargo contra la pared al escuchar su respuesta, aprieto casi imperceptiblemente mis labios. —Estuve en la reunión, yo sí creo en esas cosas. Creo en Ken, en todo lo que propone— le hablo desde mi puro convencimiento, —lo que no quiere decir que trataré de convencerte para que te unas. Viniendo de mí, solo caería en contradicciones. Mírame, soy una contradicción andante, desencajando donde sea que esté…— sonrío al repasar mi traje con una mano. —Más allá de lo que deberías hacer, que siempre tiene mucho que ver con complacer a otros o también oponerte a otros, ¿qué te gustaría hacer? A ti, ya sabes, por tí. ¿Algo en especial que te mueva? No me contestes— la detengo, le doy unos minutos para que lo piense mientras voy a buscar los dos enlatados que el vendedor me entrega por un precio mayor al que calculé, quiero replicar y luego me acuerdo que el tipo vive de esto, que podría estar dedicándose a algo peor en el cinco. El agua no está tan caliente cuando la vierte sobre el contenido que desprende el olor picante e intenso de los condimentos, se lo llevo a Lea antes de que se desvanezca. —Ahora sí— le entrego un tenedor de plástico y sujeto el mío con los dedos para enrollar un poco del fideo. —Soy todo oídos.
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V. Ileana Jensen
Arqueó ambas cejas, mirándolo con algo descaro y soltando una sonora carcajada que resonó en aquel sucio rincón. — ¡Obvio que no estás saliendo con Mimi! — contestó sin lugar a dudas. Aunque la morena se hubiera ido a vivir a otro lugar sabía de buena mano que si estuviera saliendo con alguien se lo diría, ¿verdad? ¿Verdad? Por un segundo dudó de sus propios pensamientos, frunciendo el ceño ligeramente aunque volviendo la mirada hacia David. — Ni creo que lo hagas con esa actitud y lentitud que llevas — rodó los ojos, cruzándose brazos. Aún alucinando con el hecho de que estuviera viviendo con una chica. Una chica. Los chicos siempre vivían juntos para tener sus movidas, las chicas juntas para las suyas, cuando se mezclaban… lo siento, pero las hormonas solo hacían de las suyas y lo poco atractivo se convertía en el amor de su vida al día siguiente. — Y no dejo pelos en ningún lado — se quejó poniendo morritos mientras caminaba en dirección a algún lugar en el que tomar algo. Nunca se le decía que no a la comida gratis, fuera lo que fuera, estaba más que satisfecha con ello.

Para qué seguir quejándose del mundo o de lo que le había tocado. Era verdad que estaba harta, muy, muy harta, de todo pero solamente podía tomárselo con algo de filosofía y recordar su última conversación en el Royal, aquella sobre las millones de puertas que tenía el universo para todos. Chasqueó  la lengua, apoyando ambos codos sobre la coja mesa, pero sin retirar la mirada de él mientras hablaba. Vaya pirados. Ella quería la igualdad, había jodido su propia vida por ello, pero no creía que la opción fuera poner a todos contra todos, mucho menos que la ‘cabeza’ de todo fuera un simple crío que había ganado importancia por tener un apellido que hasta hacía unos meses desconocía. Podía no querer el apellido, pero, si alguien lo seguía, sería por él. Además, se creía con el derecho a reclamar su ‘lugar’ por tenerlo. Suspiró, acabando por apoyar el mentón en una de sus manos. Y no tuvo tiempo a decir nada antes de que se marchara, dejándola sola con sus propios pensamientos, unos que estaba demasiado enmarañados como para saber descifrarlos del todo. No tenía ni idea de lo que hacer, solo estaba… encerrada allí. Lo siguió con la mirada, arrastrando hacia ella el recipiente y el tenedor. — Lo que propone es lo que todos queremos, es por lo que estamos aquí y nos hemos arriesgado durante todo este tiempo. Por lo que hemos tratado de abrirle los ojos a NeoPanem a través de la radio — contestó removiendo los fideos con el tenedor en un intento de que el condimento se disolviera en el agua. — Ahora mismo no siento que me mueva nada — dijo aún inmersa en su tarea. — No me confundas, no quiero decir que ya no esté a favor de cambiar el sistema, pero… las cosas se veían mejor… — su voz se entrecortó ligeramente y se vió a sí misma rompiendo parte de los fideos contra los laterales de la lata. — … se veían mejor desde casa — terminó por concluir con algo de tristeza y resignación en su voz. — Creo que ahora mismo entiendo a esas personas que piensan que las cosas no están bien pero tienen miedo a perderlo todo si lo dicen en voz alta. Antes pensaba que eran egoístas. Ahora, a veces, pienso que ojalá lo hubiera sido yo también — masculló enredando el tenedor con algunos fideos y llevándoselos a la boca.
V. Ileana Jensen
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Invitado
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Escucho la primera parte de lo que me dice Lea, esas líneas que bien las conocemos porque las hemos vivido, no me dicen mucho más de lo que promulgábamos por la radio clandestina en la que, tras las figuras de Kenny y Jeff, nos sentíamos unos jóvenes intocables. Esos que podían volver a casa luego de manifestar su rebeldía tras el anonimato. Es cuando dice que se sentía diferente cuando al final del día podías hacer eso, volver a casa. En ese punto creo que puedo entenderla, yo también tenía un lugar cómodo al que no volver, no como el caso de Mimi que debía quedarse en el loft porque no había otro lugar para regresar. Las puertas se habían cerrado violentamente para ella. Nosotros las seguíamos atravesando casi que a capricho, no lo diré en voz alta, porque sería el primero en negar que lo hacía por caprichoso. En todo momento nos mostramos convencidos de lo que hacíamos y sabíamos qué arriesgábamos, el problema es cuando al arriesgar… pierdes.

Con todo lo que está pasando y las amenazas que hay, creo que no está mal pensar en uno mismo. Diría que nadie está obligado a pelear, debe ser una decisión. En eso muchas personas me llevarían la contrarían, claro… todos estamos llamamos a pelear obligatoriamente si la injusticia es el plato que comemos todo los días… — muevo nuestros fideos con el tenedor como si de lo que hablara pudiera encontrarlo allí dentro, —Si también la sufres y la estás sufriendo. Eres, en realidad, quien está sufriendo consecuencias de injusticias que comienzan mucho antes que tú. La injusticia hacia Ken que siendo un chico un par de años menor que nosotros, tiene que ser castigado por lo que hizo una familia que ni siquiera lo crió— le explico cómo lo veo yo, en el fondo para mí se trata de esto, tal vez por mi propia herencia familiar, el entender que las injusticias empiezan mucho antes que todos nosotros sobre quienes caen la condena. —Pero si tienes que pelear, siempre es por ti, por lo que quieres tener o recuperar. Ser egoísta, bueno, no sé…— es bueno a veces, para protegerse a uno mismo, es cruel hacia otros en ciertas ocasiones, separo mis labios sin moverlos, incapaz de diferencias las veces en que fui una cosa u otra, o es que siempre me moví entre ambos egoísmos, no lo sé. —Solo no vuelvas sobre lo que has perdido revisando tus culpas, deseando que hubiera sido distinto o que tus acciones hubieran sido otras. No fue algo tuyo, ¿lo entiendes, no? Fueron muchas cosas que están mal por fuera de ti. Creo que esto de hacernos sentir perdidas que duelen o nos mueven de nuestra comodidad… es una manera que tienen los que nos quitan, de que en vez de oponernos a ellos como sería lo predecible, caigamos en un miedo o una rabia que nos hace mezquinos a nuestra propia suerte.
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