The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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James G. Byrne
Fugitivo
Recuerdo del primer mensaje :

He juntado hambre y mugre en estas dos semanas, pero tampoco voy a quejarme. Llegar al norte no ha sido difícil, el problema fue el conseguir un sitio donde esconderme. El mercado negro fue la mejor excusa para alguien con mis permisos en el bolsillo, pero no soy tan estúpido como para creer que nadie preguntaría si me ven tirado en el suelo. He conseguido un callejón oscuro lleno de basura así que, supongo, debo oler a porquería y, suerte para mí, el distrito doce no es famoso por sus perfumerías. He usado mudas de ropa para no vestir el uniforme de esclavo, del cual luzco nomas el pantalón, así que es mucho más sencillo pasar desapercibido. Nadie se fija en alguien sucio, flacucho y despeinado en un sitio como éste.

Pero lo peor no es la incomodidad, ni la inseguridad, ni siquiera el no tener idea de lo que estoy haciendo porque jamás he estado solo en un sitio como este; es el saber que la fecha del Coliseo se encuentra a la vuelta de la esquina y seguir con las manos desnudas, sin ayuda, sin una opción verdadera. ¿Y si todo esto ha sido para nada? ¿Y si solo voy a dar tumbos hasta que me capturen, descubriéndome como un esclavo extraviado de la isla ministerial y castigándome por ello? La frustración es lo que me mantiene inquieto, no tengo con quien ser orgulloso así que no voy a negar que lloro, en especial por las noches, aunque intento hacerlo en silencio para que nadie venga a fastidiar mi intento de seguridad. Oigo rumores de encuentros para algunos levantamientos, pero no tengo nada… hasta este miércoles en la noche.

Fue información de borrachos, así que no estoy seguro de tener una pista verdadera. Falta poco para el toque de queda, así que las pocas figuras que se pasean por las calles lo hacen con un paso apresurado y casi que furtivo. Por lo que he podido entender, este intento de “junta” se llevará a cabo en un depósito trasero del mercado negro, pero cuando llego y me encuentro con que el sitio está colmado de las personas que buscan algo de última hora, no estoy seguro de haber obtenido la información adecuada. Estiro el cuello, tratando de divisar algo entre los mechones que cubren mi visión y que tampoco busco apartar para disimular mis facciones, pero no encuentro ningún indicio de hacia dónde debo ir. Pedir indicaciones es estúpido y arriesgado. Si tuviera algo más de tiempo…

Alguien choca mi brazo al pasar junto a mí en uno de los pasillos más angostos, estoy acostumbrado a la falta de modales así que no espero una disculpa, aunque instintivamente me volteo al frotar mi codo. La muchacha ni siquiera se ha volteado a verme, probablemente llevada por la clientela que busca terminar todo antes del cierre, pero hay algo en sus rulos que me resulta familiar; quizá demasiado familiar… — ¡Hey! — tengo que esquivar a una anciana rechoncha que está tratando de venderle ojos de sapo a un sujeto con pata de palo, apretando el paso hasta tomar la muñeca de la chica. Espero no equivocarme, porque ese atrevimiento puede valerme un golpe en las bolas, así que tiro de ella para que me mire — Te recordaba con mejores modales… Agatha — y aunque sueno irritado, acabo enseñando una sonrisa sincera por primera vez desde que me marché de la isla.
James G. Byrne
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James G. Byrne
Fugitivo
No puedo culparla, creo que todos los que carecemos de bienes personales sentimos curiosidad por el mundo de los ricos y sus comodidades, esas que no tienen nada que ver con el mundo gris y sucio del norte. Después de haber pasado un largo tiempo entre los ministros, solo he aprendido dos cosas: que el oro sí brilla, pero también apesta — Cinco, pero no era tan terrible. Pasaba mucho tiempo trabajando en el jardín o haciendo mandados, los elfos son más rápidos con la limpieza. Al menos, la ministra Leblanc jamás me levantó la mano — y eso, sabiendo las cosas que los dos tenemos en claro, es mucho decir. En cuanto me percato de ese detalle, me doy un suave golpe en la frente con la palma de la mano — Andrew. Mi amigo. Te dije que… — no quiero repetirlo, pero creo que ya digo demasiado con la manera que tengo de fruncir los labios. Nombres presentados, solo necesito una solución.

Hermano de rulos, adoptivo, bien; es fácil de recordar. Doy algunos pasos más largos para poder ir a su ritmo y agradezco de que mis piernas no sean cortas, porque sino ya hubiera quedado atrás. No tengo idea de hacia dónde estamos yendo exactamente, pero el toque de queda se encuentra cada vez más cerca y ninguno aquí tiene exactamente los medios para luchar contra un dementor. No quiero decir alguna vez que estuve tan cerca de los revolucionarios como para morir a los cinco minutos — Creo recordar que tu caso era diferente al de los demás — no me acuerdo lo que me dijo con exactitud, pero con su refresco de memoria puedo hacerme la idea — No es tu culpa, solo tuviste suerte, más que el resto. Es bueno saber que de los pocos magos decentes que quedan, tú te topaste con aquellos que quisieron darte una vida mejor que la servidumbre. Te acabas acostumbrando… — admito — pero siempre tendrás la duda de si podrías hacer algo más de tu vida o no. El saber qué se siente saber que manejas tu propia suerte — algo que nadie en este distrito puede comprender. Cuando eres despreciado por la sociedad, los caminos se acortan.

Me detengo en cuanto llegamos a lo que parece ser el cruce de las vías, pero la estación no está a la vista. Si mal no recuerdo, estamos a una distancia corta, aunque no sé muy bien qué es lo que haremos ahora. Desde aquí, se puede ver uno de los puentes, bajo el cual se apilan los vagabundos que recogen sus cosas para buscar dónde pasar la noche lejos de las criaturas — Tan pintoresco — comento con sarcasmo, antes de girarme hacia ella — Tuve amigos magos, pero no tardaron en dejarme en claro dónde está mi lugar — no quiero poner excepciones ni explicaciones. Agatha ha logrado, en cinco minutos, darme algo más que disgustos — Así que… ¿Tomaremos el tren hacia ese lugar o iremos caminando? Al menos que me digas que la revolución se forma debajo de un puente… — lo cual tampoco me sorprendería. He oído muchas cosas, dudo que estemos yendo hacia una base cargada de tecnología. Sea lo que sea, es mejor que lo que dejo atrás.
James G. Byrne
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Invitado
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Es triste, si lo pienso, que me alegre saber que la ministra nunca le pegó. Cuando esas son las cosas que te quedan por alegrarte dentro de todo lo que está mal, es triste. No me da más detalles sobre ese tal Andrew, no hace falta, le ofrezco otro apretón de consuelo en su hombro, he perdido la cuenta de cuantas veces lo hecho en el último rato y lo único que me preocupa es que termine con un moretón. —Lo lamento— es lo que queda por decir, es una mierda que lo poco que tenemos como humanos, sea a otros esclavos como amigos y que también los perdamos. —Y no sé qué pueda tener eso de egoísta, apuesto a que tu amigo, así como yo, se alegraría de saber que por fin te animaste a saltar el muro, poniendo tu vida en riesgo y puedas estar aquí. No tendremos cinco baños por estos lares, pero la libertad huele mejor, ¿no? Bueno, no, hay callejones bastante apestosos, pero es nuestra mierda y en comparación con la de otros, huele a rosas— saco una carcajada vacía de alguna parte de mí, el humor rancio que me contamina por dentro.

Falsa libertad, si tenemos que buscar palabras que le hagan justicia a nuestra condición. Estamos condenados desde el principio hasta el final del día, vagando por ahí a nuestras anchas, a un paso equivocado de que nos atrapen y no, no hay mercado al que devolvernos, sino una maldita arena donde nuestra muerte será diversión. —Fue suerte, una en un millón, y de todas formas, sabiendo que estoy mejor que la mayoría de los esclavos humanos, no terminó bien, ¿sabes?— pateo un poco de tierra al decirlo, no quiero hablar de la muerte de Astrid, eso no. No puedo sacarlo de mi garganta. No quiero hablar de cuando perdimos a mis hermanos. No quiero hablar de cómo todo se fue al demonio por mi culpa. —Eran magos con buenas intenciones, lástima que el mundo trate para la mierda a las personas con buenas intenciones— escupo con enfado, —ahora solo estamos mis hermanos menores y yo—. Eso también lo notará nada más llegar a la fábrica, los padres que decidieron por nosotros, los que asumieron el riesgo de jugarse por mí, ya no están. —Al final de todo, haya servido o no en una casa como esclava, en realidad nunca tuve más oportunidades que nadie. La marca que nos hicieron sigue decidiendo sobre nuestro destino…

Y es como esta vía que lleva en varias direcciones, pero no podemos tomar ninguna. Porque el tren ya pasó. Nos dejó aquí. Resoplo con fuerza, algunos mechones sobre mi coronilla se sacuden y despeino otros con mi mano al pensar en lo que haremos. —Después de dos semanas durmiendo por ahí, no te molestará otra noche más, supongo— esto me pasa por andar sola, tengo que recorrer distancias, es mi mala costumbre de andar vagando por donde quiera, en parte rebeldía por saber que mi libertad es falsa. Y en esta ocasión, no iba a pedir a nadie que me acompañara a escuchar a otro loco que esté planeando meter un ataúd con ratas mutantes en el ministerio. Muggles, debemos compensar la falta de recursos mágicos, con ideas creativas. —Vamos, si estamos dentro de un grupo es menos probable que te moleste un dementor, creo que huyen del mal olor de tantos vagabundos— lo aliento a avanzar conmigo hacia debajo del puente para que no se quede mirando las vías. —Mañana iremos con el resto— se lo prometo, no es que esté planeando distraerlo, dejarlo dormido y fugarme. Le dije que lo llevaría conmigo. Palpo mis bolsillos buscando algún resto de comida que me haya quedado, sino las noches se hacen largas. Lo bueno es que el verano todavía se siente y no pasaremos frío por más que estemos cerca del agua. El olor, en serio, me golpea nada más acercarme a los cartones y mantas raídas que ya tienen dueños. Sujeto a Jim de la muñeca para cruzar sin molestar a nadie y avanzar hacia la otra punta, donde nos podemos sentar más cerca de la orilla, que también huele apestoso. No quiero pensar en cuantos han meado por aquí cuando me echo sobre los guijarros secos.

»Siempre he tenido claro que aunque mi familia me aceptó como una de ellos, no era igual. Nunca lo sería. Los magos, por buenas intenciones que tengan, nunca cambiarán lo que somos. No es bueno que nosotros lo olvidemos tampoco, independientemente de cómo te traten. Seamos honestos, Jim. Aunque ellos quieran darnos un lugar, nos toca a nosotros recordar cuál sigue siendo o sino… te pasa como a mí y vives en una ilusión que cuando te pasa factura cobra caro y con intereses— digo, doblo una de mis rodillas para apoyar mi codo y apoyar el lío de rulos en la palma de la mano. —Aunque peleemos juntos, en realidad las batallas son distintas, no estamos peleando desde un mismo lugar. Hay gente que odia la esclavitud, ¿no? Es un hecho, mago, brujas, squibs, están en contra. Pero si pelean por esa injusticia lo hacen desde un lugar casi de héroes del pueblo oprimido, no es lo mismo que cuando peleas por se trata tu maldita jodida libertad. Por eso… no me sorprende que hayas tenido amigos que te decepcionaron, ellos en realidad no lo entienden. Pueden imaginarlo, pero no entienden.
Anonymous
James G. Byrne
Fugitivo
Abro la boca, pero la cierro de inmediato sin decir ni una sola palabra. Tomo lo que me dice como que las cosas no han salido bien, que sus hermanos y ella sean lo único que queda de esa familia me dice que o bien todos murieron o fueron abandonados y, a decir verdad, no sé cuál es la peor opción entre ambas — Lamento oír eso — es lo único que puedo decirle, cuando sé bien que no sirve de absolutamente nada. Las disculpas vacías jamás son un consuelo, ella misma dice una de las razones principales. ¿Qué sentido tiene todo esto, cuando al final de cuentas somos un grupo marginado, sin verdaderas oportunidades? ¿Y qué cambia el dar una caricia, cuando antes te dieron un golpe? El dolor está allí, ya se ha formado un moretón.

Por ilusión que me hiciera dormir en una cama (¿tienen camas?), sé que no es momento de ponerme quisquilloso y solo me encojo de hombros para dar a entender que no voy a quejarme. Lo que sí me hace vacilar es el que se encamine directamente hacia los vagabundos, esa clase de sujetos que he estado tratando de evitar estos días porque sospechaba mucho de sus intenciones frente a los más jóvenes e inexpertos — ¿Los dementores no nos harán nada si no estamos dentro de una casa? — tal vez tiene razón y ni se molesten en pasar por aquí, al fin de cuentas esta gente no tiene a dónde ir y sigue con vida. Me dejo guiar y hago lo posible para no respirar, dando pequeñas inhalaciones como si de esa manera el olor dejara de quemarme la nariz. Creo que soy muy obvio, porque se me escapa un jadeo cuando tomamos asiento y me abrazo a mis rodillas como si mi propio perfume, que no es el mejor, fuese la única salvación.

Y puede que no esté muy errado. El agua que pasa frente a nosotros se siente como un sonido de ambiente y puedo olvidarme por un momento que, si miro hacia atrás, la imagen será totalmente desalentadora. Al menos, sus palabras no lo son. Me atrevo a mirarla entre mis rulos, tan parecidos a los suyos ahora que lo ha dejado en evidencia. No sé por qué, pero lo que me dice me duele, se siente como una desilusión sobre algo que ya no debería existir. ¿No he asumido hace tiempo que estoy solo, no importa lo que pude haber creído hace tiempo? ¿No supe que gente como Lara no valían la pena? Le doy la razón con un asentimiento de la cabeza, tan quedo que se delata mi estado de ánimo y me obligo a clavar los ojos en el agua. Ya casi ni se siente el olor — Creo que tenemos que conformarnos con no tener que hacer nada de esto solos, no importa de quién venga la ayuda. Sabemos que tenemos las de perder — incluso con algunos magos y squibs de nuestro lado, para qué mentirnos. Magnar Aminoff tiene muchos más medios que nosotros para una batalla, incluyendo ejércitos y criaturas. Tomo algo de aire y lo largo tan fuerte que creo que acabo por perder los últimos diez kilos que me quedan — Gracias por entenderlo. Creo que no hablaba de esto con nadie desde hace una eternidad — mejor dicho, desde mis charlas con Drew. Cuando la miro, lo que le regalo es una sonrisa — Cuando nadie más lo entiende, solo nos queda en apoyarnos los unos a los otros y sostenernos hasta que la tormenta pase. Tengo fe en que sucederá, me gusta pensar que la gente está empezando a cansarse — los levantamientos son una señal de ello, solo tenemos que sobrevivirlo. Esa es la parte difícil.
James G. Byrne
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It's so quiet here and I feel so cold ✘ Agatha - Página 2 19FbU8k
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Invitado
Invitado
Lo bueno de saber que llevas las de perder— digo y no es que esté pecando de un optimismo que también me negaron cuando una cosa tras otra, llevó a este estado de permanente desgracia. —Es que no tienes nada, absolutamente nada. Lo tienes todo embargado. Entonces, ¿qué? Hay que arriesgarse, porque la nada ya la conoces, todo es a lo que podrías aspirar y si no lo alcanzas, lo que consigues es un puñado de algo al menos— le comparto mi filosofía, muy adecuada a esta situación penosa de estar respirando mierda bajo un puente, porque es el sitio donde nos toca dormir esta noche, como lo habremos hecho en otras, como seguramente también volveremos a hacerlo luego. —Solo quiero algo, pequeño, propio, que sea mío. Absolutamente mío— lo explico con toda la codicia en mi tono de la que no me avergüenzo, que no estoy pidiendo millones ni mansiones, sino algo que no logro precisar qué podría ser.

Siempre que quieras hablar de algo, tengo buenos oídos para escuchar y consejos cuestionables si te interesan— ofrezco. Le doy un codazo suave en su costilla al oír su agradecimiento y un poco de eso que tampoco llega a ser optimismo en sus labios, se parece un poco sin serlo. —Suenas a un chico con su maleta cargadas de esperanzas que llega al norte— bromeo, —te falta la gorrita de maquinista— no sé si entenderá la referencia, lo leí en una de esas novelas que solía robarme de casas abandonadas, donde la gente habrá salido a prisa o fue apresada por aurores, dejando todas sus cosas regadas. Son mis sitios favoritos, no hay dudas. No importa mucho la historia real de esos lugares, sino lo que puedas llegar a imaginar que paso ahí.

La gente comienza a cansarse—  le doy la razón con un asentimiento de mi barbilla, —el problema es que eso por si solo nunca fue suficiente para que saquen sus pistolas del cajón o extiendan banderas. No hay pueblos que se rebelen, lo que hay son un par o más de locos suicidas que los agitan— pienso en esto en voz alta, —y no todos pueden serlo. Si yo fuera una loca suicida, dejarían que me suicidara— tuerzo mi sonrisa. —Nos toca apoyarnos, seguir al montón, algo saldrá de esto. ¿Te acuerdas cuando te dije que formaría mi propio ejército de muertos?— o algo así, no lo recuerdo bien, el comentario viene a mi como un fogonazo en la mente que se apaga en la nada. —Lo único que quiero es poder ir a pelear y sobrevivir entre el montón— es todo, nada más que eso.
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