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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Born to die · Hans
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    Recuerdo del primer mensaje :

    Arrojo todo lo que está dentro del bolso de Tilly sobre la cama, tal vez de un modo inconsciente guardé el sobre allí. Revuelvo entre los pañales y algunas mudas de ropa sin dar con este, voy cayendo lentamente en un nerviosismo inquietante. ¿Lo habré olvidado en la casa de Mohini? Esa es la mejor de las posibilidades, si ella lo tiene no tengo de qué preocuparme, de hecho, ese sobre bien podría quedarse allí, que lo guarde en algún cajón oscuro. El siguiente alboroto lo causo al tratar de dar con mi teléfono, elijo una llamada en vez de un mensaje, así tengo la respuesta inmediata a través de la voz de mi madre de que nada ha quedado allí. —¡POPPY!— salgo al pasillo para llamar a la elfina, que la bebé se ha quedado dormida en su cuna por lo que creo que serán veinte minutos de gracia, entonces llegará su padre y como si percibiera el primer paso que da al entrar a la mansión, despertará para exigir su cuota de atención que a veces sobrepasa a la del resto. Cierro suavemente la puerta a mi espalda para que siga descansando y cuando tengo la confirmación por parte de la elfina de que todos los sobres y documentos van a parar al escritorio del despacho de Hans, no espero que vaya por si misma a traerme lo que es mío, me arrojo escaleras abajo así puedo entrar y salir antes de que llegue.

    De acuerdo, no me gusta este lugar, se siente como si lo estuviera invadiendo y seguro que hay cosas que no voy a querer leer por accidente. Mi regla es no hacer preguntas que llevan a respuestas que no quiero oír, ni enfocar mis ojos en algo que no quiero ver. Pongo un pie tras el otro dando pasos tentativos hasta llegar al escritorio, con un rápido vistazo a los papeles que están encima trato de identificar el logo del centro médico del distrito cuatro, hacerme los estudios ahí parecía más discreto que en el hospital del Capitolio. Muevo apenas las carpetas con mi varita así puedo correrlas, y cuando logro dar con el sobre, se me cae la varita por el sobresalto de la puerta al abrirse. El ruido que hace al caer al suelo luego de rodar por la mesa suena como cristal roto, con estruendo en mis oídos. —¡HANS! ¡ME ASUSTASTE!— grito, descargo un golpe sobre la mesa. —¿Es que no te enseñaron a tocar? ¡Por favor! ¿Qué maneras son esas de entrar?— me indigno, así puedo recuperar mi sobre de un tirón y pararme como desafiándole a que me diga lo que sea, mi entrecejo fruncido trata de detenerlo, que la que está en falta soy yo y pruebo un escape veloz. —¡Por favor!— repito con tonito de enfado al pasar a su lado. Cierro la puerta a mi espalda y estoy a medio camino de las escaleras, cuando vuelvo sobre mis pasos al percatarme de mi error. Abro la puerta de un tirón con el sobre a la vista, me quema en la mano. —No, espera, este es de tu tarjeta— y yo no me hago responsable de esto, que si a él se le ocurre comprarle ponys arcoíris a Meerah y a Mathilda no es cosa mía.
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    No son malas noticias— lo contradigo para quitarle el peso fulminante que estos hechos podrían haber tenido de acabar mal, acaricio su nuca con mis dedos perdiéndose entre su cabello. —Son cosas que pasan que nos ponen a prueba para ver qué tan resistentes somos y lo somos…— aseguro, a pesar de que en ocasiones nos siento tan vulnerables y el espacio compartido en una silla detrás de su escritorio se transforma en esa isla que nos hará de refugio, nos coloca a salvo del naufragio que nos espera si nos dejamos arrastrar por este océano oscuro bajo nosotros. Con mi mano llena de mechones suyos, parece el ancla que necesito a través del tacto. —Y los ganadores lo son un día, perdedores al siguiente. Los sobrevivientes con cada día, con cada pelea, se hacen más fuertes— digo, —prefiero estar entre los segundos. Eso quiere decir que Aminoff caerá un día y vendrán otros, nosotros seguiremos sobreviviendo sea quien sea que esté en esa posición…— murmuro contra su camisa, inhalando al tomar aire parte de la fragancia que todavía desprende la tela después de todo el día de andar por ahí. —Sé que por lo cerca que estamos de él, y cuanto más cerca estemos, en una misma sala, lo mejor que podemos hacer es aguardar— le doy la razón en esto para su tranquilidad. —Y puedo hacerlo por una razón. Dime que soy una idiota si quieres, pero no le tengo miedo. Tengo miedo a muchas otras cosas, no a él. Por eso puedo meterme en su juego, no me asusta, no importa lo mucho que se acerque, puedo seguir sosteniendo su mirada.

    No lo suelto al oír lo que sigue, abro mis ojos por la sorpresa de escucharlo y estar recostada sobre su pecho lo oculta, es casi lo mismo que le había dicho hace poco, planteado de una manera distinta. —¿Qué caso tiene hacerlo cuando volveré a trabajar y Meerah a la escuela? Me preocupa Tilly, trataré de conseguir para ella alguien que la tenga segura en casa, sea en esta o en la del distrito cuatro. Si nos vamos sería para poner una distancia con la isla, pero no sé si sería lo más seguro. ¿Lo más seguro no sería reencontrarnos los cuatro cada noche en un mismo lugar?— pregunto, por más que sean solo unos días no tomo esta oferta como lo hubiera hecho en otro momento. —No creo que recibamos nuevas visitas indeseables pronto, ni me movería de este lugar después de decirle a Aminoff que sería aquí donde me mantendría. Se trata de resistencia, todo se trata de resistencia. ¿Y no habías dicho que eras bueno en eso? Voy a empezar a creer que solo alardeas— le sonrío al reducir todo a una referencia vieja hecha en la cama, beso su mentón por lo tentador de tenerlo tan cerca. —¿Te diste cuenta de cómo sonó cuando me pediste que te cuente que otras cosas te había ocultado para que me echaras un sermón, no? Mierda, hombre, no se puede tener una charla seria contigo sin meter una o dos fantasías de adolescente del tipo que sí, quiero que me eches todos tus sermones— mi resoplido de supuesto enfado se mezcla con una carcajada y la escondo contra su cuello al darle un beso rápido sobre la piel. —¿Ves lo que te digo? No hago más que llenarte de preocupaciones apenas llegas, encima preocupaciones viejas— froto con mis dedos esas arrugas en su frente a ver si así se alisan. —¿Hay algo que pueda hacer para compensarlo?— ensancho mi sonrisa para hacerla mucho más grande. —Y sí, sé cómo se escuchó eso. Pero hablo en serio al preguntar si hay algo que puedo hacer para que todo lo que te dicho no te quede escociendo, así dentro de cuarenta años me lo eches en la cara— digo a chiste.
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Nunca pensé que llegaría el día en el cual Scott fuera la calma positiva de este dúo, en el cual ella busca sostener nuestra cordura en lo que yo analizo todos los flancos débiles de nuestro fuerte. Aunque estoy acostumbrado a luchar mis batallas solo, he aprendido en este tiempo que tengo un muy buen equipo a mi lado, del cual puedo sostenerme mientras la marea va subiendo —  No creo que seas una idiota — aseguro, ni siquiera sé de dónde saco la tranquilidad para decir esas palabras — Pero algo que he aprendido en estos juegos de poder es a jamás subestimar a nadie. Fue una falla mortal para Jamie en su momento y espero que su hijo siga su camino alguna vez, cuando llegue el día en el cual podamos hacer algo para acomodar las cosas — dicho sea de otro modo, que podamos respirar tranquilos sin un dementor asomándose por nuestra sala para chequear que estamos tirándole flores y no haciendo otra cosa.

    Lo que dice tiene sentido, puedo reconocer cuando es mi preocupación hablando más que la lógica y cierro los ojos con una mueca que delata que me ha atrapado — ¿Te enojarías si te digo que los elfos tienen la orden de funcionar como medio de escape en caso de ser necesario? Lo vi como una medida de seguridad que tal vez pueda ser útil alguna vez — confieso — Así que sí, mantenernos los cuatro aquí sigue siendo la mejor idea, pero creo que necesitas estar al tanto de todas las formas que tenemos de sobrevivir en caso de que llegue el día en el cual tengamos que salir corriendo — Que Merlín no quiera. Puedo relajar un poco los músculos en vista de una broma que me remonta a tiempos más calmos, obligándome a sonreír en lo que levanto un poco la cabeza para recibir ese beso con comodidad — Bueno, si te interesa, tengo unos cuantos sermones más que puedo inventar para ayudar a tu imaginación. Ya sabes, para cuando tanto cambio de pañales te quite la inspiración — dejo que mi cabeza se recargue en el asiento, siento como el aire vacía mis pulmones por la calma de las caricias y tengo que entornar la mirada en su dirección para seguir con la atención puesta en ella — ¿Dejar de hacer que me preocupe, para variar? — bromeo. Levanto la mano, dejando que algunos de mis dedos acaricien su barbilla en un gesto quedo — Solo… prométeme que no me ocultarás cosas como esta. Me quedaría mucho más tranquilo si, a pesar de todo, podemos seguir sin sorpresas desagradables. Me arrugaré menos — lo cual parece ser demasiado pedir en estos días.

    ¿Pero sabes qué puedes hacer de manera inmediata? — me inclino hacia delante, pasando las manos por su cintura a modo de abrazo en lo que transformo esta silla en un espacio privado para los dos — Vine aquí con la idea de pasar una tarde en la piscina, de olvidarme que en el ministerio todo es corridas y papeles. Puedes venir conmigo, no le diremos nada a Meerah… — mis cejas se mueven como si estuviese buscando tentarla, tal y como si fuéramos dos adolescentes que están dejando afuera a una tercera rueda. No es que no quiera a mi hija, es que... a veces pasar tiempo sin ella o su hermana es necesario para mi salud mental. Para asegurarme de que no diga que no, me acerco con el cuidado de besar su cuello, siguiendo con un recorrido hasta detrás de su oreja — Lamento no estar aquí todo el tiempo que me gustaría, el llegar tan cansado y tomarme, quizá, todo a la tremenda. Pero cuidarlas y preocuparme es parte de mi trabajo, ese que sigo haciendo incluso cuando se terminó la jornada ministerial. Quiero que sean felices, cueste lo que cueste — mis labios resuenan estruendosos en su mejilla antes de que me aparte, desabotonando el primer botón de mi camisa — ¿Hoy vas a dejarme el flotador azul o tendré que pelear por él? Porque te aseguro que puedo llevar las de ganar.
    Hans M. Powell
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    No lo subestimo— aclaro, si es así como lo toma. —Es todo lo contrario— me reacomodo para quedar de frente a él cuando le doy mi explicación. —No soy rival para ninguno de estas personas que quieren poder, perdería si tratara de medirme con ellos. Y en eso, en saber que llevo las de perder, que no soy nadie si me paro para enfrentarlos, es lo que me lleva a actuar con cautela. Me corro de eso de ser ganadora o perdedora, tomo la tercera posibilidad. Esa que se trata de sobrevivir, haré lo que sea para asegurarme que sobrevivamos a Aminoff, a esta guerra, a esta época— prometo, si lo pienso como la meta destino a la que quiero llegar, puedo abrirme paso en esta tormenta que nos coloca en la furia de su centro y atravesarla, si me concentro a donde quiero llegar y a quienes quiero llevar conmigo. Y definitivamente, no voy a dejar a este hombre detrás. Tendré que sujetarlo fuerte para que no se hunda en ese pozo de incertidumbre que está acabando con él, trato de calmarlo con el roce de mis dedos que siguen líneas que he trazado mil veces, también dormida. —No me enojaría por algo así— contesto, mis cejas están chocando con el nacimiento de mi cabello por la sorpresa de enterarme que teníamos esa medida de seguridad en la casa. —Entonces, ¿no hará falta ningún bunker debajo de la piscina? — pregunto, quiero poder decir que es una broma, pero no sería del todo honesta cuando tantas ideas pasaron por mi mente que no me parecían extremistas teniendo en cuenta lo fácil que se sacude este país con un alboroto. —Si tenemos que irnos, lo haremos—. No quiero que acabemos como esa familia real que acabó siendo fusilada en una habitación de su mansión y solo un viejo mito sostenía que una de las niñas logró escapar, porque las balas se incrustaron en las joyas pesadas que colgaban de su cuello. Esa no será la historia de esta familia. —Y si ese día llega, no quiero que te quedes aquí viendo como todo se acaba, creyendo que vas a poder seguir sosteniéndolo con tus manos. Te desmayaré si hace falta para poder llevarte— le advierto. —Perdóname, hace tiempo que ordené mis prioridades y no me fijo en lo que se supone o lo que debería hacer, lo que está bien o lo que está mal, el mundo va en una dirección y si tengo que ir en otra, lo hago. No me meto en lo que es tu deber en este momento, pero si algún día eso te pone al borde del risco, no me quedaré mirando como caes— murmuro respirando contra su cuello, nos libero del peso de tener que decir esto con nuestras miradas encontrándose, así puede asimilarlas en la privacidad de que su expresión queda fuera de mi vista.

    ¿Quién necesita ayuda con su imaginación, según tú?— pregunto con una sonrisa disimulada, pico su costilla con un dedo como un pinchazo de reproche. —A mí cambiar pañales no me quita la inspiración, lo que me quita la inspiración son los estallidos de llanto repentino, y tampoco es que me la quitan, la tengo que hacer a un lado para ir a atender a cierta bebé. Inspiración me sobra— le aseguro, para probarlo subo mis manos por su camisa y se quedan quietas al escuchar lo que me pide, respondo con un asentimiento porque es lo que esperaba escuchar. —Lo siento, Hans. Por no decirte lo de la enfermedad de mi padre y el riesgo que había, se hace difícil hablar de él y de todo lo que tiene que ver con él con alguien más que no sea Mohini que lo conoció bien…— dudo en continuar, y es en ese segundo de vacilación en el que no digo nada, sus siguientes palabras cubren lo que queda por decir. —Podría…— lo insinúo, —¿solo vamos a nadar?— pregunto, que lo pregunte como una posibilidad muy real me hace notar lo atrapados que estamos en esta vida doméstica con dos niñas, en la que debemos hacer uso de puertas cerradas para marcar el espacio íntimo. Tiro de la tela de su camisa para que salga de la sujeción de su cinturón. —Te ayudo a prepararte— digo al pasar, mi cuello cosquilleando por su roce y pese a la distracción lo escucho con claridad. —Lo sé, Hans. Lo sé…— lo tranquilizo, aliviando esas presiones que lo hacen ver tan cansado con mi mano acariciando nuevamente su nuca, y estoy a punto de retomar lo que dejé sin decir cuando su pregunta me saca una carcajada. —No vas necesitar el flotador, no te dejaré salir a la superficie— es una broma, puedo ceder la propiedad del inflable si lo necesita para estar tendido un rato sin nada en lo que pensar.

    Tomo su mano cuando me incorporo así se pone de pie conmigo, echo un vistazo a su escritorio para no golpear nada que pueda romperse y me siento en la orilla para que se coloque entre mis piernas que se ven más bronceadas debajo del pantalón corto, porque yo sí pude hacer uso y abuso de la piscina este verano con licencia por maternidad. —Ven, te dije que te iba a ayudar— sonrío al prenderme de su camisa para atraerlo y así encargarme de los botones. Cuando tengo mis manos ocupadas en la tarea, mis ojos siguiendo cada botón que se escapa, sigo: —Hans, mi padre no murió cuando tenía quince años. Se fue, se fue al norte, a la frontera, no sé, a ser parte de los rebeldes. Estaba enfermo, pero es una enfermedad lenta. No solo deja de funcionar el cuerpo de la persona, también su comportamiento cambia, la manera de tratar a su familia y a las personas que quiere. Se vuelve una persona que puede llegar a cansar y lastimar a los que están cerca. Lo supo y se fue. No sé con quienes habrá colaborado, con Jeff se mantuvo en contacto, pero… como hijo de muggles, papá siempre se sintió más cercano a las personas sin magia, muggles, squibs. Tal vez llegó a conocer a tu padre, no lo sé, Aminoff dijo algo sobre que sabía que mi padre era un rebelde…— suspiro, si tengo que trazar un mapa de relaciones posibles en mi cabeza, no doy abasto con las que tienen que ver conmigo y con Hans como para sumar también la de nuestros padres. —Nos enteramos que estaba enfermo cuando estaba embarazada y… decidimos no ir. No podía ir así, no al norte— cierro mis ojos al guardar silencio, lo necesito para que la culpa no me embargue y pueda reafirmar que hice lo que tenía que hacer, es lo que aseguró que nuestra hija esté durmiendo ahora en una habitación de esta casa, segura. —Después falleció. Esa es la historia completa…— concluyo, endurezco mi voz para hacer de eso el relato oficial, el que queda entre nosotros porque no puede ser dicho a otros. —Pero la que contaremos siempre seguirá siendo que mi padre murió cuando yo tenía quince años, ¿sí? Y es lo que le diremos a Mathilda cuando crezca, su abuelo murió en ese entonces, cuando Mohini perdió a su esposo y yo a mi padre. Todo lo que compartiré de él será e lo que vivimos juntos, porque lo amo. Sigo amando al hombre que fue, que me crió y me cuidó— coloco mis manos sobre los hombros de Hans y lo miro pidiéndole disculpas. —Eso no va a cambiar.
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    Le sonrío, más no por una verdadera gracia, sino porque no podría esperar otra cosa de ella — Lara Scott, algún día tu terquedad va a matarnos — intento que suene a una broma, porque no puedo negarme a sus peticiones sabiendo que es capaz de cumplir su palabra, que me sacará de mi miseria con toda la fuerza que es capaz de cargar en un cuerpo pequeño pero tenaz, porque si hay alguien que se describe con esa palabra, es ella. Ya no sé cómo decírselo, recuerdo haberle mencionado en el pasado que me agradaba su espíritu, es una idea que no ha cambiado con el tiempo. Hoy hasta se lo respeto, pero temo que llegue el día en el cual acabe jugándole en contra. ¿Cómo cuidas a alguien que se esfuerza en ser la cuidadora? No puedo controlarla, no cubres una llama con las manos sin quemarte.

    No puedo seguir el juego de la inspiración cuando la sonrisa se torna cada vez más forzada, que hablar de su padre no es algo que quiera estirar porque, de momento, se siente como una mosca molesta en la habitación. A ella le afecta, yo aún no sé cómo sentirme al respecto — Puedo entenderlo — es lo único que aseguro, trato de centrar mi atención en la temperatura de su piel, en esa textura que ya me sé de memoria, tomo la curva de escape hacia un ámbito más seguro. Al menos, la manera que tiene de tirar de mi camisa se siente como una invitación a una huida — No estamos solos en casa… aunque siempre puedo darle algo de dinero a Meerah para que se vaya al cine o a dónde quiera. Y podremos compartir el flotador — es una travesura mínima, como si centrarnos en un juego como este pudiese eliminar todas las cosas que hablamos dentro de estas cuatro paredes. Los secretos pueden quedarse aquí, ya sabemos que se nos dan más que bien.

    He aprendido a dejarme llevar por ella, me levanto con el impulso de su tirón y apoyo las manos en los bordes del escritorio, buscando el roce de sus muslos con mis pulgares. Apenas logro inclinarme en su dirección que sus labios se abren para hablar, no para besarme y puedo jurar que no comprendo lo que está diciendo. No me considero una persona lenta, pero mi silencio delata que estoy tratando de comprender… ¿Qué? ¿Qué su historia es una mentira? ¿Que todo lo que nos unió en el pasado, no era como yo lo pensaba? Se siente como la sensación de un hielo recorriendo mi nuca hasta fundirse en mi espalda, pero en lugar de estremecerme, puedo sentir cierta tensión. Acabo por mover la cabeza en busca de tronarme el cuello, guardando un silencio quizá un poco demasiado extenso, cuando debería decir algo. Lo que sea — Lo lamento — ¿Lo hago? ¿Me importa lo que le sucedió a ese hombre o solo me preocupa cómo es que puede afectarle a una persona que me importa tanto como ella? Tomo sus muslos, los aprieto con todo el cariño que puedo demostrar en este instante, aunque encontrar sus ojos me toma un poco más — He aprendido con el tiempo que la honestidad siempre va a ser la mejor opción, pero si prefieres que Mathilda lo recuerde como tú lo haces… es tu decisión — ¿Por qué reprocharle una vez más que no me ha dicho nada al respecto? Lo único que atino a hacer es a besar su frente, rozando mi nariz contra su cabello en lo que subo las manos en busca de un abrazo. Intento controlar mi respiración, no muy seguro de conseguirlo.

    Nunca comprenderé la mitad de tus decisiones… — admito, la manera que tengo de hablar refleja cierto secretismo — … pero estoy aquí para acompañarte en ellas. Y sé que tu familia te pertenece, pero creo que tengo que recordarte de que ahora tienes una nueva que puede acoplarse. Estoy seguro de que yo no puedo amarte como lo hizo tu padre, pero puedo hacerlo a mi modo. Lara… — me las arreglo para separarme, lo suficiente como para atreverme a mirar a su rostro — He dejado de juzgarte en base a tu padre. Al final del día, tu pasado no me importa, siempre y cuando podamos disfrutar del presente. Pero gracias por ser honesta conmigo, esto puede morir aquí si es lo que quieres. Hay cosas nuevas del otro lado de la puerta — solo tenemos que tomarlas, no debería ser tan difícil.
    Hans M. Powell
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    Espero que no— contesto sin un respiro de por medio entre su comentario y mi respuesta, —espero que la terquedad sirva para mantenernos con vida—. Es lo que tengo, puedo hacer de mi defecto algo de lo que sujetarme para hacer virar los vientos en el sentido contrario al que trata de arremeternos. En los momentos a solas con mis pensamientos puedo tener mis dudas sobre si estamos parados sobre una roca lo suficientemente firme sobre lo que podamos apoyarnos, no solamente nosotros dos, sino también las dos niñas que están prendidas a nuestras decisiones. La incertidumbre que azota cuando son las amenazas de afuera las que irrumpen en este caos privado, es la que consigue que haga promesas inestables como estas, por incierto que sea lo que vaya a ser de nosotros, mi certeza está en que me he aferrado tan fuerte a ellos, que ya no podría soltarlos. Y encontrar en una invitación tan casual y contrastante con los asuntos de esta conversación, el gusto de lo cotidiano que en este hombre se ha vuelto calor seguro al que puedo abrazarme.

    Me acuerdo que contábamos las primeras veces que dormíamos juntos, una vez puede ser un accidente, dos veces ya no lo es, si se dan tres veces se comienza un patrón. He perdido hace mucho la cuenta de las noches y a pesar de despertar a su lado por las mañanas, de buscar su espalda para rodearlo con mis brazos y sentirlo cerca, como el escondite al que puedo regresar al final de cada día, hay muchos caminos solitarios que todavía me quedaban por andar y poder llegar a él como destino. Nunca se trató de confianza, ni de que pretenda ocultarle cosas, se trataba del tiempo que hace falta para cerrar peregrinaciones personales y así quedarme con él, con más piezas que ayer, hasta que algún día pueda ser enteramente yo. Es lo que pasa con las personas que nos proyectamos solas en la vida, dispusimos todo para que sea así y esto es cambiar de religión. Lo irónico de esto, es que aun guardando partes solamente para mí, he puesto mi vida entera y a mí misma en la balanza de este hombre.

    Es la historia que quiero heredarle, lo que sé y lo que conocí de mi padre. No quiero que pese sobre ella malas decisiones de abuelos ausentes, cuando hay una persona como Mohini que pondría sus brazos a su alrededor para que no la hiriera el mundo. Solemos caer más fácil en ver el pasado heredado como errores que justifican nuestras canalladas presentes, en vez de tomar lo malo para hacer crecer algo bueno a partir de eso— subo mis manos por sus brazos en una caricia lenta al decirlo, ya lo hablamos en otras ocasiones. Rodeo sus hombros para amoldarme a su abrazo, lo necesito, anduve mucho hasta llegar aquí. —Y quiero que ella pueda ser, por fin, lo bueno después de todo lo malo. Por idílico que suene, soy una idealista a fin de cuentas, ¿no? Quiero que lo sea— deseo, que también para su hermana, Tilly pueda ser la pieza que nos faltaba para sentirnos completos al ser parte de un algo que puede ser todo. Beso su garganta para subir hasta su mentón cuando sigue hablando, lo alcanzo en la distancia que impone al acariciar sus labios antes de contestarle. —Nunca podrá ser un amor similar, Hans. Los amores de pedestal puede que sean eternos, pero es una adoración ciega hacia alguien que no es real, que se ha ido hace mucho tiempo. Y luego están los amores como el nuestro… esos que te hacen sentir vivo, sabiendo que estamos hechos para morir. No hay eternidad para nosotros, solo mortalidad— esbozo una sonrisa sobre su boca al volver a tomarla, burlándome de algo o alguien que nos excede. —Y elijo eso, ¿sí? Sentirme viva contigo, sobre quienes pude amar antes como mi padre— susurro. Rozo su mejilla con mi pulgar al sostener su mandíbula con mi mano para que no se aparte. —Sé que una vez te dije que parecías un fuego demoníaco arrasador, en ocasiones creo que eres un fuego vestal que no se extingue para mí, y es saber que tenemos esta vida y no otras, lo que creo que hace que perdure. ¿Alguna vez escuchaste que todos elegimos en qué infierno quemarnos? Muchas personas suelen esperar un cielo o un paraíso luego de mucho andar y a mí me pasa que después de tanto andar y a los tumbos, arder contigo es lo mejor— tomo su boca para otro beso que demoro lo que tardo en bajarme de su escritorio, me cuelgo de su nuca al volver a sentir el suelo. —No voy a arrepentirme de las decisiones que tome por conservar esto— se lo prometo.
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    Hans M. Powell
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    Estoy seguro de que mis hijas heredarán muchas cosas, en especial historias. Aún no estoy seguro de cómo haremos para que Tilly sepa cómo es que nos conocimos con su madre, pero he decidido no preocuparme por ello hasta que llegue el momento. Elegir qué imagen y qué enseñanza queremos regalarles es algo de todos los días, lo he aprendido con Meerah y lo veo todos los días con su hermana, jamás pensé que ciertas capas de mi persona tuvieran que ser cuidadosas por cómo podían afectar a alguien más, alguien más frágil y más importante que yo. Viví demasiado tiempo en un estilo de vida egoísta, como para empezar a desprender mi piel por ellas, para ellas y con ellas y, por extraño que suene, ahora no lo imagino de otra forma — Bueno… creo que tu idealismo se me ha pegado un poco — apenas es una broma, sé que yo tiendo a pegarme a la fatalista realidad que intento ver con algo más de seguridad, como si aún fuese intocable.

    Obvio que no lo soy. Ella me toca, por ejemplo. Puedo sentir cierto alivio, sonrío contra el tacto que se hace de mi boca y me aseguro, una vez más, que me sigue eligiendo — No es una competencia — no sé si se lo recuerdo a ella o a mí mismo — Pero es bueno no vivir en lo que ya hemos pasado y perdido. Sé que es un poco irónico viniendo de mí… — se me crispa la nariz por un segundo. Hermann sigue siendo la clase de problema que no puedo sacudirme, no importa los años que pasen — … pero creo que tenemos algo que vale la pena, por muchos dolores de cabeza y patadas que pudimos pegar. Elegirte es algo de lo que no me arrepiento — ¿Había otra opción? ¿Qué hubiera pasado si Tilly no nacía? Estaba lejos de aburrirme de su compañía incluso en ese entonces, no puedo usar a la bebé de excusa.

    Se me escapa una sonrisa pícara, aún recuerdo bien esos comentarios que parecen haberse perdido en habitaciones muy lejanas, entre dos personas que ahora mismo me cuesta reconocer. Me centro en su beso, en el modo que tiene de bajarse del escritorio y que me obliga a moverme con ella para hacerle el espacio, a pesar de que mis nudillos acarician sus caderas por mera inercia. Scott tiende a verse como una persona irrompible, pero siempre será frágil para mí. Parpadeo, encontrándome con ella en los pocos centímetros que nos separan, respirando sobre su boca — Nadie me advirtió que arder sería tan placentero — susurro, tiro de mis labios hacia una de mis comisuras — Pero si hay otra vida, no tendría problema en volver a repetirlo — son elecciones, las hacemos todo el tiempo, incluso sin darnos cuenta. Me obligo a dejar de besarla, tomo la distancia necesaria para recordarme que no podemos quedarnos aquí dentro por horas y, en su lugar, mi atención se va al sobre de la clínica. Tengo que decirme a mí mismo que no puedo quemarlo y, en su lugar, aferro su mano para tirar de ella y rodear el escritorio — Los trajes de baño están en el cuarto — me explico como mera excusa, aunque mi mano duda al momento de tener que abrir la puerta. Aprovecho esos segundos para echarle una ojeada sobre el hombro — Una vez me dijiste que estabas conmigo, a mí lado — le recuerdo — Quiero que sepas que ese también es mi lugar. Todos los días, para lo que tú necesites — que si vamos a caminar este sendero juntos, tener los dedos enroscados es el mejor de los aliados.
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    Tampoco creo que sea una competencia— digo con un asentimiento de mi barbilla, mi pulgar recorriendo su rostro por los rasgos que podría trazar a ciegas, —es solo que he tenido tiempo de pensar y cuando hago mis elecciones, son a consciencia de lo que elijo. Siempre elegimos en renuncia o por encima de otras cosas, elegí esto que tenemos…— murmuro, es como ha sido para mí aunque nadie me haya puesto explícitamente en una situación de elecciones, las circunstancias fueron las que en un principio me empujaron de un lado al otro, le concedí a la fuerza que me atraía hacia él la potestad de marcarme el camino, hasta que dejó de ser así y puedo decir que cada paso que doy, cada uno de mis movimientos, ya no corresponde a un arrebato. Lo hago con los ojos abiertos, lo sigo al tomarme de su mano y no de sus labios con urgencia, esa que queda reservada para el infierno íntimo que evoco para nosotros, que nos consumió y cuyo fuego logramos gobernar, no para extinguirlo, sino para declararlo propio.

    No sé si habrá otra vida o si pueda volver a repetirse algo así, ¿no sería muy extraño en el universo? Seguro que en otra vida seremos caracoles por culpa del karma— dejo un beso en su mejilla al encaminarnos a la puerta, hay una bebé que se quedó dormida en su cuna y quiero comprobar que siga así para unirme a su padre a la piscina. Me quedo inmóvil a su espalda cuando se detiene, escucho lo que dice y me acuerdo del miedo estúpido que tenía de perder el anillo que me dio porque no se ajustaba a mi dedo al adelgazar después del parto, como si perderlo fuera un mal augurio de una boda que sigue muy lejana en el calendario. —Lo sé— contesto, sostengo su nuca con una mano para acercar su frente a la mía, —saber que estás es todo lo que necesito. Aunque a veces no me veas o yo no puedo verte a ti, sabes que me encontrarás aquí y yo también espero poder encontrarte— pese a las demoras que puedan darse al llegar, tener un poco de fe ciega no hace daño, es parte de creer. —Y no necesito de ningún juez en un altar que avale mis palabras, es así desde que te elegí—. Presiento que hemos montado un altar propio en nuestro infierno y las promesas fueron arrojadas al mismo fuego del que surgieron, igual que nosotros, se han mostrado resistentes a lo que debía destruirlas. Y eso es solo anticipo de que habrá otras cosas, que también probarán su fuerza, por eso se necesita fe ciega.

    Tiro de su mano para sacarlo del despacho así no seguimos demorándonos, si acaso bromeo con retenerlo al comienzo de la escalera al aprovechar el desastre de su camisa para que mis manos se metan bajo la tela hasta su cintura y me adelanto dos pasos para que su espalda choque con la pared, como si fuera una madrugada con prisas para llegar a la cama y no las horas en las que todavía el sol sigue en alto. Recorro lo largo de su garganta con mis labios para detenerse en la comisura de su boca, y tal como predije que Mathilda reconocería la presencia de su padre de tenerla en la casa, escucho su llanto superando la barrera de la puerta cerrada de la habitación, exigiendo que vayamos hacia ella. —Hay alguien que quiere ser parte de tu fiesta en la piscina y he visto tu cuenta de la tarjeta como para permitirte que sigas derrochando en sobornos a tus hijas— claramente es un chiste, tiene dinero como para sostener ese sistema de sobornos que le conviene. Lo libero de mis manos para que pueda subir los peldaños que faltan por su cuenta, me apresuro en llegar hasta la habitación y recuperar a Tilly de su cuna por mucho que haya leído sobre que un poco de llanto hace bien para que los bebés aprendan a manejar la frustración, ya habrá otros llantos que no podré atender tan a prisa. Y por noble que sea mi intención de darle consuelo, no lo encuentra en mí, sino que continúa con el escándalo porque ya ha olido a Hans. Conoce su olor, puede ver su aura, no lo sé. Es a quien pide a estas horas del día por saber que está en la casa. —Toma, encárgate de ella mientras busco sus cosas— se la entrego y me pierdo dentro del guardarropa los siguientes minutos, que a mí me lleva un minuto tirar mi ropa para cambiarme, mis dudas surgen con ella. —¿Cuál te gusta más?— le pregunto levantando una perchita con cada mano. —¿Su enterizo de flamencos? ¿O su bikini con cerezas?
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    Esta es la clase de cosas que me recuerdan por qué nos seguimos eligiendo, nos permite perdernos en las tonterías como si fuéramos dos adolescentes cargados de hormonas y picardías, hasta la risa que se me escapa al verme atrapado contra la pared me remonta a esas épocas donde no había una mansión inmensa ni hijas en diferentes cuartos desde los cuales pueden interrumpir. Tilly aún no me preocupa demasiado, Meerah es quien tiene la libertad de moverse por todos lados para acabar en alguna situación incómoda. Es un poco irónico que sea el llanto de la bebé el que llega desde la distancia como una queja a la falta de atención que está recibiendo de nosotros, lo que me obliga a resoplar con un ruedo de ojos que se queja tanto como denota diversión — A veces tengo la sospecha de que le ha quedado el miedo a dejar de ser la menor y lo hace a propósito — como si los traumas de la niña fuesen los nuestros, ajá. Amago a morder sus labios, pero queda solo en un chasquido de mis dientes antes de ir hacia el dormitorio, el cual se siente demasiado grande ahora que no tenemos el permiso de ir directamente hacia la cama o alguno de los rincones que podemos conquistar por un momento.

    Desnudarme me lleva tan poco tiempo que, para cuando ella exige que sea yo quien se haga cargo de la niña, ya estoy saliendo del guardarropa acomodando el traje de baño; lo bueno de la única prenda, supongo. Atrapo a la niña entre mis brazos con algo de torpeza por culpa del apuro, así que tengo que acomodarla para que se sienta más cómoda en lo que la saludo con esos sonidos agudos que no sé de dónde he sacado, porque creo que no los había emitido hasta conocerla. Siempre había pensado que las personas que hablan a los bebés como si fuesen estúpidos eran unos tremendos idiotas y, obviamente, ahora mismo me encuentro a mí mismo con esas manías — ¿Mmm? — estoy distraído con la manía que tiene la bebé de reírse al tratar de tirarme del pelo, así que tardo en voltearme hasta encontrarme con las opciones en el aire — Las cerezas. Así puedo morderle la panza… ¿A que sí? — y sí, otra vez el tono arrastrado que se funde al hacer sonidos contra la barriga de la niña, provocando que se retuerza. Si alguna vez Mathilda tiene la consciencia como para quejarse de estas cosas, le diré que culpe al hecho de que no pude vivir esto con su hermana.

    Tener a una bebé lista para la piscina no es lo que tenía en mente para mi rato a solas con su madre, me ocupo de no olvidarnos su sombrero gigante y lo coloco con mucho cuidado de que sus cachetes lo sostengan junto con el hilito y, para cuando estamos saliendo al jardín, Tilly ya anda sacudiendo sus patitas, no sé si por mero reflejo o porque tiene idea de que iremos a la piscina. Me acomodo en el borde, allí donde puedo meter mis pies y sostener a la niña, en espera de que Scott me facilite el protector solar para que no le afecte a su piel — Una vez me preguntaste si yo era feliz — le recuerdo, aunque no estoy seguro de quién había iniciado esa pregunta en aquel momento. Tengo que ladear la cabeza para mirarla, seguro de que ella lo recuerda. Fue el día en el cual quemamos sus papeles, cuando el embarazo era noticia nueva y Magnar había asumido como presidente para cambiar el panorama con sus modificaciones — Mi pregunta es: hoy… ¿Tú lo eres? — porque hemos dado muchas vueltas para terminar aquí, con lo bueno, lo mano y lo regular. Al menos, yo lo soy.
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    Me he acostumbrado tanto a las interacciones de Mathilda con su padre, a sus pies agitándose en el aire al retorcerse por la boca que se estrella en su panza redonda, que pocas veces como en este momento me percato de lo extraño que es ver Hans con una bebe que le pertenece, cuando la imagen de saberlo padre de una adolescente fue chocante alguna vez. Era de esos hombres para quienes los niños deberían venir así, con una estatura que supere sus rodillas y capaces de sostener una conversación coherente. No podría haber creído, de verlo en una bola de cristal que usan las adivinas truchas, que se encargaría de cargar con una bebé que tiene un sombrero tan grande puesto, que es más sombrero que bebé. Dejo que sean quienes vayan por delante, él que quería tener su rato de descanso y olvido en la piscina antes de que nuestra conversación se convirtiera en un reporte de nuevas inquietudes, y la misma Tilly, que sigue moviendo sus piecitos con la emoción de quien sabe que volverá al agua. No tiene una colección de flotadores por nada, con su hermana supo sacarles provecho cada una de las tardes de vacaciones.  

    Acaricio sus cachetes con los pulgares al embadurnarlos del protector solar para bebés de pocos meses, ese que contribuye a los ceros de más en la tarjeta de Hans por ser tan ridículamente caro. Está tan acostumbrada a los preparativos de meterse al agua que ya no patalea, espera a que acabe de pintar su nariz de blanco con los ojitos fruncidos. —¿Lo hice?— pregunto, lo que recuerdo son esos momentos en que la felicidad explotó para nosotros como burbujas de jabón, sorprendiéndonos, en esos lugares que no pensamos que llegarían a cargarse de tanto significado o en los ratos que estaban hechos para ser olvidados por cotidianos. Nunca he llegado a convencerme del todo que la felicidad sea algo a lo que ambos tengamos derecho, ni que la suerte decida un negativo para mí, resguardándonos de una tragedia que bien podría estar hecha a nuestra medida. Si todo se ha dado tan rápido, tenía sentido que así de rápido se consumiera, si no es por nuestra voluntad, sí por algo que escapara de nuestras posibilidades. Y aun así, con toda la carga personal que trae cada uno y queda regada por el suelo igual que la ropa, esa que nos hace inapropiados para lo que voy a decir, lo hago. —Claro que lo soy— es mi respuesta sincera, —nada de esto es lo que alguna vez hubiera creído que me haría feliz y, sin embargo, lo hace.

    Cambio mi postura de estar en cuclillas colocando protector a la bebé, para sentarme en la orilla de la piscina al lado de ellos, pruebo la temperatura del agua al hundir mis pies. —Los sueños cambian— le explico, costo entenderlo hasta que lo hice. —Tenía otros sueños, los amaba. Sobre quien quería ser, sobre lo que aspiraba a tener. Tuve mis momentos en que dudé de si estaba renunciando a ellos y a parte de mí por empezar a desear otras cosas que eran muy distintas, hasta contrarias de lo que quise alguna vez— froto mi rodilla con los restos de la crema que quedo en mis dedos con un ademán distraído, más concentrada como estoy en hallar el modo de expresarme. —Dudé de si me estaba fallando a mí misma y si acaso podía encontrar una manera de congeniar todo, lo que es imposible. No puedes ser dos personas a la vez, ni vivir en dos mundos. Quizás algún día en el departamento de misterios pueda resolver la ecuación que haga eso posible y de todas formas, de saberlo, no creo que se deba vivir así. No eres dos personas en distintos mundos, eres la mitad en cada uno— muevo mi cabeza de un lado al otro. —Y en realidad no me estaba fallando, solo estaba cambiando. Sucedió más a prisa de lo que mi mente pudo asimilar. Renunciar a todo lo que se quiere o se puede soñar a veces también es necesario para… abrazarte muy fuerte a lo que tienes delante de tus ojos, que nunca lo soñaste, pero está ahí…— lo miro con una media sonrisa. Pobre hombre que tuvo que coincidir con alguien que lo llena de estas confesiones inoportunamente románticas. —Y cuando me enteré lo de la enfermedad de mi padre, yo que siempre había asumido que mi carácter me haría de esas muchachas con muertes trágicas en su juventud, tan exageradas que hasta me darían el título de virgen porque eso ayuda a las leyendas… no creí que fuera a morir— dejo mis manos quietas sobre los muslos, enderezo mi espalda para que mi cuerpo acompañe a mi tono. —Me creía más fuerte que nunca, de que eso no era algo que pudiera pasarme a mí. Y no lo sé, tal vez sí, la muerte es algo que nos acecha todos los días. Pero ya no la acepto como antes, como algo propio de mí, mi único destino posible. Ahora tengo otro, ¿no? No sé bien cómo será a futuro, pero es otro.
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    Una respuesta afirmativa era lo único que esperaba, me tranquiliza el saber que, al menos, una parte de ella se siente satisfecha, en una sintonía similar a la propia. Siendo sincero, yo tampoco digo que lo que tenemos hoy es el sueño de mi vida porque me conoce lo suficientemente bien como para saber que a los dos nos tomó por sorpresa, pero no puedo hacer otra cosa que sonreír vagamente antes de darme cuenta de que he abierto la puerta a un discurso que no me estaba esperando. Mantengo a Tilly quieta en lo que es preparada para el agua y, con mucho cuidado, la acomodo contra mí en lo que doy el ligero salto que me hunde en el agua. Está fría, lo suficiente como para ponerme la piel chinita en lo que avanzo, manteniendo a la bebé segura en lo que permito que solo sus pies rocen la superficie. Es el choque de mi cuerpo contra el agua lo único que interrumpe el monólogo de Scott, hasta tengo sumo cuidado de que el flotador no haga mucho ruido cuando coloco a la bebé ahí dentro para que pueda disfrutar de su tarde, una que de seguro la deja rendida como para tomar algo de leche y dormir toda la noche. No sé cómo haremos para cansarla cuando llegue el invierno, habrá que buscar otro tipo de entretenimientos.

    Hay cierto orgullo en lo que dice, cierta emoción agradable que me hace devolver esa media sonrisa con el cariño plasmado en ella. Cuando termina de hablar, me encuentro con los labios sellados, rozando las palmas de mis manos sobre la superficie en un juego que disfrutaba mucho cuando era un niño, tal vez por lo extraño del tacto. Acabo abriendo la boca por un momento antes de soltar algún sonido — Confío en que es un buen futuro. Uno en el cual Mathilda te vuelva loca, pero bueno al fin — ni hablemos de que vivimos con una persona que está entrando a esos años complicados que me llenan de terror. El solo recordar lo que sucedió en la boda de mi hermana hace que sienta vergüenza de mí mismo — Creo que lo que sucedió es que crecimos. Sí, me incluyo en esa ecuación, sé que no estamos en el mismo punto que hace año y medio atrás y jamás pensé que nos encontraríamos aquí, pero volvería a hacerlo todo de nuevo. Sí, hasta el descuidarme y no usar un condón — la sonrisa divertida se pierde cuando me meto por un momento bajo el agua para mojarme el cabello y así no tener la cabeza tan expuesta al sol, para cuando salgo me acerco el flotador de Tilly y la muevo conmigo, en busca de estar lo suficientemente cerca de su madre.

    Aprovecho que la niña está entretenida y segura para apoyar las manos en el borde, rodeando las rodillas de Scott con mis brazos y así conseguir rozarlas con mis labios en un beso tenue — Hay mucho de la vieja Lara hoy como para olvidar cómo es que terminamos aquí, pero me gusta lo que veo hoy. Después de todo lo que hemos pasado, creo que se necesita algo mucho más grande que una enfermedad hereditaria para que esto se rompa — aprendimos a funcionar como una familia, mal que mal. La busco con la mirada, tengo que apartar un mechón húmedo que cayó entre mis ojos — Voy a hacerte una pregunta y no hace falta que respondas de inmediato — advierto, esto me lleva de una patada a su advertencia en la cocina, la noche de los panqueques y su primera intención de llamar al matrimonio entre nosotros — Pero cuando nos casemos, esta casa tendrá otra estructura frente a la ley. Las mismas leyes que secundan que Audrey abandonó a Meerah dejándola a mi cuidado — los gorgoritos de Tilly no me distraen, aunque parece estar reclamando algo de atención — Siendo mi mujer, podrías adoptar a Meerah. Legalmente. Si tú quieres — sería un nuevo orden en nuestro pequeño caos. Uno que no sé si en el pasado alguno de nosotros hubiera aceptado.
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    Tardamos un poco más que el resto, pero lo hicimos— sonrío en respuesta a su comentario sobre que crecimos, es la verdad puesta de la manera más sencilla. — ¿Eso quiere decir que ya estás listo para darme la propiedad absoluta del capitán Kesibi?— pregunto por la oportunidad de hacer una broma al respecto, es una lástima para Mathilda que sus padres estén en este proceso de madurar y de que Meerah esté adelantada a nosotros, cuando ella recién está empezando con los juegos y espera en su flotador a que seamos parte de esta fiesta en el agua que la mueva de un lado a otro como un bote loco. No digo nada sobre esa confianza puesta en decir que volvería a pasar por todo si eso nos devuelve a este punto, muchos menos lo tomo a chiste, hay una bebé entre nosotros y Meerah que se ha vuelto tan real como para que tender un lazo entre todos de un material resistente al tiempo, para un futuro en que el ya no podremos soltarnos para volver a nuestros egoísmos en mi caso y el de Hans.   No suena a una frase vacía cuando lo dice él sino como una declaración real, cuando ambos sabemos que fue un camino transitado con muchos desastres que nosotros mismos provocamos, hasta que entendimos como movernos con el otro y a la par de sus pasos.

    Puedo decir que conozco de él cosas que la vieja Lara nunca podría haber visto, ni creído posible, una lista muy larga de cosas de las que sería una escéptica furiosa, y otras que eran un enigma porque simplemente eran cosas que nunca había conocido para tener una referencia, dejé de preguntarme sobre la identidad de estas, aceptarlas así como se mostraban. —Yo también, todavía puedo ver al viejo Hans en ti— acoto con una sonrisa torciendo mis labios para tomarle el pelo, aunque no es mentira. No puedo decir que sea enteramente un hombre diferente, y en eso creo que radica la diferencia entre cambiar y crecer, puestas entre nosotros siguen siendo definiciones insuficientes, si hay algo que he hecho todo este tiempo al quedarme a su lado creo que ha sido conocerlo. No me quedé con su mejor perfil, ese que muestran en la televisión, ni tampoco con la cara más desagradable que muestra en sus tratos bajo la mesa. Al parecer dormir con alguien aporta un punto de vista único sobre esa persona, y cuanto más lo conoces, más te sumerges. Desde mi sitio puedo seguirlo con la vista, mantenerme en el borde no es un gesto de distancia, si a estas alturas me he sumergido entera en esto. Hay pocas cosas que me queden por decir que acepto en voz alta, casi pienso que se ha olvidado que me dio un anillo y estamos volviendo sobre lo mismo cuando me dice que me tome mi tiempo para responderle una pregunta.

    Tengo que admitirlo, por un momento que pasa muy rápido, tengo el pensamiento de que va pedirme que tengamos otro bebé, que entre broma y broma, la verdad se asoma. Es que no sé qué más queda para que todo termine por encajar, sin pensarlo y sin planearlo, este rompecabezas que comenzamos de manera muy torpe se está mostrando como un cuadro bonito. Uno donde hay una gorda con bikini de cerezas navegando a capricho del agua cuando él se acerca como para que pueda ver las gotas de agua en su nariz. Todo lo que puedo pensar al escucharlo es que acaba de inventarse esta ley y mañana mismo el ministerio de justicia la hará entrar en vigencia, y todo lo que puedo decir es que sí, así que puede tramitar esta ley unicornio. —¿Tú crees que ella quiera?— pregunto, tiene edad como para entender a sus padres, decidir qué apellido llevar y delinear todo lo que tenga que ver con su identidad. —Si ella está de acuerdo, yo…— no sé cómo expresar como me sentiría porque todas las palabras me quedan cortas,  no logran medir lo que significaría para mí. — Es Meerah— trato de verlo en mi mente, por fuera de esta casa y esta isla, —si fuéramos solo ella y yo en el mundo, sin ti, sin Audrey, sin Mo, aun sin Tilly, no me veo haciendo otra cosa que yendo hacia ella para… estar con ella. Ella es exactamente como tú, algo que no sabía que estaba buscando y es extraordinario al descubrirlo—. ¿Estás llorando otra vez, Lara? Mierda, tengo que frotar mi nariz con el dorso de la mano para limpiarla, lo disimulo al meter mis piernas en el agua y voy a quejarme de que la llenen a la altura de Hans, luego, aprovecho lo cerca que está para abrazarlo por la cintura y dejar que las lágrimas se pierdan en la piscina. —¿Por qué demonios pones todo tu mundo en las manos de alguien que cuando conociste venía de romper tantas cosas?— le pregunto con mis dedos rodeando el flotador de Tilly para que no se vaya lejos por el movimiento del agua.
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    Hans M. Powell
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    No puedo decir que he estado junto a Meerah toda la vida. Tampoco voy a alardear y asegurar la enorme mentira de que he sido un padre responsable y cercano a ella desde el primer momento. Conocerla fue todo un trámite, adaptarme a lo que una hija ya crecida necesitaba fue mucho más complicado de lo que hubiera creído, en especial porque no había espacio para niños dentro de mi agenda. Pero he aprendido a verla, a reconocer partes de mí en otra persona que habla, que piensa y se mueve, que crece y es posiblemente la cosa más perfecta que he visto, junto a la bola rosada que se dedica a dejarme sin dormir todas las noches y, a pesar del cansancio, puedo tomar esos minutos porque sé que debo disfrutarlos mientras pueda. Meerah se está metiendo en la edad donde veré más puertas cerradas que abiertas, en la cual estoy seguro de que me odiará y querrá lejos al menos tres veces a la semana y, para ser honesto, sé que en la mayoría de los casos preferirá hablar con Lara antes que conmigo. Hay cosas que ella puede comprender que yo no y es por eso que asiento con tanta seguridad frente a su duda, porque no puedo imaginar un mundo donde Meerah rechace la idea. Creo que aquí ha encontrado una familia, tal vez no ideal, pero sí firme a su manera, después de que su madre haya actuado como lo hizo.

    Scott solo me confirma que tengo razón con esas palabras, sonrío más para mí que para ella porque siento el haber ganado una apuesta mental de que he elegido bien, entre todos los errores que cometí puedo decir que al menos hice algo que vale la pena — Sí, Meerah tiene ese efecto — aunque es una broma, sé que no estoy muy errado. Muchas cosas cambiaron desde la noche en la que nos conocimos, en ese pequeño apretón de manos con una niña cuyas mejillas ya han empezado a desinflarse. Tengo que moverme un poco para que ella pueda meterse en el agua, ahí donde me encuentro abrazándola en un intento de serle de apoyo, que tengo la sensación de que si la suelto va a hundirse — Porque me ayudaste a arreglarlo — es una respuesta tan simple y tan rápida que me doy cuenta que ni siquiera tuve que pensarlo. Froto mis manos por sus brazos, allí dónde puedo sentir que su piel sigue tibia — Sé que en otro lugar, puedo trabajar solo. Puedo dar órdenes y crear leyes sin que nadie meta su mano, pero aquí es diferente. Esta es una casa con sus propias normas y, para dos personas que estuvieron siempre solas, hacerlo de a dos es la mejor forma de encontrar el camino y poner los parches que hagan falta. No es perfecto, pero es nuestro — creo que eso es lo que acaba valiendo la pena al final del día, cuando la casa es un desastre pero todos están seguros en sus camas.

    Sé que es extraño si vemos la parte que durante siete años estuviste bajo mi radar de mala vibra — agrego, no puedo evitar sonar vagamente divertido frente a eso — Pero confío en ti. Confío tanto como para poner a mis hijas y a mí mismo en tus manos. Quiero que esta casa sea tu hogar con todas las letras y que tanto Meerah como Tilly tengan a quien admirar mientras yo estoy muy ocupado siendo el padre gruñón que le lanza maleficios a sus pretendientes. Y es aterrador, lo sé, pero hemos enfrentado cosas peores — como el pasado, ese que ahora podemos ir dejando atrás. O el futuro, siempre tan inmenso e incierto. Por ahora puedo sostener su mano en una piscina, al flotador con la otra y creo, quizá con algo de ingenuidad, que es suficiente — ¿Puedo asumir que entonces eso es un sí?
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    Es un efecto que heredan en esta familia— murmuro, mis ojos puestos en la bebé que abre su boca para llenarla con el puño pequeño de su manito, tiene tantas líneas en sus brazos gruesos que no puedo terminar de contarlas, es una bola arrugada en su flotador, con la cabeza del cisne marcándole un norte inmóvil, la mantenemos sujeta con nuestras manos. Con solo un brazo envuelvo la cintura de Hans, basta como agarre para colocar mi cabeza sobre su pecho, a su hombro no llego tratando de hacer puntitas de pie bajo el agua que por los movimientos se agita, trata de separarnos. No hace falta que nos sujetemos fuerte para permanecer unidos, con mantener el contacto es suficiente, el material del flotador quiere resbalarse en mis dedos, pero no lo dejo. No dejaría que nada separara a esta familia, no cuando estamos poniendo todo de nosotros para ser una, como ese algo que le dije que nunca soñé, y por el cual renuncié a tanto, porque lo que tengo siento que lo vale. Siempre que tengamos un momento antes de que acabe el día, en el que pueda sentir su piel contra la mía, meciéndonos en el agua o en las horas que restan en la noche, puedo convencerme que estamos bien y lo podemos sostener así, por terquedad si no es destino.

    Escucho lo que me responde con la confianza de que sus palabras me ayudarán a dar solución a un acertijo que me ronda hace tiempo, la respuesta no la puedo encontrar por mí misma, necesito que sea él quien le diga, imponiendo su voz a todas las del pasado. Entonces puedo poner mi fe en lo que dice, abandonar la idea de que todo lo que pasa por mis manos será descartable, hecho para romperse, si es que no lo rompo yo, y poder verme en ese rol de ser quien puede arreglar lo roto, como me ha gustado creer en ocasiones, a veces como una mofa hacia él que me traía cacharros por reparar y otras veces para mí. Cierro los ojos a su caricia que me reconforta, en serio confío en él a ciegas como para ser en quien me apoye y pueda pensar de a dos, tal vez no sobre lo que está hecho, en lo que persistieron mis costumbres egoístas, sino en todo lo que vendrá para nosotros. Es increíble cómo ha conseguido que pueda mostrar mi cara al futuro y casi sentir emocionada al respecto, a todo lo vendrá envuelto en esa capa de incertidumbre.

    La mala vibra era culpa de que me ponías en mis treces con una llamada, en el taller debían soportarme con energías negras saliendo de mí— contesto a su intento de bromear a mi costa, y seguido a esto viene su reafirmación de confianza, esa que me rodea como la única fuerza que necesito para sostenerme en este lugar, con sus privilegios incómodos y sus visitas maleducadas, si es donde esta familia puede descansar segura por las noches. —Y también enfrentaremos cosas peores, la ironía de todo esto es que me reconocía fuerte cuando luchaba sola con los problemas y entonces tenía más miedo a todo, contigo me reconozco frágil. Pero saber que estás desvanece mi miedo, puedo lidiar con lo que sea que venga, sea un troll o un presidente— la curva que crece en mis labios coincide con un gorjeo de Mathilda que parece querer reírse conmigo. Clavo mi barbilla en su hombro al preguntar en vez de responder a su pregunta. —¿Crees que a Meerah le gustaría tener los mismos apellidos que su hermana? ¿Scott-Powell?— creo que estoy retomando una discusión olvidada, procuro esconder la sonrisa con un beso que dejo cerca de su clavícula. —Es un sí, no podría decir otra cosa que sí. Y Hans…— murmuro, una piscina no logra tener el mismo impacto que el mar para lo que diré, repitiéndonos a nosotros mismos hace unos meses. —Te seguiría a donde sea, no importa lo hondo. No te dejaría solo allí. ¿Lo sabes, no?— es bueno preguntárselo, si son palabras que puedan quedar en él, para todos los tiempos que vendrán.
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    Sí, tengo bien en claro tu odio hacia mí en ese entonces. A veces todavía pones esa cara de desagrado cuando discutimos… — exagero, obvio que lo hago, el movimiento de mis hombros indica el tono bromista. Siempre fui bueno para leer a las personas, pero con Scott existía una barrera más que física. Apenas muevo una de mis cejas, la sonrisa se borra un poco — Intenta no tener que pelear contra ninguna de las dos cosas — es todo cuestión de tiempo, las figuras como Magnar siempre acaban pisándose la cola. Sé muy bien que en el pasado Scott pecó de orgullosa y boca floja, pero hoy en día hay algo más importante para nosotros que nuestro orgullo. ¿O yo era un lame botas de primera categoría cuando los Niniadis estaban al poder? No, solo me llevaba bien con ellos, respetaba sus ideas a pesar de lo que muchos pudieran decir. En esta ocasión, es diferente. Bajaré la cabeza siempre y cuando esta isla sea nuestro santuario para que Mathilda y Meerah sean felices y nosotros podamos tener nuestro espacio. Una casa de muñecas, limpia y perfecta.

    El toqueteo de sus labios en mi piel se siente tibio, me tienta a cerrar los ojos de modo que tengo que hacer un esfuerzo en dejarlos abiertos — Meerah te adora, creo que para ella sería tanto un honor como para mí — siempre podemos tener una charla, aún nos queda tiempo. Hago un amago a tomar su mano bajo el agua, pero mi nombre hace que me fuerce a mirarla en un intento de oír lo que tenga que decir. No importa cuántas veces lo diga, hay algo en su fe que siempre me toma con la guardia baja, como si pudiera hacer temblar la piscina. Me demoro un momento en asentir con la cabeza — Eres el mejor flotador — aseguro, me tomo un momento en limpiar una gota que recorre su mentón pronunciado con uno de mis pulgares — Incluso mejor que el azul. Es imposible ahogarse estando contigo y si lo hago, no se siente mal. Es un sostén seguro — como la isla, pero personal.

    Las patas de Tilly deben moverse, porque oigo un chapoteo que no viene de nosotros y puedo sentir la corriente de agua. La ignoro solo los segundos que me toma el probar los labios mojados de Scott en una caricia, la sonrisa que deposito en ella tiene mil significados diferentes, camuflados en algo muy simple. Ella sabe que jamás voy a dejarla sola, que le he regalado todo lo que soy para que esto funcione. En lugar de eso, me giro para picarle la panza redonda a Tilly, quién se sonríe detrás de su puño arrugado y regordete — ¿Sabes, Mathilda? Tu madre estaba loca por mí desde un inicio, pero ella dice que no. Algún día vas a conocer la historia y ya te contaré los detalles de cómo decía que me odiaba cuando solo quería casarse conmigo — me mofo, que para pasar historias, aún tenemos tiempo.
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    Miente, lo que más ha cambiado es mi manera de mirarlo a él y a todo lo que me rodea. No creo que a mis ojos pueda regresar un sentimiento tan viejo como el rencor por saberme en deuda con él, no creo que pueda encontrar en ellos ese resentimiento. Tampoco llego a mirarme desde afuera como para saber de qué modo lo hago en el presente, me incomodaría la idea de que podamos parecer unos idiotas románticos para quien nos mire desde afuera y no ayuda que comience con sus exageradas anécdotas a nuestra hija sobre mi supuesto amor callado por él todos estos años en que fingía no verlo cuando me lo cruzaba por los pasillos del ministerio. Descargo mi puño en su hombro con fuerza, le duele más a mis nudillos que a él que tiene músculo para amortiguar el golpe.

    ¡Ja!— exclamo. —Eres el que andaba detrás de mí, llamándome a cualquier hora, y tenías esos extraños sueños de que fuera la madre de tus hijos. Traerme aquí, a tu casa, para emborracharme y hacerme firmar los papeles de matrimonio. Pero como tienes el estómago más débil, para que no me fuera sin firmar me entretenías de otras formas…— lo acuso. Camino en la piscina para ir hacia el flotador de Tilly así puedo abrazar el inflable y llevarlo conmigo, lejos de los falsos rumores de su padre. —Yo te voy a contar la verdad sobre nosotros, no lo escuches. ¿Te puedes creer que una vez usó de excusa a Meerah para invitarme a almorzar? Porque era incapaz de pedírmelo bien. Fue un desastre, en medio de las hamburguesas trato de pedirme para ir al cine o al karaoke y no supo cómo…— se lo relato a la bebé que busca mi voz con sus ojitos, sonriéndome por detrás de su puño sin saber bien de qué le estoy hablando, pero creo que por mi tono entiende que es un chiste del que debe reírse y lo hace, el gorjeo divertido sale de su boquita y patalea con su poca fuerza. —Y después de sus trucos y artimañas me tiene aquí donde quiere, pidiéndome que sea la madre de sus hijas. Lo planeó desde un principio, lo sé— se lo susurro a Tilly al acercar mi nariz a la suya, así quedamos escondidas debajo de su sombrero donde ambas sonreímos hacia el hombre del cual hablamos.
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