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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Recuerdo del primer mensaje :

    Muevo un poco más de heno con la pala para que el animal tenga de qué servirse, y como nadie me está mirando hago uso de mi varita para atraer un balde de agua que lo dejo en una esquina del comportamiento cerrado donde se encuentra para que otros caballos no la molesten mientras está con su cría. El interior del establo, con sus olores, no es diferente a muchos otros del distrito nueve, es cuando salgo al exterior con una mano como visera para cubrirme del sol que puedo apreciar las vistas de las mansiones de la isla ministerial. Es una ironía de la que me reiría si pudiera encontrar algo de mi humor, de que sea el sitio en el que estoy obligado a pasar algunas horas de mis mañanas durante todo el verano. Eva reaccionó mejor de lo que creí cuando al mudarme con ella le dije que no tenía ninguna intención de quedarme, como soy mayor de edad puedo vivir por mi cuenta, me dio una palmada en el hombro y empezó a conseguirme un par de empleos para que ahorre todo lo que pueda. En agosto hablaremos de a donde mis posibilidades me permiten mudarme y qué tanto puede colaborar ella. En parte, está buscando cómo escarmentarme a partir de esto, y en parte, sé que tampoco tiene planes de vivir conmigo después de tantos años de estar por su lado.

    Limpio el sudor de mi frente con el ruedo de la camiseta y me escondo dentro del establo para escapar del calor sofocante, dentro la oscuridad ayuda a que se sientan uno o dos grados menos. Falta menos de media hora para que acabe mi turno, así que camino hasta el último de los compartimientos para esconderme allí, no sea que me encarguen una tarea que me retenga aquí una hora más. Cuando estoy sentado en el suelo, con la espalda contra la pared de madera, saco mi teléfono del bolsillo trasero de mi vaquero para revisar los mensajes que recibí y como no son muchos, entro a Wizzardface para ver como mis amigos del Prince pasan sus vacaciones haciendo cualquier otra cosa, menos trabajar. Hay un par que todavía comparten cosas alusivas a los disturbios de hace unas semanas, carteles y fotografías de graffitis anónimos, hay una sensación que sigue rondando entre la gente y siento que estoy en otro mundo en este momento, demasiado ajeno a todo lo que está pasando, con mis hermanos ni siquiera volví a hablar. Se me cae el teléfono de la mano cuando escucho los pasos sobre el piso de tablones y tengo que revolver en el heno para recuperarlo. Salto de un tirón para mirar por encima de la pared, lo que alcanzo a ver es a una chica rubia que debe ser una de las hijas de los ministros y estoy a punto de volver a agachar mi cabeza para que no me vea, cuando la reconozco. —¿Meerah?—pregunto, que tal vez sea alguien muy parecida. No, es ella. —¿Qué haces aquí?— es la primera pregunta que sale de mis labios, no alcanzo a puntualizar en mi mente qué espero que me responda en concreto, si me refiero a la isla o al establo, o al simple hecho de volver a verla. Y es que tal vez quien desencaja en el escenario soy yo.
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    Se trata de eso— concuerdo con ella, — cuando no sabes quién eres, necesitas pertenecer a algo que al menos te de una camiseta con un nombre que colocarte— la miro largamente y suspiro, puede que en un año hayan pasado demasiadas cosas, no solo por fuera, sino también en nosotros mismos. Meerah siempre tuvo muy claro quién era o qué quería, daba esa impresión al menos. ¿Yo? Es posible que antes no se notara tanto, recién a esta edad en que se quiebra todo para meterme de lleno en la crisis de tratar de descubrir quién soy y qué haré con mi vida si mis padres me sueltan la mano, y eso, el que te suelten la mano obliga a definirte, lo malo es que antes de definirte surgen mil dudas. —No tener una identidad es como andar desnudo y se agradece cualquier camiseta, a menos que…— le muestro una sonrisa de lado, — sean de las que saben confeccionar su propia ropa— es un guiño hacia ella, pésimo.

    Suena tan convencida de cada cosa que dice que termino por convencerme yo también, y no, nada tiene que ver con que sigo multitudes y eso me parece fácilmente influenciable, que si lo soy, claramente Meerah es de las que se ubican en el extremo. En el que se colocan todas las personas con la fuerza para impulsar a otros. Meneo mi cabeza disimulando una sonrisa, que no me estoy tomando a broma, solo pienso en lo increíble que es lo familiar que me resulta su voz y su tono, devolviéndome a la amiga que conocí para darme el llamado a la realidad que necesitaba. Diciéndome que puedo hacer lo que quiera, después de decírmelo todo. —Sea tu hermana menor o cualquier persona…— le digo cuando hablamos de la bebé, que no queda claro quien mira a quien como si fuera lo más genial el mundo, —haces que una persona que no sabe de confianza pueda confiar, está en ti— se lo marco, porque hay cosas que aun cargándola a todos lados, no somos capaces de verlas y hace falta que alguien más lo señale. —Y en este mundo loco— creo que este es mi mejor conclusión posible del caos que sabemos está desarrollándose fuera, —siempre es bueno saber de un amigo que está y se puede confiar. Prometo no desaparecerme otra vez, Meerah. Cuando acabe mi trabajo aquí y vuelva al Prince, puedes seguir viéndome en Wizzardface— le sonrío, —y si necesitas hablar, de lo que sea, solo mándame un “hola”.
    Anonymous
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