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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Es de locos todo lo que se tiene que preparar para organizar una boda, si lo llego a saber antes no me caso. Está bien... quizás esté exagerando un tanto, pero es cierto que jamás pensé que llegaría a casarme en ningún momento de mi vida, lejos de los pensamientos de niña que todo el mundo tiene porque es lo que se enseña en las películas y por historias varias como las que contaba mi madre sobre su casamiento, antes de que se tornara en todo lo que no esperaba de tener a mi padre por marido. En fin, que prefiero no tener que pensar en eso, a pesar de que todo lo que hago últimamente me lleva a recordar esos recuerdos que hubo un tiempo dejé almacenados en lo más profundo de mi memoria con la intención de no desenterrarlos nunca. Claro que ahora no puedo hacer eso, cuando el hecho que transcurrirá en no muchas semanas de aquí en adelante, me hace replantearme cualquier decisión que he tomado en mi vida, con sus penurias y sus alegrías, todo mezclado para darme cuenta de lo mucho que ha cambiado todo en la fracción corta de unos meses.

    Tengo tantas cosas que en ocasiones se me olvida que hubo una vez en la que no tenía nada. Se nota cuando debo tomar algunas decisiones sobre los preparativos que me llevan a mirar al encargado con cara de profunda incomprensión, como si mi cerebro no conectara que realmente hay gente que piensa que un menú de siete platos es necesario cuando hay gente fuera que se muere de hambre. ¿Quién podría comer semejante cantidad de comida igualmente? Agradezco esa tarde poder llegar del trabajo sin tener que cumplir ninguna tarea que incluya preparativos, la verdad, porque creo que no podría probar otro trozo de pastel ni aunque me dijeran que por ello ganaría la lotería. Apenas me he acomodado en la casa, que estoy preparando café para cuando llegue Charlie, cuando son unos porrazos rápidos y secos los que llaman a la puerta, ni siquiera el timbre es lo que suena, lo que me lleva a pensar que debe ser alguien demasiado desesperado como para no tomarse el tiempo de darle al botón.

    ¿Qué hay con las visitas en esta casa que siempre tienen que ser inoportunas, además de fortuitas? Mis ojos recorren la figura de un hombre lo suficientemente alto como para que tenga que elevar la mirada al buscar su rostro una vez abro la puerta. Me toma apenas unas milésimas de segundo darme cuenta de que va apurado, no sabría decir si eso me lo dice su aspecto en general, con sus ropas algo sucias y cuerpo cansado, o directamente la expresión en sus pupilas, que titubean con rapidez de un lado para otro. El corazón me da un vuelco cuando mi cerebro hace las conexiones suficientes entre recuerdos y los ojos que se presentan frente a mí, porque yo ese color los he visto en otra persona antes. Creo saber quién es con certeza antes de que mis labios se despeguen para formar palabra siquiera. — ¿Andrew...? ¿Eres tú? — tengo que abrir un poco más la puerta para poder asomar el cuerpo por el marco, mis cejas a punto de juntarse en lo que denoto la confusión que se está formando en mi cabeza. Porque no esperaba ver en este hombre el fantasma del chico que me salvó la vida hace lo que parece una eternidad, dadas las diferencias en que ahora nos encontramos, tanto por físico como por razones políticas, que él es humano, yo soy bruja, en esta ocasión no soy yo la que mira al otro con la pérdida plasmada en los ojos con una permanencia imborrable. — ¿Cómo...? ¿Q-qué estás haciendo aquí? — ¿por qué es eso lo primero que se me ocurre preguntar? Mi mirada va de a un lado al otro de lo que es la calle fuera, como si esperara ver a más gente acompañándolo, pero me encuentro con que no es el caso, sumado al hecho de que su apariencia no parece la de alguien que esté en buenas condiciones, eso me da que pensar. — ¿Quieres...? — no me atrevo a terminar la frase, solo me animo a tirar de la puerta un tanto.
    Phoebe M. Powell
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    Andrew H. Keogh
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    Tenía la boca seca y el paladar pastoso, no estaba seguro de cuándo había sido la última vez que me había hidratado como correspondía y era probable que tuviese fiebre. ¿Era triste el pensar que extrañaba el mercado?, porque lo hacía. Y podía volver, incluso luego de estos meses podría hacerme el idiota y fingir que el miedo me había mantenido alejado por haber huído en primer lugar. Pero incluso aunque pudiese hacerlo… No lo haría. Había algo más que se estaba moviendo entre las sombras y por fin, luego de años cargados de resentimiento y de actuar por lo bajo, al fin parecía haber una apertura por la cual podríamos arrastrarnos para salir del infierno en que nos habían puesto. Incluso entre las comodidades que había logrado conseguir, entre los secretos que me permitían haber vivido con relativa tranquilidad, prefería levantarme, aunque en un inicio fuera gateando, para poder luchar.

    Solo había una cosa, una sola cosa que debía hacer antes, y para eso necesitaría ayuda. Conseguir la información me había costado mucho más de lo que tenía para dar, mucho más tiempo del que disponía, pero la había conseguido entregando poco más que mi cuerpo y lo último de dignidad que tenía.

    - Me sorprende que me reconozcas luego de tanto tiempo. - Yo mismo no reconozco ni mi voz ni mi reflejo, pero la mujer que se encuentra delante mío lo hace con una facilidad que me conmovería si estuviese jugándome la vida por cada segundo que permaneciera en el exterior. Y Phoebe Powell parece entender mi urgencia, porque incluso aunque la estuviese poniendo en peligro, abre su puerta para dejarme pasar, y casi trastabillo en mi apuro por cruzar el umbral. Soy yo quien cierra la puerta con rapidez una vez que mi figura se encuentra dentro de su hogar, pero es lo único que atino a hacer antes de recargarme contra el marco y deslizarme hasta quedar sentado en el suelo. - Lo siento, creo que me estoy tomando más libertades de las que podría pedirte, pero necesito tu ayuda. - Y algo comestible, o un vaso de agua aunque sea.
    Andrew H. Keogh
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Sí, a mí también me sorprende el que le haya reconocido, dado que la última vez que vi esos ojos azules pertenecían a un cuerpo más joven, por no decir que mejor cuidado y alimentado, cuando la imagen que se me presenta es muy distinta de esa figura que una vez lucía de una salud mejor. Si no fuera porque hace ya muchos meses atrás me dispuse a seguir su rastro, no con primeras intenciones de buscar y asegurar su paradero, sino de saber qué fue de aquel chico que un día fue vital para mi supervivencia. — Yo… te estuve buscando por un tiempo, Andrew. Quería saber… bueno, quería conocer qué había sido de ti después de lo que ocurrió. — no tardo en explicarme, a pesar de que en el momento no me salen las palabras y creo que en parte eso tiene la culpa el hecho de que él cierre la puerta con tanta urgencia mientras que yo me limito a dar unos pasos hacia atrás cuando se deja arrastrar en la madera, mis cejas arqueándose con la duda reflejándose en la misma curva.

    ¿Qué me da a pensar su comportamiento? Lo primero que no debería de estar aquí, eso que no tarda en expresar en palabras a pesar de que no es precisamente eso lo que sale de su boca. El mensaje es el mismo, el que me mantiene con la vista fija en su postura, casi ni me puedo permitir el pestañear. ¿Cuántos años pasaron? ¿Quince? Son muchos como para pensar que quedaría algo de nuestra amistad. Y aun así, aunque sé que debería pedirle que se marche, que se aleje antes de que alguien note su ausencia donde sea que le requieran, mi respuesta es clara. — Has hecho demasiado por mí como para creer que necesitas permiso para tomarte libertades. — no conmigo, al menos, los dos sabemos que no estaría aquí, abriéndole la puerta a mi casa, si no fuera por él. Por si no he llegado a ser explícita con esta contestación, me apresuro a añadir una aclaración pese a que titubeo un poco cuando deshago la distancia que nos separa. — ¿C-cómo puedo ayudarte, Andrew? — definitivamente no ha pasado el tiempo suficiente como para que mi preocupación desaparezca, no cuando me agacho para depositar una mano sobre su hombro con la delicadeza de dos personas que llevan sin verse tanto como nuestros cuerpos han cambiado con los años. Y es que por mucho tiempo que transcurra, sé que nunca podré agradecerle lo suficiente todo lo que hizo por mí en su día.

    El tono de mi voz es suficiente para que quede implícito que mi situación no es de las mejores ahora mismo, pero que aun así estoy dispuesta a ofrecerle una mano, a sabiendas de lo que pueda significar después. — Puedes… puedes pasar al salón, solo si quieres, parece que no has bebido en días, ¿quieres algo? Lo que sea, comida o… — no es solo la prisa en mi modo de hablar lo que denota lo mucho que quiero hacer algo por él, dado su aspecto e historial que asumo en mi cabeza por su origen, sino también mis pupilas que se mueven de un lado a otro con rapidez en respuesta al nerviosismo que empieza a acumularse bajo mi piel. ¿Qué es tan grave que lo ha llevado hasta aquí, cuando mi apellido debería ser una de las principales razones por las que ni siquiera debería acercarse? No por mí, sino por todo lo que hay detrás de él.
    Phoebe M. Powell
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    Andrew H. Keogh
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    Decir que me sorprendo porque me diga que me estuvo es un eufemismo, aunque en realidad no sé si ese sea el término correcto cuando lo único que pasa por mi mente es una gran incógnita. La razón por la cual me había costado tanto encontrar información acerca de ella en un inicio, era porque la mitad de las referencias que me daban al ubicaban por el Norte. Cuando luego me enteré de que estaba viviendo una tranquila y casi lujosa vida en el cuatro es que realmente pude dar con ella. Y no necesito examinar el lugar con mucho detenimiento como para saber que los rumores no estaban equivocados así que, si bien me alegro por ella, también me deja confundido el hecho de que me recuerde en primer lugar, y que haya hecho el esfuerzo de buscarme luego. - Créeme, preciosa. Esa es una historia que no quieres conocer. - O tal vez su curiosidad era más grande que su estómago, en cuyo caso… - Más bien es una historia que no tengo las fuerzas para contar, pero no me fue “tan” mal. - Énfasis en la palabra tan.

    - Sí, bueno. Una de las lecciones que me obligaron a aprender fue que eso de “tomarse libertades” no está del todo bien visto cuando eres muggle. - Y no busco sonar malicioso y ofenderla, era una simple verdad casi que universalmente reconocida. - A lo que voy es que, aprecio el sentimiento, pero tengo años de castigos encima como para cortar del todo el hábito. - Hábito que había adquirido, moldeado y refinado al punto tal que me permitía tomarme esas mismas libertades que en estos mismos aseguraba no poder poseer. Ni siquiera con ella, al borde de caer a causa de la desnutrición puedo dejar ciertos hábitos de lado y, comprar a los magos era una especie de especialidad que poseía. - El cómo todavía no lo sé, me preocupa más el qué: mi hermana. - Una muchacha que era poco más de una bebé cuando ella la había conocido por primera vez, y no menos que una niña cuando nos llegó la desgracia a nosotros. No sé si la recuerde pero…

    No sé cómo me incorporo cuando me señala el salón y me indica que la siga, pero lo hago, y aunque mis músculos se quejan y mis pulmones me pasan factura, es mi estómago el que realmente se hace escuchar. Pero es porque tiene razón y llevo tiempo sin probar un bocado decente. - Lo que puedas ofrecerme está bien. Pero principalmente agua. - Agua potable para tomar, agua limpia para quitarme algo de la mugre que llevo encima, agua para que mis labios dejen de sentirse resecos y que tal vez alivie mi vista cansada. - Nunca fuí quisquilloso y lo sabes, así que de verdad, lo que tengas… - Y como también es un hábito, la observo de arriba a abajo no evaluando, pero sí ciertamente contento de que su figura no tenga el porte esquelético que tenía cuando la conocí. - Te ves bien. - Le aseguro. Y por momentos me veo tentado de preguntarle si está bien, pero prefiero que ella marque sus tiempos.
    Andrew H. Keogh
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Creo que es su forma de hablar lo que noto al instante ha cambiado ligeramente desde la última vez que nos vimos, probablemente afianzado por esa “historia” que según él no quiero conocer. Podría reclamar por eso, he escuchado muchas cosas desagradables y experimentado unas cuantas también, quizás es algo que él mismo debería de recordar, pero prefiero que sea él mismo quién decida qué contar y qué no. Después de todo, tuvimos confianza, pero el tiempo será algo que siempre pase factura, no sé hasta qué punto tengo permitido preguntar, así que me callo, aunque no por muchos segundos. — No tienes el aspecto de alguien al que no le fue tan mal. — suena como si se lo estuviera reprochando, y lo más seguro es que en el fondo va con esa intención, pero tampoco es algo que pueda controlar. Espero que entienda mi posición cuando se presenta en mi casa sin ninguna explicación a primeras, quizás por eso es que me apresuro de correr las cortinas con un gesto de mi mano para evitar miradas indiscretas si es que alguien le ha visto llamar a la puerta.

    Y aun así has venido hasta aquí sabiendo que mi hermano es quién se encarga de imponer esas lecciones sobre vosotros. — alzo una ceja, no sé si para que corte con todo el coloquio de su excusa o porque simplemente estoy tanteando hasta donde llega su confianza. — Estoy segura de que estás al tanto de lo que ocurre en el país, como para arriesgar venir hasta aquí cuando bien podría haber sido Hans Powell quién abriera la puerta. — sigo, con ello incluyo todo lo que ha pasado con mi padre en meses anteriores. Tuvimos muchas charlas sobre Hermann cuando nos conocimos, bueno, más bien un tiempo después de que me ofreciera su ayuda, porque el shock me llevó a tener una temporada de asumir lo que había ocurrido, como para querer contárselo a alguien cuando ni yo misma entendía lo que pasó. Pero ahora es diferente, él ha podido comprobar de lo que es capaz, y, solo espero que no venga con atención llamativa y quiera unirse a sus filas. — Agradezco la confianza. — declaro entonces, porque lo cierto es que sí la aprecio, incluso cuando las personas que somos en el presente no tienen nada que ver con las que fuimos. Como tampoco lo es su hermana, esa que menciona como motivo principal de su visita, a lo que mi rostro pinta una confusión inmediata. — ¿Qué ocurre con tu hermana? — soy bastante inocente cuando hago esa pregunta, cuando en el fondo de mi cabeza ya se están creando varios escenarios sobre lo que ha podido ocurrir con ella. — Os… separasteis, ¿no es cierto? Cuando pasó todo. — no soy capaz a decir cuando los magos tomaron el poder, sabiendo lo que significó para ellos, pero sí recuerdo a Sibs, lo suficientemente niña como para que su mundo se viniera abajo demasiado pronto.

    Ni siquiera he llegado a sentarme cuando apunto con el dedo para que él lo haga, ahogando una mueca al poder sentir yo misma lo que tiene que estar sufriendo su cuerpo solo de moverse. Asiento con la cabeza, no es muy difícil atender a lo que me pide porque honestamente, no es nada en comparación con todo lo que hizo él, de manera que me tardo unos minutos en ir a la cocina y regresar con una bandeja con un cesto de pan y algo de queso con fiambres y mantequilla para acompañar si así lo desea, además de agua en un vaso que nunca llega acabarse, la magia tiene sus cosas buenas. — Unos centímetros más alta, con unos kilos más, además de un poco más de suerte, pero bien, gracias. — lo siento prohibido dada su situación, pero me atrevo a sonreír un poco, aunque sea tímidamente. Me acomodo a un lado del sofá cuando poso la comida en la mesita pequeña a su frente, observándole mientras bebe. — Voy a casarme. — desconozco por qué suelto eso tras unos minutos de silencio, ni siquiera tiene nada que ver con lo que estamos hablando y de seguro tampoco le interesa, pero por alguna razón he sentido la necesidad ajena de decirlo.
    Phoebe M. Powell
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    Andrew H. Keogh
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    - No juzgues a un libro por su portada, ni a un muggle por su mugre. - Que sí, podía estar sucio, raído y desnutrido, pero había sabido tener mejores épocas. Épocas en las que generalmente terminaba engatusando… y en un par de casos hasta condenando a los de su clase así que no, no era precisamente lo que uno esperaba de un esclavo común del mercado. - Podría haber sido peor, créeme. Tendrías que ver lo adorable que era mi último dueño, dejando el lado el que casi se muere de una sobredosis, claro. - Sabía que ese no había sido el caso, cuando estaba averiguando el paradero de Phoebe también me encargué de ver que tal Riley. No me había encariñado con el desgraciado necesariamente, pero no era mala persona. O no me había demostrado serlo al menos.

    Lo de considerar las consecuencias que sufriría de encontrar a su hermano en lugar de a ella es algo que me había planteado unas cuantas veces. Es por eso que había elegido aparecer en este horario en el que se suponía que el ministro estaba trabajando y, pese a que eso no me daba ningún tipo de seguridad, había decidido correr el riesgo. - Ya, lo sé. Fue algo calculado y estaba preparado para afrontar las consecuencias en ese caso también. - Siempre podía jugar la carta de estar verdaderamente arrepentido por haber huído, y llorar por querer volver al mercado en lugar de, bueno, la otra opción. - Sí, nos separamos. Pero durante un tiempo pude mantener el contacto con ella clandestina y esporádicamente. Solo que ahora… - Mis notas llevaban siglos sin ser respondidas, y no podía tener noticias de la isla como lo hacía con anterioridad. - Ella servía a los Niniadis, pero con todo lo que les pasó… - No sabía que le habría hecho el psicótico desgraciado que se había proclamado presidente, y tenía miedo de averiguarlo. Pero era mi hermanita, lo único que me quedaba, necesitaba saber.

    No me es fácil el mantener mi atención en ella cuando regresa con agua y pan, pero hago una excelente imitación de un perro en lo que  básicamente me ahogo con el vaso de agua. Agua que parecía no acabarse y que mi garganta agradecía de sobremanera, al igual que mi mentón, mi cuello, mis harapos y su piso. Y cuando creo que he saciado la sed me llevo una hogaza de pan a la boca, y un pedazo de queso seguido de eso. No me tomo el tiempo de hacerme un sandwich, me limito a llenar mi boca, a tomar más agua, y a tratar de escuchar sus palabras en el proceso. - Lo lamento, pero… - Señalo lo que ha dejado delante mío como si esa fuera toda la explicación que necesita. - ¿Dijiste que ibas a casarte? - Pregunto curioso. la idea del matrimonio no era algo que hubiese considerado jamás. No era algo que podría considerar jamás.
    Andrew H. Keogh
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Quizás no es la mejor forma de reaccionar, pero ese comentario produce que sonría, aunque sea de forma algo lastimera, probablemente a causa de que, independientemente de como ha sobrevivido estos últimos años, sigue guardando cierto humor, aunque se denote un poco como negro. Puede que al final de todo, refugiarse en ello sea la única forma de sobrevivir a esto. Precisamente por eso, por lo que le ha llevado hasta aquí, me siento un poco idiota de no haberlo ofrecido antes. — Si quieres darte una ducha, hay un baño de invitados en el piso de arriba. No me importa lavar tu ropa si lo necesitas, podría ver si Charlie, bueno… mi prometido, tiene algo que te valga mientras tanto. — solo si quiere. No tengo ni idea de lo que pretende hacer, pero tampoco lo siento correcto que se marche sin que al menos recupere un poco de sí mismo. Escuchar sobre su dueño, por otro lado, me hace mirarlo con cautela, como si no supiera reconocer la ironía o la ausencia de ella en su voz. — Lo lamento. — es lo único que me atrevo a decir, aunque lo pinte como que no fue tan malo, desde mi punto de vista no parece tan agradable.

    Asiento con la cabeza, lentamente, en un gesto que acompaña mi mirada meditativa. Últimamente me da por pensar en todas las personas que llevan un control sobre mi vida y ciertamente no me agrada la idea de que cualquiera pueda estar calculando todos mis pasos sin apenas ser consciente de ello. Trato de ponerle más atención a lo que dice a continuación, cuando habla sobre su hermana y no puedo evitar sentirme identificada con ellos. Porque parece que la historia se repite, pero ahora es él quién ha perdido a un ser querido y el que precisa de una ayuda que, si bien no me conviene prestarla, estoy dispuesta a hacerlo igualmente. Siento mucho oír sus palabras, porque suenan horribles además de por compartir el sentimiento. — ¿Por eso has venido, porque necesitas mi ayuda para volver a contactar a tu hermana? — es lo único que se me ocurre, por mi hermano y porque él trabaja en el ministerio además de vivir en la isla ministerial. Le miro, trato de averiguar sus intenciones antes siquiera de que responda. Quizás quiera algo más.

    Sacudo la cabeza e incluso llego a elevar un poco las manos en señal de que no tiene que disculparse, el movimiento es algo brusco, que declara que no sé cómo se le ha ocurrido siquiera el hacerlo. — Come cuanto desees, puedo traer algo más si sigues con hambre, no hay ningún problema, solo tienes que pedirlo. — y porque no me callo, dejo que coma tranquilamente, o al menos, esa es la intención, porque parece que no ha comido en un mes y probablemente sea ese el caso por la forma en la que tiene de agarrar el vaso y la comida. Asiento con la cabeza, uniendo mis manos para dejarlas reposar sobre mi regazo con el cuidado de alguien que no sabe exactamente como comportarse alrededor de una persona que no ha visto en mucho tiempo, tanto como para que las condiciones del reencuentro sean tan diferentes. — Charles, nos conocimos en el norte, está trabajando ahora mismo. — inconscientemente llevo mi mirada al reloj de pared, calculando mentalmente de forma muy veloz el tiempo que falta para que regrese antes de volver a posar la mirada sobre su figura. Pasan unos minutos en silencio en los que solo me dedico a eso, a observarle mientras come, hasta que no puedo contenerme más. — Es bueno saber de ti, Drew, lo único que lamento es que sea en estas circunstancias. — porque una vez más, no son las mejores.
    Phoebe M. Powell
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    Andrew H. Keogh
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    Debo parecer un vagabundo que no ha visto un plato de comida en su vida y, la verdad, es que muy lejos no estoy de serlo. Y sé que debería detenerme o al menos bajar la velocidad para que la comida se asentara en mi estómago, pero luego de tanto tiempo de no probar un bocado decente era muy complicado. Phoebe se porta mejor de lo que debería con alguien como yo, y tengo que hacerle un ademán con la mano para decirle que no es necesario. - No, si como más de lo que me has traído terminaré por devolver y no soy de los que desperdician la comida de esa manera. - No podía entender cómo había gente que sin necesidad alguna hacían eso solo por el hecho de estar más delgados. Supongo que se debía a estilos de vidas diferentes, pero seguía sin parecerme coherente ese tipo de prácticas.

    Creo que tengo que ordenar sus comentarios de los últimos minutos luego de haber pasado tanto tiempo con la boca ocupada en el pan y el queso, así que cuando lo hago tengo que agradecerle y felicitarla. Agradecerle por su amabilidad, porque se anime a abrirme las puertas de su casa pese al peligro que puede suponerle, y porque por alguna razón todavía no me había echado de patitas a la calle. Lo de felicitarla va de la mano de su compromiso; los magos no serían jamás mis personas favoritas, pero había excepciones y Phoebe Powell, sin importar el tipo de familia que tenía, era una de ellas. - Espero de verdad no estar causándote problemas. ¿Tardará mucho en llegar tu prometido? No quisiera que tuvieses problemas pero sí me gustaría aceptar tu ofrecimiento de la ducha. - Me sería más fácil manejarme en el país si no parecía un perro abandonado cubierto de harapos y suciedad.

    - Ya con lo de mi hermana… - Necesitaba su ayuda, más que cualquier otra cosa. Pero ahora que tenía el estómago más lleno y la mente algo más clara, no estaba seguro de poder pedirle nada más. No se lo merecía. - Lo lamento, recién ahora puedo terminar de razonar lo impulsivo de mi actuar. Quiero comunicarme con Celestine, pero no quiero ponerlas en peligro, ni a ella ni a tí. - No por un capricho, no hasta no tener ciertas sospechas aclaradas. - Cómo dije, si me dejas darme una ducha rápida no tardaré en irme.
    Andrew H. Keogh
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    Phoebe M. Powell
    Director del Servicio Social
    Supongo que tiene razón. Sé por propia experiencia lo que se siente al no haber comido por días, casi semanas, que cuando llega el momento de llevarte algo de verdadera comida parece que nunca podrás llegar a saciar el hambre. He conocido a gente que ha muerto por eso, por atiborrarse de lo que había al no poder controlarse, al no saber cuándo parar, porque lo cierto es que no sabías cuándo sería la próxima vez que probarías bocado. Por eso solo asiento con la cabeza, tampoco soy de las personas que desperdicien comida así que comprendo a dónde quiere llegar. Y es que trato de ver en su figura esquelética al chico que conocí, no quiero preguntárselo directamente, ha dicho lo suficiente como para que pueda hacerme ideas sobre lo que ha tenido que pasar, pero otra parte de mí siente que no puede dejarlo marchar sin saber qué ha sido de ese adolescente, hasta su forma de hablar es diferente y, no puedo evitar preguntarme, si es así como él me está viendo también, como alguien distinta a lo que fuimos.

    Aun faltan un par de horas para que llegue, puedes comer y ducharte tranquilo. Él no… Bueno, no tendrá ningún problema en que uses su ropa. — digo, hablando por él desde la perspectiva que yo conozco, que es la que importa. Charles sabe tan bien como yo la clase de penurias en las que se ve gente como él porque también las ha tenido que vivir y, aunque ahora mismo su presencia sí puede meternos en problema, sé que comprenderá. Le he contado acerca de quién es Andrew, a pesar de que no creo haberle puesto un nombre concreto, para entonces no eran necesarias esa clase de especificaciones y tampoco es como si hubiera hecho una gran diferencia de haberlo hecho. Lo curioso de todo esto es que también se lo he mencionado a Hans, no del mismo modo, hace demasiado tiempo atrás como para que él siquiera se plantee que tiene un lugar en mi cabeza.

    Me remuevo un poco en el sofá, fruto de la rareza de todo esto, pero soy demasiado estúpida como para dejarlo marchar. — ¿Irte? ¿Tienes siquiera un lugar a dónde ir? ¿Cómo llegaste hasta aquí, Andrew? Dijiste que tu anterior dueño… —  no consigo terminar la frase, me veo más enfrascada en mi propia cabeza tratando de poner los hechos en orden, al menos los que conozco. — ¿Es que ya no tienes…?amo es la palabra que busco, pero no me sale decirla. La esclavitud no es algo que apoye, por mucho que mi apellido y relación con mi hermano me aporte esa conexión. — Quiero ayudarte, Andrew. Quiero ayudarte a comunicarte con tu hermana, o al menos, intentarlo. Pero necesito que seas sincero conmigo. — porque si va a ocultar cosas por el simple hecho de que suenen crudas o haya demasiado detalles escabrosos, creo que tiene más de una razón por la que pensar que yo no soy alguien que se aterrorice con poco. Tomo aire y me preparo para soltarlo con lo siguiente, porque no es algo de lo que me vaya a arrepentir, pero sí es algo por lo que pueda meterme, ahora sí, en más de un problema. — Puedes quedarte, esta noche, la siguiente, lo que necesites para solucionar lo que sea que tengas que solucionar. Puedo ayudarte. Si Celestine sigue sirviendo en la mansión, quizás podría ayudar a que te encuentres con ella, pero, ¿qué harás a continuación? — es obvio que se ha tenido que dar cuenta, pero no es como si pudiera vagar por el país como si nada, no sin una identificación que acredite quién es. — Podría… — ¿qué, exactamente? Conozco a gente, personas en el norte que se encargan de hacer ciertos favores, el único problema es… ¿cuánto estoy dispuesta a arriesgar?
    Phoebe M. Powell
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