OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Family with no name — 0-4
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Búsqueda administrativa: Estudiantes de Ilvermorny
The Mighty Fall
¡FELIZ ANIVERSARIO!, ¡FELICES FIESTAS!
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Who lives, who dies, who tells your story? — REH
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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01.10No olviden pasar por la cronología para enterarse de lo sucedido en el último año. También pasen por la actualización de la normativa.
Recuerdo del primer mensaje :
— ¿Y me dices que es la mejor opción? ¿Completamente seguro? — tengo un brazo cruzado por encima del pecho y el contrario apoyado en el mismo, así puedo sostenerme el mentón con una mano que delata mi concentración, buscando camuflar un poco la ansiedad que me recorre entero — No quiero volver a equivocarme. No es como si tomar decisiones al respecto los últimos días haya sido sencillo, ya saben. Deberían dar un curso de cómo escoger este tipo de cosas sin tener un colapso nervioso — no tendría estar tomandomelo tan a la tremenda, pero Patricia Lollis y Tom Ronaldi tuvieron la delicadeza de preguntarme por el asunto en el ascensor. Y sí, me metieron la idea de que estoy dejando todo para último momento, que el tiempo se me está escapando entre los dedos y que no llegaré a tener todo listo para cuando mi casa estalle. Es poco decir que salí de ahí hiperventilando y con algo parecido a un ataque de pánico, así que aquí estoy.
Tengo al menos tres vendedores mirándome en ascuas y una cuarta yendo y viniendo por todo el local mientras me mantengo de pie entre los diferentes modelos de carritos para bebé, sin saber qué es lo que va a gustarle a Lara a estas alturas. ¿El escocés, el blanco con detalles en azul, el rosado? ¿Que tal ese amarillo pastel, o el celeste bordado? Descruzo los brazos y engancho las manos en mi cadera en pose indecisa, mientras un quinto vendedor se acerca a enseñarme una sillita para trasportar al bebé que yo ni sabía que iba a necesitar. ¿Y eso es qué cosa? ¿Un cambiador? ¿Una silla para comidas? ¿Desde cuándo un bebé necesita más muebles de los que había considerado en primer momento? ¿Y por qué siento que estoy volviendo a sudar? No es posible que todo esto me genere más pánico que subirme a un estrado, pero también sucede que Lara se está volviendo una pelota de casi siete meses y lo único que puedo visualizar ahora es que tiene un reloj bomba en su estómago. No podré con esto. Seré un padre desastroso y lo único que podré hacer en el parto será gritar mientras ella grita y posiblemente me dejen en una sala aparte a causa de alguna descompensación. ¿Por qué accedí a hacer esto? ¿Por qué no usé un condón? ¿Cómo se supone que voy a educar a una niña nueva, cuando siempre estoy agradecido de que Meerah ya fuese independiente cuando nos conocimos? No estoy hecho para esto, todos lo saben. Es como si tuviese miles de ojos encima esperando a que Hans Powell demuestre que no tiene el control sobre todo.
Cuando aparezco en el porche de la casa del distrito cuatro, tengo la mezcla de emociones de estar relajado porque es viernes, pero repentinamente preocupado por haber gastado una enorme suma de dinero en productos que ni siquiera he consultado. No es que me preocupe gastar lo que yo mismo he trabajado, sino que no estoy seguro de que Scott quiera estas cosas. Para cuando entro, el ruido me deja estático en la entrada porque puedo escuchar los ladridos efusivos que vienen desde la cocina y hay un griterío incesante de un niñito, aunque no sé de dónde sale. No es hasta que asomo la cabeza hacia la sala que me doy cuenta de que se trata de Rory — ¿No tiene un botón de apagado? — busco con la mirada a sus padres, pero al no encontrarlos a ellos pero sí al reloj de pared, levanto las manos en una de las cuales sigo sosteniendo las llaves — Antes de que digas algo, tengo una perfecta explicación. Verás, yo... — ni sé para qué me gasto. Poppy se aparece con un estruendo y las muchas cajas de compras se desploman junto a ella justo detrás de mi espalda, por lo que reprimo el aire al presionar mis labios y cerrar mis párpados — Sorpresa.
— ¿Y me dices que es la mejor opción? ¿Completamente seguro? — tengo un brazo cruzado por encima del pecho y el contrario apoyado en el mismo, así puedo sostenerme el mentón con una mano que delata mi concentración, buscando camuflar un poco la ansiedad que me recorre entero — No quiero volver a equivocarme. No es como si tomar decisiones al respecto los últimos días haya sido sencillo, ya saben. Deberían dar un curso de cómo escoger este tipo de cosas sin tener un colapso nervioso — no tendría estar tomandomelo tan a la tremenda, pero Patricia Lollis y Tom Ronaldi tuvieron la delicadeza de preguntarme por el asunto en el ascensor. Y sí, me metieron la idea de que estoy dejando todo para último momento, que el tiempo se me está escapando entre los dedos y que no llegaré a tener todo listo para cuando mi casa estalle. Es poco decir que salí de ahí hiperventilando y con algo parecido a un ataque de pánico, así que aquí estoy.
Tengo al menos tres vendedores mirándome en ascuas y una cuarta yendo y viniendo por todo el local mientras me mantengo de pie entre los diferentes modelos de carritos para bebé, sin saber qué es lo que va a gustarle a Lara a estas alturas. ¿El escocés, el blanco con detalles en azul, el rosado? ¿Que tal ese amarillo pastel, o el celeste bordado? Descruzo los brazos y engancho las manos en mi cadera en pose indecisa, mientras un quinto vendedor se acerca a enseñarme una sillita para trasportar al bebé que yo ni sabía que iba a necesitar. ¿Y eso es qué cosa? ¿Un cambiador? ¿Una silla para comidas? ¿Desde cuándo un bebé necesita más muebles de los que había considerado en primer momento? ¿Y por qué siento que estoy volviendo a sudar? No es posible que todo esto me genere más pánico que subirme a un estrado, pero también sucede que Lara se está volviendo una pelota de casi siete meses y lo único que puedo visualizar ahora es que tiene un reloj bomba en su estómago. No podré con esto. Seré un padre desastroso y lo único que podré hacer en el parto será gritar mientras ella grita y posiblemente me dejen en una sala aparte a causa de alguna descompensación. ¿Por qué accedí a hacer esto? ¿Por qué no usé un condón? ¿Cómo se supone que voy a educar a una niña nueva, cuando siempre estoy agradecido de que Meerah ya fuese independiente cuando nos conocimos? No estoy hecho para esto, todos lo saben. Es como si tuviese miles de ojos encima esperando a que Hans Powell demuestre que no tiene el control sobre todo.
Cuando aparezco en el porche de la casa del distrito cuatro, tengo la mezcla de emociones de estar relajado porque es viernes, pero repentinamente preocupado por haber gastado una enorme suma de dinero en productos que ni siquiera he consultado. No es que me preocupe gastar lo que yo mismo he trabajado, sino que no estoy seguro de que Scott quiera estas cosas. Para cuando entro, el ruido me deja estático en la entrada porque puedo escuchar los ladridos efusivos que vienen desde la cocina y hay un griterío incesante de un niñito, aunque no sé de dónde sale. No es hasta que asomo la cabeza hacia la sala que me doy cuenta de que se trata de Rory — ¿No tiene un botón de apagado? — busco con la mirada a sus padres, pero al no encontrarlos a ellos pero sí al reloj de pared, levanto las manos en una de las cuales sigo sosteniendo las llaves — Antes de que digas algo, tengo una perfecta explicación. Verás, yo... — ni sé para qué me gasto. Poppy se aparece con un estruendo y las muchas cajas de compras se desploman junto a ella justo detrás de mi espalda, por lo que reprimo el aire al presionar mis labios y cerrar mis párpados — Sorpresa.
— Debe ser porque jamás tuve que preocuparme demasiado por no caer en la rutina… — triste, pero completamente cierto. ¿Qué puedo comparar de mis experiencias adultas, cuando Audrey había sido mi única novia hasta la fecha y en ese momento, en el auge de la juventud, el sexo era mayormente nuevo y adictivo? Aún más que en la actualidad, cuando me encuentro en un lugar opuesto, donde veo las cosas con una mirada mucho más madura, o eso espero. Con Lara, me encuentro a mí mismo en un terreno desconocido, después de haberme acostumbrado durante años a las mujeres que solo iban y venían en relaciones de una noche o, como mucho, una semana. Tendrá que soportarlo.
Los mimos en mi frente están en segundo plano, mi atención se la lleva la niña invisible que se esconde debajo de su piel y a quien no puedo tocar. Me sonrío a pesar de que sea en dirección a su ombligo, porque sus advertencias suenan dulces en una risa que reconozco como una amenaza inocente. No sé cómo describir las emociones que me sacuden en un segundo, porque se siente irreal que su piel pueda estirarse para darle espacio a un piecito, ese que he amenazado con morder en cuanto salga al exterior — ¿Estás segura de esto? ¿Quieres dejarle la decisión final a la niña caprichosa que no le gusta moverse acorde a tus deseos cada vez que vamos a verla al médico? — porque si algo va a salir de nosotros dos y nuestras personalidades mezcladas, va a ser alguien con carácter. ¿Podremos con eso? ¿Todas las noches serán como ésta, pero con nosotros más cansados por no haber sido capaces de pegar un ojo la anterior?
El miedo sigue estando, claro está. Tan presente como los cochecitos que se desparraman en nuestra sala y mis manos que pasean por la curva de su vientre en busca de un nuevo reconocimiento. Tengo la extraña sensación de desear que este momento se detenga, de poder quedarme con cada uno de los detalles, porque sé que no volverá a repetirse. Y entre todo ese miedo, está la felicidad — Bueno, me gustaría saber quién eres — murmuro como si fuese un secreto entre ella y yo, uno que Lara no puede escuchar — ¿Eres Mathilda? ¿Eres Victorie? — sé que se mueve, puedo sentir el roce contra mis yemas, pero no me responde la duda. Me doy cuenta de que no me importa, lo delato cuando cierro los ojos con cansancio y me recargo en ella en un suspiro lento y agotado — Supongo que lo sabremos cuando la conozcamos. Su cara nos lo va a decir — y espero que también nos diga otras cosas, como que todo ha valido la pena.
Los mimos en mi frente están en segundo plano, mi atención se la lleva la niña invisible que se esconde debajo de su piel y a quien no puedo tocar. Me sonrío a pesar de que sea en dirección a su ombligo, porque sus advertencias suenan dulces en una risa que reconozco como una amenaza inocente. No sé cómo describir las emociones que me sacuden en un segundo, porque se siente irreal que su piel pueda estirarse para darle espacio a un piecito, ese que he amenazado con morder en cuanto salga al exterior — ¿Estás segura de esto? ¿Quieres dejarle la decisión final a la niña caprichosa que no le gusta moverse acorde a tus deseos cada vez que vamos a verla al médico? — porque si algo va a salir de nosotros dos y nuestras personalidades mezcladas, va a ser alguien con carácter. ¿Podremos con eso? ¿Todas las noches serán como ésta, pero con nosotros más cansados por no haber sido capaces de pegar un ojo la anterior?
El miedo sigue estando, claro está. Tan presente como los cochecitos que se desparraman en nuestra sala y mis manos que pasean por la curva de su vientre en busca de un nuevo reconocimiento. Tengo la extraña sensación de desear que este momento se detenga, de poder quedarme con cada uno de los detalles, porque sé que no volverá a repetirse. Y entre todo ese miedo, está la felicidad — Bueno, me gustaría saber quién eres — murmuro como si fuese un secreto entre ella y yo, uno que Lara no puede escuchar — ¿Eres Mathilda? ¿Eres Victorie? — sé que se mueve, puedo sentir el roce contra mis yemas, pero no me responde la duda. Me doy cuenta de que no me importa, lo delato cuando cierro los ojos con cansancio y me recargo en ella en un suspiro lento y agotado — Supongo que lo sabremos cuando la conozcamos. Su cara nos lo va a decir — y espero que también nos diga otras cosas, como que todo ha valido la pena.
— Por eso mismo lo digo, con ese carácter que tiene cosas como su nombre estaría bien preguntarle qué opina y que elija con cuál se siente más cómoda— se lo planteo, no como un exceso de consentimiento hacia una niña que siendo tan minúscula ha conseguido que viremos nuestras vidas de tal manera por su causa, sino por la certeza de que imposiciones arbitrarias en cuestiones importantes la harán aún más caprichosa. ¿Y si se niega a nacer porque no le gusta los nombres que elegimos? No me veo soportando doce meses de embarazo, con esta panza por la que Hans desliza sus dedos y verlo así, tan ensimismado en esa búsqueda que hace sobre mi piel de los movimientos de la bebé, detienen mis manos en su cabello, caen hasta sus hombros y un escalofrío baja por mis brazos por su susurro contra mi vientre. —Esta es la cosa más extraña que hubiera imaginado nunca que llegaría a pasar— murmuro en un suspiro, mis ojos puestos en los mechones de su nuca y entrelazo mis brazos sobre sus hombros para que no se aparte, puede descansar si quiere tratando de descifrar los latidos de vida de nuestra hija con su oído apoyado sobre mi piel, no importa que luego diga que no ha logrado escuchar nada. —Nunca hubiera imaginado en todas esas primeras veces que tocaste mi piel, que un día lo harías con mi panza de embarazada y tratando de sentir a la bebé— me explico, que un día tocar al otro dejaría de ser un roce cargado de ansias, para ser en cambio algo más cercano a la ternura, otra manera de redescubrirnos.
Con cierta renuencia separo mis brazos para soltarlo y con las manos haciendo presión en sus hombros trato de que se eche hacia atrás en la cama, para quedar acostado al lado del niño cuya respiración se escucha como ronquidos suaves. Me siento en el borde de la cama, en el poco espacio que queda para mí, y apoyo una mano en su pecho así no puede levantarse. Está necesitando de dormir tanto o más que Rory, por el desastre de este días, de los anteriores, de los que vendrán, también fuera de esta casa. —Será sólo una vez y cuando superemos todas las pruebas, diremos que no fue tan malo. Sé que podemos conseguirlo— digo, retomando la tarea de peinar su cabello por encima de su frente así se rinde a la necesidad de un descanso y se pueda dormir, musito las palabras de tranquilidad para devolver la paz al menos dentro de su familia: —Y no tendremos más hijos, Hans. No de esta manera tan vertiginosa que da tanto miedo por no sentirnos listos. Salvo que un día vengas convencido de que quieres tener uno, con la confianza que te pueda dar criar a dos hijas, y entonces…— digo con toda la seriedad que se merece esta aclaración, que define otra ley entre nosotros, pero fracaso al soltar una carcajada porque imaginar lo que sería esa situación me provoca la risa tonta. —Ay, yo no sé qué sería del mundo si un día me dices "Scott, quiero tener otro hijo contigo". Sería tan… acabaremos por destruir este mundo entre los dos.
Con lo grande que es mi vientre, me inclino lo que puedo sobre él para acariciar sus labios y luego me pongo de mi pie, también con cierta dificultad al incorporarme. Prendo la lámpara de la mesita en una luz tenue, así el niño no se asusta si despierta antes que Hans y caminando a paso lento y obligado en estos días hasta la puerta del dormitorio que por giros impredecibles llegamos a compartir. Me paro bajo el umbral para capturar esa imagen de él con Rory antes de se cierre la puerta. —Y tampoco te preocupes por la rutina, lo sigues haciendo bien, te sigo eligiendo como mi amante— me sonrío, no sé si llegará a verlo en la penumbra. Recargo mi hombro en el marco para robarme unos minutos más de su tiempo, si es que no se ha quedado dormido. —Hay un camino por el que van todos los amantes, y aunque sea el mismo, para muchos acaba mal y otros no pueden encontrar el final, se quedan ahí toda la eternidad. No sé que será para nosotros, pero tenemos un camino hecho y me doy cuenta que seguiría caminando contigo. Ahora, si no estás dormido, quiero que finjas que si lo estás y que no escuchaste nada de esto último que dije— pido, porque me apena que al final del día me encuentre contándole cosas así para que se duerma, y va a terminar siendo cierto lo que me dijo en un principio de que soy una romántica, que tontería. Tendré que decir luego que todo fue dentro de la locura del día.
Con cierta renuencia separo mis brazos para soltarlo y con las manos haciendo presión en sus hombros trato de que se eche hacia atrás en la cama, para quedar acostado al lado del niño cuya respiración se escucha como ronquidos suaves. Me siento en el borde de la cama, en el poco espacio que queda para mí, y apoyo una mano en su pecho así no puede levantarse. Está necesitando de dormir tanto o más que Rory, por el desastre de este días, de los anteriores, de los que vendrán, también fuera de esta casa. —Será sólo una vez y cuando superemos todas las pruebas, diremos que no fue tan malo. Sé que podemos conseguirlo— digo, retomando la tarea de peinar su cabello por encima de su frente así se rinde a la necesidad de un descanso y se pueda dormir, musito las palabras de tranquilidad para devolver la paz al menos dentro de su familia: —Y no tendremos más hijos, Hans. No de esta manera tan vertiginosa que da tanto miedo por no sentirnos listos. Salvo que un día vengas convencido de que quieres tener uno, con la confianza que te pueda dar criar a dos hijas, y entonces…— digo con toda la seriedad que se merece esta aclaración, que define otra ley entre nosotros, pero fracaso al soltar una carcajada porque imaginar lo que sería esa situación me provoca la risa tonta. —Ay, yo no sé qué sería del mundo si un día me dices "Scott, quiero tener otro hijo contigo". Sería tan… acabaremos por destruir este mundo entre los dos.
Con lo grande que es mi vientre, me inclino lo que puedo sobre él para acariciar sus labios y luego me pongo de mi pie, también con cierta dificultad al incorporarme. Prendo la lámpara de la mesita en una luz tenue, así el niño no se asusta si despierta antes que Hans y caminando a paso lento y obligado en estos días hasta la puerta del dormitorio que por giros impredecibles llegamos a compartir. Me paro bajo el umbral para capturar esa imagen de él con Rory antes de se cierre la puerta. —Y tampoco te preocupes por la rutina, lo sigues haciendo bien, te sigo eligiendo como mi amante— me sonrío, no sé si llegará a verlo en la penumbra. Recargo mi hombro en el marco para robarme unos minutos más de su tiempo, si es que no se ha quedado dormido. —Hay un camino por el que van todos los amantes, y aunque sea el mismo, para muchos acaba mal y otros no pueden encontrar el final, se quedan ahí toda la eternidad. No sé que será para nosotros, pero tenemos un camino hecho y me doy cuenta que seguiría caminando contigo. Ahora, si no estás dormido, quiero que finjas que si lo estás y que no escuchaste nada de esto último que dije— pido, porque me apena que al final del día me encuentre contándole cosas así para que se duerma, y va a terminar siendo cierto lo que me dijo en un principio de que soy una romántica, que tontería. Tendré que decir luego que todo fue dentro de la locura del día.
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