The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Recuerdo del primer mensaje :

Febrero

Así que tengo que ir a buscar a la Powell. Arrugo entre mis manos esa hoja del periódico para arrojarla con furia al suelo, gentileza de la visita que acabo de recibir hace unas horas, a quien no podría cerrarle la puerta en la cara como me gustaría y lo hago con otras escorias del norte que se atreven a llegar hasta mi casa con basura del pasado. Tengo que sujetarme a la mesada de la cocina hasta que el borde de mármol se hunde en mis palmas húmedas, concentro todo mi enojo en mis manos y no es suficiente. Descargo un golpe sobre la superficie, un insulto que tengo la libertad de que resuene contra las paredes de la casa en la que vivo sola. Sola es como me tendría que haber mantenido, lástima que en ocasiones el destino nos cruza con otras criaturas, cometemos el error de ver en su juventud rota un vistazo de nosotros mismos y los cobijamos para compensar a nuestra propia herida abierta, con el final maldito de que su traición envenene esa misma herida.

Me tardo unas horas más en recoger mi abrigo para salir al exterior, camino hasta el linde con el bosque que se alza sobre la casa como un gran monstruo que me llama algunas noches y respiro el aire de las hojas, tomo un par de bocanadas hasta que el ahogo en mi pecho se desvanece. Es entonces cuando me desaparezco para ir al distrito en el cuál me han dicho que la encontraré, tengo la dirección de la casa en la que vive con su pareja, otra paria, otro repudiado redimido. El olor a mar se me hace nauseabundo, tuve la desgracia de haber estar a la deriva un par de años y no quiero volver a poner un pie en una embarcación. O es toda esta situación que me desagrada lo que me arrastra hasta una puerta a la que debo tocar con mis nudillos, esperando ver a la misma chica demacrada a la que vi dormir bajo mi cuidado, sorprendiéndome de que esta mujer se vea tan distinta. Mi carcajada al reconocerla es venenosa, seca. Clavo mis ojos en los suyos, igual de azules, y apoyo mi mano en la madera de la puerta para que no la cierre.

No te atrevas a negarme la entrada a tu casa, cuando yo sí te recibí en la mía— le recuerdo, que ella al final de todo se haya marchado poniendo distancia con toda la mierda que compartimos es una traición que no le perdono, y eso mismo es lo que me permite imponerme, es quien está en falta. —Tiempo sin vernos, Mae— murmuro como un saludo más amable, barriendo su figura de pies a cabeza. —Volvemos a encontrarnos con la suerte invertida. ¿Me invitarás a pasar o prefieres un paseo por la orilla? No creo que podamos decir nada que espante a tu marido, tengo entendido que sabe lo que es la miseria de los repudiados— digo, pero a la primera que el tipo se meta, le daré un golpe. Siempre fuimos las dos, los tratos entre nosotras. —Tengo frío, Mae. Toma una decisión— la apuro, con la misma impaciencia que usaba antes, para obligarle a tomar una decisión de la que después se arrepentía.
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Interrumpo mi andar hacia la puerta para voltearme lentamente hacia ella, con una ceja arqueada mostrándole mi sorpresa porque se atreva a devolverme la advertencia, que no es una amenaza de su parte, suena casi como un consejo y los sentimientos encontrados que tengo por Mae, que al final de este día se encauzarán en uno solo, el único que persiste en mí, por un momento se inclinan hacia la amabilidad que podría haber sentido por su suerte. Ignoro el lujo simple de esta casa, que será siempre un lujo mayor al que se podría aspirar en las habitaciones prestadas del norte, para mirarla como lo que es. Esa chica a la que vi, con las mejillas hundidas, ojos grandes en desproporción con un cuerpo maltratado por una vida de carencias, tan perdida y asustada como una cría de animal que salta con sus dientes débiles a la primera mano que trata de rozarla. Es la imagen que se entrecruza para mí en este presente y los recuerdos con los que cargo, que por un momento tampoco la veo a ella, sino a otra chica, el mismo azul en la mirada que se estaba resquebrajando hasta romperse del todo, envuelta en un abrigo sucio y varios talles más grande, a la que di la espalda y lo mismo toca hacer con Mae.

Puedo llevarle un «no» de tu parte, pero si comienzan con los recados, no seré quien les haga de mensajera. Ve y habla con ella para ponerle tus condiciones— digo, avanzando hacia la puerta. Mi mano se posa sobre la manija, no quiero echar la mirada hacia atrás porque he decido dejarla, pero me encuentro con cosas que todavía quiero decirle, en parte por obligación del recordatorio que cree que necesita. —No eres la niña a la que abandonó papá, no eres la chica desprotegida del norte. Eres una mujer adulta, Phoebe. Da la cara a los llamados que te hagan y demuéstrales quién eres ahora, marca, defiende tus distancias. No esperes que nadie más lo haga por ti. ¿Quieres paz? Lucha y saca sangre por tu paz—. Muevo la perilla de la puerta para abrirla y salir de una buena vez por todas, tomando el aire del mar con una honda respiración que me devuelve el espíritu. Cruzo la playa en amplias zancadas, podría desaparecer cuando así lo quiera, pero insisto  en poner una distancia con la casa de Phoebe que puedo medir cuando me volteo, observando el recorte de la construcción en el paisaje y notando lo lejos que ahora estamos. Lo distintas que somos, que hemos sido siempre, por mucho que quise ver algo de mí en ella y no fue así. Pensarla como una desconocida me sirve más que sentir algún tipo de nostalgia, echar de menos lo que sea nunca me ha traído consuelo, ella tampoco será la excepción.
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