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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Apenas he salido de la reunión con Aminoff que me pongo a dar vueltas como un juguete escacharrado en mi despacho en el propio ministerio. Hay tantas cosas que arreglar y mirar que no sé ni por dónde empezar, sumado a que mi cabeza no se encuentra en disposición de ayudar después de haber presenciado lo que mi mente se niega a borrar. La imagen del ministro de tecnología se retransmite de forma tan vívida en el plano interior de mi frente que no puedo estar más de dos segundos sin replantearme seriamente qué es lo que puedo hacer desde mi departamento para no caer en la misma suerte. Y es que estar de acuerdo con las nuevas decisiones del presidente no es algo que entre en mis planes, pero como tampoco lo es que me chupen el alma hasta quedar peor que un vegetal, tengo que morderme la lengua y comenzar a solucionar un plan de cuidados que ya había repasado cientos de veces sobre nuestro sistema de salud.

    Por eso mismo me paso la tarde del sábado encerrado en la sala, solo recibiendo a aquel personal cuya ayuda me sirva a reinscribir un informe para el lunes mismo. Es la fecha tope para presentar un proyecto que cumpla con las expectativas que Magnar ha puesto en nosotros en su búsqueda de arreglar un país que poco a poco se ha ido haciendo trizas. Creo que si no llega a dormir aquí, desde luego tampoco piso mi casa por más de tres horas en las que me permito no poner una alarma porque es mi propio cuerpo en estrés el que me recuerda que debería estar trabajando, y vuelvo pitando a ocupar la misma silla tras el escritorio. Así es que el domingo se me hace más eterno que a lo que acostumbra a ser un día como estos, libre de preocupaciones que ahora se acumulan en forma de papeles amontonados a un lado de la mesa. Para cuando llega el lunes, temo siquiera entrar en la misma sala de reuniones que la última vez, teniendo por seguro que solo pisarla va a llevar a que mi cabeza reproduzca el suceso del sábado en bucle como una broma de mal gusto. Solo que esto no es una broma, me recuerdo, mientras deposito el informe frente al nuevo líder.

    No recuerdo la última vez que un sofá me pareció tan cómodo como el que me dejo caer cuando llego a mi hogar, tan cansado que podría quedarme dormido en este preciso momento. La figura de mi ahijada frente a mí me recuerda que no puedo hacerlo, porque le debo una explicación y una charla por todas las cosas que han pasado en las últimas semanas. — Siento que tuviéramos que cancelar a última hora, no hay citas que valgan cuando se trata del ministerio, ya sabes... — Menos cuando es Aminoff el que llama. Pero eso ella ya lo sabe, acostumbrada a tener a su madre como ministra, me obligo a no pensar que estoy haciendo lo mismo con ella.
    Nicholas E. Helmuth
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Si durante el festival de Nimue las cosas se salieron de control, cuando las pantallas anunciaron el asesinato de la Ministro Jamie, todo fue un completo desastre.
    Con la mirada clavada en el televisor de la cocina, Ariadna tardó en reaccionar y sólo apartó la vista cuando sintió el ardor de una quemadura en la mano. Abandonó con rapidez la taza de café sobre la mesa y lamiendo su piel escuchó las declaraciones acerca de lo sucedido por parte de un hijo bastardo.
    Si bien no era cercana a la familia Niniadis y tenía miles de desacuerdos con su forma de gobernar el país, no le deseaba la muerte a nadie, ni siquiera a ella.

    Los días fueron pasando y como era de esperarse, no vio a su madre ni siquiera durante el desayuno. Tampoco quería estar en su lugar, ni cerca, pues no podía imaginarse la cantidad de trabajo que debía tener sobre sus hombros.
    Continuó sus horarios y guardias con normalidad e incluso visitó la biblioteca un par de veces para seguir con el estudio y los intentos de realizar el hechizo sobre los hombres lobos.

    Por la tarde del lunes al salir del hospital, se encontró con una escena aterradora y durante unos segundos creyó que simplemente estaba soñando. Pero el escalofrío que recorrió su cuerpo cuando un dementor pasó por encima volando, confirmó que todo era real.
    Abandonó sus planes y se apresuró para llegar a casa buscando oír alguna explicación por parte de Eloise, mas esta aún no se encontraba en la mansión y la única opción que le quedó fue trotar hasta la casa de su padrino.

    Con las mejillas encendidas, el aliento alterado y los pelos despeinados, ingresó a la sala justo cuando el hombre tomaba asiento sobre el sofá. —No tienes que darme explicaciones...Bueno, en realidad si ¿Por qué hay dementores recorriendo las calles de la ciudad?— Preguntó y no tardó en acomodarse junto al ministro de salud, apoyando su cabeza sobre el hombro masculino y rodeándolo en un pequeño abrazo.
    Sabía que estaba cansado, probablemente con pilas de papeles esperando ser llenados y no quería incomodarlo más de lo necesario, sin embargo habían pasado tantas cosas y aún no se le pasaba el susto del secuestro. —¿Cómo te sientes?
    Ariadna T. Tremblay
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    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Dejo que mi cuerpo se acomode a la estructura del sofá, amoldándose contra lo blando hasta que puedo confirmar que es la primera vez que me siento sin el peso de tener que estar haciendo otra cosa que no sea trabajo. Con esto no quiero decir que esté libre de lo último, porque más bien esto no es más que la calma que precede a la tormenta, esa que está por llegar en unas semanas cuando la gente empiece a quejarse. No obstante, por estos minutos en los que no respiro otra cosa que la tranquilidad de mi hogar, pienso aprovecharlos hasta que alguien me lo impida. Mi ahijada no entra dentro de esa categoría, pues su aparición en el salón hace que curve los labios, una sonrisa cansada, pero alegre después de todo.

    Permito que se acomode contra mi hombro y la rodeo con uno de mis brazos para besar su cabeza con delicadeza antes de que su pregunta me robe un suspiro. – Supongo que ya viste el aviso nacional en la televisión, así que no hace falta que te diga que tenemos nuevo ministro de magia, o presidente más bien. – Muevo la mano en una floritura algo patética para realzar el hecho de lo poco que me gusta esta nueva situación con Magnar, a quien todavía no termino por descubrir el punto que hace la diferencia entre si me cae bien o si debo obligarme a que lo haga, por lo que me limito a soltar aire por la nariz antes de proseguir. – A Aminoff no le ha gustado la manera en que se han llevado las cosas en el ministerio los últimos meses y quiere hacer una reforma de arriba a abajo que incluya a todos los departamentos, la seguridad incluida. Es por eso que ahora va a haber algo más que aurores patrullando por las calles. Y nos guste o no, tenemos que aceptarlo. – Digo, quizás con algo de crudeza en la voz. No es un tema donde ella se quiera meter, yo no voy a dejar que lo haga, no después de lo que ha pasado con el ministro de tecnología, y aun me estoy debatiendo entre si contarle esto a Ariadna o si guardármelo para mí mismo. – Habrá cambios en sanidad también. – Murmuro sin más. No me atrevo a decirle que hemos tenido que recortar de muchos sitios para poder mantener a flote una sanidad pública al mismo tiempo que nos preparamos para una guerra, porque sé que habrá quejas.

    No sé muy bien hacia dónde quiere tirar con su siguiente pregunta, siendo que no hemos hablado mucho de lo que tuvo lugar en el atentado, quizás para mejor. Sonrío, elevando simplemente las mejillas en un gesto que denota confianza, aunque no podría decir lo mismo de mis palabras. – Físicamente como si me hubieran arrollado tres elefantes, mentalmente exhausto, pero estaré bien. Solo necesito recuperar las horas de sueño perdidas en los últimos días. – No puedo esperar a que llegue la noche para meterme en la cama y dormir como dios manda, incluso estoy pensando en saltarme la cena. – ¿Tú cómo te encuentras? – La miro, dejando a un lado el tema de los dementores que sé que nos tiene a todos un poco tocados.
    Nicholas E. Helmuth
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Luego de su padre, la única figura masculina presente que recordaba a lo largo de los años, era la de su padrino. No mentiría al decir que varias veces, había fantaseado con la posibilidad de que se convirtiera en algo más para su madre. Vamos, que no era ciega. Claro que con los cambios de estaciones, esa esperanza o deseo, fue disminuyendo.
    La calidez del abrazo, seguido por un tierno beso, le dibujó una enorme sonrisa en el rostro. Al mismo tiempo, soltó un ligero suspiro de alivio al tenerlo otra vez, sano y a salvo, en su casa junto a Oly. El único lugar donde pertenecía.

    No se movió del sofá y tampoco se deshizo del abrazo mientras escuchaba la explicación, una que ya había oído gracias a las noticias transmitidas por todas las pantallas de la ciudad. —¿Presidente?— Preguntó levantando un poco la cabeza, para observar su rostro y corroborar que no estuviera jugando con ella. No, Nick jamás bromearía con un tema tan delicado.
    Su padrino continuó relatando lo ocurrido y lo que sucedería a continuación, mientras que Ari sentía un nudo en el estómago que iba creciendo poco a poco hasta conseguir asfixiarla. Tenía planes, unos muy buenos y ahora se encontraba insegura dando pasos hacia atrás. Quizás no era un buen momento para grandes avances personales. —Yo...No entiendo cómo alguien puede aparecer de la nada y convertirse en presidente, ¿Acaso no hay leyes que aseguren el bienestar del país o...?— Presionó los labios con fuerza y guardó silencio, estaba hablando de un tema que desconocía, del cual tenía poca información y odiaba parecer ignorante.
    Si el cambio de un simple título la dejó impresionada, la siguiente declaración la congeló en el lugar. No soltó el abrazo, pero si apartó su cabeza del cómodo hombro hasta poder mirarlo de frente. Sintió que le ardían las mejillas. —¿Cambios? ¿Qué clase de cambios?

    Carraspeó decidida a tranquilizarse y le ofreció una sonrisa avergonzada. Su pobre padrino estaba muerto del cansancio y ella ahí impidiendo que este se fuera a la cama a descansar. —Yo estoy bien, sé que estás agotado y prometo que me iré en unos minutos. Yo...venía a pedirte un favor, sin embargo con todo lo que me has dicho, no estoy segura de poder hacerlo.— No, no podía abandonar a su madre, menos ahora. Ella era su familia.
    Dividida entre el alivio de haber recuperado a Nick y la tristeza por todo lo que estaba ocurriendo en NeoPanem, se puso de pie y alzó la mirada hacia el techo de la bonita mansión.
    Ariadna T. Tremblay
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    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    La cara que pongo creo que es suficiente para responder a su pregunta como algo de lo que yo tampoco entiendo o con lo que estoy de acuerdo. Sé que hubo errores en el mandato de Jamie, cosas que se podrían haber mejorado y que de hacerlo quizás se hubieran podido salvar muchas vidas, pero como todos los errores, no sabemos que lo son hasta que se ponen en marcha. – Es el hijo ilegítimo de Jamie Niniadis, por ley, está en derecho de heredar el poder que su madre ya no está capacitada para ostentar. Dadas las circunstancias, con lo que ocurrió con sus dos hijos… No estamos en posición de convocar unas elecciones. – Explico, aunque me reservo de llamar a Aminoff como lo que realmente es, un bastardo. Y si vamos a ser honestos, esto nunca fue una democracia, nadie eligió a Niniadis más que como líder de una causa que en su día parecía perdida. Después de que se diera el golpe, ese que hizo que cayeran los Black, la gente simplemente aceptó a tenerla como ministra porque representaba todo aquello que por tantos años se nos había arrebatado. Que haya muerto no significa que este país vaya a convertirse en una república de poderes compartidos, eso es algo que Magnar ha dejado muy claro para todos.

    No sé hasta qué punto puedo compartir información de semejante relevancia antes de que siquiera se aprueben en junta, incluso cuando Ariadna es familia. No quiero ponerme en una situación complicada, mucho menos a las personas que me importan. – Lo verás con el tiempo, pero no son cambios que vayan a agradar a la gente, Ariadna, ni mucho menos. – ¿Privatizar la educación? ¿Aumentar los impuestos? Mucha gente no tenía ni para comer con el régimen anterior, no quiero ni imaginarme cómo van a ponerse las cosas cuando empiecen a reclamar más dinero del que muchas familias pueden meter en casa. – Tiempos de guerra requieren sacrificios extremos, ya lo sabes, por desgracia. – Suelto un suspiro pesado. No es lo suficientemente joven como para haber nacido dentro de esta era, por lo que recuerda, aunque sea vagamente, como fueron las cosas cuando los Black aun estaban en el trono. – Y por todo lo que dios quiera, no puedes poner mala cara, ¿de acuerdo? Las cosas van a ponerse muy feas a partir de ahora, pero no puedes dejar que crean que no quieres colaborar. – La miro, más con preocupación que con seriedad, estirando un poco la espalda para que me tome con la gravedad que requiere la situación. Conozco a mi sobrina lo suficiente para saber que es capaz de hacer tonterías por respaldar aquello en lo que cree.

    Vuelvo a acomodarme contra el respaldo del sofá, moviendo con vehemencia mi mano libre al mismo tiempo que esbozo una sonrisa pequeña para indicar que su presencia no me molesta en lo absoluto. Cuando se pone en pie, sin embargo, tengo mover las cejas en una mezcla de confusión y sorpresa ante sus palabras. – ¿Qué clase de favor? – No quiero decir que me está asustando, porque se trata de mi ahijada y no hay nada que me haya pedido que haya causado ese sentimiento, pero denoto algo en su voz que me preocupa lo suficiente como para enderezarme nuevamente, buscando sus ojos para no perderla de vista pese a que apenas se mueve del sitio.
    Nicholas E. Helmuth
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    "Por ley, está en derecho..." ¿Acaso no existían las letras pequeñas en los contratos y constituciones, para impedir situaciones así ante los cambios bruscos e inesperados? Su padrino continuó intentando explicar algo que ni él parecía comprender del todo y eso le preocupó mucho más.
    No se movió del lugar junto a él e incluso apretó un poco más el medio abrazo, sin embargo cuando la conversación se dirigió hacia los futuro cambios que no iban a agradarle a las personas, Ariadna titubeó y, alarmada, se irguió observando el rostro de Nick. Aquel hombre que hasta hace un par de años no dejaba de narrarle historias fantásticas y maravillosas, ahora le contaba con anticipación que un nuevo desastre afectaría a la población. —¿Sacrificios extremos? La mayor parte de los habitantes no tienen ni siquiera para comer ¿A qué más deberán renunciar por esta estúpida guerra?— Si bien mantuvo el tono de voz suave, porque su padrino no tenía la culpa, por dentro el nudo crecía sin detenerse...Al igual que la ira.

    La petición del hombre le sorprendió, él más que nadie sabía lo mucho que odiaba fingir cuando no estaba de acuerdo con algo, que por eso mismo evitaba pisar el ministerio, presentarse en los actos, ante las cámaras junto a su madre e incluso durante los juicios. Sin poder evitarlo, terminó frunciendo el ceño, mientras se separaba para cubrir su rostro con las palmas de las manos y así ocultar lo decepcionada que se sentía. —¿Qué clase de cambios?— Repitió la pregunta.

    De un modo injustificable, su cerebro comenzó a revivir viejos recuerdos y desde un lugar recóndito de su interior, las emociones se le revolvieron y por consecuencia, tuvo que abrazar su estomago para calmar las nauseas.
    Las imágenes de su corto viaje por el mercado negro se proyectaban como película, mientras que la voz de su viejo amigo Dave, le repetía..."Tu patio es tan grande que actúa como un muro. No deja ver el mundo que está afuera."..."¿Te hace sentir mejor...?"..."Vienes de otro mundo. Un mundo donde el patio de tu casa son hectáreas de campo y corren caballos y unicornios. ¿Ellos? Seguramente duermen en la trastienda". —No puedo prometer nada.— Murmuró.

    En un intento de callar las voces, se puso de pie con la mirada clavada en el techo y cambió el tema de discusión por uno complicado, pero no tanto.
    Hundió las manos en los bolsillos traseros de su pantalón. —Quería preguntarte por tú vieja casa, si quizás podía comprarla...En cuotas. Estuve pensando, o más bien, planeando irme a vivir sola.— Nick era la primer persona en enterarse de la mudanza, del enorme paso que quería dar, al menos hasta que pisó la alfombra de su sala. —Pero ahora no sé si es el mejor momento para hacerlo.
    Ariadna T. Tremblay
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    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Odio esta posición en la que me encuentro, de tener que decirle a mi propia sobrina que las cosas van a ponerse mucho peor de lo que ya están para los ciudadanos, y me tengo que tragar su desconcierto e ira con patatas porque por mucho que quiera cambiarlo, no puedo. Tiene todo el derecho a sentirse decepcionada, en el fondo yo también lo hago conmigo mismo, incluso cuando he hecho todo lo posible por que los daños sean los mínimos posibles. — Ya, lo sé, ¿crees que no he hecho todo lo que está en mi mano para que sea diferente? No viste cómo terminó… — No, no puedo poner esa imagen mental en su cabeza. Ni siquiera sé lo que han decidido hacer con el ministro Labors, mucho menos si van a ceder esa información al público, como método de escarmiento o qué sé yo. Honestamente, prefiero no tener que pensarlo, y no pienso poner a mi familia en peligro por soltar cosas que no debo, así que me callo antes de que se escape de mis labios.

    El estrés de los últimos días pasa factura y es evidente cuando me paso las manos por la cara, inclinándome hacia delante para posar mis codos en las rodillas, suspirando tan fuerte que incluso con las manos consigo remover algunos mechones de mi pelo. No bastan mis palabras para hacerla cambiar de tema, en cuanto escucha lo de las reformas vuelve a saltar para pedirme información, puedo negársela una vez, pero no cuando insiste de la manera en que lo hace. — Recortes de personal, empezando por echar a todo aquel que sea considerado una amenaza para el gobierno, y eso conlleva comprobación de status de sangre. Chequeos extensivos de todos los pacientes que entren y salgan, lo que antes llamábamos confidencialidad ya no va a existir, no van a desaprovechar la oportunidad de que llegue algún rebelde herido y no nos demos cuenta de que lo es. No se llegará a privatizar la sanidad, pero puedes hacerte a la idea de cómo serán las listas de espera para procedimientos prácticamente básicos. — Eternas. Muevo mi mano al reincorporarme un poco, como para indicar que la lista sigue y que no voy a tener el tiempo de exponerle todos los puntos antes de quedarme dormido. — No hagas ninguna tontería, Ariadna. Confío en que esta información no salga de estas paredes antes de que los informes sean revisados y aprobados, ¿entiendes? — Esta vez sí la miro con más crudeza, es por su bien más que por el mío por el que no puedo arriesgarme a que nada de esto salga de aquí.

    Lo que dice a continuación me saca de mi cara arrugada, alzando las cejas por la sorpresa de escuchar que quiere mudarse. — ¿Quieres dejar la isla ministerial? — No sé si es específicamente lo que quiere, quizás solo quiera alejarse de su madre por un tiempo en el que las cosas van a estar complicadas, o… no lo sé, la verdad es que esta noticia me ha caído de repente. — ¿Estás segura de que es lo que verdaderamente quieres? Quiero decir… sé que tú y tu madre no habéis tenido la mejor relación estos últimos meses, y que quieres tener tu vida independiente, pero… ¿es el mejor momento? — Después de todo lo que ha pasado, el atentado, el juicio, los nuevos cambios en el sistema… es una lista demasiado larga para personas que están en nuestra contra de ganarnos más enemigos, y odio decirlo, pero es hija de una ministra. — Sabes que tienes mi apoyo, esa casa es propiedad mía, no tienes que pagármela, puedes estar en ella el tiempo que quieras, solo… no quiero que tomes esta decisión a la ligera o por un arrebato fruto de alguna pelea, ¿de acuerdo? — Alzo la mirada hacia ella, comprobando que está escuchando cada una de mis palabras.
    Nicholas E. Helmuth
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Recortes de personal, chequeos extensivos... Ariadna escuchó con atención las palabras de su padrino y cada vez se sintió más y más diminuta, hasta que acabó con la nuca y los hombros apoyados en el respaldar del sofá, las manos acomodadas al costado de su cuerpo en un gesto desganado y la mirada pérdida en algún punto incierto del techo. En pocas palabras, todo se estaba yendo a la mierda.
    En ningún momento se le pasó por la cabeza culpar a su padrino, tampoco a su madre, ellos no tenían nada que ver con la situación que recién comenzaba...Sólo una persona podía detener la locura y ella se encargaría de hablar con él. O al menos enviarle un pergamino.

    Al incorporarse, tomó las manos de Nick en un cálido intentó de reconfortarlo. —No te preocupes por mi, estaré bien.— La sanadora era una pésima mentirosa, pero al menos hizo el intento de sonreirle para calmarlo.
    Estiró uno de sus brazos y con los dedos peinó el cabello rebelde de su agotado padrino. —Tú debes descansar.

    Soltó un ligero suspiro al ponerse de pie y caminando de lado a lado, se removió a través de la sala bastante nerviosa e indecisa. —Yo pensaba en hacerlo, tengo varios ahorros guardados y quería comenzar a pagar para tener mi propio lugar.— Explicó y sacando las manos de los bolsillos, intentó peinar un poco sus revoltosos mechones rubios. —No he peleado con mamá, ni siquiera la he visto pero eso tú ya lo sabes. No es por ella, es por mi y...¡Estaba segura hasta que me has arrojado todo esto!— Golpeó sus muslos y volvió a tomar asiento en el sofá frente a Nick. Bueno, ahora si estaba actuando como una maldita niña.
    Con los zapatos golpeando la alfombra sin control, comenzó a morder la piel de su dedo pulgar y volvió a mirar al ministro. —Se suponía que tú ibas a alentarme a hacerlo.— Susurró y soltó un par de risitas, no le estaba reclamando absolutamente nada.
    Ariadna T. Tremblay
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    Nicholas E. Helmuth
    Miembro de Salud
    Me obligo a despegar la mirada del suelo cuando toma mis manos entre las suyas, pero ni siquiera el contacto es suficiente para tranquilizar la sensación amarga de que todo se está yendo al carajo. Le doy un apretón a sus dedos antes de soltarla, animándome a sonreír ante su promesa, aunque es una curva tan mínima que demuestra lo inseguro que estoy con respecto a la misma. Con un suspiro, vuelvo a inclinarme hacia atrás y dejo reposar la espalda contra el sofá, reprimiendo un bostezo que termina por mostrarse como una mueca de agotamiento. — Creo que ninguno va a tener tiempo para eso a partir de ahora. — No con la que se nos viene encima. Bufo, haciendo que mis labios reboten cómo lo haría un caballo y moviendo mis cejas a la par en disgusto. Con todo el cambio de personal que va a haber en las próximas semanas junto con los inminentes despidos, los hospitales van a ser un caos que espero puedan controlar al ritmo que se acostumbran a los nuevos cambios. Sé que a la mayoría no les va a gustar, y lamento no poder hacer más por solucionar una causa que está dentro de mi departamento, pero negarme a las peticiones de Magnar no es algo que se me antoje después de presenciar lo que pasó con el ex ministro.

    De veras, no tienes por qué pagarme nada, sabes que mi casa es tu casa, y eso incluye también nuestro antiguo hogar. — No es como si me hiciera falta el dinero, de ese tengo más que de sobra, y después de lo ocurrido en el atentado, añadiéndole el secuestro, mucho menos voy a valorar algo tan simple como un puñado de galeones. — Está vacía, más que por los muebles que quedaron allí, puedes mudarte cuando quieras. — Me encojo de hombros, dándole la opción a quedarse sin mostrar ningún problema, al menos, con la parte económica. Me alegra saber que no ha peleado con su madre, viendo que la situación ha estado un poco tensa entre ellas los últimos meses, pero supongo que con lo que pasó, se dieron cuenta de lo realmente importante que es que permanezcan unidas en esta época de incertidumbre. — ¿No lo has hablado con tu madre? — Pregunto curioso, pues no me sorprendería que hubiera venido a mí antes que a la mujer que le dio la vida. Al fin y al cabo yo siempre he tenido un punto débil con Ariadna que Eloise nunca ha tenido. No porque no la quiera, sino porque sabe qué es lo que mejor le conviene. — Quizás deberías comentárselo primero antes de tomar ninguna decisión precipitada, ver qué opina ella, o cómo se lo toma. — No creo que le siente mal que quiera mudarse, en verdad, hasta pienso que se alegraría de saber que su hija empieza a ganar la independencia que siempre ha deseado que tuviera.

    Tampoco quiero que condicione sus decisiones por los acontecimientos recientes, mucho menos ahora que su madre está tan ocupada con el trabajo que no creo que pise este lugar por mucho más tiempo que un par de horas, tanto ella como yo, de modo que me paso una mano por la frente dubitativo. — Me parece que es una gran idea, si no fuera por como están las cosas ahora… no sé si me entiendes, no eres precisamente la hija de cualquiera. — Ladeo la cabeza para girar mis ojos hacia ella, esperando a que comprenda mi punto.
    Nicholas E. Helmuth
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    De todos modos lo haré, Nick. No discutas conmigo por esto, porque no te dejaré ganar. Y si no aceptas mi dinero, mi primo recibirá varios regalos cada mes.— Le sonrió mientras caminaba hasta uno de los muebles lleno de fotografías enmarcadas, momentos muy distintos a los de ahora, más felices sin dudar.
    Tomó uno de los porta retratos donde se veía un Nicholas más joven, abrazando a su madre, probablemente durante su época secundaria o quizás universitaria. Con los pulgares acarició el vidrio y perdió el hilo de la conversación durante un par de segundos, hasta que la mención de Elo llegó.
    Ariadna regresó el precioso objeto hasta su lugar encima de la madera y soltando un largo suspiro, se abrazó a si misma. —Se lo haré saber, no creo que mi decisión le moleste y tampoco es una precipitada, lo he estado pensando desde hace un par de meses antes del atentado.

    Al tomar asiento nuevamente sobre el sofá, apoyó los codos encima de las rodillas y ocultó su rostro entre las palmas de su mano. Comprendía lo que él quería decir, le molestaba, pero lo entendía. —Soy Ariadna Torunn Tremblay, una simple sanadora, no soy para nada interesante y estaré bien.— Le aseguró sin mencionar que era hija de una ministro, toda la vida había evitado ser reconocida sólo por eso y no cambiaría.

    En un par de semanas me mudaré, cuando esté todo listo, prometo invitarte a cenar.— Murmuró y al ponerse de pie, caminó hasta su padrino para abrazarlo y besar la cima de su cabeza. —Aprovecha el tiempo, ve a dormir ahora mismo.— Se alejó hasta alcanzar la puerta, sin embargo antes de desaparecer, se volteó y le apuntó con su dedo indice, haciendo uso del mejor tono de voz serio que tenía. —Es una orden.
    Ariadna T. Tremblay
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