The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Enero de este año


Puede que esta sea, dentro de las muchas que he tenido, la peor de las ideas que se me podrían haber ocurrido. No solo por el toque de queda que obliga a permanecer en casa por la noche, sino porque no tengo ni la más remota idea de lo que estoy buscando en realidad. Ni siquiera sé como conseguí convencer a Helmuth de que me acompañara en esta travesía de valientes idiotas, porque para ser sinceros, no nos conocemos mucho fuera del colegio. Sí, asistimos juntos a clase y muchas veces he tenido que hacer trabajos en su compañía, pero fuera de eso, nuestra relación es puramente profesionalidad estudiantil. Bueno, está la vez que me emborraché en la fiesta de final de curso y me acompañó a casa como buen caballero que es, pero esa es otra historia que preferiría no sacar a relucir puesto que ni mi padre se enteró de aquello. Ah, también cuando nos juntaron en clase de aritmancia como si alguno de los dos tuviera una mínima idea de lo que estábamos haciendo. Después de eso quedó claro que a ninguno se le daban bien las matemáticas.

Como dije, no sé en qué momento aceptó, ni si lo hizo por algún motivo en especial, a veces pienso que simplemente no sabe decir que no, entre las chicas tiene fama de ser un buenazo. Pero que eso no viene a cuento. Lo que aquí nos concierne es que, con todo lo que está pasando, búsquedas de traidores, ejecuciones a sangre fría y vete a saber qué más ocurrirá en los próximos meses, me entró un ligero ardor de querer encontrar a mis padres adoptivos. ¿Aquellos que fueron acusados de traición y enviados presuntamente a la cárcel? Esos. En ningún momento he creído que lo fueran, traidores, quiero decir, pero con esto de la guerra, me preocupa que puedan andar por ahí en el repudio o en prisión. No es como si alguna de las dos opciones fuera mejor que la otra.

Por esa misma razón, el moreno y yo nos encontramos entre las lindes de lo que se supone que es el distrito cinco. Me lo supongo porque nunca fui demasiado buena con las brújulas y mi teléfono se ha decidido por no funcionar esta noche. Genial, otro motivo más para que mi padre entre en pánico si se dispone a llamarme y no tengo batería. Quizá no fue una muy buena idea ponerme a ver las últimas novedades del caso Richter sobre mansiones encantadas mientras tomábamos un descanso. Mea culpa. — Pero qué mierda, otra vez este cacharro no funciona. — Bufo, golpeando la linterna contra mi mano para ver si así vuelve a encenderse, pero ni con esas. Nunca entenderé por qué no nos dejan utilizar magia fuera de la escuela, ¡para cosas como estas un lumos viene de perlas! — Ah, ya está, como nueva. — Soy un poco escandalosa en medio de la noche, lo reconozco. Apunto hacia los árboles que nos envuelven con la seguridad de la luz nuevamente, metiendo la mano en el bolsillo donde guardo una bolsa con gominolas ovaladas de colores. — ¿Quieres, Helmuth? — Algún día prometo dejar de llamarle por el apellido. Me llevo un caramelo a la boca, chupando el sabor dulce y saco la bolsita de plástico para ofrecerle. Porque sí, esto es lo que yo llamo reservas de emergencia. — Nunca te pregunté si tu padre está de acuerdo con todo esto. — Digo curiosa. Por mi parte le dije al mío que me quedaría en casa de Leia a dormir, más que nada porque si le llego a decir que pasaría las próximas noches con el hijo del ministro se pensaría cosas raras, como… no sé, que estaría enrollándome con él, básicamente. Que no me malinterpretéis, el chico está como un tren, pero no es a lo que estamos.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
Creo que mi padre me destriparía vivo de saber lo que estoy por hacer. O tal vez no, porque mi padre es el ser más bueno del planeta, pero eso no significa que podría meterlo en problemas ahora que llevaba meses ostentando uno de los cargos más importantes del país. Era una mala idea, sabía que era una pésima idea, y aún así no podía dejar que Davies se adentrara sola en el Norte causa noble o no. ¿Idiotez o sentido de la responsabilidad? prefería pensar que no era ninguna de esas y simplemente me limitaba a ser un buen compañero. Uno bastante poco preparado y un tanto mandado, pero ya que… ya estábamos aquí, ¿verdad? O bueno, donde sea que aquí fuera.

No había sido un trotamundos durante mi infancia y eran muy pocos los lugares que había visitado, y si bien todavía no llegábamos al distrito en sí tenía que admitir que me picaba la curiosidad. Claro que con la varita inútil metida en el bolsillo, no sabía cómo poder ayudarla en nada a decir verdad, y simplemente me limito a mirarla como un idiota mientras lucha con su linterna. - Claro, tengo chocolates en la mochila para más tarde si quieres. - y eso y media botella de agua es lo único medianamente útil que he traído a la excursión. Estiro la mano hasta la bolsita, y agarro un pequeño puñado de dulces. - Lo que mi padre no sepa, no le hará daño. - Y esperaba de verdad que nunca se enterase de esto. - Está en la época en la que me deja hacer lo que quiera siempre y cuando le mande un mensaje cada tanto…- Me llevo una gomita a la boca y me sorprendo al reconocer el sabor. Es de esos dulces que se descontinúan en algunos lados, y que traen recuerdo a infancia cuando te das cuenta del tiempo que llevas sin comerlos. - ¿Qué le has dicho al tuyo? Porque no me creo que ningún padre semi decente permita a su hija cruzar medio país en medio de la noche en compañía de un chico. - Y menos mal que se trataba de mí, porque de haberle preguntado a Richardson yo mismo me encargaría de delatarla. Los adolescentes éramos un asco por definición, pero ese idiota se pasaba de la raya.

- ¿Tienes alguna idea de a dónde quieres llegar? - Y tal vez era una pregunta que debería haber hecho antes, pero a decir no quería meterme de más en sus asuntos. Si había tenido la confianza para pedirme que la acompañe en esta excursión, quería que tuviese la confianza suficiente de contarme ella los detalles que quisiera, y no hacer que se sintiese obligada a nada. La tía Elo se sentiría decepcionada si se enterase de mi "falta de curiosidad".
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
¿Chocolate? Pues obvio que voy a querer, aunque con el frío que está haciendo y que tiene mis huesos calados, casi me gustaría más que fuese caliente. ¡Ven! Para esto también estaría excelente el uso de la varita. Solo nos faltarían los churros. No obstante, me voy por otro lado cuando abro la boca para hablar, en una helada que saca vapor de mis labios con cada frase. — ¡Mal, Helmuth! Se supone que tú eres la cabeza pensante, ¿crees que así vamos a subsistir, con una chocolatina? Hay que ver... — me quejo, con falso enfado porque la risa que suelto después evidencia que solo estaba bromeando. Imito su gesto y me llevo más gominolas de las que guardo en la bolsita a la boca, ralentizando un poco el paso para estar a su altura, de distancia no de centímetros, y poder observarle cuando habla sobre su padre. — ¿Te deja hacer lo que quieras? ¿Incluido emborracharte y no volver a casa hasta las tantas los fines de semana? No te recomiendo eso del mensaje para entonces, yo lo hice una vez, por equivocación no creas, le estaba escribiendo a una amiga que perdí en el bar, le puse que estaba detrás del hombre cañón de la barra, puedes imaginarte el marrón cuando llegué a casa. — suelto una risotada, que no me hizo tanta gracia esa noche el broncón de mi padre, pero ahora lo recuerdo con bastante alegría. Pero en fin, ¿por qué hablo siempre tanto? Creo que es porque se me están congelando las manos y necesito distracción.

Meto la bolsa de dulces de nuevo en el bolsillo, así aprovecho para brindarle algo de calor a los dedos de una mano mientras con la otra sigo apuntando a la negrura de los árboles, que con el contraste de la nieve de enero se ve bastante bonito a la noche. — ¿Al mío? Bah, tan solo le dije que pasaría un par de noches en casa de Leia, ¿la conoces? También vive en la isla ministerial y todo eso. — no sé como lo he hecho para llevarme con, si no son todos, casi todos los hijos de los ministros, salvo que ahora Hero es algo así como fugitiva y ya no cuenta, si hasta Meerah ahora vive con su padre en la isla. Qué movida, si así a lo bobo me voy a convertir en una de las popus del colegio y todo. Nah, mentira, seguiré siendo la pardilla que no sabe aprobar aritmancia ni para atrás. — Mi padre no está en la época que me deje hacer lo que quiera, pero el pobre es un poco amateur en esto de la paternidad, así que se le engaña fácil. — bromeo, alzando las cejas con algo de sorna, esa misma que muestro cada vez que me salgo con la mía.

Cuando pregunta a dónde quiero llegar me paro en seco, extiendo una mano a lo que él le queda como la altura de la cadera, menos mal que no más abajo porque me hubiera muerto, para frenar también su paso y saco la brújula del otro bolsillo de mi abrigo. — Oh, mierda, creo que llevamos andando en círculo las últimas dos horas. ¿Dónde se supone que tiene que mirar esa flecha? — bueno, ya dije que nunca se me dieron bien estas cosas. Le señalo con mi dedo la punta a la que me refiero, pero está bien lejos de señalar hacia el norte del distrito cinco, que es hacia donde se supone que vamos. — ¿Sabes qué? Qué más da, este bosque no puede durar por siempre, ¿no? Seguiremos mi instinto. — digo, muy convencida de mí misma para que no note que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Vuelvo a emprender la caminata, mis pies haciendo un crujido esponjoso y agradable al aplastar la nieve, salvo que mis oídos perciben un sonido que difiere bastante de ser agradable, por lo que me vuelvo a frenar y esta vez sí que le golpeo algo más fuerte cuando eso pasa. — ¿Qué mierda fue eso? — pregunto al aire, como si el mismo fuera capaz de responderme en caso de repetirse.
Maeve P. Davies
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Oliver T. Helmuth
Si yo era la cabeza pensante del grupo, estábamos bastante condenados los dos. No era precisamente astuto en este tipo de escenarios y si ella tampoco había pensado por adelantado… una de dos, o esta excursión terminaba antes de lo previsto, o nos mandábamos a ciegas sin importar las consecuencias, que, a decir verdad, sabía que no era la opción que tomaríamos. - No… - Juro que trato de no sonrojarme, pero por alguna razón siento como la sangre se acumula levemente en mis mejillas. - Me emborraché una sola vez y no fue agradable, así que no tomo en exceso. Casi que hasta podría ser conductor designado y todo, si tuviese al fin mi licencia de conducir, claro. - Que podría haberla sacado siendo que ya era mayor de edad, pero para eso tenía que tener vehículo, o alguien que pudiese prestármelo. - ¿No te aburren los bares? Si no tienen una buena mesa de billar, o algo de comida, termino acortando rápido la noche. - Era pésimo bailarín, así que prefería las charlas, los juegos y las comidas; antes que sudar en una pista de baile, con movimientos descoordinados y probablemente pisando a más gente de la que se lo merecía.

- Sí claro, conozco a Lëia, aunque no sabía que fuesen amigas a decir verdad. - Pero eso no era indicio de nada, porque era un perdido de la vida. Nunca sabía quién era conocido de quién, y casi siempre me enteraba de las parejas del colegio cuando estas se rompían. Lo que era divertido si considerábamos el hecho de que tenía buena memoria para los nombres y los rostros… son solo el resto de los detalles lo que me costaba recordar. - Y no se si felicitarte por lo astuta, o sentir lástima por tu padre. Pero ya qué. Cada uno tiene su propia forma de lidiar con la familia. La mía simplemente es hacer letra de niño bueno. - Que no siempre lo era, como se podría ejemplificar por el hecho de estar en un distrito del Norte sin acompañamiento (no contaría las razones por las cuales lo estaba haciendo, claro)

Su mano me detiene, y la miro con confusión por unos segundos. -Aguarda… ¿no sabes leer una brújula? - Cubro todo mi rostro con la mano, y trato de no mostrarme tan exasperado como sé que me siento. -¿Por qué tengo la sensación de que no tienes idea de a dónde quieres llegar? - Y nunca había querido estar equivocado en mi vida, pero parecía que Maeve hacía una excepción a unas cuantas de mis reglas autoimpuestas. Sé que iba a agregar algún comentario más, pero me distraigo por un sonido que se escucha más cerca de lo que me gustaría al estar en un lugar desconocido, pero trato de portarme con calma, tratando de reconocer el ruido. - Shh, no escuché bien, pero no sonó precisamente agradable. Investigaste esta zona antes de adentrarnos ciegamente en ella, ¿no?
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Bueno, era lo que me temía, este hombre no puede ser más cacho de pan. Si es que iban a tener razón las chicas de la escuela que dicen que es el tipo perfecto, con sus buenas notas, cara bonita y además, un ser sociable y al que todos admiran. ¿Quién dijo que en esta vida no se puede tener todo? ¡Si es que ahí está el problema! ¡Qué algunos se llevan de más! Bah… a mí solo me falta lo de las buenas notas, y… quizás algo de eso que tiene que ver con el físico. Me pregunto cuando me empezará a crecer el pecho, si es que soy más plana que una tabla de planchar. Entre eso y que parezco un vampiro… Mierda, ¿qué dijo? Con tanto pensar se me ha ido el foco de la conversación. — Eeeeeeh, ¿aburrirme? Si es la mar de divertido, ya no solo por el alcohol, sino por la compañía. ¿Ya mencioné al chico de la barra? Bueno, eso.. y además, los viernes está la suerte de que la mujer del señor Chapman está fuera de ciudad y te lo pasas en grande viendo con qué tipo de cosa sale para apostar. Una vez se trajo hasta el gato, claro que luego no lo volví a ver en unas semanas y sospecho que el animal era de la mujer… — Maeve, por favor, cállate, ¿es que acaso no tengo un botón de apagado?

Asiento con la cabeza en respuesta, bastante efusivamente a mi parecer, pero así me sirve para calentarme algo el cuerpo, que se me está congelando algo más que el cerebro, aunque ese según algunos profesores ya se me congeló hace tiempo. Me obligo a soltar una risa socarrona, notando cómo la luz de la linterna vuelve a pestañear varias veces, quizás es el momento para sacar la varita. — Tsk, ya… De seguro no tienes ni una queja por parte de tu padre. — porque para saber hacer letra de niño bueno, también hay que saber serlo, cosa que yo… digamos que Jasper ha tenido sus momentos de perder la paciencia conmigo. Claro que parece no ser el único que la pierde, su reacción a mi obvia incompetencia con las brújulas me saca una mueca del rostro, algo socorrida por una sonrisa también, para qué nos vamos a engañar. — ¿Quién sabe leer un brújula en la época en la que estamos? ¿Tú que eres, boy scout? — porque si lo es, le cedo los honores de llevar este chisme, que a mí me sigue pareciendo que apunta a todos lados.

Pues porque no tengo ni idea de a dónde quiero llegar, Oliver Helmuth, he ahí el quid de la cuestión. No se lo digo porque podría matarme, pero es que de seguro no hubiera aceptado a venir conmigo si le hubiera dicho la verdad: que no tengo ni idea de dónde podrían estar mis padres adoptivos. ¡Y ya estamos aquí, así que…! — ¿Dices aparte de los dementores que rondan todo el país? Pues claro que… — para, ¿eso que vuelvo a escuchar es un aullido? — no. — es en lo que resumo mi confusión, obligada a tragar saliva porque el gruñido me ha erizado todo el vello del cuerpo. — B-bueno, supongo que podemos separarnos, ¿no? Así abarcamos más espacio. — y descubrimos de donde mierdas vino ese sonido. Me dispongo a alejarme hacia la derecha unos pasos, señalando a Helmuth hacia dónde debería de ir él para no encontrarnos en rango, pero no llego a distanciarme mucho y adentrarme en la oscuridad que escucho otro aullido, esta vez bastante más cerca que antes.
Maeve P. Davies
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Alejarse de la zona urbana es lo más seguro en las noches de luna llena, pero es muy diferente a los mapas que tomaron años en ser trazados en el distrito catorce, donde cada uno de los rincones y escapadas estaban fríamente calculados. A veces, las distancias no son las que recuerdo y convertirme ante la primera luz de la luna es tan doloroso como desesperante, porque no tienes idea de hacia dónde irás después. Después de dieciséis años de transformaciones uno diría que tu cuerpo se acostumbra, pero los temblores siempre estremecen, el miedo siempre está presente y la conciencia, poco a poco, se desvanece. No eres más que un monstruo.

Los aullidos retumban entre los árboles en busca de alguna respuesta, hay más licántropos en la zona y mi instinto me dicen que no tardarán en sumarse a mis llamados. Obvio que lo hacen, es un canto poco sereno, uno que alerta mis sentidos y me hace correr más rápido. Mi misión de encontrarme con los míos se ve truncada por un nuevo aroma, uno fresco, uno que me hace frenar de lleno y cambiar la dirección de mis intenciones, porque la saliva es lo que se acumula entre los dientes cuando la carne es fresca y la sangre caliente corre por los latidos de dos figuras no muy lejanas. Mi cuerpo es grande y pesado, pero creo que no se percatan de mis pasos cuando reduzco la velocidad y mi hocico se asoma entre las hojas.

El gruñido debería dar una alarma, pero sé que no serán rápidos. Que son pequeños, delgados y débiles. Lo suficiente como para que la figura que se camufla entre las hojas se vuelva la sombra que se dispara contra el cuerpo más menudo y, en consecuencia, la presa más fácil, tumbándola en el suelo en un torbellino de pelo, aliento cálido y sangre.
Benedict D. Franco
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https://www.themightyfall.net/t8228-franco-benedict-desmond#9926
Oliver T. Helmuth
Su relato acerca de sus escapadas nocturnas me hace pensar que tal vez debería darle otra opotunidad a salir de fiesta de esa forma, un poco de alcohol, y un señor apostando a su gato sonaban bastante inusuales como para llegar a ser divertidos. - Si prometes que encontraremos a ese tal señor Chapman en alguna ocasión, podría acompañarte así me muestras que tan divertido puede ser un bar si no es por el billar. - ¿Sonó mal? Espero que no haya sonado mal, Maeve era buena compañía, probablemente mejor que los chicos del equipo y la necesidad constante que tenían de ingerir más alcohol de lo que correspondía a su peso en sangre.

Me encojo de hombros cuando dice lo de mi padre ya que, mal que mal tiene razón. Papá y yo solíamos entendernos bastante bien, era muy raro que discutieramos por alguna razón y era más común que gastásemos nuestro tiempo en charlas amenas y relatos del día que en otra cosa. Yo le contaba de mis deportes, él  me hablaba de sus casos (sin nombres por supuesto), y podía tomarle el pelo en alguna que otra ocasión acerca de su soltería, o decirle que quería que la tía Elo me adoptase. - Algo me dice que nuestra relación con nuestros padres es bastante diferente. - Y eso probablemente fuese un eufemismo. - Y no fui un boy scout, pero sé que la aguja apunta al norte a menos de que haya mucha magia en el ambiente. - Y no, no iba a decirle que eso lo había aprendido de un video juego.

¿Claro que no? Oh, ¡por Merlín! - ¡Ni se te ocurra! - El grito se me escapa producto de la desesperación, los aullidos no son buenos, pero está loca si piensa que voy a dejarla sola vagando por el bosque y sin saber usar una brújula. - Lo mejor es permanecer jun… ¡MAEVE! - La criatura que salta y se abalanza contra ella es gigante y la hace desaparecer por completo debajo de su pelaje. No la reconozco en un inicio, pero lo único que atino a hacer es sacar la varita y conjurar un expulso con toda la fuerza que puedo conjurar. Corro la poca distancia que me separa hasta el cuerpo de mi amiga, y pese a que quiero mantenerme entero, me desplomo a su lado cuando veo la sangre que la rodea. - ¡Maeve! ¡MAEVE! - Demonios, demonios… Estaba viva, se le notaba por su respiración rápida, pero a este paso… Probablemente no sea la decisión más inteligente de mi vida, pero no tengo la capacidad para poder enfrentarme a esa cosa, así que tomando como puedo los hombros de Maeve, me fuerzo a desaparecernos del lugar, terminando de repente en el viejo departamento que solíamos compartir con mi padre antes de que lo nombrasen ministro. Creo que lo ocupaba Ariadna en estos momentos, pero no me quedo a fijarme si hay alguien en la casa, y corro a buscar algo que pueda ayudarme a curarla de alguna manera.
Oliver T. Helmuth
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Maeve P. Davies
Miembro del Escuadrón Licántropo
Probablemente tendré que emborrachar a Helmuth en el proceso de salir a un bar que no tenga billar, aunque se me ocurren un par de formas más de hacer la noche divertida, pero eso incluye hacer más de una ilegalidad y no sé si estará dispuesto a perder la dignidad también. Bueno, me tendré que conformar con que ha aceptado mi propuesta, de manera que mi respuesta se resume en un ruedo de ojos bastante exagerado en base a lo que dice a continuación. — Ya solo empezando porque tu padre es ministro y el mío un mandado, no me sorprendería que hubieras sido boy scout, te hubiera quedado mona la banda. — bromeo, la sonrisa ladina que le muestro se me borra en cuanto vuelvo a escuchar ese sonido desagradable.

Permanecer juntos me parece una pésima idea si pretende que recorramos el máximo de superficie posible para encontrar a lo que sea que haya ahí fuera. Estoy por remarcárselo cuando un peso muy superior al de mi cuerpo choca contra mí y la fuerza de la criatura me tumba al suelo sin que pueda hacer nada para evitarlo. Mi primer impulso es gritar siendo que no puedo quitármela de encima al tener sus garras sobre mí, es un chillido agudo que pretende simular el nombre de Oliver, pero eso no es lo que más me debería de preocupar cuando siento como sus colmillos afilados se clavan profundos en la piel de un lado de mi abdomen.

Ahogo un grito de dolor porque creo que me muerdo la lengua en lo que el ardor empieza a invadirme el cuerpo. Sé que se me acelera el ritmo del corazón a pesar de que no siento como mi respiración se entrecorta y tengo que abrir la boca con ansia de buscar algo de aire, ese mismo que siento que me falta cuando mi cerebro se nubla por el dolor y quemazón que siento recorrer cada uno de mis nervios. No estoy muy segura de como consigo quitarme el cuerpo peludo de encima, o de si lo hago yo siquiera, mi concentración se pierde en algún momento de la noche y solo puedo que apretarme la herida sangrienta con mis manos, que en contraste con la nieve blanca y pura que recubre el suelo puedo sentir como mi sangre se tiñe de una asquerosa sensación desagradable. — O-oli… — creo que es la primera vez que lo llamo por su nombre y no por su apellido, lo cual deja bastante en evidencia que no estoy siendo yo misma cuando mis ojos son capaces a ver algo más allá de la negrura del cielo, acompañada únicamente por un redondel plateado que brilla con una intensidad nueva, una que no había visto antes. Desconozco si voy a volver a despertarme para cuando el mareo se ocupa de nublar mi cabeza, pero si lo hago, soy consciente de que no quiero hacerlo sabiendo en lo que me he convertido, y creo que esa es una de las razones por las que ahora mismo me aferro a la idea de permanecer en la negrura, a pesar de que me resulta tan llamativa la figura brillante del cielo.
Maeve P. Davies
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