The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Mediados de octubre...

Un mes después, sigo equivocándome con los lugares de las cosas en el taller ministerial que reconstruyeron, después de que el edificio se desmoronara casi entero a principios de septiembre. Me muevo de un sector a otro, olvidándome donde dejé una herramienta, para luego encontrarla en la misma mesada donde estuve sentada dos minutos antes. Acuso de mi desorientación a los cambios en el taller, a que todavía no me acostumbro, y es cuando paso casi cinco minutos mirando a la nada, tamborileando mis dedos sobre la superficie metálica de una de las mesas, que me doy por vencida. Estoy fuera de mí, distraída hasta por la pelusa que flota en el aire. Mi cabello cada vez más largo lo vuelvo a sujetar en una coleta tirante, a ver si así me aclaro los pensamientos, y toco los mechones con la duda de si tengo que cortarlo. Deslizo mi banqueta por las baldosas con un chirrido, apartándome de las piezas que quedan desperdigadas sobre la mesa, y decido salir a respirar un poco de aire y pasar por esa cafetería que está a una cuadra a buscar algo que me espabile.

Entre la gente que llena el ascensor, estoy tecleando qué tanta cafeína se puede tomar al estar embarazada, porque ahora cada cosa estúpida la busco por culpa de mi ignorancia absoluta y no quiero meter la pata. ¿200 mg? ¿Un café chico? ¿PARA TODO EL DIA? Aparto mi mirada de la pantalla al abrirse la puerta del ascensor, me resigno a tener que pedir patéticamente leche de almendras. Salgo de mi ensimismamiento al reconocer un rostro entre los últimos que suben al ascensor, guardo el teléfono en mi bolsillo y cuando llegamos al atrio, acorto los pasos para llegar a ella. —¡Jess! Ha pasado un tiempo…— la saludo, con lo que es un comentario inofensivo para cualquiera que lo escuche, si no fuera porque la última vez que la vi fue en el mercado de esclavos hace unos buenos meses y esta vez, como en ese entonces, creo que es más lo que nos decimos con las miradas que con las palabras, que fue así como supe que contaba con su silencio para no contarle a nadie las veces en que notó que me quedaba hablando con cierto muchacho en el mercado más tiempo del debido y que para ser una visita frecuente, nunca compraba un esclavo.

El atrio del ministerio no es el mejor lugar donde me pondría a hablar de los viejos tiempos con ella, así que apunto a la puerta que nos lleva a la libertad. —¿Tienes un rato? Estaba saliendo a comprarme un café— apunto en una dirección con mi dedo índice, y cruzo por encima con el otro, —Pero puedo invitarte a tomar algo como agradecimiento por favores antiguos— lo dejo así, con una sonrisa. —Y para celebrar, ¿eres la nueva jefa de cazadores, no?—. Esto me provoca una sensación agridulce, lamento que Audrey se haya ido como se fue, la manera en que eso lastimó a Meerah, pero por Jess me alegro… claro que un cargo así… en este lugar. —¿Es para celebrar, no?—. Sé que no comparte del todo como se hacen las cosas y otra vez creo que este no es el mejor lugar para hablar, guardo mis manos en los bolsillos y muevo mi barbilla para indicarle que salgamos.
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
No hace ni un mes de mi ascenso y ya comienzo a replantearme lo buena idea que fue aceptarlo. A decir verdad solamente lo hago cuando suena el despertador una hora antes de lo que venía siendo habitual en mi vida, porque no sé cómo narices lo hago para que de una forma u otra siempre tenga algo que hacer antes del trabajo. Probablemente sea esa manía mía de dejarlo todo para el último momento, pero nunca lo reconoceré en voz alta. Suspiro por enésima vez y me obligo a mí misma a levantarme de la cama para comenzar de una vez el día. Repaso mentalmente todas las cosas que debo hacer hoy y las ordeno cronológicamente en el día de manera que pueda optimizar la mayor cantidad de tiempo posible. Según esos cálculos, lo primero que debería hacer es ir al Capitolio y dejar allí todos mis recados hechos. Aún no entiendo muy bien por qué pero es un lugar al que odio ir, con lo que si dejando hoy todo hecho puedo evitar pisarlo en unas cuantas semanas, mejor que mejor.

Miro el reloj y solo entonces soy consciente de la cantidad de tiempo que llevo sentada en el borde de la cama, planificando un día que como no comience enseguida acabará torciéndose. Corro a vestirme y a coger todo lo que necesito y me aparezco en las calles de la concurrida isla. Arrugo ligeramente la nariz cuando miro a mi alrededor. Definitivamente hay demasiada gente y todos ellos parecen dirigirse siempre en la dirección contraria a la mía. Aunque el hecho de aparecerme cuando sea donde sea es innegablemente útil, soy una fiel partidaria de recorrer a pie las distancias cortas. No me gusta recurrir a la magia para cualquier pequeño detalle, pero cuando estoy en el Capitolio mis sólidos principios se disipan con demasiada facilidad. La gente camina mirando a cualquier aparato electrónico en lugar de mirar hacia dónde va, y se aparecen y desaparecen incluso a dos metros de distancia. Bufo cuando me empuja alguien distraído una vez más, pero no desisto de mi intento de llegar al Ministerio a pie. Al fin y al cabo, sólo me he aparecido a cinco minutos de allí, no puede ser tan difícil.

Cuando por fin llego me cuesta otro rato lograr encontrar en número de despacho donde tengo que entregar el informe de la última misión realizada con mis cazadores, pero cuando lo hago noto ese alivio que se produce en mí cuando realizo la primera tarea del día. Sólo entonces me percato de que, con las prisas de salir de casa, ni siquiera llegué a desayunar. Nunca fui la persona más saludable del mundo, con lo que esa premisa de que el desayuno es la comida más importante del día no ha sido precisamente mi prioridad en la vida. No obstante, el café con leche matutino no me puede faltar si no quiero ir durmiéndome por las esquinas. Por suerte conozco una cafetería cerca de aquí, y antes incluso de barajar opciones ya me encuentro saliendo del Ministerio en dirección a mi café. Voy tan concentrada que cuando escucho mi nombre me sobresalto ligeramente. - Lara - Digo casi en un susurro mientras una sonrisa algo melancólica se escapa de mis labios.

Aunque esté mal que yo lo diga, he de reconocer que soy muy buena con las caras de prácticamente todo el mundo que conozco, aún si es fugazmente. Supongo que es porque asocio mucho esos rostros a los recuerdos que tengo con ellos, y cuando miro a una persona soy capaz de decirte el momento exacto en el que la conocí. En el caso de Lara, su rostro me evoca una época de mi vida no tan lejana, aunque quién lo diría viendo como estoy saliendo del Ministerio de Magia. Considero que fue una época mejor, por lo que no soy capaz de borrar la sonrisa. - ¡Vaya! Pues precisamente yo también iba directa a consumir mi dosis diaria de cafeína, así que la propuesta está más que aceptada - Por alguna razón me sigue dando la sensación de que estamos haciendo algo ilegal, y me siento en la obligación de fingir excesiva cordialidad hasta que no salgamos de aquí.

Me apresuro a caminar tras ella en dirección a esa cafetería mientras miro a mi alrededor, esperando que nadie escuche nuestra conversación aún cuando no hay nada que esconder en ella. Me río cuando menciona mi cargo y levanto las cejas en una expresión teatralmente prepotente. - Así es, estás ante uno de los nuevos peces gordos. Me atrevería a decir que el próximo café que tome será con Jamie Niniadis - Voy bajando el tono a medida que avanzo la frase. Tal vez bromear con la gran jefa en medio del Ministerio no sea una de mis mejores ideas, pero raro es el día en el que tengo una buena. Me relajo de forma significativa con el simple hecho de pisar la calle, y entrelazo mi brazo con el de Lara en un intento de añadir intimidad a la conversación, al tiempo que evito que la manada de capitolianos distraídos sigan pasando entre nosotras. - ¿Cómo te va a ti? Hace mucho que no sé nada de ti - Y realmente es así, creo que la última vez que hablé con ella fue en el mercado de esclavos. - ¿Qué hay de... él? - Confío en que entienda que me refiero a aquel esclavo al que sé que visitaba asiduamente.
Jessica D. Voznesenskaya
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Invitado
Invitado
Pongo distancia entre nosotras y el edifico del ministerio al avanzar por la acera de la ciudad que nos lleva hasta la cafetería de ladrillo rojo, con una terraza por delante donde podremos sentarnos unos veinte minutos a conversar o tal vez más, puedo inventar alguna excusa en el trabajo si es que he demostrado que tengo facilidad en esto de armar mentiras rápidas para encubrirme. Es demasiado pronto aún como para querer hablar del embarazo y presentarlo como una excusa real, apenas tiene unas semanas. Y tal vez no debería estar culpándole por esa ansiedad que me surge de pronto de comer un postre dulce. Agradezco el aire que respiro fuera del atrio del ministerio, lleno mi pecho con esa sensación de falsa libertad que me da escaparme un rato del trabajo, y camino a la par de Jessica por la acera, escuchando lo que me dice al tiempo que estoy pensando en lo que voy a pedir.

Hago una mueca marcada cuando menciona el nombre de Jamie Niniadis, doy las gracias también por estar fuera del ministerio, porque mi cara es un poema. —Ya eres un pez gordo para nadar entre tiburones— le digo, y porque me cae bien, por eso mismo, me inclino un poco hacia ella para decírselo en un susurro que quede entre las dos. —Ten cuidado, ¿sí? Los puestos en el ministerio, los juegos de poder... son peligrosos—. Por mi parte, he visto a nuestra ministra ha sido esporádicamente en las noticias, cada vez se muestra menos, y también tuve mi época en que me negaba a prender la televisión porque todo lo que se decía ahí lo consideraba mentira. Con todo lo que ha sucedido hace poco, acepto esas verdades parciales para sacar las mías y mantenerme al tanto de lo que pasa. Porque están pasando muchas cosas, demasiado a prisa. —Yo…— me quedo en esa única palabra, haciendo un repaso mental de la sucesión frenética de acontecimientos en mi vida hasta llegar al día de hoy.

Contesto a su segunda pregunta mientras ordeno lo otro en mi mente para darle una coherencia que Jess pueda entender. —Lo han… comprado, hace unos meses. Lo vi un par de veces desde entonces…— cuento, pronunciando tan bajo la palabra «comprado» que apenas se escucha. Pienso en James, en el tiempo que estuvo en el mugroso mercado de esclavos que no he vuelto a pisar, circunstancias me llevaron a estar dando vueltas en los distritos pobres del norte y a sumirme en la frustración de que las cosas no van a cambiar, por mucho que así lo quiera… y a qué veces, las maneras en que se buscan que esas cosas cambien, no son las mejores. Siento una amargura profunda por James y al estar pasando unos días en la Isla Ministerial, aguardo y temo un encuentro con él. —¿Sabes que no tenía un interés romántico en él, verdad?— pregunto a Jess, para aclarar, solía preocuparme que pensaran que mis visitas se debían a ello y, sí, morir por eso. —Es mucho menor que yo, era más bien… como un hermano pequeño— explico, de la manera más sencilla que puedo, puesto que cuando lo conocí tenía trece años y nunca se me fue esa imagen. —Nunca he creído que esté bien que a alguien siendo un niño se le diga que tiene un destino futuro privado de libertad…
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
A pesar de que estamos caminando, cosa que me dificulta el contacto visual con Lara en la conversación, puedo notar fácilmente la mueca automática de su rostro cuando escucha el apellido Niniadis, casi como un resorte. No puedo evitar soltar una risa al percatarme de ello, pero no comento nada al respecto porque al fin y al cabo no dejamos de estar caminando por una vía pública en la que decenas de personas pueden escuchar cosas malinterpretables y con consecuencias que no me apetece pagar y apuesto a que a Lara tampoco. - No te preocupes - Niego con vehemencia ante su preocupación. - Mientras no te vean como una amenaza real son inofensivos - Me encojo de hombros tratando de disipar así su inquietud acerca de mi seguridad. Bien es cierto que yo misma sé cómo funcionan los juegos de poder y lo peligroso que es estar entre ellos cuando estallan, pero precisamente por tener consciencia de ello tengo el doble de cuidado e intento pasar todo lo desapercibida que puedo y más.

Zanjo así el tema para poder dar paso a uno en el que en su día pensé mucho. Recuerdo perfectamente como su cara comenzaba a resultarme familiar por más tiempo del que debería. Normalmente en el Mercado de esclavos había caras más usuales, que veíamos con relativa frecuencia. O los esclavos que habían comprado con anterioridad no les valían, o querían más, o simplemente venían a ver los nuevos ingresos. El caso es que con el tiempo quedaban satisfechos con sus compras y no los volvíamos a ver por allí, pero con Lara fue distinto y ese fue el motivo principal que me llevó a fijarme especialmente en sus movimientos. Era bastante sutil y sabía como hacer para no llamar la atención en exceso, pero me considero una persona observadora y cosas como esa no se me suelen escapar tan fácil. Ella tampoco tardó mucho en darse cuenta de que la observaba con el esclavo al que venía a ver más de lo que sería necesario, y se percató de mis sospechas con pasmosa rapidez.

Tuvo suerte de toparse conmigo y no con alguno de los otros trabajadores del mercado. Nunca hablamos demasiado pero sólo hacía falta un movimiento de mi cabeza alertándola de que alguien iba a venir cuando ya llevaba mucho tiempo; o un gesto que afirmaba que la cubría; incluso algún trozo de pan extra que se me caía de forma poco accidental, para que ella supiera que estaba de su lado. Por esta falta de comunicación verbal es que no conozco muchos detalles de su relación con el chico, aunque por la diferencia de edad sí suponía que no era algo amoroso. - En realidad nunca hemos llegado a hablar mucho sobre eso, pero sí, lo supuse - Miro a mi alrededor por inercia, como si en algún lugar se encendiese una alarma cuando alguien inicia una conversación que no debería. Asiento con pesar tras escuchar que fue comprado. - ¿Conoces a su amo? ¿Sabes si es... adecuado? - Iba a decir gilipollas pero decido ahorrármelo. Muchos magos tratan a sus esclavos peor que a sus felpudos, y espero que no sea el caso del amigo de Lara. - La verdad es que me encantaría escuchar la historia de cómo le conociste - Siempre tuve esa duda y no me atreví a preguntar. Río de forma amarga ante su reflexión. - Hay tantas cosas que no están bien que a veces no sé ni por dónde empezar a quejarme - Esta vez lo digo susurrando, no querría meternos a ambas en problemas.
Jessica D. Voznesenskaya
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Invitado
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Una sonrisa solapada cruza por mis labios, se pierde rápidamente, si bien no participo de los juegos de poder, alguien por un tiempo me cubrió para que no representara una amenaza real y en estos tiempos corre por mi cuenta correrme del ojo observador del ministerio como alguien libre de sospechas, porque me ha quedado claro que al menor indicio que muestre como alguien rebelde, seré arrojada a un juicio para el que no tendré defensa. Y puedo olvidarme de que Hans lo haga cuando me ha advertido muy claro que me deje de estupideces que ponga mi cuello en jaque, por eso se hace aún más complicado encontrar alguien con quien pueda hablar abiertamente y que pueda hacerlo con Jessica me hace consciente que estamos en un sitio donde cada una de nuestras palabras podría ser pesada y juzgada, que el Capitolio es la orbe del poderío más puro de los Niniadis. Se trata de no vernos como amenaza, mi paranoia hace que eche un vistazo a nuestro alrededor y contesto en un tono bajo que quede entre nosotras.

Está en la isla ministerial y no parece que la pase mal, es decir, podría estar peor— musito. He escuchado relatos de trato a esclavos que me ha puesto la piel como si me echaran brasa ardiendo, mi indignación al saber de las maneras humillantes y de posesión que un mago puede ejercer sobre otra persona me ha tenido despotricando mucho tiempo. Para ser alguien que creció escuchando de boca de su padre cómo ancestros que estuvieron antes que nosotros sufrieron de una esclavitud similar, rechacé muy fuerte la idea de alguien pudiera tener ese poder sobre la libertad de una persona y puesto que no es mucho lo que pude hacer, ni creo que pueda, me ha quedado esto de aferrarme con uñas y dientes a mi libertad personal, esa que se rebela a que le digan qué pensar, si tengo que resignarme a actuar de acuerdo a sus normas.  —Lo conocí cuando tenía trece años, sirviendo en una casa. ¿Sabes lo que me afectó ver a alguien que era poco más que un niño como… tú sabes? Me enojó tanto que hice cosas de las que no me siento orgullosa…—. Como querer prestar mi ayuda a los rebeldes, poniendo mi trabajo en sus manos, y lo que conseguí fue una deuda de años con un juez con quien que acabé haciendo lo mismo.

Hasta que las cosas cambiaron. Rozo con mis dedos un poco encima de mi vientre, pensando en que tan bueno sería criar un hijo o una hija con la misma idea que tengo yo de que la libertad lo es todo. —Cuando vi que lo devolvieron, empecé con las visitas. Supongo que me encariñé mucho con él, por todo lo que representa, porque era una historia a la que pude acercarme, pude sentirlo cerca…— Como si fuera mi propia familia por una cuestión de solidaridad, aunque eso se fue diluyendo, y mi imaginario de familia fue volviéndose más realista. En el presente, me consuela la idea de que Jim está mejor donde está a como estaba en el mercado de esclavos, aunque él me odiaría por este consuelo tan tonto, que lo he evitado un tiempo por miedo a su reacción a cómo mi vida ha cambiado en las últimas semanas. —No sé qué tanto nos sirva quejarnos, como dices, se trata de no hacerles pensar que somos una amenaza y después de lo que ha dicho Weynart sobre que cualquier acto sospechoso…— esas palabras me han calado hondo, lo sentí como una amenaza personal, sé que es un peligro real y me hizo buscar la manera de enfrentarme a ello. Miro de refilón a Jessica, porque ella se encuentra en una posición similar. ¿Cuánto podemos callar cuando la indignación puede llegar a ser muy fuerte? ¿Qué tan sumisas podemos mantenernos cuando hay algo que seguimos considerando injusto? —Como cazadora o ahora como jefa, ¿sabes algo de oclumancia? Ciertos pensamientos por el solo hecho de pensarlos podrían meternos en problemas…
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
Noto en el ambiente esa atmósfera de intimidad y privacidad que se crea en los momentos previos a escuchar una historia personal e importante para la otra persona. Por un momento parece como si todo el Capitolio tuviese la intención de mantenerse en silencio para respetar el relato, pero la ilusión sólo dura unos segundos, hasta que escucho el primer pitido y tras él llegan a mis oídos todos los demás molestos ruidos. De todas formas me concentro en la historia, escuchándola con una melancólica sonrisa dibujada en mi rostro. Sé lo que siente, lo sé porque lo he visto durante muchos años de mi vida en el mercado de esclavos del siete. He visto a niños encadenados y siendo exhibidos como animales de circo, he visto a ancianos siendo castigados severamente por compartir su comida con los más débiles o enfermos, he visto infinidad de injusticias a mi alrededor e incluso me he visto obligada a cometer algunas de ellas.

Y sí, también he sentido esa tremenda impotencia al no poder hacer nada, esas ganas de apartar la mirada para no tener que ser testigo de tales atrocidades y el sentimiento de culpabilidad si lo haces porque sientes que lo estás ignorando. Sólo de recordar esos años de mi vida noto como mis ojos quieren empezar a humedecerse, pero trato de recobrar la compostura y seguir su relato sin llevarlo a mis propias experiencias. - Te entiendo, y hubiera hecho lo mismo - Qué menos podemos hacer que intentar darles algo de compañía agradable, aunque no pueda ser todo lo agradable que desearíamos. - Mientras sepas que está bien... Supongo que puede considerarse como una especie de consuelo - No sé si tanto, pero a pesar de que parezca mentira a veces hay que agradecer que los esclavos sean comprados.

La rabia empieza a apoderarse de mí con sólo pensar en lo que pasa, pero sobretodo con pensar en que no puedo hacer nada mientras todo eso ocurre a mi alrededor. No me hace falta verlo para notar que mi cabello se deja llevar involuntariamente por la metamorfomagia y adopta ese color rojizo intenso que tanto caracteriza a mis enfados. No tardo en tirar del coletero que llevo siempre en la muñeca y atar con él mi cabello, de forma que su cambio drástico de color no sea tan notable. - Lo siento, aún me cuesta controlarlo - Con los años he aprendido a gestionar la metamorfomagia mejor de lo que nunca pensé que lo haría, pero esta es una de esas cosas que se me siguen escapando.

Y hablando de controlar cosas, su pregunta me pilla desprevenida pero no puede ser más oportuna. - La verdad es que me lo he planteado en muchas ocasiones, pero necesitaría alguien que me enseñase - Me encojo de hombros, es algo muy complejo de aprender por tu cuenta, pero es obvio lo bien que me vendría teniendo en cuenta que algunos de mis pensamientos más recurrentes podrían matarme. - Es difícil encontrar hoy en día a alguien afín a... Bueno, a nosotras, y que esté dispuesto a ayudarme con esto - Señalo mi cabeza y me río. Estoy segura de sería fácil volver a alguien rematadamente loco con sólo ver todo lo que tengo dentro de mi mente.
Jessica D. Voznesenskaya
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Invitado
Invitado
Percibo el destello rojizo de sus cabellos al mutar de color, pasar de ese castaño bien oscuro que es similar al tono de su mirada, a un cobrizo que va tomando la intensidad de una fugaz llamarada que roza sus hombros. Mi boca se presiona en una línea tensa, me contengo de echar un vistazo para comprobar si alguien más se está fijando en ella, porque el hecho de que una bruja altere alguno de sus rasgos, no es en sí un hecho extraordinario. Lo sería si entendieran el por qué de este cambio, uno que puedo suponer por la rabia que se deja entrever en su tono. —¿Jess?— la llamo con calma y rozo su codo con mi mano para que el contacto la haga volver en sí, que se bien cómo se siente cegarse por el enfado y la impotencia, perder el buen juicio en un arrebato, que aprendí a morder esos sentimientos entre mis dientes y callarme, y de todas maneras, muchas veces fracaso al tratar de no demostrarlos. Por eso lo hago con ella, le recuerdo que no está sola, sino que estoy con ella, pero que también estamos entre un montón de otras personas que no piensan igual. —Se bastante sobre no poder controlarlo— admito con una nota amarga, —Ha sido la causa de muchos de mis males—. Pero estoy trabajando en ello, ¿no?

Estoy pendiente de su respuesta, porque estoy barajando una posibilidad que podría venirnos bien a ambas, me gusta la filosofía de ganar-ganar con quienes me han cubierto las espaldas alguna vez y pueda devolverles una parte de ese favor. Jessica nunca me ha pedido nada a cambio por hacer la vista gorda en el mercado, y si lo hizo conmigo, no sé en qué otras cosas podría estar involucrada. Si lo está es por una ideología peligrosa en este momento, que nos hace aliadas por afinidad, así que en el mismo tono susurrado de toda nuestra charla, se lo explico: —Conozco a un mago del ministerio, lleva años haciendo trabajos solapados en su departamento para ayudar a ciertos niños, sabe oclumancia y ha aceptado mostrarme…—. No puedo decir su nombre en plena calle, pero si lo ve, sabrá de quien se trata. Estoy segura que lo ha visto más de una vez en el mercado de esclavos, revisando el estado de los menores. Me costó un tiempo entender que Ivar Lackberg eligió una batalla de todas las que se podían pelear, fue a por los más vulnerables, a los niños esclavos o hijos de repudiados. Si lo hubiera hecho así, en vez de seguir a la primera chispa de luz que me encandiló, tal vez…

Pero no quiero pensar en eso, en todo lo que podría o no podría hacer, porque caigo en un círculo vicioso que me frustra, cuando estoy tratando de aclarar mis prioridades. —Podrías practicar conmigo— sugiero, diciéndole sin más vueltas cuál es mi idea. Volteo hacia ella para quedar casi de frente, así puedo sostener su mirada. —Aunque lo hagamos por motivos distintos… creo que es una manera de estar segura en tu trabajo, de poder seguir haciendo lo posible desde tu lugar para suavizar lo injusto, y en mi caso, no tengo más que razones egoístas…— reconozco, pero no me lamento de poner la idea de una familia por delante de todo. —Pero, como sea, si necesitas ayuda en alguna ocasión, es bueno que sepas que estoy por ahí…
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
Me sobresalto ligeramente cuando noto el tacto de sus dedos sobre mi brazo, y sacudo un poco la cabeza, como queriendo librarme de esos pensamientos que soy consciente de que cualquier día van a meterme en un lío. Le hago un gesto con la mano que la tranquilice y que a la vez me tranquilice a mí, como si el simple hecho de hacerlo significase que todo está bien aunque está claro que no lo está. Me limito a escuchar sus palabras en segundo plano, mientras en primero sólo puedo oír una voz en mi interior que me repite una y otra vez que me calme. Y sin embargo les presto atención, y de algún modo consiguen calmarme. Le sonrío al tiempo que puedo notar como mi pelo va volviendo a sus aspecto habitual, y alargo una de mis manos hasta llegar a la suya, apretándola en un gesto de gratitud que aunque no verbalizo sé que ella comprende.

Hubo una época, no tan lejana, en la que me esforzaba para que todas las personas que quisieran estar a mi alrededor se alejasen, porque temía hacerles daño si estaban cerca de mí. Supongo que no es un sentimiento tan extraño, al fin y al cabo no soy la primera y por desgracia no seré la única que vive una serie de experiencias desdichadas e incluso traumáticas en un periodo muy corto de tiempo, cosa que le induce a pensar que es la causante de todas ellas. Yo pensaba que todo el que se quedaba a mi lado terminaría muerto tarde o temprano, pues fue lo que estuvo pasando una temporada, y por ello prefería estar sola, creía que era como una especie de castigo que merecía. Pero en momentos como estos, en los que tengo al lado una persona que se preocupa por mí y que me tiende su mano si algo va mal, me alegro tanto de haber cambiado de opinión que no sé cómo expresarlo. Sé que no podría hacerlo sola, y valoro mucho sus palabras alentadoras. - Gracias - Sé que es posible que ella no le de tanta importancia, pero para mí alguien en quien apoyarme lo es todo.

Me acomodo el pelo en un intento de distraerme de lo que acaba de pasar y de descartar por completo las imágenes del mercado que aún se esfuerzan por seguir alternándose en mi mente. El cambio de tema llega y centro en él el cien por cien de mi atención, agarrándome así a esa vía de escape del torrente de recuerdos que amenaza con salir. Además de eso, el tema me interesa, pues en muchas ocasiones me he planteado que es la única forma de mantener mi seguridad y la de los que me rodean. Escucho con atención todos los detalles, preguntándome inevitablemente quién será ese mago del ministerio pero sabiendo que lo más prudente es que Lara no me revele su nombre. Por mucho que confíes en alguien, es como una especie de código entre nosotros, si no es realmente necesario es mejor no revelar nombres. Su proposición, aunque me pilla de sorpresa, no podría ser más adecuada. - Vaya, Lara, eso sería...  - Ni siquiera se me ocurre un adjetivo que lo describa - Te lo agradecería mucho - También me quedo pensando en sus siguientes palabras, meditándolas unos segundos antes de acabar preguntando. - ¿Puedo saber cuáles son tus motivos? No quiero inmiscuirme en tus razones si son personales pero... Si algo te preocupa, si estás en peligro por alguna razón, también quiero que sepas que voy a estar ahí si lo necesitas - Miro directamente a sus ojos, tratando de infundir veracidad a mis palabras.
Jessica D. Voznesenskaya
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Invitado
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Es cuando escucho el agradecimiento quedo que me cuestiono por qué creí todo este tiempo que enfrentarme a lo que creía injusto era adoptar una postura de pelea, de la que me apartaba por lo peligroso que se tornaba a veces y de lo cobarde que puedo llegar a ser, en vez de darme cuenta que bien podría haberme quedado cerca de quienes se sentían de la misma manera y ofrecer mi ayuda tal como lo hago con Jessica, que también se pueden estrechar lazos así, una silenciosa pero fuerte resistencia a todo lo malo entre personas que tenemos que callar. Al hablarlo con ella es que unas últimas ideas acaban por acomodarse en mi mente que por años estuvo sumido en el caos, que no se ha desvanecido del todo, pero en el cuál aprendí a encontrar cierto sentido.  Tengo que reconocer para mí, reemplazando los calificativos que uso como que soy un desastre o una busca problemas, que en realidad en este tiempo he tenido una mirada destructiva de todo, y que al enfrentarme de lleno a la pregunta de qué tengo que perder, de ser lo suficientemente estúpida como para decir que no tengo nada, destruirlo así todo en mi mente, para darme cuenta que quiero empezar a construir. Tal vez algunas cosas resultan, quizás otras no. Pero intentarlo, al menos.

Y es por ello que cuando pregunta por mis motivos personales, que al mirarla puedo contárselo. —No es nada que me ponga en peligro, más bien es una razón que me mueve a alejarme del peligro…— digo, con una sonrisa que va llenando mi rostro de una dicha serena que hace ver a mis mejillas más redondas de lo que se han puesto en estos días, por más que el embarazo sea invisible aún para todos y una novedad que no es estrictamente un secreto, pero de la que no hablamos por los pasillos del ministerio. Si hasta mis visitas al departamento de Justicia han disminuido, lo que ayudaría a que los rumores cesen, en contraste con mis idas y venidas que se han vuelto frecuentes a la isla ministerial y que bien podrían confirmar esos entredichos que las secretarias llevan semanas divulgando, a la par que otros chismes sobre Hans que nunca faltan. —Voy a tener un bebé— decirlo así pesa más que decir que decir que estoy embarazada, ese bebé es algo real. Es la idea de un hijo o una hija, que sacude todas mis estructuras, con todo lo reacia que siempre he sido a que ocurra. — Todavía es muy reciente, me enteré hace unos días…—. Y no había esperado que Jess sea de las primeras personas en saberlo, pero ha sucedido.

Lo que voy a decir a continuación, sin embargo, es algo que solo podría hablarlo con ella o con Ivar si se diera la conversación, que el pobre hombre ha tratado con demasiados casos de niños nacidos en una situación injusta y sé que sería alguien que podría brindarme su ayuda si algo sale mal en todo esto, si tengo un hijo o una hija que lo necesite. —Y me aterra, me aterra mucho, el mundo en el que nacerá. Quiero mantenerlo a salvo el tiempo que se pueda, que al crecer decida en qué creer y qué hará. Pero…— la miro de soslayo, mi atención dividida entre ella y las personas que están a un par de metros, que están ocupadas con sus pláticas como para prestarnos atención. —Tú sí sabes en lo que creo, que si algún día ocurre algo…— musito, que se me han pasado mil posibilidades por mi mente predispuesta a pensar en todo lo que puede salir mal,—me basta con saber que habrá otra persona más que mire por él o ella— le sonrío, y levanto mi cara al cielo, a esas nubes grises de otoño que se van moviendo y abriendo huecos de azul. — Y que tal vez el hoy esté perdido, que no podemos hacer nada para cambiar. Pero quizás mañana si se pueda… y será parte de ese mañana— susurro.
Anonymous
Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
Casi había olvidado lo que es sentir sincera gratitud hacia alguien, y esto me provoca una sensación de deuda que en parte me gusta porque significa que alguien ha hecho algo por mí de manera altruista, y por otra parte odio porque nunca me ha gustado deber nada a nadie. Por suerte, supongo que la amistad se basa en cierta forma en hacer cosas por el otro, y visto lo visto puedo decir con certeza que considerar a Lara mi amiga es una de las mejores cosas que me ha dado el mercado. Mi madre siempre decía que hay que tener amigos hasta en el infierno, frase que ahora cobra sentido. Conozco muy bien los riesgos de pensar las cosas que a veces se me pasan por la cabeza, y el precio que tiene tomar esos riesgos, pero me costó encontrar la fórmula para remediarlo sin tener que renunciar a mis principios más básicos de justicia e igualdad entre todos. A pesar de que soy consciente de lo utópico que suena eso, no puedo evitar creer que debe de haber algún modo de lograrlo. Un modo que años de historia de NeoPanem pueden asegurar que hasta el momento no se ha encontrado.

Mis razones son predecibles y sencillas de comprender, pues no se puede obviar el hecho de la cantidad de gente influyente que tras mi ascenso sabe mi nombre. Nunca aspiré a esa especie de fama, reconocimiento ni alto salario, me basta con saber que estoy siendo útil y que estoy del lado correcto, y si eso lleva a unos galeones de más no seré quien me queje. Y sin embargo, no es la primera vez que me planteo hasta qué punto vale la pena sentirme moral y éticamente bien con mis ideales si eso puede ponerme a mí o a quienes quiero en peligro. Supongo que es la historia interminable, tomar el camino correcto o el camino fácil. El peligroso o el cobarde. En mi caso prefiero decantarme por tomar una postura neutral, o más que neutral una postura a mi propio favor. No creo en ningún gobierno, no creo en ningún bando ni en ninguna raza. Sólo creo en mí misma y en lo que me parece bien, y con eso me basta. Pensé que las razones de Lara pasarían por un discurso parecido, a pesar de que ella no cuente con tantos cuervos acechando por su posición más discreta en el Ministerio.

Pero no puedo alegrarme más de estar equivocada. - Lara, eso es... - Una vez más me cuesta encontrar los calificativos dignos de esta noticia. - Es maravilloso. Será un bebé precioso - No caigo en la cuenta de lo poco que seguramente le importe el aspecto del bebé, o al menos no tanto como su seguridad. Escucho el discurso improvisado de mi amiga al tiempo que siento que estoy en el final de una película distópica. Me enternece tanto pensar en Lara como madre preocupada por su hijo, que incluso me angustio empatizando con ella. Rodeo sus hombros con un brazo en un gesto amistoso a la vez que consolador. - Eh, no tienes que preocuparte por eso, ¿vale? Ese bebé va a tener a tanta gente preocupándose por él y cuidándolo que va a acabar hasta las narices. Yo misma me ocuparé personalmente de eso - Sonrío tiernamente y doy algo más de fuerza al semi-abrazo. - Especialmente de la segunda parte, se me da muy bien molestar a los críos - Me río quitándole hierro al asunto. - Todo va a ir bien, tarde o temprano, ya lo verás - Suena a tópico, pero confío en ello. De no hacerlo, de no tener esa pizca de esperanza, no podríamos vivir en el mundo en el que estamos.
Jessica D. Voznesenskaya
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¿Por qué si es algo maravilloso estoy temblando por culpa del miedo que acabo de exteriorizar en palabras que sacan de mi pecho más de lo que ha cruzado por mi mente? Es cuando me escucho a mí misma, que la verdad de lo que digo me sacude, y es que he decidido crear para este bebé una burbuja que lo aísle del mundo, esconderlo a ojos de todos dentro de la seguridad de mi cuerpo y buscar en su padre el aliado para que nada pueda lastimarlo. No es un sentimiento que me esperaba experimentar, pero no me engaño con una extraña nobleza que en realidad no tengo, es otra vez mi egoísmo que me incita a tomar con ambas manos y cuidar algo que sí, que es maravilloso, que se me ha dado y no quiero que nadie me lo quite. Pero si algo me ha quedado claro en todos estos años, a pesar de mi nota de esperanza y del consuelo que me brinda Jess con un abrazo en plena acera, es que la vida nos da en un segundo algo que podemos rozar con nuestros dedos, quitarnos luego y condenarnos a una búsqueda de ese algo que nunca concluye, engañándonos a nosotros mismos con la idea de encontrar algo que se sienta similar.

Nunca he sido tan consciente de mis errores, sobre los que pende un castigo que llegará algún día, y de mi propia mortalidad que es contraste de la vida que se encendió como una chispa en mi vientre, que podría llegar a ser más de lo que yo nunca seré. Y por eso miro a Jessica con la intención de hallar esa complicidad que reconocí en ella durante mis idas y venidas al mercado, lo irónico de todo para mí ha sido siempre que guardé secretos a las personas más íntimas de mi entorno y encontré plena confianza en extraños, que no dudo de la promesa que me hace. No sé por qué, debe ser el miedo mismo que nos prepara para las tragedias, que vislumbro la posibilidad de no hallarme algún día capaz de proteger a esta criatura y quiero creer que de todas las caras con las que me he cruzado alguna vez, haya un par de ojos que se fijen en él o ella.

Espero que las cosas mejoren— lo digo con un suspiro que tarda en extinguirse, me ha quedado la expectativa, puesto que no podré hacerlo con mis manos. —Porque, ¿acaso las cosas pueden empeorar? Ni lo bueno ni lo malo es eterno, todo tiene que acabar en algún momento. Si lo malo ha durado tanto, ¿tiene que venir algo mejor, no?— pregunto. Es demasiado el tiempo que una misma persona ha ocupado el puesto de ministra, Jamie Niniadis apenas si me muestra en las últimas fechas, es una sombra de lo que alguna vez fue como líder. El ocaso también le llega a los héroes y tiranos, que es cierto que bajo el sol todos somos mortales y los últimos vestigios de luz al final del día, nos recuerdan siempre que estamos hechos de finales y comienzos. —Tienes que cuidarte, y es en serio, Jess. No solo porque te acabas de comprometer a cuidar y llevar de excursiones a esta criatura…— a pesar de mi tono grave, ladeo una sonrisa hacia ella. —Sino porque todos en este maldito lugar son prescindibles, se mueven descartando vidas todo el tiempo como si fueran piezas—. ¿Qué puedo decirle yo que su pasado no le haya demostrado? Aun así, meneo mi cabeza de un lado al otro. —Que yo lo que creo a este punto, es que cada vez que a alguien en el ministerio lo ascienden a un puesto, no le están dando un premio, sino un sillón con una maldición. Y el tiempo empieza a correr diferente para esa persona, se va consumiendo, a veces lentamente. Es cuando va rápido, que debes tomar la primera salida de escape, antes de que el tiempo se agote— divago. Sacudo mi cabeza para espabilarme, apartar ciertos pensamientos que vuelven a importunarme. Necesito de ese café.
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Jessica D. Voznesenskaya
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Si no supiera que es imposible viniendo de mí, diría que la simple idea de imaginar a alguien a quien aprecio siendo madre, mi instinto maternal parece despertar. Más que despertar, en todo caso parecería nacer, porque siempre he considerado que jamás ha existido en mí ni una pizca del típico deseo de maternidad que suele asaltar a la mayor parte de mujeres cuando ven a un bebé especialmente adorable. Incluso Liam se ha resignado a asumir la idea de que nunca voy a querer tener hijos, y aunque nunca se lo he dicho, llevo tiempo planteándome la idea. Sin embargo, pensar en el mundo en el que vivimos y en los riesgos que tiene formar una familia en plena guerra, es lo que siempre me ha acabado disuadiendo. Bueno, eso y el hecho de imaginarme cambiando pañales y limpiando vómitos. Es por ello que logro hacerme una ligera idea de lo que debe de estar sintiendo Lara en este momento al pensar que su hijo o hija nacerá en una situación peligrosa en la que llevamos años sumidos y que de momento no tiene pinta de disiparse tan repentinamente como nos gustaría a todos.

No tengo ninguna certeza, pero prefiero pensar que llegará un momento en el que recordemos esto como viejos y malos tiempos, un momento en el que contemos estas historias a nuestros hijos tomándolas como simples malos recuerdos de una época oscura, momentos en los que por una vez en siglos, humanos y magos dejen de estar enfrentados y asuman que aunque existen diferencias entre nosotros, estas no son tan insalvables como algunos nos quieren hacer creer. He conocido a tanta gente que habla como Lara, en un anhelo de cambio, que a veces me pregunto por qué todos pertenecemos a una guerra con la que nadie parece estar del todo a gusto. - Claro que sí, mejorará - Aprieto un poco las comisuras de mis labios en un intento de sonrisa, porque aunque me encantaría creer en mis propias palabras, me veo a mí misma imaginando mil escenarios en los que la situación sí podría empeorar. Y ojalá no creyese en ellos más que en los de paz.

Ver cómo se preocupa nuevamente por mí me hace estar tan agradecida que me parecería demasiado redundante volver a expresarlo. - Tendré cuidado, aunque sólo sea por no privar a tu hijo de la tía guay que le comprará su primera cerveza cuando tenga dieciséis - Trato de bromear, pero no puedo menos que plantearme sus palabras. No es la primera vez que lo hago por mi cuenta, y sé que la conclusión a la que llego siempre es lo peligroso que es estar donde estoy y pensar como pienso. Es, sin duda, una combinación que puede llevarme al peor de los finales, pero puedo jactarme de ser bastante cuidadosa con mi seguridad, aunque no toda ella dependa siempre de mí. - Te prometo que en el momento en el que las cosas se pongan feas no me verán el pelo - Y cuando lo digo sueno más convincente de lo que pensé que podría sonar. - Tú también tienes que cuidarte mucho, ¿vale? A veces sólo hace falta mala suerte o falta de precaución para que algo salga mal - No podemos obviar el hecho de que no todos los que han acabado de forma drástica tenían un puesto alto. - Ten ojos en todas partes - Zanjo el tema con ese simple consejo, mientras consigo vislumbrar a lo lejos la cafetería a la que nos dirigíamos y puedo sentir como se me hace la boca agua pensando en su café y en la segura banalidad de los temas que suelen tratarse en ellas.
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Tenemos un trato— sigo a su broma, que si Jess me promete que será de quienes tendrán sus ojos puestos en este bebé que algún día será una persona con decisiones que no sé de a dónde le podrían llevar, mis miedos se serenan un poco. Es que con la contradicción de ideologías que somos con Hans, criar un hijo es la apuesta más arriesgada que hacemos al azar. Podría compartir sus opiniones, seguir las mías, forjar las propias, dependerá también de que tanto cambiará el mundo para entonces. La esperanza de que pueda ser mejor que éste, no tiene mucho que ver con quienes serán los que gobiernen, sino con que habrá personas que podrán tomar la mano de este niño o esta niña en cualquier momento del camino, por si no estoy. No importa si ahora soy quien elige quedarse, si otros se van, soy de las que creen que todos nos volvemos a encontrar y si no soy yo, será este bebé.

La mala suerte o un despiste, sólo eso basta para que todo se eche a perder, para que fracase en esta intención mía de mantenerme en equilibrio sobre una cuerda fina y frágil. Nos estamos arriesgando a ello con cada paso que damos, que en medio de la ciudad, todos los oídos y todos los ojos pueden ponernos en riesgo si nos escuchan. Muevo mi barbilla en un asentimiento a su consejo, que no volveré a pronunciar las palabras que he intercambiado con ella ante nadie más, se quedarán enterradas en mí y tal como se lo propuse a ella también, hasta los pensamientos de mi mente esconderé, de tal manera que parecerá que no existen, seré cada vez mejor mintiendo. Cruzamos la calle para entrar a la cafetería en el momento en que la puerta se abre para que un par de personas salgan, y en esta ciudad, bajo este sol, no se podrá ver que miento, las sombras de mi mente ocultaran todo lo que fui y eso que nunca podré dejar de ser, solo queda ocultar.
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