OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Recuerdo del primer mensaje :
Principios de noviembre...
—No la mires fijo a los ojos porque se sentirá que la estás desafiando y no le des la razón en todo, sino creerá que la estás tratando de idiota— digo, parados en la acera a pocos pasos de la casa de mi madre, alisando su ropa con mis manos como si estuviera llena de arrugas que solo ven mis ojos, y es que estoy tan nerviosa que necesito tenerlas ocupadas en algún quehacer. —Si pregunta cómo nos conocimos, le diremos la verdad, que fue hace unos años por un trámite en el juzgado. No hace falta decirle toda la verdad— aclaro, y lo tomo de las solapas de su traje para atraer su rostro a mi nariz, al tiempo que enarco una ceja. —No le vamos a decir la verdad nunca, ¿de acuerdo?
Recupero un tono más ligero en mi voz al devolverle su espacio libre de mis amenazas, otra vez metiéndome a la tarea de arreglar el cuello de su camisa y creo que todo lo que consigo es desarreglarla. —Tal vez nos conviene decirle que nos conocimos hace tres meses— me surge esta duda de último momento que no me deja dar el paso definitivo hacia la puerta y terminar con esta tortura, que las expectativas a lo que puede pasar son peores que el hecho en sí, una vez que estemos dentro que sea lo que tenga que ser. —Se lo va a creer, solíamos verte en la televisión y tal vez te diga algo sobre que siempre ponía los ojos en blanco y hacía ciertos comentarios sobre que me parecías un idiota con traje, ¡pero…! Recuerda que entonces creía que lo eras y que en realidad me gusta mucho como te quedan los trajes— parloteo a causa del nerviosismo, y le pongo fin con una profunda bocanada de aire.
—¿Estás listo?— pregunto, porque yo no me siento lista, no importa que me haya puesto una falda y unos zapatos que me dan unos centímetros más que mi madre. He postergado esta cena toda la semana, que cuando llegó el jueves decidí que sería a matar o morir, porque si lo dejaba un viernes, no tendríamos escapatoria a un interrogatorio que podría alargarse hasta la madrugada. Pero siendo jueves podíamos usar la excusa de que todos trabajábamos al día siguiente, que teníamos que irnos temprano. Y si el trabajo no era suficiente excusa, los dementores patrullando son lo mejor para escapar de cenas por compromiso. Solo para mantener los modales, toco el timbre como corresponde y nos doy unos segundos más de paz. Sujeto su mano para darle un apretón de ánimo, y me acerco a besarlo al mismo tiempo que la puerta se abre. Todo queda en un amago de nada, que casi parece que lo empujo para entrar primera y abrazar a Mohini así puedo susurrar a su oído. —Recuerda que tu nieto tiene que crecer con un padre, por favor. No seas tan dura con él…—. Con una sonrisa que a largas se nota que es de pura educación y muy falsa, muevo mis manos para señalar al uno y al otro. —Mohini, te presento a Hans. Hans, ella es mi madre—. ¿Cuánto falta para irnos?
Principios de noviembre...
—No la mires fijo a los ojos porque se sentirá que la estás desafiando y no le des la razón en todo, sino creerá que la estás tratando de idiota— digo, parados en la acera a pocos pasos de la casa de mi madre, alisando su ropa con mis manos como si estuviera llena de arrugas que solo ven mis ojos, y es que estoy tan nerviosa que necesito tenerlas ocupadas en algún quehacer. —Si pregunta cómo nos conocimos, le diremos la verdad, que fue hace unos años por un trámite en el juzgado. No hace falta decirle toda la verdad— aclaro, y lo tomo de las solapas de su traje para atraer su rostro a mi nariz, al tiempo que enarco una ceja. —No le vamos a decir la verdad nunca, ¿de acuerdo?
Recupero un tono más ligero en mi voz al devolverle su espacio libre de mis amenazas, otra vez metiéndome a la tarea de arreglar el cuello de su camisa y creo que todo lo que consigo es desarreglarla. —Tal vez nos conviene decirle que nos conocimos hace tres meses— me surge esta duda de último momento que no me deja dar el paso definitivo hacia la puerta y terminar con esta tortura, que las expectativas a lo que puede pasar son peores que el hecho en sí, una vez que estemos dentro que sea lo que tenga que ser. —Se lo va a creer, solíamos verte en la televisión y tal vez te diga algo sobre que siempre ponía los ojos en blanco y hacía ciertos comentarios sobre que me parecías un idiota con traje, ¡pero…! Recuerda que entonces creía que lo eras y que en realidad me gusta mucho como te quedan los trajes— parloteo a causa del nerviosismo, y le pongo fin con una profunda bocanada de aire.
—¿Estás listo?— pregunto, porque yo no me siento lista, no importa que me haya puesto una falda y unos zapatos que me dan unos centímetros más que mi madre. He postergado esta cena toda la semana, que cuando llegó el jueves decidí que sería a matar o morir, porque si lo dejaba un viernes, no tendríamos escapatoria a un interrogatorio que podría alargarse hasta la madrugada. Pero siendo jueves podíamos usar la excusa de que todos trabajábamos al día siguiente, que teníamos que irnos temprano. Y si el trabajo no era suficiente excusa, los dementores patrullando son lo mejor para escapar de cenas por compromiso. Solo para mantener los modales, toco el timbre como corresponde y nos doy unos segundos más de paz. Sujeto su mano para darle un apretón de ánimo, y me acerco a besarlo al mismo tiempo que la puerta se abre. Todo queda en un amago de nada, que casi parece que lo empujo para entrar primera y abrazar a Mohini así puedo susurrar a su oído. —Recuerda que tu nieto tiene que crecer con un padre, por favor. No seas tan dura con él…—. Con una sonrisa que a largas se nota que es de pura educación y muy falsa, muevo mis manos para señalar al uno y al otro. —Mohini, te presento a Hans. Hans, ella es mi madre—. ¿Cuánto falta para irnos?
No tengo por qué mentir, Scott me conoce lo suficiente como para caer en ese juego en estas alturas del partido. Solamente me encojo de hombros sin mucho interés y contengo algún que otro comentario que jamás haría al estar su madre presente — No me cubro los ojos, pero hay cosas que me guardo para mí — murmuro con cierta gracia, ahorrándome algunos grados de picardía en la oración. Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra, eso dicen por ahí — Solo no me pidas una cita doble con ellos porque sería un poco desagradable — tengo que recordarme que estamos en su casa para no caer en las bromas sobre intercambios, pero estoy seguro de que ella comprenderá por donde va mi comentario; ya hablaremos de ello cuando lleguemos a casa. Ahora, el tema de la crianza del bebé es otro tema. Entiendo a dónde va Mohini con sus preocupaciones y me niego a ser de la clase de padre que busca que los abuelos se hagan cargo de sus hijos, aunque el futuro que Lara pinta me hace preguntarme que tan imposible es tener a un bebé en la oficina. Algo conseguiré solucionar, estoy seguro — Se pueden dividir los tiempos, el problema es que muchas veces las responsabilidades son más de las que deseamos. Ya se encontrará una solución — hay aún como siete meses para ello. Para mi falta de romanticismo, solo puedo responder con una risa y una ceja bien alzada — Ya quisieras tú que te pidiera matrimonio, Scott. — es una burla inocente, sé muy bien que ella no necesita de un anillo y un montón de papeles para estar conmigo. Si fuese alguien con otra ideología, probablemente no hubiéramos congeniado.
Pero entonces, llega la pregunta complicada y siento que mastico mucho más lento. Mi silencio le cede la palabra a Lara, permito que sea ella quien coloque los límites de nuestra anécdota y percibo que nos seguimos aferrando a lo simple. Recuerdo al sujeto que ella describe, demasiado correcto y obsesionado con el orden con tal de escalar rápido de posición hasta tocar el cielo con las manos a una edad envidiable. Ella aún tenía cara de niña, era tan menuda que podría haber pasado por una adolescente. — Creo que todos lucimos un poco como muñecos cuando estamos en los veintis — me defiendo, pronto me giro en dirección a su madre con toda la dignidad que me queda — La ayudé con algunos asuntos legales del ministerio en alguna que otra ocasión, nada serio. Ya sabe, inventos, permisos y esas cosas, cuando recién ingresé al Wizengamot. ¿No es así? — considerando que esa es la versión que conoce Meerah, es mejor mantenernos apegados a ella.
Creo que es la primera vez en la noche en la cual la sonrisa que le muestro a Mohini es tan sincera, demostrando las ganas que tengo de reírme al tener que controlar el impulso de bromear sobre la personalidad de su única hija. Solo atino a un asentimiento porque, al fin de cuentas, mi vida adulta se ha basado en encontrar a mi hermana, en recuperar a la familia que había perdido. En ironías, no pensé que se volvería tan grande. Los meses me pasaron factura y me encuentro con la idea de dos hijos bajo un mismo techo y Phoebe cerca, sin contar la compañía que Scott agrega como un condimento extra. No, no sé aún qué clase de pareja somos, pero decidimos criar a un hijo juntos y creo que eso es suficiente por ahora — Una hermana menor, eso es todo. Phoebe trabaja en el Royal, es profesora de adivinación — una respuesta escueta, no hablaré de mis padres o de la familia muggle que sigue dando vueltas por el mundo. Son intimidades que quedarán para otro momento.
Lo que no me espero es el momento sentimental que asalta la mesa y no llego a responder a Mohini, porque Lara ya se está poniendo de pie presa del llanto y la veo encerrarse en lo que creo que es el baño. Debo tener la cara de idiota plasmada, porque soy consciente de que parpadeo más de lo normal cuando vuelvo a mi compañera de mesa — ¿He dicho algo malo? — como no tengo idea de cómo manejar cosas como esta, tomo con cuidado la servilleta y se la tiendo para que limpie sus lágrimas — Sobre su bebé, no le diga nada, pero he estado tratando de cuidarla más de lo que ella lo hace. Es un pequeño peligro para sí misma, tiene que verla tratando de usar la tostadora — suavizo la confesión con cosas banales, no puedo decir que he estado manteniendo un orden que Lara trataba de descontrolar — Así que estoy seguro de que todo esto va a funcionar, de alguna manera. Su nieto estará más que bien, eso lo prometo, así que no se preocupe por eso — algo de lo que estoy orgulloso es que siempre aprendo de mis errores, para bien o para mal.
Con una palmadita en sus nudillos, me pongo de pie y cruzo la habitación hasta darle un golpecito a la puerta por donde Lara ha decidido desaparecer. Pego la oreja en busca de señales de vida y creo que el único motivo por el cual no entro es porque me da pánico encontrarla hundida en llanto y no saber que hacer — Scott... ¿Está todo bien o volviste a vomitar sobre ti misma?
Pero entonces, llega la pregunta complicada y siento que mastico mucho más lento. Mi silencio le cede la palabra a Lara, permito que sea ella quien coloque los límites de nuestra anécdota y percibo que nos seguimos aferrando a lo simple. Recuerdo al sujeto que ella describe, demasiado correcto y obsesionado con el orden con tal de escalar rápido de posición hasta tocar el cielo con las manos a una edad envidiable. Ella aún tenía cara de niña, era tan menuda que podría haber pasado por una adolescente. — Creo que todos lucimos un poco como muñecos cuando estamos en los veintis — me defiendo, pronto me giro en dirección a su madre con toda la dignidad que me queda — La ayudé con algunos asuntos legales del ministerio en alguna que otra ocasión, nada serio. Ya sabe, inventos, permisos y esas cosas, cuando recién ingresé al Wizengamot. ¿No es así? — considerando que esa es la versión que conoce Meerah, es mejor mantenernos apegados a ella.
Creo que es la primera vez en la noche en la cual la sonrisa que le muestro a Mohini es tan sincera, demostrando las ganas que tengo de reírme al tener que controlar el impulso de bromear sobre la personalidad de su única hija. Solo atino a un asentimiento porque, al fin de cuentas, mi vida adulta se ha basado en encontrar a mi hermana, en recuperar a la familia que había perdido. En ironías, no pensé que se volvería tan grande. Los meses me pasaron factura y me encuentro con la idea de dos hijos bajo un mismo techo y Phoebe cerca, sin contar la compañía que Scott agrega como un condimento extra. No, no sé aún qué clase de pareja somos, pero decidimos criar a un hijo juntos y creo que eso es suficiente por ahora — Una hermana menor, eso es todo. Phoebe trabaja en el Royal, es profesora de adivinación — una respuesta escueta, no hablaré de mis padres o de la familia muggle que sigue dando vueltas por el mundo. Son intimidades que quedarán para otro momento.
Lo que no me espero es el momento sentimental que asalta la mesa y no llego a responder a Mohini, porque Lara ya se está poniendo de pie presa del llanto y la veo encerrarse en lo que creo que es el baño. Debo tener la cara de idiota plasmada, porque soy consciente de que parpadeo más de lo normal cuando vuelvo a mi compañera de mesa — ¿He dicho algo malo? — como no tengo idea de cómo manejar cosas como esta, tomo con cuidado la servilleta y se la tiendo para que limpie sus lágrimas — Sobre su bebé, no le diga nada, pero he estado tratando de cuidarla más de lo que ella lo hace. Es un pequeño peligro para sí misma, tiene que verla tratando de usar la tostadora — suavizo la confesión con cosas banales, no puedo decir que he estado manteniendo un orden que Lara trataba de descontrolar — Así que estoy seguro de que todo esto va a funcionar, de alguna manera. Su nieto estará más que bien, eso lo prometo, así que no se preocupe por eso — algo de lo que estoy orgulloso es que siempre aprendo de mis errores, para bien o para mal.
Con una palmadita en sus nudillos, me pongo de pie y cruzo la habitación hasta darle un golpecito a la puerta por donde Lara ha decidido desaparecer. Pego la oreja en busca de señales de vida y creo que el único motivo por el cual no entro es porque me da pánico encontrarla hundida en llanto y no saber que hacer — Scott... ¿Está todo bien o volviste a vomitar sobre ti misma?
Mi cabeza gira de un lado a otro en cuanto ellos dos continuan tirándose comentarios que me mantienen con la boca cerrada, ocupándola con comida, pero sin llegar a masticar demasiado rápido por miedo a perderme algo de lo que están diciendo. Mi cara debe de ser lo más graciosa porque creo que me pierdo varias veces a lo largo de la conversación y de un momento a otro solo se me queda una cosa en la cabeza que no dudo en sacar a relucir. — ¿Entonces va a haber una boda o no? — Interrumpo con sorna en medio del silencio cuando ninguno parece ponerse de acuerdo entre si van a pedirse matrimonio o saltar directamente al divorcio. Sea lo que sea, no lo digo en serio, creo que eso es evidente por la expresión de mi rostro, y ahora soy yo la que se encuentra moviendo las cejas y los labios como si estuviera aguantándome las palabras de reproche por un tema que comenzó siendo serio y que terminó por ser el rompehielos de la cena. Suelto un suspiro desganado, que deja a entender que no voy a meterme en sus asuntos de pareja cuando ni ellos mismos tienen claro lo que son. Supongo que hoy en día es así como se comportan los jóvenes, porque sí, para mí siguen siendo unos niños, no necesitan de ninguna etiqueta formal para poner en marcha un plan a futuro. A mis ojos extraño, para ellos resulta la comodidad necesaria para que esto funcione, y con eso me basta, espero.
Me muestro muy interesada en quién comienza a narrar la historia que nos ha llevado a estar aquí reunidos hoy, encontrándome con los ojos de mi hija en el camino mientras me llevo un trozo de pan a los dientes y mastico en silencio. No me da muchos detalles acerca de su encuentro, aunque se explaya enormemente en la descripción de un joven Powell que me llama la atención lo suficiente para rodar los ojos. Mi hija siempre será mi hija, después de todo. Hans, por otra parte, sí me da algo de información con la que puedo hacerme una idea de los hechos, pese a que me relamo los labios con interés por saber más. — No te meterías en ningún lío, ¿verdad, Lara? — No es más que una broma, que me hace soltar una risita entre dientes, pero no me sorprendería que anduviera metiendo el hocico en asuntos que no le competen. Solo hay que ver como le fue eso a su padre, por lo que mi expresión cambia al instante y vuelvo a dirigir la mirada hacia Hans, quien parece más a favor de que le tire de la lengua. — Así que… ¿mantuvisteis el contacto después de aquello? — Una parte de mí está interesada en saber qué les hizo seguir viéndose si como dice estos trámites resultaron de cuando ingresó al bufete de abogados.
Afirmo con la cabeza una vez, más o menos satisfecha con la respuesta que obtengo, no queriendo ser una metomentodo cuando yo misma comprendo que no es fácil hablar de la familia. Hace tiempo que ya he dejado de tratar de no mencionar a mi esposo siendo que me hacía más daño el hecho de no recordarlo que el ser capaz de nombrarlo sabiendo que no se encontraba entre nosotros. No obstante, reconozco en su voz una indirecta a no preguntar más de lo debido. Decido creer en sus palabras sobre querer formar una familia, poner mi voto de confianza en una persona que me ha caído del cielo de repente, cuando en ningún momento debería hacerlo sin asegurarme de que está aquí para quedarse con mi hija. Pero supongo que lo hago por una razón, y es que el hecho de que se encuentre sentado en la mesa de mi salón, dispuesto a aguantar una madre que ni yo misma considero que sea fácil de lidiar, si no pregúntenselo a Lara, dice mucho de lo que pretende hacer con ello. Quien me diría hace unas semanas que mi hija acabaría formando una familia, una algo disfuncional, sí, nadie va a negar eso, pero una familia, al fin y al cabo.
Sí, efectivamente se me escapa una lagrimita, y no puedo culpar al picante esta vez porque sería mentirme a mí misma sobre mis propias emociones en el acto. Apenas tengo tiempo de levantar la cabeza que mi hija se levanta veloz de la mesa con las manos escondiendo su rostro. Suelto algo parecido a un suspiro en lo que agarro la servilleta que me tiende Hans para secarme delicadamente el agua que no he podido controlar y sale por mis ojos. — Para nada, hijo mío, sólo te fuiste a juntar con una familia de sensibleras, aunque no lo parezca. — Digo dramáticamente, apañándomelas para limpiar con la punta del suave papel cualquier resto de lágrimas bajo mis pestañas. Las palabras que suelta a continuación, sin embargo, no ayudan a que intente contener la emoción, pero me obligo a mirarlo con una sonrisa de lo más honesta. — Tiene una cubierta de acero, mi niña, pero eso tú ya lo sabes, y ahora se enfrenta a no poder sostener esa armadura, no sólo por las hormonas. — Espero que comprenda lo que estoy tratando de decirle, que no había visto a mi hija actuar de esta manera con nadie, y no es solo un efecto secundario del embarazo, es mucho más que eso.
Tomo una gran bocanada de aire al ver que se levanta, respirando por unos segundos en soledad antes de volver a expulsar el mismo por la nariz y levantarme arrastrando un poco la silla de malas maneras. Me reúno con Hans en el pasillo a la espera de que salga del baño, apoyándome sobre el marco con la cabeza un poco pegada a la madera. — Lara, tesoro mío… dime qué es lo que necesitas, cualquier cosa… ¿Es porque te puse en ridículo otra vez delante de un chico que te gusta? — Intento bromear al final, porque esta escena me recuerda demasiado a épocas donde la que se metía en el lavabo era una Lara mucho más pequeña, mucho más inocente con la vida, esa que sé que sigue ahí dentro por mucho que se esfuerce por aparentar lo contrario. Con una mueca en mis labios miro a Hans desde abajo, bastante más alto ahora que de estar sentados.
Me muestro muy interesada en quién comienza a narrar la historia que nos ha llevado a estar aquí reunidos hoy, encontrándome con los ojos de mi hija en el camino mientras me llevo un trozo de pan a los dientes y mastico en silencio. No me da muchos detalles acerca de su encuentro, aunque se explaya enormemente en la descripción de un joven Powell que me llama la atención lo suficiente para rodar los ojos. Mi hija siempre será mi hija, después de todo. Hans, por otra parte, sí me da algo de información con la que puedo hacerme una idea de los hechos, pese a que me relamo los labios con interés por saber más. — No te meterías en ningún lío, ¿verdad, Lara? — No es más que una broma, que me hace soltar una risita entre dientes, pero no me sorprendería que anduviera metiendo el hocico en asuntos que no le competen. Solo hay que ver como le fue eso a su padre, por lo que mi expresión cambia al instante y vuelvo a dirigir la mirada hacia Hans, quien parece más a favor de que le tire de la lengua. — Así que… ¿mantuvisteis el contacto después de aquello? — Una parte de mí está interesada en saber qué les hizo seguir viéndose si como dice estos trámites resultaron de cuando ingresó al bufete de abogados.
Afirmo con la cabeza una vez, más o menos satisfecha con la respuesta que obtengo, no queriendo ser una metomentodo cuando yo misma comprendo que no es fácil hablar de la familia. Hace tiempo que ya he dejado de tratar de no mencionar a mi esposo siendo que me hacía más daño el hecho de no recordarlo que el ser capaz de nombrarlo sabiendo que no se encontraba entre nosotros. No obstante, reconozco en su voz una indirecta a no preguntar más de lo debido. Decido creer en sus palabras sobre querer formar una familia, poner mi voto de confianza en una persona que me ha caído del cielo de repente, cuando en ningún momento debería hacerlo sin asegurarme de que está aquí para quedarse con mi hija. Pero supongo que lo hago por una razón, y es que el hecho de que se encuentre sentado en la mesa de mi salón, dispuesto a aguantar una madre que ni yo misma considero que sea fácil de lidiar, si no pregúntenselo a Lara, dice mucho de lo que pretende hacer con ello. Quien me diría hace unas semanas que mi hija acabaría formando una familia, una algo disfuncional, sí, nadie va a negar eso, pero una familia, al fin y al cabo.
Sí, efectivamente se me escapa una lagrimita, y no puedo culpar al picante esta vez porque sería mentirme a mí misma sobre mis propias emociones en el acto. Apenas tengo tiempo de levantar la cabeza que mi hija se levanta veloz de la mesa con las manos escondiendo su rostro. Suelto algo parecido a un suspiro en lo que agarro la servilleta que me tiende Hans para secarme delicadamente el agua que no he podido controlar y sale por mis ojos. — Para nada, hijo mío, sólo te fuiste a juntar con una familia de sensibleras, aunque no lo parezca. — Digo dramáticamente, apañándomelas para limpiar con la punta del suave papel cualquier resto de lágrimas bajo mis pestañas. Las palabras que suelta a continuación, sin embargo, no ayudan a que intente contener la emoción, pero me obligo a mirarlo con una sonrisa de lo más honesta. — Tiene una cubierta de acero, mi niña, pero eso tú ya lo sabes, y ahora se enfrenta a no poder sostener esa armadura, no sólo por las hormonas. — Espero que comprenda lo que estoy tratando de decirle, que no había visto a mi hija actuar de esta manera con nadie, y no es solo un efecto secundario del embarazo, es mucho más que eso.
Tomo una gran bocanada de aire al ver que se levanta, respirando por unos segundos en soledad antes de volver a expulsar el mismo por la nariz y levantarme arrastrando un poco la silla de malas maneras. Me reúno con Hans en el pasillo a la espera de que salga del baño, apoyándome sobre el marco con la cabeza un poco pegada a la madera. — Lara, tesoro mío… dime qué es lo que necesitas, cualquier cosa… ¿Es porque te puse en ridículo otra vez delante de un chico que te gusta? — Intento bromear al final, porque esta escena me recuerda demasiado a épocas donde la que se metía en el lavabo era una Lara mucho más pequeña, mucho más inocente con la vida, esa que sé que sigue ahí dentro por mucho que se esfuerce por aparentar lo contrario. Con una mueca en mis labios miro a Hans desde abajo, bastante más alto ahora que de estar sentados.
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Podríamos seguir sacando cosas que no dicen nada sobre un comentario que no esperaba que tuviera tal trascendencia, pero con mi madre sentada a la cabecera de esta mesa, no puedo hacer chistes sobre lo que sería una salida de cuatro y si acaso al acabar con esta, no se irían los ministros por un lado y las mujeres nos iríamos por otro. Muerdo la sonrisa en mis labios y le echo una mirada a Hans para acordar una tregua de paz. —Solo dije que eran espléndidos, no sé cómo llegamos a lo de una cita doble— me hago la desentendida, con toda la inocencia que puedo demostrar y el asomo de picardía que se queda a veces en una de las comisuras de mi boca. No creo que se pueda seguir dando largas a ese tema, y otros más de los que bien podría retirarme, si no fuera porque hay algo en la manera en que me contesta Hans, a lo que sigue la pregunta de mi madre sobre si habrá una boda, todo dicho en un tono de broma del que también hago uso. —Supongo que solo habrá si yo soy quien lo pide y el hombre en cuestión acepta— digo, regresando mi atención al plato. —Pero no será hoy, que son demasiadas emociones para una noche.
En el relato de cómo nos conocimos, Hans se encarga de las explicaciones formales cuando pasa el bocado que lo mantiene ocupado mientras soy quien comienza con la ilustración de quiénes éramos hace siete años, demasiado jóvenes como para mirar más allá de nosotros mismos y siquiera echar una segunda ojeada al otro. —Eso mismo— secundo su testimonio, cuidando lo que pueda decir mi expresión a la pregunta de Mohini que abre un abismo bajo mis pies. Improviso una broma rápida para salir de esa situación de peligro. —Nada que un buen abogado no pueda resolver y tuve uno muy bueno, con cara de muñeco, pero excelente. Tan bueno que llegó a ministro— lanzo un vistazo a Hans por encima de las fuentes de comida, que puede parecer que mi retahíla de halagos son puro chiste, y sin embargo, me siento agradecida de que no haya dicho nada. Ni antes, ni ahora. Bien podría haberme descubierto delante de mi madre en cualquier ocasión, delante de cualquiera, y no lo hizo, sé que no lo hará. Y sé, también, que hay ciertas cosas en las que puedo apoyarme en él con la confianza ciega de que no voy a caer.
De trámites judiciales a formar una familia hay marcadas diferencias en cuanto a la confianza que se necesita tener en la otra persona, y pese a las veces en que lo juzgué como un charlatán y me dejó en claro que era honesto en sus palabras, todo lo que podamos decir sobre criar un hijo juntos me exige confiar de una manera en la que me siento más vulnerable de lo que he estado por años, que al resquebrajarse mi entereza por culpa de las hormonas, tomo esa tendencia a escapar y en esta ocasión al baño, donde cierro la puerta con el pestillo porque el llanto no me permite siquiera pensar en un hechizo. Bajo la tapa del retrete que uso como taburete en el cual subir mis rodillas y me permito cinco minutos para llorar con toda la buena acústica que hay en este sitio. No creo que hayan pasado más de tres minutos, que los tengo a ambos llamando para saber cómo estoy. —¡Estoy bien!— grito, aunque suena contradictorio por el enfado en mi voz. —¿Es que ya no se puede llorar en paz? ¿Dónde ha quedado la libre expresión en este país?—. Mal chiste, con el presidente que tenemos ahora, los residuos de libertad se han ido por las cañerías. —¡Quiero chocolate! ¡Con avellanas! ¡Y atún!— chillo con mi tono de pena que hace que se me escuche como una niña. No contesto a la pregunta de mi madre, sino que abro la puerta de un tirón y la cierro a mi espalda, con mi cara todavía sonrojada y mojada por las lágrimas. —No, todavía no lo hiciste. Y me acordé del peligro de dejarlos a solas con las fotos que tienes guardadas, así que mejor no lo hago— digo, sobreponiéndome al balbuceo del llanto. Limpio con torpeza mi cara, con mi nariz como un pompón rojo que me pongo en ridículo a mí misma, tanto que no necesito de los aportes coloridos que pueda hacer mi madre. —Yo comeré mi chocolate, ustedes pueden volver con sus picantes—. Espero que tenga un poco en la heladera o no sé cómo, con dementores en la calle o como sea, ese chocolate tiene que aparecer en quince minutos. —Y es a ti a quien le gusta Hans— digo a mi madre, como si fuera una amiga de la escuela a quien puedo tomarle el pelo. —Ya vi como lo miras, te brillan los ojitos— la acuso conteniendo la risa, que sale ahogada por no se me va del todo el temblor del llanto.
En el relato de cómo nos conocimos, Hans se encarga de las explicaciones formales cuando pasa el bocado que lo mantiene ocupado mientras soy quien comienza con la ilustración de quiénes éramos hace siete años, demasiado jóvenes como para mirar más allá de nosotros mismos y siquiera echar una segunda ojeada al otro. —Eso mismo— secundo su testimonio, cuidando lo que pueda decir mi expresión a la pregunta de Mohini que abre un abismo bajo mis pies. Improviso una broma rápida para salir de esa situación de peligro. —Nada que un buen abogado no pueda resolver y tuve uno muy bueno, con cara de muñeco, pero excelente. Tan bueno que llegó a ministro— lanzo un vistazo a Hans por encima de las fuentes de comida, que puede parecer que mi retahíla de halagos son puro chiste, y sin embargo, me siento agradecida de que no haya dicho nada. Ni antes, ni ahora. Bien podría haberme descubierto delante de mi madre en cualquier ocasión, delante de cualquiera, y no lo hizo, sé que no lo hará. Y sé, también, que hay ciertas cosas en las que puedo apoyarme en él con la confianza ciega de que no voy a caer.
De trámites judiciales a formar una familia hay marcadas diferencias en cuanto a la confianza que se necesita tener en la otra persona, y pese a las veces en que lo juzgué como un charlatán y me dejó en claro que era honesto en sus palabras, todo lo que podamos decir sobre criar un hijo juntos me exige confiar de una manera en la que me siento más vulnerable de lo que he estado por años, que al resquebrajarse mi entereza por culpa de las hormonas, tomo esa tendencia a escapar y en esta ocasión al baño, donde cierro la puerta con el pestillo porque el llanto no me permite siquiera pensar en un hechizo. Bajo la tapa del retrete que uso como taburete en el cual subir mis rodillas y me permito cinco minutos para llorar con toda la buena acústica que hay en este sitio. No creo que hayan pasado más de tres minutos, que los tengo a ambos llamando para saber cómo estoy. —¡Estoy bien!— grito, aunque suena contradictorio por el enfado en mi voz. —¿Es que ya no se puede llorar en paz? ¿Dónde ha quedado la libre expresión en este país?—. Mal chiste, con el presidente que tenemos ahora, los residuos de libertad se han ido por las cañerías. —¡Quiero chocolate! ¡Con avellanas! ¡Y atún!— chillo con mi tono de pena que hace que se me escuche como una niña. No contesto a la pregunta de mi madre, sino que abro la puerta de un tirón y la cierro a mi espalda, con mi cara todavía sonrojada y mojada por las lágrimas. —No, todavía no lo hiciste. Y me acordé del peligro de dejarlos a solas con las fotos que tienes guardadas, así que mejor no lo hago— digo, sobreponiéndome al balbuceo del llanto. Limpio con torpeza mi cara, con mi nariz como un pompón rojo que me pongo en ridículo a mí misma, tanto que no necesito de los aportes coloridos que pueda hacer mi madre. —Yo comeré mi chocolate, ustedes pueden volver con sus picantes—. Espero que tenga un poco en la heladera o no sé cómo, con dementores en la calle o como sea, ese chocolate tiene que aparecer en quince minutos. —Y es a ti a quien le gusta Hans— digo a mi madre, como si fuera una amiga de la escuela a quien puedo tomarle el pelo. —Ya vi como lo miras, te brillan los ojitos— la acuso conteniendo la risa, que sale ahogada por no se me va del todo el temblor del llanto.
No entrar en pánico ante el planteo, por muy bromista que sea, de una boda es un trabajo muy fino de mi parte. Ayuda la respuesta de Scott, esa que me permite reírme con excusa y no pronunciar palabras al respecto. No puedo siquiera concebir la imagen de un matrimonio llevado a cabo por nosotros, incluso cuando ya hay un proyecto de bebé entre ambos. Sé que estamos haciendo todo fuera del orden natural, pero desde el día uno estuvimos marcando nuestro propio ritmo. Sacudo una mano con falsa y exagerada modestia, ignoro que ha vuelto a llamarme un muñeco de torta y dejo esos detalles para molestarla en la seguridad del dormitorio que estamos compartiendo en mi casa — De vez en cuando. Contacto meramente profesional, las cosas solo se torcieron hace unos meses — los detalles no son para Mohini, no cuando todo esto comenzó en un juego íntimo que culminó en esta cena. No hay detalles públicos como en toda relación amorosa, no hubo citas o pasos pequeños. Tuvimos nuestro pequeño terremoto.
De entre todas las salidas que podrían haber surgido esta noche, encontrarme como único sostén de un pequeño llanto en la madre de Scott jamás se me habría pasado por la mente. Es bueno saber que al menos en estos detalles no hay que mantener secretos, mi cabeza se menea porque creo saber a qué se refiere con todo esto de las armaduras que hemos estado echando abajo — Es demasiado testaruda como para dejar el traje de metal por más de cinco minutos — murmuro simplemente, intento mover mis hombros como si fuese un comentario al pasar. Es su madre, debe conocerla mejor que nadie y nada de lo que yo le diga de su personalidad no va a causar ningún asombro. Poco a poco, me estoy acostumbrando a esto.
A pesar de que las palabras de Mohini a la puerta me hacen sonreír con gracia, es el llanto del otro lado lo que me tiene ligeramente preocupado. ¿Debería entrar, incluso aunque ella diga que está bien? Tengo intenciones de preguntar que clase de combinación es la del chocolate y el atún, pero Scott abre la puerta y tengo que despegarme de ésta para no irme hacia delante. Mi boca se abre como la de un pez y chasco los dedos en el aire — Sabía que estaba dejando pasar algo. ¿No hay fotos ridículas que pueda ver? — lo mejor de todo es que hay pocas fotografías de mi infancia con las cuales Lara pudiese buscar venganza, así que estoy a salvo. La burla me dura poco, porque su cara enrojecida me provoca el querer limpiarle una mejilla, justo a tiempo para que mi estómago cruja en respuesta — Quizá pueda hacer una pausa, porque si sigo llenándome voy a tener que pedir mi turno en el baño... — de todos modos, creo que no se me escucha porque la acusación a su madre me pinta una vaga sonrisa. Al menos, esto significa que la cena pudo haber sido peor. Por alguna razón desconocida, sacudo la cabeza con diversión y tomo su rostro entre mis manos para obligarla a verme en un intento de seguir barriendo sus lágrimas con los pulgares — No sé ella, pero sé que tú lo haces. Siempre la agarro cuando cree que no la estoy mirando — le comento a Mo con parsimonia. Robo un beso de los labios de Lara antes de que pueda acusarme y bajo una mano para darle una palmada en su espalda baja, rodeandola con un brazo — Ahora... ¿Puedo ver esas fotografías o quieres que me ponga cariñoso frente a tu madre? — es obvio que mis dos opciones son porque sé cuál va a escoger. Una manera tonta de salir ganando.
De entre todas las salidas que podrían haber surgido esta noche, encontrarme como único sostén de un pequeño llanto en la madre de Scott jamás se me habría pasado por la mente. Es bueno saber que al menos en estos detalles no hay que mantener secretos, mi cabeza se menea porque creo saber a qué se refiere con todo esto de las armaduras que hemos estado echando abajo — Es demasiado testaruda como para dejar el traje de metal por más de cinco minutos — murmuro simplemente, intento mover mis hombros como si fuese un comentario al pasar. Es su madre, debe conocerla mejor que nadie y nada de lo que yo le diga de su personalidad no va a causar ningún asombro. Poco a poco, me estoy acostumbrando a esto.
A pesar de que las palabras de Mohini a la puerta me hacen sonreír con gracia, es el llanto del otro lado lo que me tiene ligeramente preocupado. ¿Debería entrar, incluso aunque ella diga que está bien? Tengo intenciones de preguntar que clase de combinación es la del chocolate y el atún, pero Scott abre la puerta y tengo que despegarme de ésta para no irme hacia delante. Mi boca se abre como la de un pez y chasco los dedos en el aire — Sabía que estaba dejando pasar algo. ¿No hay fotos ridículas que pueda ver? — lo mejor de todo es que hay pocas fotografías de mi infancia con las cuales Lara pudiese buscar venganza, así que estoy a salvo. La burla me dura poco, porque su cara enrojecida me provoca el querer limpiarle una mejilla, justo a tiempo para que mi estómago cruja en respuesta — Quizá pueda hacer una pausa, porque si sigo llenándome voy a tener que pedir mi turno en el baño... — de todos modos, creo que no se me escucha porque la acusación a su madre me pinta una vaga sonrisa. Al menos, esto significa que la cena pudo haber sido peor. Por alguna razón desconocida, sacudo la cabeza con diversión y tomo su rostro entre mis manos para obligarla a verme en un intento de seguir barriendo sus lágrimas con los pulgares — No sé ella, pero sé que tú lo haces. Siempre la agarro cuando cree que no la estoy mirando — le comento a Mo con parsimonia. Robo un beso de los labios de Lara antes de que pueda acusarme y bajo una mano para darle una palmada en su espalda baja, rodeandola con un brazo — Ahora... ¿Puedo ver esas fotografías o quieres que me ponga cariñoso frente a tu madre? — es obvio que mis dos opciones son porque sé cuál va a escoger. Una manera tonta de salir ganando.
Sí, mi niña es demasiado testaruda como para hacer algo así, lo sé bien, pero ahora la realidad se muestra como una mujer encerrada en el baño porque se encuentra en una situación a la que no le ha tenido que hacer frente en su vida. Hago lo que siempre, y cuando digo siempre es nunca porque si esto fuera como hace más de quince años, hubiera pegado un portazo para comprobar en qué narices se había metido esta vez para ir a esconderse al lavabo. Esta vez no, por esta ocasión me controlo lo suficiente como para permanecer serena a la espera de que ella misma sea la que se decida por salir, mordiéndome el labio inferior con mis dientes superiores y mirando a Hans con la cara de alguien que no sabe lo que es la paciencia. Cuando la puerta por fin se abre, y aparece en escena una Lara que dista mucho de estar bien, suelto un suspiro de alivio. — Pero cómo le gusta dramatizar, ¿eh? — Digo, más para mi acompañante que para mi hija en sí, riéndome entre dientes pese a que no es momento para hacerlo. Antes de que se enfade por ese mismo motivo, atrapo su cara con mis manos y le planto un beso en la mejilla al tiempo que empieza a hacer sus peticiones. — ¡Pues claro que sí, tesoro mío! — Y me ahorro el decir que no voy a ser partícipe de semejante mezcla porque no quiero que termine en el retrete de nuevo. — ¡No sabes lo que te tengo preparado! ¡Un pastel de chocolate! Como el que se te antojó cuando me hablaste de Hans, ¿recuerdas? Cuando dijiste eso de que él era un muy buen pas… — Ah, sí, aquí viene lo de dejarla en ridículo.
Ruedo los ojos hasta dejar los mismo en blanco cuando ambos pasan por completo de mi comida, siendo que los dos están llenos, aunque me apresuro de confirmarlo una segunda vez como buena futura abuela que voy a ser. — ¿Seguro que no os habéis quedado con hambre? ¡Si no habéis comido nada! — Tendré que meter los restos en tuppers, pues… — Está bien, está bien. — Alzo las manos para gesticular que voy a tirar la toalla, aunque me reservo algún que otro suspirito para luego. Pongo cara de ajam cuando el hombre me explica sus métodos de conquista hacia mi hija, plantándome en el suelo con los pies sin ser capaz de moverme del sitio cuando besa a Lara. ¿Acaba de besar a mi hija delante de mí? ¡La acaba de besar! AAAAAH. Mi bebé. — Eeeeeeh, sí, venga vamOS A VER FOTOGRAFÍAS. — Soy la primera en darme la vuelta para emprender el camino de nuevo hacia el salón, elevando un dedo en el aire para hacer que me sigan con un simple gesto del mismo. Que todavía se me ponen a hacer manitas en el pasillo. — ¿Quieres ir a por el postre, ratita? ¡Está en la nevera! — Mucho mejor, manos controladas, nada que temer.
Entre las estanterías del salón me pongo a rebuscar los álbumes de fotos que he ido acumulando con el paso de los años, optando por sacar los más antiguos pese a que algunos de ellos son tan viejos que los bordes están resquebrajados. Algún día voy a dedicarme a reorganizarlos en otros nuevos, estas reliquias no pueden pasar al olvido. — Ay, ya vas a ver Hans, era un bebé tan gracioso que casi merecían la pena todos los dolores de cabeza que tuve por sus rabietas. — Comento con gracia y a la vez con un suspiro mientras me aposento en el mismo sofá que él para mostrarle de cerca. Empiezo por pasar yo misma las hojas, demorándome en algunas que me parecen dignas de recordar con palabras. — ¡Mira que dientitos tenía! Ay, y aquí…. Por alguna razón le pareció divertido estampar la cara en su tarta de cumpleaños, ¡ni seis años tenía! — Me es imposible no reírme, alzando la mirada únicamente de las fotografías cuando veo a Lara aparecer de refilón. — ¡Y esta, Lara! ¿Te acuerdas? Tan mona con su faldita hawaiiana… ¡si la vieras moviendo esas caderas! Con ese salero… — Ay, que voy a volver a llorar de la nostalgia.
Ruedo los ojos hasta dejar los mismo en blanco cuando ambos pasan por completo de mi comida, siendo que los dos están llenos, aunque me apresuro de confirmarlo una segunda vez como buena futura abuela que voy a ser. — ¿Seguro que no os habéis quedado con hambre? ¡Si no habéis comido nada! — Tendré que meter los restos en tuppers, pues… — Está bien, está bien. — Alzo las manos para gesticular que voy a tirar la toalla, aunque me reservo algún que otro suspirito para luego. Pongo cara de ajam cuando el hombre me explica sus métodos de conquista hacia mi hija, plantándome en el suelo con los pies sin ser capaz de moverme del sitio cuando besa a Lara. ¿Acaba de besar a mi hija delante de mí? ¡La acaba de besar! AAAAAH. Mi bebé. — Eeeeeeh, sí, venga vamOS A VER FOTOGRAFÍAS. — Soy la primera en darme la vuelta para emprender el camino de nuevo hacia el salón, elevando un dedo en el aire para hacer que me sigan con un simple gesto del mismo. Que todavía se me ponen a hacer manitas en el pasillo. — ¿Quieres ir a por el postre, ratita? ¡Está en la nevera! — Mucho mejor, manos controladas, nada que temer.
Entre las estanterías del salón me pongo a rebuscar los álbumes de fotos que he ido acumulando con el paso de los años, optando por sacar los más antiguos pese a que algunos de ellos son tan viejos que los bordes están resquebrajados. Algún día voy a dedicarme a reorganizarlos en otros nuevos, estas reliquias no pueden pasar al olvido. — Ay, ya vas a ver Hans, era un bebé tan gracioso que casi merecían la pena todos los dolores de cabeza que tuve por sus rabietas. — Comento con gracia y a la vez con un suspiro mientras me aposento en el mismo sofá que él para mostrarle de cerca. Empiezo por pasar yo misma las hojas, demorándome en algunas que me parecen dignas de recordar con palabras. — ¡Mira que dientitos tenía! Ay, y aquí…. Por alguna razón le pareció divertido estampar la cara en su tarta de cumpleaños, ¡ni seis años tenía! — Me es imposible no reírme, alzando la mirada únicamente de las fotografías cuando veo a Lara aparecer de refilón. — ¡Y esta, Lara! ¿Te acuerdas? Tan mona con su faldita hawaiiana… ¡si la vieras moviendo esas caderas! Con ese salero… — Ay, que voy a volver a llorar de la nostalgia.
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¡Ya esta hecho! ¡Ahora también conspiran en mi contra! No sé para qué menciono las fotografías que me dan pena, el recordatorio le vale a Hans para pedirlas y librarse de los platos picantes, y como a Mohini le gusta más tomarme a chiste que atormentar al hombre, acepta la sugerencia. ¡Tengo que llegar a la sala antes que ellos! Pero me detiene el agarre de Hans que se encarga de limpiarme la cara llorosa con sus manos y lo beso en respuesta, sujetándome a su nuca, que si no fuera por el parloteo cercano de mi madre, yo cumplía mi amenaza de meterlo al baño. Claro que Mohini, por muy abierta de mente que se diga ser, en el fondo es una mujer de modales, e insiste con las fotografías para impedir que nos propasemos bajo su techo. Que si es por mí... -No lo haría delante de mi madre, pero si quieres subimos a mi habitación de adolescente y te muestro la tarea de matemáticas, tenía puras notas altas- bromeo, peinando un mechón con los dedos, uno al que le queda poco del rubio que se le veía cuando era más joven, todo un muñeco. ¡Necesito sus fotos de escuela! Tengo que ir a visitar a Phoebe otra vez para hablar de sus tiradas de cartas, el té y pedirle material de anécdotas para reírme de él. Porque esta noche no creo que pueda dormirme a su lado por las carcajadas que me esperan.
Es un peligro real dejarlos a solas, y odio a mis hormonas que conspiran para convencerme que el chocolate vale toda la humillación que deba pasar, que rebano un pedazo para mí apenas lo saco de la heladera. Tengo la boca llena y se me escapan un par de migas cuando al volver a la sala veo que Mo le ha mostrado la del baile hawaiiano. Una sonriente Lara de medio metro, menudita y con unos bracitos como varillas, se mueve en la imagen al ritmo de un baile que me gustaría decir que olvidé, pero sería mentira. Coloco la bandeja con el pastel sobre la mesa ratona y arrodillándome cerca de mi madre, le quito los álbumes para revisar la amplia colección de momentos que este par de padres primerizos sacaron a su única hija. ¡Que si hasta hay fotos de mis piecitos! Soy puro pie, ¿para qué lo quieren? Me apuro en retirar una foto de su vista apenas pasa la hoja. ¡Que soy yo a los dos años con una cacerola en la cabeza y nada de ropa! ¿Dónde están las de corte hongo? -Ay, ¡mira esta!- le paso otra a Hans donde se me ve con unos ricitos negros, sujeta al respaldo de una silla, y mis dientitos delanteros llevándose toda la atención. -¿Verdad que era la niña más bonita de todo el distrito?- pregunto a punto de reírme, ensayando esa pose mía tan presumida. -¿Verdad que lo era, Mo?- busco el apoyo de mi madre, que debería secundarme, que estoy tratando de impresionarlo. -Ya te puedes hacer una idea de cómo sería si tuvieramos una niña- lo digo sin pensar, -Porque, ¿adivina quien tiene los genes dominantes entre los dos?- pregunto con un movimiento insinuador de mis cejas y paso una mano por delante de mí, abarcándome toda. -¡Ajá! Soy la dominante aquí- cierro uno de los álbumes solo para dar impacto a mis palabras. Recupero mi trozo de pastel y muy satisfecha, cargo a llenar una cucharada.
Es un peligro real dejarlos a solas, y odio a mis hormonas que conspiran para convencerme que el chocolate vale toda la humillación que deba pasar, que rebano un pedazo para mí apenas lo saco de la heladera. Tengo la boca llena y se me escapan un par de migas cuando al volver a la sala veo que Mo le ha mostrado la del baile hawaiiano. Una sonriente Lara de medio metro, menudita y con unos bracitos como varillas, se mueve en la imagen al ritmo de un baile que me gustaría decir que olvidé, pero sería mentira. Coloco la bandeja con el pastel sobre la mesa ratona y arrodillándome cerca de mi madre, le quito los álbumes para revisar la amplia colección de momentos que este par de padres primerizos sacaron a su única hija. ¡Que si hasta hay fotos de mis piecitos! Soy puro pie, ¿para qué lo quieren? Me apuro en retirar una foto de su vista apenas pasa la hoja. ¡Que soy yo a los dos años con una cacerola en la cabeza y nada de ropa! ¿Dónde están las de corte hongo? -Ay, ¡mira esta!- le paso otra a Hans donde se me ve con unos ricitos negros, sujeta al respaldo de una silla, y mis dientitos delanteros llevándose toda la atención. -¿Verdad que era la niña más bonita de todo el distrito?- pregunto a punto de reírme, ensayando esa pose mía tan presumida. -¿Verdad que lo era, Mo?- busco el apoyo de mi madre, que debería secundarme, que estoy tratando de impresionarlo. -Ya te puedes hacer una idea de cómo sería si tuvieramos una niña- lo digo sin pensar, -Porque, ¿adivina quien tiene los genes dominantes entre los dos?- pregunto con un movimiento insinuador de mis cejas y paso una mano por delante de mí, abarcándome toda. -¡Ajá! Soy la dominante aquí- cierro uno de los álbumes solo para dar impacto a mis palabras. Recupero mi trozo de pastel y muy satisfecha, cargo a llenar una cucharada.
— ¿Que soy muy buen qué? — intento burlarme con las cejas en alto, pero no dura demasiado si considero que mi atención se la llevan momentáneamente sus labios. No voy a admitir que me da curiosidad el conocer su antiguo dormitorio, sería colarme en su pasado de una manera un poco diferente a la que vengo haciendo hasta el momento y así recorrer los rincones que, quizás, podrían ayudarme a comprenderla un poco mejor. Pero no se lo pido, sé que no sería adecuado en la casa de su madre, incluso cuando no hay intención de sobrepasarnos; de igual modo sabemos que no hay manera de que mantengamos las manos quietas en algunas ocasiones. La idea de las fotografías parece ser la distracción perfecta para no irnos por las ramas, que Mohini nos separe para que ella se vaya a buscar el postre me permite guiñarle un ojo a Lara en modo divertido, por el paso me robo un bocadillo de no-sé-que de la mesa y me lo llevo a la boca. Nada mal, a decir verdad. Suficiente como para mantenerme callado en lo que dura el camino hasta el sofá.
Me acomodo entre los cojines en lo que Mo se hace con lo que parece ser un álbum de fotos. Aún estoy chupando mi pulgar cuando las imágenes empiezan a quedar al descubierto, soy incapaz de contener la curiosidad y me adelanto un poco, apenas fijándome en que Lara ha regresado porque no tengo idea de cómo la imaginaba cuando me hablaba de su infancia. Debo decir que no ha cambiado mucho, lo que quizá me hace más gracia de lo normal — ¿Era muy caprichosa? Por qué no me sorprende — me mofo con malicia y me estiro para tomar una de las fotografías, chequeando los dientes que me señalan — Sigues teniendo los mismos dientes, Scott — me ahorro el decir algo al respecto sobre el "salero", porque no son cosas que se comenten frente que su madre.
El ataque de ego de Lara hace que la mire por encima de la imagen y hago el esfuerzo de imaginar lo que me está queriendo decir. Hasta el momento no he podido identificar al bebé bajo ningún genero, pero hago un esfuerzo en crear una identidad femenina como la que describe. No tenemos rasgos similares, siento que la mezcla sería muy extraña y no consigo visualizarla — Quizá tienes el lado dominante en la pigmentación, pero hablando de rasgos... Audrey es metamorfomaga e igual así Meerah se parece más a mi que a ella — le recuerdo, señalando los pómulos que mi hija ha heredado a pesar de que la genética de su madre debería haber sido más fuerte — Lamento informarte que tendrás un hijo que lucirá como yo, pero más moreno. Porque será un niño — no sé de dónde saco confianza, pero repentinamente tengo una corazonada. Ya tengo una hija, un hijo tendría lógica por poco que me importe su género. Paso a una foto nueva y la señalo con gracia, burlándome con una sonrisa al toparme con la clásica foto infantil del baño — ¿Tú que opinas, Mo? ¿Será un niño o una niña? ¿Y a quién se parecerá más? — como si quisiera ejemplificar, coloco la foto junto a mi cara y tuerzo los labios en un puchero.
Me acomodo entre los cojines en lo que Mo se hace con lo que parece ser un álbum de fotos. Aún estoy chupando mi pulgar cuando las imágenes empiezan a quedar al descubierto, soy incapaz de contener la curiosidad y me adelanto un poco, apenas fijándome en que Lara ha regresado porque no tengo idea de cómo la imaginaba cuando me hablaba de su infancia. Debo decir que no ha cambiado mucho, lo que quizá me hace más gracia de lo normal — ¿Era muy caprichosa? Por qué no me sorprende — me mofo con malicia y me estiro para tomar una de las fotografías, chequeando los dientes que me señalan — Sigues teniendo los mismos dientes, Scott — me ahorro el decir algo al respecto sobre el "salero", porque no son cosas que se comenten frente que su madre.
El ataque de ego de Lara hace que la mire por encima de la imagen y hago el esfuerzo de imaginar lo que me está queriendo decir. Hasta el momento no he podido identificar al bebé bajo ningún genero, pero hago un esfuerzo en crear una identidad femenina como la que describe. No tenemos rasgos similares, siento que la mezcla sería muy extraña y no consigo visualizarla — Quizá tienes el lado dominante en la pigmentación, pero hablando de rasgos... Audrey es metamorfomaga e igual así Meerah se parece más a mi que a ella — le recuerdo, señalando los pómulos que mi hija ha heredado a pesar de que la genética de su madre debería haber sido más fuerte — Lamento informarte que tendrás un hijo que lucirá como yo, pero más moreno. Porque será un niño — no sé de dónde saco confianza, pero repentinamente tengo una corazonada. Ya tengo una hija, un hijo tendría lógica por poco que me importe su género. Paso a una foto nueva y la señalo con gracia, burlándome con una sonrisa al toparme con la clásica foto infantil del baño — ¿Tú que opinas, Mo? ¿Será un niño o una niña? ¿Y a quién se parecerá más? — como si quisiera ejemplificar, coloco la foto junto a mi cara y tuerzo los labios en un puchero.
Las fotografías que van pasando de Lara cuando no era más que un moco andante me producen una nostalgia en el pecho que me deja mirando las mismas con un mohín en los labios, como si no pudiera creer que la mujer que tengo delante es la misma niña que ríe de las imágenes. — ¿Caprichosa? Prffffffffff, no sabes que berrinches pegaba cuando no conseguía lo que quería. — Que solo por los lloriqueos su padre estaba dispuesto a darle hasta la luna, porque siempre ha sido la niña de papá, y que de no ser por mí y mi semblante serio y maduro creo nos habría salido una chica de lo más mimada. Si es que no hay más que verla en la foto que marco con mis dedos, con esos ojos enormes y dientes de ratón que podían conseguirle lo que quisiera con tan solo mirar a mi marido. — ¿De todo el distrito? ¡De todo el universo! — Exclamo cuando alega ser el bebé más bonito, a lo que solo puedo asentir con la cabeza para darle la razón y señalar alguna que otra imagen como prueba para que el mismo Hans coincida con nuestra posición. Nunca voy a dejar de alardear sobre mi hija, nun-ca. Incluso cuando haga más cosas que me hacen querer estamparle un libro en la cabeza que sentirme orgullosa de ella.
Cuando se ponen a discutir sobre quién llevaría los rasgos dominantes, mis ojos vuelan de uno a otro como para confirmar yo misma quién es el que tiene razón. Con una mueca en mis labios, miro a Hans y hasta le cojo del mentón para observar con detalles sus facciones cuando se coloca al lado de la fotografía. — Una mezcla curiosa, desde luego, pero me parece que vas a tener que aguantarte, esta genética nuestra es demasiado fuerte, y esos ojitos tuyos que tanto le gustan a mi hija me temo que son recesivos. ¡Pero nunca se sabe! — Suelto su barbilla, no sin antes darle unas palmaditas en la mejilla como los niños que son a mis ojos. La verdad es que no puedo imaginarme el resultado de un apareamiento de genes como los de estos dos, porque bastante tengo con pensarme la personalidad explosiva que va a llevar ese crío en las venas, como para estar también preocupándonos del físico. — Yo digo que será una niña, sí, sí, que son mucho más espabiladas. — Le guiño un ojo a Hans para que sepa que estoy bromeando, pero en el fondo sí espero que sea una niña. — Aunque si sale como Lara… casi prefiero que sea un niño. — Pongo cara de ups cuando dirijo la mirada hacia ella, a sabiendas de que no lo digo completamente en serio. Si a mí con que nazca sano me es más que suficiente.
Cuando se ponen a discutir sobre quién llevaría los rasgos dominantes, mis ojos vuelan de uno a otro como para confirmar yo misma quién es el que tiene razón. Con una mueca en mis labios, miro a Hans y hasta le cojo del mentón para observar con detalles sus facciones cuando se coloca al lado de la fotografía. — Una mezcla curiosa, desde luego, pero me parece que vas a tener que aguantarte, esta genética nuestra es demasiado fuerte, y esos ojitos tuyos que tanto le gustan a mi hija me temo que son recesivos. ¡Pero nunca se sabe! — Suelto su barbilla, no sin antes darle unas palmaditas en la mejilla como los niños que son a mis ojos. La verdad es que no puedo imaginarme el resultado de un apareamiento de genes como los de estos dos, porque bastante tengo con pensarme la personalidad explosiva que va a llevar ese crío en las venas, como para estar también preocupándonos del físico. — Yo digo que será una niña, sí, sí, que son mucho más espabiladas. — Le guiño un ojo a Hans para que sepa que estoy bromeando, pero en el fondo sí espero que sea una niña. — Aunque si sale como Lara… casi prefiero que sea un niño. — Pongo cara de ups cuando dirijo la mirada hacia ella, a sabiendas de que no lo digo completamente en serio. Si a mí con que nazca sano me es más que suficiente.
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-¿Caprichosa, yo? ¡Por favor?- simulo una fuerte indignación por lo fácil que se le hace a Hans imaginarme como una niña de berrinches y que se lo refuerce mi madre, y si en el fondo no me ofendo es porque algo le conté sobre mis mañas de la infancia. Y es que soy una persona que va con sus defectos por delante, no quiero virtudes que no me corresponden y lo lleven a esperar cosas que no podré cumplir. No se lo voy a decir, pero esa vieja lista que tiene guardada son las notas que le conviene tener siempre a mano. Para halagos no merecidos a mi persona tengo a mi madre, que sólo ella puede echarme la bronca del siglo y luego también decir que fui el bebé más bonito del universo, así como yo puedo quejarme de tener a la madre más dramática y después llorarle por un postre. Muerdo mi labio con esos dientes que me dicen que no han cambiado en estos años (¿y es que acaso los dientes cambian?), para esconder mi sonrisa divertida al mirar de costado como toquetea la cara de Hans para inspeccionar sus rasgos. -Ya lo dijo mi madre, eres el recesivo- me burlo de él.
-Si Meerah sacó tus rasgos es porque recesivo o no, te gusta salirte con la tuya- bufo como si no me entretuviera llevarle la contraria cada vez que tengo la oportunidad. -¡Quién sabe! Podría ser entonces un niño moreno con tu nariz- casi que parece que por primera vez le doy la razón, así tan sencillo, con la cuchara atrapada entre mis labios al pensar en esa combinación posible de rasgos, con la vista vuelta al techo. Saco la cucharita de mi boca y la uso para moverla al aire, asi como meneo mi cabeza. Se me hace difícil ver a Hans con un niño así. ¡Con cualquier niño! ¿Y yo? ¿Me veo con un niño llamándome en medio de un berrinche? ¡Morgana! Suerte que tengo nueve meses para hacer una idea y deberia buscar de esos programas de pruebas faciales para que barajemos opciones. ¿Acaso no sería lindo un niño con sus mechones y ojos castaños? Que Mohini ya descartó que pueda heredar el azul, una lástima. ¡Ah! ¡Como si nosotros pudieramos elegirlo a catálogo! Que mal que pese, el sexo del bebé sí que lo define él, que es el padre. -Es que en esta casa todas somos mujeres, el peso de la tradición también cuenta- me reafirmo en lo que dice mi madre, que lo hago más que nada para contradecirlo. Le echo una mirada de falso reproche a Mo por lo último que dice, aunque también lo prefiero. No lo diré en voz alta, claro. -¡O pueden ser dos!- exclamo, con ese tono de cuento de terror, con mi mirada puesta en la cara de Hans para ver cómo se pone pálido. -Que sean un niño y una niña, yo llevo a la niña al taller y tú te llevas al niño al ministerio. Y que Meerah le haga la ropita a juego, azul por supuesto.
-Si Meerah sacó tus rasgos es porque recesivo o no, te gusta salirte con la tuya- bufo como si no me entretuviera llevarle la contraria cada vez que tengo la oportunidad. -¡Quién sabe! Podría ser entonces un niño moreno con tu nariz- casi que parece que por primera vez le doy la razón, así tan sencillo, con la cuchara atrapada entre mis labios al pensar en esa combinación posible de rasgos, con la vista vuelta al techo. Saco la cucharita de mi boca y la uso para moverla al aire, asi como meneo mi cabeza. Se me hace difícil ver a Hans con un niño así. ¡Con cualquier niño! ¿Y yo? ¿Me veo con un niño llamándome en medio de un berrinche? ¡Morgana! Suerte que tengo nueve meses para hacer una idea y deberia buscar de esos programas de pruebas faciales para que barajemos opciones. ¿Acaso no sería lindo un niño con sus mechones y ojos castaños? Que Mohini ya descartó que pueda heredar el azul, una lástima. ¡Ah! ¡Como si nosotros pudieramos elegirlo a catálogo! Que mal que pese, el sexo del bebé sí que lo define él, que es el padre. -Es que en esta casa todas somos mujeres, el peso de la tradición también cuenta- me reafirmo en lo que dice mi madre, que lo hago más que nada para contradecirlo. Le echo una mirada de falso reproche a Mo por lo último que dice, aunque también lo prefiero. No lo diré en voz alta, claro. -¡O pueden ser dos!- exclamo, con ese tono de cuento de terror, con mi mirada puesta en la cara de Hans para ver cómo se pone pálido. -Que sean un niño y una niña, yo llevo a la niña al taller y tú te llevas al niño al ministerio. Y que Meerah le haga la ropita a juego, azul por supuesto.
No esperaba que Mohini tome la confianza para sostenerme la barbilla, pero me quedo quieto en lo que ella me inspecciona e intento no mirar en dirección a su hija, aunque sea de refilón. Pequeños detalles, como comentarios anteriores o que señale que a Lara le gusten mis ojos, son los que hacen que sienta cierta curiosidad por preguntar qué es lo que han hablado sobre mí, pero soy lo suficientemente adulto como para morderme la lengua y hacerme el desentendido — También dijo que nunca se sabe. La genética puede ser una lotería — defiendo mi adn con lo que puedo, aunque tampoco sé que tanto quiero que mi hijo se parezca a mí. Hay partes de mi familia que no me interesa que herede, pero la única mueca de disgusto que produzco es a causa del comentario de mi nariz — Me saldré con la mía una vez más y tomará lo mejor de mí, ya verás. Nada de narices anchas. Prefiero la tuya, parece un botón — solo para fastidiar, le hago un pique en la puntita respingona que tiene.
Tengo que dejar la fotografía a un lado para ser libre de tomar una cuchara y pinchar el pastel, que se ve demasiado bien como para ignorarlo a pesar de haberme llenado el estómago comiendo lo que tenía a mano durante nuestra rápida cena. La idea de una niña no me molesta, aunque si lo pienso demasiado siento que entraría en pánico al tener que oír discusiones entre dos hermanas cada dos por tres — Solo esperemos. Ya van a ver que sera un mini mí — solo lo digo para llevar la contraria, chupando con algo de efusión la cuchara; sí, estaba delicioso. Estoy haciéndome con un poco más de pastel cuando a Scott se le mete una idea que hace que me atragante, puedo sentir los trozos de comida raspando en mi garganta y la tos me obliga a darme algunas palmadas en el pecho — ¿Estás hablando de mellizos? — mi voz es apenas un hilo de lo que suele ser, algo que combina a la perfección con los ojos llorosos cuando consigo calmar un poco el ataque — No serán dos. Con nuestra tecnología, habríamos descubierto si hay dos latidos en lugar de uno — o eso espero. No creo que soporte ese tipo de sorpresas en la sala de parto, una idea que hasta el momento tampoco he barajado. Porque tendré que estar ahí… ¿No? — Podemos conseguir el perro que quieres, si tanto anhelas el tener dos vidas a cargo.
Suerte para mí, mi atención se la lleva una fotografía que, considero, se trataba de un acto escolar. No logro reconocer la clase de disfraz, pero por el rostro de la pequeña Lara, no le gustaba lo que llevaba puesto. La tomo con cuidado de no arrugarle ningún costado y la acerco a mi rostro, levantándola lo suficiente como para ponerla a la altura de mis ojos. Es extraño como todos en algún momento fuimos personas con preocupaciones tan tontas como un traje incómodo en el jardín de infantes — Estamos buscando una casa lejos de la isla para criar al bebé. ¿Lara te dijo eso? — pregunto amablemente a la par que le tiendo la foto a Mohini para que me dé una explicación de la escena — Posiblemente el cuatro. Tenemos amigos allí, mi hermana también vive cerca de las playas. Será algo privado, obvio. La idea es tener paz y normalidad a pesar de todo — mi vida es un circo ahora mismo, dudo que la de Scott sea mucho más tranquila. Me acomodo en el borde del sofá y le hago un gesto a la embarazada de la sala para que tome asiento entre nosotros, así evita mantenerse en una posición incómoda por mucho tiempo — Podremos hacer que baile hawaiano como Lara. Ya saben, como una familia normal — me burlo, aunque creo que eso es lo que todos deseamos. Nada de dramas, nada de complicaciones. Un poquito de calma a pesar de tenerlo todo al revés.
Tengo que dejar la fotografía a un lado para ser libre de tomar una cuchara y pinchar el pastel, que se ve demasiado bien como para ignorarlo a pesar de haberme llenado el estómago comiendo lo que tenía a mano durante nuestra rápida cena. La idea de una niña no me molesta, aunque si lo pienso demasiado siento que entraría en pánico al tener que oír discusiones entre dos hermanas cada dos por tres — Solo esperemos. Ya van a ver que sera un mini mí — solo lo digo para llevar la contraria, chupando con algo de efusión la cuchara; sí, estaba delicioso. Estoy haciéndome con un poco más de pastel cuando a Scott se le mete una idea que hace que me atragante, puedo sentir los trozos de comida raspando en mi garganta y la tos me obliga a darme algunas palmadas en el pecho — ¿Estás hablando de mellizos? — mi voz es apenas un hilo de lo que suele ser, algo que combina a la perfección con los ojos llorosos cuando consigo calmar un poco el ataque — No serán dos. Con nuestra tecnología, habríamos descubierto si hay dos latidos en lugar de uno — o eso espero. No creo que soporte ese tipo de sorpresas en la sala de parto, una idea que hasta el momento tampoco he barajado. Porque tendré que estar ahí… ¿No? — Podemos conseguir el perro que quieres, si tanto anhelas el tener dos vidas a cargo.
Suerte para mí, mi atención se la lleva una fotografía que, considero, se trataba de un acto escolar. No logro reconocer la clase de disfraz, pero por el rostro de la pequeña Lara, no le gustaba lo que llevaba puesto. La tomo con cuidado de no arrugarle ningún costado y la acerco a mi rostro, levantándola lo suficiente como para ponerla a la altura de mis ojos. Es extraño como todos en algún momento fuimos personas con preocupaciones tan tontas como un traje incómodo en el jardín de infantes — Estamos buscando una casa lejos de la isla para criar al bebé. ¿Lara te dijo eso? — pregunto amablemente a la par que le tiendo la foto a Mohini para que me dé una explicación de la escena — Posiblemente el cuatro. Tenemos amigos allí, mi hermana también vive cerca de las playas. Será algo privado, obvio. La idea es tener paz y normalidad a pesar de todo — mi vida es un circo ahora mismo, dudo que la de Scott sea mucho más tranquila. Me acomodo en el borde del sofá y le hago un gesto a la embarazada de la sala para que tome asiento entre nosotros, así evita mantenerse en una posición incómoda por mucho tiempo — Podremos hacer que baile hawaiano como Lara. Ya saben, como una familia normal — me burlo, aunque creo que eso es lo que todos deseamos. Nada de dramas, nada de complicaciones. Un poquito de calma a pesar de tenerlo todo al revés.
Sacudo la cabeza con las palmas de las manos ligeramente en alto como para desentenderme del tema de rasgos, inclinándome hacia delante en el asiento para apañar un trozo de pastel que enseguida me meto en la boca. No lo he probado hasta ahora porque preferí dejarlo reposar en frío durante un par de horas, pero ahora que lo saboreo puedo decir que no me ha quedado del todo mal. Tengo que reírme por lo bajo al tener la boca llena de chocolate cuando los gestos de Hans provocan que me salte la risa, llevándome delicadamente el dorso de la mano a los labios. — ¿Viste? ¡Esa misma reacción tuve yo cuando lo propuso! Esta mujer quiere matarnos a ambos, ya lo dije. — ¿Dos nietos de golpe? ¡Si aun me estoy acostumbrando a la idea de tener uno! Aun así, me sale rodar los ojos aun con la sonrisa en el rostro. Coincidir en tantos puntos con mi yerno no es como esperaba que fuera la noche, si voy a ser sincera, pero me alegra el confirmar que no debo preocuparme demasiado por las elecciones de mi hija a partir de ahora. Al menos, sé que serán de a dos, aunque no confío mucho en que se pongan de acuerdo a la primera.
Poso el pequeño plato sobre mis piernas junto con la cuchara cuando Hans me tiende una fotografía, repasándome las muelas con la lengua en lo que analizo la misma de cerca. — Mira qué cara de enfado llevaba, con esos cachetes. No le gustaba el papel que hacía en la función, mucho menos el traje que le hice, pero ¿a que no está divina? Ya le dije yo a la maestra, que la pusiera de roca ahí no iba a seguir quejándose por hacer de campesina. — Me río ante el recuerdo y le paso la imagen a Lara para ver si ella se acuerda igual de bien que yo de la turra que me dio todas las vacaciones de navidad por haberle hecho ponerse semejante disfraz. Aun estoy tendiéndole la fotografía cuando lo que dice el hombre hace que gire la cabeza en su dirección, segundos antes de volverla hacia mi hija con las cejas alzadas. — Pues no, ese detalle también se le debió de escapar. — Le reprocho, pero no me molesta tanto como la idea de que haya pensado en irse a vivir al distrito cuatro sin haberme invitado a un crucero antes. ¿Ya dije que estoy a punto de jubilarme? — Si es lo que quiere Lara, me parece que es una gran idea, tal y como están las cosas lo mejor es que mi nieto crezca en un lugar tranquilo, fuera de todas esas movidas que os traéis en la isla. — El cuatro parece el sitio idóneo: playas, alejado de los problemas… Suena tan poco a Lara que no se cuánto tiempo durará esto de querer vivir en normalidad. — ¿Ya habéis mirado algún lugar? — Sobra decir que si no lo han hecho, me pido acompañar, ¡y tiene que tener habitación de invitados! Nunca se sabe cuándo la abuela puede hacer una aparición estelar. Con el comentario del baile, se me escapa una risa, mientras como Hans me acomodo a un lado para hacerle hueco a Lara. Le acaricio el pelo cuando se sienta, apartándoselo del rostro, ¡qué manía con ponérselo tapándose la cara! Con lo guapa que está con el pelo recogido. Suspiro dramáticamente, mirándolos a ambos cuando dejo en paz su cabello, como si no fuera capaz de creer en cómo ha pasado el tiempo tan deprisa que mi bebé está embarazada. Bueno, es que sigo sin creérmelo en el fondo.
Poso el pequeño plato sobre mis piernas junto con la cuchara cuando Hans me tiende una fotografía, repasándome las muelas con la lengua en lo que analizo la misma de cerca. — Mira qué cara de enfado llevaba, con esos cachetes. No le gustaba el papel que hacía en la función, mucho menos el traje que le hice, pero ¿a que no está divina? Ya le dije yo a la maestra, que la pusiera de roca ahí no iba a seguir quejándose por hacer de campesina. — Me río ante el recuerdo y le paso la imagen a Lara para ver si ella se acuerda igual de bien que yo de la turra que me dio todas las vacaciones de navidad por haberle hecho ponerse semejante disfraz. Aun estoy tendiéndole la fotografía cuando lo que dice el hombre hace que gire la cabeza en su dirección, segundos antes de volverla hacia mi hija con las cejas alzadas. — Pues no, ese detalle también se le debió de escapar. — Le reprocho, pero no me molesta tanto como la idea de que haya pensado en irse a vivir al distrito cuatro sin haberme invitado a un crucero antes. ¿Ya dije que estoy a punto de jubilarme? — Si es lo que quiere Lara, me parece que es una gran idea, tal y como están las cosas lo mejor es que mi nieto crezca en un lugar tranquilo, fuera de todas esas movidas que os traéis en la isla. — El cuatro parece el sitio idóneo: playas, alejado de los problemas… Suena tan poco a Lara que no se cuánto tiempo durará esto de querer vivir en normalidad. — ¿Ya habéis mirado algún lugar? — Sobra decir que si no lo han hecho, me pido acompañar, ¡y tiene que tener habitación de invitados! Nunca se sabe cuándo la abuela puede hacer una aparición estelar. Con el comentario del baile, se me escapa una risa, mientras como Hans me acomodo a un lado para hacerle hueco a Lara. Le acaricio el pelo cuando se sienta, apartándoselo del rostro, ¡qué manía con ponérselo tapándose la cara! Con lo guapa que está con el pelo recogido. Suspiro dramáticamente, mirándolos a ambos cuando dejo en paz su cabello, como si no fuera capaz de creer en cómo ha pasado el tiempo tan deprisa que mi bebé está embarazada. Bueno, es que sigo sin creérmelo en el fondo.
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—Tu voluntad ya conoce a la mía y nunca te deja salirte del todo con la tuya, pero podemos llegar a un acuerdo…—. Frunzo mi nariz cuando toca la punta con un dedo y con ese mohín arrugando mi rostro, hago un recuento de nuestras virtudes físicas. —Serán entonces mis ojos dominantes, tus pómulos de muñeco, mi nariz de botón y los dientitos delanteros de ambos, que tú también los tienes bien marcados— apunto, haciendo la misma evaluación visual que mi madre, como si no me conociera sus rasgos casi de memoria. Mis manos al menos las tengo apartadas, más ocupadas en servirme cucharadas del pastel que llevo a mi boca para colmar mi estómago que apenas si recuerda lo que fue la cena. —¡Morgana me libre de tener a un mini Hans llamándome Scott por toda la casa!— exclamo, evocando la misma imagen que me plateé en casa de Riley, ese niño que me miraría y haría rodar sus ojitos en un ruego de paciencia a mis torpezas, más parecido a su padre si es que tenemos suerte y con algún que otro defecto mío solo para no ponérselas tan fácil.
A ese rostro todavía sin poder precisar de un niño o una niña, reemplazo con la idea de un par que podrían repartirse a gusto nuestros rasgos, así podríamos jugar a nuestras anchas diciendo qué tienen de cada quien. Tal como le dije a mi madre cuando hice la misma broma al contarle lo del embarazo, no creo que mi cuerpo esté hecho para albergar dos bebés y en mi familia tampoco hay antecedentes de nacimiento múltiples como temer que sea así. El comentario me vale para regodearme a costa de Hans, con quien creo que voy a divertirme mucho en los meses que quedan, que se está adaptando rápido a todos los cambios que se han venido dando, pero tiene de esos sobresaltos que me dan tanta risa. Mis carcajadas chocan con su tos, que hasta me siento culpable, que le quería hacer una broma, no que se me muera en la sala de mi madre. —Calma, hombre, que no estaba hablando en serio. Respira, respira— lo animo, moviendo el aire hacia arriba con mis manos como si quisiera hacerle llegar hasta su nariz desde el sitio en el que me encuentro, todavía inclinada sobre los álbumes y usando las rodillas de Mohini para recargar mi hombro. —Yo no quiero matar a nadie, que los necesito a ambos con salud y paciencia mientras a mí me hacen estragos las hormonas sentimentales y el cuerpo me cambia como si estuviera mutando a un ornitorrinco—. ¡Que el susto de un par de mellizos es lo de menos! ¡Que yo estuve mañanas enteras vaciándome el alma sobre el retrete! Por suerte, esas nauseas van desapareciendo al mismo tiempo que lo hace mi cintura. —¿Un perro, eh? — lo tomo como la broma que doy por hecho que es, cuando Hans lo menciona. —¿Me lo traerás para Navidad?
La mención del perro imaginario, que no sé cómo ha llegado a estar tan presente en nuestras conversación, así como lo estuvo en mis fantasías de niña cuando trepaba por los muebles de la casa de mis padres diciéndoles que estaba jugando con Tesla, me trae a la mente todo lo que dijimos hace poco sobre las cosas que podríamos tener y si bien la lista está ahí, no sé cuánto de todo eso llegará a cumplirse. ¿Lo de las tortugas se habrá tomado en serio? —No dije nada, porque todavía no conocías a Hans, y no te hubiera gustado saber que andábamos jugando a la casita, de una casita a otra…—, que de un verano en mi departamento, pasamos a unas semanas en la mansión que demasiado grande para mi gusto, y de ahí a un distrito en el que nunca me hubiera visto más que para unas vacaciones. Tomo al vuelo la foto que están inspeccionando los dos y me espanto con ese horrible disfraz gris que simulaba ser una roca con sus puntas limadas. —¡Es que ni una línea tenía! Todos recitaban sus frases y yo me tenía que quedar con cara de roca, en silencio. ¡Por eso el enojo en mi carita! ¡Que hasta los que iban de hongos tenían una canción y hacían pasitos de baile! Pero, no, yo era el guijarro— bufo, incorporándome para tomar el lugar que me hacen en medio de ambos en el sillón, para volver a un tema que es mucho más interesante que mis incursiones en el teatro.
—Tranquilo y seguro— apunto cuando hablamos de la casa, que yo hubiera preferido el siete o el nueve, pero le veo sus conveniencias al cuatro. —Estaremos cerca de nuestros amigos que son aurores y Hans tendrá a toda su familia en un mismo lugar— al decirlo, con las manos de mi madre limpiando el pelo de mi cara, sostengo su mirada. —Sé que el seis es nuestra casa, Mo, pero al menos yo no quiero seguir aquí. Tal vez podrías venir al cuatro, poner tu restaurante ahí, conocer a un surfista o uno de esos millonarios con barcos de vela, el mundo se está yendo en picada como para que sigas postergando tus sueños de retiro— insinúo, que la decisión final la tiene ella, que es mi madre y sabrá mejor qué hará con su vida. —Hay cosas en el seis a las que nos aferramos demasiado tiempo y toca dejarlas ir en algún momento…—, que por algo entre todas las fotos que está mostrando Mohini, ni siquiera busco las que tienen al único ausente de nuestra familia. Pese a que logro recordar con toda claridad, cada día, como se escuchaba mi nombre dicho con su voz. —No hemos mirado nada todavía— vuelvo al tema, —Así que si quieres nos acompañas y mientras buscamos una para este bebé, buscamos una para ti—. Que la quiero cerca, pero no tan cerca. —Lo de ser una familia normal…— ladeo mi rostro hacia Hans y esbozo una sonrisa de disculpa, que no sé si el calificativo de «normal» sea algo que se pueda aplicar a nosotros alguna vez. Rozo su pómulo con una caricia, como si quisiera consolarlo. —Pero podemos tener un perro— lo hago parecer como si es algo que le fuera a servir de compensación a él, —No sé si un cachorro, porque me volvería loca con llantos y ladridos. Podría ser uno más grande, que sirva de perro guardián—. Y es que mi pasiva paranoia no cree que todos los recaudos sean suficientes, que me conozco y haré de esa casa una fortaleza para mi familia, por eso también quiero que mi madre este ahí. Que yo en crear muros tengo experiencia.
A ese rostro todavía sin poder precisar de un niño o una niña, reemplazo con la idea de un par que podrían repartirse a gusto nuestros rasgos, así podríamos jugar a nuestras anchas diciendo qué tienen de cada quien. Tal como le dije a mi madre cuando hice la misma broma al contarle lo del embarazo, no creo que mi cuerpo esté hecho para albergar dos bebés y en mi familia tampoco hay antecedentes de nacimiento múltiples como temer que sea así. El comentario me vale para regodearme a costa de Hans, con quien creo que voy a divertirme mucho en los meses que quedan, que se está adaptando rápido a todos los cambios que se han venido dando, pero tiene de esos sobresaltos que me dan tanta risa. Mis carcajadas chocan con su tos, que hasta me siento culpable, que le quería hacer una broma, no que se me muera en la sala de mi madre. —Calma, hombre, que no estaba hablando en serio. Respira, respira— lo animo, moviendo el aire hacia arriba con mis manos como si quisiera hacerle llegar hasta su nariz desde el sitio en el que me encuentro, todavía inclinada sobre los álbumes y usando las rodillas de Mohini para recargar mi hombro. —Yo no quiero matar a nadie, que los necesito a ambos con salud y paciencia mientras a mí me hacen estragos las hormonas sentimentales y el cuerpo me cambia como si estuviera mutando a un ornitorrinco—. ¡Que el susto de un par de mellizos es lo de menos! ¡Que yo estuve mañanas enteras vaciándome el alma sobre el retrete! Por suerte, esas nauseas van desapareciendo al mismo tiempo que lo hace mi cintura. —¿Un perro, eh? — lo tomo como la broma que doy por hecho que es, cuando Hans lo menciona. —¿Me lo traerás para Navidad?
La mención del perro imaginario, que no sé cómo ha llegado a estar tan presente en nuestras conversación, así como lo estuvo en mis fantasías de niña cuando trepaba por los muebles de la casa de mis padres diciéndoles que estaba jugando con Tesla, me trae a la mente todo lo que dijimos hace poco sobre las cosas que podríamos tener y si bien la lista está ahí, no sé cuánto de todo eso llegará a cumplirse. ¿Lo de las tortugas se habrá tomado en serio? —No dije nada, porque todavía no conocías a Hans, y no te hubiera gustado saber que andábamos jugando a la casita, de una casita a otra…—, que de un verano en mi departamento, pasamos a unas semanas en la mansión que demasiado grande para mi gusto, y de ahí a un distrito en el que nunca me hubiera visto más que para unas vacaciones. Tomo al vuelo la foto que están inspeccionando los dos y me espanto con ese horrible disfraz gris que simulaba ser una roca con sus puntas limadas. —¡Es que ni una línea tenía! Todos recitaban sus frases y yo me tenía que quedar con cara de roca, en silencio. ¡Por eso el enojo en mi carita! ¡Que hasta los que iban de hongos tenían una canción y hacían pasitos de baile! Pero, no, yo era el guijarro— bufo, incorporándome para tomar el lugar que me hacen en medio de ambos en el sillón, para volver a un tema que es mucho más interesante que mis incursiones en el teatro.
—Tranquilo y seguro— apunto cuando hablamos de la casa, que yo hubiera preferido el siete o el nueve, pero le veo sus conveniencias al cuatro. —Estaremos cerca de nuestros amigos que son aurores y Hans tendrá a toda su familia en un mismo lugar— al decirlo, con las manos de mi madre limpiando el pelo de mi cara, sostengo su mirada. —Sé que el seis es nuestra casa, Mo, pero al menos yo no quiero seguir aquí. Tal vez podrías venir al cuatro, poner tu restaurante ahí, conocer a un surfista o uno de esos millonarios con barcos de vela, el mundo se está yendo en picada como para que sigas postergando tus sueños de retiro— insinúo, que la decisión final la tiene ella, que es mi madre y sabrá mejor qué hará con su vida. —Hay cosas en el seis a las que nos aferramos demasiado tiempo y toca dejarlas ir en algún momento…—, que por algo entre todas las fotos que está mostrando Mohini, ni siquiera busco las que tienen al único ausente de nuestra familia. Pese a que logro recordar con toda claridad, cada día, como se escuchaba mi nombre dicho con su voz. —No hemos mirado nada todavía— vuelvo al tema, —Así que si quieres nos acompañas y mientras buscamos una para este bebé, buscamos una para ti—. Que la quiero cerca, pero no tan cerca. —Lo de ser una familia normal…— ladeo mi rostro hacia Hans y esbozo una sonrisa de disculpa, que no sé si el calificativo de «normal» sea algo que se pueda aplicar a nosotros alguna vez. Rozo su pómulo con una caricia, como si quisiera consolarlo. —Pero podemos tener un perro— lo hago parecer como si es algo que le fuera a servir de compensación a él, —No sé si un cachorro, porque me volvería loca con llantos y ladridos. Podría ser uno más grande, que sirva de perro guardián—. Y es que mi pasiva paranoia no cree que todos los recaudos sean suficientes, que me conozco y haré de esa casa una fortaleza para mi familia, por eso también quiero que mi madre este ahí. Que yo en crear muros tengo experiencia.
— Depende… ¿Quieres un perro para Navidad? — puede que sea una pregunta que suene con un tono ciertamente divertido, pero me encuentro a mí mismo descubriendo que soy capaz de dárselo si es lo que quiere. Voy a ser sincero, es una mala costumbre que he estado tomando desde la llegada de Meerah a mi vida y me he dado cuenta de que no se trata de tener dinero, sino de poseer gente en quien gastarlo. Al comienzo de mi pequeña fortuna, hice abuso de ella para conseguir caprichos e independencia, pero llega un punto donde simplemente te aburres de poseerlo todo con demasiada facilidad. Phoebe ya se ha quejado de la cantidad de tonterías que le he conseguido desde que volvimos a encontrarnos, pero no tengo razones para tener tantos galeones guardados en el banco. Mi ambición siempre estuvo destinada al control, no al oro y tengo ambos como para mantenerme satisfecho .
Siento que he metido la pata, aunque sea un poquito. Me hago el desentendido ante las aclaraciones de por qué Lara no comentó lo de la mudanza y la anécdota de su traje de roca se lleva toda mi atención, le regalo una sonrisa que se debate entre una risa y un gesto comprensivo — Si te sirve de consuelo, en un acto escolar hice de hoja de árbol y tuve que bailar salsa — una de esas memorias que tenía demasiado enterradas para mi propio bien — En mi defensa, tenía seis años — aclaro por las dudas. No sea que ahora piense que estaba llegando a la pubertad y seguía prestándome para hacer el ridículo. Al menos, el recuerdo es suficiente como para evitar que me quiebre en risa por la indignación de Scott, cosa que espero que agradezca, porque sabe lo pesado que me puedo poner.
La sensación de que soy un intruso es repentina. Así como yo quiero tener a los míos cerca, es comprensible que Scott tenga el mismo deseo. Quizá aquí estamos jugando a ser una familia feliz, pero todos sabemos que el mundo del otro lado de la puerta tiene otros planes. Juego el papel de adorno del sofá, me acomodo con un brazo alrededor de la cintura de Scott como si solo quisiera respaldar sus palabras pero no agregar nada a ellas, mis dedos aprovechan la cercanía para juguetear sobre su vientre al tenerla bien sujeta. Al menos, es una charla que no se prolonga demasiado y me encuentro con una caricia, atreviéndome a una sonrisa pequeña — Podemos conseguir una cerca blanca también, si quieres hacerlo un poco más tradicional — bromeo — Pero bueno… si quieres, podemos verlo cerca de Navidad. Meerah quería festejarlo este año — por fuera de lugar que parezca, tengo la sensación de que sí tenemos cosas para sentirnos agradecidos. A pesar de conocer gente que ha volado por los aires, tenemos nuestra pequeña recompensa. Pienso aferrarme a ello el tiempo que dure. Debe ser por eso que me acomodo para hacerme con un poco más de pastel, haciendo uso de mi mano libre y me hago cargo de la conversación más banal que se puede tener con la madre de tu … loquesea — Si vamos a seguir comiendo así, tengo la sensación de que Lara no será la única que engorde estos meses. ¿Cómo se llamaba el postre ese que me hiciste probar una vez y que tenías en un tupper? — en tiempos lejanos, cuando no había planes de terminar así, en el sofá de su madre y conversando sobre la idea de comprar una casa para criar a nuestro hijo. Las cosas pueden cambiar en un segundo y, por vertiginoso que sea, sé muy bien que he cerrado los ojos y saltado con gusto.
Siento que he metido la pata, aunque sea un poquito. Me hago el desentendido ante las aclaraciones de por qué Lara no comentó lo de la mudanza y la anécdota de su traje de roca se lleva toda mi atención, le regalo una sonrisa que se debate entre una risa y un gesto comprensivo — Si te sirve de consuelo, en un acto escolar hice de hoja de árbol y tuve que bailar salsa — una de esas memorias que tenía demasiado enterradas para mi propio bien — En mi defensa, tenía seis años — aclaro por las dudas. No sea que ahora piense que estaba llegando a la pubertad y seguía prestándome para hacer el ridículo. Al menos, el recuerdo es suficiente como para evitar que me quiebre en risa por la indignación de Scott, cosa que espero que agradezca, porque sabe lo pesado que me puedo poner.
La sensación de que soy un intruso es repentina. Así como yo quiero tener a los míos cerca, es comprensible que Scott tenga el mismo deseo. Quizá aquí estamos jugando a ser una familia feliz, pero todos sabemos que el mundo del otro lado de la puerta tiene otros planes. Juego el papel de adorno del sofá, me acomodo con un brazo alrededor de la cintura de Scott como si solo quisiera respaldar sus palabras pero no agregar nada a ellas, mis dedos aprovechan la cercanía para juguetear sobre su vientre al tenerla bien sujeta. Al menos, es una charla que no se prolonga demasiado y me encuentro con una caricia, atreviéndome a una sonrisa pequeña — Podemos conseguir una cerca blanca también, si quieres hacerlo un poco más tradicional — bromeo — Pero bueno… si quieres, podemos verlo cerca de Navidad. Meerah quería festejarlo este año — por fuera de lugar que parezca, tengo la sensación de que sí tenemos cosas para sentirnos agradecidos. A pesar de conocer gente que ha volado por los aires, tenemos nuestra pequeña recompensa. Pienso aferrarme a ello el tiempo que dure. Debe ser por eso que me acomodo para hacerme con un poco más de pastel, haciendo uso de mi mano libre y me hago cargo de la conversación más banal que se puede tener con la madre de tu … loquesea — Si vamos a seguir comiendo así, tengo la sensación de que Lara no será la única que engorde estos meses. ¿Cómo se llamaba el postre ese que me hiciste probar una vez y que tenías en un tupper? — en tiempos lejanos, cuando no había planes de terminar así, en el sofá de su madre y conversando sobre la idea de comprar una casa para criar a nuestro hijo. Las cosas pueden cambiar en un segundo y, por vertiginoso que sea, sé muy bien que he cerrado los ojos y saltado con gusto.
— ¡Un perro! ¿Vais a llamarlo Scott también o sería demasiado? — Bromeo, incluyéndome en la tertulia sobre el perro imaginario que mi hija desea aun a sabiendas de que para mi gusto, con un bebé en sus manos ya tiene suficiente para preocuparse por los siguientes veinte años… qué digo, por el resto de su vida, que un hijo no es una responsabilidad que tenga fecha de expiración, que un bebé está para cuidarlo por siempre, tenga la edad que tenga. — ¿Un ornitorrinco, hija mía? ¿De veras? A veces me pregunto de dónde sacaste esas ocurrencias, ¡que se trata de la mejor experiencia que vas a tener en la vida como mujer! — Ya sueno como las mujeres gurú de la televisión que se dedican a lanzar esta clase de comentarios a las embarazadas para espantarles la idea de abortar a la primera de cambio. — Ríete, ríete, ya verás cuando no puedas ni verte los pies desde arriba. — Digo con tono humorístico, riéndome entre dientes que me da un aspecto de malvada total, pero que soy capaz de camuflar como una pequeña broma de madre con experiencia en lo que le pellizco la mejilla.
Su propuesta a que sea yo también la que se mude de distrito me toma completamente por sorpresa, y tengo que echar hacia atrás la cabeza y un poco el pecho como si me lo acabara de decir en chino, porque creo que hubiera tenido la misma reacción. El discurso que acompaña su invitación, por otra parte, me hace plantearme cosas que hasta este momento ni se me habían pasado por la cabeza, como la idea de dejar esta casa. El hogar donde creció Lara, que guarda tantos recuerdos con mi difunto marido que no sé si estoy dispuesta a dejar eso atrás, por mucho que me lo pida mi hija como arrebato de embarazada. — No lo sé, cariño…Ya sabía que no querías desprenderte de mí tan fácil, ¿pero dejar el seis? ¿este lugar? No podría vender esta casa, simplemente… no. — Me hago con un poco de ayuda de la broma que hago al principio para que no se haga entrever lo que verdaderamente me importa un pasado que ya debería haber encerrado en una cajita, pero que esa cajita es esta propia casa y no puedo llevármela conmigo, porque en el fondo soy una blanda, pero debo mantener mi propia armadura de acero si quiero proteger a mi pequeña familia, ya no tan pequeña. Al final, me resigno a soltar un suspiro porque tampoco puedo negarle una petición como esa si es que lo quiere de verdad, a fin de cuentas es mi hija y que tenga el mundo entero y más entra dentro de la lista de cosas que hacer por ella. — Pero puedo hacerlo por un tiempo, si es lo que quieres, mientras estés embarazada y cuando nazca el bebé, hasta que sientas que ya no necesitas a esta vieja madre tuya y ya si quieres, cuando llegue el momento, me envías a ese crucero con hombres que den masajes y mojitos gratis, ¿de acuerdo? — Sonrío, tan honesta como me lo permite la gracia que seguimos alargando con los días a nuestra propia costa.
Me apunto a la idea de visitar casitas con un movimiento afirmativo de mi cabeza, aunque la mención de las festividades me hace pensar en que se encuentran a a vuelta de la esquina y la simple idea de todo lo que se viene con el bebé, nueva casa al igual que nuevas caras, hace que me lata el corazón con más ímpetu. — ¡Panda de exagerados! Hasta que no hayáis probado mi menú navideño no sabéis lo que es engordar en condiciones. — Porque sí, se me pasa enseguida las preocupaciones anteriores al pensar que puedo cocinar para más de dos o tres personas y ser feliz engordando a gente, que están los dos muy escuálidos. Me quedo observándolos a ambos desde mi lugar, con una sonrisa fina en mis labios que aparece de a poco al darme cuenta de lo mucho que he ganado en las últimas semanas sin siquiera pedirlo, sin que venga a cuento y de la manera más inesperada posible, que dicen que lo inesperado es por lo que vale la pena apostar y yo no sé si mi hija apostó alto, pero desde luego se llevó el gordo sin quererlo, o queriéndolo, el resultado no difiere.
Su propuesta a que sea yo también la que se mude de distrito me toma completamente por sorpresa, y tengo que echar hacia atrás la cabeza y un poco el pecho como si me lo acabara de decir en chino, porque creo que hubiera tenido la misma reacción. El discurso que acompaña su invitación, por otra parte, me hace plantearme cosas que hasta este momento ni se me habían pasado por la cabeza, como la idea de dejar esta casa. El hogar donde creció Lara, que guarda tantos recuerdos con mi difunto marido que no sé si estoy dispuesta a dejar eso atrás, por mucho que me lo pida mi hija como arrebato de embarazada. — No lo sé, cariño…Ya sabía que no querías desprenderte de mí tan fácil, ¿pero dejar el seis? ¿este lugar? No podría vender esta casa, simplemente… no. — Me hago con un poco de ayuda de la broma que hago al principio para que no se haga entrever lo que verdaderamente me importa un pasado que ya debería haber encerrado en una cajita, pero que esa cajita es esta propia casa y no puedo llevármela conmigo, porque en el fondo soy una blanda, pero debo mantener mi propia armadura de acero si quiero proteger a mi pequeña familia, ya no tan pequeña. Al final, me resigno a soltar un suspiro porque tampoco puedo negarle una petición como esa si es que lo quiere de verdad, a fin de cuentas es mi hija y que tenga el mundo entero y más entra dentro de la lista de cosas que hacer por ella. — Pero puedo hacerlo por un tiempo, si es lo que quieres, mientras estés embarazada y cuando nazca el bebé, hasta que sientas que ya no necesitas a esta vieja madre tuya y ya si quieres, cuando llegue el momento, me envías a ese crucero con hombres que den masajes y mojitos gratis, ¿de acuerdo? — Sonrío, tan honesta como me lo permite la gracia que seguimos alargando con los días a nuestra propia costa.
Me apunto a la idea de visitar casitas con un movimiento afirmativo de mi cabeza, aunque la mención de las festividades me hace pensar en que se encuentran a a vuelta de la esquina y la simple idea de todo lo que se viene con el bebé, nueva casa al igual que nuevas caras, hace que me lata el corazón con más ímpetu. — ¡Panda de exagerados! Hasta que no hayáis probado mi menú navideño no sabéis lo que es engordar en condiciones. — Porque sí, se me pasa enseguida las preocupaciones anteriores al pensar que puedo cocinar para más de dos o tres personas y ser feliz engordando a gente, que están los dos muy escuálidos. Me quedo observándolos a ambos desde mi lugar, con una sonrisa fina en mis labios que aparece de a poco al darme cuenta de lo mucho que he ganado en las últimas semanas sin siquiera pedirlo, sin que venga a cuento y de la manera más inesperada posible, que dicen que lo inesperado es por lo que vale la pena apostar y yo no sé si mi hija apostó alto, pero desde luego se llevó el gordo sin quererlo, o queriéndolo, el resultado no difiere.
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Si ha vuelto a preguntar es porque va en serio, que si digo que quiero el tonto perro, me traerá uno como si se lo hubiera encargado y, de pronto, no quiero quedar como una niña caprichosa por fuera de las bromas o tomar la costumbre de empezar a pedir cosas, que eso se vuelve una manía luego. No le respondo, en cambio tomo el chiste de mi madre y simulo un sobresalto de susto. —¡Sería un caos! Si Hans se pone a gritar Scott en la casa con su tono regañón, nunca sabremos si me habla a mí, al perro ¡o al bebé!—. Puesto que la discusión sobre el nombre y también el apellido sigue abierta, la última es un detalle que no podemos obviar. Lo que no me doy cuenta es que le estoy dando fama de gritón delante de mi madre, aunque a estas alturas de la noche, creo que no hay comentario que le quite el efecto de amortentia a mi madre en el que la indujo con su parla. —¡Pobre, hombre! Se volvería loco si hay más de una Scott— busco sus ojos, más claros que los míos o de mi madre, pero con ese resplandor de humor que hace que este primer encuentro con mi madre sea cualquier cosa, menos la reunión tensa que esperábamos al estar esperando fuera de la casa. —¿La mejor experiencia de una mujer? Y yo que estaba segura de que la mejor era la…— me interrumpo, mi mirada cruzándose con la de Mohini, mis facciones mostrando una expresión tan inocente que podemos seguir con sus predicciones a mi embarazo. —¡Eso es lo que digo! ¡Tendré pies de pato!— me quejo, que la comparación con el ornitorrinco tiene su razón de ser.
Su anécdota escolar provoca mi ternura que se expresa en un sonido arrullante y sale de mis labios que forman un mohín, que me ha dado ganas de pellizcarle las mejillas sabiendo que si con veinte y algo de años las tenía tan llenas y sonrojadas, ¡lo que habrá sido con seis años! Me apunto como una de las tareas prioritarias en mi agenda sacar una cita con Phoebe para que me ilustre con su propia versión de cada una de sus anécdotas, y es que más allá de las primeras cosas que me enteré sobre los Powell, por trágicas que fueron, no llegaron a empañar del todo otros recuerdos. Y es cuando pienso que hasta Meerah, él no tenía más que a Phoebe, que en mi caso la única familia de sangre que he tenido ha sido mi madre hasta saber que estaba embarazada, se me hace más fácil armar una imagen mental donde podamos ir encajando aunque seamos piezas de distintos puzzles y de normales no tengamos nada, que estamos demasiado lejos de esa fantasía de casas con cercas blancas, pero podemos tener una playa en el patio trasero ¿y no es eso genial? Puedo prestarle a mi madre para que le haga recetas, postres… —¿Hablas del gulab yamun?—, y platos navideños que nos tengan hasta finales de enero con el estómago pesado. —Si mi madre se ha propuesto engodarte, creo que pronto volverás a tener tus cachetes rellenos. Serás lo más rico luego de Navidad— me río sentada a su lado, inclinándome hacia él para acariciar su mejilla con un beso que apenas roza su piel, en tanto coloco una mano sobre la suya, entrelazándolas de un modo natural e inconsciente en que no reparo, simplemente lo hago.
Veo mi oportunidad de dar mis comentarios sobre la cena cuando estamos de vuelta en la isla ministerial, con el alma de Hans segura dentro de su cuerpo, que ha sobrevivido al encuentro con mi madre y nos hemos librado de cruzarnos con dementores por volver antes de la hora del toque de queda. Me deshago de las botas después de cruzar la puerta de entrada, recogiéndolas con una mano y emprendo la subida por la escalera con mis pies liberados de esa incomodidad, dejando que mis palabras lleguen a él que me sigue hacia el dormitorio con la poca luz que nos basta para orientarnos. —¡Es que yo no sé cómo lo haces!— exclamo, no lo suficientemente alto como para el resto de los habitantes de la casa nos escuchen, solo en el tono para que él perciba mi incredulidad. —¡Lograste seducirla al tercer bocado! Se retiró de la competencia de picantes nada más comenzar y se quedó planeando recetas navideñas. ¡Se ha enamorado de ti en la primera cita!— bufo, sacudiendo mis brazos en el aire y con ellos, mis zapatos al borde del barandal. —¡Es increíble! ¡Nunca visto! A este paso, creeré que soy la única que es capaz de resistirse a tus encantos— digo, dándome la vuelta al alcanzar el final de la escalera. A pesar de mi estatura en desventaja por estar descalza, me aprovecho de que esté unos peldaños más abajo para acusarlo con mi dedo índice. —Eres peligroso, Hans Powell— sentencio. —Y no quiero enterarme que te ves a solas con ella, porque me di cuenta cómo la mirabas. Mi madre logró seducirte también con sus recetas— resoplo con fuerza por mi nariz, un gesto que se acompaña de una postura de hombros y brazos rígidos que no tiene el efecto intimidante que pretendo por un pasillo que está casi sumido en las penumbras, y lo siguiente que digo al darle la espalda para seguir andando, es más un farfullo enfadado dicho entre dientes que otra cosa, como para no despertar a Meerah. —¡El único novio que llevo a mi casa y mi madre me lo roba! ¡Se ha visto!—. Y abrir la puerta del dormitorio, en vez de dejarla abierta ya que viene detrás, la cierro con un golpe seco a mi espalda y me voy a encerrar en el baño a lavarme los dientes por quince minutos.
Su anécdota escolar provoca mi ternura que se expresa en un sonido arrullante y sale de mis labios que forman un mohín, que me ha dado ganas de pellizcarle las mejillas sabiendo que si con veinte y algo de años las tenía tan llenas y sonrojadas, ¡lo que habrá sido con seis años! Me apunto como una de las tareas prioritarias en mi agenda sacar una cita con Phoebe para que me ilustre con su propia versión de cada una de sus anécdotas, y es que más allá de las primeras cosas que me enteré sobre los Powell, por trágicas que fueron, no llegaron a empañar del todo otros recuerdos. Y es cuando pienso que hasta Meerah, él no tenía más que a Phoebe, que en mi caso la única familia de sangre que he tenido ha sido mi madre hasta saber que estaba embarazada, se me hace más fácil armar una imagen mental donde podamos ir encajando aunque seamos piezas de distintos puzzles y de normales no tengamos nada, que estamos demasiado lejos de esa fantasía de casas con cercas blancas, pero podemos tener una playa en el patio trasero ¿y no es eso genial? Puedo prestarle a mi madre para que le haga recetas, postres… —¿Hablas del gulab yamun?—, y platos navideños que nos tengan hasta finales de enero con el estómago pesado. —Si mi madre se ha propuesto engodarte, creo que pronto volverás a tener tus cachetes rellenos. Serás lo más rico luego de Navidad— me río sentada a su lado, inclinándome hacia él para acariciar su mejilla con un beso que apenas roza su piel, en tanto coloco una mano sobre la suya, entrelazándolas de un modo natural e inconsciente en que no reparo, simplemente lo hago.
Veo mi oportunidad de dar mis comentarios sobre la cena cuando estamos de vuelta en la isla ministerial, con el alma de Hans segura dentro de su cuerpo, que ha sobrevivido al encuentro con mi madre y nos hemos librado de cruzarnos con dementores por volver antes de la hora del toque de queda. Me deshago de las botas después de cruzar la puerta de entrada, recogiéndolas con una mano y emprendo la subida por la escalera con mis pies liberados de esa incomodidad, dejando que mis palabras lleguen a él que me sigue hacia el dormitorio con la poca luz que nos basta para orientarnos. —¡Es que yo no sé cómo lo haces!— exclamo, no lo suficientemente alto como para el resto de los habitantes de la casa nos escuchen, solo en el tono para que él perciba mi incredulidad. —¡Lograste seducirla al tercer bocado! Se retiró de la competencia de picantes nada más comenzar y se quedó planeando recetas navideñas. ¡Se ha enamorado de ti en la primera cita!— bufo, sacudiendo mis brazos en el aire y con ellos, mis zapatos al borde del barandal. —¡Es increíble! ¡Nunca visto! A este paso, creeré que soy la única que es capaz de resistirse a tus encantos— digo, dándome la vuelta al alcanzar el final de la escalera. A pesar de mi estatura en desventaja por estar descalza, me aprovecho de que esté unos peldaños más abajo para acusarlo con mi dedo índice. —Eres peligroso, Hans Powell— sentencio. —Y no quiero enterarme que te ves a solas con ella, porque me di cuenta cómo la mirabas. Mi madre logró seducirte también con sus recetas— resoplo con fuerza por mi nariz, un gesto que se acompaña de una postura de hombros y brazos rígidos que no tiene el efecto intimidante que pretendo por un pasillo que está casi sumido en las penumbras, y lo siguiente que digo al darle la espalda para seguir andando, es más un farfullo enfadado dicho entre dientes que otra cosa, como para no despertar a Meerah. —¡El único novio que llevo a mi casa y mi madre me lo roba! ¡Se ha visto!—. Y abrir la puerta del dormitorio, en vez de dejarla abierta ya que viene detrás, la cierro con un golpe seco a mi espalda y me voy a encerrar en el baño a lavarme los dientes por quince minutos.
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