VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Después de They said memories all fade out...
El callejón mojado por la lluvia se desvanece a mi alrededor con una sacudida y mis pies se posan en un suelo igual de sucio, con unos pocos charcos a causa de las goteras en el techo del viejo galpón. Las paredes se han vuelto débiles por el abandono, que hay suspiros del viento exterior colándose por las rendijas entre ladrillos o las ventanas con los cristales hecho trizas. Se siente un frío helado dentro que cubro los brazos de Alice con su misma capa para que no tiemble, notando que la tela no es tan abrigada como debería y puede que acabe con un resfriado por haber estado merodeando por el distrito cinco en este día lluvioso. No sé a dónde iba, pero no llegará. Si alguien la esperaba notará su falta o puede que crea que tuvo complicaciones en el camino debido a las patrullas intensivas, espero que crean que tuvo que volver a cualquier lugar que esté usando como refugio.
Cargo con ella hasta esconderla detrás unos cacharros que alguien tuvo que traer de la fábrica de al lado, este sitio habrá servido de depósito en alguna ocasión y ahora se ve como un vertedero, pero está un perro negro un poco escuálido que percibe la compañía y sale de unas cajas de cartón que le sirven de hogar. Dejo que olisquee a Alice mientras uso mi varita para conjurar un patronus que me permita enviar un mensaje a Jessica. La niebla que se desprende de la punta de mi varita y toma la forma de un oso, también se acerca a la mujer para fijarse en su rostro por debajo de la capucha y se aleja hacia la puerta, a su paso rápido pero pesado, hasta desaparecer. No hay nada de raro en que un cazador se comunique con su jefa, nunca la he llamado para nada y si lo hago en esta oportunidad, sabrá por qué con unas pocas palabras. Perro se muestra emocionado por la figura dormida, sacude su cola de un lado al otro con frenesí y vuelve a buscar mi mano con su hocico, como pidiéndome que la despierte. Rasco su cabeza, postergando el momento de cumplir su deseo, hasta que Alice despierte por propia cuenta o Jessica llegue, lo que suceda primero.
El callejón mojado por la lluvia se desvanece a mi alrededor con una sacudida y mis pies se posan en un suelo igual de sucio, con unos pocos charcos a causa de las goteras en el techo del viejo galpón. Las paredes se han vuelto débiles por el abandono, que hay suspiros del viento exterior colándose por las rendijas entre ladrillos o las ventanas con los cristales hecho trizas. Se siente un frío helado dentro que cubro los brazos de Alice con su misma capa para que no tiemble, notando que la tela no es tan abrigada como debería y puede que acabe con un resfriado por haber estado merodeando por el distrito cinco en este día lluvioso. No sé a dónde iba, pero no llegará. Si alguien la esperaba notará su falta o puede que crea que tuvo complicaciones en el camino debido a las patrullas intensivas, espero que crean que tuvo que volver a cualquier lugar que esté usando como refugio.
Cargo con ella hasta esconderla detrás unos cacharros que alguien tuvo que traer de la fábrica de al lado, este sitio habrá servido de depósito en alguna ocasión y ahora se ve como un vertedero, pero está un perro negro un poco escuálido que percibe la compañía y sale de unas cajas de cartón que le sirven de hogar. Dejo que olisquee a Alice mientras uso mi varita para conjurar un patronus que me permita enviar un mensaje a Jessica. La niebla que se desprende de la punta de mi varita y toma la forma de un oso, también se acerca a la mujer para fijarse en su rostro por debajo de la capucha y se aleja hacia la puerta, a su paso rápido pero pesado, hasta desaparecer. No hay nada de raro en que un cazador se comunique con su jefa, nunca la he llamado para nada y si lo hago en esta oportunidad, sabrá por qué con unas pocas palabras. Perro se muestra emocionado por la figura dormida, sacude su cola de un lado al otro con frenesí y vuelve a buscar mi mano con su hocico, como pidiéndome que la despierte. Rasco su cabeza, postergando el momento de cumplir su deseo, hasta que Alice despierte por propia cuenta o Jessica llegue, lo que suceda primero.
Siento un frío helado esta noche a pesar de que aún no es invierno, y por muchas mantas que me he puesto encima no consigo coger la temperatura adecuada. Entre eso y el insomnio, al que tras años de lucha continua me he acabado resignando, acabo por bufar y levantarme de la cama, asumiendo que no me voy a dormir. Mi rutina en estos casos suele incluir a Liam o a Anderson, pues si alguno me escuchaba levantarse solían hacerlo también. Liam, con los años, se ha convertido en todo un experto de las infusiones, aceites o tipos de masajes que pueden tener alguna posibilidad de ayudarme a dormir, y Andy por el contrario en ocasiones sufre del mismo mal, así que me hace compañía. Supongo que son consecuencias de los juegos. Pero esta noche ninguno de los dos está, así que me las apaño sola preparando una de esas infusiones.
Justo cuando llevo un rato en la cocina y estoy sirviendo el humeante líquido en la taza, veo por el rabillo del ojo una luz azulada en el salón de casa. Ni siquiera me inmuto porque no es la primera vez y seguro que tampoco será la última que mi televisor se enciende de la nada. No sé por qué clase de fenómeno todos los cacharros electrónicos a mi alrededor funcionan siempre mal, y la tele no escapa a esa regla. Me limito a agarrar la taza con ambas manos, con la intención de calentarlas, mientras me dirijo hacia el salón y por tanto hacia la luz azul. En cuanto me asomo por la puerta, me sobresalto de tal forma que la taza cae al suelo y se rompe en mil pedazos. El destello no era la televisión, sino un patronus. Maldigo de todas las formas que sé y saco la varita, haciendo un aspaviento para que los pedazos se vayan recogiendo mientras me acerco, intrigada, al patronus.
La verdad es que en muy pocas ocasiones he recibido uno, pero las pocas en las que ha ocurrido no han sido buenas noticias. Mi corazón se acelera antes de que pueda darme cuenta, y a medida que el mensaje del oso luminoso se va reproduciendo late más y más fuerte. Es de Colin, y no me hacen falta nada más que los detalles que me ha dado para comprender que necesita mi ayuda. No sé para qué, pero sé dónde. Corro a vestirme y por un momento me alegro de que no haya nadie en casa, pues me tocaría dar unas explicaciones que no quiero dar. Me aparezco en menos de veinte minutos en el lugar que el patronus ha detallado, y lo primero que veo es a Colin.
No me fijo mucho más en el lugar, y no le veo especialmente sobresaltado ni alterado, por lo que se me ocurre que tal vez lo único que quería era hablar, pero ¿por qué aquí? ¿Por qué tanta prisa? - ¿Qué ocurre? - No pospongo más la resolución de mis dudas, y me voy acercando poco a poco a mi amigo, hasta que caigo en la cuenta de un bulto en el suelo, cubierto por una capa. Con la oscuridad no veo muy bien, pero reconozco la silueta de una figura humana bajo la tela. - Colin, ¿qué has...? - No acabo la frase, pero no creo que haga falta. No me muestro exteriormente todo lo sorprendida que estoy con la situación, e intento mantener la calma y la frialdad - Vale, explícame qué es todo esto antes de que siga imaginando versiones en las que eres un asesino en serie - Cuando digo "todo esto" señalo al bulto del suelo, y antes de que me responda me aproximo a él y lo destapo. Y lo que veo, o mejor dicho a quién veo, no me deja para nada indiferente.
Justo cuando llevo un rato en la cocina y estoy sirviendo el humeante líquido en la taza, veo por el rabillo del ojo una luz azulada en el salón de casa. Ni siquiera me inmuto porque no es la primera vez y seguro que tampoco será la última que mi televisor se enciende de la nada. No sé por qué clase de fenómeno todos los cacharros electrónicos a mi alrededor funcionan siempre mal, y la tele no escapa a esa regla. Me limito a agarrar la taza con ambas manos, con la intención de calentarlas, mientras me dirijo hacia el salón y por tanto hacia la luz azul. En cuanto me asomo por la puerta, me sobresalto de tal forma que la taza cae al suelo y se rompe en mil pedazos. El destello no era la televisión, sino un patronus. Maldigo de todas las formas que sé y saco la varita, haciendo un aspaviento para que los pedazos se vayan recogiendo mientras me acerco, intrigada, al patronus.
La verdad es que en muy pocas ocasiones he recibido uno, pero las pocas en las que ha ocurrido no han sido buenas noticias. Mi corazón se acelera antes de que pueda darme cuenta, y a medida que el mensaje del oso luminoso se va reproduciendo late más y más fuerte. Es de Colin, y no me hacen falta nada más que los detalles que me ha dado para comprender que necesita mi ayuda. No sé para qué, pero sé dónde. Corro a vestirme y por un momento me alegro de que no haya nadie en casa, pues me tocaría dar unas explicaciones que no quiero dar. Me aparezco en menos de veinte minutos en el lugar que el patronus ha detallado, y lo primero que veo es a Colin.
No me fijo mucho más en el lugar, y no le veo especialmente sobresaltado ni alterado, por lo que se me ocurre que tal vez lo único que quería era hablar, pero ¿por qué aquí? ¿Por qué tanta prisa? - ¿Qué ocurre? - No pospongo más la resolución de mis dudas, y me voy acercando poco a poco a mi amigo, hasta que caigo en la cuenta de un bulto en el suelo, cubierto por una capa. Con la oscuridad no veo muy bien, pero reconozco la silueta de una figura humana bajo la tela. - Colin, ¿qué has...? - No acabo la frase, pero no creo que haga falta. No me muestro exteriormente todo lo sorprendida que estoy con la situación, e intento mantener la calma y la frialdad - Vale, explícame qué es todo esto antes de que siga imaginando versiones en las que eres un asesino en serie - Cuando digo "todo esto" señalo al bulto del suelo, y antes de que me responda me aproximo a él y lo destapo. Y lo que veo, o mejor dicho a quién veo, no me deja para nada indiferente.
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No tiene intenciones de entregarme, no lo ha dicho solo una, sino varias veces, no tengo motivos para creer en sus palabras, y aún así me encuentro girando mi cuerpo para largarme de allí como si esta conversación no hubiera tenido lugar. Porque en el fondo no la ha tenido, seguimos siendo dos extraños el uno para el otro, pero con un nombre en común que nos desprende de esa categoría. Tampoco puedo ignorar que hay un vínculo que nos une, uno tan estrecho que bien podríamos haberlo cortado aquí, cuando si fuera necesario sincerarse creo que ninguno querría hacerlo. No eran tiempos mejores en los que nos conocimos, ni de lejos, pero había algo reconfortante en pensar que había alguien más dentro de la miseria del viejo continente que podía sentir lo mismo que yo, o al menos, algo que simulara esa pérdida. Supongo que, ahora que el pasado se repite, y a sabiendas de que somos personas completamente ajenas, una parte de mí quiere aferrarse a esa niña que jugaba en ruinas antes de convertirse en una. Puede que viviéramos bajo escombros, pero de a malas, en esa época aun no tenía el alma fracturado en un millón de pedazos, rotos en el propio tiempo.
Creo que ni siquiera lo pienso cuando mi mente se apaga y mi cuerpo cae al suelo como el saco de huesos que llevo tiempo siendo. No hace mucho que me envuelve esta misma oscuridad, tan pesada que me avergüenza el hecho de admitir que me gustaría poder permanecer así para el resto de la eternidad. Es así que mi cerebro no tiene la obligación de funcionar, cuando la inconsciencia llega a ese nivel que el pensar no es más que una acción del pasado olvidada en el presente, ese en el que la realidad es demasiado cruel como para seguir creyendo que hay una oportunidad para corregir los errores. Porque de esos he hecho muchos, he tropezado repetidas veces con la misma piedra, y lo peor es que es esa misma piedra la que me golpea a mí misma sin quererlo. Es triste, penoso, además de patético y otros cuantos adjetivos más que no se me ocurren, pero he terminado por cogerle cariño a esa roca, es la que me recuerda que estamos vivos.
Para cuando tengo la suficiente lucidez y mi cerebro empieza a arrancar, al principio despacio y después todo de golpe, abro mis párpados lento sin pensarlo, encontrándome con que no tengo ni idea de lo que ha pasado en los últimos minutos, o puede que hayan sido horas, y que estoy tan desorientada que el hecho de estar tumbada en el suelo me descoloca por unos segundos. Lo otro que me desconcierta es tener una cabeza pegada a la mía a escasos centímetros de distancia. La confusión es de tal calibre que me impulso hacia atrás con el cuerpo para ponerme en pie, llevándome conmigo algún cacharro metálico que tengo detrás al chocar contra ellos fruto de la fuerza con que me levanto. Despertar de la inconsciencia aun deja en mis ojos un rastro de desorientación que provoca que me cueste enfocar a la persona que tengo ahora a unos metros, pasando la mirada hacia la parte trasera para diferenciar otra sombra en la oscuridad. — ¿Qué…? — El corazón me late con tanto ímpetu que no se me ocurre otra cosa que decir en cuanto distingo las caras, y para mi sorpresa, las reconozco a las dos. Una no hace tanto que veo, la otra, se siente como una eternidad.
Creo que ni siquiera lo pienso cuando mi mente se apaga y mi cuerpo cae al suelo como el saco de huesos que llevo tiempo siendo. No hace mucho que me envuelve esta misma oscuridad, tan pesada que me avergüenza el hecho de admitir que me gustaría poder permanecer así para el resto de la eternidad. Es así que mi cerebro no tiene la obligación de funcionar, cuando la inconsciencia llega a ese nivel que el pensar no es más que una acción del pasado olvidada en el presente, ese en el que la realidad es demasiado cruel como para seguir creyendo que hay una oportunidad para corregir los errores. Porque de esos he hecho muchos, he tropezado repetidas veces con la misma piedra, y lo peor es que es esa misma piedra la que me golpea a mí misma sin quererlo. Es triste, penoso, además de patético y otros cuantos adjetivos más que no se me ocurren, pero he terminado por cogerle cariño a esa roca, es la que me recuerda que estamos vivos.
Para cuando tengo la suficiente lucidez y mi cerebro empieza a arrancar, al principio despacio y después todo de golpe, abro mis párpados lento sin pensarlo, encontrándome con que no tengo ni idea de lo que ha pasado en los últimos minutos, o puede que hayan sido horas, y que estoy tan desorientada que el hecho de estar tumbada en el suelo me descoloca por unos segundos. Lo otro que me desconcierta es tener una cabeza pegada a la mía a escasos centímetros de distancia. La confusión es de tal calibre que me impulso hacia atrás con el cuerpo para ponerme en pie, llevándome conmigo algún cacharro metálico que tengo detrás al chocar contra ellos fruto de la fuerza con que me levanto. Despertar de la inconsciencia aun deja en mis ojos un rastro de desorientación que provoca que me cueste enfocar a la persona que tengo ahora a unos metros, pasando la mirada hacia la parte trasera para diferenciar otra sombra en la oscuridad. — ¿Qué…? — El corazón me late con tanto ímpetu que no se me ocurre otra cosa que decir en cuanto distingo las caras, y para mi sorpresa, las reconozco a las dos. Una no hace tanto que veo, la otra, se siente como una eternidad.
El lomo del perro vagabundo se eriza con la repentina aparición de otra persona, una sorpresa para él, no para mí que la estaba esperando. —No le hice daño— es lo primero que dejo bien en claro. La reacción aturdida de Jess me obliga a mirar el escenario desde sus propios ojos, sé que no es el mejor, estamos en un sitio abandonado y alejado de todo ruido, con un bulto envuelto en una capa que no tiene cómo saber en qué estado se encuentra. —La traje aquí para que puedas hablar con ella antes de que la declare una causa perdida—. Y eso también implicaría reportarla como debe ser. Rasco una de mis cejas cuando tengo que explicar de quién se trata, aunque vale hacer suposiciones, tras una respiración necesaria de aire. —Es una amiga que tenemos en común— digo, aguardando a que por sí misma retire la tela que cubre el rostro de Alice, quien reacciona en ese momento con un estruendo metálico a su espalda al moverse para poner distancia, y eso ruido asusta al perro que huye a esconderse entre sus cajas otra vez.
Desde mi posición las observo a ambas, quedo resguardado en parte por la otra cazadora cuando me muevo para quedar detrás de ella, así puedo seguir los cambios en el semblante de Alice y que tenga el rostro de Jess tan cerca como para enfocar su atención, me salva de ser quien deba hacer cara a una mirada asesina que me puede culparme con justa razón de haberla traído aquí contra su voluntad. —En vistas de que no hace falta hacer las presentaciones correspondientes…— digo, —Espero que hablar con Jess te haga ver lo equivocada que estás y si no quieres mi ayuda, al menos considera la suya—. Suena a que la estoy atacando, lo sé, no tengo idea de cómo desprenderme de ese tono o dejar de mirarla con un ceño acusador, porque mi mente sigue en conflicto con todo lo que me ha dicho y por mi propia terquedad me sostengo en que es ella quien tiene las creencias erróneas.
De todos modos, si he llamado a Jess en vez de un par de aurores, es porque decidí correr hacia un lado todo en lo que podría creer y en lo que me paro cada día para saber con certeza qué lugar ocupo en esta guerra. Lo único que espero es que valga de algo, que Alice puede decir que no tiene nada y se arroja al peligro a cara descubierta, busca la muerte altruista como la solución a una vida que no le da esperanzas, pero nosotros dos si nos estamos arriesgando al acercarnos a ella y en especial Jess que hace poco está como jefa. Y así como a regañadientes tengo que admitir que quiero ayudar a Alice, tampoco me muevo de mi sitio porque quiero asegurarme de que nada exponga a Jess y, se lo dije, puede confiar en mí para que todo lo que sea dicho, quede entre nosotros tres.
Desde mi posición las observo a ambas, quedo resguardado en parte por la otra cazadora cuando me muevo para quedar detrás de ella, así puedo seguir los cambios en el semblante de Alice y que tenga el rostro de Jess tan cerca como para enfocar su atención, me salva de ser quien deba hacer cara a una mirada asesina que me puede culparme con justa razón de haberla traído aquí contra su voluntad. —En vistas de que no hace falta hacer las presentaciones correspondientes…— digo, —Espero que hablar con Jess te haga ver lo equivocada que estás y si no quieres mi ayuda, al menos considera la suya—. Suena a que la estoy atacando, lo sé, no tengo idea de cómo desprenderme de ese tono o dejar de mirarla con un ceño acusador, porque mi mente sigue en conflicto con todo lo que me ha dicho y por mi propia terquedad me sostengo en que es ella quien tiene las creencias erróneas.
De todos modos, si he llamado a Jess en vez de un par de aurores, es porque decidí correr hacia un lado todo en lo que podría creer y en lo que me paro cada día para saber con certeza qué lugar ocupo en esta guerra. Lo único que espero es que valga de algo, que Alice puede decir que no tiene nada y se arroja al peligro a cara descubierta, busca la muerte altruista como la solución a una vida que no le da esperanzas, pero nosotros dos si nos estamos arriesgando al acercarnos a ella y en especial Jess que hace poco está como jefa. Y así como a regañadientes tengo que admitir que quiero ayudar a Alice, tampoco me muevo de mi sitio porque quiero asegurarme de que nada exponga a Jess y, se lo dije, puede confiar en mí para que todo lo que sea dicho, quede entre nosotros tres.
Paso mi vista de Colin a Alice una y otra vez sucesivamente, sin creerme aún del todo lo que está pasando. No quiero perderme ni un detalle de las expresiones o las palabras de ambos, pero la vista no me da para tanto y decido centrarme en las explicaciones que da Colin, más que nada porque si hay algo que necesito ahora mismo son explicaciones. - Te dije que no te arriesgaras - Intento plasmar en mi tono de voz un reproche que no siento en absoluto, pues gracias a ese riesgo tengo delante a la persona a la que llevo buscando más de una década. No estoy segura de qué es exactamente lo que Colin quiere que le diga a Alice, ni en qué quiere que la ayude, pero puedo hacerme una vaga idea sin la necesidad de hablar con él sobre ello. Y pasan tantísimas cosas por mi mente que no sé por cuál decantarme.
Quiero abrazarla, quiero gritarle que dónde demonios ha estado todo este tiempo y por qué no ha intentado ponerse en contacto conmigo para decirme que está bien, quiero preguntarle qué le ha pasado en todos estos años, cómo está mi ahijada Murphy y por qué ha decidido unirse a una causa tan peligrosa con tanto fervor como el que vi en las minas sabiendo el peligro que corre ella y los que la rodean. Quiero hacer tantas cosas, que sólo me sale una de ellas. Me aproximo casi corriendo hacia donde está y la envuelvo en mis brazos, tal y como hacía cuando era más pequeña y estaba preocupada por algo, mientras le repetía que todo iba a ir bien. No digo nada, simplemente mi limito a abrazarla durante unos segundos como si eso fuera lo único que llevo queriendo hacer durante años, porque realmente lo es. Trato de concentrarme en el hecho de que la persona que tengo en frente es Alice, que no son imaginaciones mías y que por fin está ocurriendo.
Pero no pasa más de medio minuto sin que todo lo demás me nuble la mente, y olvide lo bueno de la situación para convertirlo todo en un reproche que probablemente en estos instantes carezca de sentido. Es eso lo que me hace cambiar radicalmente de gesto, y pasar de estar abrazándola a alejarme rápidamente de ella, como si lo que tuviera delante no fuese real. Doy un par de pequeños pasos atrás, pero me quedo lo suficientemente cerca como para extender mi brazo con cierta brusquedad y apartarla con un ligero empujón y el ceño fruncido. - ¿Te has vuelto loca? ¿Qué haces con ellos? - Me cruzo de brazos como si fuese una madre echándole a su hija una regañina, sin darme cuenta de que esos tiempos pasaron hace ya mucho. - En qué estabas pensando, Alice - Esta vez parece que me dirijo más bien a la nada, pues dejo de mirarla y me dedico a pasear en círculos frente a ella. - Bueno, pero qué digo, probablemente no estabas pensando en absoluto - Masajeo mis sienes con la punta de mis dedos, esperando que eso me calme lo suficiente como para que la metamorfomagia no se ocupe de hacer saber lo enfadada que estoy.
Quiero abrazarla, quiero gritarle que dónde demonios ha estado todo este tiempo y por qué no ha intentado ponerse en contacto conmigo para decirme que está bien, quiero preguntarle qué le ha pasado en todos estos años, cómo está mi ahijada Murphy y por qué ha decidido unirse a una causa tan peligrosa con tanto fervor como el que vi en las minas sabiendo el peligro que corre ella y los que la rodean. Quiero hacer tantas cosas, que sólo me sale una de ellas. Me aproximo casi corriendo hacia donde está y la envuelvo en mis brazos, tal y como hacía cuando era más pequeña y estaba preocupada por algo, mientras le repetía que todo iba a ir bien. No digo nada, simplemente mi limito a abrazarla durante unos segundos como si eso fuera lo único que llevo queriendo hacer durante años, porque realmente lo es. Trato de concentrarme en el hecho de que la persona que tengo en frente es Alice, que no son imaginaciones mías y que por fin está ocurriendo.
Pero no pasa más de medio minuto sin que todo lo demás me nuble la mente, y olvide lo bueno de la situación para convertirlo todo en un reproche que probablemente en estos instantes carezca de sentido. Es eso lo que me hace cambiar radicalmente de gesto, y pasar de estar abrazándola a alejarme rápidamente de ella, como si lo que tuviera delante no fuese real. Doy un par de pequeños pasos atrás, pero me quedo lo suficientemente cerca como para extender mi brazo con cierta brusquedad y apartarla con un ligero empujón y el ceño fruncido. - ¿Te has vuelto loca? ¿Qué haces con ellos? - Me cruzo de brazos como si fuese una madre echándole a su hija una regañina, sin darme cuenta de que esos tiempos pasaron hace ya mucho. - En qué estabas pensando, Alice - Esta vez parece que me dirijo más bien a la nada, pues dejo de mirarla y me dedico a pasear en círculos frente a ella. - Bueno, pero qué digo, probablemente no estabas pensando en absoluto - Masajeo mis sienes con la punta de mis dedos, esperando que eso me calme lo suficiente como para que la metamorfomagia no se ocupe de hacer saber lo enfadada que estoy.
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Es algo más que confusión lo que expresan mis ojos, mucho más allá del desconcierto que portan mis cejas al fruncirse y desde luego muy lejos de quedarme sin palabras ante la imagen que se me presenta. Porque no creería ni en un millón de años estando en la posición en la que estoy encontrarme en una situación como esta, donde el reflejo del pasado choca contra un presente que dista mucho de como eran las cosas cuando estas personas aun formaban parte de mi vida. Porque por un lado está Colin, y la idea de que esos niños que escalaban rocas juntos son los mismos que ahora se lanzan piedras, mientras que por el otro, está Jessica, quien ni siquiera me había planteado la posibilidad de volver a ver hasta que se apareció como un espectro en las minas. No, desde luego no es lo que tenía pensado para el día de hoy cuando puse un pie fuera del apartamento de Arya, con la concepción de regresar sin sentirme distinta a los últimos días. Ahora, no puedo decir lo mismo.
Tengo un duelo interno mezclado con la crisis emocional que se plantea en mi cara al mostrarse completamente plano, recurso que utiliza inconscientemente mi cerebro al no ser capaz de plasmar en mis facciones todos los sentimientos que acuden ahora mismo a mi cabeza. Ni siquiera estoy pensando con claridad cuándo me veo envuelta en un abrazo que no esperaba, pero que tampoco sabía que necesitaba. Siento que las piernas me flaquean por el recibimiento inesperado, a lo que me gustaría poder responder correspondiéndole el gesto, porque sí que es ella de verdad, mi mejor amiga por tantos años que no recordaba lo mucho que la había extrañado hasta que las circunstancias que me separaron de ellas son las mismas o parecidas que nos terminaron juntando ahora. Sin embargo, apenas tengo tiempo de reaccionar que se asegura de romper el contacto empujándome hacia atrás, y torpemente, mis pies vuelven a golpear algo a mis espaldas con un crujido metálico. Porque es mi mejor amiga, pero también es mi enemiga.
No soy consciente de eso hasta que empieza a hablar, y con el mismo recelo con el que miro a Colin detrás suyo me obligo a mirarla a ella también, porque ellos son del mismo bando y yo me encuentro muda en el mío que de repente el espacio se siente vacío además de pequeño a su lado. Sé que separo los labios para hablar en más de una ocasión, pero no sale más que un balbuceo que ni siquiera yo entiendo, como si el shock hubiera acabado con cada una de mis neuronas. — ¿Que qué estaba pensando? — No sé a que parte se refiere de todo lo que estaba pensando, no sé si se refiere a cuando decidí que mi mejor opción era huir, o a si se refiere honestamente a que hago aquí, con ellos, como le gusta resaltar en un comentario despectivo que me hace fruncir aun más el ceño. Esa misma mirada que traslado hacia el moreno resguardado tras sus espaldas. — Te dije que no hablaría con ella. — Le escupo, dando un paso atrás, cada vez más cerca de la pared, para mi desgracia. Vuelvo la vista hacia Jessica, pero no veo nada de mi mejor amiga en esta mujer, la misma que se plantaba a los pies del lado enemigo en las minas. — ¿Qué haces tú con ellos? — No me paro a pensar en lo molesta que sueno, pero puedo asegurar que sacudo lentamente mi cabeza en disgusto, porque creía que éramos iguales, que era verdad cuando me decía que no le importaba que fuera humana, pero se ve que el tiempo sí hace cambiar de parecer a las personas.
Tengo un duelo interno mezclado con la crisis emocional que se plantea en mi cara al mostrarse completamente plano, recurso que utiliza inconscientemente mi cerebro al no ser capaz de plasmar en mis facciones todos los sentimientos que acuden ahora mismo a mi cabeza. Ni siquiera estoy pensando con claridad cuándo me veo envuelta en un abrazo que no esperaba, pero que tampoco sabía que necesitaba. Siento que las piernas me flaquean por el recibimiento inesperado, a lo que me gustaría poder responder correspondiéndole el gesto, porque sí que es ella de verdad, mi mejor amiga por tantos años que no recordaba lo mucho que la había extrañado hasta que las circunstancias que me separaron de ellas son las mismas o parecidas que nos terminaron juntando ahora. Sin embargo, apenas tengo tiempo de reaccionar que se asegura de romper el contacto empujándome hacia atrás, y torpemente, mis pies vuelven a golpear algo a mis espaldas con un crujido metálico. Porque es mi mejor amiga, pero también es mi enemiga.
No soy consciente de eso hasta que empieza a hablar, y con el mismo recelo con el que miro a Colin detrás suyo me obligo a mirarla a ella también, porque ellos son del mismo bando y yo me encuentro muda en el mío que de repente el espacio se siente vacío además de pequeño a su lado. Sé que separo los labios para hablar en más de una ocasión, pero no sale más que un balbuceo que ni siquiera yo entiendo, como si el shock hubiera acabado con cada una de mis neuronas. — ¿Que qué estaba pensando? — No sé a que parte se refiere de todo lo que estaba pensando, no sé si se refiere a cuando decidí que mi mejor opción era huir, o a si se refiere honestamente a que hago aquí, con ellos, como le gusta resaltar en un comentario despectivo que me hace fruncir aun más el ceño. Esa misma mirada que traslado hacia el moreno resguardado tras sus espaldas. — Te dije que no hablaría con ella. — Le escupo, dando un paso atrás, cada vez más cerca de la pared, para mi desgracia. Vuelvo la vista hacia Jessica, pero no veo nada de mi mejor amiga en esta mujer, la misma que se plantaba a los pies del lado enemigo en las minas. — ¿Qué haces tú con ellos? — No me paro a pensar en lo molesta que sueno, pero puedo asegurar que sacudo lentamente mi cabeza en disgusto, porque creía que éramos iguales, que era verdad cuando me decía que no le importaba que fuera humana, pero se ve que el tiempo sí hace cambiar de parecer a las personas.
—Y yo te dije que no la dejaría ir si la encontraba otra vez— respondo, tal vez las palabras varían un poco de aquello que le dije debajo de un puente en el Capitolio, cuando no hice promesas que no estaban en mí poder cumplirlas. Se a lo que me arriesgo si nuestras encuentran como cazadores que somos, ella como jefa, encubriendo a una humana traidora en un galpón sucio del distrito cinco y me serena pensar que podremos encontrar una excusa, que contamos con recursos como para ayudar en verdad a Alice. En todos estos años no he hecho más que seguir la línea que me marcaron en mi familia, también en el ministerio, que es la primera vez que me corro de esta y es cuando veo la manera en que Jess abraza a Alice, como aferrándose a ella, que no me arrepiento de lo que estoy haciendo. Tengo muñeca como para disparar mirando a los ojos, pero hay algunos que logran hacerme dudar.
No me inmuto con el reclamo de Alice, arqueo una ceja como para dejarle en claro lo poco que me importa lo orgullosa que pueda ser y la ausencia total de un poco de esperanza para sí misma. Tiendo a creer que soy quien tiene la razón, que puedo entrometerme a capricho en la búsqueda de una persona y traer a quien busca, con un hechizo para desmayarla de por medio. Las maneras amables no son las mías. Soy una presencia a espaldas de Jess, que nuestras posiciones no pueden ser más claras. Alice está de un lado, nosotros con el bando contrario. —Las dejaré solas para hablar— murmuro, más allá de las explicaciones de por qué cada una se encuentra en el lugar en el que está, no puedo pensar ahora en una manera en la que se podría traer a Alice de nuestra parte siendo una humana, por delante de todas las acusaciones que también carga por ser una enemiga del gobierno. Pongo mi distancia con ellas y silbo para llamar el perro que sale entre las cajas para seguirme al exterior, donde me siento en el umbral de una de las grandes puertas oxidadas de metal, y me llegan las voces de ambas mujeres para que pueda estar pendiente de su conversación mientras le arrojo una ramita al animal.
No me inmuto con el reclamo de Alice, arqueo una ceja como para dejarle en claro lo poco que me importa lo orgullosa que pueda ser y la ausencia total de un poco de esperanza para sí misma. Tiendo a creer que soy quien tiene la razón, que puedo entrometerme a capricho en la búsqueda de una persona y traer a quien busca, con un hechizo para desmayarla de por medio. Las maneras amables no son las mías. Soy una presencia a espaldas de Jess, que nuestras posiciones no pueden ser más claras. Alice está de un lado, nosotros con el bando contrario. —Las dejaré solas para hablar— murmuro, más allá de las explicaciones de por qué cada una se encuentra en el lugar en el que está, no puedo pensar ahora en una manera en la que se podría traer a Alice de nuestra parte siendo una humana, por delante de todas las acusaciones que también carga por ser una enemiga del gobierno. Pongo mi distancia con ellas y silbo para llamar el perro que sale entre las cajas para seguirme al exterior, donde me siento en el umbral de una de las grandes puertas oxidadas de metal, y me llegan las voces de ambas mujeres para que pueda estar pendiente de su conversación mientras le arrojo una ramita al animal.
Bufo ante la contraposición de Colin. Es cierto que aquello fue lo que me dijo, lo que no esperaba era que de verdad se la encontrase por ahí como quien encuentra a su vecino comprando hortalizas a la vuelta de la esquina. Eso me da una idea de lo temeraria que se ha vuelto la que un día fue como mi hermana, tanto como para dejarse ver por un miembro de la seguridad nacional de Neopanem sabiendo que está en la lista de los buscados por el gobierno. - Gracias - Le digo en un susurro a mi amigo, no sólo por traerla aquí, sino por darnos el espacio para mantener a solas la conversación que llevamos años esperando tener. Justo cuando pasa delante de mí agarro su brazo con suavidad, deteniéndolo en su camino hacia la entrada de lo que parece que fue una fábrica de metales. - Si ves que viene alguien simplemente desaparece, ¿de acuerdo? No te preocupes por nosotras. Se me ocurrirá algo - Pongo mi mejor cara de autoridad, dejando claro lo en serio que lo digo, porque que se proteja no es solamente una sugerencia. Colin y yo lo tenemos muy fácil, con un simple pensamiento podemos desaparecer de este lugar como si nada hubiera ocurrido, pero Alice se quedaría aquí prácticamente encerrada, esperando a ser descubierta. No es que dude de sus recursos, pero observando un poco el lugar me doy cuenta enseguida de lo reducidas que son sus posibilidades de huida rápida para una humana. Sé que aunque quisiera no podría dejarla sola aquí, y que en caso de que viniera alguien no me desaparecería. Tendría que improvisar alguna excusa que ahora mismo no se me ocurre, pero por suerte improvisar siempre fue lo mío.
Suelto el brazo de Colin una vez creo que el mensaje que le he dado ha calado todo lo hondo que tiene que calar, dejando que prosiga su camino, mientras recorro algunos de los centímetros que me separan de Alice con el fin de observarla más de cerca. Podría decir que no ha cambiado nada y que la hubiese reconocido en cualquier sitio, pero no es así. Muchas cosas han cambiado en su rostro, empezando por sus facciones, que como es evidente han pasado de ser las facciones infantiles de una joven a las de una mujer. Hago cuentas rápido y calculo que habrá pasado los treinta. Y sin embargo, después de tantos años, lo que más me extraña ver cambiar en ella no es sólo su morfología, sino su mirada. Por más que busco en sus ojos azules aquella chispa de inocencia y esperanza que tanto la caracterizaba, sólo puedo ver un vacío impenetrable. - Pero qué te ha pasado... - Digo con una mezcla de enfado y tristeza que no sé muy bien cómo canalizar. - ¿Es que no te das cuenta de lo peligroso que es? Nunca van a parar de buscar al chico Black. - Hago especial énfasis en la palabra nunca. - Todo el que esté cerca de él se convierte automáticamente en un blanco seguro, y eso te incluye a ti y a tu hija - No es que sea la indicada para dar lecciones de madre del año, pero me sorprende que no se lo haya planteado. - Por dios, Alice, si no lo haces por ti al menos hazlo por Murphy. No merece vivir rodeada de gente que se dedica a poner bombas para asesinar civiles y a ir escondiendo Blacks entre sus paredes- Espeto con brusquedad. No es que tenga especial odio por el bando enemigo, ni especial aprecio por el que se supone que es el mío, pero jamás aprobaré las barbaridades que han hecho ni uno ni otro.
Suelto el brazo de Colin una vez creo que el mensaje que le he dado ha calado todo lo hondo que tiene que calar, dejando que prosiga su camino, mientras recorro algunos de los centímetros que me separan de Alice con el fin de observarla más de cerca. Podría decir que no ha cambiado nada y que la hubiese reconocido en cualquier sitio, pero no es así. Muchas cosas han cambiado en su rostro, empezando por sus facciones, que como es evidente han pasado de ser las facciones infantiles de una joven a las de una mujer. Hago cuentas rápido y calculo que habrá pasado los treinta. Y sin embargo, después de tantos años, lo que más me extraña ver cambiar en ella no es sólo su morfología, sino su mirada. Por más que busco en sus ojos azules aquella chispa de inocencia y esperanza que tanto la caracterizaba, sólo puedo ver un vacío impenetrable. - Pero qué te ha pasado... - Digo con una mezcla de enfado y tristeza que no sé muy bien cómo canalizar. - ¿Es que no te das cuenta de lo peligroso que es? Nunca van a parar de buscar al chico Black. - Hago especial énfasis en la palabra nunca. - Todo el que esté cerca de él se convierte automáticamente en un blanco seguro, y eso te incluye a ti y a tu hija - No es que sea la indicada para dar lecciones de madre del año, pero me sorprende que no se lo haya planteado. - Por dios, Alice, si no lo haces por ti al menos hazlo por Murphy. No merece vivir rodeada de gente que se dedica a poner bombas para asesinar civiles y a ir escondiendo Blacks entre sus paredes- Espeto con brusquedad. No es que tenga especial odio por el bando enemigo, ni especial aprecio por el que se supone que es el mío, pero jamás aprobaré las barbaridades que han hecho ni uno ni otro.
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Diría que me siento invisible, cuando se ponen a hablar entre ellos como si yo no estuviera delante, pero estoy bien lejos de desaparecer de entre estas paredes, las cuales me dedico a analizar con la mirada una vez el cerebro me funciona lo suficiente como para tratar de asociar dónde estamos. No es la primera vez que me encuentro en un lugar ajeno, lo que me perturba es el hecho de hacerlo con unas caras conocidas, a sabiendas de que nos conocemos más bien poco si la situación ha acabado cómo se muestra ahora. Hay muchas cosas que no entiendo, tantas que no sabría por dónde empezar a preguntar si se me diera la oportunidad de lanzar mis dudas al aire. Sé de sobra que ninguno las contestaría de hacerlo, por lo que muy a mi pesar me tengo que resignar a que alguno de los dos tome la palabra antes de que se me pase por la cabeza hacer alguna tontería, lo cual sería muy probable que ocurra de aquí a unos minutos.
Por alguna extraña razón, no deseo que Colin nos deje a solas, porque eso me obliga a tener que entablar conversación con una persona con la que no quiero tener que dar explicaciones. Tampoco sé muy bien el motivo de esto último, hubo una época en la que no necesitábamos ni decirnos nada para saber lo que la otra estaba pensando, y supongo que es eso, que la ausencia de palabras ahora no sirve para que podamos explicar todo lo que ha sucedido en estos años. Me lo recuerdo a mí misma cuando ella misma pregunta qué me ha pasado. Tengo tantas cosas que decir con respecto a eso, que cuando abro la boca para hablar se me corta la voz antes de que tenga ocasión de decir nada. Porque hay demasiadas cosas que explicar y demasiado poco tiempo para que ninguna de las dos pueda hacerse una idea de cómo hemos acabado aquí.
Trago saliva en su lugar, dando unos pasos hacia un lado con tal de poner una separación necesaria entre nosotras. Qué no me ha pasado sería una pregunta más apropiada. — ¿Tú no te das cuenta de que ese término dejó de tener valor cuando nos declarasteis la guerra? — Le escupo con la misma brusquedad que ella utiliza conmigo, respondiendo a su pregunta con otra como auto mecanismo defensivo, porque no encuentro otra forma de explicarle que el peligro lleva acechando mi vida desde que puse un pie en este país siendo humana. Podría decirse que estoy cabreada con ella, por posicionarse en un bando que no ha cometido más que atrocidades, pero cuando menciona a Murph siento un golpe en el pecho que me deja sin poder sentir nada más que un vacío, el mismo que he tratado de ignorar por todo el tiempo que ella se ha ido. Es evidente, por el modo que tiene mi cuerpo de desprotegerse a sí mismo con cada palabra suya, que ha tocado un punto muy débil. — No, no lo merecía. ¿Quieres que hablemos de bombas? ¿Quieres saber cómo empezó todo esto? Porque puedo contarte con detalle quien se encargó de quemar un distrito hasta convertirlo en cenizas. — Quien se encargó de asesinar a mi hija, me gustaría decirle, pero no tengo fuerzas para decirlo en voz alta dos veces. En su lugar, niego con la cabeza lentamente, como para demostrar mi decepción en ella. — Pero no lo haré, es evidente que ya has escogido un lugar en esta guerra. No eres la misma persona que dejé atrás hace once años, Jessica, la mujer que yo conocí no hubiera dado ni un respiro por esa gente con la que estás ahora. Es increíble cómo pueden cambiar las personas de un tiempo a otro, ¿no es cierto? — Arrugo la nariz, casi podría decirse que asqueada, y con los brazos cruzados sobre mi pecho.
Por alguna extraña razón, no deseo que Colin nos deje a solas, porque eso me obliga a tener que entablar conversación con una persona con la que no quiero tener que dar explicaciones. Tampoco sé muy bien el motivo de esto último, hubo una época en la que no necesitábamos ni decirnos nada para saber lo que la otra estaba pensando, y supongo que es eso, que la ausencia de palabras ahora no sirve para que podamos explicar todo lo que ha sucedido en estos años. Me lo recuerdo a mí misma cuando ella misma pregunta qué me ha pasado. Tengo tantas cosas que decir con respecto a eso, que cuando abro la boca para hablar se me corta la voz antes de que tenga ocasión de decir nada. Porque hay demasiadas cosas que explicar y demasiado poco tiempo para que ninguna de las dos pueda hacerse una idea de cómo hemos acabado aquí.
Trago saliva en su lugar, dando unos pasos hacia un lado con tal de poner una separación necesaria entre nosotras. Qué no me ha pasado sería una pregunta más apropiada. — ¿Tú no te das cuenta de que ese término dejó de tener valor cuando nos declarasteis la guerra? — Le escupo con la misma brusquedad que ella utiliza conmigo, respondiendo a su pregunta con otra como auto mecanismo defensivo, porque no encuentro otra forma de explicarle que el peligro lleva acechando mi vida desde que puse un pie en este país siendo humana. Podría decirse que estoy cabreada con ella, por posicionarse en un bando que no ha cometido más que atrocidades, pero cuando menciona a Murph siento un golpe en el pecho que me deja sin poder sentir nada más que un vacío, el mismo que he tratado de ignorar por todo el tiempo que ella se ha ido. Es evidente, por el modo que tiene mi cuerpo de desprotegerse a sí mismo con cada palabra suya, que ha tocado un punto muy débil. — No, no lo merecía. ¿Quieres que hablemos de bombas? ¿Quieres saber cómo empezó todo esto? Porque puedo contarte con detalle quien se encargó de quemar un distrito hasta convertirlo en cenizas. — Quien se encargó de asesinar a mi hija, me gustaría decirle, pero no tengo fuerzas para decirlo en voz alta dos veces. En su lugar, niego con la cabeza lentamente, como para demostrar mi decepción en ella. — Pero no lo haré, es evidente que ya has escogido un lugar en esta guerra. No eres la misma persona que dejé atrás hace once años, Jessica, la mujer que yo conocí no hubiera dado ni un respiro por esa gente con la que estás ahora. Es increíble cómo pueden cambiar las personas de un tiempo a otro, ¿no es cierto? — Arrugo la nariz, casi podría decirse que asqueada, y con los brazos cruzados sobre mi pecho.
Estoy en ese punto exacto en el que sabes que las cosas solo pueden ir a peor. En ese punto exacto cuando tienes una discusión con alguien a quien aprecias más que a ti mismo en el que la rabia se mezcla con el dolor y el resultado de esa combinación puede llegar a ser catastrófico. En ese punto en el que no sé qué controlar con más fuerza, si los efectos que la metamorfomagia hace en mí convirtiendo mi pelo en un incendio o las lágrimas que amenazan con deslizarse por mis mejillas sin importar en qué lugar me deje eso. Apenas puedo creer que la persona que veo en frente de mí sea Alice Whiteley, pero me creo aún menos las palabras que salen de su boca. - ¿Cuando os declaramos la guerra? ¿Os declaramos? - A pesar de que el temblor de mi voz y la progresiva subida de su volumen dejan clara mi postura al respecto de sus palabras, aún tengo que dar un paso atrás al escucharlas, como si realmente fueran cuchillos que pudiesen herirme. - ¿Desde cuándo he pasado a formar parte de los que te declaran la guerra? Yo no estoy de esa parte, Alice, y nunca lo he estado. Pero tampoco estoy de la suya - Me corrijo enseguida, dándome cuenta de que a partir de ahora siempre será así. - Perdón, de la vuestra. No pretendía ofender tus repentinos ideales- Espeto con rabia.
- Estoy de parte de los míos, de mantenerlos a salvo y a mi lado, y me importa una mierda la sangre que corra por sus venas. No busco poner bombas, no busco quemar distritos ni matar a nadie. No soy parte de ningún bando excepto el mío propio y jamás lo he sido, y si pudieras decir lo mismo tendrías derecho a hablar sobre quién de las dos ha cambiado - Pensé que esta mujer me conocía como si fuese mi hermana, que sabía que sería incapaz de hacer daño a alguien que no lo merezca, que nunca he estado de acuerdo con las ideas radicales que ha tenido ninguno de los dos lados. Pero al parecer esa persona que me conocía tanto es sólo alguien que ya forma parte de mi pasado, y he sido una estúpida pensando que podría recuperarla como si no tuviera más que comprobado que el tiempo causa estos estragos en las personas.
Estoy tan concentrada tratando de mantener a raya mis emociones que me cuesta unos minutos asumir su corrección del presente al pasado cuando menciono a Murph y lo que eso significa. - ¿Merecía? - Ni siquiera de qué modo se supone que hay preguntarle a una madre si su hija está muerta, así que opto por le modo menos diplomático pero más directo. - Dime que no está... - Me cuesta tanto pronunciar la palabra muerta refiriéndome a mi ahijada que ni siquiera soy capaz de hacerlo por muchos intentos que haga. Doy una patada a un barril metálico con la intención de desahogar la rabia que me consume, consiguiendo que éste caiga con un sonoro estruendo y ruede durante unos segundos por el suelo. Doy por hecho que, aunque aquí haya sonado fuerte por el eco que hay en la fábrica, unos cuantos metros más lejos no se habrá escuchado, o al menos más nos vale que sea así porque mi arrebato innecesario de furia podría costarnos caro. - Cómo ocurrió - Necesito saberlo, necesito saber qué ocupará mis peores pensamientos de aquí en adelante.
- Estoy de parte de los míos, de mantenerlos a salvo y a mi lado, y me importa una mierda la sangre que corra por sus venas. No busco poner bombas, no busco quemar distritos ni matar a nadie. No soy parte de ningún bando excepto el mío propio y jamás lo he sido, y si pudieras decir lo mismo tendrías derecho a hablar sobre quién de las dos ha cambiado - Pensé que esta mujer me conocía como si fuese mi hermana, que sabía que sería incapaz de hacer daño a alguien que no lo merezca, que nunca he estado de acuerdo con las ideas radicales que ha tenido ninguno de los dos lados. Pero al parecer esa persona que me conocía tanto es sólo alguien que ya forma parte de mi pasado, y he sido una estúpida pensando que podría recuperarla como si no tuviera más que comprobado que el tiempo causa estos estragos en las personas.
Estoy tan concentrada tratando de mantener a raya mis emociones que me cuesta unos minutos asumir su corrección del presente al pasado cuando menciono a Murph y lo que eso significa. - ¿Merecía? - Ni siquiera de qué modo se supone que hay preguntarle a una madre si su hija está muerta, así que opto por le modo menos diplomático pero más directo. - Dime que no está... - Me cuesta tanto pronunciar la palabra muerta refiriéndome a mi ahijada que ni siquiera soy capaz de hacerlo por muchos intentos que haga. Doy una patada a un barril metálico con la intención de desahogar la rabia que me consume, consiguiendo que éste caiga con un sonoro estruendo y ruede durante unos segundos por el suelo. Doy por hecho que, aunque aquí haya sonado fuerte por el eco que hay en la fábrica, unos cuantos metros más lejos no se habrá escuchado, o al menos más nos vale que sea así porque mi arrebato innecesario de furia podría costarnos caro. - Cómo ocurrió - Necesito saberlo, necesito saber qué ocupará mis peores pensamientos de aquí en adelante.
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Soy consciente, plenamente de ello, además, de que lo mucho que tengo por perder a continuación no es comparable con lo que ha quedado atrás en el polvo que simboliza mi pasado. Porque no podría considerarlo de otra manera que no sea eso, dado que no es como si pudiera aferrarme a algo que tuviera valor, cuando no hay más que ver que no me interesa seguir siendo partícipe de una historia que por sí no tiene sentido para mí. Que no necesito recordarme que ya no queda nada de lo que dejé atrás tampoco, porque la mujer que tengo en frente, por mucho que me recuerde su pelo prontamente naranja a que es alguien que formó parte de un pedazo importante de mi vida, ya no somos las mismas, y no importa que nos separen bandos diferentes porque no es la única cosa que nos distingue ahora. — ¿Qué hacías allí, entonces? ¿Qué hacías protegiendo a esos que claman no ser como nosotros, pero envían bombas para derruir distritos? Tus acciones distan mucho de tus palabras, Jessica, creía que nuestros ideales eran los mismos, y están bien lejos de ser repentinos, ¿alguna vez siquiera lo creíste? — Que éramos iguales, que no había diferencia entre nosotras más la sangre con la que nacimos y que ahora, es un problema más grande de lo que lo pudo ser en su día.
— De los tuyos. — Bufo, repitiendo sus palabras y permitiéndome el rodar los ojos con una negación lenta de mi cabeza. — Jessica, ya no es momento de jugar a ser neutral, ¿no te das cuenta? No puedes hacer oídos sordos a lo que está ocurriendo en las calles, están quemando a gente viva y los tuyos lo están permitiendo, que ya no vale esconderse en casa, y ahora entiendo por qué tomas la decisión de mantenerte al margen, porque se está muy bien en la comodidad de tu hogar cuando hay otros fuera luchando por ti, ¿no es así? — No es que la esté llamando cobarde con todas las letras, pero puede resumirse de esa manera si se toman mis palabras en base a ello. Que no reconozco a esta mujer y mucho menos lo hago cuando asegura no querer meterse en medio de lo que está por llegar. — Al contrario que tú, yo no tengo otra opción, y si la tuviera, haría lo mismo que ahora, que prefiero mis ideales a los que suprimen a media población de sus derechos. He cambiado, no para mejor, y si acaso para peor, como estoy segura de que has podido comprobar ya — No hay más que ver mi cara empapelada por el país y la lista de razones por las que estoy ahí en primer lugar. —, pero los tiempos cambian, y eso requiere que nosotros también lo hagamos. Si tú prefieres quedarte al margen es cosa tuya, no soy quién para decirte qué hacer. — No creo estar en posición de hacerlo, de todas formas, hacerlo significaría tener que convencer a alguien que de por sí prefiere mantenerse a un lado que luchar por lo que cree.
No tengo fuerzas para seguir con esto, creo que lo dejo bien claro en el modo que tengo de dejar caer mi cuerpo sobre algo lo suficientemente duro para soportar mi peso, apoyando mis codos en mis rodillas para depositar mi frente entre mis manos. Sabía que en algún momento me iba a quebrar por el modo que tengo de tragarme el sollozo que se me acumula en la garganta, no dejando salir más que un temblor de labios que escondo cuando opto por no dejar ver mi rostro. El estruendo que ella provoca cuando golpea un barril es suficiente para que mi cuerpo responda ante el sonido y se sobresalte, apartando las manos de mi cara en un gesto que me deja perpleja, mirándola, más por las ganas que me entran de llorar ahí mismo tengo que volver a ocultarme entre mis brazos. No quiero parecer una niña, aun cuando mi aspecto dice mucho de que en el fondo lo sigo siendo, una que no acepta como las cosas han podido caer tan en picado desde que tiene uso de razón, que nadie le ha enseñado a recoger cristales rotos porque dicen que hacen sangrar, cuando la única que sangra es ella por haberse convertido en uno y estar tratando de recomponerse a sí misma.
Me paso las manos por la frente una vez más, estirando mi piel antes de elevar la barbilla hacia la pelirroja, merece saber eso, al menos ella. — Yo la alejé de mí, le dije que huyera y se escondiera entre los árboles, había más niños y parecía la opción más segura cuando los aurores aparecieron, antes de las bombas. — Trago saliva, se me corta la voz en algún punto, segura de querer hacer esto lo más corto posible para no tener que seguir soportándolo. — Creí que estaría bien, que estaría segura, lejos de la batalla que se armó, y de pronto la escuché. — Parpadeo varias veces, puesto que las lágrimas se están acumulando en mis pestañas y me niego a dejarlas salir. Me paso una de mis manos por el nacimiento de mi pelo, como preparación a lo siguiente. — Escuché su voz, la vi aparecer y al segundo ya no estaba, como si nunca hubiera estado allí, tan rápido que parecía irreal. — Que alguien por quien darías más que la vida pueda esfumarse tan deprisa de la tuya, como la nada misma. Es ese mismo vacío el que recorre cada recoveco de mi interior y del que no puedo deshacerme. — Una auror se llevó a mi hija y yo solo pude hacer que mirar. — Ahora sí, suelto un sollozo, silencioso, pero lo suficiente como para tener que desprenderme de unas lágrimas traicioneras con el dorso de mi mano.
Tras unos minutos en los que solo se escucha el silencio, me levanto, porque me niego a permanecer de ese modo por mucho más tiempo si no quiero que me consuma hasta el fondo. — Así que sí, yo sí he escogido de qué bando quiero estar, porque no quiero que otras madres sufran por sus hijos, ni que ellos tengan que ver morir a sus padres. Que ninguno lo ha hecho bien, pero uno nunca sabe a quién va a disparar por mucho que estemos apuntando, así es la guerra, y si yo tengo que caer para que otros puedan vivir, pues que así sea. No me importa. — No mientras me quede un último aliento que utilizar antes de ser suficiente para esta vida.
— De los tuyos. — Bufo, repitiendo sus palabras y permitiéndome el rodar los ojos con una negación lenta de mi cabeza. — Jessica, ya no es momento de jugar a ser neutral, ¿no te das cuenta? No puedes hacer oídos sordos a lo que está ocurriendo en las calles, están quemando a gente viva y los tuyos lo están permitiendo, que ya no vale esconderse en casa, y ahora entiendo por qué tomas la decisión de mantenerte al margen, porque se está muy bien en la comodidad de tu hogar cuando hay otros fuera luchando por ti, ¿no es así? — No es que la esté llamando cobarde con todas las letras, pero puede resumirse de esa manera si se toman mis palabras en base a ello. Que no reconozco a esta mujer y mucho menos lo hago cuando asegura no querer meterse en medio de lo que está por llegar. — Al contrario que tú, yo no tengo otra opción, y si la tuviera, haría lo mismo que ahora, que prefiero mis ideales a los que suprimen a media población de sus derechos. He cambiado, no para mejor, y si acaso para peor, como estoy segura de que has podido comprobar ya — No hay más que ver mi cara empapelada por el país y la lista de razones por las que estoy ahí en primer lugar. —, pero los tiempos cambian, y eso requiere que nosotros también lo hagamos. Si tú prefieres quedarte al margen es cosa tuya, no soy quién para decirte qué hacer. — No creo estar en posición de hacerlo, de todas formas, hacerlo significaría tener que convencer a alguien que de por sí prefiere mantenerse a un lado que luchar por lo que cree.
No tengo fuerzas para seguir con esto, creo que lo dejo bien claro en el modo que tengo de dejar caer mi cuerpo sobre algo lo suficientemente duro para soportar mi peso, apoyando mis codos en mis rodillas para depositar mi frente entre mis manos. Sabía que en algún momento me iba a quebrar por el modo que tengo de tragarme el sollozo que se me acumula en la garganta, no dejando salir más que un temblor de labios que escondo cuando opto por no dejar ver mi rostro. El estruendo que ella provoca cuando golpea un barril es suficiente para que mi cuerpo responda ante el sonido y se sobresalte, apartando las manos de mi cara en un gesto que me deja perpleja, mirándola, más por las ganas que me entran de llorar ahí mismo tengo que volver a ocultarme entre mis brazos. No quiero parecer una niña, aun cuando mi aspecto dice mucho de que en el fondo lo sigo siendo, una que no acepta como las cosas han podido caer tan en picado desde que tiene uso de razón, que nadie le ha enseñado a recoger cristales rotos porque dicen que hacen sangrar, cuando la única que sangra es ella por haberse convertido en uno y estar tratando de recomponerse a sí misma.
Me paso las manos por la frente una vez más, estirando mi piel antes de elevar la barbilla hacia la pelirroja, merece saber eso, al menos ella. — Yo la alejé de mí, le dije que huyera y se escondiera entre los árboles, había más niños y parecía la opción más segura cuando los aurores aparecieron, antes de las bombas. — Trago saliva, se me corta la voz en algún punto, segura de querer hacer esto lo más corto posible para no tener que seguir soportándolo. — Creí que estaría bien, que estaría segura, lejos de la batalla que se armó, y de pronto la escuché. — Parpadeo varias veces, puesto que las lágrimas se están acumulando en mis pestañas y me niego a dejarlas salir. Me paso una de mis manos por el nacimiento de mi pelo, como preparación a lo siguiente. — Escuché su voz, la vi aparecer y al segundo ya no estaba, como si nunca hubiera estado allí, tan rápido que parecía irreal. — Que alguien por quien darías más que la vida pueda esfumarse tan deprisa de la tuya, como la nada misma. Es ese mismo vacío el que recorre cada recoveco de mi interior y del que no puedo deshacerme. — Una auror se llevó a mi hija y yo solo pude hacer que mirar. — Ahora sí, suelto un sollozo, silencioso, pero lo suficiente como para tener que desprenderme de unas lágrimas traicioneras con el dorso de mi mano.
Tras unos minutos en los que solo se escucha el silencio, me levanto, porque me niego a permanecer de ese modo por mucho más tiempo si no quiero que me consuma hasta el fondo. — Así que sí, yo sí he escogido de qué bando quiero estar, porque no quiero que otras madres sufran por sus hijos, ni que ellos tengan que ver morir a sus padres. Que ninguno lo ha hecho bien, pero uno nunca sabe a quién va a disparar por mucho que estemos apuntando, así es la guerra, y si yo tengo que caer para que otros puedan vivir, pues que así sea. No me importa. — No mientras me quede un último aliento que utilizar antes de ser suficiente para esta vida.
Se me pasan tantas cosas por la cabeza que no estoy segura de cuáles de ellas pienso de verdad y cuáles son fruto del enfado y la decepción que estoy sufriendo. He imaginado miles de veces este momento, pero en ninguna de esas miles las cosas eran así. Imaginaba a la misma niña de la que en su día no me pude despedir, corriendo hacia mis brazos como hacía cuando era más pequeña y necesitaba sentirse protegida. Imaginaba que habría estado perdida durante mucho tiempo, al igual que yo, pero que juntas iniciaríamos un espejismo de lo que algún día fue nuestra amistad, que nos contaríamos todo lo que nos había estado pasando, reiríamos, lloraríamos... Lo que jamás imaginé es que nuestro reencuentro se convertiría en una batalla campal de reproches y opiniones mal fundadas, que todo el aprecio que llegué a sentir por la persona que tengo delante se convertiría en pura decepción al ver en lo que se ha convertido. Es sólo una sombra de lo que algún día fue, un fantasma de mi pasado, como tantos otros que veo en mis pesadillas. Pero esto, a pesar de que parezca una pesadilla, es la vida real, y aunque desearía poder escapar abriendo los ojos, la única forma de hacerlo sería darle la espalda a todo en lo que he confiado durante años.
No puedo evitar reírme amargamente al escuchar su versión sobre mi presencia en las minas. No puede estar más equivocada. - Estaba allí para proteger a los míos. Igual que estuve para ti cuando me necesitaste, aunque hayas decidido olvidarlo muy oportunamente. - Colin y Riorden estaban allí, no podía dejar que fueran sin cerciorarme de que todo iría bien, aunque no fue así. - Yo no lancé un solo hechizo contra nadie hasta que hirieron a alguien que me importaba. Y ese es mi bando. Me gusta llamarlo "el bando de las personas con dos dedos de frente" - Uso el sarcasmo como arma defensiva contra los ataques que, aunque no lo muestre, me están doliendo más de lo que desearía. - Y sí, claro que hay dos bandos y hay que posicionarse en uno. Pero los bandos no son los humanos y los magos. Yo sólo veo el bando de las ideas radicales, del odio, la guerra y la barbarie; y el bando de quienes no nos dejamos lavar el cerebro por el primero - Mis ojos vidriosos son una pista clara de lo que está a punto de pasar, pero continúo aguantándome las lágrimas por simple orgullo. - ¿Cómo puedes tener la desfachatez de posicionarme a mí con ellos? A mí, que siempre me importó una mierda jugarme la vida por protegerte a ti y a tu identidad, por mantener una amistad contigo. Y me sigue importando una mierda, porque estoy aquí sólo por ti, volviéndomela a jugar por alguien que al parecer dejó de valer la pena hace mucho - Escupo con rabia, apretando los puños para contener las ganas de decir algo peor que eso.
Soy consciente de que es el tipo de discusión de la que me arrepentiría. Ese tipo de discusión en la que dos personas con demasiado carácter chocan y dicen cosas que ni siquiera piensan, cosas por las que luego se pedirán perdón y que se convertirán en una mera anécdota. Pero ahora es distinto, porque no veo rastro de nadie por quien arrepentirme de todo lo que he dicho. Sólo veo una mujer completamente cegada por su dolor, algo de lo que se han aprovechado para convertir ese dolor en rabia por un bando que no es su único enemigo. - No te atrevas a volver a opinar sobre una vida de la que decidiste no formar parte. Porque puedes pasearte por NeoPanem por motivos bélicos cuando sabes que tu cara empapela las paredes, pero te cuesta mucho hacerme llegar un mensaje avisándome al menos de que estás viva, de que estás bien, mientras yo como una estúpida removía cielo y tierra para encontrarte - Esta vez las lágrimas desaparecen de mis ojos, dando paso al dolor que deja la pérdida de un ser querido. Porque sí, la Alice que yo conocía ya no está. A esta mujer dejó de importarle todo hace mucho tiempo, incluida yo.
Cuando ambas acabamos de echarnos cosas en cara, un silencio llena por unos minutos la estancia, y veo como se sienta, dando por finalizada la guerra particular que hemos dado comienzo. Sólo entonces me doy cuenta de que el corazón me late a mil por hora, de que me tiembla el pulso de manera incontrolable, y de lo exhausta que estoy. Ni siquiera tengo ganas ni fuerzas para seguir discutiendo, he perdido a mi mejor amiga y a mi ahijada en menos de media hora. Dejo caer mi cuerpo como si pesase diez veces más de las que pesa sobre el suelo, y abrazo mis piernas, escondiendo la cara entre mis rodillas, como si eso pudiera alejarme de todo lo que está ocurriendo a mi alrededor. Sigo en esa posición mientras escucho los detalles sobre la muerte de Murphy, confirmando mis sospechas sobre que no fue una muerte pacífica y natural. Nunca he sido madre, así que no puedo ni imaginarme por lo que ha debido de pasar Alice, y comienzo a entender mejor su cambio. Verla llorar calma instantáneamente el rojo intenso de mi pelo, como un resorte que activa mi lado más humano. Me encantaría abrazarla y que olvidásemos todo lo que hemos dicho, pero hemos llegado demasiado lejos, así que me mantengo al margen. - Así que, en lugar de culpar a la guerra por su muerte, decides arriesgarte a morir por uno de los ideales que la está causando, ¿no? Pensaba que apreciabas más tu vida - Y no lo digo como un reproche, sino como un suspiro resignado que sólo trata de salvar la vida de alguien que al parecer ya ha decidido morir.
No puedo evitar reírme amargamente al escuchar su versión sobre mi presencia en las minas. No puede estar más equivocada. - Estaba allí para proteger a los míos. Igual que estuve para ti cuando me necesitaste, aunque hayas decidido olvidarlo muy oportunamente. - Colin y Riorden estaban allí, no podía dejar que fueran sin cerciorarme de que todo iría bien, aunque no fue así. - Yo no lancé un solo hechizo contra nadie hasta que hirieron a alguien que me importaba. Y ese es mi bando. Me gusta llamarlo "el bando de las personas con dos dedos de frente" - Uso el sarcasmo como arma defensiva contra los ataques que, aunque no lo muestre, me están doliendo más de lo que desearía. - Y sí, claro que hay dos bandos y hay que posicionarse en uno. Pero los bandos no son los humanos y los magos. Yo sólo veo el bando de las ideas radicales, del odio, la guerra y la barbarie; y el bando de quienes no nos dejamos lavar el cerebro por el primero - Mis ojos vidriosos son una pista clara de lo que está a punto de pasar, pero continúo aguantándome las lágrimas por simple orgullo. - ¿Cómo puedes tener la desfachatez de posicionarme a mí con ellos? A mí, que siempre me importó una mierda jugarme la vida por protegerte a ti y a tu identidad, por mantener una amistad contigo. Y me sigue importando una mierda, porque estoy aquí sólo por ti, volviéndomela a jugar por alguien que al parecer dejó de valer la pena hace mucho - Escupo con rabia, apretando los puños para contener las ganas de decir algo peor que eso.
Soy consciente de que es el tipo de discusión de la que me arrepentiría. Ese tipo de discusión en la que dos personas con demasiado carácter chocan y dicen cosas que ni siquiera piensan, cosas por las que luego se pedirán perdón y que se convertirán en una mera anécdota. Pero ahora es distinto, porque no veo rastro de nadie por quien arrepentirme de todo lo que he dicho. Sólo veo una mujer completamente cegada por su dolor, algo de lo que se han aprovechado para convertir ese dolor en rabia por un bando que no es su único enemigo. - No te atrevas a volver a opinar sobre una vida de la que decidiste no formar parte. Porque puedes pasearte por NeoPanem por motivos bélicos cuando sabes que tu cara empapela las paredes, pero te cuesta mucho hacerme llegar un mensaje avisándome al menos de que estás viva, de que estás bien, mientras yo como una estúpida removía cielo y tierra para encontrarte - Esta vez las lágrimas desaparecen de mis ojos, dando paso al dolor que deja la pérdida de un ser querido. Porque sí, la Alice que yo conocía ya no está. A esta mujer dejó de importarle todo hace mucho tiempo, incluida yo.
Cuando ambas acabamos de echarnos cosas en cara, un silencio llena por unos minutos la estancia, y veo como se sienta, dando por finalizada la guerra particular que hemos dado comienzo. Sólo entonces me doy cuenta de que el corazón me late a mil por hora, de que me tiembla el pulso de manera incontrolable, y de lo exhausta que estoy. Ni siquiera tengo ganas ni fuerzas para seguir discutiendo, he perdido a mi mejor amiga y a mi ahijada en menos de media hora. Dejo caer mi cuerpo como si pesase diez veces más de las que pesa sobre el suelo, y abrazo mis piernas, escondiendo la cara entre mis rodillas, como si eso pudiera alejarme de todo lo que está ocurriendo a mi alrededor. Sigo en esa posición mientras escucho los detalles sobre la muerte de Murphy, confirmando mis sospechas sobre que no fue una muerte pacífica y natural. Nunca he sido madre, así que no puedo ni imaginarme por lo que ha debido de pasar Alice, y comienzo a entender mejor su cambio. Verla llorar calma instantáneamente el rojo intenso de mi pelo, como un resorte que activa mi lado más humano. Me encantaría abrazarla y que olvidásemos todo lo que hemos dicho, pero hemos llegado demasiado lejos, así que me mantengo al margen. - Así que, en lugar de culpar a la guerra por su muerte, decides arriesgarte a morir por uno de los ideales que la está causando, ¿no? Pensaba que apreciabas más tu vida - Y no lo digo como un reproche, sino como un suspiro resignado que sólo trata de salvar la vida de alguien que al parecer ya ha decidido morir.
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Sus palabras me golpean tan fuerte en el pecho que me cuesta horrores mantener una respiración normal y el ritmo de mis pulsaciones a raya. Porque sé que en el fondo tiene razón, pese a que nunca fue mi intención terminar de esta manera, me he convertido en una persona que de a ojos fuera yo misma aborrecería. En ningún momento la mujer que ella conoció hubiera hecho las cosas que he permitido que pasaran, ahora no puedo excusarme con que no tenía otra opción, porque ¿y si sí la tuve? ¿y si siempre pude haber mirado hacia otro lado y no seguir con las patéticas decisiones que he ido tomando con los años y que no me han llevado a otro lugar que la ruina misma? Esa que tanto deseé dejar atrás cuando no tenía ni idea de lo que se me vendría encima en los tiempos futuros.
Quiero responderle, gritarle del mismo modo en que lo está haciendo ella, a sabiendas de que si lo hago no haremos otra cosa que herirnos mutuamente, pero no puedo, porque la culpa es demasiado grande como para poder exponerla con palabras. Abro la boca con intenciones de decir algo, un error del que solo salen más que balbuceos en los que mi más triste pesar me obliga a mantenerme al margen de todo lo que está diciendo en mi contra. Llega un momento en que el cerebro se niega involuntariamente a recibir más daño, se cierra a cualquier estímulo exterior que pueda impulsar el más mínimo dolor en su estructura, y me gustaría poder decir que ese es uno de esos momentos, pero la realidad es muy diferente y mi cabeza se mantiene fría a aceptar cada uno de sus ataques, porque sabe que los merezco. — Yo… yo… no quería que nada de esto pasara. Nada. — Pero pasaron. Trago saliva, mi garganta tan cerrada que me cuesta hasta sacar las palabras que salen por mi boca. Mi cabeza se sacude también de forma lenta, aunque no hay nada que pueda hacer para expulsar el vacío que se aloja dentro de mi cuerpo. — He hecho demasiadas cosas mal, Jessica, tantas que no puedo pedir perdón por ellas. — Es una explicación simple de todo lo que podría ponerme a detallar, si no fuera porque no creo que exista el tiempo suficiente para hacerlo. No puedo explicarle cómo empezó todo, cuál fue el punto en el que dejé de preocuparme por lo que estaba haciendo, porque ni yo misma lo sé, y no estoy segura de querer averiguarlo por temor a lo que pueda encontrar.
No quiero discutir más, no porque no tenga argumentos para ello, sino porque me niego a hacerlo con una persona que en su día tuvo una gran importancia en mi vida. Que somos personas completamente ajenas ahora, no queda nada de las que fuimos en su día, ni siquiera un ápice en nuestras miradas es igual que las que se miraban desde las ventanas vecinas. Éramos mejores amigas, pero las que fuimos entonces hace ya mucho que se perdieron en el tiempo, y eso es algo que, por desgracia, nunca se recupera. Se me escapa una sonrisa amarga de los labios, más que amarga apenada por haber dado en el clavo con sus palabras, que hacen que frunza el ceño en resentimiento conmigo misma. — Llega un momento, Jess, en el que uno ya no tiene nada más que perder, pero cuando te pierdes a ti mismo… — Aprieto mis labios al pasar saliva, mirándola apenas un segundo cuando pronuncio su nombre, para después apartar la mirada hacia el suelo. — Para eso no hay marcha atrás, y yo he rozado mi límite, muchas veces, pero ya ha llegado mi hora de decir basta. — No sé en realidad como suenan mis palabras puestas en voz alta, sé que a mis oídos llegan opacas, sin sentimiento, tan vacías como la nada misma en la que he caído. Si ella no va a entenderlo, nadie más lo hará.
Quiero responderle, gritarle del mismo modo en que lo está haciendo ella, a sabiendas de que si lo hago no haremos otra cosa que herirnos mutuamente, pero no puedo, porque la culpa es demasiado grande como para poder exponerla con palabras. Abro la boca con intenciones de decir algo, un error del que solo salen más que balbuceos en los que mi más triste pesar me obliga a mantenerme al margen de todo lo que está diciendo en mi contra. Llega un momento en que el cerebro se niega involuntariamente a recibir más daño, se cierra a cualquier estímulo exterior que pueda impulsar el más mínimo dolor en su estructura, y me gustaría poder decir que ese es uno de esos momentos, pero la realidad es muy diferente y mi cabeza se mantiene fría a aceptar cada uno de sus ataques, porque sabe que los merezco. — Yo… yo… no quería que nada de esto pasara. Nada. — Pero pasaron. Trago saliva, mi garganta tan cerrada que me cuesta hasta sacar las palabras que salen por mi boca. Mi cabeza se sacude también de forma lenta, aunque no hay nada que pueda hacer para expulsar el vacío que se aloja dentro de mi cuerpo. — He hecho demasiadas cosas mal, Jessica, tantas que no puedo pedir perdón por ellas. — Es una explicación simple de todo lo que podría ponerme a detallar, si no fuera porque no creo que exista el tiempo suficiente para hacerlo. No puedo explicarle cómo empezó todo, cuál fue el punto en el que dejé de preocuparme por lo que estaba haciendo, porque ni yo misma lo sé, y no estoy segura de querer averiguarlo por temor a lo que pueda encontrar.
No quiero discutir más, no porque no tenga argumentos para ello, sino porque me niego a hacerlo con una persona que en su día tuvo una gran importancia en mi vida. Que somos personas completamente ajenas ahora, no queda nada de las que fuimos en su día, ni siquiera un ápice en nuestras miradas es igual que las que se miraban desde las ventanas vecinas. Éramos mejores amigas, pero las que fuimos entonces hace ya mucho que se perdieron en el tiempo, y eso es algo que, por desgracia, nunca se recupera. Se me escapa una sonrisa amarga de los labios, más que amarga apenada por haber dado en el clavo con sus palabras, que hacen que frunza el ceño en resentimiento conmigo misma. — Llega un momento, Jess, en el que uno ya no tiene nada más que perder, pero cuando te pierdes a ti mismo… — Aprieto mis labios al pasar saliva, mirándola apenas un segundo cuando pronuncio su nombre, para después apartar la mirada hacia el suelo. — Para eso no hay marcha atrás, y yo he rozado mi límite, muchas veces, pero ya ha llegado mi hora de decir basta. — No sé en realidad como suenan mis palabras puestas en voz alta, sé que a mis oídos llegan opacas, sin sentimiento, tan vacías como la nada misma en la que he caído. Si ella no va a entenderlo, nadie más lo hará.
Rasco al perro detrás de sus orejas y busca el contacto ladeando un poco su cabeza, que pulgas no deben faltarle, cualquier ayuda para aliviar la sensación de picazón que seguro le recorre todo el cuerpo es bien recibida. Tengo mis oídos puestos en la conversación entre las mujeres que se han quedado dentro, si no me voy más lejos y es el perro quien tiene que traerme la ramita para seguir jugando, es porque quiero escuchar todo lo que pueda saber sobre Alice y tratar de hacerme una imagen de esta nueva mujer que en nada se parece a la niña con la que creía entenderme con solo intercambiar gestos. No soy el único sorprendido aquí, Jessica se ha llevado la misma desilusión, y lo que trato de explicarme a mí mismo con mi espalda recostada contra la pared áspera de ladrillos rojos, sentado sobre el pasto que crece hasta alcanzar el metro, es por qué insistimos en esta mujer que se declara una causa perdida si se presta atención a sus palabras.
Cierro mis párpados con pesar cuando por segunda vez escucho lo que sucedió con la hija de Alice, siento el regusto amargo en mi garganta porque yo también justifiqué que toda amenaza fuera arrasada a fuego hasta sus raíces, eso incluía a los niños. Porque los de mi familia estaban seguros en la casa. Es lo que le reclama a Jess, lo que hace que gire mis manos sobre las rodillas para examinar las líneas de las palmas y llegue a embargarme algo que no quiero que se convierta en culpa. Quizá la hija de Alice no estaba demasiado lejos de la edad en la que nosotros jugábamos, tal vez hasta se parecía a ella, y todo lo que hicimos, todo lo que pasó, fue lo que la mató. Se siente un poco como si hubiera matado a la niña Alice que yo conocí.
No quiero sentir culpa, no quiero que se confundan las líneas de un bando y del otro, en eso sí estoy de acuerdo con ella y me sorprende la respuesta de Jessica. Nunca pensé en mí mismo como en un individuo con sus propias creencias, toda la vida he sido parte de algo más, mi familia para empezar. Ese es mi bando, porque una vez fuimos los que no tenían nada, ahora estamos en un lucha continua por defender lo que tenemos. Hemos definido, dado forma a los enemigos, los necesitamos para reafirmarnos a nosotros mismos. No me gusta estar buscando a una amiga en el rostro de una enemiga y no sé si hay algo de todo lo que dice Jess que pueda dejar que ella también nos vea como enemigos. Escucho su voz encolerizada, se impone sobre la otra, que suena distinta cuando habla del perdón que no sabe pedir. Tiro la rama con fuerza al suelo, perdiéndose entre el verde marchito, al ponerme de pie y entrar al galpón porque no puedo seguir actuando indiferente a la discusión.
Hay tal resignación entre ellas que al llegar a Jessica me quedo de pie a su espalda, mis hombros hundidos al verla en esa posición en que se protege a si misma al abrazar sus rodillas. —Basta, Jess— pido, pero no estoy enfadado con ella. Ni siquiera creo seguir estándolo con Alice. —Si lo que puedas decirle tampoco cambia su manera de entender las cosas y mucho menos…— corro mi mirada para posarla sobre otra mujer, tengo que hacer pasar el nudo que se me ha formado en la garganta, porque peor que la culpa, es sentir lástima por ella, —la salva del castigo que decidió para sí misma, entonces que se cumpla—. Con una calma que no siento, la suelto para dirigirme hacia Alice, mi varita atrapada entre los dedos de mi otra mano, rodando contra mi palma. Hago de mi mirada el muro impenetrable que siempre ha sido para que no pueda ver más allá del gesto de cerrar mi mano alrededor de su brazo, reteniéndola. —¿Es tu hora, Alice?— pregunto con el ruego de que me sea honesta, de que me diga que así es. —Si ya no hay vuelta atrás, si ya no puedes contigo misma… Ni siquiera te llevaré al cuartel, no tiene caso. Ni Jess ni yo queremos que pases por la tortura de lo que será cuando te atrapen y a ti solo te interesa morir—. Cada palabra raspa mi garganta y la deja ardiendo. —No queda en ti nada de la persona que cualquiera de nosotros conoció, así que dime que estás lista y lo haré.
Cierro mis párpados con pesar cuando por segunda vez escucho lo que sucedió con la hija de Alice, siento el regusto amargo en mi garganta porque yo también justifiqué que toda amenaza fuera arrasada a fuego hasta sus raíces, eso incluía a los niños. Porque los de mi familia estaban seguros en la casa. Es lo que le reclama a Jess, lo que hace que gire mis manos sobre las rodillas para examinar las líneas de las palmas y llegue a embargarme algo que no quiero que se convierta en culpa. Quizá la hija de Alice no estaba demasiado lejos de la edad en la que nosotros jugábamos, tal vez hasta se parecía a ella, y todo lo que hicimos, todo lo que pasó, fue lo que la mató. Se siente un poco como si hubiera matado a la niña Alice que yo conocí.
No quiero sentir culpa, no quiero que se confundan las líneas de un bando y del otro, en eso sí estoy de acuerdo con ella y me sorprende la respuesta de Jessica. Nunca pensé en mí mismo como en un individuo con sus propias creencias, toda la vida he sido parte de algo más, mi familia para empezar. Ese es mi bando, porque una vez fuimos los que no tenían nada, ahora estamos en un lucha continua por defender lo que tenemos. Hemos definido, dado forma a los enemigos, los necesitamos para reafirmarnos a nosotros mismos. No me gusta estar buscando a una amiga en el rostro de una enemiga y no sé si hay algo de todo lo que dice Jess que pueda dejar que ella también nos vea como enemigos. Escucho su voz encolerizada, se impone sobre la otra, que suena distinta cuando habla del perdón que no sabe pedir. Tiro la rama con fuerza al suelo, perdiéndose entre el verde marchito, al ponerme de pie y entrar al galpón porque no puedo seguir actuando indiferente a la discusión.
Hay tal resignación entre ellas que al llegar a Jessica me quedo de pie a su espalda, mis hombros hundidos al verla en esa posición en que se protege a si misma al abrazar sus rodillas. —Basta, Jess— pido, pero no estoy enfadado con ella. Ni siquiera creo seguir estándolo con Alice. —Si lo que puedas decirle tampoco cambia su manera de entender las cosas y mucho menos…— corro mi mirada para posarla sobre otra mujer, tengo que hacer pasar el nudo que se me ha formado en la garganta, porque peor que la culpa, es sentir lástima por ella, —la salva del castigo que decidió para sí misma, entonces que se cumpla—. Con una calma que no siento, la suelto para dirigirme hacia Alice, mi varita atrapada entre los dedos de mi otra mano, rodando contra mi palma. Hago de mi mirada el muro impenetrable que siempre ha sido para que no pueda ver más allá del gesto de cerrar mi mano alrededor de su brazo, reteniéndola. —¿Es tu hora, Alice?— pregunto con el ruego de que me sea honesta, de que me diga que así es. —Si ya no hay vuelta atrás, si ya no puedes contigo misma… Ni siquiera te llevaré al cuartel, no tiene caso. Ni Jess ni yo queremos que pases por la tortura de lo que será cuando te atrapen y a ti solo te interesa morir—. Cada palabra raspa mi garganta y la deja ardiendo. —No queda en ti nada de la persona que cualquiera de nosotros conoció, así que dime que estás lista y lo haré.
De todas las reacciones que podía esperar, el silencio no estaba entre ellas. Estaba preparándome para otro ataque, analizando todas las cosas que podría reprocharme y que he hecho mal y asumiendo que debía aguantar los golpes como si me fuesen indiferentes, aún cuando el simple hecho de pensar en las siguientes palabras que podría dedicarme dolía más que cualquier ataque físico. Un sinfín de combinaciones que acababan en discusiones interminables se sucedían en mi mente, preparándome para cualquiera de ellas excepto esta. Sólo el silencio es capaz de devolverme a la realidad, una realidad en la que comienzo a ser consciente de que no hay vuelta atrás, de que todo lo que me llevo callando durante años lo he soltado de la forma más brusca y venenosa posible, hiriendo a una de las únicas personas que me importaba en el mundo, y que aún me importa por mucho que trate de negarlo. Como un reflejo de mi propio subconsciente, las palabras por fin brotan de sus labios, y lejos de ser otro reproche, suenan a disculpa.
- ¿Cuándo nos hemos convertido en esto? - En dos personas que ignoran la oportunidad de arreglar las cosas en favor de una hiriente pelea. - Yo... - Trato de imitar su gesto de pseudodisculpa, pero ni siquiera sé por dónde empezar. Me encantaría decir que no pienso de verdad todo lo que he dicho, pero no hay mentira en mis palabras, sólo falta de tacto. Colin llega justo a tiempo para ver la redención, para escuchar el mismo discurso que hace que se me ponga en vello de punta. Ni siquiera quiere seguir viviendo. Esa es y ha sido siempre la clave. Todo lo que dice, todo lo que hace, las temeridades que comete... No se trata de falta de prudencia, sino de ausencia de miedo. Porque uno solo tiene miedo cuando le queda algo que perder, pero Alice Whiteley perdió todo lo que tenía hace ya mucho tiempo, y ahora se ha perdido a sí misma. No sólo no le importa morir, sino que quiere hacerlo. Su afinidad a la causa no es más que un deseo de buscar un modo de desaparecer, de acabar con todo excusándose en unos ideales que probablemente hace tiempo que le dan igual.
Y sólo me queda pensar en que si la quisiera de verdad, sabría que no hay vuelta atrás. Si la quisiera bien, respetaría su deseo de morir porque sabría que cuando has perdido algo que no puedes recuperar, tampoco puedes recuperarte a ti mismo. Y sin embargo, sigo preguntándome por qué hay una parte de mí que se niega a ver cómo se rinde, se niega a pensar que no haya una solución. Pero me recuerdo a mí misma que sólo hay una cosa en el mundo para la que no hay remedio, y es la muerte de alguien a quien amabas como Alice amaba a su hija. Me levanto lentamente del suelo, sin atreverme a mirar a la cara a la persona por la que me veo obligada a rendirme. Sólo cuando lo que todos pensamos se solidifica en forma de propuesta, sólo cuando escucho una varita deslizarse hasta la mano de Colin, sólo entonces alzo la vista. Admiro su determinación y su altruismo. ¿Qué tanto tienes que querer a alguien para acabar con su sufrimiento al mismo tiempo que comienzas el tuyo? ¿Para matar por petición implícita a alguien a quien ya no le quedan fuerzas para hacerlo ella misma? Ojalá contase con la valentía y la abnegación que necesito para hacerlo yo misma, pero soy demasiado egoísta para permitir que eso ocurra.
Ni siquiera me hace falta escuchar la respuesta de Alice, sé que quiere que lo haga, sé que dirá que está lista para acabar con todo. Y sólo se me ocurre una cosa. - Colin - Alzo mi brazo para llevarlo hasta la mano en la que sujeta la varita, deteniéndolo con un movimiento suave que es casi una súplica. - Me gustaría ser yo quien... - No soy capaz siquiera de decirlo. - Quien acabase con esto - La carga de matar a alguien a quien aprecias es muy pesada, y él ya ha hecho suficiente, por lo que confío en que me ceda el lugar. Alzo mi varita firmemente frente a Alice, al tiempo que mi respiración entrecortada intenta estabilizarse para concentrarme en el hechizo. - ¿Preparada? - Es casi una pregunta retórica, porque lo único que quiero es asegurarme de que en el momento de la verdad no se echa atrás. Y no sólo no lo hace, sino que puedo ver en sus ojos el alivio que supone saber que todo va a acabar. Sólo entonces estoy segura de lo que voy a hacer, y aunque esta decisión no me pertenece, es mi única esperanza. - Obliviate - Y aunque pronuncio el hechizo casi en un susurro, me concentro claramente en una sola cosa. O mejor dicho, en una sola persona. El conjuro tarda unos segundos en hacer su trabajo, pero cuando he acabado puedo ver la desorientación en sus ojos y sé que ha funcionado. A partir de ahora, Murphy Whiteley nunca ha existido.
- ¿Cuándo nos hemos convertido en esto? - En dos personas que ignoran la oportunidad de arreglar las cosas en favor de una hiriente pelea. - Yo... - Trato de imitar su gesto de pseudodisculpa, pero ni siquiera sé por dónde empezar. Me encantaría decir que no pienso de verdad todo lo que he dicho, pero no hay mentira en mis palabras, sólo falta de tacto. Colin llega justo a tiempo para ver la redención, para escuchar el mismo discurso que hace que se me ponga en vello de punta. Ni siquiera quiere seguir viviendo. Esa es y ha sido siempre la clave. Todo lo que dice, todo lo que hace, las temeridades que comete... No se trata de falta de prudencia, sino de ausencia de miedo. Porque uno solo tiene miedo cuando le queda algo que perder, pero Alice Whiteley perdió todo lo que tenía hace ya mucho tiempo, y ahora se ha perdido a sí misma. No sólo no le importa morir, sino que quiere hacerlo. Su afinidad a la causa no es más que un deseo de buscar un modo de desaparecer, de acabar con todo excusándose en unos ideales que probablemente hace tiempo que le dan igual.
Y sólo me queda pensar en que si la quisiera de verdad, sabría que no hay vuelta atrás. Si la quisiera bien, respetaría su deseo de morir porque sabría que cuando has perdido algo que no puedes recuperar, tampoco puedes recuperarte a ti mismo. Y sin embargo, sigo preguntándome por qué hay una parte de mí que se niega a ver cómo se rinde, se niega a pensar que no haya una solución. Pero me recuerdo a mí misma que sólo hay una cosa en el mundo para la que no hay remedio, y es la muerte de alguien a quien amabas como Alice amaba a su hija. Me levanto lentamente del suelo, sin atreverme a mirar a la cara a la persona por la que me veo obligada a rendirme. Sólo cuando lo que todos pensamos se solidifica en forma de propuesta, sólo cuando escucho una varita deslizarse hasta la mano de Colin, sólo entonces alzo la vista. Admiro su determinación y su altruismo. ¿Qué tanto tienes que querer a alguien para acabar con su sufrimiento al mismo tiempo que comienzas el tuyo? ¿Para matar por petición implícita a alguien a quien ya no le quedan fuerzas para hacerlo ella misma? Ojalá contase con la valentía y la abnegación que necesito para hacerlo yo misma, pero soy demasiado egoísta para permitir que eso ocurra.
Ni siquiera me hace falta escuchar la respuesta de Alice, sé que quiere que lo haga, sé que dirá que está lista para acabar con todo. Y sólo se me ocurre una cosa. - Colin - Alzo mi brazo para llevarlo hasta la mano en la que sujeta la varita, deteniéndolo con un movimiento suave que es casi una súplica. - Me gustaría ser yo quien... - No soy capaz siquiera de decirlo. - Quien acabase con esto - La carga de matar a alguien a quien aprecias es muy pesada, y él ya ha hecho suficiente, por lo que confío en que me ceda el lugar. Alzo mi varita firmemente frente a Alice, al tiempo que mi respiración entrecortada intenta estabilizarse para concentrarme en el hechizo. - ¿Preparada? - Es casi una pregunta retórica, porque lo único que quiero es asegurarme de que en el momento de la verdad no se echa atrás. Y no sólo no lo hace, sino que puedo ver en sus ojos el alivio que supone saber que todo va a acabar. Sólo entonces estoy segura de lo que voy a hacer, y aunque esta decisión no me pertenece, es mi única esperanza. - Obliviate - Y aunque pronuncio el hechizo casi en un susurro, me concentro claramente en una sola cosa. O mejor dicho, en una sola persona. El conjuro tarda unos segundos en hacer su trabajo, pero cuando he acabado puedo ver la desorientación en sus ojos y sé que ha funcionado. A partir de ahora, Murphy Whiteley nunca ha existido.
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¿Cuándo nos hemos convertido en esto? Llevo haciéndome esa pregunta demasiado tiempo, lo bastante como para comprender que no existe el suficiente que me lleve a encontrar una respuesta concreta. No sabría qué hacer con la información de poder descubrirlo, de todas formas, lo que me hace pensar que casi prefiero que esa pregunta se mantenga en incógnita por el resto de lo que me quede, que a juzgar por la situación no parece mucho. Las intenciones con las que me trajeron aquí han quedado claras desde el principio, pero se ve que las experiencias por las que hemos pasado nos retienen a cada uno con nuestra propia idea de qué es lo que mejor nos conviene. Para ellos, es evidente que el deshacerse de mí sería la opción más lógica, puesto que con este encuentro queda demostrado por las llagas que hemos abierto en menos de cinco minutos que no va a dar más de sí.
Por eso agradezco que la figura de Colin se haga presente entre nosotras, incluso cuando su aparición vuelve a sentirse como si nada de esto fuera real del todo. Que las etapas en que nos conocimos difieren mucho de como me hubiera gustado reencontrarnos ahora, cuando somos lo suficientemente maduros como para darnos cuenta de que jugamos en diferentes bandos, esos a los que no supimos ponerles un nombre antes porque la necesidad de tener un apoyo era superior al odio que pueda existir ahora por ser quiénes somos. Eso es lo que hace la guerra, saca nuestra peor cara al punto de que cuesta más regresar a lo que éramos que permanecer siendo lo que nos ha convertido. En mi caso, poco más que un vaso que está medio vacío en lugar de medio lleno, el pesimismo propio de alguien cuya última gota colmó más de un vaso.
Ni siquiera me esfuerzo por mantener un espacio personal cuando Colin se acerca para tomarme del brazo, del mismo modo que hace apenas unas horas, pero creo diferenciar en sus ojos algo más que la rabia de entonces, y quizás es eso lo que me asusta cuando eleva la voz. Llevo la mirada hacia Jessica, no siento la necesidad de ofrecer una respuesta cuando los tres estamos pensando lo mismo. O eso espero al menos. Es lo único que me queda, confiar en que estas dos personas harán por mí lo que yo nunca he sido capaz de hacer por cuenta propia, que los años que nos conocimos sean suficientes para darme la voluntad de buscar el fin ahora que la línea que lo marca concluye en el principio, como un ciclo que está predispuesto a cerrarse.
Para estar preparada para morir, creía que en el momento acudirían a mi cabeza preguntas diseñadas a infligir un miedo que ahora tarda en llegar, y que si lo hace no soy consciente de sentirlo porque en el momento de mirar a mi mejor amiga asiento con la cabeza. Ni me planteo como va a ser porque en lo único que pienso es en mi hija, que esté dónde esté voy a poder encontrarla, reunirme con ella de una vez por todas como madre que ha nacido para protegerla como nunca supe hacerlo cuando aun respiraba. Aunque ahora sí reconozco el pánico crecer dentro de mi pecho, pero no por temor a morir, sino por el hecho de que, de existir un lugar después de la muerte, no me corresponde estar en el mismo que ella. Porque yo he hecho cosas horribles, muchas de las cuales me arrepiento, pero hay otras de las que no, y ella era buena, alguien a quién rompieron antes de siquiera tener la oportunidad de ser completa. No merezco ese lugar, y aun así, espero a que me acepten como si lo que he hecho carece de sentido por no haber estado junto a ella.
Verdaderamente se siente estar ahogándome en mi propia cabeza para cuando distingo la varita de Jessica entre las lágrimas que de por sí estoy segura ya se escapan por mis ojos, pero para cuando los vuelvo a abrir, es una sensación liberadora la que se apodera de mi cuerpo, que me libra de cualquier presión en la cabeza como un pájaro volando entre las nubes. La confusión puede percibirse en la expresión de mi rostro, cuando aun siento el mareo en mi cerebro y apenas puedo distinguir quienes están frente a mí. Estoy segura de que abro la boca para decir algo, pero si lo hago debe de ser en un sueño del que estoy bien lejos de despertarme, porque no puedo murmurar palabra, no sin que una nueva oleada de colapso acuda a mi cabeza. Si no me desmayo en el momento es porque aun soy consciente de que sigo respirando, y no sé por qué, pero lo agradezco.
Por eso agradezco que la figura de Colin se haga presente entre nosotras, incluso cuando su aparición vuelve a sentirse como si nada de esto fuera real del todo. Que las etapas en que nos conocimos difieren mucho de como me hubiera gustado reencontrarnos ahora, cuando somos lo suficientemente maduros como para darnos cuenta de que jugamos en diferentes bandos, esos a los que no supimos ponerles un nombre antes porque la necesidad de tener un apoyo era superior al odio que pueda existir ahora por ser quiénes somos. Eso es lo que hace la guerra, saca nuestra peor cara al punto de que cuesta más regresar a lo que éramos que permanecer siendo lo que nos ha convertido. En mi caso, poco más que un vaso que está medio vacío en lugar de medio lleno, el pesimismo propio de alguien cuya última gota colmó más de un vaso.
Ni siquiera me esfuerzo por mantener un espacio personal cuando Colin se acerca para tomarme del brazo, del mismo modo que hace apenas unas horas, pero creo diferenciar en sus ojos algo más que la rabia de entonces, y quizás es eso lo que me asusta cuando eleva la voz. Llevo la mirada hacia Jessica, no siento la necesidad de ofrecer una respuesta cuando los tres estamos pensando lo mismo. O eso espero al menos. Es lo único que me queda, confiar en que estas dos personas harán por mí lo que yo nunca he sido capaz de hacer por cuenta propia, que los años que nos conocimos sean suficientes para darme la voluntad de buscar el fin ahora que la línea que lo marca concluye en el principio, como un ciclo que está predispuesto a cerrarse.
Para estar preparada para morir, creía que en el momento acudirían a mi cabeza preguntas diseñadas a infligir un miedo que ahora tarda en llegar, y que si lo hace no soy consciente de sentirlo porque en el momento de mirar a mi mejor amiga asiento con la cabeza. Ni me planteo como va a ser porque en lo único que pienso es en mi hija, que esté dónde esté voy a poder encontrarla, reunirme con ella de una vez por todas como madre que ha nacido para protegerla como nunca supe hacerlo cuando aun respiraba. Aunque ahora sí reconozco el pánico crecer dentro de mi pecho, pero no por temor a morir, sino por el hecho de que, de existir un lugar después de la muerte, no me corresponde estar en el mismo que ella. Porque yo he hecho cosas horribles, muchas de las cuales me arrepiento, pero hay otras de las que no, y ella era buena, alguien a quién rompieron antes de siquiera tener la oportunidad de ser completa. No merezco ese lugar, y aun así, espero a que me acepten como si lo que he hecho carece de sentido por no haber estado junto a ella.
Verdaderamente se siente estar ahogándome en mi propia cabeza para cuando distingo la varita de Jessica entre las lágrimas que de por sí estoy segura ya se escapan por mis ojos, pero para cuando los vuelvo a abrir, es una sensación liberadora la que se apodera de mi cuerpo, que me libra de cualquier presión en la cabeza como un pájaro volando entre las nubes. La confusión puede percibirse en la expresión de mi rostro, cuando aun siento el mareo en mi cerebro y apenas puedo distinguir quienes están frente a mí. Estoy segura de que abro la boca para decir algo, pero si lo hago debe de ser en un sueño del que estoy bien lejos de despertarme, porque no puedo murmurar palabra, no sin que una nueva oleada de colapso acuda a mi cabeza. Si no me desmayo en el momento es porque aun soy consciente de que sigo respirando, y no sé por qué, pero lo agradezco.
Muy lentamente suelto el brazo de Alice, no había sentido tanto la distancia desde que nos había separado siendo niños, como en este momento en que aparto mi mirada de su rostro para hacerme a un lado y dejar que sea Jessica quien concluya con su varita, la vida de una mujer que está muerta desde el día en que todo lo que tenía fue devorado por el fuego. Uno que yo también alenté, que también causé. Ninguno de nuestros juegos de escondidas, en que lograba pillar a Alice detrás de un escombro en el que cabía su menudo cuerpo, se compara con este de adultos en que estaba oculta de mi vista, no alcancé a verla y la dañé. No se puede respirar con los pulmones contaminados por las cenizas, me solidarizo con su agonía y podría seguir culpándola por todas las decisiones equivocadas que tomó, si no fuera porque creo que lo mejor que podríamos hacer por ella este día, es liberarla del dolor de seguir forzando respiraciones cuando lo único que quiere es morir.
Hago presión con mis dedos sobre mis párpados antes de disponerme a sostener mi mirada en el movimiento de la varita de Jess, al rostro de Alice que queda a una corta distancia y le digo adiós silenciosamente por una segunda vez, en esta vida no hay más que despedidas que se repiten, todo se acaba y lo que se hace es cavar otro pozo donde se entierra parte de un pasado que con el tiempo, tal vez se vuelva un recuerdo más llevadero, si eso es posible. Si no es que todos acabamos muertos en vida por ese pasado, como le sucedió a Alice. Tengo una confianza plena y certera de que a Jess no le temblará la muñeca, en todo momento estoy esperando escuchar el murmullo de su boca, esas dos palabras que pondrán el final necesario. Mi reacción más espontánea al escuchar que las cambia por una única palabra que no promete la muerte, sino el olvido, es tender mi mano hacia ella y hacerla voltearse hacia mí cuando el hechizo ya ha impactado en Alice. —¡¿Qué estás haciendo, Jess?!— grito de tal manera que resuena en todo el galpón, entre los muros de ventanas débiles y un perro que pega un aullido. —Maldición, Jess. ¡Maldita sea!— me aparto bruscamente de ella que se ha salido de lo que teníamos que hacer, para ir hacia donde quedó tendida la otra mujer y fuera de toda consciencia. Estoy a punto de murmurar su nombre para llamarla, entonces caigo en el error que sería eso, está desmayada, sin memoria y… viva.
Aprieto con fuerza mis párpados cerrados para meditar dos segundos en lo que acaba de pasar, en el giro de nuestras decisiones. Con las rodillas dobladas, encorvado sobre el cuerpo dormido de Alice, le doy la espalda a Jess y le hablo con un gruñido hosco. —Hablaremos después—. Mi enfado hacia ella está injustificado, ha tomado una alternativa que le da la oportunidad a alguien de vivir un día más y esto podría tener muchísimas consecuencias, Alice no deja de ser una traidora buscada por seguridad nacional. Si no es en nuestras manos, su muerte correrá a cuenta de las manos de alguien más. Pero tengo que reconocer que es alivio lo que distiende toda la presión que estaba hundiéndome por dentro, que al desaparecerme con ella para regresar al callejón donde nos encontramos en primer lugar, lo que hago al acomodar su capucha para que le cubra el rostro es soltar un suspiro que es eterno a mis oídos. Porque por un momento, uno en que las nubes de tormenta comienzan a disiparse por encima de los callejones sucios del distrito cinco, tengo el recuerdo que se me escapa entre los dedos al mismo tiempo que me pongo de pie para dejar a Alice, en que me veo trepando un muro en derrumbe, buscando como todos algo que sé que está ahí pero no encuentro, que rodeo un pilar y no hallo nada, que todo el paisaje se llena de sombras largas porque la luz del atardecer se está extinguiendo, y entonces lo veo, así como de adulto veo entre fantasmas que vagabundean y otros que se desvanecen, algo que apenas distingo, un movimiento, el contorno de una figura, una risa contenida de niña. Y ese niño grita «¡Te encontré!», mientras yo me alejo de quien acaba de perder el único recuerdo que le daba sentido a todo.
Hago presión con mis dedos sobre mis párpados antes de disponerme a sostener mi mirada en el movimiento de la varita de Jess, al rostro de Alice que queda a una corta distancia y le digo adiós silenciosamente por una segunda vez, en esta vida no hay más que despedidas que se repiten, todo se acaba y lo que se hace es cavar otro pozo donde se entierra parte de un pasado que con el tiempo, tal vez se vuelva un recuerdo más llevadero, si eso es posible. Si no es que todos acabamos muertos en vida por ese pasado, como le sucedió a Alice. Tengo una confianza plena y certera de que a Jess no le temblará la muñeca, en todo momento estoy esperando escuchar el murmullo de su boca, esas dos palabras que pondrán el final necesario. Mi reacción más espontánea al escuchar que las cambia por una única palabra que no promete la muerte, sino el olvido, es tender mi mano hacia ella y hacerla voltearse hacia mí cuando el hechizo ya ha impactado en Alice. —¡¿Qué estás haciendo, Jess?!— grito de tal manera que resuena en todo el galpón, entre los muros de ventanas débiles y un perro que pega un aullido. —Maldición, Jess. ¡Maldita sea!— me aparto bruscamente de ella que se ha salido de lo que teníamos que hacer, para ir hacia donde quedó tendida la otra mujer y fuera de toda consciencia. Estoy a punto de murmurar su nombre para llamarla, entonces caigo en el error que sería eso, está desmayada, sin memoria y… viva.
Aprieto con fuerza mis párpados cerrados para meditar dos segundos en lo que acaba de pasar, en el giro de nuestras decisiones. Con las rodillas dobladas, encorvado sobre el cuerpo dormido de Alice, le doy la espalda a Jess y le hablo con un gruñido hosco. —Hablaremos después—. Mi enfado hacia ella está injustificado, ha tomado una alternativa que le da la oportunidad a alguien de vivir un día más y esto podría tener muchísimas consecuencias, Alice no deja de ser una traidora buscada por seguridad nacional. Si no es en nuestras manos, su muerte correrá a cuenta de las manos de alguien más. Pero tengo que reconocer que es alivio lo que distiende toda la presión que estaba hundiéndome por dentro, que al desaparecerme con ella para regresar al callejón donde nos encontramos en primer lugar, lo que hago al acomodar su capucha para que le cubra el rostro es soltar un suspiro que es eterno a mis oídos. Porque por un momento, uno en que las nubes de tormenta comienzan a disiparse por encima de los callejones sucios del distrito cinco, tengo el recuerdo que se me escapa entre los dedos al mismo tiempo que me pongo de pie para dejar a Alice, en que me veo trepando un muro en derrumbe, buscando como todos algo que sé que está ahí pero no encuentro, que rodeo un pilar y no hallo nada, que todo el paisaje se llena de sombras largas porque la luz del atardecer se está extinguiendo, y entonces lo veo, así como de adulto veo entre fantasmas que vagabundean y otros que se desvanecen, algo que apenas distingo, un movimiento, el contorno de una figura, una risa contenida de niña. Y ese niño grita «¡Te encontré!», mientras yo me alejo de quien acaba de perder el único recuerdo que le daba sentido a todo.
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