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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Flame you came to me ✘ Lara
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Recuerdo del primer mensaje :

    Siento que todavía estoy temblando, lo suficiente como para ser incapaz de abrir por mi cuenta la botella de agua que Josephine me ha alcanzado. Como me quedo con la vista perdida en algún punto de la pared, ella chasquea la lengua, me la quita y me la devuelve ya sin tapa, por lo que murmuro un agradecimiento y bebo con lentitud. He regresado a mi departamento en cuanto terminó la junta y, siendo sábado, se encuentra relativamente vacío. El silencio no es de ayuda, no cuando todavía tengo el eco de los gritos de Notch Labors y la desagradable succión por parte del dementor que consumió su alma hasta dejarlo vacío. Tengo el permiso para marcharme a mi casa, pero siento que no soy capaz de desaparecerme ahora. Tengo que dejar la botella sobre el escritorio y me llevo una mano a la cara, froto mis sienes y luego mis párpados. Estoy jodido. Estoy jodidamente jodido. Van a tomar mis archivos y encontrarán el modo de dejarme tan hueco como el ministro de investigación. Ex ministro, ahora no sirve de nada. Y si tengo suerte y no muero de la manera más cruel, es porque he aceptado apoyar un gobierno que se ha salido de los límites y pone en riesgo a mi familia. Meerah es mestiza, Phoebe también. Confío en que tienen sus expedientes limpios, que puedo cuidarlas, que ningún dementor les va a respirar en la nuca. Solo que hay un pequeño detalle.

    Es complicado tener gente por la cual preocuparse. Hay una vocecita irritante que me recuerda que Lara no está limpia, que yo me encargué de ocultarlo por años y que apenas busquen motivos para culparla en base a su sangre, tendrán con qué respaldarse. Bueno, eso si agarran los archivos que quedaron escondidos en mi casa y cuya existencia es la única que la condena; gracias bombardeo por al menos darme eso. Si Scott cae, mi hijo cae con ella y es una oferta dos por uno que no pienso tomar. Respiro un par de veces y sacudo la cabeza cuando Josephine me pregunta cautelosamente si necesito algo más, le entrego la botella y me apoyo en el escritorio para tomar el impulso de ponerme de pie. En minutos, ya estoy saliendo del ministerio con paso apretado y la idea fija en la cabeza. Quedó en claro que no puedo rebelarme o echarme atrás, así que haré lo que mejor hago: sacar provecho de mi puesto, para bien o para mal.

    Para cuando entro a mi casa, lo hago tan rápido que Maui se detiene a medio camino con una pila de ropa sucia y me pregunta qué es lo que sucede con un tonito escandalizado que me deja bien en claro que me debo ver peor de lo normal — ¿Dónde está Lara? — no doy más explicaciones, tarda en decirme que cree que está arriba y no espero más para salir disparado por las escaleras. La música lejana me indica que Meerah debe estar encerrada en su habitación, así que eso me da la seguridad de que no va a escuchar nada, lo cual es un alivio. Para cuando abro la puerta de mi dormitorio, oigo el agua corriente del baño y suspiro; quizá volvió a vomitar o se está dando una ducha, es lo mismo, mientras me dé el tiempo y la privacidad para poder explicarme. No sé si esto va a funcionar, pero es lo único que tengo ahora. Me meto en el armario, aparto las perchas que me fastidian el camino y meto mi dedo en el identificador de la caja fuerte, antes de presionar la clave. Empujo algunos galeones, documentos propios y un reloj, hasta dar con la carpeta que busco — Scott, Scott, Scott… — susurro para mí mismo, pasando los apellidos a gran velocidad. ¿Qué haré con varios de estos nombres? Quizá pueda explicar el caso de Brawn, pero deberé entregar a este otro sujeto, Denvers. Ahora ellos dan igual.

    Tiro de las hojas justo cuando oigo como la puerta del baño se abre y giro la cabeza, viéndola salir — Hola — creo que es el saludo más escueto que puedo soltar y no estoy seguro de que mi voz suene como lo hace normalmente. Lanzo el resto de los documentos a la caja, cierro la puerta y salgo del armario, apenas echándole una ojeada a la fotografía que decora su archivo. Una Lara de hace siete años — ¿Podemos hablar? — No tengo idea de cómo comenzar esto o cómo explicarlo. Solo me detengo frente a ella y le tiendo las hojas, sintiendo la garganta seca a pesar de haber bebido agua hace no mucho — ¿Recuerdas que te dije que el trato se acababa cuando yo lo dijera? Bueno, lo termino. Se acabó, es tuyo — porque de continuar, podemos perderlo todo.
    Hans M. Powell
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    Hans M. Powell
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    Estamos tan lejos de tener suficiente el uno del otro como está ella de dejar de desprender botones de mis camisas cada vez que tiene la oportunidad. Lo que es una sorpresa es que ella sea la que haya considerado el mudarnos juntos, el darle una familia medianamente común al hijo que esperamos y estoy seguro de que la estoy mirando como si no la reconociera en lo absoluto. Tontamente, me conmueve que busque cuidar de Meerah como si fuese su hija, una responsabilidad que jamás le pediría y que ella ha tomado por cuenta propia — Phoebe está en el cuatro con su novio — lo comento distraídamente, como si quisiera descartar ese detalle antes de seguir hablando — Sabes que no quiero que te sientas responsable por Meerah, ¿no es así? — intento no sonar brusco, así que cuido mis palabras — Quiero decir, me gusta que se lleven bien, pero tú no necesitas más estrés ahora. No me digas que ahora quieres cargar con el título de madrastra con el que ella molestaba — le resto seriedad al asunto con la broma, porque no entiendo bien la clase de familia extraña que seríamos. Hay demasiados hilos entre nosotros como para que sea normal. No quiero decir que yo estoy obligado a vivir aquí, no voy a recordarle que esta isla es un juramento que llevaré conmigo hasta que deje de ser ministro. Es mi hogar, al fin de cuentas. No sé si será el suyo.

    Me gustaría poder cargar con menos pensamientos pesimistas, pero es parte de mí y de las responsabilidades que me carcomen con los días. No espero que lo entienda, pero aún así hago el esfuerzo — Prefiero ser yo quien la pase mal y no dejar que los problemas lleguen a casa — ya tengo a Meerah, tal vez ella lo entienda cuando la pelusa cobre forma de bebé llorón. No pienso en eso cuando se acomoda sobre mí y levanto un poco mis manos en el aire para permitir su movimiento, para cuando me quiero dar cuenta me está desnudando y ayudo con un movimiento de mis brazos a que la camisa quede lejos. Mis manos se aferran a su espalda en caricias, respiro con fuerza en respuesta a sus besos y no contengo la ansiedad que poseo con ella desde hace meses. A pesar del cansancio, me conformo con el sentir su piel con la mía y tironeo de su camiseta hasta sacarla por encima de su cabeza — Entonces es simple: ¿Dónde quieres vivir? Elige un distrito y compraremos una casa. Con jardín... — muevo el rostro para dejar un beso suave en su mejilla, aunque lo balanceo hacia el lado contrario para acercarme que su cuello —... y compraré una cuna, la que más te guste. Y quizá también un carrito... — mis manos la sujetan por la cadera, clavo los dedos en su espalda baja y me acomodo para bajar por su clavícula — Puedo dividir mi tiempo entre la isla y dónde sea que quieras que criemos a este bebé. Meerah puede elegir dónde pasar la noche. Asunto solucionado. — tal vez el dinero no compra la felicidad, pero ahora ayuda bastante. No podemos evitar que el mundo explote, pero sí podemos armar nuestro propio búnker con pañales.

    La inclino ligeramente hacia atrás, lo que me permite rozar su ombligo con mis labios y besar su panza, hasta que la obligo a recostarse en la cama. Aún sujeto entre sus piernas, apoyo las manos en el colchón y me estiro hacia delante para colocarme sobre ella, regalando la sonrisa más sincera de este día de mierda. El humo negro del cesto indica que la magia se ha acabado y ya no hay más que cenizas de nuestro acuerdo. Ya no existe, somos solo nosotros dos. Tres. Somos tres en la cama — No deberíamos estar haciendo esto con una adolescente entrometida y despierta del otro lado del pasillo — le recuerdo. La luz del día no es una aliada confiable. Me acomodo para inclinarme y beso la punta de su nariz antes de repetir la acción con sus labios — ¿Quieres eso conmigo? ¿Un hijo y una casa? Porque entenderé si es mucho. Tenemos meses para solucionarlo y mantener el perfil bajo — al menos, tanto como mi trabajo me lo pueda permitir.
    Hans M. Powell
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    Hago rodar mis ojos porque mi preocupación por Meerah no pasa por sentirlo como una responsabilidad, mucho menos porque quiera ejercer de madrastra, no reprimo la mueca que arruga mi nariz como si esa palabra me diera repelús, y es que con ella llegamos a un acuerdo de que nuestra relación no es de ese tipo, sino que va por otro lado. —Es sólo una chica, Hans. En un mundo loco. ¿Cómo no voy a estar con ella?—. No tiene que ver con la amistad que pude haber tenido con Audrey, solo un poco con estar con él, ya que eso es lo que me permite estar tan cerca de Meerah al punto de considerar que podría ser quien esté al alcance si algo ocurre y necesita ayuda. No sé a qué se refiere con «más estrés», no es como si pudiera desentenderme de ciertas cosas. Sí que me tocará saber quedarme al margen y fingir indiferencia sobre algunas otras, pero si elijo quedarme es porque hay personas que me importan y algunas pueden defenderse por su cuenta, pero no todas. Creo que mis pensamientos sobre lo que está sucediendo tienen la profundidad de quien está rozando con los dedos el fondo de un pozo oscuro y busca la luz que está muy por encima, y eso que el mundo todavía no se ha derrumbado entero. Tal vez ocurra mañana o pasado.

    Discutir contigo es un caso perdido— murmuro, no hay nada que le diga que lo haga desprenderse de ese convencimiento que tiene de que debe ser quien haga frente a los desastres. —¿Alguna vez nos vamos a poner de acuerdo?— pregunto, sintiendo el choque de su piel contra la mía. —Si vas a ser quien esté delante de todo sosteniendo con tus manos lo que se viene…— suspiro, acerco mis labios a su frente para rozarla, mientras alzo mis brazos para que pueda arrojar mi camiseta entre las sábanas que se van desordenando al movernos. —Tocará darte muchos momentos buenos que puedas usar entonces— bromeo con una sonrisa suave al sujetarme a su nuca con una mano, para que pueda bajar con su boca por mi cuello y cierro mis ojos para concentrarme en el rastro de calor que va dejando por donde pasa, en un cosquilleo que llega hasta las puntas de mis dedos que siguen agarrando mechones de su pelo. Sonrío, no puede ver la manera en la que sonrío, con mi cara vuelta hacia arriba, no quiero contradecirlo en lo que parece un plan ideal que no se si podría llegar a concretarse algún día. —¿Y podemos tener una tortuga de jardín?— pregunto, para sumarlo a la lista de cosas que podríamos tener, tal vez.

    Trato de imaginar cómo sería ese lugar, me angustia que pueda quedarse como algo que se disipará en nuestras mentes después de un tiempo, porque sé que él está hablando en serio por alguna razón y si hago el esfuerzo yo también puedo pensarlo como algo real. —No quiero que te dividas, nos quedaremos un tiempo aquí si hace falta...— digo, y un poco más seria, porque lo he pensado como una opción posible, continúo: —Y no quiero que compres nada. Eres ministro y sabrán dónde y qué compraste, así que de eso me encargaré yo. Si hace falta irnos a otro lugar, ahí estará— susurro, distrayéndome por el modo en que sus labios siguen descendiendo, así como mis manos van bajando por su espalda. Caigo sobre la cama y lo atraigo hacia mí de esa manera en la que encajamos tan bien, que la maldita sensibilidad de mis pechos en estos días busca sentir su piel y mis dedos se pierden vagando hasta la cintura de su pantalón. Me encuentro sonriendo en respuesta a su sonrisa. —Sólo son veinte minutos de besuqueo un poco más intenso que el besuqueo matutino— digo, con un dejo ladino en la manera que tienen mis labios de curvarse, todavía queda entre nosotros su pantalón y un sostén que es una verdadera molestia por culpa de esos cambios en mi cuerpo que mencionó hace unos días, hace una semana. Siento como el tiempo está corriendo demasiado a prisa, quiero capturarlo en mis manos para que no se escape de mi control, puede que estemos yendo rápido otra vez, ¿cuándo no? —Hans, donde sea que esté con tu hijo o tu hija, será una casa para ti también, si así lo quieres…— murmuro, deslizando mis labios por su pómulo hacia su oído. —¿Crees que podría hacerte feliz en medio de todo este desastre?— susurro, me aparto un poco para mirarlo a los ojos y dejando atrás esa pregunta. —Me han prestado un libro para mejorar el sexo en parejas regulares— me tiembla la voz por la carcajada que no llega a salir de mis labios y muevo mis cejas para animarlo a preguntar. —Tiene dibujos— fallo al tratar de no reírme, y me acerco para atrapar sus labios otra vez, saboreando cada suspiro y cada respiración.
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    Hans M. Powell
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    ¿Acaso alguna vez nos pusimos de acuerdo? Por favor... creo que no hace ni falta que haga énfasis en la broma, no hay manera en que nosotros no acabemos contradiciendo cada palabra que sale por la boca ajena, como si se tratase de unas olimpiadas del orgullo. Al menos, lo siguiente que dice me quita un segundo la amargura, consigue el hacerme sentir como yo mismo brevemente, tal y como si pudiese ignorar todo lo que ha pasado esta mañana — Te sorprenderías del patronus que podría conjurar con todo el arsenal que me regalas — es una broma que carece de inocencia, me sale con un cantito pícaro que busca seguirle la corriente — ¿Por qué una tortuga? No tienen mucha gracia. Aunque si quieres podemos tener dos — no hay que tomárselo en serio, menos cuando estoy seguro de haberle contado de la mascota de mi infancia. A veces me sorprendo a mí mismo al recordar las cosas que he accedido a contarle, sin saber cómo llegó tan lejos dentro de mi piel en tan poco tiempo. Tantos años viviendo entre negocios banales y bastó un malentendido para que nuestras reuniones se transformaran en esto. En un hijo, en planes compartidos, en declaraciones de amor que no hubiera pensado en mil años.

    Quedarnos aquí suena la opción indicada, tal vez tiene razón. Mudarnos ahora sería demasiado para un embarazo temprano, pero también estoy seguro de que lograría que funcione. Le otorgo la última palabra en eso, pero no en las cuestiones económicas — Puedo sacar el dinero y dártelo. Puedes poner la casa a tu nombre, eso no me importa. Pero haré lo que pueda por darles todo y, te guste o no, no puedes evitar que lo haga — es una charla muy poco erótica, pronto se me patina de la mente y no me interesa seguir discutiendo sobre un futuro que ahora no importa. En este momento vamos a quedarnos aquí, podemos seguir basándonos en esta cama. Puedo quedarme con eso — Dicen que el sexo matutino es saludable. ¿Crees que deberíamos tomarlo como una rutina? Si voy a tenerte en mi cama todas las noches... — espero que no tenga intenciones de que me muestre calmo, no cuando estoy seguro de se está poniendo más curvilínea con el paso de los días. Estoy seguro de que me he sorprendido a mí mismo mirándola un poco más que de costumbre esta semana. Me inclino mejor sobre ella para poder verla a los ojos y se me cae un mechón entre los míos, pero ni me molesto por ello — ¿Quién dijo que no me haces feliz ya? — curvo la boca hacia un lado y levanto la mano para acariciar su cabello al echarselo hacia atrás — Lo haces. Soy feliz contigo en nuestra propia manera.

    Estoy por olvidarme del sentimentalismo en un intento de vaciar mi mente de cualquier pensamiento y tengo toda la intención de bajar para ponerme entre sus piernas, cuando lo que dice hace que levante la cabeza y la mire con las cejas disparadas en cualquier dirección que indique divertida incredulidad — Primero: ¿Somos una pareja regular ahora? Y segundo: ¿Dónde metiste eso? ¿Quién te lo dio? — suelto el agarre y me apoyo para ponerme de pie de un salto, con todo el descaro del mundo me encamino hacia el bolso que ha dejado a un lado de la habitación y le hago una seña que pide permiso antes de ponerme a buscar. Cuando por fin lo tengo en las manos, me basta con ver la portada para tratar de contener la carcajada y fallar en el intento — Bueno, okay, creo que esto es lo más interesante que he visto hoy. ¿Cuándo pensabas decírmelo? — me toma poco y nada el estar de regreso en la cama y tenderme a su lado, paso las páginas con una sonrisa divertida que se me pinta de par en par hasta que chasqueo la lengua tal y como si estuviese analizando la nueva decoración de mi cocina. Pongo el libro sobre la cabeza de ambos para que pueda ver conmigo y ladeo la cabeza ligeramente en su dirección — ¿Qué opinas de esto, querida? ¿Crees que podría ser físicamente posible? — el tono pomposo se me agota con una sonrisa cargada de gracia y le echo una ojeada, consciente de que mis palabras de hace un rato son plenamente honestas. Sí, el dolor de mis pómulos deja en claro que me hace feliz. Que quiero esto. Que es la única cosa real que he tenido y sentido en mucho tiempo — Scott... ¿ eres feliz? — susurro. Por un segundo, es todo lo que importa, que el mundo perdone mi egoísmo.
    Hans M. Powell
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    ¿Y un perro que se llame Tesla?— sigo con mis preguntas que son peticiones anotadas en una lista imaginaria de todo lo que podríamos tener, debajo de esas dos tortugas que no tendrán nada de gracia y una pelusa que llegará a ser un bebé. De todo lo que podemos hacer una fantasía compartida, Meerah forma parte de lo que ya es real. Y nosotros nos movemos entre una cosa y otra, rodando por todo lo que es real, como esta cama y esta habitación, y acariciando con nuestros dedos todo lo que podría ser, una idea que se rebela a la manera en que está girando el mundo en este preciso momento. No sé por qué recuerdo esas charlas estúpidas en las que le decía que mi trabajo era cumplir el deseo de adultos caprichosos, que me dijera lo que quería y yo me encargaría de hacerlo posible. Hemos quedado tan lejos de ese entonces, cuando pareciera que sucedió ayer. Lo miro, sostengo su rostro con mis manos cuando insiste con lo del dinero, recuerdo que lo hizo otras veces y por eso sonrío cuando lo hace también ahora.

    Puedo volver a cualquiera de esas memorias con el comentario más banal que hace, tengo mucho de lo que elegir. ¿Qué le dije cuando me preguntó aquella vez qué más tenía para ofrecerle? Me río por dentro al recordar que hablé de lo inoportuno que sería agregar a alguien más, así como sexo o dinero. Me pica la garganta por la carcajada que suelto muy cerca de su oído, que los papeles que sostenían esa deuda son ceniza y nos ha quedado todo lo demás: un bebé que se volvió un tercero entre los dos, sexo sin dudas, y discusiones sobre su generosidad. No digo nada para prolongar esa disputa, porque me ocupo de la segunda de esas tres cosas. —Exijo sexo matutino para compensar el mal rato que me hacen pasar las náuseas de madrugada— digo, con un tonito autoritario que se pierde en otro beso, al que le sigue otro, también un tercero que se demora un poco más. Cuando se aparta, miro hacia arriba buscando sus ojos con una sonrisa que llena de mi rostro, me pican los dedos para apartar esos mechones que caen sobre su frente, pero en vez de hacerlos a un lado, rozo sus labios con las puntas de mis dedos después de decir que es feliz, como si quisiera tocar esas palabras, y porque me da miedo de las desgracias que se pueden llamar con esa simple declaración, me prendo de su boca para un beso que atrape lo que se ha dicho, para que quede entre nosotros.

    Me tiro hacia atrás, hundiéndome en el colchón, con mis brazos estirándose lo largos que son hasta casi rozar la almohada, para poder contestar a sus preguntas mientras rebusca en mi bolso, luego de abandonar la cama de improviso por algo que no esperaba que tuviera esa reacción de su parte. Si supuse que indagaría, no que lo iría a buscar de un salto, apenas si contengo otro arrebato de carcajadas. —Primero, creo que somos una pareja regular, porque tuvimos sexo regular durante el verano y lo tendremos ahora, ¿no? Porque lo tendremos, supongo. No me vendrás ahora con excusas de que te duele la cabeza o estás hormonal, ¿verdad?— giro mi rostro sobre la sabana para mirarlo con el ceño fruncido y mis labios torciéndose en un mohín gracioso, en tanto aguardo una respuesta. —Y segundo, está por ahí, en alguna parte, me lo regaló Rose porque está en esa onda espiritual suya de atraer adeptos a la religión de parejas regulares— explico con humor, agradecida en el fondo de tener una amiga que está en todos los detalles para que la gente tenga su momento feliz, que estoy pensando muy seriamente en comprar una casa en el cuatro si eso tiene que pasar, así tendríamos a Rose como vecina y también a Phoebe. No se sí es la mejor de las ideas o la antesala al caos. El colchón se mueve con su peso al regresar, que me deslizo para buscar un espacio entre su brazo y acomodarme sobre pecho mientras sostiene el libro, interesado como está en pasar sus páginas. —¿Qué? No pensaba decírtelo, me iba a guardar todos los secretos para mí— digo en chiste, no sé si mirar las imágenes del libro o estar pendiente de cómo le cambia la cara, estoy conteniendo con fuerza las ganas de reírme. Tanto que tengo que apoyar mi mano sobre su pecho para sostenerme y besar su barbilla, por hacer algo. Recuesto mi cabeza contra su hombro para poder ver lo que me enseña y tengo que echarle una mirada curiosa. —Yo creo que me la pasaría bien, pero serás el que tenga que sujetarme en esa posición durante… quien sabe cuánto tiempo— digo con un dejo insinuante, dejando marcas invisibles con mis uñas a lo largo de su brazo. —Pero yo confío en estos brazos, sé que podrás hacerlo, querido— mi tono no deja lugar a dudas de mi fuerte convencimiento, que suena tan pomposo como el suyo. Beso su hombro y murmuro contra su piel. —¿Alguna vez te dije que tienes muy buenos brazos?— arrastro mi voz al preguntar.

    Y me coloco entre él y el libro, se lo saco de las manos para que no estorbe y lo dejo abierto a un lado, por si hay que volver a sus páginas. Cubro su pecho con el mío, mis ojos por encima de su rostro al contestar. —Lo soy, en este momento soy muy feliz— murmuro, para que quede entre nosotros. —Y no quiero que este momento acabe, quiero capturarlo, llevarlo conmigo a donde sea y que me sirva para todo lo que pueda venir. No quiero robarme tus palabras… ¿pero puedo confesar lo inesperadamente dulce que fuiste al decir que podrías conjurar un patronus con todos los buenos momentos que tenemos?—. Escondo mi rostro en su cuello así ninguno de los dos nos avergonzamos por un gesto de esos, dejo que mis manos pierdan su camino hacia abajo deslizándose por su pecho. —Comentario aparte, dentro de unas semanas, obligatoriamente seré quien deba estar arriba. ¿Quieres aprovechar estas que nos quedan para hacerlo a tu ritmo?— pregunto, la sonrisa se me nota aunque siga vagando con mi nariz por lo largo y ancho de su piel. —Claro que también podemos solo continuar besuqueándonos— bromeo, que no es una mala elección tampoco.
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    Hans M. Powell
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    Supongo que su análisis tiene sentido, aunque siempre he tenido la teoría de que el sexo no te hace pareja. No lo apunto porque estoy seguro de que ella lo sabe, es tan conciente como yo de que esto ha dejado de ser una relación basada solamente en lo que compartimos en la cama; nuestras palabras lo dejaron bien en claro hace tan solo unos minutos — ¿Cuándo me he negado? Aunque ya te veré a ti con tus quejas hormonales... — mi amenaza carece de seriedad, en especial por la culpa de la sonrisa que se adueña de mi boca a pesar de que quiero contenerla y espero que no la vea en lo que busco su regalito, el cual no me sorprende que sea de Rose — Creo que tiene la esperanza de que me domestiques como ella hizo con Jack — a pesar de que parte de mi comentario va en serio, no puedo tomármelo de esa forma porque bromear a costa de mi amigo siempre es tentador. Lo he visto en su área de trabajo un sinfín de veces, pero sé que muchos de nuestros colegas bromearían a su costa al saber lo cursi que puede llegar que ser.

    Acomodado a su lado, tengo que mirarla de soslayo en falsa ofensa por ese comentario, como si jamás fuese capaz de perdonarle que escondiera el libro que sigo pasando entre mis dedos en lo que ella besa mi mentón. Produzco un sonido con mi garganta que delata que estoy considerando muy seriamente lo de la cantidad de tiempo en esa postura, distraído a medias por el modo que tiene de recorrer mi piel con sus uñas. No contengo la sonrisa apretada y, falsamente desinteresado, muevo una de mis cejas — Nunca me dijiste nada. ¿Debo tomarlo como que es cosa del embarazo o puedo verlo como una confesión real? — soy consciente de que hay cosas que cambiarán ahora, especialmente si tomamos la cantidad de hormonas que la han estado sacudiendo estos días. Algo me dice que no voy a quejarme demasiado en los próximos meses.

    Y quiero quejarme, estiro los brazos que ella misma ha halagado en señal de reproche cuando se sube encima y me quita la posibilidad de seguir husmeando y me encuentro con las manos vacías. La indignación me dura un suspiro, para qué mentir. La confesión de su felicidad me produce una nueva en mí, agradecido por su nueva dosis de una franqueza que no esperaba conseguir en su persona, no después de tantos misterios mentales. — ¿Dulce? Espero que no te acostumbres a usar esa palabra, porque es un poco extraña. Pero... ¿Me ganaré algún otro nombre si además te dejo tener tu bendito perro de infancia? — retomo parte de una conversación olvidada, me pregunto que tan feliz podría ser si lo tiene todo. La casa con jardín, la mascota que deseaba cuando era una niña, un bebé que busque en ella la protección que necesita. Abuso de que se ha colocado en mi cuello para poder acariciar su pelo, uso la mano contraria para vagar por su espalda y desabrochar su sostén. — Por mucho que me guste besuquearme contigo... — bajo los breteles por sus brazos y dejo a un lado la prenda y, sin más, la rodeo para poder girarnos con algo de brusquedad. Aprovecho a separar sus piernas y colocarlas en mi cintura, mis dedos suben por sus muslos en una caricia que sube por su torso, se curva en sus pechos y acaba en los contornos de su cuello con un toqueteo suave de mis yemas — Tomaré tu oferta de abusar de estar arriba un poco más. Y quiero probar... — estiro el brazo, paso algunas páginas del libro y lo coloco cerca de su rostro para que pueda verlo —... esto. Espero que tus piernas tengan resistencia — porque es lo único que puedo pedirle en estos minutos robados para nosotros, en una simpleza que espero sostener hasta que nos la arrebaten. Somos lo que tenemos y, a pesar de toda la mierda que se acerca paso a paso, es todo lo que necesito. Al fin de cuentas, esto es lo importante. El resto es solo ceniza.

    Hans M. Powell
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    Suelto un bufido gracioso cuando se refiere a mis hormonas de embarazada, porque según lo que me han dicho, tampoco habrá quejas de mi parte en los meses que siguen. Mis labios se tuercen hacia un lado, un sesgo ladino logra que mi mirada se haga más oscura, si eso es posible. —Sería una ironía— de las muchas que tenemos, — que trate de domesticarte con sexo— digo, estirándome en la sábana, en tanto él regresa con el libro en posesión. —Si yo a ti no te quiero doméstico en este sitio— murmuro con un dejo bromista. Sé que se refiere a algo distinto, lo que me da gracia. Hemos dicho hace unos minutos que no somos como las otras parejas, cuesta imaginarnos siguiendo ciertos lineamientos de lo que se debe hacer y cómo debe ser. Pero también bromeamos en alguna oportunidad sobre lo que se volvió costumbre, lo que se volvió doméstico, si no me equivoco la primera vez que dormimos en su cama le dije que lo que me aterraba precisamente era lo doméstico de hacerlo así, quizá con otras palabras.

    Entonces todo era una novedad, no conocía su piel como puedo trazarla ahora, con las puntas de mis dedos errando por lugares que he llegado a memorizar. Dimos por hecho que acabada la curiosidad por lo nuevo, esto pasaría, no habría ningún enigma por resolver y perdería su atractivo. Y lo que pasó fue que por debajo de cada centímetro de piel que arrasó con su tacto, conquistó espacios donde nadie nunca había estado. No pensé que llegaría el día en que estaríamos revisando un libro de posturas porque todavía creemos que hay cosas que descubrir en el otro, o que haya otras que nunca las dijimos. —Es una confesión real— musito, retengo momentáneamente su mentón con una caricia y hago que su mirada se encuentro con la mía a pesar de nuestras posiciones. —Estoy enamorada de ti— digo, —y tienes unos brazos muy buenos— lo digo con el mismo tono ronroneante que usé antes. —Si tengo que decirte todo lo que dicen mis hormonas— sigo, moviendo mis cejas de un modo sugestivo, —tienen una opinión para cada parte de ti…— deslizo mis ojos desde su pecho hasta lo más lejos que puedo llegar, relamiendo mis labios en el trayecto, pero su atención está puesta en el libro y tomo su pregunta como la oportunidad para que sus ojos vuelvan a encontrarse con los míos al decirle que sí, que soy feliz.

    En parte es con la intención de mofarme de él que digo que es dulce, en parte es cierto aunque no note que tiene de esos gestos y es que no se me ocurre otra manera de describirle si mi bendito perro imaginario de la infancia también tiene un lugar en nuestras fantasías. —¿Qué nombre prefieres?— pregunto, mi sonrisa contra su cuello. —¿Y te gustaría una casa en el distrito cuatro?— suelto de pronto. Me recorre el estremecimiento a lo largo de mi espalda al sentir el roce de sus dedos y muevo mis hombros para que se deshaga del sostén, así puedo presionarme contra su pecho, pero responde a mi invitación con un movimiento que invierte nuestras posiciones una vez más. Busco el tacto de sus manos con la misma ansiedad que me lleva a moldear sus hombros, jadear en su oído, y a tenerme abriéndome a él con una facilidad para la que no hace falta ningún viejo ruego. Giro mi rostro para tratar de enfocar mi vista difusa en la imagen que me muestra, y a pesar de mi respiración entrecortada, hallo mi voz en el fondo de mi garganta para bromear, porque de lejos me llegan sus palabras dichas en otra noche, en este mismo lugar. —Salí a correr todas las noches de verano, así que puedo asegurarte que mi resistencia es muy buena—. No creo que haya algo a lo que pueda decirle que “no” si sale de sus labios en este momento, beso su mandíbula mientras mis manos pasan de su espalda a la cintura de su pantalón para colaborar con él en quitar lo que falta. —¿Podemos hablar de que en esto si nos ponemos de acuerdo?— bromeo.
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    No lo voy a decir jamás, jamás en la vida, pero que diga tan abiertamente que se ha enamorado de mí provoca una reacción extraña, similar a un cosquilleo cálido que se desliza por mi cuerpo, del pecho hacia los dedos de los pies. Es lo siguiente lo que hace una contraparte, me encuentro dedicándole una sonrisa juguetona que se presiona brevemente contra sus labios en cuanto me estiro en su dirección — Planeo alimentar mi ego durante estos ocho meses que quedan, entonces — o siete, depende cómo lo veamos. No tiene mucha importancia, cuando lo único en lo que puedo pensar es en echarme encima para poner en práctica cada cosa de este libro mientras el tiempo nos dure... y en especial si me mira de esa forma.

    ¿Para perro? Depende de la mascota. ¿Para bebé? Cualquiera que no sea "Tesla" — bromeo. ¿De verdad estamos considerando una mascota? ¿No tenemos suficiente con la idea de un hijo que apareció prácticamente de la nada? No sé qué me sorprende más, si esa pregunta o la que viene con la idea de tener una casa en el cuatro. No contesto de inmediato, por mi cara dejo en evidencia que tengo que considerarlo. Mis labios se tuercen en un gesto pensativo y trato hacerme la idea de un niño o una niña en la playa, posiblemente cubierto de arena. No sé cuánto le gustaría ese detalle a Meerah — ¿Quieres estar cerca de mi hermana para usarla de niñera responsable? — bromeo — Es un buen distrito y tendríamos a varias personas cerca que pueden ayudar. Aunque no lo sé... tú eres quien vivirá ahí la mayor parte del tiempo. Yo estaré aquí. Siempre podemos armarle un cuarto al bebé que sirva también en esta casa, el que está frente al de Meerah es un buen dormitorio — es amplio y con vista al jardín, pero ahora solo funciona como cuarto de huéspedes. Es obvio que no tengo demasiados.

    Los debates familiares y el miedo a un riesgo de muerte pueden esperar. La manera que tiene de tocarme hace que muerda mis labios con impaciencia, sonriendo al recuerdo que ella trae a colación. Uno demasiado lejano, casi perteneciente a otra dimensión. Le dejo la tarea de quitarme la ropa, estoy más ocupado en besar su cuello en los puntos cálidos, dejando que mis manos busquen su desnudez al colocarme entre sus piernas. Las prendas pueden ser ordenadas más tarde, no hay nada que la magia no pueda solucionar — ¿Cómo no voy a ponerme de acuerdo contigo en esto, cuando...? ¡Debe ser una broma! — había estirado una mano para volver a chequear la postura y me fijo en la siguiente, la cual me hace reír contra su piel — ¿Quién hace un 69 con levicorpus y no muere de la sangre en la cabeza? Veamos... — intento no irme por las ramas y tanteo hasta encontrar la varita que quedó en algún punto del cinturón y la cama. Sé que debería hacer que sus piernas se eleven hacia arriba y queden ahí mientras yo hago todo el trabajo, pero me encuentro deteniendome en sus ojos y, sin poder contenerme, suelto una risa entre dientes — Recuerda que me amas en los próximos minutos, porque esto va a ser de lo más ridículo — es una petición sencilla. Hemos pasado la línea del pudor y los permisos, me he acostumbrado a su compañía y a su cuerpo como para siquiera sentir que estoy en falla. No puedo decir con palabras que estoy en un terreno nuevo, que jamás había experimentado esta extraña sensación de seguridad y felicidad de la que tanto hablamos. Es como aprender a caminar una segunda vez, con sus risas inconclusas por el descubrimiento de una experiencia nueva, por preguntarle más de una vez si se encuentra incómoda, porque burlarnos de nosotros mismos en la intimidad es mucho más privado que el sexo en sí. Porque estúpido yo, que me he enamorado de ella y espero de verdad que no quiera que diga lo que me gusta de su persona, porque acabaré esa lista sin una pizca de dignidad en las venas.

    Todo se siente correcto y mejor cuando estamos debajo de las sábanas, sumidos en la protección que éstas nos regalan y que nos alejan de toda la basura del resto del planeta. Mis brazos siguen a su alrededor, la varita quedó probablemente bajo una almohada y estoy usando mi tiempo en seguir besando sus labios, sintiéndome enroscado en ella, sin importarme el respirar. Eso sí, en algún punto suspiro con la leve sonrisa que suelto en su boca — No sé tú, pero yo le llevaría un vino a Rose la próxima semana — bromeo en un susurro. Estoy seguro de que las sábanas vuelven a temblar por la risa.
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    No voy a ponerle a un hijo el nombre que me hubiera gustado ponerle de niña a una mascota— digo con una nota aguda, quejándome de que si quiera piense que podría hacer algo así. Siendo honesta no he pensado otro nombre para el bebé que no sea «pelusa» y por el momento me conformo con el apodo de Meerah de llamarlo «Muffin». Habrá tiempo para considerar todos los posibles nombres después, cuando se sienta como algo más real, salvo algunos síntomas y las hormonas que me atacan de pronto, no tengo mayores señales de que este algo podría llegar a ser un bebé. —El nombre era para ti— aclaro, aunque es un interrogante que tendremos que dejar abierto, porque si todo lo que podemos imaginar esta noche se vuelve real, tocara replantearnos quiénes somos y a dónde queremos llegar, por el momento estamos aquí. Puedo tratar de vernos en la playa del distrito cuatro, con su hermana de un lado, y la seguridad de contar con Rose y Jack del otro, que ambos son aurores además de amigos. Pero son imágenes que se proyectan en mi mente y que no puedo llegar a tocar, ¿puedo imaginarme viviendo ahí? ¿Yo sola con un bebé? Preferiría una casa en el distrito nueve, donde los mecánicos tenemos trabajo asegurado, o en el siete, porque el bosque me atrae más que la playa. Y como lo deja a mi elección, no digo nada más. —Claro que puede tener uno aquí— me escucho decir, haciéndome a la idea de que está sujeto a la mansión y la isla ministerial. —Pero, ¿quieres colocarlo cerca de Meerah para tenerla de niñera?— me burlo con una sonrisa de soslayo.

    Todo lo que podamos decir queda en el aire que respiramos, podrá ser o podrá cambiar, le daremos una solución en otro momento que no es este, imaginar es un juego peligroso por lo azaroso de la vida y no quiero llenarme de ilusiones banas, nunca he querido ser de esas personas. Esas cosas que puedo llegar a planear, trabajo para convertirlas en algo real. Sin embargo, lo único real a lo que puedo abrazarme en este momento y lo hago con fuerza es a su cuerpo que se amolda al mío, a esa felicidad que nos pertenece por al menos veinte minutos, que nos aísla de ese mundo que lo ha asqueado esta mañana y que a mí lleva indignándome por años. Mi risa choca con sus labios en otro beso, tiemblo de carcajadas bajo su roce y recomponiéndome a esto, alcanzo a apartarme para poder acariciar su barbilla que se marca con esa sonrisa que creo que conozco lo suficiente como para poder dibujarla con mi varita. —Créeme cuando te digo que puedo amarte por encima de lo estúpidos que somos en muchas ocasiones— le aseguro, con toda la seriedad que soy capaz, cuando estamos una vez demostrándonos que nos superamos a nosotros mismos en lo ridículo, rompiendo marcas otra vez, probando que tan lejos podemos llegar que es la manera en que terminamos donde estamos.

    No se lo he dicho, ni creo que haga faltarle decirle, que con su piel encontrándose con la mía, es su risa la que se cuela por debajo y me retiene donde quiere tenerme, en la posición que quiera, en la postura que quiera. Y una vez, muy estúpidamente, creí que podríamos desnudarnos ante el otro y salir indemnes, cuando no creo que nadie haya podido lograr realmente desnudarme y despojarme de hasta la última barrera, como lo hizo él. Espero que estos minutos de compartir su risa valgan por todos los vendrán, pero no puedo ni quiero que terminen, dejaría todos los relojes suspendidos en este preciso instante con un hechizo, con mis labios demorándose en los suyos quien sabe hasta cuándo. Pero su voz se impone entre los dos y sonrío con pereza en respuesta. —Tendremos que comprar dos vinos— digo, girando medio cuerpo hacia un lado, pero tomándolo de su brazo para hacer que lo cruce por mi cintura al mantener mi espalda contra su pecho. —Uno será para cuando vaya a visitar a Rose y darle las gracias, y el otro cuando vayas a visitar a mi madre. El vino será para ti, por supuesto. Lo vas a necesitar—. Claro que no tiene que hacerlo hoy, ha tenido una reunión de mierda esta mañana, pero mi madre no va a perdonarme si el padre de su nieto no se presenta como corresponde antes de que acabe el mundo.
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    — No. Lo colocaremos cerca de Meerah porque eso es del otro lado del pasillo y así podremos ser lo ruidosos que queramos teniendo la ventaja de escuchar los pasos antes de que entren por la puerta — explico con el tono de voz más lógico que soy capaz, casi que hasta me recuerdo a mí mismo en las reuniones de todos los días en mi oficina. La necesidad de intimidad será importante en algún momento, en especial porque tengo entendido que los niños tienen manías como dormir con sus padres y llorar en medio de la noche; planeo ahorrarle algunos traumas a mis hijos, dicho sea de paso. Es obvio que seremos incapaces de mantener esto en calma, no cuando estamos con un libro sexual abierto de par en par en medio de mi cama con obvias intenciones de ponerlo en práctica. Apenas le lanzo una mirada en respuesta, tomo sus palabras como una promesa y solo le otorgo una sonrisa ladina que se pierde para nosotros. Nos estamos arriesgando más de la cuenta, pero parece que ninguno de los dos va a poner excusas esta vez. Si dice que puede amarme, lo tomo, por lo que me valga.

    Me he acostumbrado a acomodarme contra ella, le regalo el manejo de mi brazo y estrecho mi pecho en su espalda al tratar de amoldar mi cabeza a la almohada, cuya tela se encuentra demasiado arrugada como posiblemente se vea todo el lecho. Acepto su orden de dos vinos con un sonido tenue y afirmativo de mi garganta, demasiado ocupado en besar con lentitud su hombro más cercano como para poder hacer uso de palabras. Estoy dejando un cuarto pique de mis labios en su piel cuando dice algo que no me espero y me detengo en el aire, con la trompa para adelante antes de levantar los ojos en su dirección — ¿Qué? — suelto de inmediato y muevo mi brazo para destaparnos, como si el dejar entrar la luz me ayudase a ver en su cara algún rastro de broma. En sus rasgos no encuentro nada, aunque estoy seguro de que yo soy la viva imagen del post sexo escandaloso porque apuesto a que todavía conservo calor en el rostro y apenas puedo mirarla entre el flequillo. Solo espero que ese calor sea por lo que hicimos y no por la imagen mental que me clava en la cabeza — ¿Quieres presentarme a tu madre? — quiero reírme con escepticismo, pero la voz me sale un poco ahogada — Hasta hace unas semanas atrás no querías que nadie nos vea — supongo que un hijo cambia absolutamente todo.

    Intento aflojarme un poco y me acomodo lentamente hasta recostarme contra ella, volviendo a colocar el mentón contra su hombro — Jamás tuve que presentarme ante ninguna madre. Bueno, no así. Una vez me acosté con alguien cuya madre entró y no tuve otra opción que presentarme, aunque no fue una buena experiencia — ni sé por qué le estoy contando esto y no me voy a ir a los detalles de lo que fue ese desayuno. La abrazo un poco más fuerte, pasando mi pulgar por su piel a modo de distraída caricia — ¿Estás segura de querer eso? Quiero decir, podemos… no sé, cenar. Pero no planeo crear una situación para la que tú no estés preparada — tampoco sé si yo lo estoy. Espero que no vea cómo es que se me frunce el entrecejo — ¿Vas a presentarme como el padre de tu hijo o qué se supone que somos ahora? — no sé qué le dijo de mí, pero espero no tener que dar muchas explicaciones.
    Hans M. Powell
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    ¡Sabía que iba a reaccionar así! Ese «¿qué?» se escucha con toda claridad contra mi oído, y no puedo desentenderme de ello por la ventaja que me da estar de espalda, no hace falta que vea su cara porque su voz tiene el timbre necesario de alarma como para que no quede como un comentario más, de los muchos que quedaran en estas sábanas revueltas. Al girarme hacia él para pasar por el examen de sus ojos que recorren los rasgos de mi expresión, por mi ceja arqueada que reafirma lo dicho y el fruncimiento de mis labios que no ofrece una retractación inmediata, puede dar por sentado que estoy hablando en serio. —Mohini no iba a creer en ninguna loca teoría sobre bebés que surgen de la nada mágica— digo a modo de chiste, curvando mi sonrisa torcida hacia un lado. —Detrás de todo truco de magia, hay un mago, y pidió conocerlo— ruedo mis ojos hacia un costado, para volver a él porque no quiero perderme detalle de su expresión.

    Paso mis dedos por sus mechones castaños, haciendo que sus puntas queden en desorden. —No tienes que hacerlo ya, en estos días, pero si es posible que sea antes de que el bebé cumpla un año o dos. Será incómodo tener que hacer las presentaciones mientras cantamos sobre el pastel— me trago una carcajada, sosteniéndome a su hombro para poder mantener su mirada y le doy una palmadita de ánimo cuando me volteo para recuperar mi posición anterior con los ojos cerrados, siguiendo lo que me dice con una sonrisa que no se me va. Me río dentro de su abrazo por esas anécdotas que tiene, por suerte nunca le he dado una llave de mi casa a mi madre porque hubiera sido incómodo tenerla llegando de pronto durante el verano, cargada con sus recetas. Incómodo, pero nada que no se pueda superar, que estamos en una edad en la que Mohini jamás se creería que soy una virgen embarazada por magia. —Si te soy honesta, te prefiero con pantalones cuando conozcas a mi madre— opino, frotando la palma de mi mano por la curva de su codo, escalando hacia arriba, así me envuelvo en él como si fuera la manta más abrigada.

    ¿Cenar?— ahora soy yo la que se pone en alerta, tensándome contra su espalda. —¿Quieres estar una o dos horas a solas con Mo?— pregunto, temiendo por él. ¡Eso es mucho tiempo para que mi madre le saque hasta la hora de nacimiento, sus intenciones conmigo y luego me entregue los resultados de un análisis de su sangre! —Espera, ¡¿quieres que cenemos los tres?!— si es posible, mi voz suena aún más alarmada, casi en pánico. Desarmo el agarre de sus brazos para quedar sobre mi espalda en la cama, mirándolo de frente, y lo que hago es quedarme muda, mis labios ni siquiera hacen el amague de responder a su pregunta. Por un momento creo que lo que está haciendo es pedirme que piense en un nombre para nosotros, luego caigo en que es una duda real. —¿Qué somos ahora?— repito, planteándose a él que suele ser más lúcido y creativo con las palabras. —¿Una pareja regular en ciertas cosas e irregular en otras? Suena a una definición complicada…— quiero tomármelo con humor, que me acerco a su boca para un beso breve que nos devuelva ese ánimo. —Ella quiere conocer al padre de mi hijo, pero sabe que estoy contigo…— le aclaro, porque todo se ha dado de una manera en la que está por delante que tenemos en común y lo demás se va acomodando, que por un momento me embarga el pensamiento de que no estaríamos aquí si no fuera por este bebé, que no sé si es razón, excusa o lo que necesitábamos, irónicamente en este tiempo de mierda. —Si no te sientes listo para conocer a Mo, puedo hablar con ella. Me aseguraré que no irrumpa en tu oficina— prometo, —Y si lo que quieres es que te acompañe cuando la conozcas para sobrevivir al encuentro, lo haré. Cenaremos con ella. Sólo no nos sentemos cerca— le advierto, con mis manos subiendo por su nuca para acercar sus ojos a los míos, acariciando sus labios otra vez. —Ni me mires de esa manera tuya, que me pide por cinco minutos más de sexo, porque no lo haremos en el baño de la casa de mi madre. Pero si eres discreto, llevaré una falda y podrás deslizar tu mano debajo de la mesa— sonrío al besar la comisura de su boca y seguir por su mandíbula.
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    Sé que ningún bebé nace de la nada, pero no me esperaba tener que pasar por la situación de presentarme ante su madre; siendo honesto, no pensé en ello, aquel fue un detalle que se me patinó de los dedos. Soy incapaz de hacer otra cosa que darle la razón con una suave mueca, a pesar de que mis ojos siguen vidriosos y fijos en un punto inexacto de las sábanas. Ni siquiera reacciono a sus caricias en mi cabello, me preocupo más en crear la imagen mental de una presentación informal por encima de un pastel infantil. Tal vez no es tan mala idea, suena poco arriesgado a pesar de que sé lo improbable de la situación — Dudo mucho que a tu madre le interese verme sin ellos — mascullo en tonito sarcástico, me dejo acomodar a su alrededor para que se encuentre cómoda y, por mi lado, consigo ocultar mi expresión para que no pueda ver el horror que la idea me produce. Si voy a saltar a la terrible situación de conocer a la abuela de mi hijo, prefiero que sea en condiciones óptimas.

    No alcanzo a expresar ninguna idea porque es entonces que ella decide entrar en un lapsus de terror y sus movimientos repentinos me obligan a echarme hacia atrás — ¡¿Planeabas dejarme solo con tu madre?! ¿Qué clase de presentación suicida es esa? — una en la cual ella huye y yo termino siendo carne de cañón, aparentemente. ¿De qué puedo hablar con Mohini, de todas formas? ¿De lo mucho que me entusiasma tener a su nieto, de que me fascina acostarme con su hija? Mi mirada es acusadora y está cargada de reproche, no sé qué idea tenía en mente pero que no crea que voy a dejar que me empuje a los leones — Tal vez solo una pareja y ya — aventuro, no sueno muy seguro al decirlo. Mi boca reacciona a su beso y lo correspondo con un toque distraído, aún con la mente en la lista de nombres que no usaremos porque sería irnos por las ramas — Al menos no tengo que presentarme como un sujeto con el cual te revolcaste una vez, eso sería demasiado incómodo.

    Vuelve a llevarse mi atención, no sé si por lo que dice o porque sus manos me obligan a buscar sus ojos, sintiendo como la tensión de mis músculos va en descenso. Me acomodo una vez más de manera que podemos estar cerca y busco que nuestros pies se enrosquen debajo de las sábanas, evitando la distancia de su piel contra la mía, como si no hubiese tenido suficiente por hoy. Creo que jamás voy a llegar a ese punto — Eres peligrosa, Scott — murmuro en un ronroneo que me tuerce los labios hacia un lado, a la par que mis brazos la presionan contra mí de manera que no tenga manera de escapar — ¿Piensas cumplir tu deuda de la falda frente a tu madre? Porque sabes que no tengo mucho autocontrol cuando se trata de ti — apenas me río contra su boca, la cual beso con suavidad como si quisiera volver a grabarme su tacto. Caigo en la tentación de prolongarlo, acabando en un mordisco pequeño que me hace suspirar — No lo sé. La conoceré cuando tú me lo pidas, solo ponme en aviso unos días antes para poder hacerme la idea. ¿Debo pasar por su casa o tú irás conmigo? — no sé si la estoy acusando con la mirada, pero… bueno, sí, sí lo estoy haciendo. Puede que con ella me desnude, pero me sentiría demasiado expuesto al tener que presentarme en la casa de su familia. Me mordisqueo el interior de la mejilla y acomodo la cabeza en la almohada, parpadeando en mi intento de enfocarla un poco mejor entre el cabello y las mantas — Voy a decirlo solo una vez: me aterra. Conocer a tu madre es un paso demasiado grande, incluso con el bebé en camino. Yo nunca… bueno, tan solo imagina que pasaba Navidad con mis amigos del trabajo — el único sitio del cual me quedaron amistades, para variar. Me muevo con cuidado, empujo su cadera al no soltarla y me cercioro de que se coloque encima mío, lo que me da el permiso de pasar mis caricias por las curvas de su torso con pura calma y disfrute — Sé que dije que me haces feliz, pero es más que eso. A riesgo de sonar cursi… — me aclaro, sonriendo con gracia por mi propia culpa — solo puedo ver las cosas que me faltaban. Estoy agradecido con que hayas malinterpretado mis intenciones contigo, Scott. Espero no dejar de estarlo.
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    No, no creo que lo quiera así. Si quieres impresionar a mi madre tienes que ir con los pantalones bien puestos— juego con estas palabras mientras escondo otra carcajada contra su cuerpo que me cubre con una calidez y un olor que mezcla un poco de ambos, no es solo el suyo cuando inspiro y trato de reconocerlo para volver a sentir ese familiar cosquilleo en mi nariz al indagar entre sus recovecos. Eso me distrae lo suficiente como para entretenerme dos segundos, hasta que todas las alarmas se disparan y como no lo hizo antes la de incendios, estas retumban en el dormitorio con nuestros gritos de horror alcanzando los picos más agudos. Su mirada me pesa, condenándome como una cobarde en las almohadas donde me escondo. Pues sí, pensaba lanzarlo solo a los leones, que confío en su capacidad de persuasión a las fieras, que puede hacerlo por su cuenta y no necesita de mí diciendo todo lo que no se debe decir. ¿Y si nos meto en problemas? Puedo apelar a esto para convencerlo y que vaya sin mí, pero es lo más bajo como cobarde. Me infundo de mi vieja confianza, que soy quien ha tratado con Mohini durante treinta años como para evitar que se meta más de la cuenta con Hans y me lo deje temblando. —Solo una pareja, entonces— concuerdo, suena como algo simple, en medio de todo lo que hemos creado a su alrededor y algunas cosas que pecan de complicadas. Nos movemos de un punto al otro entre quienes somos y todo lo que queremos, de a ratos demasiado ambicioso. Me río internamente por lo que hubiera sido de estar obligado a presentarse por una primera y única vez, y me guardo el comentario amargo de que si hubiera ocurrido un descuido en esa ocasión, no estaríamos aquí, otras serían las decisiones que hubiera tomado, que entonces sabía poco y nada de él. —Yo no llevo a mi casa a nadie que haya sido un revolcón fácil de una vez— bromeo con una gesto travieso. —Solo a los mejores revolcones— ensancho mi sonrisa, pasando mis palmas por todo lo ancho de sus hombros.

    Presiono mis labios contra su cuello cuando dice que soy peligrosa, una vez más oculto mi sonrisa así, atrapada entre sus brazos que recorro todo lo largos que son, mientras dura su beso. —Oh, puedes estar seguro que cumpliré esa deuda en la cena con mi madre, así mantendrás el humor toda la noche…— murmuro, bajando con mordisco suaves por su garganta para hacer énfasis en lo que me tomaré como un halago sobre mi carácter, que si yo lo soy, él es el peligro mismo al que me arrojo. —Sabemos…— musito con mi voz sospechosamente dulce, —que yo ni siquiera tengo autocontrol y seré quien te eche mano debajo de la mesa antes de que lo hagas tu— digo, que pese a tener la nota de broma, sabemos que es cierto. Si hubiera mantenido mis manos donde debían estar, ocupadas en el trabajo, no me las hubiera quemado en él y son marcas que me incitan a buscarlo, una y otra vez. No sé si soy yo dejándome arrastrar o es que me encuentra a mitad de camino, pero cuando me pregunta si iré con él, sé que lo acompañaría a donde sea que me pida en este momento. —Te avisaré y nos prepararemos con tiempo para ir, con collares de ajo y encantamientos protectores— prometo.

    Presentárselo a mi madre es un paso demasiado grande para mí, es su admisión de que ese encuentro lo aterra, lo que consiga que sea quien decida mostrarse más o menos convencida de esto, lo suficientemente fuerte por los dos. Trato de hacerlo sentir mejor de la manera en que sé hacerlo. —Me gustaría poder decirte que todo estará bien y que no será tan terrible como parece, que hubo otros antes que tú que lo sobrevivieron, pero…— me acerco a él con un tono de suspenso, —ellos simplemente desaparecieron después de conocer a mi madre— lo digo como si fuera un misterio que apunta a una única culpable, y acabo la broma con una sonrisa que me sale de los labios. —Eres el segundo chico que llevo a casa, el primero en estos términos. Será una experiencia nueva para todos. Quién sabe lo que puede pasar…—, tal vez no sea tan malo como tememos. O tal vez sea peor. Quizás deba avisarle a Hans con días de anticipación, pero no dar la misma chance de tiempo a Mohini para que maquine cosas. Pienso por un segundo en lo que dice sobre su última Navidad, es algo que se me queda dando vueltas en la mente, porque recién me doy cuenta que en menos de un año le ha tocado ser padre dos veces. Giro sobre su cuerpo para mirarlo desde arriba, limpio su frente de los mechones que me estorban al buscar sus ojos y los muevo hacia atrás con los dedos. —Puede que yo haya malinterpretado tus intenciones, pero no hiciste mucho para mantener tu nobleza— digo, con ese dejo de humor que no me abandona, pero por animarse a decirlo sabiendo que sonaría cursi, me arriesgo a hacer lo mismo. —Por más cursi que suene y a riesgo de que me acuses de hormonal, elegí tener este bebé porque es contigo. Ya lo había dicho, ¿no?
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    Hay cierto lado de mí que toma aquello como una amenaza y un desafío, es probable que los mordiscos que le propina a mi piel solo sean una motivación a ver esto como un juego en la cual puedo perder el honor bajo el techo de su madre en cinco minutos. Nos conozco lo suficiente como para saber lo que puede ser esa cena y también lo que puede llegar a no ser — Confío en que lo hagas. Me darás la excusa perfecta para comer un buen postre — ahora que estamos compartiendo el mismo lecho todos los días, hay cosas que quizá se nos estén yendo de las manos. Vamos, no solo es tenerla a mano, sino también es el saber que no tenemos razones para tomar precauciones y evitar dejarnos llevar en actos responsables. Una vez, hace lo que parece una eternidad, le dije que podía acostumbrarme a ella y hoy me doy cuenta de que esas palabras son ciertas. Me gusta tenerla en casa, más de lo que soy capaz de admitir en voz alta — Te tomaré la palabra. Haré que compren ajo en exceso en los próximos días.

    El murmullo de película de terror me hace sonreír a medias, lejos estoy de tomármelo en serio pero sí tengo curiosidad por preguntar por sus novios o novias de antaño. Suerte para ambos, parece tener un historial casi tan corto como el mío y no me sentiré solo en todo esto de los primeros pasos cargados de torpeza — Bueno, puede terminar en una noche de borrachera con tu madre a causa del vino o en una situación muy incómoda. Recuérdame en el futuro que te cobre esto — al menos, tendré que hacer una lista de cosas que podría pedirle a cambio de tener que pasar por la situación de ser presentado en  sociedad. Intento no pensar en las cosas que sé sobre Mohini, sobre su esposo, sobre su hija. Sé que si juego esto de manera más tranquila, quizá no sea tan terrible. Hay miles de hombres que conocieron a su suegra y sobrevivieron, yo estaría haciendo algo parecido en un escenario algo diferente. He hecho cosas peores, como pelear contra una acromántula, esto debería ser pan comido. Al menos, espero que su madre no tenga pinzas o aguijón.

    Reconozco la nueva risa pilla que se me escapa, incluso cuando apenas se escucha en lo ancho de la habitación — ¿Por qué habría de mantenerla? Eres deseable y sabía que ibas a acceder si te fastidiaba — muevo mis hombros como si estuviese hablando de una obviedad, pero mi sonrisa no denota egocentrismo, sino más bien una extraña certeza conmigo mismo — Además, ha valido la pena — que me lo niegue, que me diga que esto no ha sido una montaña rusa desde el primer momento y ahora estamos en un punto donde las vueltas se han vuelto una subida vertiginosa, que no sé qué tanto me va a hacer gritar la caída. Para demostrarlo, ella dice que está teniendo este bebé porque es mío y no puedo responder de inmediato. Paseo los ojos por su rostro, admirando cada una de sus facciones como si no fuese a cansarme nunca de ello y tironeo de las sábanas para apartarlas por completo. Será otoño y habrá calefacción, pero sé muy bien que nada de eso influye a mi falta de frío — Bueno, es entendible. Querrías tener un hijo con mis genes, son un deleite  — ruedo mis ojos como si estuviese diciendo una obviedad, pero ensancho la sonrisa— En especial porque quieres un hijo que te discuta tonterías y busque quedarse constantemente con la última palabra. Te das cuenta de que es probable que se parezca a mí en más de un sentido… ¿No? — Meerah ni siquiera fue criada por mí y hay cosas suyas que me espantan. No me quiero imaginar cómo será cuando nazca uno que sí crezca bajo mi cuidado.

    Me tomo el trabajo de guiar sus manos. Las apoyo en mi pecho, donde estoy seguro de que puede sentir los latidos de mi corazón mucho más pausados que antes y pongo las mías en sus muslos, tratando de acomodarla para tener una mejor visión de su persona — Entonces tenemos un trato: conoceré a tu madre, lo haremos todas las noches y mañanas de aquí hasta que nazca el bebé y los papeles que nos unieron durante siete años ya no existen. ¿No es así? — repaso — Míralo de este modo: siempre podría ser mejor. Ahora dame esos cinco minutos de más — porque la vida pende de un hilo y si voy a disfrutarla, será en vida. Por todo lo que podríamos ser, ahora más que nunca.
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    Tomo nota mental de la falda y el ajo que habrá que conseguir para cuando llegue el temido día del encuentro con mi madre, el cual no me parece tan terrible si podemos jugar con la expectativa de estar como un par de adolescentes alborotados por las hormonas en la mesa de la cena, que yo tengo las hormonas estos días como para compartírselas. Y es que nuestra desnudez apenas cubierta por las sábanas, el calor que aun se percibe al mínimo roce, no dejan que mis pensamientos vayan más lejos de esta cama cuando dice que se cobrará, por la sonrisa ladina que me atraviesa y la manera en que el castaño de mis ojos se vuelve casi oscuro, debe saberlo. -¿El cobro incluirá la falda y el libro que nos regaló Rose?- pregunto con ese dejo insinuante, que se desliza a la par que mis dedos por su cuerpo. Será una cena muy larga, lo veo venir. Tal vez dure media hora y seguirá pareciéndome larga. ¿Qué dije de que no usaríamos el baño de su casa? Mohini no merece una hija como yo, sino una que lleve a un hombre con traje con casa y éste salga con la camisa tal como llegó. Pero no lo consigo, quiero más de lo que puedo tener cuando estamos revolviendo una cama y es en todos los sentidos, que no estoy considerando solamente seguir todas y cada una de las posturas enseñadas en el libro, también quiero un perro y dos tontas tortugas en una casa en algún lugar. ¿En serio esto salió de un malentendido? -Fastidiaste mucho- me burlo, y no es que me hubiera colmado la paciencia, eso también, fue el resultado final de trastocar todo mi mundo. Pero puedo decir y quiero creer que ha valido la pena. -Lo fue- admito. -Sé que muchas veces dije que éramos un error y que los arrepentimientos llegarían después, pero esa vez lo único en lo que pensé fue que me arrepentería si no me arrojaba a ti- y sopesé todas las cosas que podrían salir mal, aun no creo que estemos a salvo de ello, pero han pasado cosas también que nunca hubieramos imaginado y nos han dado una felicidad inesperada, es extraño esto de que alguien me diga que es feliz y que sea Hans es sentir que puedo mostrarle algo que es bueno, distinto a todo lo que estamos acostumbramos a tratar por fuera de esta habitación y mejor a esas heridas del pasado que ojalá pudieramos dejar atrás.

    Estoy casi segura de que la noche en la que hablé del embarazo, le dije que mi decisión de tenerlo tenía mucho que ver con que él fuera el padre, fue cuando dije que lo necesitaba para criar a ese niño o niña que vendría al mundo berreando y exigiendo más de lo que se podía, así, igual que su madre, que haría falta alguien que le marque los límites de lo posible. Entonces no le había dicho aun que lo amaba. Es gracioso que él lo imagine con gestos que le pertenecen, con esa manía de discutirme por todo. -¿Te das cuenta que con tus genes y los míos, tus manías y las mías, este bebé podría ser cualquier cosa y poner de cabeza todo?- pregunto como venimos especulando desde que lo sabemos, después me sincero: -Lo decía porque no creí que fuera a enamorarme alguna vez, como tampoco creí que tendría un hijo. Es contigo, porque estas cosas ocurren muy de vez en cuando... los fuegos generalmente se consumen, pero estaba en lo cierto cuando dije que eras un fiendfyre imparable, sigue ardiendo-. Siento como las sábanas nos abandonan y tengo que encontrar el punto, con sus manos haciendo de guía, para que nuestros cuerpos vuelvan a hallar una postura cómoda y más familiar, en la que mi cabello cae a los lados de mi rostro al encararme en él. Percibo sus latidos bajo mis palmas, trato de abarcar toda su pecho en una caricia ansiosa. -¿Estamos reescribiendo reglas una vez más?- pregunto, mi boca reemplaza a mis manos en esa exploración hecha tantas veces con anterioridad. -Solo hay un detalle... todas las noches y mañanas también después de que nazca el bebé-. No sé si nos alcanzará la piel para tanto, si habrá tantos amaneceres para despertar, si la vida nos dejará cumplir ese propósito con los peligros sueltos en la calle... y no quiero pensar en eso ahora. -Te lo prometo- digo, descendiendo con mis labios. -Será cada vez mejor y más de cinco minutos-. Asumo esa promesa, porque el mundo puede joderse fuera mientras nosotros jodemos dentro, le daremos la cara cuando tengamos que hacerlo, lo sufriremos como mortales que somos y por eso mismo haremos de cada minuto algo que nos valga toda la pena que vendrá después.
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