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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Magnar A. Aminoff
    Presidente
    Los papeles no están nada mal. Las leyes redactadas por Powell en base a mis condiciones son un elegante manuscrito de las ideas que tuve en mente durante semanas y que él mismo ha tenido que poner en orden acorde a la constitución, la cual está empezando a tener ciertas modificaciones que serán anunciadas con el correr de las semanas. Les doy un suave empujoncito, algo agotado de leer tanta pomposidad legal y me echo hacia atrás. El despacho de la casa principal es enorme, me he preguntado en más de una ocasión qué clase de uso le dio mi madre en los últimos meses; los rumores indican que apenas se pasaba por el ministerio y vivía encerrada en esta misma habitación. Con la calma de mi pertenencia, estiro las piernas hasta colocarlas sobre el escritorio y me froto la barbilla con los dedos. Es sábado, está empezando noviembre y el frío otoñal apenas se siente gracias a la calefacción, pero las hojas rojizas decoran la ventana al caer del árbol más alto. Es una calma que no siento, no del todo, porque mis ojos están fijos en otro papelito que dejé doblado a un lado.

    No suelen importarme los ciudadanos promedio, esos que no pueden hacerte daño por su propia cuenta porque nadie les prestará atención. Quiero decir, la gran mayoría de las personas en este mundo son dispensables, todos pasan por su vida sin llegar a ser alguien relevante. Ariandna Tremblay no es alguien interesante, con suerte tiene un buen puesto en medicina y su máxima gloria es ser la hija de una de las ministras más respetadas de este país. Me pregunto cuál será la opinión de Leblanc cuando sepa las cosas que su niña ha escrito en esa carta y es inevitable que me salte la duda de si ella estaba al tanto de lo que la mocosa ha estado diciendo. Sí, puede ser que sea tan solo diez años menor que yo según su expediente, pero eso no me evita el pensarla como una cría.

    La releo, solo por si acaso. Un intento de sonar cortés al poner en palabras su desacuerdo con los despidos dentro de su área, uno que parece que ella no puede comprender. Resoplo para armarme de paciencia, guardo su carta cuidadosamente doblada en mi bolsillo y abandono el despacho con desenvoltura. Agradezco que los encantamientos de aparición funcionen dentro de la burbuja protegida de la isla, porque eso me permite estar en segundos en la puerta de Leblanc y tocar el timbre. Me recibe un esclavo con cara de dormido y me permite el paso, promete ir en busca de la señorita por la cual estoy aquí y yo procedo a aguardar en la sala con toda la calma que soy capaz de tener. Miro a mi alrededor sin mucho interés y, cuando Ariadna aparece, me permito el mirarla de pies a cabeza sin disimularlo. Su cara de querubín me deja bien en claro que no tenía ni idea de dónde se estaba metiendo cuando decidió escribir esa carta — Ariadna Tremblay, supongo — no le tiendo la mano para que la estreche, sino que tomo asiento en el sofá más grande de su casa como si se tratase del mío propio. Me pongo cómodo, cruzando una pierna para apoyar el pie sobre la rodilla contraria y estiro mis brazos por el respaldar. Sin contenerme, le sonrío enseñándole todos los dientes — Me imagino que puedes imaginarte por qué estoy aquí, ya que es obvio que no vine por tu madre. ¿Tiene ella alguna idea de las sandeces que su adorada hija pone por escrito o puedo decir que no ha perdido la razón?
    Magnar A. Aminoff
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Lo que una persona racional haría luego de una larga jornada de guardia en el hospital, sería tomar un largo baño caliente, cenar e ir directo a la cama. En cambio, Ariadna hizo todo al revés, al regresar a casa con todos los horarios cambiados, por la cantidad de despidos que algunos sanadores habían sufrido, se sentó en el escritorio de su dormitorio y comenzó a expresar, de manera educada, su desacuerdo con todo lo sucedido, desde los dementores patrullando las calles, hasta el hecho de dejar a familias sin un ingreso importante. Luego si tomó un baño, se salteó la cena y envió el bendito pergamino para posteriormente envolverse entre las sabanas.

    Las largas jornadas se incrementaron, lo que antes hacían tres medimagos, ahora lo hacía sólo uno y el malestar por parte de los pacientes no tardó en llegar, como también sus quejas. Por esto mismo, cuando pisó de nuevo la alfombra de su habitación, se dejó caer sobre la cama agotada y cerró los ojos con la intención de descansar la vista.
    El fuerte golpeteo en su puerta logró despertarla y sorprendida por la intensidad que James no solía tener, abrió y escuchó las noticias que lo habían alterado un poco. Bueno, la persona.
    Esperaba que pasaran los meses antes de obtener como mínimo una postal ¿Con tanta rapidez el "señor presidente" venía a responderle? Excelente.

    No tardó en cambiar su uniforme por un pantalón blanco ajustado, camisa azul marino y botas cortas sin tacón. Por supuesto que pasó por el baño para limpiarse la cara de dormida y sólo entonces bajó por las escaleras hasta alcanzar el gran salón.
    No estaba nerviosa para nada, sin embargo agradecía que su madre no estuviera presente en la imprevista reunión.  —Señor presidente.— Respondió al saludo y a pesar de lo cómodo que se veía él sobre su sofá, prefirió mantenerse en pie con los brazos cruzando su pecho. Claro que sabía a qué se debía su presencia allí. —Mi madre no tiene idea del reclamo que le he hecho como ciudadana y debo decirle con completa honestidad, que crea que dejar sin trabajo e ingresos a una familia es una sandez, es lamentable.
    Lady Cora apareció y acomodó sobre la mesa una bandeja con tazas de té y un plato con galletas caseras de chispas de chocolate. —Muchas gracias, puedes retirarte y llévate a Liesel.— La elfina asintió, tomó al gato que dormitaba en el sillón contrario y desapareció.
    Ariadna T. Tremblay
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    Magnar A. Aminoff
    Presidente
    Me encantaría decir que estoy sorprendido con que siga con su postura, pero en lugar de eso solo me conformo con mirarla como si se tratase de un programa de televisión extrañamente aburrido. Desde que llegué al Capitolio no dejo de darme cuenta de que estoy rodeado de necios, personas que no tienen un ápice de ambición por un mundo en el cual la magia reine en cada uno de los rincones. No comprenden el orden, no entienden que para conseguir la perfección y la paz hay que hacer sacrificios. Me aburren, no hay necesidad de usar otras palabras. Creo que el único motivo por el cual no bostezo con desdén frente a la rubia es porque su elfina me entretiene al aparecer con el té, llevándose un gato bastante feo

    No he cometido despidos sin motivos para hacerlo, señorita Tremblay — digo con demasiada calma — No tengo intenciones de aumentar la pobreza y el desempleo en NeoPanem, sino de entregárselo a aquellos que se lo merecen. La gente que fue despedida fueron aquellos que demostraron incompetencia y actitudes sospechosas. ¿O acaso ya ha olvidado lo que ocurrió en la fiesta de Nimue? — con una mueca de desagrado, descruzo las piernas y me estiro para servirle un poco de azúcar a mi infusión. Dos, para ser exactos — No voy a tener a personas relacionadas con rebeldes o muggles en mi mundo. Mi misión es proteger a cada ciudadano de este país de aquellos que buscan hacer daño y es mejor ser precavidos. Si no te ganas tu magia, no serás alguien respetable.

    Doy un sorbo, mirándola por encima del humo que se eleva encima de mi taza — Leí su carta con mucha atención y me causó curiosidad. ¿Tiene acaso usted alguna idea óptima para nuestra economía y situación actual que funcione con los traidores? Si una sanadora sin experiencia en la vida puede salvar el país y ganar la guerra, le estaré eternamente agradecido — ironizo, por demás.
    Magnar A. Aminoff
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Mientras Magnar se servía azúcar en una de las tazas de té, Ariadna decidió tomar asiento en el sofá que anteriormente ocupaba Liesel. Cruzó sus piernas con delicadeza, manteniendo la espalda derecha y jamás apartó la mirada, estudiaba cada movimiento del nuevo presidente de NeoPanem y todo lo que hacía parecía fuera de lugar.
    Con una de sus manos apartó el cabello de su rostro e intentó colocarlo detrás de la oreja, pero fue un movimiento inútil, porque aún eran demasiados cortos y en cuestión de segundos los mechones regresaron a enmarcar sus mejillas. —No lo he olvidado, con mis compañeros estuvimos casi cuatro días sin poder regresar a casa por la cantidad de heridos que tuvimos que atender...Lo siento, ex compañeros.— Replicó. —¿Qué estuvo haciendo usted luego del atentado?— Aunque la pregunta fue realizada con toda la indignación del mundo, el tono de su voz permaneció suave.

    Durante unos segundos apartó la mirada hacia el enorme ventanal detrás del brujo y observó cómo las hojas de los árboles caían para adornar el amarillento césped.
    Habían ocurrido tantas cosas juntas, que en ningún momento pudo detenerse para disfrutar del verano, ni siquiera de un miserable helado en el parque.  

    La pregunta que le realizó Aminoff le dibujó una diminuta sonrisa. —Puedo tener un millón de ideas buenas, pero ninguna le parecerá suficiente, porque usted no ha venido a pedirme ayuda o consejos, sólo a burlarse de mi.— Arqueó una de sus cejas y apoyó ambas botas en el suelo. Su corazón comenzó a latir con rapidez, no le gustaba caminar en terreno desconocido y sentía que ahora mismo estaba arrojándose sin pensar. —¿O me va a decir que estoy equivocada?

    Las indicaciones y recomendaciones de su padrino sonaba en el interior de su cabeza, estaba segura de que él se molestaría mucho con ella, pero ya no había marcha atrás. Lo hecho, hecho está. —No quiere aumentar la pobreza ni el desempleo, pero lo ha hecho. La mayor parte de la población no tiene ni siquiera para comer, les está aumentando los impuestos y al mismo tiempo les quita sus ingresos...Todo por una estúpida guerra que ni siquiera lo vale. Sólo termine la violencia de una vez, porque nadie ganará.— Un leve escalofrío recorrió su cuerpo, Ariadna sabía muy bien que no era nadie para decirle al "señor presidente" qué hacer, pero tenía que intentarlo.
    Ariadna T. Tremblay
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    Magnar A. Aminoff
    Presidente
    ¿Después del atentado? Estaba ayudando al ministerio de magia a encontrar a sus culpables, si tanto le interesa. Tenía mis medios antes de llegar a la oficina de aurores, pero ese es un asunto confidencial para el cual usted no es tan importante como para estar enterada — le respondo con toda la franqueza de la que soy capaz. He estado tras los pasos de esta chusma hace mucho tiempo, especialmente desde que llamaron a mi puerta diciéndome que debería rastrear a un niño salido de la nada. Que luego haya caído en manos del gobierno y lo dejasen escapar no es mi culpa, sino de la incompetencia que tanto me han demostrado que poseen.

    Le sonrío, algo divertido por el modo que tiene de darse aires sin conocerme en lo absoluto — No he venido para burlarme de usted. Por favor, ilustreme — hago un ademán con la mano para invitarla a hablar, siendo incapaz de mostrarme de otra manera que no sea curioso. Que hable de su intento de paz es lo que me hace reír y la vajilla que tengo en mis dedos hace un retintín por la sacudida suave de mis hombros — Señorita, como ya he dicho, he eliminado del sistema a aquellos que eran incapaces de hacer su trabajo o demostrar fidelidad. ¿Acaso no considera a esas personas un riesgo para los suyos? — le doy un sorbo al té y me estiro para tomar una galleta, pero no me la llevo a la boca — Verá, ellos han iniciado la guerra y si no los detenemos, las cosas irán de mal en peor. Si bajamos la guardia, ellos nos verán débiles y volverán a atacar. Debería saber bien que no estamos tratando con gente civilizada, usted vio lo que hicieron en el atentado y con Annie Weynart. No retiraré las tropas hasta que los culpables sean eliminados y podamos tener la paz que prometí.

    El mordisco que le doy a la galleta es algo lento, me demoro en hablar por estar masticando con total parsimonia. Trago con ayuda de la infusión y dejo la taza por la mitad sobre la mesita — Me estoy encargando de nuevas leyes a favor de aquellos que el gobierno de mi madre ha olvidado. Mis intenciones son crear un mundo mágico mucho más equitativo. ¿O prefiere usted que me siente a que regresen los Black y volvamos a estar oprimidos?
    Magnar A. Aminoff
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Saber que el hombre estaba ayudando a encontrar los culpables del atentado le tranquilizó bastante y ni siquiera se molestó en replicar al último ataque verbal hacia ella. Ariadna no era una ministro, jefa de área, juez, ni siquiera era una fuerte auror o una inteligente científico que crea nuevos inventos, sabía muy bien cual era su puesto y que no era de vital importancia para el funcionamiento del país, sin embargo la enorme diferencia entre ella y el hombre sentado en frente, es que la rubia si tenía educación.

    Permaneció inmóvil ante la pequeña risa del Ministro y luego se acomodó para tomar su taza de té, se sirvió tres cucharadas de azúcar, mezcló sin que el cubierto golpeara la porcelana y bebió un par de sorbos cortos. Al levantar la barbilla, mordió ligeramente su labio inferior y ladeó la cabeza intentando comprender al brujo. —Ya sé que usted manda y que tiene la decisión final en absolutamente todo, pero..¿No sería mejor hacer las paces con los rebeldes? En el norte no tenemos absolutamente nada y no dependemos de ellos, podría entregarles parte del territorio para que vivan de la forma que quieran, respetando un acuerdo con reglas que usted, junto con el señor Powell y los demás ministros podrían armar.— De nuevo intentó acomodar su cabello, esta vez consiguiendo apartar el flequillo de su rostro durante un par de minutos. —Las personas están cansadas de sufrir las consecuencias de la guerra, ya perdimos a demasiadas personas y no lo vale.

    Un nuevo sorbo de la infusión caliente bajó por su garganta y con la taza casi repleta hasta el borde, se estiró para dejarla sobre la mesita de café. —Nadie quiere vivir oprimido, ¿no estamos haciendo lo mismo con las personas que son diferentes a nosotros? ¿O qué tienen otro pensamiento?— Con las mejillas sonrojadas, Ariadna levantó la mirada hacia el hombre y mordió el interior de su mejilla nerviosa. —No, no quiero que los Black regresen. — Agregó con mayor frialdad y seguridad en su tono de voz.
    Ariadna T. Tremblay
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    Magnar A. Aminoff
    Presidente
    Muy bien, estaba seguro de que estaba tratando con una niña mimada e ignorante, pero lo que sugiere hace que la mire con expresión confundida e incluso temo no haber oído bien. Una parte de mí desea con todas mis ganas el reírme frente a su cara, pero por alguna razón solo consigo mirarla como si el té tuviese un enorme chorro de ácido — ¿Usted se oye a sí misma? ¿De verdad quiere paz con las personas que han hecho volar el ministerio por los aires? Sí, me encantaría ver cómo se lo explica a las trescientas doce familias que quedaron devastadas esa noche — satirizo, aprieto un poco más la taza con algo de inquietud — Señorita Tremblay, la búsqueda de derechos y libertad lo vale. No pondré fin a ninguna guerra mientras la amenaza siga suelta y todos sabemos que cada uno de los terroristas no son más que un enorme peligro para cada civil de NeoPanem. Mi visión incluye una sociedad unida, pero ellos son un cáncer que podrían contaminar y destruir nuestro organismo — más claro no se lo puedo dejar.

    Verá, pasé años viviendo entre esas personas. Los norteños, los que tienen poco. Mi pobre hijo murió de una enfermedad que no pude tratar por culpa de los bajos recursos — ni siquiera parpadeo frente a esa anécdota. Aún no sé cómo sentirme al respecto por la noticia de la muerte de un niño que jamás formó parte de mi vida, pero que me sirve de buen ejemplo — Cada persona que me demuestre que es digna de ser parte de NeoPanem, si no tienen nada que ocultar, estarán a salvo bajo mi protección. Incluso los más necesitados, aquellos que mi madre no pudo ver por estar demasiado ocupada creando este imperio. Pero no ellos. No aquellos que usted tanto parece defender, incluso cuando dice que no quiere que los Black regresen. Hay cosas que usted ignora y que pondría en peligro el equilibrio de la vida cómoda que tanto ha disfrutado.

    Con la taza ya vacía, me acomodo con el torso hacia delante, el codo apoyado en la rodilla y mi mentón sostenido con una mano pensativa, como si en ella estuviese descifrando una ecuación matemática —Mi gran duda es: ¿Usted será un problema para mí y para los demás? ¿O no debo preocuparme por una sanadora quejosa?
    Magnar A. Aminoff
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    La taza de té era reconfortante y dulce, sin embargo Ariadna no tuvo la fuerza para volver a levantarla de la mesa, porque el sabor que le había quedado en la lengua se tornó amargo.
    Odiaba admitir que el hombre tenía razón en ciertos puntos, pero le molestaba más el saber que seguiría exactamente los mismos pasos que la madre, o incluso peor, porque él tampoco escuchaba más allá de sus propios pensamientos.
    La sanadora se mantuvo en la misma posición, con la espalda erguida sin apoyarse en el cómodo respaldo del sofá y las botas pisando el suelo. Tampoco se animó a comentar otra vez su punto de vista acerca de la situación, era gastar saliva sin obtener nada a cambio, sólo problemas.

    Aclaró su garganta, se cruzó de brazos y con suavidad comenzó a acariciar el dije de su colgante, un collar que había pertenecido a su padre hasta el día de su muerte. —Lamento mucho lo de su hijo.— Murmuró con sinceridad, recordando a varios pacientes pequeños que no lograron sobrevivir al veneno o heridas de ciertas criaturas. —Pero con los pocos empleados que han quedado en los hospitales, no daremos a basto y varios niños podrían sufrir las mismas consecuencias. Quizás debería buscar una solución también para eso, señor presidente, no sólo para el conflicto con los rebeldes.— Se encogió de hombros y mordió el interior de su mejilla para callar.

    El gusto metálico de la sangre la obligó a detener las mordeduras, sin embargo la nueva posición del hombre y la forma en que la observaba, la puso un poco nerviosa y como consecuencia, para no abrir la boca, tuvo que clavar los dientes en la lengua. No seas estúpida Ariadna.Yo no seré un problema para usted, señor...Pero cuando la población empiece a enfadarse por todo lo que está haciendo, los rebeldes del norte se convertirán el menor de sus problemas.— Si por las largas esperas ante determinados tratamientos ya habían quejas y reclamos, no quería ni imaginarse lo que podía llegar a suceder gracias a los dementores, el crecimiento de impuestos, los toques de queda y demás.
    Ariadna T. Tremblay
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    Magnar A. Aminoff
    Presidente
    Me gustaría preguntarle si ha tenido tiempo de siquiera conversar con el ministro de salud, porque estoy seguro de que esta chica no tiene mucha idea de lo que es un plan de gobierno. Supongo que todo es demasiado reciente, algunas fichas aún se están acomodando a un tablero más extenso y algunas personas están tratando de mantenerle el ritmo a la carrera — ¿De verdad piensa que dejaré a los hospitales vacíos? — el tono de mi voz parece sonar preocupado, como si estuviera pidiendo la aprobación de una vieja amiga — Quitar a los incompetentes del camino no solo ha sido un medio de seguridad después de las filtraciones y traiciones del pasado, sino también para generar nuevos puestos de trabajo. Que las personas capacitadas sean quienes nos cuiden, que nuestra calidad de vida aumente en proporción a nuestras necesidades. He estado barajando nuevos departamentos y utilidades dentro del ministerio, no se preocupe por los desempleados porque me encargaré yo mismo de disminuir la brecha entre las clases sociales — al menos, siempre y cuando sus ideales se encuentren en el lugar correcto.

    Su promesa me hace sonreír, quizá con algo de cinismo. Me basta con que ella sepa cuál es su lugar y tomaré eso, por ahora — Arreglar un país tan desmejorado como éste lleva su tiempo y sus sacrificios — es un murmullo calmo. Me pongo de pie y mis pasos se tornan lentos hasta que me inclino delante de ella, colocándome de cuclillas de manera que mi rostro invade su espacio personal. El descaro me lleva a olfatear su cabello, respirando cerca de su oído en busca de un perfume que no reconozco. Huele como todas las chicas de su edad, a inocente palomita en un mundo demasiado grande para ellas — No será un camino perfecto y fácil, pero confío en que a la larga podremos ver los resultados. Un gobierno constante y perseverante podrá sostener una estructura, pero para eso necesito que la gente se queje menos y colabore más. ¿Comprende? — Mis dedos se estiran hasta tomar su rostro y presionar sus mejillas. La obligo a que me miren, presionando con suavidad hasta que su boca se transforma en una pequeña trompa — Voy a eliminar a cada uno de los rebeldes infiltrados en este país como ratas. Crearé un mundo más justo para nuestra gente, uno en el cual los Black solo sean un mito del pasado y personas como nosotros no tengan que preocuparse por muggles contaminando el aire. ¿No quiere felicidad para usted y sus seres queridos, señorita Tremblay? Yo puedo dárselo. Me alegra saber que lo sabe y mantendrá esta bonita boca cerrada — mi pulgar pellizca su labio inferior y la suelto — Su madre no se enterará por mí lo que ha hecho. Respeto mucho a la ministra Leblanc, así que pienso ahorrarle esa decepción.
    Magnar A. Aminoff
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    La sanadora soltó el dije de su colgante y bajó la mano hasta entrelazar sus dedos sobre el regazo, en ningún momento apartó la mirada del hombre frente a ella, quería escuchar con detenimiento e interés todo lo que le estaba diciendo, para luego formar una opinión propia respecto a su persona.
    Levantó la barbilla cuando el presidente se puso en pie y estuvo a punto de seguirlo para despedirse, sin embargo sus siguientes movimientos la tomaron por sorpresa, ya que creyó que él sólo abandonaría la sala para posteriormente desaparecer.
    El aliento caliente chocó contra su cuerpo y en cuestión de segundos la piel se le erizó por completo, quería intimidarla, lo sabía, pero Ariadna no permitiría que eso sucediera bajo su propio techo. Volteó la cabeza observarlo de frente. —No soy su enemiga, señor presidente.— Le aseguró con una pequeña sonrisa que no mostraba sus perfectos dientes. —El miedo es mudo, pero estoy segura de que la ira del pueblo no tardará en oírla.

    Los dedos del hombre aplastaron sus mejillas y para mantener la distancia ante la incomoda cercanía con el desconocido, Ari movió sus piernas hacia un costado en un intentó de apartarse. Claro que no pudo hablar, mucho menos escapar de la mirada ni del agarre, por lo tanto permaneció inmóvil y siendo toda oídos a la fuerza.
    Al final terminó moviendo la cabeza para asentir, demostrando que comprendía lo que él decía.
    Ni bien soltó sus labios, la sanadora se puso de pie, se abrazó a si misma y aprovechó su altura para imponer un poco de postura. —Es momento de que se vaya, señor presidente. Gracias por su visita.

    La rubia dio media vuelta y regresó sobre sus pasos para subir las escaleras hacia el dormitorio que ocupaba. —Lady Cora, acompaña al ministro hasta la puerta y dile a James que vaya a mi habitación.— Le pidió a la elfina cuando esta apareció a mitad del camino.
    Ariadna T. Tremblay
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