The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
2 de Diciembre

Los interrogatorios acontecían día sí y día también, por lo que el momento en el que le tocaría a ella estaba cerca. Muy cerca. Pasó la lengua por sus labios, golpeándolos entre sí tras un par de segundos. Emitiendo un ruidito que, en circunstancias normales, la habría molestado pero que en ese instante trataba de desestresarla. Sus pies vagaron de un lado para otro en el pequeño despacho, sus azules ojos se fijaron en cada milímetro de pared, mueble, ventana o suelo. Percatándose de detalles que siempre estuvieron allí pero a los que nunca les prestó atención. Una amplia mesa de madera y un cómodo sillón de color negro, algo desgastado por los años de uso pero en perfectas condiciones. Una ventana de doble hoja, con barrotes en el exterior. Paredes neutras y suelo de mármol negro marquina. Quizás habría encontrado curiosas figuras formadas por las vetas blanquecinas del mármol si se hubiera fijado antes en ellas.

Suspiró, cansada, pero decidida. Suficientes vueltas había dado a todo el asunto, esperaba estar fuera del Wizengamot cuando las cosas se pusieran aún más feas, si es que aquello podía ocurrir. Ni siquiera tenía una idea clara de qué hacer cuando renunciara, ¿qué pasaría entonces? Irse del país era tentador pero, tras los radicales cambios, demasiado arriesgado. Una locura con todas sus letras. Pero dejar su trabajo también lo era en cierto sentido. Tomó su toga, presentándola ante ella y recorriéndola con la mirada, no pudiendo evitar esbozar una sonrisa ante algunos recuerdos, el esfuerzo y los conocimientos que arrastraba gracias a la misma. La saliva se espesó en su garganta y acabó tragando con cierta dificultad. —¿Desde cuándo te has vuelto tan sentimentalista con una prenda de vestir?— mencionó, doblandola por la mitad y dejándola sobre un lado de la mesa.

Hablar con Hans estaba entre las cosas que más trataba de evitar en su vida, mucho más en los últimos meses. Pero aquel día no sería llamada ni tendría que poner excusas o dar explicaciones, se iba y punto. Él podía saber, en cierto modo, una de las razones por las que sobraba allí. Por muy ególatra que fuera. Por lo que salió del despacho, no pensando mucho más, no buscando palabras o inventando discursos que pronunciar. Avisó a su secretaria de que tenía que hablar con él y esperó a que le confirmaran su disponibilidad por telefonillo antes de entrar y cerrar la puerta tras de sí. —Señor Powell— pronunció una vez dentro, permaneciendo a cierta distancia de él. —Siento interrumpirle, no le ocuparé más de un par de minutos— aseguró con firmeza, avanzando un par de pasos y entrelazando las manos frente a su cuerpo.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Tengo la nariz metida en la constitución cuando la voz de mi secretaria se asoma para anunciar que Arianne Brawn desea hablar conmigo lo que me toma, para ser honesto, por completa sorpresa. No recuerdo que tengamos temas a tratar y nuestro acuerdo ha quedado en el olvido, entre los archivos que aún no decido si entregar o no ahora que la persona que solicitó ese arreglo se encuentra muerta. Doy mi permiso para que ella ingrese y cierro el dichoso encuadernado, no sin antes dejar un señalador en el medio para no olvidar en qué página me quedé al estar haciendo un repaso de la cantidad de detalles pequeños que debemos cuidar entre todas las reformas que se están realizando estas semanas. Lo bueno es que son la excusa perfecta para saltarme reuniones tediosas, lo malo es que son urgencias reales y no es que me quedo haciendo nada en mi despacho.

La figura de Brawn se aparece justo cuando estoy metiendo la constitución en el cajón más grande de mi escritorio y mi mero saludo es un movimiento de la cabeza y un gesto de la mano que la invita a sentarse delante de mí — No me esperaba su visita — admito, ni siquiera en un tono acusador; estoy un poco cansado para esos juegos. Me basta el girar un poco la silla para verla en una postura más cómoda y jugueteo con mis dedos sobre mi pecho, recargándome un poco en el asiento — Espero que sean solo unos minutos, tengo que terminar algunos papeles para el presidente antes de que se termine el día — ya llevan una semana de atraso y no es como si no me lo hiciera acordar, para variar. Alguien debería decirle que como presidente debería estar menos pendiente de tomarme el tiempo por culpa de la cantidad de trabajo con la que me cargó y sí centrarse en sus tareas, para variar.

Intento adivinar sus intenciones con la mirada, aunque no encuentro una rápida respuesta, así que voy al grano — ¿Es por nuestra charla de hace algunos meses o surgió un nuevo problema?
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
La breve espera ante la puerta de su despacho se demoró más de… ¿dos horas? No, posiblemente sólo habían transcurrido un par de minutos desde que su secretaria le indicó que estaba allí y la contestación afirmativa resonó en el aparato, alcanzando a escucharlo también ella. Aun así la mujer realizó las indicaciones oportunas y la rubia cruzó el umbral de la misma, cerrando tras de sí y cavilando, entonces y solo entonces, si estaba segura. Sí, lo estaba, tenía que estarlo. Ahora no iba a salir corriendo de allí. Era algo personal, algo que había estado razonando durante días, semanas en las que la molestó con más frecuencia de la normal. No quería pensar en que era algo relacionado con las palabras de Benedict, sólo estaba cansada de su trabajo y quería dejarlo antes de que la hiciera perder la cabeza. Y lo cierto era que podía perderla en más de un sentido.

Avanzó hasta el asiento que esperaba frente a él, sentándose con cuidado y cruzando las piernas. Apoyó las manos sobre sus piernas, permitiéndose recorrer con su claro mirar la estancia con gesto relajado, volviendo hasta él cuando terminó. —Imagino que tiene mucho trabajo tratando de poner en orden la cantidad de cambios que ha sufrido el sistema en el último mes— comentó, con cierto tono comprensivo que nunca había utilizado no solo con él, sino siquiera en su presencia. Por primera vez en mucho tiempo no le molestó su postura despreocupada. Alguna persona podía pensar que estaba drogada, hasta arriba de calmantes y relajantes que la ayudaran a sobrellevar la situación, pero no era así. —Por suerte, puede que, incluso, no llegue ni a los minutos— aseguró, asintiendo ligeramente con la cabeza.

No teniendo tiempo a continuar con sus palabras cuando preguntó directamente lo que sucedía. Por suerte era alguien que iba al grano. En algunas ocasiones era necesario alguien que lo hiciera. Negó a sus preguntas. —Voy a dejar mi puesto como miembro del Wizengamot— contestó con naturalidad, sintiendo las palabras fluir fuera de su boca con más facilidad de lo esperado. —No hay ninguna razón política tras mi dimisión, solo motivos personales— aclaró, aunque no tenía por qué hacerlo, todo el mundo tenía el derecho a dejar su trabajo si así lo deseaba. No estaba a favor de las nuevas medidas tomadas, tampoco del camino que estaba tomando el Gobierno, pero su decisión estaba alejada de todas aquellas razones o medidas tomadas. Solo quería salir de allí. —Eso es todo—.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Le hago una mueca que, por mucho que sorprenda, no pretende ser descortés. Bien, Brawn no es de mis personas de confianza, pero tampoco voy a gruñirle de manera gratuita cuando solo ha hecho un simple comentario que, al fin de cuentas, es cierto. Estoy seguro de que ella misma ha visto lo que fue el departamento en estas semanas, demasiado alborotado como para considerar que las cosas volverán a tener un ritmo normal en cualquier momento cercano — A veces me pregunto si no sería más sencillo para Aminoff el tener un botón de reseteo — ironizo, tal vez delatando mi grado de hartazgo. Por eso mismo no digo nada cuando me asegura que solo necesita de dos minutos, porque sé que puedo cedérselos. Lo que no me espero es la razón para la cual los necesita.

Motivos personales… — repito sus palabras con un dejo arrastrado en el tono de mi voz, estoy seguro de que he sonado como una serpiente desconfiada dispuesta a acechar a una presa más pequeña. Me reacomodo en el asiento y paso ambas manos por mi cabello en un masaje que necesito, hasta quitármelo por completo del rostro como si de esa forma, al verla mejor, pudiese descifrar exactamente lo que pasa por su cabeza — Déjeme ver si entendí. En medio del caos que es el Ministerio frente al cambio de gobierno, con cientos de nuestros empleados siendo entrevistados y un largo puñado de ellos acabando en prisión, con un historial más que sospechoso… ¿Pretende renunciar así como así? — espero que con mi lista se dé cuenta de dónde están los problemas en lo que me está planteando. No es mi asunto, me da igual si quiere suicidarse, pero me siento con el deber moral de decirlo.

Señorita Brawn, si Magnar Aminoff reclama su expediente, yo deberé entregarlo — no haré lo mismo que hice con Lara, hay una obvia diferencia en relaciones como para saber que por ella no voy a arriesgar mi pellejo — Y si eso ocurre, él estará encantado con conocer cada detalle de lo que ha pasado y por qué decidió retirarse del juego. Asumo que usted comprende a dónde quiero llegar, así que agradecería si me ilumina el camino.
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
No pudo evitar que una sonrisa divertida acabara apareciendo en sus labios. Sin duda el ‘presidente’ no era demasiado amado por sus súbditos, ni siquiera los más cercanos estaban conformes con todo lo que estaba ocurriendo. Mala manera de empezar. —Si estuviera a su alcance el poder de crear ese tipo de botones, no creo que malgastara su tiempo en uno de reseteo— comentó, entrelazando las manos sobre sus piernas y encogiéndose ligeramente de hombros. Quizás el hecho de tener una pizca de libertad, aquella que sentía que ya podía tocar con los dedos, le estaba permitiendo exteriorizar comentarios que, en otros momentos, ni hubiera perdido el tiempo en pensar, mucho menos pronunciarlos.

Lo observó en silencio, mordiendo la punta de su lengua solo como mero entretenimiento mientras esperaba algún tipo de reacción de su parte. Solo quería que aceptara su renuncia y la dejara marchar de allí sin tener que dar mayores explicaciones que las dadas. Escuchó sus palabras, acomodándose mejor en la silla, permaneciendo con la mirada en él para que supiera que tenía su plena atención. —No pretendo hacerlo, lo estoy haciendo— contestó con seguridad, estirando ligeramente los pies al frente y apoyándolos el uno sobre el otro. —Barajaba la opción desde antes del juicio rebelde pero debido a mi lealtad institucional— habló con calma y pausa —, aunque le concedo el derecho de pensar lo contrario,— apostilló en relación a su lealtad institucional, aquella que él podía poner entredicho pero de la cual se había, incluso, enorgullecido cuando se trataba de procesos no relacionados con humanos. Hacer las cosas correctas, tanto legal como moralmente, era algo de lo que poder presumir. —lo retrasé. Y ya no quiero seguir haciéndolo— concluyó. Sabía el riesgo que suponía y lo sospechoso que podía parecer que lo hiciera, justo en ese momento, cuando era más que probable que la fecha de su entrevista estuviera más cerca que lejos.

Su vida se había basado en una constante lucha de supervivencia. Condenada dos veces a, casi, una muerte segura y permanecía allí. Quizás a la tercera iba la vencida, pero si conseguía una semana de libertad era más que suficiente. Su esperanza de vida había sido hasta los dieciséis años, tenía treinta y cuatro. Asintió y dejó escapar el aire restante en sus pulmones antes de tomar una nueva respiración calma. Frunció los labios, rascando los dedos de su diestra con la zurda. —Ya se lo he iluminado. Deseo irme por motivos personales— repitió —Si quisiera dejar el país no habría venido aquí a decirle que dejo el trabajo, sólo me habría marchado. No quería dejar las cosas a medias, y… si llega el momento en el que el Presidente precise de mi presencia para conocer algún detalle de mi expediente, no tendré más remedio que ir—. Más que una persona dispuesta a pelear por su libertad parecía una que no le importaba en absoluto la misma. Resignación. —Igualmente espero que mi expediente no le suponga un problema—. ¿Cuántos trapos sucios y trapicheos corrían por el Ministerio? La difunta ministra Niniadis no se había preocupado demasiado por los mismos, pero parecía que Aminoff quería todo limpio como una patena. Al menos a su alrededor, lo que manchara él mismo con sus manos no supondría un problema.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Bien, lo tenía planeado desde antes, pero creo que no está observando el cambio de panorama. Solo hago un movimiento indefinido de la cabeza, no muy seguro de si asentir o ladearla, porque tampoco voy a insistirle porque haga lo correcto si es su deseo, siempre y cuando no afecte a mi departamento. Si hay motivos personales y lejos de la justicia que me competen, no puedo hacer otra cosa que intervenir — Una vez más y a riesgo de sonar insistente, debo preguntar cuáles son sus motivos personales. Quizá a usted no le importa, pero si yo dejo ir a alguien sospechoso acabará pesando sobre mi cabeza, sé que me entiende. No es algo que a ninguno de los dos nos importe si están todos los papeles en regla — si no tiene nada que esconder, puede irse por la puerta.

Su expediente. Presiono mis sienes y les hago algunos masajes en un intento de ganar tiempo, porque sé que ella sabe lo que va a pasar e igual tengo que explicarlo como si fuese una niña de cinco años — Usted fue salvada por el gobierno de Jamie Niniadis, ni por el de Magnar Aminoff. Hay cosas que están cambiando, aquellos que tuvieron contacto con rebeldes están siendo despedidos, encerrados, ejecutados o las tres opciones juntas. Y usted tuvo en su casa a alguien cuya cabeza está entre las más costosas de la lista de fugitivos. ¿Sabe cuales son las órdenes para ese grupo específico de personas? — por si no le ha llegado la noticia, decido aclarárselo — Si un dementor les pone una mano encima, tienen permiso de besarlos. Si un auror los atrapa, tienen permitido el lanzar un maleficio asesino sin posibilidad de defensa. El presidente no se anda con juegos, Brawn. Le aconsejo presentar una renuncia formal con detalles y pruebas de su inocencia si no quiere terminar siendo interrogada y juzgada. Yo no tengo poder sobre sus decisiones personales… — tampoco me interesa, lo que demuestro con un vago encogimiento de hombros — Y jamás defenderé a nadie que sea un traidor. Lo único que puedo aconsejarle como jefe es que no cometa una estupidez por las razones equivocadas. Si me encuentro con usted en la corte con verdaderos motivos para condenarla, su vida me importará tan poco como la de Ferdia Wallace y Raven Harkness.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Comenzaba a pensar que hubiera sido mejor dejar todo de golpe, marcharse sin decir nada. Simplemente no volver a asistir a su trabajo hasta que su ausencia fuera tan latente que tuvieran que ir a buscarla. ¿Habría sido mejor? Al menos no tendría que mantener la conversación que tenía entre mano, una que no parecía ir demasiado bien. El hecho de estar recibiendo ‘consejos’ de su parte era más que extraño, mas tampoco podía quejarse de los mismos. —Me he dado cuenta de que no encajo del todo en el Wizengamot y el trabajo se me está haciendo pesado las últimas semanas— contestó, simple —Puede que le resulte absurdo, pero tengo ganas de pasar algo de tiempo con mi familia, ya que no sé si dispondré del mismo después de mi entrevista—. Incluso se permitió esbozar una sonrisa triste y resignada. Siempre demostró su poco aprecio por la vida propia, quizás ahora tenía cierta razón para querer seguir adelante, pero no pretendía aferrarse.

Permaneció en un nuevo y largo silencio que se alargó durante bastante tiempo. El mismo que precisó para dar sus explicaciones. No arrojaba luz a nada; todo lo que pronunciaba era algo que conocía y sabía de sobra, en lo que había pensado durante semanas antes de acabar concluyendo del modo que se presentaba. Pero no pudo evitar que sus dedos se crisparan cuando alcanzó a comparar su situación con la que rodeó a Wallace y Harkness. Como si ella se tratara de una terrorista. —Estoy aquí para presentar mi renuncia formal con todo lujo de detalles. No me estoy precipitando y tengo razones más que válidas para hacerlo— consiguió acabar pronunciando. Mordió su lengua, así consiguiendo no acabar chasqueándola y solo soltar el aire, lentamente, por la pequeña abertura que se abrió entre sus labios. —Pero no soy una terrorista. Si nos encontramos en la corte será por los mismos motivos por los que fui salvada por el gobierno de Jamie Niniadis—, lo cual era irónico. Un gobierno la salvaba  y otro la podía acabar condenando; una inseguridad jurídica que se sentía en cualquier parte del país. —Entiendo lo que me está diciendo, Ministro. Conoce lo que supuestamente pasó y dejarme ir lo señalaría de algún modo. Pero, ¿qué tan lejos puedo ir? Mi familia sigue estando aquí— agregó. No se podían tomar las mismas decisiones en un momento emocional que en uno de frialdad. Y ahora tenía que pensar con la cabeza, aunque pareciera que estuviera guiándose por otro músculo mucho más complejo y complicado de controlar.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Por extraño que resulte, no lo encuentro absurdo. Las personas se están volviendo paranoicas y un poco estúpidas, muchos caen con mayor facilidad gracias al miedo en lugar de tratar de mantener la cabeza fría para esquivar a los problemas que se encuentran amenazando desde los rincones. En esta ocasión, decido no juzgarla y allá ella con sus decisiones, he cumplido con mi deber de señalar sus errores y sé muy bien que yo no seguiría el mismo camino. Tengo personas a las cuales proteger, por mucho que me disguste la política de los dementores que Aminoff está implementando. Es un juego sucio, incluso cuando admito que muchas decisiones son inteligentes al momento de abarcar a una mayor cantidad de ciudadanos a la hora de buscar aliados — Comprendo — digo solamente, de verdad lo hago, solo que no comparto su accionar. Supongo que cada quien tiene sus métodos para proteger a su familia.

Levanto las manos en señal de paz y comprensión cuando afirma que no es una terrorista, conozco su caso muy bien y eso no significa que se libre de los detalles que pueden ser perjudiciales para su salud — Tomo su palabra, señorita Brawn, pero no la protegeré en caso de que su expediente se ponga en su contra. Si Aminoff reclama por su presencia, haré mi trabajo y el caso será analizado en el Wizengamot. Por el momento, solo quedará en observación en caso de sospecha de contacto con el enemigo. Son tiempos difíciles, usted me entiende — con una mueca, dejo bien en claro que esto tiene tan poca gracia para mí como para ella — si tanto le preocupa su familia, presente una carta mañana por la mañana, la firmaré y usted tiene la promesa de ser una ciudadana modelo. No dé razones para que todo esto se vuelva más… incómodo de lo que ya es, usted sabe — apenas arqueo una ceja y, sin más, le tiendo una mano por encima del escritorio — ¿Tenemos un trato? Porque no confío en usted, los dos lo sabemos. Solo le daré un poco de fe y ya decidirá qué hacer con ella.
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
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En realidad había pensado dejarlo mucho antes pero, claro está, la situación era mucho más diferente a la que acontecía cuando se decantó por aquella opción. Iba a ser complicado, el mismo Hans había indicado que no 'confiaba' en ella y no podía dejarla ir así como así, pero había otras opciones que no acababan con ella siendo besada por un dementor, en prisión o muerta. Ahora todo era diferente. Los cambios realizados por el nuevo gobierno le dejaban poco margen de movimiento. O bien esperaba la llegada de su entrevista, con la obvia posterior petición de su expediente; o se marchaba y trataba de vivir tranquila durante cierto tiempo. Conforme pasaba el tiempo sentía más fuerte la realidad que la golpeaba, la que acontecería a la mayor brevedad. Sorprendentemente no se sentía excesivamente presionada por su llegada. —Puede dejar que la joven auror siga vigilandome, no tengo problema en ello— habló, encogiéndose ligeramente de hombros. Incluso bajo su vigilancia había acabado yendo donde quería.

Una ciudadana modelo. A los ojos de muchos ya lo era. Quizás hasta podían envidiar algunos aspectos de su situación... mas dudaba que hubieran querido ponerse en su piel y tener sus recuerdos. Por suerte los años habían conseguido que los tratara como lo que eran, pasado. Al menos la mayor parte de los mismos. Esbozó una amable sonrisa. Ni siquiera hacía falta que lo dijera. Él no confiaba en ella o lo que pudiera hacer, y lo entendía. Extendió la mano, estrechando la mano contraria. Un acto, un movimiento que meses atrás hubiera sido impensable para ella. —Tenemos un trato. No le daré ninguna razón para vernos en la corte. Al menos no nueva— puntualizó. Podía no hacer nada, pero no evitar lo ya acontecido. Soltó su mano, entrelazándola con la otra. —Mañana a primera hora tendrá la carta en su despacho. No pretendo ser una molestia— acompañó levantándose de la silla y pasando una mano por la parte posterior de sus pantalones. —oh, y enhorabuena— agregó después. Los rumores eran demasiado fuertes en el Wizengamot, y hasta ella misma había acabado escuchándolos sin estar interesada. Aún pretendía ser cortés ya que, probablemente, no coincidirían en muchas más ocasiones.
Arianne L. Brawn
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
— Lo va a seguir haciendo, de eso no debe tener dudas — es una de esas promesas que planeo seguir manteniendo. Hay cosas de las que he aprendido, especialmente de los errores, tanto propios como ajenos. No hay que dejar cabos sueltos, no cuando la realidad nos está impulsando a caminar sobre una cuerda floja y con los ojos vendados. Arianne Brawn no es una amenaza en sí misma, pero sé muy bien que una mancha en su camino puede ser una incluso más profunda en el mío y eso, que me lo perdone, no lo voy a permitir, no lo vale. Su sonrisa me indica que ha comprendido las reglas del juego y eso es todo lo que necesito, de momento. Nuestras manos se estrechan y el apretón que le doy deja en claro que este es un negocio cerrado — Lo esperaré. Prometo firmar los papeles necesarios lo más pronto posible — en parte, también lo agradezco. No sé qué tan bien nos vendría tener una jueza dudosa en los tiempos que corren.

Ya estoy dando por sentada esta reunión y puedo ponerme a pensar en lo que debo hacer a continuación, lo que me lleva a apoyar las manos en el escritorio y darle un suave golpeteo antes de despedirnos. Ni siquiera he abierto la boca para hacerlo, que su felicitación me toma totalmente desprevenido y, por primera vez, mi espalda se tensa bajo una incómoda duda — Enhorabuena… ¿Por qué? — pero lo sospecho, mis ojos se entornan en un gesto dudoso. Sé que durante el verano, las voces más chismosas del ministerio apuntaron a las visitas de Lara Scott por el departamento de justicia, incluyendo mi oficina. No sé qué tanto pueden adivinar del embarazo además de que ha subido de peso por culpa de la comida, no hablemos de que su busto ha crecido y la he visto ir a vomitar en una ocasión. Pero como hemos aceptado a este hijo y no hay intenciones de negarlo, me aliso la camisa con la mano y elevo el mentón con toda la dignidad que me queda — Si es por lo que creo, pues gracias. Y sino pues… también. Ahora, por favor… — le hago un gesto con la mano y muevo mis dedos en invitación a que se marche, sonriéndole de medio lado. Al menos que quiera ponerse a hablar de bebés y las vueltas de la vida, pero estoy seguro de que no llegamos a ese nivel en este extraño acuerdo cordial.
Hans M. Powell
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
No tenía queja. La conversación podría haber durado menos, pero también mucho más por lo que estaba satisfecha de ello. El hecho de recordarle, además de recalcarle en reiteradas ocasiones, cual era su situación actual no era algo que la hubiera sorprendido ni desagradado. Era parte de su trabajo, y otra de seguridad. Una que debía mantener y no podía ver alterada por su molesta existencia. No le molestaba. Solo asintió con la cabeza como toda respuesta, y una clara predisposición por su parte a terminar con aquel embrollo lo más pronto posible.

Terminó de alisar sus pantalones, haciendo un pequeño amago de retroceder cuando le dedicó una última mirada. Su reacción era... ¿entendible? Quizás no por las palabras en sí, sino por quién las pronunció en voz alta. Alzó ambas cejas, mostrándose entonces sorprendida ella. ¿Estaba equivocada? Lo había escuchado pero tampoco había perdido el tiempo en tratar de escucharlo correctamente o saber si era cierto o solo un rumor infundado. Abrió la boca para agregar algo, más las palabras no surgieron de ésta. Quedaron allí, silenciadas. Por suerte había estado en lo correcto, y no hicieron falta más que sus gestos, seguidos de palabras de confirmación. —Suerte con ello— fue todo lo que habló antes de encaminarse hacia la puerta con seguridad. Marcharse. Al fin se sentía real. De verdad. Puede que al día siguiente tuviera que regresar de nuevo allí para dejar el informe pero no era nada en comparación con el hecho de haber tenido que seguir allí.

Suspiró fuertemente cuando hubo estado al otro lado de la puerta. Permitiéndose permenecer allí, de pie, durante un par de segundos más antes de sonreír, tenue.
Arianne L. Brawn
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