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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    La bolsa de pan se me patina entre los dedos cuando oigo el grito agudo de una señora que, en principio, sospecho que se ha espantado porque ha visto como mi mercancía se ha elevado de su puesto y desaparecido en el aire. Me giro, buscando alguna señal de que debo empezar a correr a pesar de que nadie me ha visto, pero entonces noto como la gente se empieza a apilar frente al negocio, clavando sus ojos en lo que parece ser la única televisión funcional y pública de la cuadra. El encargado de la tienda se ve demasiado absorto en las noticias como para ponerle límites a los curiosos y en su lugar sube el volumen, así que solo tengo que asomar la cabeza sobre la clientela para poder ver y escuchar en propiedad. Y juro, por todo lo que tengo que ya sé que es poco, que no me esperaba nada de esto.

    Hay algo amargo en el títular de emergencia que me grita que Jamie Niniadis está muerta. No sé si es porque dicen que Seth es el culpable y se ha escapado, si es porque no me lo creo demasiado o porque, de ser verdad, yo no pude matarla como siempre quise hacerlo. ¿Una noticia, así como así? ¿Eso es todo lo que voy a obtener? E igual el miedo me invade, porque esto huele mal, muy mal. Lo suficiente como para que me gire y me marche de allí a toda velocidad, empujando a un sujeto que no entiende qué es lo que lo ha tocado. Busco en mi bolsillo el espejo comunicador y mi voz ansiosa llama su nombre varias veces, hasta que los ojos de Arianne hacen su aparición — Encuéntrame en el antiguo estadio de Quidditch, entrada norte en 5 minutos — es lo único que digo. Guardo el espejo y echo a correr, con el cerebro maquinando a toda velocidad. ¿Qué será de nosotros y la guerra si su líder fue asesinada a manos de su hijo? ¿Y qué es eso de un primogénito nuevo?

    No me quito la capa al meterme en el pasillo que sirve como ingreso al estadio abandonado, porque he visto un dron pasar volando sobre la zona en busca de sospechosos tal y como ha estado funcionando en las últimas semanas. Supongo que ahora la vigilancia será más intensiva, para variar. Me quedo quieto hasta que Arianne aparece y, sin decir nada saco la mano de abajo de la capa, tomo su muñeca y la arrastro conmigo hasta uno de los rincones oscuros del estacio, el cual tiene una gotera que se oye demasiado fuerte. La suelto para tironear de la capa y quedar al descubierto, echándole un vistazo rápido — ¿Qué demonios está pasando? — pregunto. Mi voz tiembla a pesar de querer demostrar firmeza y me deshago en un suspiro, avanzando hasta estrecharla entre mis brazos con fuerza. El corazón me late desaforadamente, debatiéndose en un montón de emociones que no consigo identificar — Es bueno verte — porque la última vez que nos vimos fue hace un mes atrás y en la peor de las circunstancias. Ahora, parece que todo puede estar solucionado… o acabar mil veces peor.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Cruzó las piernas sobre el sillón, estirándose al frente para tomar un par de documentos que reposaban sobre la mesita baja del salón, tomándolos con la diestra y apoyándolos sobre sus piernas. Los días habían sido asfixiantes, agotadores. No tenía demasiado tiempo libre, ni siquiera disponía de un segundo para sí misma. Lo cual tenía sus pros y sus contras; al menos no pensaba demasiado en lo que ocurría a su alrededor y le afectaba directamente, se dormía entre documentos y despertaba rodeada de los mismos. Suspiró, dejando caer la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados en un intento de descansar la mirada durante unos valiosos segundos, aquellos que quería usar de relajación pero no lo fueron cuando una voz resonó en la televisión, dando un titular que captó la atención de la rubia e hizo que volviera la mirada hacia la pantalla.

    El tiempo pasó lento. Muy lento. La rubia se inclinó al frente, tratando de quedar más cerca de la televisión, como si de aquel modo pudiera enterarse mejor de la noticia, y dejando de parpadear durante el tiempo que la televisaron. La Ministra había… ¿muerto? Muerto. Se quedó inmóvil, incapaz de alejar la mirada de la imagen que ya había desaparecido pero parecía seguir plasmada en sus retinas. Cerró los ojos, meneando la cabeza, con incredulidad. Dejó todo a un lado, subiendo las escaleras hacia el segundo piso, en busca de su teléfono. Tenía que llamar a Jasper o a Jakobe. El tiempo que tardó en desbloquearlo fue el que transcurrió hasta que escuchó su nombre en repetidas ocasiones, separando el aparato de su oreja para observarlo con cierta confusión. El suyo había desaparecido la noche del juicio y no terminaba de entender el nuevo. Frunció el ceño, girando sobre sus talones en un barrido cuando cayó en la cuenta del espejo. Golpeó su frente con la parte baja de la mano, recriminándose a sí misma sorpresas que aún se llevaba cuando aquel aparato hacía acto de presencia.

    Ojalá hubiera tenido un par de segundos más en los que poder pronunciar que tenía asuntos importantes de los que ocuparse, pero estaba segura de que él quería saber sobre los mismos que ella. Mordió su labio inferior, suspirando con el costado apoyado contra la pared, asomada cuidadosamente por un perfil de su ventana. Aquella mujer seguro que estaba más interesada en lo que acababan de anunciar que en ella, ¿verdad? Chasqueó la lengua, alejándose de la ventana, cerrando los ojos y visualizando su destino. Sus pies dejaron la lisa superficie de su vivienda y aterrizaron sobre la tosca y desgastada del viejo estadio de Quidditch del distrito cinco. No tuvo tiempo de mirar a su alrededor antes de que unos dedos se cernieran en torno a su muñeca y la arrastraran hacia un lado, ahogando un grito que no alcanzó a materializarse. Retrocedió un par de pasos, su espalda dio contra la pared y, finalmente, todo el aire escapó de sus pulmones cuando lo vio aparecer bajo la capa, manteniéndose a cierta distancia, parpadeando con confusión hasta que acortó las distancias entre ambos y lo rodeó con ambos brazos, acercándose más a él y fundiéndose en un abrazo que no quería romper.

    Aunque se vio obligada a lo propio, negando con la cabeza antes de separarse ligeramente de él, con los brazos aún rodeándolo. —Acabo de ver la noticia— dijo frunciendo los labios. Nada de lo que decían en ella tenía algo de sentido, tendría que volver ver el anuncio para entenderlo del todo, conseguir atar lo que había ocurrido. —No sé si esto hará que las cosas vayan a mejor o a peor… ni siquiera termino de creerlo— agregó, dejando que sus brazos resbalaran hasta acabar a ambos lados de su cuerpo. Alzó la mirada hacia él, mordisqueándose el interior de la mejilla. —Me alegro de ver que estás bien— comentó liberando el aire de sus pulmones —, siento no haber tratado de contactar durante este mes— trató de excusarse, torciendo los labios. No tenía una excusa concreta que agregar, por lo que prefirió no pronunciar alguna.
    Arianne L. Brawn
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    No debería sorprenderme, es obvio que ella no sabe más que yo y eso me hace bufar con algo de fuerza. ¿Cómo es posible que algo así haya sucedido y nadie sepa nada? No la culpo, solo meneo la cabeza en señal de que no se preocupe y aprovecho que ella ha tomado la distancia para tomarla por el rostro, echando algunos cabellos suyos hacia atrás en un intento de gesto afectivo — No importa. Fue un mes difícil para todos — han ocurrido cientos de cosas, algunas de las cuales no me hacen sentir orgulloso. Aún no encontramos a Kendrick, no tenemos idea de cómo seguir y lo de las minas fue… deplorable. Hay culpas que no se borran, miedos que no se evaporan y siento que todo esto es una enorme pesadilla de la que no podemos despertar. ¿Si me alegra que Jamie Niniadis esté muerta? Obvio, pero eso no significa que la situación no sea extraña y soy lo suficientemente inteligente como para saber que aquello puede traernos consecuencias, tanto buenas como malas.

    Dejo caer las manos a sus hombros y la suelto, echo un vistazo a nuestro alrededor. Hay algunas gotas de ligera llovizna pellizcando el suelo, pero eso es todo. No hay más sonido, no puedo olfatear a nadie, somos solo nosotros. Si hay vagabundos en el estacio, deben estar lejos de mi radio. De todos modos, bajo un poco la voz — Es solo… Seth no pudo haberlo hecho, no porque sí. Él no es un asesino — mi mejor amigo tiene un tipo de nobleza muy diferente al mío. Siempre ha intentado hacer lo correcto e incluso ha excusado en más de una ocasión las acciones de su madre. ¿Y Hero Niniadis? No la conozco, pero es solo una niña y no precisamente de las que han crecido en medio de la batalla — Lo que ha pasado no tiene sentido. Siento que faltan partes, que hay algo que no cuadra… — ¿O solo me estoy queriendo engañar? Al menos el lado positivo me dice que Seth está libre. Siendo cazado, obvio, pero libre al fin. Su madre ya no podrá hacerle daño, a mí tampoco. Otra vez ese sabor amargo de la venganza frustrada.

    El recuerdo de nuestro último encuentro a solas se reproduce en mi mente, aunque sé que hay algo que hace sentir extraño el intento de tomar sus dedos, balanceando mi mano en el aire. Porque hay algo de lo que jamás hablamos y siento que es una duda que debería sacarme antes de poder seguir con esta charla, sea como sea — Ari… el día del juicio — ninguno de ellos era amigo mío, pero sus muertes aún me pesan en el lado culposo de la consciencia — ¿De verdad pensabas todas esas cosas? — es obvio que quiero creer que no, mi tono suena casi un ruego. Doy un paso hacia ella un poco vacilante, tratando de no perder el contacto con sus ojos — Quise creer que no, que tú jamás quemarías personas por cuenta propia, pero necesito que me lo digas. Ya todo es demasiado extraño como para que además tú desees esas cosas con sinceridad — al menos, empezar a hilar las cosas de manera que tengan sentido.
    Benedict D. Franco
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    Consejo 9 ¾
    Alzó la mirada, tratando de pronunciar unas  palabras que nunca alcanzaron a ser escuchadas. Solo retiró sus ojos hacia otro lado, sintiéndose más pequeña en el lugar. Un mes difícil era una manera agradable para denominarlo. Si hubiera un modo de borrarlo, hacerlo desaparecer, lo habría hecho sin lugar a dudas. Tragó saliva. El tiempo de reacción a la noticia había sido mínimo, no podía hacerse ni una ligera idea de lo que podía estar ocurriendo, como desembocarían las cosas después de lo ocurrido. Las reacciones de la gente podían ser de lo más variopintas pero, sobre todo, una parte de ella se preocupaba de que trataran de aprovechar la confusión para actuar; lo cual no habría distado demasiado a lo ocurrido con el anterior gobierno.

    Frunció los labios. —¿No porque sí?— preguntó automáticamente. De todas las personas del mundo él era la única de la que jamás pensó que escucharía aquello. Una especie de duda, una puerta abierta a la oportunidad de que hubiera ocurrido realmente. Aunque no había duda de ello, tanto el Ministro de Defensa como el nuevo Jefe de Aurores habían estado presentes, el mero hecho de que cupiera duda alguna era complicado. —Hay algunas partes que no lo tienen— concedió colocando ambas manos al frente y jugueteando con sus dedos, nerviosa. —Digamos que Seth tenía sus razones para hacerlo pero, ¿Hero Niniadis? Es una niña que solo ha conocido la vida acomodada, ni siquiera conocía a su hermano como para hacer aquello— negó con la cabeza. Por más vueltas que tratara de darle, la intervención de la joven carecía de sentido para ella. —¿No… ha tratado de contactar con vosotros?—. La pregunta surgió de sus labios antes de ser capaz de procesarla con tranquilidad. Solo hacía unos minutos que la noticia había sido retransmitida en todo NeoPanem, pero seguro que habían transcurrido horas desde lo ocurrido.

    Y ahí estaban. Las palabras que no quería escuchar, la pregunta que la aterraba y prefería olvidar. Tanto la misma como la respuesta. —No pensaba que los quemarían— fue lo primero que acabó surgiendo de sus labios. ¿Cómo iba a saberlo? Por su mente siquiera apareció aquella opción hasta que el juez Morgan la propuso. Y le repugnó mas, ¿qué podía hacer ella? Bajó la mirada, chasqueando la lengua contra el paladar un par de veces. —Murió mucha gente, Ben, yo…— se quiso separar un paso, rascándose la frente con la diestra —sé que ellos atacaron primero, que las cosas no están bien, pero no puedo mostrarme a favor de alguien que provocó tal masacre en una celebración. Una en la que pudieron morir más personas de las que lo hicieron— trató de explicarse —No era cuestión de ideales o sangre, porque ya sabes lo que opino sobre ello… Además, ya viste como fue todo, ¿hubiera marcado la diferencia decir otra cosa? Sólo habría sido un modo de llamar la atención, y es lo último que quiero— suspiró. Aun con lo que dijo en el juicio, acabó siendo cuestionada por una joven auror que la vigilaba a saber desde cuándo. Ella misma había tratado de ahogar sus propias palabras la misma noche del juicio, queriendo olvidarlas, queriendo alejar de su mente que había sido partícipe en la quema de dos personas por muy terroristas que fueran considerados.
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Por defensa propia… — le hablo en un tono que deja bien en claro la obviedad. Jamie habrá sido su madre, pero eso no quita que ha hecho mil cosas en contra de su salud mental y física. Al menos, ambos coincidimos en que ha sido un homicidio extraño y todavía hay una parte de mí que cree que van a saltar diciendo que todo ha sido un espectáculo, que Jamie Niniadis tenía un secreto escondido bajo la manga y regresará a seguir jodiendo la vida de todos. Su pregunta hace que sacuda la cabeza, algo desinflado por culpa de lo mucho que me desalienta el saber que no tengo modo de contactarme con Seth. Es la primera vez en diecisiete años que han pasado tantos meses sin saber de él y el no poder mandarle siquiera un mensaje es algo desesperante — Te llamé en cuanto vi la noticia en la televisión de un negocio. No sé nada sobre nada — irritante, pero real.

    No quiero pensar que todo lo que dice son excusas, pero se sienten de esa manera. Sé que no soy la persona más paciente en las últimas semanas, así que hago un esfuerzo en respirar un poco más lento. No debo enojarme, tiene cierto sentido, pero no soy idiota y puedo ver cómo es ella quien se separa de mí como si pudiera oler el peligro — ¿Y qué si yo era el que estaba ahí siendo juzgado? ¿Habrías hecho lo mismo? — no puedo contenerme, pero al menos mi voz es un murmullo y no un bramido. Me alejo unos pasos y pateo la capa, que quedó hecha un bollo en el suelo, aunque sin muchos ánimos. No tiene idea de cómo se vio desde el otro lado, tampoco cómo se siente. Para mí, solo actuó como las personas que nos señalan con el dedo y buscan asesinarnos, tengo que recordarme que es una de ellos a pesar de que diga pensar lo contrario. Sé que ya la ha cagado una vez, que no podía cagarla dos y puedo entenderlo, pero… esa vena…

    Me paso las manos por la cabeza en un gesto nervioso y me detengo a pocos metros de ella, prensando los labios. Siento mi pecho subir y bajar en una respiración que busca calmarse y evito, por todos los medios, el mirarla — Ferdia organizó el ataque hasta donde yo sé. Raven, según he entendido, era inocente, no tenía idea de nada. No le dieron oportunidad de defenderse. ¿Así son las cosas? ¿Mataremos a todos por las dudas? ¿Y qué hay de ahora, si Jamie ha muerto? ¿Seguirás ahí? — hay una guerra, ella lo sabe bien. No puede seguir bailando en ambos lados. Y yo no seré su enemigo.
    Benedict D. Franco
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    Consejo 9 ¾
    No le apetecía discutir, era molesto como siempre acababan en lo mismo. Diferencias. Controversias relacionadas con lo que el uno o el otro habían hecho. Estaba claro que las dudas no eran pequeñas, que siempre existirían teniendo en cuenta el lado en el que se encontraban cada uno, pero la frecuencia con la que éstas se debatían en su mente acababan agotándola anímicamente. Suspiró, haciéndose pequeña en el lugar, entrelazando los dedos con impaciencia y una mezcla de sentimientos que no alcanzaba a identificar con independencia de los demás. Tratar de expresar su punto no era suficiente porque él tenía el suyo propio. Y lo sabía. Había barajado sus palabras, organizado y pensado las mismas, sabiendo que, en algún momento, aquella pregunta existiría. Pero nunca era suficiente.

    Frunció el ceño, no diciendo nada durante los primeros instantes en los que se dedicó a seguirlo con la mirada, acabando por cruzar los brazos con ademán protector. Se hubiera sentido mucho mejor soportar sus gritos y recriminaciones antes que escuchar aquella interrogante. —¿Habrías sido capaz de matar a todas esas personas a sangre fría?— fue su respuesta inicial, prensando los labios. Sabía que no, esperaba que no. Tenía claro que su actuar no había sido el correcto ante sus ojos pero, ¿y ante las personas que habían perdido a parte de su familia? Estaba harta y cansada de ir de un lado a otro, tener que dar explicaciones. Hacía cosas mal, como todos, pero parecía que el hecho de que ella las hiciera se convertían en un mundo. Llevaba años dejándose arrastrar por una corriente que, si bien no la llevaba hacia donde quería, no le había causado problemas ni dolores de cabeza; pero ahora todo era un caos, uno en el que tenía que responder tanto hacia un lado como hacia el otro.

    —No necesito que ahora me des una explicación de qué hizo quién— respondió, molesta. Apretó más los brazos contra su pecho, demasiado tentada en desaparecer de allí. Pero, en lugar de ello, casi tuvo que reír. —Obviamente es mucho mejor matar a alguien con una estúpida cuenta atrás—. Rodó los ojos, dejando caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, permaneciendo inmóvil en el mismo lugar que llevaba ocupando desde que llegó. —Tengo que tener en cuenta a tu familia pero tú no haces lo mismo con la mía— le recriminó con un hilo de voz, girando el rostro hacia otro lado, frustrada. Quería proteger a su familia pero también a él; la situación era del todo incompatible y él sólo se esmeraba en conseguir que lo fuera aún más. —¿Quieres que lo deje? Pídemelo— dijo entonces, alzando la voz más de lo que hubiera deseado, y mirando entonces hacia ambos lados. Resopló, molesta, meneando la cabeza.
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Su pregunta hace que mi mirada se enfríe. Espero que no lo diga en serio — Sabes que no lo haría. No todos estamos de acuerdo con lo que ocurrió ese día. No me interesa la muerte de inocentes — me muerdo la lengua porque no quiero despotricar contra el sistema para el que ella trabaja, no quiero repetirle que su sentencia me pareció de lo más cruel e injusta. Sé muy bien que en algún momento intenté defenderla frente a los míos, pero soy consciente de que su actitud ha eliminado toda posibilidad de que me crean si vuelvo a sugerirlo en algún momento. ¿Qué me fastidia más, tener que darles la razón o perder cualquier posibilidad de que ella no sea lo que yo pensé? ¿A dónde llega el egoísmo de cada uno? Porque sé que los dos lo somos, el mundo entero peca de egoísta en algún momento.

    ¿Cuenta atrás? ¿De qué está hablando exactamente? Trueno un poco la mandíbula, creo que se está olvidando cómo es que nos conocimos, porque si lo recordara sabría que estoy en contra de cualquier tipo de asesinato masivo sin sentido. No tiene por qué morir más gente, no hay por qué seguir peleando los unos contra los otros y, sin embargo, seguimos cometiendo los errores que todo el mundo cometió desde que existe la raza humana — Tu familia está a salvo en sus casas, con comidas calientes y paredes seguras. No es lo mismo — hay una clara posición de ventaja en esta sociedad, yo jamás he sido parte de ella. Primero por vencedor, segundo por muggle, tercero por haber hecho cabrear a la ministra. No voy a empezar a hablar de que terminé de firmar mi sentencia como hombre lobo fugitivo. Mi familia ha estado en el centro de la guerra, son buscados por todo el país, los matarán en cuanto les pongan las manos encima. No, no estamos en el mismo nivel.

    No me espero el último comentario, levanto la mirada en su dirección con algo de confusión y abro los labios, pero vuelvo a cerrarlos sin decir nada — Lo pensé — acabo confesando — He considerado la idea de marcharme, de irnos todos lejos de aquí, a un lugar seguro. Sé que nunca dejarán de buscarnos, pero solo quiero que los míos estén bien y eso te incluye — no me avergüenza aceptarlo, creo que quedó más que claro en las fábricas — ¿De verdad te sientes parte de esto, de todo este circo? Tú misma admites que no te gusta. ¿No quieres que tu familia sea libre, en lugar de tener que encontrar el modo de protegerla? Es… conformista — regreso sobre mis pasos, retomo el camino que me ha alejado de ella y me planto frente a su rostro, inclinándome lo suficiente como para que nuestros ojos puedan encontrarse en una altura cómoda — No sé lo que va a suceder a partir de ahora, no tengo idea de qué es lo que piensan hacer con este gobierno, sus leyes y sus ideas. Pero sí sé que siento cosas por ti y no puedo hacer nada con eso porque tu vida y la mía solo se cruzaron una vez y parece que nos estamos esforzando en seguir el mismo camino a pesar de que tenemos diferentes direcciones. Al menos que… — bajo los ojos hacia sus labios y prenso los míos, contengo el impulso de buscarlos y acomodo mi peso de una pierna a la otra, suspirando pesadamente — Que lo dejes todo. Que nos vayamos lejos. Que pongamos a todos a salvo y ya no haya guerra, ni NeoPanem, ni leyes. ¿Eso quieres que te pida? — sé que me he acercado porque mi nariz roza la suya, pero fue un movimiento totalmente involuntario que me permite respirar su boca — Lo haré si es lo que deseas. Ya lo he perdido todo, no tengo por qué tener miedo a estas alturas.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
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    —Lo sé— contestó de inmediato. Ya hablaron de aquel tema en su momento y no había hecho falta demasiado para 'convencerla' de ello. Sabía que no era capaz de hacerlo, que quizás hubiera tratado de encontrar otra solución en lugar de lo que pasó, pero estaba lo suficientemente molesta como para permitirle a su cerebro pensar lo que quisiera. —Pero hay gente que no piensa como tú— agregó después de un par de minutos en los que le costó mantenerse quieta, sintiendo un nerviosismo que trataba de liberarse, por lo que acabó removiéndose en el lugar. Incómoda. Tomó aire por la boca, dando un paso hacia atrás hasta apoyar la espalda contra la pared. Un escalofrío la recorrió y se obligó a volver la vista atrás. —Ben— suspiró —, sé que estoy siendo injusta constantemente, que mis decisiones no siempre son acertadas. Tengo un poder de decisión que no puedo usar como quiera. Si no lo hago yo lo hará el de al lado, ¿prefieres eso?— masculló apoyando, finalmente, la espalda contra la pared y regresando la mirada hasta él.

    Soltó un bufido. Era absurdo. Sus familias eran completamente diferentes y, por ello, se enfrentaban a dos tipos de problemas equidistantes. Cada uno se preocupaba por lo que directamente le afectaba, podía llamarse tanto egoísmo como supervivencia. Su familia dependía de lo que ella pudiera decir, hacer o no hacer. Siempre acababa ocasionándoles algún problema que no merecían. —No son iguales, pero son mi responsabilidad. Se han visto envueltos en una situación que no les pertenece, una que nisiquiera conocen. Perdóname por querer protegerlos— se quejó. Había varios tipos de discusiones que se podían denominar, fácilmente, en dos grandes bloques. Aquellas en las que se buscaba llegar a un acuerdo, tratar de comprender la perspectiva de la otra persona, y luego estaban las que conseguían que las dos opiniones se separaran más a cada segundo que transcurría. Y estaba claro ante cuál se encontraban. Lo que la frustraba y molestaba.

    Chasqueó la lengua. Algunos días sentía que solo necesitaba un par de palabras de la persona indicada para dejarlo todo; tratar de vivir y no sólo sobrevivir. Y, aunque discutiera con él y siempre acabaran enfrentándose por algo, ello no quitaba que fuera la persona de la que las quería escuchar. Prensó los labios, entrelazando las manos al frente. Bajó la mirada, alzandola sólo cuando lo sintió lo suficientemente cerca como para obligarse a hacerlo. —¿Crees que mi familia sería libre huyendo?— tragó saliva después de hablar. Cerró los ojos con fuerza, tratando de no seguir mirándolo. No entendía como tenía aquella facilidad para convencerla, para hacerla saltar sin mirar antes donde podía caer; de hacer que su estómago se contrajera y quisiera ser egoísta para sí misma y no para los demás porque, ¿realmente algo de todo aquello la beneficiaba? Sólo la asfixiaba y empequeñecía. La frustraba de tal manera que acababa convirtiéndose en molestia. Cuando volvió a abrir los ojos se obligó a pegar más su cuerpo contra la pared, tratando de controlar una respiración y unos latidos que no alcanzaba a comprender cuando se habían alterado. —No quiero seguir desviándome, quiero cambiar de dirección pero no sé cómo hacerlo sin arrollar a alguien en el intento—. Había pocas personas a su lado pero sentía que tomara el camino que tomara acabaría dejando a otros detrás. No podía separar entre prescindibles e imprescindibles por más que su corazón se acelerara queriendo situarlo en la segunda categoría. Los claros ojos de la rubia descendieron involuntariamente hacia sus labios, respirando su mismo aire. —No quiero que me lo pidas porque te he dicho que lo hagas— sonrió con cierta tristeza. —Hace un par de días decidí dejar el Wizengamot— informó alzando la mirada nuevamente a sus ojos —pero no que haría después—. ¿Quería calmar su conciencia alejándose de tener que tomar decisiones que cada vez le costaban más? Puede que en parte, aunque éstas seguirían molestándola. —Lo siento por hacer todo tan complicado, es solo que... ha pasado demasiado tiempo, demasiadas situaciones que han acabado definiendonos o avocandonos a lo que hemos acabado siendo—. Él no tenía culpa de su situación, ella, por su parte, era cierto que se había acabado acomodando a mirar hacia otro lado.
    Arianne L. Brawn
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Si va a usarlo para manchar su conciencia, prefiero que lo haga otro, sí. Abro la boca para decirlo, pero me encuentro incapaz de hacerlo porque no quiero pelear, no de nuevo, sobre cosas que no podemos solucionar por muy buenas intenciones que tengamos. Solo aprieto los labios en señal de desacuerdo y lo dejo morir ahí — Jamás te reprocharé que quieras proteger a tu familia, pero no puedes vivir esclavizada por ello, Arianne — intento no sonar como un sabelotodo del dolor, pero no estoy seguro de que pueda comprenderlo. Ambos perdimos demasiado, conozco la urgencia de querer proteger a los que nos importan, pero todo el mundo tiene un límite. Espero que ella no llegue al suyo de una mala forma, incapaz de solucionar sus problemas y que éstos acaben por matarla.

    ¿Quién es libre si debe pasar su vida huyendo? Sé que no es el mejor panorama, pero ahora mismo es la única opción que se me ocurre. Muchos quieren pelear, pero tampoco quiero que nos engañemos. ¿Qué podemos hacer contra un gobierno con ejército, siendo solo un puñado de personas disconformes? No tenemos un plan de guerra, no tenemos nada — Yo fui libre después de huir — intento ejemplificar, atreviéndome a una sonrisa minúscula que suena a un vago intento de convencerla. Obviemos lo que pasó después, eso fue un error, algo que se salió de los cálculos. Me gustaría poder tener una respuesta a cómo conducir entre todo este desastre, pero creo que es un poquito obvio de que no tengo idea. Lo delato al negar quedamente con la cabeza, soltando un suspiro. Mis dedos juegan con algunos de los mechones de su rubio cabello, esos que decoran sus hombros, acompañando a mi silencio hasta que mis ojos se dirigen hacia ella en señal de estupor — ¿Lo dejarás? ¿De verdad? — puedo sentir los latidos bailango en efusión, ignorando los detalles amargos en los cuales no quiero pensar ahora — La vida siempre nos va a llevar por caminos, pero creo que los golpes no nos definen. Hemos pasado por ellos y acorde a cómo portamos esas cicatrices… — me encojo de hombros en un gesto vago y dejo que mis dedos acaricien el contorno de uno de sus pómulos — Las cosas son complicadas en sí mismas.

    El beso que coloco en sus labios es un gesto desinteresado y silencioso, calmo en su propia suavidad. Dura solo unos segundos, pero me hace sentir lo suficientemente lleno como para sonreír en su boca — Ven conmigo — pido, no porque ella lo haya dicho, sino porque nace de mí luego de semanas de debatir qué es lo que debo hacer con mi vida — A dónde quieras. Podemos conseguirnos una casa donde escondernos y ver cómo solucionamos las cosas. Jamie está muerta, con un poco de suerte todo sea más fácil ahora. Si esta guerra se acaba rápido… — tomo su rostro con algo más de confianza y vuelvo a besarla, provocando que hable sobre sus labios — Podemos iniciar de nuevo. O huir lejos, ya no importa. Pero estoy agotado, Ari. Ya no quiero pelear, no creo poder seguir por ese camino mucho tiempo más. Quiero que tengamos paz, juntos si tú quieres. No tenemos por qué dejar a nadie atrás… — aunque aún hay cosas que solucionar y no puedo ignorar.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Quizá tenía razón y debía empezar a tratar de vivir su propia vida, pero había construido alrededor de ellos todo lo que tenía. La mayor parte de las decisiones importantes que había tomado en los últimos años se habían visto influenciadas por ellos, quizá no directamente, pero de un modo u otro. Siempre queriendo demostrar que podía seguir haciendo cosas por sí misma, que todo estaba bien aunque nada lo estuviera. Le molestaba el mero hecho de pensar que tuviera razón por la importancia que siempre le había dado a su madre y a Marco. Incluso sintiéndose impotente por no haber conseguido vislumbrar las intenciones de Astrid antes de que se materializaran y dejara a sus sobrinos atrás. Se culpaba de todo, incluso de los errores e imprudencias de los demás, tratando de abarcar todo de un modo u otro hasta olvidarse de ella misma. Una realidad que distaba demasiado de lo que los demás podían ver desde el exterior. Eran lo único que le había importado durante demasiado tiempo, y se sentía extraño que ahora hubiera alguien más que pudiera catalogar del mismo modo. Arqueó ambas cejas, dejando incluso que una irónica sonrisa asomara a sus labios. —Si no te hubieran encontrado en aquel entonces... quizás podría hacer lo que quisiera sin sentir que los pongo en peligro—. Su madre seguiría  con sus cosas, Marco con su trabajo... Sus vidas continuarían del mismo modo, pero si se marchaba eran una supuesta fuente de información. Quién más sino.

    Permaneció inmóvil, con la mirada fija en él, hasta que asintió con la cabeza en relación a su pregunta. Nunca antes había sentido que perteneciera al Wizengamot, que éste la definiera o complementara. Pero, desde el momento que regresó a su vida, un revés la golpeó tratándole de hacer entender que, por más que se esforzara, no había nada que cambiar allí. —Siempre pensé que yo hacía las cosas complicadas, pero no te quedas demasiado atrás— se quejó, jocosa. No era un simple humano, puede que si solamente fuera eso las cosas hubieran sido algo más sencillas, sino un enemigo público desde que solo era un crío, y para más inri hombre lobo; un detalle que, a veces, olvidaba y trataba de recordarse. Con aquel pensamiento volvió la mirada hacia un lado, intentado alcanzar el exterior pero fallando en el intento. Ni siquiera había conjurado un fidelio, ni tampoco sabía si llevaba la varita consigo.

    —¿Qué crees que— comenzó a preguntar, volviendo el rostro hacia él y encontrándose apenas unos segundos con sus labios. Quiso quejarse cuando el corazón le dió un respingo en el pecho, mas no hizo otra cosa más que acelerarse conforme el tiempo pasaba. Los claros ojos de la rubia se alternaron entre los ojos y los labios contrarios, dejando que, finalmente, acabaran prendándose de los primeros. Trató de sonreír, provocando que sus labios se rozaran ligeramente con los contrarios. Esconderse. Suerte. Huir. No eran palabras en las que confiara, y probablemente lo habría dicho en voz alta de ser otra persona la que tuviera delante. Entonces, ¿por qué no la desagradaban en aquel momento? ¿Por qué sus respiración se relentizaba? —Dudo que pudieras permanecer al margen durante demasiado tiempo— habló desenredando sus manos y tratando de rodearlo con los brazosbrazos —, y no es algo por lo que te voy a juzgar porque sé que forma parte de ti—. Se preocupaba por todos los demás, pero era algo que iba con él y que, de algún modo, siempre había conocido. Por su parte ella siempre había acabado juzgando a los demás, usaba aquella palabra con demasiada frecuencia, y pronto querría dejarla atrás en su vida. —Además de que, en el fondo, me gusta esa manía tuya de esforzarte con las "causas perdidas"— agregó, entrecomillando con las manos, contra su espalda, aquellas dos palabras. Clavó las puntas de los pies en el suelo, alzándose ligeramente para poder alcanzar sus labios, aunque sin acortar las distancias entre ambos. —No es la mejor propuesta que me han hecho...— fijó sus ojos en los de él, con una pequeña sonrisa divertida prendida. —pero creo que ya te dije en una ocasión que algo me impide buscar la salida o ver qué hay dentro, si tú eres el que me pide que entre— susurró con una respiración entre cortada que quiso disimular uniendo sus labios a los de él.
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    Benedict D. Franco
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    Mi risa apenas se oye, pero es delatada por el movimiento vibrante de mis hombros — Tengo un don para lo complicado, lo sé — me burlo de mí mismo, de nuestra constante desgracia, de todo. Sé que lo sencillo no forma parte de mi vida desde que tengo memoria. Si no fue la desgracia que golpeó a mi familia, fue la que me condenó a ser un vencedor y luego un fugitivo. Tampoco hice mucho esfuerzo por mantenerme al margen, mis amistades e ideales me condicionaron a ser uno de los enemigos declarados del estado, un puesto al cual jamás hubiese ostentado. La vida pacífica que imaginé cuando era un niño murió demasiado pronto y Arianne es una de las pocas personas que podrá comprenderlo.

    Al menos, puedo aferrarme a la idea de que sus labios siguen sonriendo cuando se encuentran con los míos. Me encuentro rodeado por sus brazos, lo que provoca que los míos bajen hasta mantener su cintura sujeta contra mí, haciendo abuso de lo largo de mis extremidades para sostenerla de manera estrecha — ¿Dices que soy un buscapleitos? Porque si mal no recuerdo, lo mío es pura mala suerte — murmuro en tonito guasón. Hay algo de lo que dice que no puedo contradecir y le cedo la razón en esa manía, es un rasgo que soy incapaz de arreglar incluso aunque el tiempo pase. He sido demasiado optimista cuando se trata de los errores de la gente, acepto a cualquiera que me demuestre que vale la pena una segunda oportunidad y las injusticias me han hecho hablar en más de una ocasión. No soy un suicida, creo que he llegado a mi límite. Que sus labios sean los que atrapan los míos ayuda a que me distraiga del reproche que puedo hacerme a mí mismo, porque repentinamente todo parece una buena idea. Casi puedo decir que me siento ronronear — Tomaré eso como un “sí” y tienes prohibido el retractarte. Si lo haces, iré hasta tu casa y te secuestraré para que nadie diga que te fuiste voluntariamente y puedas echarme toda la culpa — muevo las cejas como si fuese una muy buena idea, pero la risa delata mi broma y la interrumpo con el acercamiento de nuestras bocas, ese que ella misma ha iniciado.

    Y se siente tan bien, tan correcto, que no veo todo esto como una locura. Me olvido un momento del lugar en dónde estamos, de que cualquiera puede llegar y ver como mis besos consumen los suyos, buscando una y otra vez ese contacto que se siente como una extraña droga. No me importa que la gente para la cual trabaja esté en guerra con los míos cuando aprieto el agarre y la levanto, alzándola lo suficiente como para que su altura coincida con la propia. Doy un suave y juguetón mordisco en su labio inferior, tiro de éste un poco hasta que sonrío, deteniéndome un instante que corto con un besito escueto — Pensé mucho en ti estas semanas — susurro con la calma de la honestidad — No sabía qué dirías cuando empecé a barajar la idea de irme de aquí, dejar NeoPanem y toda su mierda de una vez por todas. Quiero poner a todos a salvo, Ari. Llevarme a los niños lejos, darles un futuro seguro. Si tan solo supiera dónde se metió Kendrick… — me percato de ese detalle, por lo que hago una mueca — Escapó el día del intercambio y no hemos vuelto a saber de él. ¿Tienes idea si…? — si lo capturaron, el Wizengamot debería saber algo. Ladeo la cabeza, rozo mis labios con los suyos y dejo un roce en su cuello — En cuanto lo encuentre, podemos irnos. Que se maten entre ellos. Ya le dimos demasiado de nuestra vida a los políticos como para morir en una guerra que ellos decidieron empezar.

    Busco una vez más su boca, la invado mientras la regreso al suelo con cuidado de no soltarla con demasiada brusquedad. Mis manos se deslizan por su cintura y suben por el contorno de su cuerpo, hasta tomar cuidadosamente su rostro y nos separo, rompiendo un contacto que me hace sentir los labios arder. Sus ojos están demasiado cerca de los míos, nuestras narices se rozan y yo solo puedo sentir como mis pómulos se elevan por su culpa — Tu familia y la mía estarán a salvo, eso es una promesa. Y si me quieres ahí, yo estaré contigo. Es todo lo que tengo para ofrecer — un mundo sin Niniadis, sin Black, sin leyes. Donde nadie nos encuentre.
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    Alardear de las desgracias no era algo que debieran hacer pero, definitivamente, entre ambos cargaban a sus espaldas más de las que podían contar con los dedos de sus manos. Juntar a dos personas con tal mala suerte no era algo... ¿arriesgado? Un riesgo más que sumar, no tenía ni la menor idea de cuando acabaría de hacerlo. Al final la mayor parte de sus vidas habían estado condicionadas por decisiones que no tomaron por sí mismos, y la mayor parte de las desgracias eran consecuencia de las mismas. Aunque de la mayoría de ellas se podía tratar de sacar algo positivo. Y ella tenía delante una de aquellas pequeñas excepciones positivas. Siguió de puntillas, dando un paso hacia él, acortando más la distancia cuando la rodeó con sus brazos. Rió suave contra sus labios, inclinando la cabeza hacia un lado y asistiendo con la cabeza. Siempre acababa apareciendo, de un modo u otro, en el centro de los problemas. En alguna ocasión llegó a pensar que trataba de superar algún tipo de récord mundial.

    Unió, tan solo unos segundos, sus labios a los contrarios, deslizando las manos por su espalda hasta entrelazarlas sobre su nuca. Su corazón dió un nuevo brinco en su pecho, provocando que frunciera el ceño, frustrada. Ya, sí, entendía que estuviera alterado, pero no tenía porque hacerlo tan evidente. —Mmh— susurró, con voz entrecortada, contra sus labios —¿secuestrarme? Si quieres acabar completamente arañado hay otras maneras— se burló, parpadeando suavemente en un intento de lucir inocente tras lo pronunciado. Pero volviendo a alcanzarlo en un beso. Retrocedió un paso, dejando que su espalda quedara apoyada contra la irregular pared.

    Si se observara desde fuera no sabría ni como catalogarse, desde luego que 'loca' no alcanzaba ni a la mitad de lo que era. Ni siquiera se percataba de lo que estaba ocurriendo hasta que lo tenía delante y no tenía el suficiente tiempo para reaccionar como le ordenaba su cerebro. Había podido presumir de autocontrol, puede que incluso alcanzando a mostrarse más fría de lo que realmente era, pero el revoltijo de sensaciones que nacía en su estómago cuando él estaba cerca no la dejaba controlarse tanto como debiere. Incluso tener que ser la voz de la cordura la molestaba por primera vez en su vida. Alzó la mirada a sus ojos, sonriendo con cierta timidez, aunque ésta acabó destiñéndose poco a poco. —¿De verdad es un Black?— preguntó con los labios ligeramente fruncidos pero jugueteando con los dedos por su cuello —Si tuviera algún tipo de información sobre él sería algo malo— agregó. Si la rubia hubiera sabido algo de Kendrick sería por estar encerrado nuevamente lo que, por suerte, no era así. —Espera, ¿escapó? ¿Está por ahí sólo?— las dos cejas de la rubia se arquearon con sorpresa. Esperaba no ser la única que pensaba que era una mala idea. La vigilancia se aumentó en su momento tras la declaración de guerra y, ahora, con la convulsa situación por la que estaba pasando el Gobierno no sabía que más esperar, pero algo le decía que no sería bueno. Resopló, haciendo volar su flequillo hacia un lado. —Espero que lo encontréis pronto— no por ella y querer huir, sino porque, aunque tuviera el mal humor Black, era alguien importante para Ben —, según quien acabe en el Gobierno la situación avanzará de un modo u otro—. ¿Quienes eran las opciones? ¿Weynart? ¿Powell? Ninguno de los dos se retractaría en sus palabras viendo lo orgullosos que lucían cuando la declararon.

    Cada beso que le regalaba conseguía desordenar sus pensamientos; aquellos que tomaban un sendero pero que, a mitad del camino, se perdían. Un escalofrío provocó que su cuerpo se estremeciera, separando sus bocas con urgencia de aire. Apoyó su frente contra la de él, cerrando los ojos y tratando de visualizar en su mente cada milímetro de piel, aquella que había recorrido con sus manos semana atrás y las cuales aún temblaban ante su contacto. —Confío en tí— masculló muy cerca de sus labios, rozándolos con cada sílaba pronunciada. —No es como si necesitara nada más— reclamó con una tímida sonrisa, golpeando levemente su nariz con la propia. —Antes tienes que terminar de arreglar tus asuntos, no voy a desaparecer de la noche a la mañana, por lo que tienes tiempo para cumplir tu promesa— concedió —pero... tienes que cumplirla, no quieres enfrentarte a una jueza por un incumplimiento, ¿verdad?— lo retó, tratando de quitarle tensión al asunto y sellando la promesa con un corto beso.
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    Benedict D. Franco
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    No es un tema agradable, se pinta en mi cara — Lamentablemente, sí. Cordelia Collingwood viajó embarazada con nosotros y dio a luz ese mismo otoño en el catorce — ojalá esa parte fuese una mentira, poder decir que fue un error y un farol para excusarse del ataque. Al menos, Arianne me confirma las sospechas de que sigue a salvo del gobierno y eso me produce un curioso alivio, a pesar de la inquietud de seguir preguntándome dónde demonios se ha ido a meter. Meneo la cabeza, casi avergonzado por haber perdido a un niño que se fue sin dejar rastro; no sabía que se le daba tan bien jugar a las escondidas — Es listo, de seguro la está pasando mejor que todos nosotros mientras el resto entramos en pánico tratando de dar con él — una vez pasó. Todos creímos que se había caído en el arroyo y había muerto ahogado, pero entonces un Kendrick de seis años apareció lleno de barro diciendo que había encontrado una cueva pequeña detrás de las grutas y que había estado ahí explorando todo ese tiempo. Maldito mocoso inquieto. No hace falta que diga que el gobierno seguirá adelante, pero tengo la esperanza de que no sean tan fuertes como Jamie. Me guste o no, Niniadis supo ser un ícono entre su gente y dudo que su sucesor consiga tener el mismo efecto — Lo sé — murmuro simplemente.

    Por cinco segundos, siento que esto es todo. Que no puedo aspirar a más, que lo que puedo tener es lo que me hace un hombre completo. Si ella viene conmigo y podemos marcharnos todos juntos, el panorama será ideal. Podré descansar, quizá en algún lugar muy remoto, donde podamos empezar una vez más lo que supimos tener en el catorce. Sus caricias se sienten como una confirmación física de ello, las sonrisas me bastan para saber que estoy siguiendo el camino correcto — Oh, claro que no. No soy un suicida — sé que no hay manera de tomarse eso en serio, respondo el beso con algo de torpeza y aprovecho la postura para ayudarla a recargarse contra la pared, usando mi cuerpo para darle algo de calor al presionarme en ella. Es estúpido el sentirse como un adolescente de nuevo. Como cuando daba mis primeros besos y esconderme a descubrir cómo se sentía tocar a alguien era lo más interesante y maravilloso que podía pasarme. Paso mis manos en caricias por el contorno de su cintura, respiro cerca de su boca y dejo que mi frente descanse en la suya. Cinco segundos, eso solo pido — Te mantendré al tanto. En cuanto pueda recuperar a Ken y regresarlo con los nuestros… — todo podría acabar ahí.

    Me obligo a mirarla, aprovecho la poca distancia para fijarme en los detalles de su piel. Meto las manos por debajo de su remera solo para acariciar la calidez de su espalda baja y mordisqueo el interior de mi mejilla — No quiero dejar a Seth atrás, pero tampoco puedo esperar por siempre por él — explico, susurro como si de esa manera pudiese evitar yo mismo el oírme decir eso — Quizá nos encuentre. ¿Tú crees que eso es posible? ¿Que todo saldrá bien? — casi parece que le estoy rogando la promesa de la seguridad, que me convenza de que no estoy tan loco como parezco. Al fin de cuenta, el riesgo vamos a tomarlo juntos.
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    Frunció el ceño. Al parecer no eran suficientes los problemas que tenían sino que seguían sumándose más. En el momento que escuchó la identidad de Kendrick no supo como reaccionar, ni siquiera le dió, inicialmente, un verdadero significado a su existencia; pero estaba claro que fue un error por su parte ya que, aunque para ellos no había sido una ficha jugable, el Gobierno lo identificaba como un problema si era descubierto por los pocos fanáticos Black que quedaban. Y se podía convertir en ello si lo dejaban avanzar. Suspiró, prefiriendo no agregar nada más a sus vocablos. No lo conocía lo suficiente, y tampoco era alguien con contactos dentro del Ministerio que le pudieran chivar alguna información, por lo que no tenía la menor idea de como iban las cosas en relación a su búsqueda; quizás Kobe sabía algo... Meneó la cabeza, prefiriendo alejar aquellos pensamientos a la mayor premura.

    Deslizó la diestra por su hombro, colocándola contra su pecho y empujándolo ligeramente, divertida. Si él no era un suicida ella tampoco lo era, y llevaba demasiado tiempo considerándose a sí misma de aquella forma. Rió recargandose contra él, acercando más su cuerpo para que ni el aire de atreviera a interponerse entre ambos. Quizás lo había echado de menos es más de una ocasión, mas no era algo que fuera a reconocer en voz alta. No cuando su corazón se alteraba cuando el solo pensamiento cruzaba su mente, pronunciarlo en voz alta sería como querer que el mismo estallara. Aún sentía surrealista aquel sentimiento, no entendiendo de donde había surgido ni como había crecido en su pecho. Rozó su frente con la contraria al asentir con la cabeza, cerrando los ojos momentáneamente en un intento de anular todo lo que pudiera querer llamar su atención. —Si descubro algo sobre él te lo diré— prometió, entonces. Nunca había hecho tal cosa, la relación que pudiera existir entre ambos era un tema, y otro muy diferente lo que pudiera decirle o no. ¿Significaba que estaba, finalmente, decantándose por un bando?

    Mordió su labio inferior, fijando la mirada en él, y tratando de prestar plena atención a las palabras que pronunciaba pero removiéndose en el lugar tras sus caricias. Unas que la despistaban y emocionaban. Nublándole el juicio y provocando que su atención fuera completamente absorbida por el suave contacto de sus manos.

    Carraspeó, insegura. —Seth es inteligente y podrá protegerse sólo— habló, tratando de sonar segura aunque no lo estuviera del todo. Estaba siendo acusado de matar a su propia madre, a la Ministra, aquella mujer que había 'liberado' a los magos y que tanto admiraban por darles la libertad y el, supuesto, lugar que merecían. —Aunque no creo que sea una buena idea que os encuentre pronto— agregó a duras penas. Sabía lo que Seth significaba para Ben, pero tampoco le daría falsas esperanzas o pintaría todo de color de rosas para él. —Ahora mismo encontrarlo debe ser una prioridad, por lo que se ha convertido en un mayor riesgo para vosotros—. Él debía de haber visto que la mayor parte de los rostros más buscados era de su gente, incluso su sobrino estaba entre ellos. Su cuerpo se tensó ante la idea de que le pudieran hacer algo.

    —Ben, por favor, sólo...— sus palabras se cortaron, sintiendo sus hombros hundirse. —ten cuidado— pidió al final. —No quiero que acabes otra vez en el Capitolio, o envuelto en algo en lo que no pueda ayudarte— suspiró. Era frustrante no poder hacer nada, verse de atada de pies y manos cuando quería tratar de ser un apoyo para él. Una muequita apareció en sus labios, sintiendo patinar sus manos hasta que ambas quedaron sobre sus hombros, atrapando con los pulgares el cuello de su camiseta en un intento de no acabar lánguidas a ambos lados de su cuerpo.
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    Sé que Seth es inteligente, pero también tiende a pecar de estúpido; lo conozco demasiado bien como para mentirme. Pero le doy la razón a Arianne en algo, si estamos los dos bandos caminando en la misma dirección, tarde o temprano vamos a chocarnos. ¿O cómo es posible que dos de los nuestros estén desaparecidos y ninguno sea capaz de encontrarlos? No quiero ponerme en pesimista, no deseo el pensar lo peor. Sólo deseo que podamos ser más rápidos y así huir antes de que sea demasiado tarde — Vendrá a nosotros. No por mí, sino porque su hijo y su esposa están aquí — puedo poner las manos en el fuego sobre que Seth hará lo que sea por su familia, aunque eso signifique cruzar el inmenso Océano a nado. Siempre se le ha dado bien la vena dramática.

    Reconozco la preocupación cuando la veo, pero no soy capaz de infundirle más de la necesaria. Opto la sonrisa burlona, como si nada de esto fuese más que un juego de niños en el cual los dos somos unos expertos después de tanto tiempo bailando entre estas normas — ¿Yo? Siempre tengo cuidado. Es solo que usualmente las cosas salen a la inversa de lo que planeo — eso ya no es mi culpa. Bajo mis manos para toquetear las suyas, acariciando sus nudillos justo cuando me giro, seguro de haber oído algo. Quizá no es más que un perro callejero, pero mis vellos se erizan y sé que se ha acabado nuestro tiempo muerto, como si fuesen las campanadas de las doce en un cuento infantil muggle — Ari, escucha... — me apresuro a murmurar, bajando la voz incluso aunque nadie pueda escuchar mis palabras además de ella. Mis ojos la buscan y coloco una mano suave sobre su mejilla, barriendo el pómulo con mis dedos — Si sabes algo de Seth o de Kendrick, lo que sea, no dudes en decirme. ¿De acuerdo? Estaré al pendiente del espejo y espero que tú hagas lo mismo — no sé cuándo podré volver a hablar con ella, pero puedo apostar a que las cosas cambiarán ahora. Para bien o para mal, prefiero mantener el contacto antes de tener motivos para arrepentirme.

    La sonrisa que intento otorgarle muere en sus labios, en un beso que usó tanto como despedida como excusa para tenerla conmigo cinco segundos más. Tengo que contener el aliento al despegarme con una lentitud tortuosa — No te vuelvas una extraña... ¿si? — es una promesa que espero, una a la cual planeo corresponder de igual modo. Creo que lo último que ve de mí, antes de hundirme bajo la capa de invisibilidad, es la súplica en mis ojos y la sonrisa en mi boca. Es bueno saber que al menos estamos juntos en esto.
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