The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Kenna Richards
Jefe de Aurores
El cuatro siempre me había gustado. Algunos de mis mejores recuerdos con mi familia, al fin y al cabo, son en las playas de este distrito. Mi madre las adoraba. Uno de los álbumes de fotos más preciados que mi padre guarda con recelo e infinito amor es el que nos muestra a los tres, unidos, disfrutando de un día en la playa. Un día que, realmente, fue como cualquier otro, pero que decidimos inmortalizar en fotografías. Tan inocentes, tan poco conscientes de la importancia que tendrían estas imágenes para nosotros en un futuro.

Mi padre ayer bebió algo más de lo que debía y le he dejado en casa durmiendo la mona. Vivo con él, consciente de que sin mi compañía probablemente se desmoronaría, pero ahora mismo hay alguien que podría necesitarme todavía más. Me planto en la puerta de su casa con una mochila llena de comida, bebida fresca que seguirá fresca todo el día gracias a un hechizo sencillo y el bañador puesto debajo de la ropa. Hace frío, pero no voy a perder una oportunidad de bañarme en el mar. Además, dicen que en esta época el agua está casi caliente. No me lo pienso perder.

El viento azota bastante y me revuelve el pelo, pero el sol brilla con intensidad en el cielo, y eso hace que tenga todavía más ganas de pasar el día aquí. No nos engañemos, la playa es genial en todas las épocas del año. Incluso en invierno. ¿La playa con nieve? Lo mejor que hay. Pero ahora... Ahora me tengo que centrar en Bianka. Aprieto los labios antes de llamar a su casa. Porque puedo entender una pérdida, pero no como la que acaba de tener ella. Perder a mi madre fue el golpe más duro de toda mi vida, pero yo... Nunca he estado enamorada. Y creo que no puedo ni imaginar lo que está pasando Bianka tras la muerte de Lucien.
Kenna Richards
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Merrily, merrily... Life is but a dream ♦ Bianka IqWaPzg
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Invitado
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Mamá, estoy bien ¿vale? No tienes que llamarme todos los días.— La cazadora puso los ojos en blanco y apoyó el hombro en la puerta del refrigerador, mientras escuchaba el discurso motivador de la pobre anciana preocupada.
Desde el atentado, había recibido demasiadas visitas y aunque entendía que todos lo hacían para animarla y mantenerla ocupada, también era importante para ella tener su propio espacio y hacer todo a su debido tiempo. Quizás no fue una buena idea asistir en la misión a cargo del ministro Powell, enfrentarse a esa situación no le había ayudado en nada a su paz mental, pero ya era tarde para arrepentimientos.

Se despegó de la heladera y caminó hasta la isla en medio de la cocina, dando unos pequeños pasitos de baile, incluso en medio del duelo era un viejo hábito difícil de borrar. Del recipiente ubicado en el centro de la mesada, tomó una manzana la cual comenzó a lavar mientras sujetaba el móvil apretado entre su mejilla y el hombro. —Debo colgar, asuntos del trabajo, te amo...Si, si, hablamos mañana.— Ya no soportaba más las frases sacadas de libros de auto ayuda. Mordió la fruta, presionó el botón rojo y lanzó el celular para  que cayera justo sobre el almohadón del sofá. Tres puntos.

Cuando alguien golpeó la puerta, Bianka justo pisaba el cesto de basura con el fin de abrir la tapa y botar el corazón de la manzana. Lamió sus dedos borrando los rastros de jugo y pegote, para luego dirigirse hacia la entrar y tirar de la perilla. —¿Kenna?— Le sorprendió bastante ver a su amiga, sin embargo al recordar que había quedado en ir por unos tragos con ella, su boca formó una "O" perfecta. —Oh no...lo olvidé por completo. Lo siento, pasa, pasa...Me vestiré en unos minutos.— Se disculpó, al tiempo que la empujaba para que ingresara.
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
La cara de Bianka cuando abre la puerta no deja lugar a dudas. No lo recordaba. No me ofendo, ni en sueños podría hacerlo, ni siquiera me molesto lo más mínimo. Me limito a esbozar una pequeña sonrisa mientras dejo que me haga pasar dentro de su apartamento —Hola, Bianka— le digo, mirándola. Recorro su morada con los ojos. Buscando algún ápice de tristeza, de pérdida. Cuando murió mamá, mi casa estaba llena de botellas vacías. No me atribuyo el mérito solamente a mi, claro está, también era cosa de mi padre. Pero el caso es que teníamos la casa hecha un completo desastre. Y ahora... Bueno. No parece que sea el caso de Bianka, como mínimo no a simple vista.

Pero es solo la casa. Ella no tiene buen aspecto, pobre. Me apresuro en ir hacia ella y tomarla del brazo, con cariño pero con cierta firmeza en mi gesto —Eh, no pasa nada. No te apures. Si quieres... Podemos tomar algo aquí. He traído comida y bebida. O podemos hacer alguna cosa tranquila. Lo que a ti te apetezca— le digo, segura de cada una de mis palabras —Como si prefieres que me vaya a mi casa— termino, sincera, mirando a mi amiga a los ojos.

Sé mejor que nadie que, tras un suceso como el que ha vivido, la compañía salva. Salva de la oscuridad, del llanto, de la sensación de querer desvanecerte. Pero también sé que puede llegar a saturar. Que puede ser demasiado. Que a veces la gente quiere ayudar con tantas ganas y tanto ímpetu que resulta cargante y sobrecogedor. Dejo una caricia suave en el brazo de Bianka y aguardo, esperando su respuesta. Si me pide que me vaya pasaré por la playa a darme un baño y disfrutar del mar antes de irme hacia casa otra vez. Si me pide que me quede, haré lo que a ella le apetezca. Pero no quiero, bajo ningún concepto, que se sienta presionada u obligada a pasar tiempo con gente si siente que necesita estar sola.
Kenna Richards
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Invitado
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Bianka se sintió culpable por aceptar la salida con su amiga y olvidarlo por completo, así que luego de cerrar la puerta de la entrada, comenzó a caminar hacia el dormitorio donde pretendía darse una ducha veloz y vestirse con otras prendas que no fueran sus pijamas.
En medio de la sala sintió el tirón del agarre de Kenna, tuvo que detener sus pasos para escucharla y echó un vistazo hacia su rostro, esperando encontrar los mismos gestos que el resto de las personas ponían cuando estaban cerca de ella.
Se endureció un poco, necesitaba mantener la paz en la fortaleza que era su hogar. Tenía que aguantar. —Kenna...No...— ¿No qué? ¿No vengas a ayudarme? ¿No hables de él porque ya no soporto la presión en el pecho?
Cerró los ojos y soltó un largo suspiro silencio.

Un temblor recorrió su cuerpo culpa de las caricias. —Yo...Creo que necesito salir de casa.—Se apartó del agarre abrazándose a si misma y se encogió en el lugar. No pudo decir ni una palabra mientras la veía, porque estaba toda tensa y sumida en sus propios pensamientos destructivos.
Después de unos minutos, despertó y comenzó a moverse hacia el dormitorio. —Estaré lista en diez minutos, por favor sírvete algo para tomar. Ya sabes dónde están los vasos y copas.— Con las manos temblorosas y los ojos llenos de lagrimas, cerró la puerta antes de que Kenna la viera.
Podía hacerlo, podía salir a comer y beber...Un gran paso, si.

Quince minutos más tarde, apareció con los cabellos húmedos, vistiendo una simple camisa blanca, sandalias cortas y una falda larga suelta con estampados en tonos marrones y beige. —¿Estoy bien así o mejor unos jeans?— Preguntó no muy segura de cuales eran los planes que la castaña había armado para ambas.
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Kenna Richards
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Asiento con la cabeza, dudosa. Sé que no está bien, pero no la quiero presionar. Y si decide irse a duchar para tener un momento, no seré yo quien vaya detrás suyo —Sin prisas, aquí te espero— le sonrío, intentando ser agradable con ella. Queriendo adivinar qué puedo hacer para que esté mejor, pese a ser perfectamente consciente de que la respuesta, dura pero real, es que no puedo hacer nada. Ha perdido a un ser querido, y a no ser que yo tenga el poder de devolvérselo, que no es el caso, no puedo hacer nada.

La veo alejarse hacia su baño y giro sobre mis pies para dirigirme a su cocina. En mi currículum podría poner perfectamente que tengo una gran habilidad para desenvolverme en casas ajenas, siempre que tenga algo de confianza con la persona propietaria, como si fueran la mía propia. Abro el armario de la cocina donde sé que guarda los vasos y saco uno. Abro la nevera y examino por unos segundos su interior. No me apetece nada con alcohol, ya he traído yo varias cosas a las que vamos a recurrir si a Bianka le apetece. Estoy a punto de ir con la opción fácil y tomar agua cuando veo un zumo de frutas en un rincón. Lo cojo, alegre, y me sirvo un vaso. Vuelvo a guardar el envase y me siento en el sofá a tomármelo mientras miro por la ventana, esperando.

Cuando sale de su cuarto ya está vestida y duchada. Supongo que conseguir que se duche es un paso. Dejo el vaso, ya vacío, en el lavadero, y camino hacia ella mientras examino sus ropas —Yo creo que vas perfecta— le digo, con una sonrisa sincera —. A mí me apetecía ir al mar, pero no te preocupes, no te voy a pedir que te bañes conmigo— sonrío, acariciándole el brazo en un intento de gesto amable. La miro a los ojos —Había pensado que podíamos ir a la playa. Comer algo ahí, beber. He traído cosas. Luego... No lo sé. Lo que nos apetezca. Es un lujo que podemos tomarnos hoy, el hacer lo que nos apetezca, ¿no crees?— le digo, con voz suave, mirándola.
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Con una mueca algo forzada, guardó silencio durante unos segundos y se abrazó a si misma, mientras escuchaba a su amiga. Realmente no tenía ganas de zambullirse en el mar, pero podía esperarla sobre la arena bebiendo algunos tragos. —Un picnic suena bien, tú puedes nadar y yo beber hasta quedar inconsciente.— Intentó que su idea sonara como una buena broma, pero por el tono de su voz no estuvo segura de transmitir esa sensación, así que finalmente tuvo que sonreír lo mejor que pudo.

Caminó hasta el perchero para tomar un fino abrigo y su bolso. —¿Tienes todo o debo llevar algo desde aquí? No he ido de compras, pero una botella de vino seguro que hay dentro del armario— En lo que debía ser, como mínimo, la décima vez, Bianka se preguntó si no estaba engañando a si misma al salir de aquel modo. No había pasado tanto tiempo desde la perdida de Lucien y por alguna extraña razón, le molestaba no estar sufriendo como había visto en las películas o leído en los libros, ¿Acaso se había acostumbrado a él y ya no le amaba? No, imposible, así no era ella.

Con la cinta del bolso cruzando su pecho y el abrigo colgando sobre sus hombros, abrió la puerta de la entrada y salió después de Kenna. Se apresuró en cerrar con llave y echó a caminar, temiendo arrepentirse y regresar a ponerse de nuevo los pijamas. —Es un buen lujo, uno nunca sabe cuándo será su último latido.— Soltó sin darse cuenta y fingiendo estar ocupada en atar sus cabellos en una especie de medio peinado recogido, evitó mirar a su amiga porque no podría soportar ver la expresión de tristeza en el rostro ajeno. —¿Qué me cuentas de nuevo?— Si, eso estaba bien. Cambiar de tema era lo mejor.
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Kenna Richards
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Le dirijo una mirada cómplice —Eh, ni se te ocurra beber hasta quedar inconsciente sin avisarme antes. Yo también quiero— termino, riéndome entre dientes. Cojo mis cosas y la miro cuando pregunta si tiene que traer algo ella. En mi mochila hay de todo. Comida, bebida, utensilios... Tendremos suficiente para un pequeño pícnic más que satisfactorio —Tengo de todo, pero si quieres coger una botella de vino... Bueno, es vino. Nunca sobra, ¿no crees?— y más viendo el panorama, porque puede que realmente nos echemos a la bebida hoy.

Tal vez sería una amiga mejor si en vez de animar a Bianka con el uso de sustancias le ofreciera apoyo, le propusiera acudir a un médico o buscar ayuda psicológica, pero... Pero yo no he hecho nada de eso. Y a mi el alcohol me funciona bastante bien. Así que, si tengo un remedio que funciona y con el que sé que lo podemos pasar más o menos bien, ¿por qué cambiar? Siento un escalofrío cuando dice que una nunca puede saber cuando será su último latido, sabiendo que tiene razón. Mi madre no era consciente del suyo, Lucien seguramente tampoco. Y nosotras... Podríamos fallecer en la siguiente misión. Y aun así aquí estamos, tan tranquilas, planeando alcoholizarnos para no pensar en cosas deprimentes.

Aprieto los labios, sabiendo que construir sobre el tema tampoco la va a ayudar, y empiezo a andar con ella por la calle —Mi vida... Bueno. Sin novedades. Todavía reajustándome a volver a vivir con mi padre, que es buen hombre, pero se siente muy solo. Estamos bien, realmente, no me quejo. Y me queda más cerca del trabajo, así que genial— digo, mirándola —. Porque se me viene mucho, mucho trabajo encima, con todo lo que está pasando— añado. A lo lejos, al final de la calle, veo el mar. Sonrío, sin poder evitarlo, empezando a sentir en mí la paz que me trae el agua salada. Me muero de ganas de darme un chapuzón y olvidarme, aunque sea solamente por unos segundos, de todos los problemas que me rodean. Centrarme en el agua, en la sal, en la brisa fría y en Bianka.
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Con el abrigo colgando sobre sus hombros, caminó hasta la cocina para tomar una botella de vino de la vieja cava y la guardó en el interior de su bolso. —Entonces todo listo.— Comentó sonriendo y decidió no responder nada acerca de terminar inconsciente sobre la arena, no tenía las fuerzas necesarias para tolerar la resaca junto con la pérdida de Lucien.

El camino hasta la playa no era largo, sólo debían cruzar la avenida principal y buscar un espacio disponible, preferentemente lejos de las familias ruidosas y repletas de niños.
Con los brazos envolviendo su propio cuerpo, escuchó las novedades que su amiga traía y en cierto punto se estremeció, porque no podía imaginarse viviendo con sus padres luego de tantos años de independencia. Kenna si que era valiente. —¿Volverás con él por un tiempo indefinido o planeas hacer algo más?— Preguntó con curiosidad.

Cuando sus pies pisaron la cálida arena, se quitó las sandalias y caminó descalza el resto del camino. —Te entiendo perfectamente, si nosotros tenemos bastante trabajo, no quiero ni pensar como deben estar las cosas en el departamento de aurores.
Bianka se atrevió a elegir el lugar perfecto, cerca de la orilla del mar, lejos de los turistas y al mismo tiempo bajo los rayos del sol, porque no soportaría la brisa sentada bajo la sombra.
Del bolso sacó una amplia manta con coloridos dibujos de atrapa sueños, la estiró sobre el suelo y se dejó caer panza para abajo. —Si me duermo, me volteas para que no quede bronceada sólo de un lado.— Bromeó con los ojos cerrados.

Al recordar que tenía la botella de vino, tomó asiento flexionando las piernas como indio y con la ayuda de su varita quitó el corcho.
Tal vez en otro momento hubiese degustado el jugo de uva directamente desde el pico, pero decidió esperar a que Kenna le diera unos vasos o...¿Qué tanto había traído en su enorme mochila?
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Kenna Richards
Jefe de Aurores
Ante su pregunta esbozo una sonrisa bastante triste, porque realmente no sé qué voy a hacer con mi vida, ni ahora ni en un tiempo, y la incertidumbre me genera bastanta ansiedad —Sinceramente, no lo sé. Me gustaría alejarme de mi padre una temporada, volver a vivir sola. Echo de menos la independización. Pero... Pero no creo que pueda dejarle, ahora mismo. No con lo triste que está. No me lo perdonaría— contesto, en tono neutro, queriendo ocultar el dolor que me recorre por dentro mientras pienso en mi padre y en cómo está afrontando la pérdida de mi madre con dolor y sufrimiento.

Toda la negatividad parece alejarse de mí cuando llegamos a la playa. Me despojo de mi calzado rápidamente y hundo mis pies en la arena, bastante cálida por el sol acumulado. Sonrío, sintiendo paz y placer por la situación, por la calma, por la brisa marina que azota mi rostro y revuelve mi melena. Me giro hacia Bianka cuando habla y asiento  —Es una locura. Una absoluta locura— reconozco —. Pero no negaré que una parte de mí lo está disfrutando. Me siento... Útil. Siento que todo esto servirá para... Bueno, para traer la paz de nuevo. Y es necesario— realmente he estado a punto de decir "para vengar la muerte de mi madre y de todos los que han perdido la vida en atentados y guerras", pero no es el mejor momento, ni para ella ni para mí.

Sigo los pasos de Bianka hasta que decide dejar las cosas en un sitio que, realmente, me parece ideal. Sonrío mientras dejo sobre la arena mi toalla azul, y me tumbo a su lado —No sufras, jamás dejaría que te pasara eso—  bromeo, añadiendo cierta épica a mi tono. La observo cuando vuelve a incorporarse, y al ver lo que coge me apresuro a sacar dos vasos de mi mochila y a dejarlos encima de su toalla. Saco también un pequeño recipiente de cristal que he llenado con galletitas saladas hechas en casa y las dejo entre ambas —Por Merlín, se está genial. Adoro la brisa— susurro, cerrando los ojos —. ¿Sabes? Solamente por esto me he planteado muchas veces venir a vivir aquí, al cuatro. Por la playa— susurro, con los ojos cerrados, centrándome en la brisa, ensimismada.
Kenna Richards
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