The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Kyle A. Overstrand
Fugitivo
Conseguir algo de dinero para venir al 11 no ha sido demasiado complicado, aunque el problema que realmente me preocupa es dejar al resto del grupo solo en el 12, así que más que un par de días, seguramente no llegue a pasar ni una noche aquí. En realidad no puedo ni ver a Chloe porque no quiero arriesgarme a que alguien que no deba me vea, o alguien que sepa que he estado todos estos meses desaparecido porque mi hermana lo hablase con alguna persona en un intento de encontrarme. No, lo único que quiero hacer es pasar por nuestra antigua casa y dejarle una nota a mi melliza, una donde le diga que sigo vivo, y que algún día volveré a casa pero que ahora mismo no puedo porque hay algo que debo de hacer antes. Tengo que ayudar a Kendrick a encontrar a su padre, pero primero necesitamos dinero, y dinero de verdad, no como la calderilla que se necesita para venir al distrito 11.

Así es como acabo dentro de la que hasta hace unos meses era la casa que compartíamos con Rhea, la mujer que nos acogió durante semanas cuando nuestros padres se marcharon en busca del 14. Irónicamente fui yo quien acabó en la tierra prometida y no mis padres, y yo de manera accidental porque ni siquiera estaba buscando el distrito.

Acabo cogiendo una hoja que encuentro tirada en la mesa del comedor, y cuando por fin consigo encontrar una pluma que no esté inservible, le explico a Chloe que sigo vivo, pero que no puedo entrar en muchos detalles, que cuando pueda vendré a darle más información. También, para que sepa que realmente soy yo y no un idiota que quiera reírse de ella y darle falsas esperanza, le escribo una anécdota sobre cuando éramos pequeños, una que solo conocemos nosotros y Agatha. Es justo cuando termino de escribir cuando me parece escuchar unos pasos en la entrada de la casa. — Chloe, puedo explicártelo todo... — Es mentira, porque no puedo, o no quiero por su seguridad, decirle dónde he estado todos estos meses. Pero cuando llego a la entrada, no es a mi melliza a quien me encuentro. Sí, es morena como ella y tiene un color de ojos parecido, pero no es mi hermana porque ni de broma ha cambiado tanto de la noche a la mañana; o más bien en cuestión de meses. — ¿Y tú quién eres? — Parece llevar buena ropa como para ser alguien del norte que se haya apropiado indebidamente de la casa.
Kyle A. Overstrand
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Lëia A. Campbell
No te preocupes, mamá. Sólo me quedaré en casa, no tengo ánimos para hacer algo hoy.— Le respondió a la rubia que se alistaba para ir al trabajo, mientras revolvía un enorme tazón repleto de cereales y leche. Su rostro demostraba exactamente lo que sentía, estaba algo confundida, triste y sobretodo extrañaba su hogar. Ni siquiera podía abrir la boca para probar el desayuno.
Cuando su progenitora la besó en la frente a modo de despedida y luego desapareció, Lëia esperó un par de minutos antes de saltar fuera de la silla y salió corriendo hasta su dormitorio. No quería que le dieran demasiada importancia a su aspecto, por lo tanto cambió sus sandalias por unas zapatillas negras de lona y eligió el vestido más normal posible. No tenía tanta ropa, así que se conformó con uno sencillo de color negro hasta las rodillas y de cuello halter, la tela era lisa y opaca, podía funcionar. Le faltaba un detalle más.

Cargando un bolso diminuto y encantado, repleto de cosas necesarias como también inútiles, abrió el armario de su padre y sacó una de sus tantas capas con amplias capuchas. Eso si que serviría.
Con un movimiento de su varita llevó la prenda a la medida exacta y cubriendo su cabeza con la capucha, ocultó su bolso y cuerpo debajo de las telas demasiado limpias. Lo resolvería en un par de segundos.
Miró hacia ambos lados cuando ingresó al despacho de su madre, no deseaba que los elfos ni la esclava advirtieran a sus padres, y al configurar el traslador hacia el Distrito 11, cerró los ojos y lo tocó.

Al principio se sintió un poco mareada, sin embargo cuando abrió los ojos y observó la plaza destruida, abandonada y muy distinta a lo que acostumbraba, el pensamiento que acompañó las nauseas, fue que todo el esfuerzo que haría sería un error ¿Valdría la pena obtener un enorme castigo y sólo mirar escombros? Apartó todas las inseguridades de su mente y empezó a caminar, procurando pisar con fuerza los charcos de lodo, logrando así manchar sus prendas y piel.
Llevaba más de una hora caminando, se había perdido por supuesto, pero la voz de un hombre desconocido seguía sonando en su cabeza y le daba esperanzas cuando más lo anhelaba.
"El 11 ha cambiado mucho en estos años, Riorden. Tengo memorias muy difusas de las pocas veces que estuve aquí, pero sé que ha cambiado; es como si lo llevara en la sangre y pudiera saberlo simplemente porque nuestra familia proviene de aquí. Me gustaría que pudieras verlo, que todos pudiéramos venir, pero es demasiado arriesgado.

No supo cómo, pero llegó a una diminuta casa que parecía dejada y vacía, y como parecía un lugar perfecto para conectarse con su familia, con su padre, empujó la puerta sin llamar...Al instante se arrepintió.
Un muchacho de ojos claros le devolvió la mirada, ¿le había llamado Chloe? —Yo...— Se quedó sin palabras y por dentro de la capa sujetó su varita con demasiada fuerza. —Mi nombre es Lëia, ¿tú quién eres y qué haces aquí?— Si él se había sorprendido y paralizado tanto, sólo podía significar que también era un intruso allí. Ella no iba a causar problemas ¿acaso el moreno si?
Lëia A. Campbell
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Kyle A. Overstrand
Fugitivo
Arqueo ligeramente las cejas, inspeccionando a la chica de arriba a abajo en  busca de algo sospechoso que no consigo encontrar. Lo único llamativo son eso, sus ropas, si tenemos en cuenta que está en la zona norte del país, lo que equivale a la zona donde viven todos los pobres que a duras penan consiguen algo para llevarse a la boca. Que me diga su nombre tampoco me sirve de nada por mucho que lo haya preguntado yo como reacción automática. — Yo soy Kyle. — No me paro a ocultar mi nombre porque nunca lo he hecho. Aquí me conocen todos por mi cara, así que mentir con mi nombre no sirve de nada, y una chica que debe de rondar mi edad y que no parece ni ser de aquí, no creo que pueda hacer nada con él sin saber siquiera mi apellido, que al final es lo problemático en mi caso por el reconocimiento que tenía hace unos años. — Y esta es la casa de mi hermana — remarco en un tono que deja claro que aquí la extraña es ella. Me cuesta unos segundos darme cuenta de que no me he incluido a mí cuando esta ha sido mi casa durante una buena temporada, pero supongo que, con los meses, me he acostumbrado a llamar hogar a un sitio que ya ni existe.

Por inercia, acabo llevando la mano izquierda hasta el bolsillo donde llevo mi varita, no muy seguro de que no vaya a hacerme algo por inocente que parezca. Siempre he sido desconfiado porque es lo que me han enseñado durante toda mi vida, pero esa desconfianza ha aumentado más tras estos meses de entrenamiento en el 14, y especialmente después de ver lo que pasó allí. Quizá si hubiera estado más preparado, si no hubiera sido un maldito inútil que acabó herido a la primera... Pero eso ya no sirve de nada. — ¿Qué haces aquí? No pareces ser de la zona. — Hago un gesto con la mano que tengo libre hacia ella, y muevo la mano de su cabeza a los pies para dejarle claro que me refiero a su aspecto.

Todavía con la mano en el bolsillo y atento a cualquier cosa, voy a la habitación de al lado, concretamente a la cocina, y abro los armarios en busca de sobras, pero parecen bastante vacíos. Hay alguna que otra lata de conserva que no ha caducado, lo que me deja claro que mi melliza sigue por aquí, pero que hoy, por lo que sea, no está en casa. Es un punto a mi favor porque encontrarme con ella solo habría complicado más las cosas. Realmente los únicos que saben a qué he venido exactamente son Kendrick y Delilah, mientras que el resto piensa que he venido simplemente en busca de ciertas provisiones necesarias. Obviamente no pienso volver con las manos vacías y por eso mismo he entrado en la cocina, no solamente para ver si hay rastro de Chloe.
Kyle A. Overstrand
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Lëia A. Campbell
Lëia se mantuvo junto a la entrada, no se atrevió a dar siquiera un paso hacia el frente y en ningún momento soltó el agarre de su varita. Con la mano libre, apartó la capucha de su rostro y devolvió el gesto de interrogación arqueando las cejas.
El joven decía una cosa, pero sus movimientos torpes y apresurados otra completamente distinta, tal vez estaba buscando algo con valor para robarle a una pobre familia. Porque si, ahora que observó el interior, parecía que alguien aún habitaba el abandonado hogar. Sintió asco. —No es de tú incumbencia.— Respondió a la pregunta y entonces apuntó con la cabeza hacia la diminuta habitación. —¿Piensas quitarle lo poco que tienen aquí? Eres desagradable.

La bruja era amigable con todo el mundo y trataba de ver lo bueno incluso en las personas más malvadas, sin embargo ahora mismo no podía confiar en alguien que hurgaba las pertenencias ajenas. No lo pensó dos veces, ingresó a través de la sala y siguió sus pasos hasta cocina. —Detente ahora mismo, no creo que tú hermana viva aquí.— No supo de dónde sacó tal atrevimiento, tenía carácter fuerte, mas no era muy buena frente a los enfrentamientos con desconocidos. —Llamaré a los aurores.— Amenazó y se cruzó de brazos, al tiempo que salía de casa.

No iba a notificar nada, sólo necesitaba una excusa para salir de aquella escena sin herir su propio orgullo ¿Cómo es que se había metido en una construcción sin llamar a la puerta?
Negó con la cabeza aún regañándose a si misma, volteó para comprobar que el niño de rulos no la seguía y en lugar de dirigirse hacia el centro del Distrito, desfiló con dirección a las colinas. No iba a alejarse demasiado, sólo quería encontrar el lugar perfecto para leer las cartas de su padre y así sentir su presencia.
¿Él también paseó por aquellos bosques antes de morir en los juegos? ¿Podría estar pisando sus huellas? ¿Estaría orgulloso de la persona que es ahora? Tantas preguntas y ni una sola respuesta.

Apresuró sus pasos colocando de regreso la capucha sobre su rostro y cuando el pavimento se convirtió en tierra, las casuchas en árboles y el aroma de...¿Qué era ese olor? No importaba, estaba algo cansada de tanto caminar, así que sentó sobre un tronco caído y buscó en su bolso una botella de agua.
Bebió hasta la mitad y al comprobar que en verdad estaba sola, que nadie la sorprendería, sacó medio emparedado de pavo con queso, tomate, lechuga, huevo y pepinillos. Le dio un gran mordisco y con la boca llena comenzó a leer el papel amarillento.
"La gente es extraña y reacia a todo lo que sea sobre magia, y los del Capitolio son todos unos arrogantes; excepto una chica rubia. No le he dicho quién soy, pero lo poco que he podido hablar con ella me ha hecho ver que quizá no todos son iguales. Irónicamente viene de una familia adinerada del Capitolio, los Campbell y…"
De su madre, estaba hablando de Zoey. Las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa de oreja a oreja, hasta que escuchó el crujir de unas ramas detrás suyo.
Lëia A. Campbell
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Kyle A. Overstrand
Fugitivo
Cojo una lata de conserva de tomate y otra de alubias, y justo estoy guardándolas en la mochila cuando la chica viene a molestar con comentarios que me hacen resoplar de manera exagerada. — ¿Y eso me lo dice alguien cuya ropa cuesta más que todo el dinero junto que haya visto en mi vida? — pregunto de manera irónica, terminando de guardar las latas en la mochila y sin girarme a mirar a esa tal Lëia. Pero que suelte que mi hermana no vive aquí provoca que acabe girándome hacia ella de manera un tanto brusca, y entorno los ojos, sin saber muy bien qué decir. No tengo por qué darle explicaciones cuando todo esto también me pertenece, por muchos meses que lleve fuera. Y qué narices, no es nadie para preguntar. Sin embargo, ni siquiera me da tiempo a replicar porque amenaza con avisar a los aurores, y después, se va prácticamente corriendo mientras que yo me quedo quieto, sin saber qué hacer porque no puedo permitir que me encuentren.

No sé cuántos segundos permanezco quieto, pero a pesar de que me estoy jugando el cuello por arriesgarme, termino de vaciar el armario y de llenar la mochila con algunas latas más y algún que otro paquete de galletas. Para cuando termino, estoy seguro de que si realmente se ha ido a avisar a los aurores, estos ya me habrían arrestado por cualquier tontería que la chica se hubiese inventado. Puede que esta casa sí que pertenezca a mi familia, pero no tengo nada que lo demuestre.

Me cuelgo la mochila a la espalda, y tras echar un rápido vistazo al salón para comprobar que la carta sigue ahí, cojo como recuerdo una de las fotografías donde estamos los cinco y salgo de la casa. Sin embargo, nada más dar dos pasos me encuentro con una carta amarillenta dirigida a un tal Riorden, y asumo que debe de pertenecer a aquella chica. Encontrarla no me cuesta demasiado trabajo porque alguien como ella, con esas ropas por aquí, llama demasiado la atención, así que solo con preguntar a un par de personas consigo descubrir que se ha ido en dirección a las colinas. Es justo allí hacia donde voy porque por mucho que ella haya creído lo contrario, no soy una persona que se quede con cosas ajenas... excepto si lo necesito para sobrevivir, y una carta vieja no me va a servir de nada. Aun así, poco antes de llegar a las colinas, echo un último vistazo hacia las calles estrechas de lo que antes era mi hogar, y lo siguiente que veo me eriza la piel y me hiela la sangre: a Chloe junto a mamá y Agatha. Papá no está por ningún lado, pero por muchos meses que hayan pasado, las reconozco perfectamente.

A pesar de que hay una parte de mí que grita que vaya con ellos, que vuelva a la seguridad de la familia, no lo hago; tengo otras cosas importantes que hacer, y por mucho que les quiera, hay otra familia esperándome. Kendrick se ha ido a buscar información sobre el trabajo que le dio Lara, y tampoco puedo dejar al resto tirados en el 11, así que con los ojos humedecidos, termino mi camino hasta la colina. La misteriosa chica no se percata de mi presencia hasta que mis intentos de sigilo acaban de manera desastrosa por culpa de una rama que no había visto, así que no me queda más remedio que tenderle la carta antes de que reaccione de mala manera y se vuelva a ir corriendo: — Se te ha caído esto.
Kyle A. Overstrand
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Lëia A. Campbell
Que bonita imagen estaría viendo el desconocido niño de rulos, Lëia tenía la boca llena del delicioso bocado de emparedado, las manos en un par de cartas y una expresión de sorpresa pintada en el rostro, con los ojos demasiado abiertos ¿Cómo la había encontrado y qué...? ¡Había dejado caer una valiosa correspondencia,que tonta!
Acomodó la mitad del sándwich dentro del tupper, se quitó la capucha del rostro y cuando consiguió tragar para poder hablar, se puso de pie y tomó el papel que le estaba entregando. —Muchas gracias.— Respondió con simpleza.
Estaba algo triste por toda la situación, por fin su padre le había confiado preciados recuerdos de su progenitor y había sido una irresponsable. Ya no le encontraba sentido alguno a el continuar aquel viaje de descubrimiento.

¿Por qué lloras, Kyle?— Preguntó curiosa mientras tomaba asiento en el tronco caído, por suerte recordaba bastante bien los nombres de los demás y era observadora, claro que tenía los ojos húmedos. Recuperó su comida y la mitad sin morder, se la ofreció al chico que había salvado una de las tantas memorias de Alec. —No tiene veneno ni nada, es sólo un emparedado que yo hice.— Agregó antes de volver a dar otro bocado, un poco más pequeño que el primero.

Si él quería irse, no lo detendría, se concentró en continuar con la lectura de la primer carta sobre su regazo y cuando finalizó, observó el bosque a su alrededor. Era muy bonito, tal vez algún día podría traer a sus hermanos para que lo vieran, orgullosa les enseñaría todo el Distrito donde Alec había estado antes de su muerte en los juegos. —Si eres de por aquí, seguro que puedes decirme esto, ¿Conoces la historia de los tributos a través de los años?— Interrogó al joven, balanceando sus piernas y haciendo chocar sus zapatillas contra la madera. —O al menos de los últimos 25 años desde los últimos juegos.

En ese momento su teléfono comenzó a sonar y por la música, sabía que era su padre. Apresurada buscó dentro de su bolsito y consiguió apagarlo antes de que volvieran a llamar. No dudaba de que quizás podrían rastrearla por la señal, pero con el móvil muerto...¿No podía verdad? —Lo siento.— Se disculpó por la interrupción.
Lëia A. Campbell
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Kyle A. Overstrand
Fugitivo
Me giro bruscamente cuando me pregunta por qué estoy llorando, y me paso el brazo por los ojos para limpiar los restos de las lágrimas. — No lloraba, solo me picaban los ojos por la estúpida alergia — respondo mientras me giro hacia ella y paso la otra mano por el brazo con el que me he secado los ojos. Creo que no doy la mejor imagen, ya no solo por haber llegado con los ojos llorosos, sino por el aspecto mugriento y con cicatrices. La ropa que llevo no es exactamente de mi talla y se nota, pero es lo mejor que pude sacar del Mercado Negro con el poco dinero que tenemos, y también necesitamos ese dinero para cosas más importantes. Teniendo en cuenta cómo voy, la verdad es que ni me sorprende que pensase que era un simple ladrón y que mentía al decir que esa casa pertenecía a mi hermana.

Había estado intentando no mirar su comida para evitar que las tripas no me crujiesen y me delatasen, pues llevo desde anoche sin llevarme nada a la boca, pero cuando me ofrece la mitad, no dudó en estirar el brazo y cogerlo. Doy pequeños bocados a pesar de que mi estómago me diga que coma rápido porque no quiero parecer todavía más un desesperado, y cuando trago el segundo bocado, vuelvo a mirar a la chica: — Gracias, Lëia. Te ha quedado muy bueno — digo utilizando su nombre como un acercamiento y para transmitirle confianza. Verla en casa de mi familia me ha puesto nervioso, pero no parece mala persona, por mucho que dijese que iba a avisar a los aurores.

El siguiente bocado hace que casi me atragante por su pregunta, y acabo tosiendo para terminar de bajar la comida. Abro y cierro la boca un par de veces, sin saber muy bien qué decir, cuando su teléfono literalmente me salva de acabar soltando algo que me delate. Parece demasiado joven como para haber sumado dos más dos y averiguado quién soy realmente para estar preguntando por los antiguos Juegos con segundas intenciones. O eso espero, porque si realmente va por mí, entonces acabaré metido en un buen lío. Pero entonces apaga el teléfono, y no me queda más remedio que improvisar una verdad a medias. — Alguna cosa sé porque en mi familia hubo varios tributos. — No puedo decirle que, en realidad, soy hijo de dos antiguos Vencedores que huyeron del Gobierno. — ¿Por qué quieres saberlo? — No es que esté en forma para salir corriendo, y más con la mochila que llevo, pero si hay que hacerlo...
Kyle A. Overstrand
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Lëia A. Campbell
Sabía que el niño mentía, pero si se había tomado las molestias de querer engañarla, era porque no quería hablar del tema y por esto mismo no volvió a preguntar dejándolo pasar.
Años atrás, cuando sus pensamientos y creencias todavía estaban afectados por la falta de saber general, carencia del propio razonamiento y mucha influencia por parte de su familia, Lëia jamás habría viajado al Norte en busca de alguna conexión con su verdadero padre, tampoco le hubiese importado el mal estado de los niños y personas en aquella zona tan distinta al Capitolio o a la isla.
Ahora todo era diferente, no entendía el porqué y no podía hablarlo ni siquiera con Maeve, su mejor amiga, ¿Y si eso las metía en problemas graves? No como los castigos culpa de sus travesuras en el colegio, algo mucho peor.

El desconocido aceptó el sándwich y la castaña trató de no observarlo mientras comía, no por timidez, si no por respeto y educación. Así que clavó la mirada en las cartas y fingió una concentrada lectura. —Muchas gracias, mamá me enseñó a cocinar desde pequeña.— Explicó con una pequeña sonrisa formada en su rostro, para luego dar un diminuto bocado a su medio emparedado. Iba a hacer tiempo, para luego usar la excusa de no querer más y así ofrecerle el último pedazo de comida. De todos modos él lo necesitaba, ella no.  

De no ser por la llamada que debía finalizar con rapidez, se habría preocupado porque el niño se estuviera ahogando, sin embargo con el móvil apagado y Kyle respirando, Lëia se movió para cerrar el bolso y posteriormente le ofreció su botella de agua. —Porque quiero conocer una historia, la de un viejo tributo...pero necesito escucharla de alguien fuera de la familia.— Explicó encogiendo sus hombros. —Ya sabes, una voz imparcial.

La niña arqueó las cejas ante la curiosidad surgida por la mención y entonces preguntó. —¿Qué tributos estuvieron en tú familia? No me dijiste tú apellido.—Le recordó y estiró la mano para hacer una correcta presentación, claro que obvió el apellido que podría meterla en problemas, especialmente en el norte. —Lëia Campbell y no llamé a los aurores.— Informó para su tranquilidad y entonces se sorprendió al soltar una confesión verdadera. —Sólo me puse nerviosa, estaba algo perdida porque tienes razón, no soy de aquí.
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Kyle A. Overstrand
Fugitivo
Que nombre a su madre provoca que un ligero escalofrío me recorra el cuerpo, teniendo en cuenta que yo acabo de ver a la mía después de un año. Tengo que apartar la mirada y mirar fijamente el sándwich porque ahora mismo no soy capaz de mirar a la chica porque temo que en cualquier momento vaya a ponerme a llorar otra vez, y me niego a quedar como un idiota delante de una desconocida. También he visto a mis dos hermanas, pero a Chloe la vi hace pocos meses y mamá... en fin, adoro a Agatha, por mucho que haga un año que no la vea, pero después de todo lo que he vivido, solo quiero estar tirado en el sofá cenando con mi madre mientras me revuelve el pelo como hacía siempre. Cogió esa costumbre la primera vez que vio que tenía el cabello rizado como papá, y según me decía, a él le hacía lo mismo cuando se conocieron y nunca dejó de llamarle «ricitos». Antes odiaba que me tocara el pelo, pero ahora lo echo de menos como nunca imaginé que lo haría. La vida da muchas vueltas.

Pero al final acabo levantando la vista otra vez cuando sigue insistiendo en el tema de los tributos. Los pensamientos pasan de manera muy rápida por mi mente mientras intento buscar un apellido que no sea reconocible, y al final acabo soltando uno cualquiera: — Orwell. Kyle Orwell. — Creo que mamá me habló una vez de un antiguo escritor de hace muchos años que se apellidaba así. — Hubo tres tributos en mi familia, aunque no soy muy cercano a ellos pero he escuchado historias sobre ellos. — Y otra mentira, porque dos de ellos son mis padres y la tercera persona es mi tía y madrina. — Una es Arianne Brawn, pero el resto no creo que te suenen porque no eran muy conocidos. Ni siquiera recuerdo bien sus nombres. — Y otra mentira más. Se habló durante una larga temporada del matrimonio de antiguos Vencedores que huyó con sus hijos y su esclava, pero con el tiempo se fue olvidando, como todo. Pero la confianza que había estado cogiendo poco a poco, soltando tanta mentira tranquilamente, se esfuma en cuanto me dice su nombre completo. — ¿Eres familia del Ministro de Defensa? — Desde que he llegado al país he escuchado varias cosas sobre la boda de Riorden Weynart y una tal Zoey Campbell, que trabaja en el ámbito de la medimagia y es jefa de no sé qué área. — Y... — intento continuar, pero acabo carraspeando para disimular mi inseguridad repentina y para coger un poco de aire antes de continuar: — ¿De qué tributo estás buscando información?
Kyle A. Overstrand
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Lëia A. Campbell
Los minutos pasaron y el muchacho de rulos no decía palabra alguna, Lëia tampoco quería interrumpir sus pensamientos, mas le hubiese encantado poder leerlos. Tal vez si estaba en problemas económicos, podría darle una mano, total nadie extrañaría ni notaría la falta de los comestibles que había tomado "por las dudas".
Cuando por fin se presentó, la castaña asintió con la cabeza un par de veces, tratando de hacer memoria de los tributos que conocía por nombre y apellido, pero ninguno resultó familiar. El único que si reconoció, fue el de la juez Brawn, mas no lo externó y no supo el porqué. —Lo siento, no me suenan.— Mintió y ocultó sus labios dando un nuevo mordisco al sándwich, aunque ya no tenía hambre.
Al tragar el bocado, decidió acomodar el resto dentro de una servilleta y lo dejó sobre el tronco donde estaban sentados, para que él lo tomara si así lo quería.

La pregunta la tomó por sorpresa: ¿Cómo él sabía eso? Fingiendo estar ocupada en deshacerse de las migas sobre sus prendas, pensó en la respuesta. Kyle no se veía malo, no le haría daño por ser la hija del Ministro de Defensa ¿No? —Si, él es mi padre.— Respondió al final, soltando un largo suspiro y mirando fijamente al niño de rulos. —Yo...Si estás en problemas no diré nada, lo prometo.—Cuando sus gestos nerviosos lo delataron,  murmuró apresurada, temiendo que se asustara y la dejara sola en aquel extraño Distrito. —Ellos no saben donde estoy, me he escapado.

Toda la búsqueda de información quedó en el olvido, guardó las cartas con un movimiento de su varita y posteriormente prestó atención al muchacho, mientras intentaba acomodar un poco sus cabellos.
Probablemente ya estaba castiga, así que decidió disfrutar de su libertad. —Ya no importa, ¿Hacia dónde ibas? Tal vez puedo acompañarte...—Sugirió con la esperanza de conocerlo mejor. Lëia necesitaba y quería conocer las distintas opiniones de las personas, sobretodo si provenían del mismo lugar que su padre de sangre. —Tengo algo más de comida, puedo dártela si lo necesitas.— Agregó con una enorme y sincera sonrisa.
Lëia A. Campbell
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Kyle A. Overstrand
Fugitivo
No puedo evitar arquear las cejas, notablemente sorprendido, cuando dice que no reconoce quién es mi tía. O mejor dicho, cuando no reconoce el nombre de mi supuesto familiar lejano porque ella no tiene ni idea de que el vínculo con Arianne Brawn es mucho más cercano. La verdad es que pensaba que a estas alturas menos gente la recordaría, pero no hasta este nivel. Trabaja en el Wizengamot junto con el primer Vencedor de los Juegos Mágicos de Jamie Niniadis, lo que en su momento provocó que se volviera a hablar más de ella por la curiosidad, si es que se le puede llamar así, de tener a dos vencedores trabajando de los mismo. No obstante, no voy a negar que me alivia mucho que no reconozca el nombre porque eso me permite tranquilizarme y que los nervios que había estado teniendo disminuyan considerablemente. Si no la reconoce, quizá no estoy tan en peligro como había supuesto al escuchar sus preguntas. Por eso me permito terminarme el sándwich con tranquilidad, y saboreo bien los últimos bocados.

La calma dura poco porque cuando me responde que su padre es Riorden Weynart, los nervios vuelven al ataque, pero esta vez no duran mucho porque no tarda en responder que no estoy en peligro. — ¿Tu padre no se enfadará cuando sepa que has estado por aquí? — Y hablando con un fugitivo, pero eso es algo que por obvias razones no puedo decir. Quizá no conozca al Ministro Weynart, pero ni siquiera un padre de los distritos más adinerados permitiría a sus hijos poner un pie en el norte sin compañía. Piensan que somos todos unos delincuentes, unos repudiados, y aunque en su mayoría es así, tampoco somos los salvajes que ellos creen que somos. Yo por mi parte pienso que todos los que son como ella son unos monstruos egocéntricos que se creen el ombligo del mundo, pero supongo que juzgar está mal por las dos partes. Me ha dado comida, y eso es algo por lo que le estoy agradecido, pues hacía días que no me llevaba algo fresco a la boca porque nuestra alimentación últimamente se basa en simples latas de conserva.

Sacudo las manos para limpiarme los restos de migas del pan una vez he terminado de comer, y me echo el pelo hacia atrás en un intento de aliviar el calor que da por culpa de las altas temperaturas del verano. — Solo tenía que dejarle una carta a mi hermana en su casa — respondo. Quizá no se haya creído que esa casa es de mi familia, pero era verdad. — Pero si quieres... — empiezo a decir, no muy seguro. — ... podría enseñarte el distrito. No es tan malo como dicen. — No es una maravilla, pero si puedo demostrarle a alguien como ella, a alguien que comparte sangre con gente tan importante, que no somos como ellos creen, quizá no todo esté perdido. Además, el hecho de que tenga más comida también es un incentivo para mí, y todavía me queda algo de tiempo hasta reunirme con Kendrick y volver al 12.
Kyle A. Overstrand
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Lëia A. Campbell
Claro que se enfadará, de hecho, estoy segura de que estaré castigada por un largo tiempo.— Respondió con una gran sonrisa en el rostro, era una de las pocas veces que se metía en problemas sin su mejor amiga y ya podía escuchar sus gritos de reproche por no invitarla o incluirla en su gran aventura.
Si, tal vez esta vez había ido muy lejos, pero no se sentía culpable por ello.

Sentada aún sobre aquel tronco, intentó remover el lodo de sus zapatillas golpeando la madera, pero no lo consiguió, así que pasó la mirada hacia el niño, quien finalizaba los restos del emparedado. —Lamento no haber creído en tú historia.— Le dijo con honestidad.
Su mirada de decepción, por no encontrar datos de su verdadero padre, cambió al instante en que Kyle ofreció enseñarle el distrito. La parecía una idea excelente, aprender cosas nuevas y no se perderse en el trayecto.  

De un salto se puso en pie, mas la capa quedó atorada en una diminuta rama del asiento. Luego de desengancharse, volvió a mirarlo directo a los ojos con las comisuras de sus labios elevadas. —Si, quiero.— ¿Para qué perder el tiempo o fingir que no quería la ayuda de él? Mejor ser directa.
Guardó la botella y el tupper vacío dentro de su bolsito, el cual ocultó debajo de sus prendas por mayor seguridad. —¿Tienes teléfono o espejo? Quizás podríamos seguir en contacto...Si quieres.— Ofreció su amistad como si fuera un niño de la isla o del colegio, así era Lëia, le gustaba mucho hacer nuevos amigos, compartir experiencias y anécdotas.

Con las manos hundidas dentro de los bolsillos de la capa, empezó a caminar de nuevo hacia la ciudad, dejando atrás el caluroso bosque. Había servido de refugio durante unos minutos, pero era momento de avanzar, no tenía todo el tiempo del mundo para continuar escondiéndose de sus padres y debía aprovechar.
¿Nunca has sentido que te ocultan cosas? Bueno, así es como me siento cuando intento hablar con mi madre de temas importantes, como por ejemplo política. Creo que aún no entiende que ya no tengo cinco años.— Admitió en voz baja. Quizás estaba soltando demasiado la lengua y podía meterse en problemas por ello, sin embargo necesitaba oír todos los lados de una historia porque quería formar su propia opinión al respecto.
Lëia A. Campbell
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Kyle A. Overstrand
Fugitivo
Hago una pequeña mueca cuando comenta que, efectivamente, debe de estar enfadado y que seguramente acabe castigada. No conozco al Ministro Weynart más allá de lo que papá y mamá me comentaban, pero la verdad es que se le ve como un hombre serio y que impone. No sé cómo será con sus hijos, pero es la impresión que da. — A mí mi madre una vez me castigó por coger una mandrágora de noche y despertar a todo el vecindario — comento, con la intención de que no se sienta mal por su castigo. La culpa fue de Chloe porque me retó a hacerlo, y tenía ocho años, así que tampoco pensé mucho en las consecuencias. El castigo básicamente fue ayudarla con todas las plantas y pociones durante un mes, y ahí fue cuando empecé a comprender y a cogerle el gusto a la herbología. Supongo que no hay mal que por bien no venga, tal y como suelen decir.

Con un pequeño gesto de mano, le quito importancia al asunto cuando se disculpa. — No te preocupes. — En su momento me había molestado, pero sabiendo de qué familia es, puedo comprender por qué ha actuado de esa manera. Al menos no avisó a los aurores y me dio un voto de confianza, por mucho que no me creyera. — Tengo un espejo comunicador. — No sé si comunicarnos es lo más recomendable, y puede que sea un idiota por arriesgarme, pero quizá tener contactos en las altas esferas puede ayudarnos a conseguir alimentos, medicinas y provisiones en general. Es por eso por lo que rebusco entre los bolsillos de la pesada mochila hasta encontrarlo, y se lo tiendo para que lo conecte al suyo.

Tras conectar los espejos, camino junto a ella de vuelta a las mugrientas calles del 11, con los ojos ligeramente entrecerrados por culpa del sol mientras intento mirarla. Pero agradezco los molestos rayos del sol cuando me pregunta algo que me incomoda, de nuevo, y aparto la mirada como si fueran esos rayos los que no me deja mirarla bien. No sé muy bien qué responder porque ni siquiera sé si es la persona indicada para hablar cosas así, pero por desgracia, e irónicamente si tenemos en cuenta la diferencia de estatus social, puedo entenderla demasiado bien. — Mi madre era igual — acabo diciendo. Y tengo que hablar de ella en pasado, porque por mucho que acabe de verla, ni siquiera sé si podré volver a hablar con ella o cuánto tiempo tardaré en hacerlo. Me dejó tirado en un distrito con mi melliza simplemente porque creía que no éramos lo suficiente mayores para ir con ella. — Daba igual lo mucho que le demostrase que ya no era un niño, pero me trataba como uno. — Quizá no pueda explicarle por qué, pero es la verdad.
Kyle A. Overstrand
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