The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Kendrick O. Black
Fugitivo
Me acurruco en la cama y tiro de las sábanas cuando el sol ingresa por la ventana de manera tal que sus rayos me fastidian incluso a través de los párpados. Estos días duermo más de lo normal, quizá porque mi cabeza se encuentra agotada, o tal vez es porque el único entretenimiento que tengo es averiguar cómo es que funcionan las cosas en este lugar. Cuando Lea me trajo, no pude hacer otra cosa que quedarme con la boca abierta. No sé si es un lugar lujoso o las cosas en el sur se ven todas de esta manera, pero hay demasiadas luces, demasiados botones y muchas comodidades, tantas que no comprendo para qué sirven. Lo que sí es abuso es mi modo de usar la ducha, en parte porque necesitaba descubrir que todavía tengo piel debajo de la mugre y por otra, porque el chorro tibio es tan potente que resulta muy relajante. Si sumo eso y que tengo que pedirle a Lea que me traiga algo de ropa a escondidas, puedo decir que estoy bastante bien considerando la situación actual de mi precaria vida.

Me giro entre las sábanas y me quejo entre gruñidos, no solo por la luz sino también porque el hambre no va a dejar que vuelva a dormir. Bajo los pies descalzos y camino hacia la silla más cercana rascándome la cabeza en un bostezo, me paso la remera con algo de rapidez para mis movimientos tan dormidos y la tironeo hacia abajo mientras salgo de la habitación. Mi paso por el baño es corto y me pregunto qué es lo que puedo probar este día, mientras me cepillo los dientes frente al reflejo de un muchacho de ojos cansados. He tenido una mala noche y ni siquiera he salido del dormitorio, pero tener acceso a Internet en libertad por primera vez ha sido una pésima idea. Con solo chequear sus nombres en el buscador y rebuscar en las páginas que pintan a los Black como parte de una historia oscura, he podido verlos. Supongo que la sonrisa de mi madre es parecida a la mía. Mi padre tenía mi cabello. Y ninguno de los dos está.

Para cuando llego a la cocina, estoy dispuesto a dejar de pensar en ello y empiezo a rebuscar en la alacena por algo de comida. Me he cansado de las galletas de todos los sabores que comí hasta en el sofá, así que cierro las puertitas y mis ojos vagan hasta toparse con lo que, creo, Lea denominó como la batidora. ¿Qué era lo que se ponía ahí? Como creo que dijo algo de comida en general y batidos, uso la lógica y… no, mejor no, Internet va a guiarme en esto. Tengo que ir hacia el televisor para buscar los usos de este pintorescto artefacto y me siento un poco idiota al darme cuenta de que no parece tan complicado. Frutas, leche, azúcar… Eso es todo, ¿no? Para cuando me doy cuenta de que me he olvidado de poner la tapa, ya es tarde. El contenido sale disparado para todos lados y me enchastra de pies a cabeza incluso cuando trato de cubrirme con los brazos. Me relamo los labios aún con el rostro fruncido y me atrevo a abrir los ojos, descubriendo que mi desastre se ha expandido por las paredes, la mesada y el suelo. La batidora sigue girando con un ruido insoportable y mi mano atropellada tira del cable para desconectarla, cuando alguien aparece en escena y yo doy un salto hacia atrás — ¡Lea! — exclamo con apenas un hilo de voz. Mi instinto me lleva a tirar de la remera hacia abajo, tratando de cubrir los bóxers, aunque soy incapaz de disimular que estoy bañado en la porquería que debería ser mi desayuno — Yo… ¡Esa cosa me atacó! — porque admitir que soy un ignorante, jamás.
Kendrick O. Black
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V. Ileana Jensen
Eran tantos en el loft que se había sentido tentada de abandonarlo en demasiadas ocasiones, ni siquiera sería capaz de contabilizarlas con todos los dedos de su cuerpo, con tal de librarse del contacto con los demás. Era alguien alegre y sociable, pero el hecho de tener que soportar a tal cantidad de personas la ponía demasiado ansiosa, mucho más desde que la cara de buena parte de la Red apareciera en todas las televisiones del país. Y no simplemente aparecieron, sino que seguían emitiéndose con tal frecuencia que tenía que reprimir las ganas de destrozar cada aparato electrónico que se cruzaba en su camino. Agarró la pierna de Mimi para sacársela de encima y poder salir de la cama, tapándola con la sábana hasta la cabeza antes de abandonar de puntillas la habitación que había acabado compartiendo con dos personas más, no sin antes tomar sus pantalones vaqueros largos y la a cazadora que dejó sobre una silla la noche anterior.

No hizo más que poner los pies fuera cuando algo chocó a la altura de sus rodillas, o más bien alguien. Bajó la mirada para encontrarse con Jared, el cual se agarró a su pierna con la intención de no dejarla ir. —Jared— desordenó su cabello con la mano libre —, si me dejas ir te traeré dulces a mi regreso, ¿si?— trató de negociar con él antes de que Sophia apareciera, se disculpara con ella y se llevara al pequeño que gritaba y pataleaba para volver a su lado. Se rascó la parte posterior de la cabeza con una sonrisa divertida prendida de los labios mientras enfiló el pasillo en dirección al baño donde tardó poco más de dos minutos en estar completamente lista. Quizás estaría bien llevarle el desayuno al enano antes de que tratara de hacer algo que destrozara el apartamento. Merlín, el mero hecho de pensar que podía destrozar algo conseguía que un escalofrío la recorriera de cabo a rabo. Respiró profundamente antes de bajar las escaleras de dos en dos y encontrarse frente a un par de personas sentadas en la mesa principal tomado algo de desayuno. Saludó con la mano, llevando automáticamente la diestra al bolsillo interior de la cazadora, donde guardaba su varita y la que había ‘cogido prestada’ para Kendrick. Todos estaban preocupados por él, preguntaban con insistencia si lo habían visto en algún lugar. ¿Y ella? Negaba con la cabeza con total despreocupación.

Casi ninguno de la Red podía seguir haciendo una vida normalizada por lo que ella pasaba la mayor parte del tiempo fuera del loft; callejeando por el Capitolio, tratando de asistir a algunas clases o pegando la oreja en conversaciones ajenas. La de cosas que se podían escuchar de aquel modo, sin contar con lo que una se podía enterar si prestaba atención a los cuchicheos de sus compañeros de clase. Salió del loft, cerrando los ojos y apareciéndose en el distrito tres, concretamente en un parque cercano al apartamento en un intento de ser cordial y no aparecer, de súbito, en mitad de la sala. Chasqueó la lengua, caminándose hacia una pastelería donde compró un par de dulces aleatorios para desayunar y subió las escaleras del edificio con suma lentitud, saludando cordial a aquellos vecinos con los que se encontró. —¿Kend…?— llamó ya dentro, caminando por el pasillo hasta entrar en la cocina y encontrarse con la peor escena posible. Un tic se apoderó de su ojo derecho y la bolsa resbaló ligeramente de entre sus dedos. Boqueó un par de palabras mudas, señalándolo de arriba abajo, luego la batidora, la cocina, techo, paredes, muebles… —¡Yo voy a atacarte!— lo amenazó avanzando hacia él pero resbalando con aquel mejunje y cayendo de culo al suelo. Un quejido escapó de sus labios, tratando de agarrarse en el borde de la encimera y alcanzar a levantarse sin resbalar de nuevo. —¿Se puede saber qué demonios estabas haciendo?— espetó cuando lo consiguió, dejando la bolsa con la compra sobre la mesa y pasándose las manos por el trasero para cerciorarse de que estaba completamente embarrada.
V. Ileana Jensen
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Kendrick O. Black
Fugitivo
Ay, mierda, estoy muerto. Mis patas descalzas se van hacia atrás por el pánico que me ataca frente a su amenaza y tengo que agarrarme de la mesada para no tropezarme, pero ella no tiene tanta suerte porque la veo caer con menos delicadeza que la vaca Bessie en invierno. Creo que tengo los ojos salidos de las órbitas cuando sacudo las manos en el aire, sin saber si debo correr hacia ella o mantenerme alejado para que no me ahorque — ¿Estás bien? — pregunto en tono aireado, dando un paso vacilante en su dirección. Al menos, ella se puede poner de pie y tengo la intención de limpiarla. Es más, agarro el rollo de cocina y tiro de este para hacerme con unas cuantas servilletas, pero cuando me acerco, no me atrevo a hacer nada porque no quiero tocarle el culo. Al final, me quedo indeciso hasta que me animo a limpiar al menos el costado de su muslo, pero son toques tan efímeros que no sirven de nada y acabo alzando las manos, apretando el papel con más fuerza de lo normal — Un batido de frutas. ¡Juro que seguí las instrucciones de internet, pero me olvidé de la tapa! — me excuso, tratando de no sonar como alguien digno de ser castigado — Quise hacer mayor cantidad por si venías pero creo que me pasé un poco… — es eso o la potencia que he puesto se me ha ido de las manos. Tal vez fueron ambas cosas.

Me llevo una mano al pecho y soy capaz de sentir los latidos acelerados del susto, pero cuando una gota espesa de la mezcla me cae sobre la nariz, me recuerdo el estado de mi aspecto. Creo que tengo un trozo de banana pegado en el hombro y estoy seguro de lo que decora la mano con la cual ha tenido que sostenerse es algo parecido a las naranjas. Me paso las servilletas por el rostro, tratando de verla mejor — En mi defensa, jamás usé uno de estos y no viene con instrucciones en ningún lado — no quiero sonar a un caprichito, pero tampoco puede culparme tanto. Con un suspiro, hago una mueca que pide perdón y permiso y estiro el brazo para sacarle el trozo de frutilla de una de sus nalgas, asegurándome de no tocar nada indebido en el tirón — Lo lamento, ¿de acuerdo? Nadie salió herido, salvo el decorado. Nada que un fregotego no pueda solucionar — no puedo evitarlo. La miro de pies a cabeza y, con el susto empezando a aflojar, se me escapa una risita nerviosa que trato de contener apretando los labios. No sirve de mucho, porque la manera en que me tiembla la boca y se me inflan los cachetes delata que esto es de lo más ridículo.
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V. Ileana Jensen
Iba a darle una angina de pecho o un infarto, o puede que incluso las dos cosas a la vez fueran una opción plausible. Lo señaló con el dedo índice de la mano libre, aquella con la que no se agarraba fuertemente a la encimera para no volver a caer, y lo miró con gesto amenazante. —¿Tengo pinta de estar bien?— acusó bajando la mano y frotándola por sus pantalones en un intento de quitar algún que otro trozo que había quedado aplastado contra la prenda tras su caída. Un fuerte suspiro exasperado surgió de su boca, alzando la cabeza hacia arriba y queriendo gritar con todas sus fuerzas de no ser porque alguien acudiría ante el escándalo, pero no pudo evitarlo cuando se acercó a ella. —Quieto ahí, ni te acerques— advirtió tomando entre sus manos la batidora y presionando el botón de encendido para tratar de asustarlo; presionándolo con fuerza en repetidas ocasiones hasta que se percató de que estaba desconectado de la corriente. Al menos no se lo había cargado. Aun así lo mantuvo en su dirección, arqueando una ceja y volviendo la mirada hacia la encimera donde se encontraba la tapa. —¿Pretendías hacer batido para todo el edificio?— preguntó separando una mano de la batidora y ejecutando un círculo que pretendía abarcar toda la cocina con un solo movimiento.

Se limpió las manos en la camiseta, rodando los ojos cada vez que hablaba. Solo a él se le podía ocurrir tratar de utilizar algo que no había visto en su vida. Soltó un gruñidito cuando volvió a acercarse para quitar algo que había quedado adherido a su ropa. —Tú solo estate qu— comenzó a quejarse cuando su risa le llamó la atención, volviendo el rostro hacia él con un gesto indescriptible dibujado en su expresión. Dio un paso hacia él, dispuesta a presionar sus mejillas con ambas palmas de las manos cuando pisó un trozo de plátano y tuvo que sujetarse a él para no caer en aquella ocasión. Estaba quedando como una autentica patosa, ¿acaso no podía mirar al suelo antes de avanzar?  —No digas nada o juro que te estamparé el dulce de chocolate que acabo de traer— alcanzó a mascullar separando sus manos de él, sacando la varita del bolsillo y señalando a la encimera para comenzar a limpiar por allí. La varita tembló en sus manos y fue entonces cuando se percató de que no era la propia. —Toma—. Estiró el brazo en su dirección a la par que sacaba la otra varita con la mano libre. —Límpialo, como lo hagas mal…— entrecerró los ojos, fulminándolo con la mirada y alejándose como buenamente pudo hacia un lado de la cocina.
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Kendrick O. Black
Fugitivo
No, en realidad te ves bastante ridícula — no pretendo que suene ofensivo, pero creo que no es el comentario que se le hace a una chica que, para colmo, ha terminado así por mi culpa, lo que me lleva a morderme la lengua. Su amenaza hace que me congele como si fuese el juego ese de las estatuas, con la vista fija en la batidora que parece volverse un arma mortal por dos segundos, hasta que me doy cuenta de que la he desenchufado y no hay manera de que eso me haga daño o me salpique aún más contenido, si es que quedó algo ahí dentro — ¡No lo sé! Yo como mucho. ¿Tú no? — estoy en crecimiento, es mi mejor excusa para zamparme dos vasos de batido, galletas y un paquete de papas fritas y aún así tener hambre. Y que intente sobrevivir si aparte le sumas la rutina de ejercicios matutinos de Echo que he intentado mantener para poder ser capaz de salir corriendo en caso de que alguien tire la puerta abajo.

Mi mano busca demostrarle que no tengo intenciones de volver a tocarla cuando saco la frutilla y la tiro al lavabo. Ni siquiera puedo tomarme en serio sus intentos de acercarse, posiblemente para golpearme, que tengo que soltar el aire que estoy conteniendo cuando se tropieza y la sujeto por los codos, tratando de que mis piernas no resbalen bajo su peso. No estoy sujeto a una chica en mi ropa interior, no, no lo estoy haciendo — Juro que no diré nada, soy una tumba — prometo entre dientes, ni siquiera sé si puede oírme o si mi voz se ha vuelto tan aguda que debe estar en modo canino. Vuelvo a respirar con normal calma cuando se separa y estiro un poco mi remera una vez más con idea de calmarme, pero entonces todo se evapora cuando veo que me tiende una varita. Estoy seguro que hace tiempo no se me ilumina tanto el rostro — ¿Tuviste algún problema en conseguirla? — pregunto, tomándola con ansiosa rapidez — Yo… gracias, Lea. De verdad espero que funcione — al menos, ahora no sentiré que tengo las manos desnudas si sucede algo.

Como por ejemplo, limpiar una cocina. Suelto un “pssst” como si estuviese ofendido porque dude de mis dotes mágicas y señalo la mesada — Ya verás, quedará como nuevo. ¡Fregotego! — la varita no reacciona a la primera vez, por lo que la miro de soslayo para medir su reacción. Carraspeo y vuelvo a demandar el hechizo y, en esta ocasión, la mugre se desvanece, lo cual me hace suspirar de alivio. Al menos, creo que este instrumento me servirá, quizá no tan bien como mi antigua varita, pero será suficiente — A todo esto… ¿Cómo están los demás? — no quiero dar nombres y hasta me hago el desinteresado mientras continúo con la limpieza, tratando de apurarme porque… vamos, dijo que trajo dulce de chocolate.
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V. Ileana Jensen
El autocontrol no era lo suyo. Se trataba de una joven capitoliana que siempre había tenido todo lo que había pedido antes de que terminara de pronunciar la frase. Ni siquiera tuvo que preocuparse nunca por problemas mayores que escaparse de casa para ir donde Rodo a conversar con él sobre periodismo. Pero no. Ahora estaba manteniendo en su apartamento a un enano buscado por más de la mitad del país. —Vas a arruinarme— fue todo lo que consiguió mascullar antes de quejarse agarrando con fuerza lo que más cerca tenía y patalear un par de veces en busca de liberar su frustración de algún modo que no fuera estrangulándolo con sus propias manos. —¡Claro que como! ¿Pero cómo pretendías mantenerte aquí si has acabado con la mitad de todo lo que compré en solo un par de días?— volvió a quejarse, pataleando de nuevo y notando como su cuerpo se inclinaba hacia un lado tras patinar. Bien, primero tenían que acabar con aquel desastre antes de abrirse la cabeza contra el suelo,  lo cual estaba peligrosamente cerca de suceder.

Sus manos se apretaron en torno a los antebrazos contrarios cuando la sujetó por los codos, evitando por instantes que aterrizara de nuevo sobre sus ya maltratadas posaderas. El suspiro de alivio debió de escucharse en todo el país. Separó las manos, ofreciéndole la varita y alejándose, como buenamente pudo, del desastre en el que se había convertido su cocina. Su hermosa cocina. Dejó la chaqueta a un lado, alcanzando después el rollo de servilletas y tomando un par para aprovechar el tiempo limpiando sus pantalones. Solo alzó la mirada hacia él y se encogió de hombros. —Quizás lo tenga cuando se den cuenta de que falta una— explicó limpiando sus manos y lanzando en la basura las servilletas sucias. Aprovechó para cruzar los brazos bajo el pecho, observando en silencio como conseguía limpiar parte del desastre al segundo intento. Dejó la varita sobre un mueble cercano, girando sobre sus zapatos, en un intento de rastrear como estaba todo, cuando llamó su atención y se vio obligada a volver el rostro hacia él. —Están bien— contestó —, aunque todos los días preguntan si alguien sabe algo de tu paradero— arqueó ambas cejas. No trataba demasiado con las más jóvenes, en algunas ocasiones con Delilah o el pequeño Jared, que tenía la extraña manía de no separarse de ella cuando se encontraba en el loft.

Obvió por completo el desayuno, quitándose los zapatos para dejarlos a un lado e internarse en el amplio comedor, escudriñando con la mirada todo lo que la rodeaba. Aunque tampoco es que fuera necesario tener visión X o ser un obsesionado de la limpieza para percatarse de todo lo que había a su alrededor. —¿Crees que estás en un hotel de cinco estrellas?— preguntó alzando la voz y tomando un par de bolsas de patatas que había dejado tiradas de cualquier manera tanto en el sofá como en el suelo. Resopló, volando su flequillo hacia arriba, y regresando hasta la cocina para, entonces, percatarse de que no estaba completamente vestido. —¡Tú!— lo acusó automáticamente. —¡Puedo aparecer en cualquier momento y tú…! ¡Te traje ropa!— las palabras salían atropelladamente de sus labios.
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Kendrick O. Black
Fugitivo
Hago una muequita porque, de verdad, espero no causarle ningún problema. Sé que se está arriesgando demasiado al mantenerme oculto en este lugar y no tengo idea de cómo reaccionarían los demás en caso de saber que me está alojando, a veces un poquito a regañadientes. Suspiro con pesadumbre y me centro en limpiar las puertas de las alacenas, las cuales parecen tener gotas cada vez más grandes — No sé cuánto tiempo voy a poder mentirles, al menos a Kyle o Delilah — técnicamente es ella la que miente y yo el que se oculta, pero creo que es perfectamente capaz de entender mi punto.

La acusación sobre mi desorden hace que me encoja un poco en mi sitio, pero en mi defensa, tenía planes de limpieza para esta tarde — ¡Juro que no lo iba a dejar así! — lo que me recuerda que he dejado la cama desarmada y una muda de ropa en el suelo. ¿Será tan quisquillosa o tengo que ponerme a ordenar antes de que se dé cuenta? Estoy volteandome al dar por finalizada la limpieza de la cocina cuando ella regresa, pero no me espero sus gritos. Estático, paso la vista de ella a mis piernas y vuelvo a levantarla — Es solo ropa interior. ¡No es como si estuviera andando desnudo por ahí!— intento defenderme, incluso cuando ya he descubierto que la remera no es tan grande como para cubrirme por completo. Voy a obviar el dato de que sí he andado sin ropa cuando estoy seguro de que no va a regresar, pero eso no tiene que saberlo — Lo lamento, ¿okay? Estoy seguro de que debes haber visto un calzoncillo o dos si vives con tanta gente...

Eso no quita que esto sea incómodo. Estoy acostumbrado a la desnudez gracias a los años de bañarme en las grutas, pero soy consciente de que esto es diferente. Agito la varita con un "accio pantalones!" y los jeans no tardan en aparecer. Trato de atajarlos en el aire, pero el largo me golpea en la cara y hago una mueca antes de empezar a vestirme con cierto atropello — ¿Ves? No ha pasado nada. ¿Podemos comer ahora o seguirás gritándome por absolutamente todo? — y sin más, me voy a buscar la bolsa que ha traído.
Kendrick O. Black
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V. Ileana Jensen
No le gustaba engañar a aquellas personas que se habían convertido en su familia en tan poco tiempo. Aquellos que consiguieron su lealtad y cariño con tal facilidad, ni siquiera esforzarse para ello. Pero tenía sus propias ideas sobre ciertos temas relacionados con Kendrick. No querían entregarlo, divulgar la información que tenían sobre él ni podía estar en el mismo lugar que a los demás era una completa locura. ¿Qué ventaja podían sacar exactamente de él? Lo miró de soslayo. De buenas a primeras, pensando en él como solo un sujeto, no había nada que sacar de él. Suspiró, meneando la cabeza en un intento de retirar los pensamientos de su cabeza. Era alguien importante, Kenny y Jeff le daban importancia sentimental y, por ello, se estaba ocupando de él a escondidas. Arqueó ambas cejas. —Delilah no está fichada, Kyle sí. No pienso tener a dos “buscados” a la vez metidos en mi apartamento— contestó sacudiendo las manos contra la parte delantera de sus vaqueros.

Terminó de recoger las bolsas de patatas del comedor, apretando los dientes al ver que también quedaban migas sobre la tapicería de los sillones. Era cierto que no pasaba demasiado tiempo allí pero siempre había estado impoluto por si Silas, casualmente, se dejaba caer por el lugar cuando ella no estuviera. ¿Y si se encontraba todo en aquel estado? Estaba casi seguro de que también habría pelos en la ducha. El mero pensamiento provocó que le recorriera un escalofrío  y se encaminara en dirección a la cocina, encontrándose con él y prestándole verdadera atención desde que había llegado allí. —¡Solo faltaba que estuvieras desnudo!— contestó indignada y reprimiendo las ganas de patearlo en dirección a la habitación para que se pusiera algo de ropa. Soltó todo el aire en un ‘já’ seco que resonó en toda la cocina, rodando los ojos a la par. Que lo soportara de la Red no quería decir que lo soportaría de cualquiera.

Le dio la espalda, encaminándose a tirar las bolsas vacías a la basura e inspeccionar lo que quedaba en los armarios, para reponerlo cuando tuviera tiempo para ir de compras. Tenía que subir las escaleras con la compra, saludar a los vecinos para dar a entender que estaba viviendo allí y que no se sorprendieran cuando escucharan la televisión o vieran las luces encendidas desde la calle. Giró sobre sus pies descalzos, agradeciendo que ya estuviera vestido, y alcanzando la bolsa antes de que él lo hiciera. Alzó la mano libre, señalando el reloj de pared. —Te doy cinco minutos de ventaja para que ordenes todo— concedió acercándose hasta él, colocándole una mano en la espalda y sacándolo a empujones de la cocina.

Inclinó el cuerpo cuando desapareció, aprovechando la momentánea soledad para sacar los dulces de la bolsa y colocarlos sobre la isla de la cocina. Chasqueó la lengua tomando un par de naranjas y, con un movimiento de varita, sacó el exprimidor para preparar un par de zumos. —¡Cuando termines vuelve!— alzó la voz, inclinándose hacia la abertura que daba al comedor. Su estómago gruño ligeramente y tomó un trozo de bizcocho de frutos secos.
V. Ileana Jensen
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Kendrick O. Black
Fugitivo
¡Pero no lo estoy! ¿De acuerdo? — la exasperación me hace echar un poco el torso hacia atrás y rodar los ojos, algo que señala más mi molestia cuando se ríe de esa forma — No sé qué es tan grave… — puedo entender el pudor, pero no el escándalo. Acomodarme los jeans y meter la varita en uno de los bolsillos es algo de segundos, pero sé que no he terminado con mi aspecto porque continúo sintiendo el pegote en la cara y el resto del cuerpo. No voy a quitarme absolutamente nada aquí, ya ha demostrado que es demasiado sensible a algo tan sencillo como la piel y tampoco quiero discutir con la mano que me da de comer. No soy tonto.

Tengo que desviar los ojos de la bolsa que apenas llegué a pispear para mirar el reloj que me señala, su mano es pequeña pero ejerce la suficiente presión como para que la sienta y me vea arrastrado a salir de la cocina — ¡Ya, mamá! — me quejo, moviéndome de manera que deje de arrastrarme y me encamino hacia el pasillo, con un suspiro provocado por sus órdenes. Bien, he salido de la calle, pero creo que a Lea le vendría bien probar las flores de las Redford. Paso por el baño para quitarme la ropa, lavar los rastros de porquería lo más rápido que puedo y salgo disparado, cerrando la puerta del dormitorio con algo de estruendo. Vestirme sin ser un enchastre se siente mucho mejor, arrojo la ropa manchada dentro del canasto para la colada y la varita me ayuda a poner la habitación en orden mucho más rápido de lo normal. Para cuando llego al living, mis pasos apenas se oyen gracias a que sigo descalzo y paso por la habitación tratando de darle un aspecto decente, golpeo almohadones y todo eso que hace la gente cuando ordena porque… parece que le hace algo a la imagen, qué sé yo.

Para cuando entro a la cocina, estoy seguro de que pasaron más de cinco minutos y tengo el estómago gruñendo a la miseria — Podrías haberme dicho de ordenar después de desayunar. Ahora vas a tener que soportarme comiendo más de lo que pensaba — me fijo en los vasos que ha preparado, por lo que me acerco a la mesada y me apoyo en la misma para tomar el envión que me permite sentarme encima — Hay algo que quería consultar contigo — es una idea a la que le he estado dando vueltas hace días y me parece la mejor opción, aunque también sé que será complicado y no me creo tan experto en la magia como para llevarlo a cabo por mí mismo — Los dos sabemos que no podré vivir escondido aquí y creo que a ti tampoco te haría mucha gracia, pero tampoco puedo salir a la calle sin ponerme en riesgo porque todos conocen mi cara. Además, vivir haciendo multijugos sería caro y tomaría mucho tiempo — no sé si me sigue el hilo, así que hago una pausa y me relamo tratando de ver si ha captado hacia donde quiero llegar — ¿Tienes algún libro sobre cómo volverse animago? — Seth me ha dado algunas instrucciones hace mucho tiempo que jamás llegué a realizar y es obvio que ahora no puedo pedirle ayuda. Le guste o no, ella es mi única salida.
Kendrick O. Black
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V. Ileana Jensen
Rodó los ojos cuando abandonó la cocina a empujones. Ella era alguien amable con los demás, no escatimaba en agradecimiento con los demás, pero también era del tipo de persona que era mejor no enfadar. Aunque pocas personas eran las que conseguían tal hazaña, fuera de Moira que, en ocasiones, tenía ganas de despelucarla. Sentir pena por los demás no existía para ella, nadie la había sentido por ella cuando era constantemente rechazada por su madre y había sido cuidada por esclavos. ¿Cómo no estar de su parte entonces? Había escuchado historias y aprendido de ellos la mayor parte de cosas que sabía. Lo extraño hubiera sido que los tratara como los demás.

Pero ahora se había visto avocada en un problema que pensó podría sortear de buena manera, controlar con facilidad, pero que escapaba de su control cada vez que se dedicaba a pensar en ello. Golpeó con la punta de la varita la bolsa de naranjas, haciéndolas levitar hasta donde se encontraba el exprimidor y conjurando un hechizo básico que se ocupara del resto. No le gustaba la situación pero sí las facilidades que le concedía poder aprender y hacer uso del magia con plena libertad. Arrastró una silla hasta colocarla cerca de la isla, donde previamente había distribuido el desayuno recién comprado, y tomó un trozo de bizcocho de frutos secos en el momento que Kendrick cruzó el arco de la cocina. Se quedó con éste en la mano, encogiéndose de hombros tras su queja. —Deja de quejarte— pronunció antes de probar un bocado y tomar con la mano libre uno de los vasos de zumo de naranja. Bebió de éste, alzando la mirada en su dirección por encima del vaso, alejándolo conforme escuchaba sus explicaciones. Arqueó un ceja, esperando pacientemente donde quería ir a parar con sus palabras, deseando con las ideas que iban apareciendo por su cabeza no fueran acertadas. Pero tampoco es que hubieran muchas más opciones. —Quieres volverte animago— pronunció como respuesta a su pregunta. Conocía a varios alumnos del Royal que habían tratado de conseguirlo; era algo demasiado lento y pesado, además de arriesgado.

Golpeteó con los dedos de la diestra la superficie de la isla, frunciendo los labios. Para ello tendría que volver a casa a por su libro de transformaciones, además de ayudarlo con el proceso y, por supuesto, comprar lo que necesitaran. Meneó la cabeza. ¿De verdad estaba pensando en ayudarlo tan fácilmente? Desde un inicio lo había traído junto a ella para ‘protegerlo’. Darle la oportunidad de que se fuera, y por ende pusiera en riesgo a la Red, era algo que no se encontraba entre sus opciones. —Es demasiado arriesgado— habló  —Solo eres un crío, no conoces el país y todo el mundo te busca, ¿vas a vivir en tu forma de animago para siempre?— preguntó cruzando los brazos bajo el pecho. Tenerlo allí era arriesgado, dejarlo ir también. Prensó los labios, rascándose la parte posterior de la cabeza sin tener muy claro que decir. Sentía que era algo que debía de consultar con Kenny pero no podía hacer por lo que estaba perdida.
V. Ileana Jensen
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Kendrick O. Black
Fugitivo
Me limito a beber mi jugo en lo que ella parece procesar lo que le estoy pidiendo y estiro una mano para tomar un poco de bizcocho, el cual mastico con un ritmo que delata el hambre que siento. Intento no ponerme tan ceñudo por su desconfianza, sé que es un proceso jodido y mi poca experiencia no será algo de ayuda cuando sea el momento de ir a las partes más complejas del asunto. Pero he podido contra ministros y aurores, quizá pueda con un procedimiento con la guía adecuada. No voy a demostrarle que siento que me está menospreciando o subestimando, por lo que me demoro en contestar usando mi tiempo en llenarme la boca. Mejor esto que decir lo primero que me venga a la mente y me hunda — Solo me llevas dos años, no soy un bebé — le recuerdo con todo el orgullo que me queda. ¿Qué tienen las chicas con subirse al tren de las maduras y las listas? Por todos los cielos.

Con el vaso ya vacío, le doy algunos golpecitos con los dedos en el contorno y me armo de paciencia para explicar mi punto — ¿Tú esperas que viva para siempre aquí encerrado? En algún momento tendré que salir y siendo animago la tendré más fácil — tiene que verlo, los dos podemos ganar de esto — No soy un crío, ¿de acuerdo? Quizá no he visto mucho, pero tampoco voy a hacerlo si vivo aquí. ¿Cómo seré de ayuda o lo que sea si no puedo moverme? Necesito al menos esa libertad. No voy a vivir en la calle — me apresuro a aclarar — Si necesitas que vuelva, volveré. Prometo no hacer nada estúpido o arriesgado — como tratar de encontrar a mi tía, por ejemplo — Pero... necesito esto, Lea. No te pido que lo hagas conmigo, solo que me consigas un libro. Al menos que alguien de la red sea de confianza y no un bocón y además sepa como hacer el proceso... — no tengo idea de si alguno de ellos es animago, pero tampoco puedo ir a preguntar. Además, hay varias personas allí que mientras no sepan dónde estoy, mejor.
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V. Ileana Jensen
Suspiró pesadamente, encogiéndose un poquito en el lugar con la mirada aún fija en él. —Sé que no eres un bebé— concedió sin darle demasiadas vueltas. Claro que no lo era, muchos de sus compañeros tenían la mitad de cerebro que él, incluso aquellos que eran mayores que ella. —Pero no conoces Neopanem, no más allá de lo que puedan haberte contado. Solo has estado en el norte donde es fácil esconderse o caminar por las calles porque nadie presta atención a los demás, pero en otros sitios no es lo mismo— trató de explicarse. Podía comportarse de aquel modo con él, puede que ser algo dura y cortante con sus palabras, pero solo era preocupación por lo que pudiera ocurrir; por las consecuencias que podían surgir de aquello. Nunca antes había tenido una familia y no quería perderla, tampoco quería que otras personas salieran heridas por tener cierto apellido, ideología o sangre.

Trató de paladear unas palabras que no alcanzaron a ser pronunciadas. Bajó la mirada, cansada. Era demasiado en lo que pensar, y no podía negar que tenía su punto. Alzó la mirada, observándolo en silencio, frunciendo el ceño ligeramente y negando con la cabeza cuando hubo terminado de hablar, no habiendo querido interrumpirlo con anterioridad. —Solo estoy preocupada— habló entonces ella —, no has salido a la calle, pero yo sí. La gente se ha vuelto loca, mira hacia todos lados como si pudierais aparecer alguno en cualquier momento. Televisan vuestras caras constantemente— soltó un sonoro bufido y dejó caer las manos sobre sus piernas, pellizcándose los muslos a la par que se mordisqueaba el labio inferior. —Entiendo que no quieras estar siempre aquí encerrado… solo… no pongas en riesgo a los demás por querer demostrar que puedes hacer las cosas por ti mismo— pidió hundiendo los hombros cuando suspiró. —Tengo libros de Transformaciones en casa, y puedo sacar algún libro sobre animagia de la biblioteca— arrugó los labios después de hablar. Ella también había querido liberarse de su madre, la diferencia era que ella no ponía a nadie en peligro escapándose de casa, él era una especie de bomba de relojería. —Come algo más— agregó empujando con un dedo uno de los platos en su dirección. Ni siquiera sabía como iba a explicar tener que pasar más tiempo fuera del loft controlado que todo saliera bien con el proceso.
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Kendrick O. Black
Fugitivo
No quiero darle la razón, pero sé que la tiene. El norte no es lo mismo que el sur y las personas estarán al pendiente de cualquier actitud sospechosa, pero no hay nada que pueda hacer para evitarlo. Si vamos al caso, ¿qué es la vida sin un poco de riesgo, en especial cuando tu única opción es tomarlo? No conozco NeoPanem a excepción de lo que he oído y sé perfectamente que eso no es suficiente, lo que me lleva a la incómoda resolución de que necesito que alguien me ayude. No quiero pedirlo tan explícitamente, en especial porque todavía tengo la pequeña confianza de que tal vez pueda hacerlo solo, pero si algún día necesito formar un equipo, me gustaría contar con ella. Solo por si las dudas.

Lo sé, lo he visto. Si debo recordarte, uno de mis entretenimientos aquí es pasarme la tarde viendo la televisión y me he perdido la mitad de la trama de XoXo algo de estos días porque me distrae que pasen nuestras caras a un costado cada media hora — no parece ser una trama compleja y tampoco me interesa demasiado, pero no sería una mala distracción si no fuese por los cartelitos que interrumpen y me recuerdan que no importa cuántos canales pase, siempre acabaré viendo lo mismo — No lo haré — prometo, pero sé que son palabras vacías. ¿No la estoy arriesgando a ella ahora mismo estando escondido en su departamento? ¿No somos un enorme riesgo que puede salir muy mal? Me sonrío cuando cede, sé que le estoy pidiendo demasiado e incluso cuando estoy convirtiendo su lugar en un desastre, ella accede. No tengo idea de sus motivos, prefiero pensar que son solo buenos. Me bajo de mi asiento y me acerco a ella, llevando conmigo el plato que ha empujado en mi dirección para poder poner una mano en su espalda — No quiero que te preocupes — bajo el tono de mi voz y apoyo el platito frente a ambos, usándolo de excusa para no mirarla — Solo… quiero ser útil, ¿sabes? En especial después de… — dejo caer la mano y siento que se me cierra la garganta, así que carraspeo — Ya sabes, Ferdia murió por mi culpa y no quiero dejar que esas cosas pasen de nuevo. Es solo… no — sé que no seré de mucha ayuda, pero haré lo que me pidan llegado el momento. Al menos, después de solucionar algunos problemas personales que no espero que nadie más comprenda.

Pellizco el bizcocho y recargo los codos en la isla, haciendo que me incline un poco y mastique con lentitud hasta que le sonrío de mala gana — Jamás voy a poder pagarte por todo lo que hiciste por mí — confieso, tratando de hablar un poquito más firme — Eres genial, Lea. Solo tienes que gruñir un poco menos y dejar de lucir todo el tiempo como si tu frente fuese un acordeón — tras la broma, me meto lo que queda del bizcocho en la boca y sonrío con los labios apretados, esperando que no tenga que correrme rápido si decide golpearme.
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V. Ileana Jensen
Se rascó la frente, negando con la cabeza cuando le contó lo que había estado haciendo los días previos a su visita; lo cierto era que había preferido mantenerse alejada del apartamento pasando tiempo con el resto de la Red, visitando de tanto en tanto el Capitolio, incluso su propia casa para ver como ‘estaba’ su madre. Tanto que no pensó lo que podría hacer él durante el tiempo que tuviera que mantenerse allí escondido. Incluso podría haberle llevado un par de libros, de no ser por lo caótico que estaba tornándose todo a su alrededor. Ni siquiera tenía la menor idea del puesto que había asumido su madre hasta que regresó a casa y supo de ello. —Haz una lista de lo que quieres que traiga para entretenerte— concedió después de unos segundos, tomando el vaso de zumo con la diestra y bebiendo de éste. Ella no podía estar quieta en un sitio más de un par de minutos por lo que su comportamiento habría sido el de un fiera encerrada; él, por su parte, parecía entretenido en el exterior, toqueteando todo lo que había a su alrededor y que le era nuevo.

Arqueó una ceja cuando se acercó a ella, siguiéndolo con la mirada durante todo el recorrido. Rodó los ojos, chasqueando la lengua contra la mejilla. —Eres una constante preocupación, no pidas imposibles— se quejó. Realmente lo era. Tenerlo allí solo era una preocupación más. En diversas ocasiones había aparecido en su mente la idea de decirle al resto de miembros donde se encontraba, poder quitarse, aunque solo fuera levemente, el peso que ella misma había colocado sobre sus hombros. Pero, por una vez, no quería compartir el peso con los demás, no sabiendo cuál podía ser el actuar de ellos en relación a Kendrick.

Ser útil era algo complicado. Nadie era imprescindible o útil por completo. —Ferdia tenía sus ideales— contestó dejando el vaso sobre la isla, después de girarlo por demasiado tiempo entre sus manos —, es algo que ha estado pasando por mucho tiempo, incluso antes de— no terminó la frase puesto que lo señaló de arriba a abajo con una mano. No era el causante del mal que residía en el país, otra persona lo era. Todos estaban tomando decisiones complicadas; algunas de ellas les costaban la vida, pero todo el mundo era libre de tomar las mismas.

Giró el rostro hacia él, observando su perfil durante unos instantes antes de reír. —¿Crees que tengo un corazón tan grande?— preguntó empujándolo con el hombro —Cuando todo esto se solucione y tengas un trabajo en condiciones te cobraré todos los gastos que me estás ocasionando— advirtió con una sonrisa divertida en los labios. Ella sacaba el dinero, pero aquella era otra historia, obviamente. Una risa rasgó su garganta. Con aquella frase acababa de recordarle a Locki, aquel idiota siempre tenía algo con lo que molestarla y hacer que mostrara la misma expresión. —No tengas tanta confianza— dijo colocando la palma de la mano contra su rostro y alejándolo de ella. —Me van a salir arrugas por tu culpa, y seguro que alguna cana del estrés por no saber si quemarás el apartamento mientras no estoy— rodó los ojos, alejando la mano de él y retirando, en el camino, lo que parecía un trozo de fruta que aún estaba atorada en su cabello.
V. Ileana Jensen
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Kendrick O. Black
Fugitivo
Sé muy bien que Ferdia tenía sus propios pensamientos formados, siempre se había oído como una persona con palabras claras y planes cargados de decisión. Eso no quiere decir que no me sienta culpable por lo que ha pasado, él tuvo su oportunidad de escapar y decidió que valía más mi vida que la suya, en un salto que no estoy seguro de que yo hubiera dado. Hay algo mucho más grande que yo, también soy consciente de eso y ha empezado tiempo antes de que yo siquiera esté en planes de nacimiento, pero siento que me han lanzado de lleno a un tablero sin explicarme las reglas del juego. Supongo que tendré que ir haciéndome las mías propias.

El pequeño empujoncito que me propina hace que tenga que cuidar que no se me pase la comida para el otro lado, pero también me mantiene lejos de contestar hasta tragar — Algún día seré millonario y rogarás por mi compañía, ya lo verás. Yo seré quien te alimente a ti — es pura ironía, creo que los dos tenemos bien en claro que yo jamás podré tener siquiera un trabajo básico al menos que el gobierno se olvide completamente de mí y eso es algo que nunca va a suceder. La fracción de segundo en la cual ella pone mi mano en la cara me toma con el estúpido impulso de querer lamerle la palma para molestar, pero me aparta antes de que pueda decidirme y deja en evidencia el nivel de burla que tengo saliendo por todos mis poros — Te agrado, no finjas que no — levanto los ojos en un intento de seguir con la mirada la fruta que aparta del camino, pero no planeo que sea una distracción a lo que estoy diciendo — Dices que solo quieres chequear que no he quemado el apartamento, pero solo estás tratando de encontrarme en calzoncillos en tu cocina — me encojo de hombros como si fuese una verdad absoluta, aunque por las dudas levanto las manos para detener cualquier ataque que pueda venir de su parte — Si sirve de algo, solo estoy bromeando. No creo que tú quieras… ya sabes, esas cosas. Bueno, no estoy diciendo que no te interesen esas cosas, solo… ay por favor, Kendrick, eres patético no conmigo. Tú entiendes — ¿Cómo aclararle a alguien que no la ves como alguien asexual sin perder en el intento? Allá voy.

Me rasco la panza, en parte porque me encuentro satisfecho por haber comido algo que sabía delicioso y por otro lado porque es bueno tener la excusa de mostrarme distraído — Entoooonces… — cambio de tema, rápido — Tenemos un trato, entonces. Estaré esperando los libros de transformación y veremos cómo resulta. Con un poco de suerte, no tendrás que soportarme aquí dentro por mucho tiempo más — y aunque aquí estoy seguro, no puedo evitar sentirme mínimamente emocionado. Jamás se le dice que no a un nuevo desafío y los que pueden terminar desastrosamente son mi especialidad.
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V. Ileana Jensen
A  veces era complicado respetar las decisiones de los demás, pero había que hacerlo. Cada persona tenía una manera de pensar, una de hablar y actuar, pero nadie tenía derecho a hacerlo cambiar por mucho que no le gustaran los mismos. Suspiró, estirando los brazos al frente. Había ocasiones en las que se cansaba de tener que ser ‘mayor’ y le hubiera gustado poder actuar como el resto de amigas ricas que tenía en el Capitolio, vivir una vida despreocupada y segura. Pues que, obviamente, mantener escondido en casa a una persona buscada por todo el país no era la mejor de las ideas, y mucho menos por no ser cualquier persona. Por capturar al resto seguramente se arriesgarían pero, ¿a cuántas personas dejarían morir, o matarían, por él? El mero hecho de pensar en ello la preocupaba; otra preocupación más que mantener en su cabeza.

Lo observó de reojo, esbozando una pequeña e involuntaria sonrisa a la par que negó con la cabeza, divertida. —Creo que moriré de vieja esperado a que llegue ese momento— se burló de él. Era bastante obvio quien era la persona capacitada para alimentar al otro; y, por desgracia, ambos sabían de ello. Escondió el rostro contrario con la mano durante unos segundos, alejándola de él cuando se hubo dado por satisfecha. Había algo que no podía negar, y era su grado de ingenuidad. Confiando en los demás sin pensarlo demasiado; cuando ella misma había preferido mantenerse alejada del loft durante el tiempo que ellos acabaron por ocupar cada pequeño espacio libre. Rodó los ojos, tomando el vaso y bebiendo lentamente aunque no esperando unas palabras que la atragantaron. Separó el vaso de sus labios, tratando de tragar pero viéndose presa de un ataque de tos que hizo que parte del zumo saliera por su nariz. Lo dejó a un lado, tomando una servilleta y tratando de limpiarse entre toses. —Tú…— alcanzó a mascullar con un dolor molesto justo detrás de la nariz. —Guau— pronunció frotándose la nariz con la servilleta, carraspeó en un intento de deshacer la desagradable sensación que se había instaurado en su garganta. Tosió nuevamente, golpeándole en la frente con un dedo en plena frente como castigo. —Estás demasiado por debajo de mis estándares, así que ni lo pienses—.

Se levantó de la silla, tomando lo restante del desayuno y comenzando a guardarlo para que lo terminara en otro momento. No iba a estar siempre trayéndolo cosas como aquellas, por lo que debía de ser cuidadoso y tomárselo con calma. Asintió ligeramente con la cabeza, alejándose de él y guardando todo en uno de los armarios. —Probablemente acabes convirtiéndote en una pulga— se burló de él. ¿No decían que tenía que ver la personalidad de cada uno? Él, definitivamente, era una molestia tan grande como ellas. Se giró hacia él, revolviéndole el pelo cuando pasó por su lado de camino al comedor. —Ahora revisaré el resto de la casa— anunció con una amplia sonrisa. —, y te traeré los libros en un par de días para que los leas, me des una lista de lo que necesitas y organices cuando comenzarás— dijo apoyando las manos en el marco de la puerta y asomado solo la cabeza desde el otro lado.
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Kendrick O. Black
Fugitivo
Por un momento pienso que se va a atragantar y me pregunto si debería hacer algo, tengo el impulso de darle un golpecito en la espalda pero se queda solo en eso, un impulso. Es que la manera en la cual ha tomado mis palabras hace que me ponga pálido y abro tanto los ojos que estoy seguro de que puede ver el espanto cruzando por ellos — ¡No, yo no dije eso! No quise… no creí que tú y yo… — la señalo, me señalo y me doy una palmada en la frente — No quiero decir que seas fea, para nada, solo… no — ya, mejor me callo. Además, ella me da un pique en la frente que me echa un poco hacia atrás acompañado de unas palabras que me hacen fruncir un poco el ceño con una torcida de boca que reconozco como un puchero. ¿Me ha llamado feo en toda la cara o soy yo? Casi sin darme cuenta, me toco las orejas. ¿Será porque son muy grandes, porque soy bajito, porque mis cachetes son raros y parecen inflados? Ya, no importa, ni que ella estuviera tan carita.

Dejo que se lleve las cosas, no me interesa demasiado el comer ahora que tengo una lista a completar que es mucho más importante que zamparme lo que encuentre. Resoplo por su acusación de que seré una pulga fastidiosa y juro que estoy por contestar, pero la caricia en mi pelo hace que desarme la postura a una mucho menos defensiva. Odio que la gente haga eso, no debería ser tan blando y fácil de comprar — Ten cuidado de no espantarte con la ropa que he puesto a lavar, no sea cosa que veas un calzón y te pongas a gritar — me mofo, alzando un poco la voz para que pueda escucharme. Le sonrío a su cabeza asomándose, olvidándome del bajón de hace dos minutos — Es un buen plan. ¿Ves? Podemos entendernos cuando tú quieres — me llevo un dedo a la sien y le doy unos golpecitos como si así pudiese señalar que es todo mental y que en realidad solo me discute por puro deporte. Le guste o no, somos un equipo y desde que decidió meterme en su casa, estamos juntos en esto.
Kendrick O. Black
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