The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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It's only chaos | Hans
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Recuerdo del primer mensaje :

Estoy tan distraída que retraso mi partida del taller para poder acabar con un detalle que ha consumido dos horas de mi tiempo, cuando en días regulares no me lleva más de treinta minutos. Me deshago de la expresión abatida de mi rostro al pasar una mano sobre mis párpados cerrados, cuento hasta diez para que la frustración no se convierta en rabia inadecuada hacia otro de los mecánicos que me pregunta si me siento bien. Pierdo el sentido del orden de los números, no acabo la cuenta. Mascullo una respuesta que lo mantiene en la distancia que corresponde. Me reconozco taciturna, con mi mente atravesada por pensamientos de otros lugares y otras personas, pero nadie podría decir que me comporto diferente a otros días. Mi ensimismamiento me caracteriza, ignoro a la mayoría que se despide cuando llega la hora y simulo seguir trabajando en lo mío. Cuando abandono los guantes todavía quedan dos o tres mecánicos en el lugar, y me demoro unos minutos hasta salir al pasillo donde llamo al ascensor. Mi mirada está puesta en la puerta, así que cuando se abre choca de lleno con el rostro de Hans, pese a que hay otra cara en el reducido espacio. Que no me pregunten dentro de diez minutos, porque ni siquiera podré decir de qué color era el traje de la mujer. Entro al ascensor y me recargo en el fondo, con mis manos entrelazadas a mi espalda, ubicándome detrás de los otros dos ocupantes.

Los segundos que tarda en descender a los siguientes pisos se prolongan demasiado. La mujer baja en uno de los últimos, así que supongo que es de esas secretarias que solo vuelven a su casa a dormir y se levantan al cabo de cuatro horas para ordenar la agenda de su jefe. A su favor, diré que mi semblante se ve más cansado que el suyo. Recobro un poco de ánimo al dar un paso para quedar de pie al lado de Hans y mirarlo con una media sonrisa de lado al tiempo que la puerta se abre al vestíbulo. Tengo una sensación de deja vú que me hace preguntar: —¿Tu casa o la mía?—. Pero no tengo la menor intención de volver a poner un pie en el muelle de la Isla Ministerial esta noche, y de poder evitarlo, tampoco en otras. —Tendrá que ser la mía— tomo la decisión por los dos, no me puede discutir de que es la mejor de todas las opciones. Mis vecinos no tienen tanta fama como los suyos, así que los rumores en mi edificio no prosperarán más allá del corredor compartido y una vez que crucemos la puerta, todo el espacio se reduce a nosotros. Eso es lo que me gusta de mi casa, ese espacio es absolutamente mío, como lo son pocos sitios en NeoPanem.
Anonymous
Invitado
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Mis dientes chocan con fuerza al cerrar mi mandíbula para no maldecir a su concepto de evolución. Esto no es una estúpida evolución, es lo más primario que viene sucediendo desde el inicio de los tiempos, el choque constante entre dos clases y que nos tiene aquí peleando por tener posturas rivales. Mi rostro se endurece, me armo para el combate y sus opiniones que diferirán de las mías porque no puede ser de otra forma, por más que tomo los recaudos no puedo verlo como un enemigo. Trago con fuerza para hacer pasar el nudo que se me formó en la garganta, enojada porque mi coraza se resquebraje cuando tengo que cuestionarme todo lo que sé y todo lo creo saber de él. Pestañeo con la vista puesta en el techo, trato de limpiar mi mirada de las emociones que no dejan de contradecirse, porque en medio de la rabia me embarga la angustia de que él solo está haciendo lo que debe hacer y que no hay modo de que lo juzgue por poner a Meerah por delante de todo, es un sentimiento que respeto, lo único que está haciendo es protegerla. Me marea tratar de mirar todo esto desde distintas posiciones, analizar el tablero desde cada lado, tengo que sujetarme la frente con una mano cuando bajo mi vaso de vodka.

No puedes confiar en mí…— murmuro por debajo de su tono de voz, lo acuso por su idiotez, como si así quisiera devolverle el sentido común y hacerle ver lo inútil que es continuar respondiendo a su orden con una lealtad nunca real a sus principios. Siempre respondí a él, pero nunca a todo aquello en lo que cree. Se quiebra mi expresión y reprimo un gemido, golpeo la mesada con la palma de mi mano y me pongo inmediatamente de pie. —¡Yo estoy traicionando todo en lo que creo! Porque no debería estar guardando tus secretos, no debería estar callando lo que sé de este chico—  me exaspero. —Cuando sé que hay personas que piensan así como yo, que si se enteran que hay un Black también querrían encontrarlo—. Para tratarlo como un héroe y usarlo como una herramienta para sus propios propósitos de oposición a los Niniadis, nadie en este juego es noble. Cierro mis ojos, meneo mi cabeza de un lado al otro. —No debería estar excusándote todo el tiempo en mi mente. No debería hacerme una idea de ti que nada tiene que ver con el ministro de los Niniadis, porque el golpe con la realidad será demasiado duro— arrastro los dedos por los mechones de mi cabello, tirándolos hacia atrás. Separo mis labios sin articular palabra, suelto un suspiro antes de preguntar: —¿Meerah no te lo perdonaría?—. Yo sé que si todavía no lo he traicionado es porque simplemente no puedo, y no estoy actuando como debería, mi lealtad ha perdido su dirección.

Este chico no es la única causa perdida por la que estoy luchando, también hay otras, un montón. Quizás me gusta de manera dañina para mí misma todo lo que no podrá ser. Percibo el efecto que el alcohol tuvo en él y lo sigo hasta la ventana con pasos más lentos, sostengo su brazo cuando me paro a su lado. —No haré algo solo porque se supone que alguien tenga que hacerlo, ¿para salvarlo de un mal mayor? ¿Por mí seguridad? Mi seguridad no vale, la pongo en riesgo todo el tiempo, y los imprudentes tenemos escrito un destino que nos encontrará más tarde o más temprano— digo con desanimo, tiro de su brazo para arrastrarlo al sillón y alejarlo del marco de la ventana. La escena posible de tenerlo gritando borracho en las escaleras de emergencia me pone alerta, no quiero dar material a los vecinos. Presiono su hombro para hacerlo sentar y recupero la posesión de la botella al acomodarme en el borde de la mesa baja de la sala, así quedamos de frente una vez más. —Eres un estúpido y yo también lo soy por continuar este trato. No puedes involucrarme en cosas en las que terminaré actuando por mi cuenta y tal vez esté a un paso de hacer algo que no podrás perdonarme. Y si te soy inútil a tus intereses, ¿por qué no solo dejarlo?— estoy tratando de razonar con alguien que se bajó varios centímetros de vodka y suspiro al saber que es en vano. Me llevo la botella a los labios y al recuperarme del ardor, se la vuelvo a pasar. La muevo delante de su rostro para que la tome. —No creo que estés lo suficientemente ebrio como para creer que el matrimonio pudiera ser una mejor opción alguna vez—. Pero si esta charla no resulta, tal vez mañana no recuerde nada a partir de su reacción al ver el anillo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Intento que no se me note tanto el sarcasmo cuando asegura que no puedo confiar en ella, porque tristemente me he dado cuenta de eso solito. Lo que no me espero es su explosión, una que siempre supe que llegaría, pero que jamás pensé que nos encontraría a los gritos en su sala de estar en medio de la noche — ¡Lo haces porque me lo debes! — ¿Acaso es tan complicado de comprender? No me importa que me excuse, no quiero pensar en cuál es la imagen que se ha creado de mí a pesar de saber quien soy, porque eso hará que me cuestione yo mismo la idea que me he hecho sobre ella. Sacudo la cabeza y la mano en un intento de que me ignore en lo que suelto sobre Meerah, no tiene sentido ni pretendo que lo tenga. No hago más que entrelazar destinos que no deberían haberse cruzado, mezclar ideas que solo oscurecen lo que debería estar claro. Solo complicados lo que tendría que ser sencillo. Si ella se revelaba, si se movía de la línea que yo había trazado para ella, ponerla en su lugar iba a ser muy fácil. Me doy cuenta que ahora no lo es y me he golpeado con mi propia pared.

El toque de su mano en mi brazo hace que gire el rostro hacia ella, buscando sus ojos en una altura cercana a mi hombro. Lo que comprendo de lo que dice es que está aceptando su condena si eso le deja la conciencia tranquila y siento el impulso de insultarla, afirmar que no sabe usar su razón y que solo debe retractarse de los últimos diez minutos — No salvas a nadie, solo condenas al doble — suelto de forma queda. No me doy cuenta de que me arrastra hasta el sofá hasta que me estoy sentando y noto lo cansadas que tengo las piernas. Mis dedos se abren y cierran ante la ausencia de la botella y no sé cómo hago para manterle la mirada — Porque no es tan sencillo — no puede cometer un error y desligarse cuando se le dé la gana. Hay cuestiones más profundas que esto, más grandes que nosotros dos. Solo dejo de mirarla cuando sacude la botella frente a mi cara y la atrapo con una mano perezosa. Apenas le sonrío con irónica risa por lo último que dice, pero no respondo por estar dando un trago más pequeño. Ya no le siento demasiado el sabor — Meerah no me lo perdonaría — retomo, atribuyendo al silencio y los minutos el factor de que he tenido que formular una respuesta coherente y sincera — Y yo tampoco. No puedo… — bien, hace mucho que no hago esto así que creo que se delata en mi modo de echar los ojos hacia arriba y bufar. Me acomodo un poco más derecho y me doy cuenta de que balbuceo un poco al hablar — No quiero entregarte. No quiero firmar una sentencia de traición contra tu persona ni tampoco quiero que alguien más lo haga. No podría… tú sabes — con un mohín, doy un golpeteo con los dedos en la botella y planto ahí toda mi atención visual, como si de esa manera fuese más fácil el hablar — No creo poder soportar que te ejecuten y no hacer nada al respecto — listo. Viniendo de mí, que lo tome como una muestra de un intento de afecto.

Levanto la botella para ponerla a la altura de mis ojos para medir cuánto líquido le queda en su interior y doy otro trago — Me agradas más de lo que es sano admitir, Scott. Y lo único que haces es jalar la cuerda con total impunidad y joderme la vida. Quiero que las cosas salgan bien, de veras, pero sé el precio que debo pagar por ello. Un chico que no conozco parece un buen negocio si puedo conservar todo lo demás. Es obvio que tú prefieres perder la cabeza en lugar de tu alma y eso es algo que yo no puedo comprender — una vez escuché por ahí que los abogados no tenemos alma, lo cual se me hizo gracioso. Ahora que lo pienso, puede que tenga cierto grado de verdad. No me considero una mala persona, pero sé que estoy más allá del bien o del mal. Me atrevo a alzar el rostro una vez más en su dirección y aparto un mechón que ha caído entre mis ojos, tratando de dar la imagen menos ebria que soy capaz — Sabes que solo estás postergando lo inevitable — susurro. Porque ese chico va a ser encontrado. Van a torturarlo para sacarle cualquier información que sea útil y luego será descartado como un trozo de carne. Lo sé porque lo he visto, he aceptado esas acciones, aprobé varias de ellas. Y si ella decide caer con y por él… no puedo hacer nada para evitarlo.
Hans M. Powell
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Invitado
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¡Ya no se trata de lo que te debo!— alzo mi voz con la vista vuelta hacia el techo, buscando a mi capacidad de discernimiento. Después de soltar esas palabras, encuentro el aire en mis pulmones para volver a respirar con normalidad, como si hubiera dado por fin con la superficie y soy libre de esa sensación de ahogo. Pero lo que digo tendrá más sentido para mí de lo que puedo esperar que tenga para él, a quien creo más confundido con cada minuto que pasa y con cada cuota de alcohol que se sirve. Sus ideas siguen sonando firmes a pesar de esto, son ciertas y me pesan. Es una condena doble, ¿en serio puedo aceptarla? Hasta ahora no había materializado mis pensamientos de manera verbal, queda un trecho para que se vuelvan actos y llegado el momento tendré que ver si soy capaz de dar ese paso. No, no es sencillo tampoco para mí. Es solo que me cansé de mentirme cuando tengo la mente bien puesta en lo que debo hacer, sé bien que es lo que me conviene cuando mi carácter se enfría, pero sigue siendo un engaño si cuando aflora mi temperamento rompo con esa norma. Haría cosas para las que no puedo tener la esperanza de un segundo perdón. No lo merecería, tampoco lo querría. Son muchas otras cosas las que ahora están en medio, y más que su perdón, querría que pudiera entenderme.

El suspiro que sale de mis labios se lleva todo el aire de mi pecho y se quiebra en un gemido, está lo suficientemente borracho como para decir tonterías de otro tipo. Trago saliva dolorosamente, mi expresión se contrae por el pesar que siento hacia él y me arrastro a su lado. Me deshago de los zapatos para subir los pies al borde y me echo hacia atrás en el respaldo, no me quiero perder detalle del perfil de su rostro mientras sigue hablando. Un peso extraño me hunde en el sillón, busco con mi mano los mechones de su nuca para un gesto de vano consuelo por esos pensamientos que lo perturban por mi culpa. Tengo que darle toda la razón cuando dice que solo estamos postergando lo inevitable, una vez más. Hago girar su rostro hacia mí con mi otra mano para me mire al incorporarme un poco del sillón. —Los dos lo hacemos desde un principio— le aclaro. —Simpatizo con esclavos y rebeldes, me siento más a gusto en el norte de lo que nunca me sentiré en el ministerio, odio que nazcan personas con un destino de esclavos o de marginados, y te odiaría si tienes que asesinar a un chico de quince años, porque… no eres esa persona para mí— murmuro con la voz raposa. —Me agradas más de lo que puedo hacerme responsable, Hans— susurro al unir nuestras frentes y respirar sobre su boca. Me sostengo de su nuca, acaricio su pelo con una ternura que se aprovecha de su estado de ebriedad, de todas maneras no lo recordará al despertar. Lo recuesto contra el respaldo y peino con caricias lentas los mechones de su frente para calmar sus pensamientos, me inclino apenas sobre su mandíbula para presionar mis labios. —Lo siento.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Entonces de qué se trata ahora? Realmente espero que me lo explique, me encojo de hombros y alzo las manos de un modo algo frenético en demanda de una respuesta un poco más clara. Entre ella y yo la deuda fue algo que siempre flotó entre nosotros como un tercer individuo, nos condicionaba y envolvía limitando la manera en la cual nos relacionabamos uno con el otro. Sin eso, no sé en qué punto nos encontramos. No sé por qué digo las cosas que digo y cómo las dejo salir. No sé por qué no me marcho y busco la respuesta en la calma de la soledad que me permite mi enorme habitación. Tengo que continuar con lo que comencé, aunque ella se niegue a ayudar, aunque el camino se haya vuelto empinado y rocoso.

Las caricias en primer momento me producen el rechazo de la urgencia por la distancia, pero pronto me rindo a ellas. No soy bueno diciéndole que no a su tacto hace meses, cuando se me ocurrió la sorpresiva idea de que podría mezclar negocios con placer y salir airoso de ello. En mi defensa, siempre fui exitoso en esa tarea, pero como siempre, Scott sabe marcar la diferencia. Me siento reacio a mirarla, pero acabo dejando que guíe mi rostro en dirección al suyo y tengo que parpadear para ser capaz de ver mejor sus ojos en la cercanía. Hay algo en todo lo que dice que me afecta, que me produce una sacudida desagradable y tardo en reconocer que es una especie de sutil dolor, similar a la sensación de una cubeta helada. Debe ser por eso que me trago la broma muy digna de mí sobre que sabía que le gustaba y, en su lugar, solo dejo salir otro tipo de palabras muy diferentes — Jamás te mentí sobre quién soy — Porque siempre estuvo claro. Puedo tener una vida personal, contarle mis secretos y compartirle la cama, pero nunca escondí mis ideales, jamás dejé de convertirme en ministro cada vez que cruzaba la puerta. Me conoció en un tribunal y eso es lo que he sido desde entonces. Si ella decidió ignorarlo, tal y como yo busqué empujar la idea de quién es ella, es otro tema.

Pero respirar en sus labios se siente bien, tanto como las caricias que me peinan y me acomodan sobre un sofá mucho más cómodo de lo que recuerdo. No sé qué me pesa más, si el beso en mi piel o las palabras que chocan contra ella. Aún sostengo la botella contra una de mis piernas cuando levanto la mano que tengo libre y acaricio algunos mechones de su cabello, echándolos hacia atrás sobre su hombro — Me gusta tu pelo así — es un comentario al azar, un cumplido tan simple que parece que se lo he dicho en medio de los pasillos de la oficina tras un largo tiempo sin vernos. Pero aquí suena como un secreto, un poco bajo, perdiéndose entre las paredes. Paso algo de saliva y acomodo mi cabeza en el respaldar para poder verla mejor — Si tanto odias todo esto… ¿Por qué no te mudas al norte? Lidiarías un poco menos con la hipocresía — yo no tendría que verla seguido y recordarme lo bajo que he caído. Acaricio distraídamente su cuello, hasta que dejo caer la mano sobre mi propio pecho — Si no vas a ayudarme, al menos dime cómo luce. Encontraré el modo de dejar pasar esto como algo entre nosotros y no voy a informarlo. Voy a encontrarlo por mi cuenta — eso es todo, no quiero debatir más del tema. Porque sé que, de hacerlo, encontraré mil razones para convencerme de que me estoy equivocando y que debería llamar a mi mejor amigo para informarle que tengo una mujer dispuesta a ocupar una de sus celdas. En un movimiento rápido, me inclino lo suficiente para buscar sus labios. Los encuentro en un beso suave, que se prolonga unos segundos en los cuales mi boca se mueve sobre la suya con la gentileza de la melancolía. Para cuando me aparto, esquivo su mirada y me toco los labios con los nudillos como si así pudiera borrar ese gesto a pesar de haber sido una decisión propia — Te odio — murmuro nomas. Y lo hago, de alguna manera. Algo me dice que ella lo entiende.
Hans M. Powell
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Invitado
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No me mintió, todo lo contrario… Si me hubiera quedado con esa primera impresión del juez Powell, en vez de alargar nuestro trato por años, si no conociera de él más de lo que vi en aquel entonces, podría pensarlo como alguien que no hace más que cumplir con su deber y que para mí es injusto. Se ha complicado todo desde entonces, que pese a nuestras opiniones en oposición, estamos tan cerca que respiramos del otro y nuestra conversación tiene de esos paréntesis en que mi disculpa por todo lo que estoy causándole, se cruza con un comentario suyo sobre algo que le gusta de mí. Por estas cosas es que puedo tan fácil desplazar su autoridad como ministro y pensar en él sin ese traje, sin ningún traje. Me engaño al creer que he llegado a conocerlo. Mis dedos se detienen por un largo segundo sobre su frente, rozando su pelo, y no hago otra cosa más que mirarme en sus ojos. —El plan es irme al norte— murmuro lentamente, lo digo como un suspiro entre los dos que puede perderse en el aire, puede que no llegue a tomar la forma de algo real, pero lo traigo para colocarlo entre nosotros. —Rompamos nuestro trato, no seguiré respondiendo a la deuda. No haré cosas por las que no puedas perdonarme y tengas que condenarme a vista de los demás. Si me voy al norte…— entonces no seguirá siendo responsable de mi suerte, y no tendré que mentirle, como cuando me pide que describa al chico del mercado. Niego con cansancio moviendo mi cabeza y se aclara mi mirada por la disculpa que está escrita en todo mi rostro. —No puedo hacerlo. Él está luchando sus propias batallas en el norte, tratando de ser noble y honesto por otros chicos en su misma situación. No puedo entregártelo— musito. Lo siento, tanto.

Cargo el beso de todo mi arrepentimiento por haber llevado las cosas hasta este punto, en que mis labios responden con el anhelo de que el contacto no se rompa y toman en un asalto de segundos todo lo que pueden. Sigo mirándome en él cuando me dice que me odia y no voy mentirme sobre la punzada que me provoca, en cómo al escucharlo pienso en todas las veces en que nos buscamos con deseo y no hubo odio. Si pretende alejarme con eso o herirme de algún modo, me sobrepongo con una actitud desafiante. —No me odias de la manera en la que deberías— contesto pidiendo que lo reconozca. Paso una pierna por encima de las suyas para acomodarme en su regazo y separo sus dedos de la botella para soltarla suavemente en suelo, el vidrio no se rompe pero algo de su contenido se vuelca sobre la alfombra. Ni siquiera pienso en ello. Escondo mi rostro en la curva de su cuello y sigo con mi nariz una línea ascendente que llega hasta su oído. —Me odias por todo lo que te hago sentir— susurro, bajo mis manos por su camisa en un roce superficial. —No me odias porque sea una enemiga en esta partida, sino porque a pesar de ello todavía…— tanteo su resistencia con mis labios bajando por su mandíbula—quieres tenerme, de la manera en que da miedo.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mis labios se separan con la vaga intención de decir algo, pero las palabras no llegan a mi cerebro y no salen por mi boca. Que quiera irse al norte es algo que, dentro de todo, encuentro lógico. Allí, no tendrá que guardar las apariencias en la ciudad que más se diferencia de todo lo que ella proclama. Y, aunque lo he sugerido yo mismo hace segundos, que sea ella quien lo acepte en voz alta me genera un malestar desconocido. Ese que me impulsa a tomar su mano con algo de fuerza, pero no lo hago. No voy a pedirle que se quede, no tengo razones válidas para hacerlo, no dentro de mi lógica — ¿Y qué hago con el archivo que lleva tu nombre? — no espero que me responda, solo quiero que vea dónde se encuentra su falla. Soy la cabeza del poder judicial, pero aún así sé que hay alguien más fuerte que yo que alguna vez puede reclamar los permisos que me he tomado en beneficio. Los papeles no van a desaparecer por arte de magia, destruirlos sería una pena que mancharía mi moral. Esa que sé que no comparte en el instante en el cual niega con la cabeza y yo resoplo rendido — ¿Noble y honesto? Te debes haber equivocado de muchacho. No existe un Black noble y honesto — con esa broma de mala gana elimino el reproche. Porque sé que si sigo por ese lado, tendré que hacer algo que no me gusta. Ya encontraré el modo de solucionarlo, siempre lo hago. El único problema es… — Jamie va a matarme — es un suspiro de cansancio el que saca esas palabras de mí y me deja echarle un vistazo al techo. No solo es la queja a un jefe estricto, sino que con el humor de la ministra, nunca se sabe cuán metafórica puede ser esa oración.

Lo que afirma no es sorpresa, sé que mi odio no es real. Si así lo fuera, no tendría que estar reprimiendo un montón de impulsos que no tienen nada que ver con desearle el mal ni mucho menos. Lo que me toma por asalto es cómo se coloca encima de mí y me despoja de la botella, provocándome un cosquilleo estomacal al tener que levantar el mentón por el recorrido de sus labios. La manera que tengo de cerrar los ojos no es de goce, sino más bien es lo que me ayuda a contar hasta tres en el interior y tomar la fuerza necesaria para buscar las manos que me acarician, usando las mías para presionarlas y empujarlas hasta pegarlas a su pecho — No hagas eso — es la primera vez que rechazo su tacto y sé que no deseo hacerlo, pero aún así me esfuerzo en abrir los ojos y mirar por encima de su cabeza a algún punto perdido de la sala — El otro día, le dije toda la verdad a Phoebe. Sobre Cordelia y mi trabajo. ¿Y sabes qué? — hablar en murmullos me hace notar lo apagado de mi voz. Tengo que apretar un poco más el agarre de sus manos para no sentir que se me escapa — He visto el desprecio en cientos de miradas y jamás me ha importado, pero no creí verlo en ella. Es irónico que la persona por la cual he comenzado todo esto sea quien peor me ha juzgado, pero quizá todas esas personas tienen razón. Tal vez, sí soy despreciable. Eso explicaría muchas cosas — no me arrepiento de mis decisiones, pero la soledad de los años puede hablar por sí sola — Jamás he levantado una varita y he matado a alguien. Jamás torturé ni he disfrutado del dolor ajeno. Pero apruebo las leyes que lo permiten, firmo los papeles, he creado unas cuantas. Soy la cara de todo lo que dices detestar — el agarre de sus manos se me patina por los dedos cuando la suelto y busco su mirada, tratando de encontrar honestidad — Entonces dime… ¿Por qué no veo ese desprecio cuando me miras? ¿Por qué tú no me odias? — ¿Quién es quién desea tener al otro aunque esté mal, aunque dé miedo?

Es penoso saber la respuesta a eso. Mis manos caen sobre su cadera y trago con la fuerza suficiente como para mover la nuez — Si te vas al norte… — modulo con lentitud, formulando mejor la oración en mi cabeza a medida que la voy soltando — No vuelvas a aparecer en forma de un nombre en un archivo legal, es lo único que te pido. Pero siempre puedes quedarte — alzo uno de mis hombros como si fuese una opción que solo estoy lanzando al azar, pero aún así, me atrevo a sonreírle a medias. No es una sonrisa alegre, lo sé bien — Aún hay un piano que jamás pude mostrarte. Además, sé que me extrañarías — mis entrecejo se arruga cuando presiono la mandíbula y los labios en una falsa seriedad como si estuviese hablando de un hecho confirmado e incluso hago un movimiento afirmativo con la cabeza. Agradezco al vodka el poder hablar así sin tener un ápice de vergüenza, es más fácil llenar el fastidioso y extraño vacío que me hunde en un sofá como si simplemente quisiera fundirme allí por unas horas. Deprimente.
Hans M. Powell
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Déjalo donde está— susurro, quizás sea olvidado y acumule polvo con los años, tal vez algún día tenga que entregarlo con otros expedientes en manos de quien hará cumplir la condena de la que me libró, que sea el tiempo quien decida lo que ocurrirá con esa carpeta y el recuerdo que pueda quedar de lo que sucedió. Y también con la suerte del chico que mencionamos, quien podría ser poco más que un huérfano a quien el azar lo colocó en un lugar que nos lleva a pensar que es el hijo de Orion Black y puede que no sea otra cosa que una vida más de las perdidas en el norte. Toda esta charla montada sobre nada, haciéndonos mover en posiciones determinantes, y así como arrojo mi decisión de exiliarme, me provoca un miedo creciente que se cumpla lo que predice. —Ni siquiera lo digas— me enojo con él. Eso no sucederá, es un hombre de recursos y encontrará la manera de asegurar su lugar, si bien espero que nunca encuentre al heredero que teme la ministra, porque no quiero que de todos los finales posibles, ese se cumpla. De todos los casos que han pasado por el ministerio en estos años, de las sentencias que se han dictado, esta parece ser la que definirá mucho más que la consecución del poder de un gobierno arbitrario. Nos coloca a nosotros en una batalla personal que tiene lugar en esta sala, y otra vez no sé si hay ganadores o perdedores. Hace a un lado mis manos y me quedo donde estoy, espero inmóvil al gesto que me diga si debo apartarme o si debo insistir.

Lo que me dice me toma desprevenida, no creí que fuera a hablarme de su hermana y más que eso, que me contara sobre lo duro que ella lo había juzgado. De la misma forma en que dice que entregaría a un chico desconocido para su muerte si eso le asegura protección a Meerah, puedo entender que a veces las maneras que elegimos para cuidar de otros son reprobables por esas mismas personas. Ellos no piden tal sacrificio, si les consultáramos, tal vez nos sorprendería saber que no lo elegirían. Pienso decirle esto, pero contrario a lo que cabría esperar no me siento capaz de contribuir a su martirio. Como tiene mis manos retenidas me contengo de acariciar su cabello, me limito a escuchar en silencio el juicio que hace de sí mismo. Con cada palabra, más se acentúa mi angustia hacia él. Su pregunta al final me toma con la guardia baja y me siento inestable en mi posición. —Porque he visto otras cosas en ti, creo que he llegado a entenderte algunas veces...— vacilo. —No he podido despreciarte al conocerte, de todo lo que podría sentir, nunca hubo desprecio— Aparto mis ojos de él para colocarla en algún punto sobre su hombro. —No lo sé—. Creo que sí lo sé, pero no encuentro el modo de decirlo. Las palabras están ahí, atoradas en mi garganta, que se cierra al escuchar lo siguiente. Temo ahogarme en todo lo que no alcanzo a expresar. Sujeto su rostro con mis manos y sabiendo que podrá alejarme, insisto en tomar sus labios para un beso más hondo, ansioso de una respuesta. Porque sé que lo extrañaría, que no podría usar el recuerdo de este beso ni de los otros para imponerlos a la nostalgia, porque me dolería. —Si me voy al norte, espero olvidarte y que también me olvides. Si vuelves a ver mi nombre en algún expediente, solo ignóralo, que no te signifique nada — murmuro al separarme a la distancia de un suspiro. —Las personas que se marchan por propia decisión, pierden el derecho a echar de menos.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Mis ojos se abren en repentino asombro, porque de todas las cosas que podría decirme, no me esperaba alguna clase de entendimiento. No sé con exactitud qué es lo que eso me causa, pero puedo sentir un peso menos; ya he tenido demasiados prejuicios hacia mí en menos de una semana como para poder seguir acumulandolos y poder mantenerme indiferente. Me gustaría poder decir algo, pero solo atino a acariciar uno de sus brazos con suavidad como si eso fuese suficiente. Y voy a decirle que yo tampoco tengo idea de nada, pero mi voz no sale porque ella se toma la molestia de sujetar mi rostro y, aunque tengo la intención de echarme hacia atrás, solo queda en un vago amague. Me tenso al recibir su beso, uno que me obliga a cerrar los ojos con fuerza como si de esa manera pudiera oponerme, pero pierdo en cuestión de segundos. Le correspondo, obvio que lo hago, quedándome con ganas de más cuando ella se aleja y yo intento enfocarla en la cercanía — ¿Y que hay de los que nos quedamos? — pregunto en un murmullo — ¿Tenemos el derecho a extrañar?

Porque sé que la echaría de menos, a mí manera. Me he acostumbrado a ella, tal vez tanto que no he reparado en el nivel de importancia que le estoy dando. Pero ya demostré que no soy bueno fingiendo y no sé si es el alcohol o la necesidad, pero tomo su rostro entre mis manos y acaricio sus pómulos con mis pulgares — No te vayas— lo digo con una calma gentil, no es una súplica, tampoco lo veo como un reproche — Sé que dije hace un momento que serías más feliz allá, pero ... siempre puedes quedarte. Puedo solucionarlo, de alguna manera, pero quédate. No tienes que salir huyendo — ¿O sí? Estoy siendo egoísta, lo sé. La estoy empujando a quedarse solo porque estoy descubriendo que no quiero que se marche. Incluso aferro su cintura para estrecharla contra mí, usando su frente para recargar la mía — No sé lo que estamos haciendo ni creo que me importe mucho a estas alturas, pero es tu decisión. Supongo que sabes lo que te conviene — O no. Quizá solo está caminando a su suicidio porque cree que es lo correcto y yo solo dejaré que suceda. ¿Puedo dejarlo así?

Me relamo los labios que aún saben a ella y me muevo para dejar un beso sobre su frente, dejando que mi boca se recargue allí y me sea de soporte — ¿Puedo dormir contigo esta noche? — mis ojos buscan la silueta del anillo sobre la mesada, el cual se siente demasiado ruidoso incluso en el silencio del departamento — Ya sabes, solo dormir. No hay ánimos para... — ruedo los ojos con gracia y me aparto, dejándome caer otra vez contra el respaldo. Eso me deja apoyar la cabeza de tal manera que puedo ver el techo en todo su esplendor. Mi mano se siente pesada cuando la paso por mi rostro, tratando de despejarme un poco — Estoy agotado, Lara. De absolutamente todo. A veces solo quiero... — muevo mis manos con un "puf" para indicar una completa desaparición, como si eso fuese la solución a todos mis problemas. Como si así pudiese olvidar todo lo que nos complica algo tan simple como una emoción que pretendo que no sucede, en medio de un caos que acabará por ahogarnos.
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Deslizo mi pulgar por su mejilla con lentitud, alargando la caricia lo que tardo en hallar una respuesta. —Los que se quedan tienen derecho a olvidar, a seguir adelante con sus vidas — contesto arrastrando mi voz en un tono susurrado, me escucho como quien explica las reglas de un nuevo juego. Cuando en todo este tiempo no hemos hecho otra cosa que romper lo establecido, redifiniendo acuerdos, reescribiéndo reglas, para que aquello que dijimos que no debería suceder y sucedió, gozara de impunidad. Por eso estamos como estamos, en un medio abrazo, desencontrándonos en un beso que yo busco y al que se resiste, pero que lo consigo. Estamos más allá del fácil rechazo, cuando dijimos alguna vez que esto era algo que podíamos parar cuando quisieramos. ¿Podemos hacerlo? Porque al decirme que no me vaya, creo que mi última duda sobre si esto acabará sin consecuencias se desvanece.

Me reconozco capaz de cumplir con lo que digo, organizarme en dos o tres días, y simplemente marcharme. ¿Que no miraré sobre mi hombro para ver que dejo atrás? No puedo prometerlo, porque con lo orgullosos que somos, me conmueve que trate de convencerme y al final siga dejándome la opción de elegir. El alcohol tiene su efecto en él. Pienso en lo fácil que sería despertar mañana, fingir que no he dicho nada y ampararme en el olvido de la resaca. —¿Cómo se podría solucionar algo así, Hans? — inquiero. El mundo no cambiará mañana y a nuestro capricho, las razones que nos enfrentan seguirán estando vigentes, lo que nos cabe esperar del otro se tiene que ajustar a lo que podemos dar. Y lo que me pide es algo que está en mis posibilidades cumplir. —No pensaba dejarte ir a tu casa esta noche —. Sonrío un poco por su frase inconclusa, me retiro de su regazo para volver a mi lado del sillón. —Podrías desparticionarte por una mala aparición en tu estado — ¿Qué tanto había quedado en la botella de vodka? No hace falta hacer un gran cálculo, su resistencia deja que desear y por esta noche lo retiene aquí conmigo. Me quedo mirando el aire que revolvió con sus dedos al ilustrar cómo se siente con las cosas que lo superan. —Asi es como me siento en este momento — explico, por si le sirve para meditarlo. Es el hastío a las circunstancias del día a día lo que me incita a querer irme, no se imagina lo agotador que es para mi mente tener que vivir aquí. Recuesto mi cabeza en el sillón y volteo mi perfil hacia él, de nuevo paso mis dedos por su pelo por encima de la curva de su oreja. No digo nada, no llego a exteriorizar el pensamiento que me ronda, lo que hago es tomar su mano y ponerme de pie. —Ven.

Entrelazo nuestros dedos para un agarre firme porque no sé que tan bien podrá caminar con sus propios pies, el corto pasillo hasta mi habitación tiene una luz tenue y cuando llegamos puedo soltarlo. Entonces uso mis manos para pasarlas por debajo de las solapas del saco de su traje hasta sus hombros, para quitárselo de esta manera en que no necesito de su entera colaboración. —No te estoy desvistiendo — aclaro, —lo estoy salvando de las arrugas —. Lo coloco a medio doblar al borde de la mesa de luz que no tiene otra cosa que una lámpara. Me hago cargo de guiarlo hacia la cama, haciéndolo sentar antes de recostarlo sobre la sábanas hechas. Al tenderme a su lado, coloco mi mejilla contra la tela de su camisa y cruzo su cintura con un brazo. —¿Por qué... — mi voz se escucha extraña en la oscuridad del dormitorio, con mi rostro vuelto a su pecho —confias en mí después de todo lo que te dije como para querer dormir conmigo? —. Si es este de los momentos vulnerables que evitamos, y en lo que se supone que teníamos experiencia. Estamos a conciencia y a voluntad mostrándonos vulnerables, pero esta noche estamos a salvo.
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No voy a discutirle eso porque sé muy bien que soy perfectamente capaz de olvidarla, lo que me molesta es el preguntarme si deseo hacerlo y ni loco digo eso en voz alta; puede que me encuentre en un ataque de sinceridad suicida, pero también creo tener mis límites. Me cuesta unos segundos ordenar la lógica en mi cansada mente, aunque no estoy muy seguro de repasarla — Puedo modificar algunos datos. Al fin de cuentas, no tenemos testigos — o algo así, puedo pensarlo mejor en la mañana, porque en mi cabeza sonaba mejor de lo que lo hace cuando sale por mi boca. El calor de su peso se desvanece sin que me dé cuenta y tardo en seguirla con los ojos, sonriéndome de mala gana por ese comentario — Que galante — bromeo — Una vez me sucedió. No por ebrio, por inexperto. En una de mis primeras apariciones — la cara de desagrado que pongo deja bien en claro que fue una experiencia asquerosa y para el olvido. Por suerte, el hilo de la charla me permite el desviarme de los malos recuerdos y me deja observándola con extraña atención. No sé por qué, pero tengo el impulso de tocarla y, aún así, muevo mis dedos sobre mi panza sin estirarlos en su dirección — Lo lamento — digo simplemente. Lamento que se sienta así, lamento que todo sea complicado, lamento que se fuera de mis manos y también de las suyas. Lamento disfrutar de la nueva manía que tiene de tocarme el pelo y lamento tener fe ciega cuando tomo su mano para levantarme del sillón, encontrándome a gusto con la idea de ir directamente a su cama sin siquiera pensar en cenar. Pero más que todo, lamento no lamentarlo de veras.

No sé si el camino a su dormitorio se me hace largo o demasiado corto. Me encuentro de pie sin poder verla del todo bien y mis hombros se relajan al sentir como el peso del saco los abandona, otorgándole una sonrisa de labios apretados que se curva hacia uno de mis lados — Confío en que tienes buenas intenciones — murmuro con diversión, siendo consciente de que busco no perderme ningún detalle visual de sus movimientos en la oscuridad. No es hasta que estoy en la cama que muevo mis pies para descalzarme por completo y agradezco el no llevar corbata, porque sé que esto sería mucho más incómodo, estando acostumbrado a dormir en ropa interior todos los días al menos que sea un invierno crudo. Encuentro el modo de rodearla con un brazo para ayudar a su cercanía y aún no cierro los ojos cuando su voz interrumpe. Respondo con un silencio, ese que no sé si le indica que estoy frunciendo los labios al pensar cómo contestar — Porque los negocios son negocios y el placer es placer. Cuando nos despojamos de nuestros conflictos políticos e ideológicos, nuestra dinámica cambia. Además, si hubieses querido dañarme mientras duermo, ya lo hubieras hecho — o eso me gusta pensar. No quita el detalle de la verdad cruel, esa que me dice que no confío de todo en ella. Se ha ganado mi recelo y aún así la aprieto con algo más de fuerza contra mí, buscando sentir como mi cuerpo y el suyo se acoplan — Te dije el otro día que me causarías problemas — le recuerdo y no sé si puede ver cómo le sonrío. Ella es mi problema, penosamente personal — ¿Tú confías en mí? — ese es otro tema. A sus ojos, sigo siendo el enemigo y, aún así, estoy en su cama, bajo la protección de un abrazo que considero afectivo. No soy el único actuando en contra de sus ideales en este lugar.

Eso me lleva a apagar un poco la expresión divertida de mis rasgos. Agradezco la imagen del tacto para acariciar su rostro, remarcando su sien en un desliz que bordea la forma de su cara, hasta tocar su mentón — Solo voy a hacerte una pregunta más y eso será todo, lo prometo: ¿Cómo conseguiste ese anillo? ¿Se lo quitaste? Porque no te imaginaba una ladrona — o tal vez esa parte de ella tampoco la conozco. ¿Por qué somos extraños y, a la vez, siento que nos conocemos demasiado bien? Y no tiene nada que ver con saber dónde tiene lunares, sino porque lo que compartimos tiene otro nivel de intimidad. Mis dedos acarician su cabello hasta acabar rodeándola con ambos brazos y me permito regalarle la confianza de cerrar los ojos con un suspiro, acomodando el peso de la cabeza en la almohada — Detesto que realmente me gustes, Scott. Todo esto podría ser tan sencillo si no fueras tú — suelto sin meditar, más resignado que compungido. Supongo que es verdad lo que dicen, que uno no sabe de razón cuando se deja llevar por las emociones. Debe ser el karma.
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Desde que me convertí en un caso archivado en su oficina, asumí que era responsabilidad mía si quería volver sobre mis pasos y dar nuevas razones para que mi nombre sea escrito en la lista de traidores. No hay nada que se pueda cambiar en mi expediente que asegure que vaya a quedarme, es un problema mío al que no puede dar una solución. Es entendible que dude de si será posible que trame un plan en la condición que se encuentra, en que la que dice tantas cosas sin sentido que suenan convencidas y de todas es su anécdota sobre la primera despartición la que me tomo con más seriedad. No es que crea que esté diciendo mentiras, más bien creo que es algo que no diría sin el impulso que da el alcohol y que no repetirá en otra ocasión. Podremos fingir luego que nada de esto ha sucedido, que su disculpa por nuestras circunstancias también llega, un poco después que la mía. —De todas las cosas que lamentamos, la única que creí que me daría remordimientos no lo hace— susurro, lo miro de lado para comprobar cómo se siente él sobre lo mismo.  —Creí que llegaría un día en que me arrepentiría de haberme acostado contigo, que serías de los pecados que nadie quiere hablar, y ahora lo que me preocupa de eso es que me sea difícil de olvidarte—. No sé si quiero una respuesta a esto, inmediatamente me pongo de pie, cruzo la sala y sujeto su mano para llevarlo conmigo.

Espero que sepas valorar lo que me cuesta ser tan noble— sonrío con su saco en mis manos y su confianza en mis buenas intenciones. Mi cama nunca fue un espacio para visitas, me ha pertenecido en exclusividad todo este tiempo, y que entre las excepciones se cuente tenerlo enteramente vestido contra mí, que me encuentro en la misma condición, sin dudas es de los episodios más extraños que podría haber esperado que nos sucediera, uno más. —Eso— me refiero a su separación de precisión clínica sobre los negocios y el placer, a lo que le sigue un par de buenas respuestas, que no alcanzo a creérmelas del todo —es lo más incoherente que te escuché decir en toda la noche— se lo señalo. —¿Todavía crees que es algo que puedas separar? Soy una única persona no dos, Hans. No discutes con una y te acuestas con otra. Sabes tan bien como yo que lo hemos mezclado todo, se ha vuelto un verdadero desastre…— murmuro al presionar mi mejilla donde percibo sus latidos, mi cuerpo aferrado al suyo. Me asusta esa rapidez con la que mi mente me tiene a punto de decir que confío en él. Notarlo me hace dudar, esa vacilación dura unos segundos. Hasta hace una hora estaba convencida de que arrojaría mi expediente sobre el escritorio si rompía nuestro acuerdo, en cambio lo acepto en mi cama para que duerma y, si quiere, librarse del mundo por un rato. —Siento que me vas domesticando de a poco— digo, —no puedo creer hasta dónde has llegado en mí…— murmuro en un tono tan bajo, que espero que no haya escuchado.

Se cierran mis párpados al sentir su caricia por mi rostro, me remuevo en mi posición para alzar mi mirada hacia él al responder su duda. —Quería vendérmelo, se lo cambié por comida— No veo que esa información pueda poner en peligro a Ken, así que la comparto. Decirle que parecía estar huyendo de un lugar, que su ropa se veía destruida como si hubiera atravesado un bosque interminable, que su cuerpo y sus rasgos eran los de un chico lastimado, que sus amigos habían sufrido quemaduras… No. Eso no le diré. —Usé el dinero que me habías dado— desvío el tema por ese lado. Mi duda estúpida por dos segundos es si eso puede ofenderlo de alguna forma, es decir, que haya gastado de sus galeones para que se alimentara el chico que podría ser el que busca. Financiando indirectamente la supervivencia de a quien pretenden matar en tribunales. Esos pensamientos son barridos por su voz al escuchar lo cansado que se siente por mi causa y sonrío contra mi voluntad cuando dice que le gusto, en tiempo presente, a pesar de. —No sé si darte vodka fue la peor o la mejor idea de mi vida…— subo por su torso hasta quedar suspendida sobre su rostro. Con un suspiro desciendo para acariciar su boca con mis labios. —Sigo teniendo buenas intenciones, pero dices cosas que…— lo dejo inconcluso. Caigo sobre la almohada vecina, puedo en esta posición seguir con mi pulgar la curva de su ceja. —¿Sabes cómo es el infierno de los amantes?— pregunto. Hay historias que se perdieron cuando los libros muggles fueron prohibidos, y lo bueno de haber vivido la mitad de mi vida en un tiempo en el que esos libros todavía podía encontrarlos en la biblioteca de mi padre, es que los recuerdo. —Estas condenados toda la eternidad a un beso que no puede concretarse, son arrastrados por un fuerte viento que los impulsa en direcciones contrarias. Ese viento representa la fuerza de su deseo en vida, el que no pudieron contener y los empujó hacia el otro— cuento con mi perfil enfrentado al suyo.
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Comprendo lo que dice, creo que en mi silencio y el modo que tengo de apretar los labios queda bien en claro que no deseo expresar en voz alta que me encuentro en el mismo lugar que ella. Lo nuestro sería algo que podría soltar cuando quisiera, perderlo en la lista de las personas que preferí ignorar y ocultar como un nombre al pasar, pero admito que hay algo diferente en todo esto. Una chispa en particular, algo que está perfectamente mal y bien al mismo tiempo. Aún no descifro qué es, pero tengo que admitir que no es lo mismo que he estado experimentando los últimos años. No huyo de su cama ni puedo fingir no recordar su nombre a la mañana siguiente. No comprender su mente del todo la vuelve llamativa, como una enorme excepción a la regla. O simplemente es cuestión de fuerza mayor. No lo sé, tampoco tengo la capacidad mental ahora mismo para analizarlo más de lo que quiero, porque perder el tiempo en estas cosas jamás ha sido mi área.

Apenas río por ese comentario sobre el enorme esfuerzo de su autocontrol, pero cualquier atisbo de risa muere en las palabras que me plantea y me hace meditar un poco su punto de vista — No te importa mucho ese desastre cuando lo llevamos a desarmar las sábanas — señalo con tono impune, queda implícito que a mí tampoco me quita el sueño, porque me olvido de ello cuando nos quitamos la ropa y no hay necesidad de hablar más de lo justo y necesario. Espero que no vea cómo sonrío a sus palabras susurrantes, sin saber por qué soy incapaz de obligar a mis labios que no se estiren en sus comisuras — Jamás creí posible que te pudieran domesticar. Tienes un carácter de mierda cuando quieres — es un murmullo divertido, en forma de inocente pique. No le digo que eso me hace sentir un hormigueo cálido y agradable que finjo que no existe. Incluso me acomodo en la cama como si le estuviese prestando más atención a la comodidad que a sus palabras. Al menos, la charla sobre el muchacho rompe un poco las líneas de pensamiento que me gustaría no tener. Solo aprieto los labios y hago un movimiento afirmativo con la cabeza, me anoto esa información para más tarde — Te lo dí para que le des uso en la búsqueda, así que… — queda en el aire la obviedad de que me parece un buen uso o que, al menos, no voy a reprocharlo. Tema muerto.

A pesar de tener los ojos cerrados, soy capaz de sentir cómo se mueve por encima de mí y el sentir sus labios cerca de los míos hace que eleve un poco la cabeza en reacción automática, aunque entreabro la mirada — No pensé que fueses la clase de mujer a la que se llega con las palabras — me burlo con un susurro bonachón, elevando mis cejas. No alcanzo a tomar su boca, porque ella se acomoda a mi lado y eso hace que me gire hasta quedar de costado. Meto el brazo bajo la almohada que estoy ocupando y uso el que queda libre para rodear su cintura. Le regalo toda mi atención, tratando de comprender a dónde quiere llegar con todo esto. Con un chasquido de la lengua, acabo de formular una idea — ¿Quieres decir que ese es nuestro infierno? ¿El no poder concretar nada? ¿O hablas de que hay un deseo constante? — ya me perdí, lo del vodka fue definitivamente una mala idea. Me río por lo bajo de mí mismo y mi propia lentitud — ¿Eso es lo que crees que somos? ¿”Amantes?” — suelto la palabra con tono pomposo, redondeando mucho los labios en una modulación exagerada — Pensé que no tendríamos ninguna clase de título que crease una conexión entre nosotros. Tampoco supe nunca cuál sería ese título ni cómo llamarte. Amante, amiga, socia, colega, enemiga, grano en el culo… — enumero cada una de ellas revoleando los ojos hacia arriba como si quisiera recordar la lista del supermercado y culmino con una sonrisa guasona que estoy seguro de que puede ver; la luz tenue del pasillo nos roza y soy consciente de que tengo dientes enormes como para que no se vean en la penumbra — ¿Qué se supone que sigue ahora, Scott? — no le estoy tirando la bola, de verdad estoy caminando a ciegas en esto — ¿Nos aferramos a nuestras diferencias o a nuestras cosas en común? Sé que sientes cosas por mí, sabes que siento cosas por ti y los dos sabemos que será un desastre al cual no podemos dejar ir. Qué amantes trágicos — me burlo de nuestra propia desgracia y muevo la mano para poder desabrochar los dos primeros botones de la camisa en busca de mayor soltura y comodidad. Me tardo unos segundos más de lo normal por los dedos torpes, pero pronto vuelvo a sujetar su cadera y acaricio la fina línea de piel que queda entre su pantalón y su camisa con la punta de los dedos — Podemos aceptarlo o podemos cortarlo de raíz. No más reuniones a solas. No más besos clandestinos. Nada de nosotros al menos que sea estrictamente necesario — y puedo decirle que no perdemos nada con esto, que es solo aceptar una idea incómoda y se acabó, pero esto ya no es una lucha de orgullos. Aquí se juegan lealtades, sabemos que llegará el día que nos daremos la espalda y salir herido puede ser más que una frase metafórica. Ella camina un sendero que yo no puedo seguir y viceversa — Prometimos que esto no pasaría. En mi casa, hace siglos — susurro en lamento. Soy bueno en mantener mi palabra, pero aquí he fallado. Lo evidencio al moverme para esconder mi rostro en el hueco de su cuello y respirarla. Otras palabras que fueron vacías.
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Claro que tenía que escuchar  lo que murmuro y hacer un comentario al respecto, no me podía conceder su silencio. —Y seguiré teniendo este mismo carácter hasta el día en que me muera— declaro, haciendo una continuación a lo que dice. No me refería a que hubiera domesticado mi temperamento, actúo en respuesta a cómo me tratan para que nadie se pase de las barreras que marco y si esta noche mis gestos son más suaves, es porque lo creo más expuesto que otras veces. Así como no me gusta que tomen ventaja sobre lo poco que comparto en ocasiones, no quiero pasar por encima de las palabras que fue soltando a causa del alcohol, de un arrebato de sinceridad o por otros conflictos que siempre lo estoy removiendo por lo bajo. —A pesar de mi carácter de mierda— remarco esto—te acercas a mí y me haces parte de ciertos ritos domésticos— me sonrío por lo formal de esta expresión, le doy un tono de gravedad al decirla. —Puede asustarme al principio, pero cuando se vuelve conocido creo poder con ello. Vas acercándote de a poco y has llegado hasta aquí—. Mi habitación. Mi cama. —Me pides con todo descaro que te deje dormir, solo dormir, conmigo — el humor en mi tono se percibe, mi sonrisa que se ensancha queda fuera de su vista por estar recostada en su pecho.

Cambio mi posición para que nuestras miradas se encuentren sobre las almohadas, al hablar de ciertas cosas necesito tener mis ojos en su semblante, así no me pierdo detalle de ningún gesto. Mi sorpresa es mayúscula cuando no me dice nada cuando revelo en que usé su dinero, si él lo deja pasar no emprenderé la tarea de idiota de insistir en ello. Este chico será una más de las cuestiones que quedarán pendientes entre nosotros, al que podemos ignorar todo lo que queramos, como venimos haciendo. Hasta que todas y cada una de estas cosas se vuelvan algo demasiado grande como para fingir que no está en medio, que puede derrumbarse estrepitosamente a la hora que sea, un día cualquiera. Cuando la tragedia ocurra veremos qué tan dañados acabamos. —No lo soy, para mí valen más los hechos que las palabras— respondo a su burla con un tono más serio, —pero con las tuyas siempre supe que debía tener cuidado, eres un charlatán muy convincente en ocasiones—. Nunca me había puesto en la tarea de tratar de explicarme en voz alta como vengo haciéndolo desde hace unas semanas, mi reserva es tan fuerte que no creo que pueda transparentar mis pensamientos de ahora en más como si nada. No soy buena con las palabras, lo admito, y para lo único que me sirven es para recordar historias. —¿Hablas de que estamos viviendo ese infierno?— me veo confundida por su interpretación, no me la esperaba. Ni que se quedara con esa duda de si podemos definirnos como amantes. Hago rodar mis ojos, presiono mis labios para reprimir una sonrisa que se escapa por una de las comisuras. —Con o sin título, hay una conexión, una corriente de electricidad que va del uno al otro— le doy un tono místico a la expresión que hemos usado otras veces. —Ya lo dije, no soy buena con las palabras. Elige el nombre que más te guste— lo descarto como algo que dejo a su antojo, pese a que algunos términos pueden no ser precisamente halagüeños. —Yo te seguiré llamando Hans— digo con un dejo burlón. —Me reconozco en los hechos, en lo que esto nos hace sentir— me explico finalmente. En la imposibilidad de resistirme a la proximidad de su cuerpo, durante lo que sea que dure esta conexión.

Hacer delimitaciones después de varios intentos fallidos de esbozar reglas para el juego, no es una aventura a la que me quiera arriesgar para que nuestros actos entren en contradicción con lo que proponemos, otra vez. —Hemos tenido esta conversación— hago el recordatorio para ambos, ¿y en una de esas veces no hablamos de centrarnos en los encuentros estrictamente necesarios? Creo que fue en el hospital. Si fuerzo a mi memoria, puedo recordar que en una de las primeras ocasiones le dije que acostarnos había resuelto la tensión y que todo volvería a la normalidad desde entonces. —¿Qué prometimos en tu casa?— pregunto y enredo mis dedos en su cabello al sentirlo contra mi cuello. Me tomo mi tiempo, me relajo a la sensación de tenerlo respirando contra mi piel. —¿Solo tenemos esas dos opciones?— le reprocho, —Esta vez no caeré en decir que podemos vernos lo justo y necesario y que no nos tocaremos, cuando hace poco acordamos que no seguiríamos poniendo impedimentos porque no servían de nada. Ya no creo que esto se trate de que podemos hacerlo o no, de que nuestra voluntad es más fuerte o no lo es, de que sabemos lo que es correcto e incorrecto…— se me escucha cansada, tan agotada como lo estamos de otras cosas. —Sino de que es lo que queremos, por caprichoso que sea—. Decirlo de esa manera me deja pensando. Muevo mi pecho para presionarme contra su cuerpo, mis piernas buscando encajar con las suyas, y así reducir el espacio de aire que queda entre los dos. —¿Cuándo eras niño alguna vez te encaprichaste fuertemente con algo?— inquiero, —Yo sí, pedía mucho a mis padres, crecí exigiendo a la vida más de lo que nunca pudo darme. De mala manera me resigné que no lo obtendría, y entonces sucede, siendo adulta y sabiendo que no va a suceder, vuelvo a querer algo que sé que no voy a poder tener.
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Si quieres me quito la ropa, para hacerlo un poco menos doméstico — bromeo con un retintín. Entiendo su punto, a dónde quiere llegar con sus palabras. No recuerdo la última vez que me tomé la molestia de compartir una cama sin segundas intenciones, obviando la noche de mi intoxicación en la cual Ariadna Tremblay durmió conmigo. La cuestión ahora mismo es un poco diferente, nos coloca en un terreno nuevo con respecto a lo que veníamos haciendo y me pregunto que tan mal está que no me moleste. Con nuestro acuerdo de la última vez, las cosas serían diferentes si ella no se hubiese puesto en papel de rebelde sin causa. Saber tan abiertamente el camino que ha decidido tomar es como una pared de piedra.

La risa que se me escapa parece ser una de esas que rompe los labios con mucho aire recargado al haber querido contenerla, aunque es breve y ligera — ¿Sabes la cantidad de veces que me han llamado “charlatán”? Y, sin embargo, todos me siguen dejando hablar — creo que me lo he ganado a pulso. La labia siempre fue mi arma más fuerte y la que me ha llevado a donde estoy ahora. A veces no sé si soy listo o si no es nada más ni nada menos el ser estar más espabilado que el resto — ¿Y por qué contaste la historia si no es por eso? — le pregunto con obvia confusión. Por algo trajo el tema a colación, ¿o no? ¿O de verdad mi cabeza está tan lenta? Hago una mueca de resignación porque no puedo negar la electricidad de la que ya hemos hablado, pero mi aparente serenidad se quiebra en una suave risa y un encogimiento de hombros — Solo Hans. Solo Lara. Siempre en lo seguro, Scott — me mofo con la inocencia de un niño, busco la provocación burlesca que me recuerda un poco a otros tiempos, cuando las palabras entre nosotros solo eran hostiles y jamás nos tocábamos al menos que hubiera un roce no intencional al tratar de tomar el mismo objeto de la mesa, proveniente de la pila que ella brindaba para mí. Todo era mucho más sencillo y siento la ironía de que todo esto ha comenzado por su mala interpretación de mis palabras, a sabiendas de que jamás cobraría sus favores llevándomela a la cama, ese no es mi estilo, estoy orgulloso de saber que no soy esa clase de hombre. Y no obstante, tengo una satisfacción mayor al saber que puedo hacerlo, puedo acostarme con ella con su aprobación y deseo, sin necesidad de tretas desagradables. Es una pequeña victoria, una que no sabía que quería alcanzar pero que, ahora que la he probado, no quiero dejar ir.

Intento hacer memoria, pero la exactitud es complicada de alcanzar con el alcohol y el cansancio — No caeríamos en esto — estoy seguro de que esas no fueron las palabras, pero no quiero profundizar más en un tema prohibido. Cierro los ojos en reacción a sus manos entre mi cabello y respiro con fuerza, enredándome a su cuerpo como si fuese una noche helada y necesitase de su calor. Su voz tiene toda mi atención, porque sé que tiene razón, porque admito y abrazo la idea de que esto es lo que quiero y solo he buscado evitarlo, incluso cuando fui el primero en pedir que dejemos de fingir. Ayudo a sus movimientos al enroscar nuestras piernas y mis brazos se acomodan de manera que puedo rodearla por completo, pegando nuestros torsos como si deseara sincronizar el modo que tenemos de respirar. Lo que dice me pinta una sonrisa torcida en medio de un rostro agotado, pero el resoplido que largo deja bien en claro que tengo algo para decir al respecto — Por muchos años fui un niño consentido, cosa que quería, cosa que tenía. Crecer en el distrito uno tuvo sus ventajas — obviemos la parte negativa, esa etapa de mi vida de la cual no me gusta hablar — El problema aquí no es el poder, Scott. Todo recae en que no debemos — me muevo para rozar mi nariz por el contorno de su mandíbula hasta que mi boca toca la comisura de la suya. Esto me permite hablar en susurros, seguro de que puede escucharme a la perfección — Me traicionaste, incluso cuando prometiste que no lo harías. Mi deber me dice que tengo que informarlo, tu deber dice que debes correr lejos de mí, pero ninguno de los dos quiere cumplirlo. Porque poder, puedes tenerme. Puedes tenerme hoy, puedes tenerme mañana o la semana entrante, hasta que la cuerda de la que tiramos se rompa. Soy tuyo si quieres tomarme y lo sabes, lo cual hace más difícil querer cumplir con los papeles que tenemos en este juego — me sonrío, pero no hay gracia en ese gesto. Me conformo con un beso en su boca que dura lo que un suspiro, apenas presionando sus labios como si quisiera darles una caricia — ¿Eso es esto entonces? ¿Un capricho? Porque puedo superar los caprichos con facilidad, los olvido al cabo de una semana o dos. ¿Pero contigo? — hay cierta malicia en mi modo de dejar que se me ensanche los labios sobre los suyos en una sonrisa que peca hasta de pícara — Podría pasarme una eternidad contigo en la cama y encontraría nuevas cosas con qué entretenerme, tanto discutiendo como metiéndome entre tus piernas. Eres fascinante — en cuanto suelto las últimas palabras, sé que no hay marcha atrás.
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Si te quitas la ropa y nos quedamos dormidos, será lo más doméstico de mi vida. No podré superarlo nunca—. Me tiembla la voz por la risa que sale luego de mi boca, que choca contra su cuerpo al que me abrazo mientras mi pecho se sacude por las carcajadas que trato de reprimir y no puedo. Es hilarante por donde se lo mire, que provoquemos a nuestros instintos y que nos conformemos con la sensación de su piel en roce con la mía, como si nos bastara el contacto, el saber que el otro está ahí. Sé que hay un nombre para eso, por el que me juego lo último que queda de mi buen juicio si pretendo averiguar cuál es, me disculpo también ante mi misma diciendo que poner definiciones no es lo mío. —Yo te dejo hablar porque me gusta darle la vuelta a lo que dices— digo tras pensarlo, y es un juego del que participamos los dos, él también tiene una manía por hacer de mis declaraciones una trampa en la que caigo por descuido propio. Como sucede con el cuento sobre un infierno que tiene apuntados nuestros nombres, reemplazo mi confusión con una sonrisa que le quita relevancia. —Yo no hablaba del presente, sino de algún futuro, de las consecuencias que esto podría tener—. Después de todo, su boca sigue encontrando el camino a la mía, si no pasan de besos ligeros es por la comodidad en la que caímos, de creer que tenemos este tiempo para derrocharlo a nuestro antojo. Tan doméstico como despertar en la cama del otro, desayunar en vez de apurar la despedida. Recostarnos con la ropa puesta, y no es una cuestión de cuál es la etiqueta de vestimenta en la cama, que estemos desnudos o vestidos no es lo importante, sino lo que estamos buscamos con este abrazo. Tan doméstico... —Me agrada así, llamar a las cosas por el nombre que tienen. Si pensara en ti como un amante, un amigo, un enemigo, esas palabras tienen significados y expectativas... pero si pienso en ti como Hans, se bien qué puedo esperar, no te visto de otra cosa, solo eres tú— divago con mis reflexiones, porque no me había encontrado hasta ahora con alguien que complicara tanto mi mundo armado. —¿Lo entiendes?

El que hayamos caído en esto explica porque nos aferramos tan fuerte, tanto que mi respiración se pierde entre su cabello, que se desliza entre mis dedos y vuelvo a sujetar. Sé que no puedo tenerlo, y no sabía que era algo que quería hasta probar una primera vez como se sentía burlarlo todo por un deseo surgido de una provocación. —Tonto niño consentido— me quejo contra su oído en un tono de broma, porque mi explicación se pierde en esa idea de que él siempre tuvo lo que quería, aunque no me lo creo del todo. Nadie lo tiene todo y se un par de cosas que me hacen pensar que él tampoco. Se la diferencia entre poder y deber, y precisamente, muchas cosas que están fuera de mi alcance no es por falta de voluntad, sino por las leyes que están pesando sobre mi cabeza. Él hace un buen resumen de nuestro caso. Si tuviera la confirmación certera de que Ken es un Black, encubrirlo sería traición a los Niniadis. Por ahora queda en lo que él piensa como una traición a su persona y en eso discrepo un poco. —No te traicioné, no continué esto engañándote. No tengo la intención de dañarte— digo, tensándome en sus brazos, ¿en qué nos deja que lo vea así? Pienso muy profundamente en lo que me dice, en que puedo tenerlo con el deber en contra. Será mío si quiero tomarlo. Me estremece su entrega y no llego a comprender el por qué sus palabras me hacen respirar hondo.

Tomo el aire de sus labios al acercarse, si es un capricho está durando más de la cuenta, creo que estaría pisando un terreno que espero nunca conocer si llego a pensarlo como una obsesión, me quedo con la idea de una adicción, es cómodo pensarlo así. Se ajusta bastante a esto de ir tomando un poco de él en cada oportunidad. Puedo estar de acuerdo en que haría de llevarle la contra un nuevo pasatiempo y que no conozco todavía manera de negarme a sus intenciones siempre francas de querer meterse en mis piernas, porque comparto el deseo. Lo que me impulsa a salirme de sus brazos es lo que ha dicho un poco antes. Desarmo el abrazo echándome hacia atrás, corriéndome unos centímetros en la cama. —El alcohol te hizo perder un poco la noción del tiempo, la eternidad es como… uff, mucho tiempo— murmuro, entre una sonrisa burlona y un gesto de pánico que no alcanzo a ocultar. —Sé que es una manera de decirlo, lo que trae implicado es lo que me inquieta. Porque sé que quiero tenerte y sabes que puedes tenerme, y que será un rato, no más que eso—. Es un hecho que no creo ser capaz de poder marcar un final en este momento. El que podamos imaginarnos indefinidamente en este tomar un poco cada día es lo que me genera vértigo. Me incorporo hasta quedar sentada sobre las sábanas, tiro de mis labios para sonreírle y sobreponerme a mi reacción con humor. —Suerte que el anillo quedó en la cocina, esto se puso serio de pronto—. Busco su frente con los dedos para correr los mechones de pelo y poder cruzarme con sus ojos a pesar de la poca luz.
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Hans M. Powell
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Las risas no tardan en inundar la habitación, en parte por sus chistes, en parte por mi intento vago de burlarme con un simple gesto con las cejas como si la hubiese atrapado en un sucio juego cuando admite que solo le gusta contradecirme. Como ella dice, demasiado doméstico, demasiado simple para tratarse de nosotros dos. Supongo que su explicación tiene sentido, tanto sobre su historia de los amantes como lo que viene a continuación. Ser solo yo es algo que vengo moviendo desde que nos conocimos, la diferencia es que hace siete años ella no sabía las cosas que confesé frente a su rostro en los últimos meses. Es como si nuestra relación hubiese ido a paso lento por mucho tiempo y repentinamente nos encontramos pisando el acelerador. Cuando me quiero dar cuenta, puedo decir que Lara Scott estuvo presente en gran parte de mi vida adulta, que todo esto que compartimos estaba ahí, justo delante de nuestras narices y pudimos verlo cuando pateamos las formalidades y la hostilidad a un lado. De intimidar a intimar, por decirlo de alguna manera — Creo que lo entiendo — me limito a decir. No hay mucho más que expresar y creo que no encontraría el modo de hacerlo, valga la ironía.

Su burla me provoca una sonrisa que no puede ver y me mantiene en el hilo de que la vida me ha consentido, tanto como me ha quitado. Quizá esa es mi excusa inconsciente de por qué tomarla es una necesidad, un poco egoísta, de seguir sintiéndome de esta forma. Cómodo, cálido, dentro de los problemas que deberían congelarme y sólo se hielan cuando recuerdo los motivos por los cuales esto no debería ser — No tienes la intención, pero sigue siendo contradictorio en lo que piensas. Decidiste no seguir con lo que habíamos acordado y eso es suficiente — intento, de verdad, que no suene a un reproche. Solo busco que lo vea desde mi punto de vista, cuando sé que si hay alguien con quién podría discutir horas sobre algo tan simple, es ella. Somos las caras opuestas de una misma moneda, la cual no deja de rebotar en el suelo y no se decide hacia qué dirección inclinarse.

Tengo la intención de buscar su boca cuando su respiración se siente mucho más lejana y me encuentro apoyándome en el colchón con las manos en cuanto se aleja de mí como si hubiese sacado la varita y la estuviera amenazando. Me acomodo, consciente del frío que me invade y seguro de que no se debe solo a que ya no tengo su cuerpo brindándome su temperatura. Lo que dice se siente como una condición, un nuevo muro que se eleva entre nosotros y me veo obligado a forzar una sonrisa desganada al hundirme en la almohada, viéndola entre los mechones que ella misma se digna a acomodar — Para pedirte matrimonio, tendría que beber un poco más y considerar al menos un par de encuentros más como para asegurarme que valiera la pena el suicidio — me burlo, tomando su broma a pesar de que mi postura corporal se aleja un poco de ella — Pero al menos, soy honesto contigo. Al final, no soy el que se escapa — resoplo un poco y la imito al enderezarme apenas, pero mi torso se mueve de manera que no me encuentre de frente con su perfil. Aprovecho a quitarme el cinturón, lanzarlo a un lado de la cama y acomodo la camisa completamente fuera del pantalón, en busca de una mayor comodidad para lo que voy a hacer. Porque tiro de las sábanas levantando un poco mi cintura y me meto dentro, dándole la espalda al recostarme en el extremo opuesto del lecho, en señal de que mi cuerpo ha tomado la distancia repentina del suyo como un rechazo. A pesar de que paso un brazo por debajo de la almohada en una de las posiciones más cómodas que conozco para dormir, no cierro los ojos; los mantengo firmes en una de las sombras de la pared que se crea a partir de la luz del pasillo — No sé exactamente lo que te inquieta: ¿Es solo el hecho de sentir algo o que los dos sabemos que va a terminar incluso antes de que empiece? — terminar no es el problema, siempre supe que todas las relaciones de cualquier tipo se acaban en algún momento, creo que es obvio que lo que preocupa es el cómo va a suceder. Trago algo de saliva y acomodo mis piernas para acurrucarme un poco, adoptando una posición casi fetal — Lo siento. Es tarde y, como dijiste, he bebido. Solo olvídalo — porque debe ser más fácil adoptar su postura. Con un bostezo, cierro los ojos en un intento de conciliar el sueño y me estrecho contra la almohada, como si de esa manera, pudiera dejar la última hora atrás. Y a ella también.
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Mi mirada se enfrenta a su espalda y la carcajada que sale de mis labios es un gemido de incomprensión, la situación viró tan rápido por unas pocas palabras, se alteraron nuestras posiciones en esta cama como si alguien hubiera sacudido el tablero en el que nos movemos. Y esta vez fui yo. No puedo reírme a gusto de su chiste sobre el suicidio que representaría el colocar un anillo en este de por sí complicado lío, porque si no son las circunstancias las que nos obligan a hablar de los desenlaces inevitables, quedan las propias vacilaciones para desencontrarnos a pesar de las poca distancia entre nuestros cuerpos, de tenerlo ocupando un lugar entre mis sábanas por un derecho que le otorgué esta noche al aceptar que se quedara a dormir sin segundas intenciones, y lo peor es que eso es lo que se dispone a hacer. Su voz me llega cuando estoy abandonando la cama con la frustración que me provoca su actitud de darme la espalda, más que su pulla de que no hago otra cosa que escapar. —Ya empezó— digo de mala manera mientras me quito el vaquero con un pataleo al sentarme en el borde, me viene bien para soltar un poco del enojo. —Te mandaré una nota a tu oficina el lunes bien temprano que diga «ya empezó»— mascullo. Me deshago de la camisa al cruzar la habitación, pasándola por mi cabeza para no perder el tiempo con los botones porque no creo que mis dedos tengan la paciencia y la falta de luz no ayuda. Tomo una camiseta de un cajón y por ser noble hasta la última instancia, me la coloco por encima de la ropa interior antes de volver sobre mis pasos. Porque no dejaré que se duerma con la impunidad de un «solo olvídalo». —Bien, entonces las cosas están así ahora. ¿Qué me toca hacer? ¿Irme a dormir al sillón?— le pregunto como si esperara instrucciones para actuar en esto que desconozco cómo funciona, porque hasta ahora nunca me había tocado acostarme al lado de una persona que no sé si está enojada, herida o resentida por algo que dije. Y no, no voy a dormir en el sillón.

Corro la sábana de mi lado y me cubro las piernas al recargar mi espalda contra el respaldo, hablo lo suficientemente alto como para hacerle imposible que logre conciliar el sueño. —¿Crees que estás siendo honesto?— lo increpo. —No, porque mañana tendrás la excusa de decir que bebiste o que no lo recuerdas por culpa del alcohol. Dices todo lo que dices porque tienes una excusa que te hace más valiente. Yo sí lo recordaré mañana,— y está atentando al orden que empezaba a dar a mis pensamientos. —Hay cosas que dije que espero que las olvides y hay otras que no voy a decirlas, por sencillo que sea decirte que todo se va solucionar, que seré la persona que haga posible que todo esto sea más fácil—. Sé que si mantengo el patrón de vida de los últimos siete años, quizá si dejo de ver a ciertas personas y acabo con mis excursiones por los territorios de repudiados, si me encierro otra vez en los talleres, saltaría hacia atrás para evitar caer en este abismo que se está abriendo bajo mis pies y me invita a caer. —Te puedo mentir y hacer promesas que no se van a cumplir, pero no tengo la disculpa de haberme bajado una botella de vodka— bufo. Estoy con los brazos a punto de cruzarlos sobre mi pecho para demostrar mi enfado, pero no es lo que quiero hacer. Me acomodo sobre mi costado para acercarme a su espalda y me tomo el atrevimiento de pasar mi brazo por su cintura para colocar una mano sobre su pecho, a pesar del evidente rechazo a mi contacto. —Dijiste que puedo tenerte, que serías mío si quiero tomarte— murmuro contra su hombro. —También puedes tenerme si así lo quieres. Si no debemos, es un tema del que ya hablamos…—. Algo que esperaré a que se resuelva de alguna manera. Yo no detendré esto por mi propia voluntad, que sean todas las circunstancias que invocamos las que se tomen forma y nos demuestren por qué no se deben juntar dos opuestos. —Cuando dije que podíamos tenernos solo un rato, es porque nadie puede tener a nadie. No puedes aferrarte lo suficientemente fuerte a una persona y creer que eso es algo que puedas mantener en el tiempo—. No es una promesa que se pueda hacer. —Puedo tenerte un rato, pero no eres mío en verdad. Eres quien eres, haces lo que haces, compartirás conmigo algunas cosas y discutiremos otras. Yo no seré tuya, hay cuestiones que tengo que resolver por mi cuenta. Y no podemos asegurar cuánto tiempo será así, son decisiones que van una a la vez—. Me muevo para poder mirar su rostro desde arriba, no lo suelto aún. —No te duermas dándome la espalda, ¿por favor?
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Hans M. Powell
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Aunque no pueda verme a causa de darle la espalda, ruedo los ojos hasta ponerlos en blanco ante su reproche, porque no sé dónde fue que se cruzó la línea entre “aquí no hay nada” y “lo hay todo”, donde podemos decir que esto tuvo un verdadero punto de inicio. La oigo caminar y desvestirse y le lanzo una rápida mirada sobre el hombro ¿Y de verdad estamos haciendo esto? ¿De verdad está amagando a irse a dormir al sofá, como si fuésemos un viejo matrimonio? — Jamás dije que te vayas al sillón. Esta es tu cama, si alguien debería moverse, soy yo — es obvio que tampoco tenía esas intenciones, pero si me quiere lejos, no podré hacer otra cosa que concederle ese deseo por el simple factor de que ella es quien manda en este lugar, su territorio, en el cual ya me tomé demasiadas libertades.

Que se mueva a mi lado y ocupe su lugar hace que me encoja un poco más, como si de esa manera pudiese fingir que estoy durmiendo a pesar de que estoy más que seguro de que ella sabe que la escucho. Incluso le respondo con un bufidito que choca contra la almohada y frunzo el rostro en una expresión algo desdeñosa, tomando cada uno de sus golpes y mordiéndome la lengua para no reprocharle punto a punto por el simple hecho de ganar la discusión que no pensaba iniciar, sino más bien quería evitar. Pues bien, si ella se ha tomado mi postura como una invitación a una pelea, es su problema — Recordaré todo esto en la mañana, pero tendré en cuenta no volver a beber si te molesta que lo haga y se me suelte la lengua. Sé que lo digo con un dejo de alcohol en la cabeza, pero también sé que lo pienso todos los días — no literal, espero que eso se entienda, pero creo que comprende mi punto. Me encantaría mandarla a la mierda, levantarme de la cama y resignarme a un lugar en el sillón, pero la siento moverse y me congelo en las sábanas, volviendo a abrir los ojos ante el semi abrazo que me aprieta contra su torso. Abro la boca, pero tardo un momento en susurrar — Claro que quiero — creí que ese era el problema, que había quedado claro. Desear tenerla es lo que me tiene en su cama, incómodo con la ropa del trabajo y aún así, recostado entre sus mantas. Aprieto los labios y la mandíbula, consciente de que ella sabe que tiene toda mi atención, sintiendo un golpeteo pesado en el pecho con cada una de las cosas que suelta. Es su petición final la que me hace mover los ojos hasta verla de soslayo, buscando el contorno de su rostro en la poca distancia. La mezcla de sentimientos que poseo debería ser ilegal, considerando que pasan del enojo al cansancio a la resignación y al innombrable cariño. Dejo que el silencio sea mi aliado una vez más, hasta que decido dar mi veredicto.

Me muevo con la lentitud que roza las sábanas y consigo que mi torso apunte hacia arriba, enfrentándome a ella — No pretendo tenerte para siempre, no tienes que tomar mis palabras como si te hubiese pedido formar una familia o comprar una casa. Quienes somos condiciona este juego — intento hablar lo más pausado posible, usando un tono conciliador que busca apuntar a una paz que sé que podemos encontrar, la hemos tocado en alguna ocasión. Aún así, trago saliva y puedo apostar a que mi voz sale ronca — No quería quererte. Si lo dije por beber una botella de vodka o porque no quiero mentir a ninguno de los dos, eso no importa. Solo que a veces... —  ladeo un poco la cabeza, como si tener la vista en el techo me ayudase a pensar mejor — Me cuesta seguirte, no nos manejamos en la misma sintonía. No sé hasta qué punto esto es recíproco y tampoco pienso dar pasos hacia ti que tú no quieres dar. Jamás he hecho esto con nadie, no le doy ese tiempo a las mujeres con las que salgo. Es mucho más sencillo — Audrey no cuenta, era demasiado joven y estoy seguro de que enamorarme a los diecinueve años será muy diferente a cualquier tipo de relación que pueda formar a lo largo de mi vida. Decirlo me delata a mí mismo lo que puedo ir formulando de a poco: que no me haga perder el tiempo, que no me tenga en vilo con lo que puedo o no puedo hacer con ella. Tal vez estúpidamente, estoy haciendo una excepción a mis propias reglas — ¿De verdad estamos en el punto donde discutimos en la cama? — se me escapa sin pensarlo y me encuentro reprimiendo la risa, a pesar de que mis labios se curvan. Sacudo la cabeza como si eso me ayudase a aclarar el panorama y me muevo, eliminando los últimos rastros de decoro al decidirme por la familiar comodidad de todos los días. Me toma unos momentos bajo la sábana, pero patear el pantalón y la camisa hasta sentir que caen al suelo es lo que indica que los chistes domésticos pueden regresar. Para cuando me asomo por encima de las mantas, las levanto un poco para que sea capaz de ver que aún llevo ropa interior — No me he desnudado, tranquila. Solo no quería botones que se me claven a lo largo de la noche — aclaro. Doy por finalizados mis ánimos de pelear al acomodarme panza arriba, manteniéndole la mirada hasta que, sin más, estiro mi brazo hacia un lado, invitándola a recostarse en él — Si tú lo quieres, quiero esto contigo, Scott. Hasta que perdamos la cabeza por ello — la suave sonrisa torcida indica una broma que los dos sabemos que tiene su punto verídico. Pero podemos seguir robando tiempo y planeo hacerlo sin un ápice de culpa. Si vamos a condenarnos, planeo disfrutar el camino.
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¿Lo haces?— pregunto, cedo un espacio a la duda dentro de mi enfado que lo sentencia para que pueda decirme lo que sea que invalide mi réplica. Estoy esperando a que lo haga o que no diga nada en absoluto, porque esta vez no tiene sentido que busque contradecirme por el gusto de hacerlo. —¿Lo que dices es algo que podrías mantener sobrio y fuera de estas paredes?— lo reto a que me diga que sí, no pretendo una demostración de nada, solo quiero que podamos ser honestos. —El problema con las personas que son buenas con las palabras, es que las dicen tan fácil— suelto con una mueca de dolor que no puede ver. Estrecho mi agarre presionándome contra su espalda, escondo mi rostro en las arrugas de su camisa. —Y contigo temo que al día siguiente retires todo lo que digas, te recompongas y te reacomodes el traje como si nada— murmuro. Escucharlo susurrar lo que no esperaba que fuera una respuesta, provoca un estremecimiento en todo mi cuerpo, y sé que no podré soltarlo, no esta noche, no sé si podré en los días que sigan a este. No creo en lo eterno, pero me entrego a una voluntad que esté por encima de la mía para que decida sobre el final de esto.    

Coloco mis manos a los lados de su torso para que mi mirada quede por encima de su rostro, con un espacio entre nosotros así puede hablar. —No estamos hechos para esos planes— digo dándole la razón, no distingo entre las razones que nos hacen incompatibles por tener posturas distintas o los motivos personales que pueda tener cada uno para evitar un vínculo que nos una a largo plazo. Se me forma un nudo en la garganta al escuchar su intento de conciliación, y fracaso en intentar que mi rostro no demuestre lo que me afecta oírle decir que no quería quererme, libero la angustia que me embarga por lo difícil que es darnos a entender, lo confuso que es para mí también saber qué pasos dar, me moví de la línea de lo seguro y esto me arrastra a lugares en los que nunca pensé estar. No con él, ni con nadie. Y tenía que ser con él… —No esperes que sepa cómo actuar o que me entregue a esto con los ojos cerrados, con cada movimiento que haces estás poniendo en jaque todo lo que conocía y en lo que me sostenía, no puedo hacerlo a un lado de un día para el otro. Es igual para ti, ¿no?— trato de esbozar una sonrisa por frágil que se vea. —Pero estoy cediendo a tus ritos domésticos. Comienzo a confiar en ti de un modo que nada tiene que ver con lo que ocurre fuera, dejo que te acerques y te hago un lugar en mí…— susurro.

Su mueca de sonrisa hace que me relaje. —Sí, ahora también peleamos en la cama. Así de domésticos nos volvimos— me hago a un lado para que pueda moverse entre las sábanas. —Eso sí, ninguno de los dos se irá al sillón o de esta casa si eso pasa. Si te peleas conmigo en la cama, lo resuelves aquí también— le advierto con un dejo de humor. No es como si tuviéramos el tiempo como para morder el resentimiento unos días, ese lujo lo tendrán otros. Nosotros no. Queda aferrarme a las horas que nos da esta noche, y por eso no dudo en ir hacia él cuando tiende su brazo para hacerme saber que puedo volver a recostarme contra su piel. Me dirijo de lleno a su boca para besarlo, abusando de su gesto de reconciliación. Atrapo sus piernas con las mías, mis manos pasan de largo por su pecho y lo sostienen por su mandíbula para poder ahondar en el beso. Sonrío sobre su mirada al soltarlo y buscar una bocanada de aire. —Quiero esto— contesto. — Quiero esto a pesar de quienes somos. De la manera en que sea, el tiempo que sea.
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Hans M. Powell
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No respondo, me sostengo de la seguridad que me da el silencio por unos momentos. Comprendo el miedo que le invade, he sido esa persona durante mucho tiempo; se me da bien hablar, la gente solo me escucha y yo no tengo que hacer más que poner un punto final para que las cosas se terminen y vuelvan a cambiar. Con ella funciono diferente, al menos en el último tiempo. Me siento cómodo fuera del traje, no quiero sacudir lo que lleva consigo. Y no, los dos sabemos que no estamos hechos para esto, le indico que compartimos la inexperiencia con un movimiento de la cabeza que le concede la razón e intento regresar una sonrisa que no siento — ¿Es tan malo? — pregunto y es irónico que sea yo quien haga esa inquisición al aire, en parte también para mí mismo — Los dos estamos probando algo nuevo, los dos le hacemos lugar a regañadientes. Tal vez es cuestión de pensar menos y actuar más — quizá, así los dolores de cabeza se terminen de una buena vez. Ella también tiene un lugar en mí, uno que no sabía ni que existía ni que tenía que ser ocupado. Eso es otra cosa que me guardo para mí esta noche.

Dicen que las reconciliaciones en la cama son las mejores — muevo mis cejas en un intento de picardía que tantea el nivel de tolerancia y siento que estoy un poco más a salvo. Puedo empujar la molestia a un lado, sentirme seguro en el modo en el cual ella toma ventaja de mi permiso para besarme y mi boca devuelve el gesto necesitado hacia la suya. No, no me habría esperado en un millón de años el sonreír sobre ella, en respuesta a unas palabras nuevas que invaden el espacio reducido de la cama y me hacen pasar las manos por sus brazos en una caricia que llega a su cintura. La diestra pronto se eleva y aparta algunos mechones de su pelo, ese que cae hacia delante y sobre mí, para poder verla mejor — Parece que tenemos un nuevo trato, entonces — murmuro. Mi pulgar barre su mejilla y me estiro para poder tomar su boca un momento más, hasta que dejo caer la cabeza sobre la almohada en señal de rendición. La caricia se detiene en el contorno de su mandíbula, entornando los ojos al decidir responder su antigua duda — Voy a mantener esto fuera de estas paredes, cuando esté sobrio, porque sé qué es lo que quiero. Tengo la suerte de haber sido siempre bastante decidido — ruedo los ojos con la gracia de quien se quiere dar falsos aires y pico sus labios con mi pulgar — ¿Y sabes qué, Scott? No me importa ni un poco lo que puedan decir. Eres tan fastidiosa y metida que hasta te tomas la molestia de hacerme sentir bien y eso no me lo voy a perder, por el tiempo que dure — tomar los insultos sin intención es burlarme de nosotros, de lo que fuimos construyendo para terminar así, en medio de una cama donde lo familiar fue desplazado a un lado. Se siente como cerrar un pacto, lejos de las oficinas del primero, donde el escenario es meramente nuestro. Y me gusta, me genera algo diferente y desconocido y, con horror, puedo ver que es honesto. No pretendo vestirme y huir, no quiero, no esta vez.  

Es por eso que mis dedos descansan sobre su cintura y los contrarios caen sobre mi pecho, haciendo que dé algunos golpeteos contra mi propia piel y mueva el rostro al techo. Muevo la boca y frunzo el ceño como si esperase que ocurra algo, chequeando apenas la habitación solamente con la mirada — Ahora es cuando la continuidad del espacio-tiempo estalla y el orden de las cosas debe ser restaurado — bromeo en un susurro confidencial que se rompe en una risa. Eso es todo y es completamente nuestro.
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