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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Mayo
    13:21pm

    Cerró con un golpe seco el expediente del último caso que le había sido asignado aquella semana. Nunca había sentido la ansiedad de querer regresar a casa a la mayor premura como las que la embargaban durante las últimas semanas. La protección de aquellas cuatro paredes siempre le gustó pero, lo cierto, es que estar en Wizengamot era mucho más… ¿entretenido? Mantenía su mente tan ocupada que no disponía de tiempo para poder entretenerse en otros quehaceres; pero, no en las últimas semanas. El cansancio acumulado, la tensión e incertidumbre estaban haciendo mella en la rubia que solo quería terminar de leer todo lo que tenía frente a ella para poder marcharse de allí. Por desgracia  le quedaban largas horas en las que tener que mantenerse allí aunque hubiera terminado todo su trabajo. En ‘guardia’, por si alguien precisaba su ayuda o llegaba algún documento de última hora que tuviera que inspeccionar.

    Los repudiados parecían multiplicarse cada día que pasaba y, con ellos, su trabajo. Le molestaban ambos aspectos. Que hubiera cada vez más personas en la misma situación, y que ella tuviera que lidiar con ellos. Apoyó la espalda contra el respaldo, alzando ambos brazos en sentido vertical en busca de estirar sus acortados músculos. Un ligero rugido llamó su atención, bajando la mirada en dirección a su estómago y luego dirigiéndola hacia el blanco reloj que colgaba en la pared frontal. Tenía media hora para ausentarse y, si se retrasaba, siempre podía decir que estaba ocupándose de algo. Como si alguien fuera a preguntarle realmente. Chasqueó la lengua con una indecisión que duró escasos segundos antes de levantarse y encaminarse en dirección al exterior.

    El Capitolio tenía mil sitios donde ir y, por suerte, ella era tan aficionada a la gastronomía como para conocer varios lugares a los que ir sola no resultaría nada llamativo. Odiaba los lugares demasiado concurridos o aquellos en los que el ruido era una desagradable compañía del que no disfrutaba en absoluto.

    El ascensor ya no era de su agrado pero no podía evitarlo tanto como le gustaría poder hacerlo, y mucho menos si quería salir al exterior. Aun así, cuando las puertas se abrieron al final de su recorrido no pudo más que sentir un alivio que, con claridad, se debió ver reflejado en sus expresiones. Enfiló sus pasos en dirección a la salida, no dejándoles un descanso hasta que ambos estuvieron fuera del lugar. Respiró con tranquilidad, apoyando la espalda contra una pared cercana. Hasta que no encontraran una solución todos sus días serían así. No era alguien sospechoso, nadie dentro de Wizengamot sería tan estúpido como para tener su misma idea, pero no dejaba de ser un problema. En cuanto sus ojos se volvieron a abrir pareció identificar a alguien a su alrededor. —Señor Kavalier— llamó antes de percatarse ella misma del hecho de haber pronunciado su nombre en voz alta. Recordarlo era algo curioso, mucho más ser la que lo llamara.
    Arianne L. Brawn
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    Riley Kavalier
    Me duelen las mejillas de sonreír toda la mañana, de verdad creo que estoy llegando a algo con ésto y me entusiasma saber que pronto tendré todo listo para ver a mi bebé en acción. ¿Acabo de llamar bebé a uno de mis proyectos? Creo que estoy visitando demasiado los talleres de mecánicos pues ellos son los que suelen tratar a sus creaciones, autos o lo que sea, como si fueran un frágil e irreemplazable objeto de oro puro. Bebé o no, mi panza está rugiendo así que creo que ya es hora del almuerzo. Sin embargo, cuando me levanto siento un gran mareo y al comprobar la hora en mi celular caigo en la cuenta de que si bien estoy ubicado en cuanto a momento del día, creo que he pasado 24 horas aquí encerrado sin comer absolutamente nada.

    Sé que dejé un sandwich en algún sitio, así me pongo a buscarlo de inmediato pero no obtengo resultados. Supongo que no me queda más remedio que salir de mi cueva e ir por algo afuera, aunque no me guste para nada la idea. Así que voy como puedo hasta el ascensor y presiono uno de los botones para ir hasta la planta baja. Agradezco no tener nada en el estómago pues tantas vueltas con lo mal que me siento no están ayudando para nada... Eso y quizás esté entrando en período de abstinencia pues el día de ayer tampoco he consumido nada.

    Salgo a paso seguro y me sorprendo al escuchar mi nombre, más aún cuando descubro de quién se trata. Es la señorita Brawn, con quien he compartido una desagradable experiencia en el ascensor hace no demasiado tiempo. Recuerdo haberla invitado a tomar una chocolatada al despedirnos pero... supongo que no está dentro de mí hacer esas cosas ¿Qué se supone que iba a hacer? ¿Ir hasta su oficina a demandar cumplir la promesa? ¿Esperar a que ella aparezca en la mía? Hay ciertas normas sociales que no comprendo así que simplemente decidí dejarlo pasar.

    -Es nuestra segunda charla, no con muchas personas llego a tanto así que es hora de que comience a llamarme Riley - respondo con una sonrisa tímida - ¿Cómo se encuentra, señorita Brawn? Espero que no haya tenido más encuentros desafortunados con el elevador - yo no los he tenido, por suerte. Aunque no me extraña que lo hayan reparado de inmediato, si hay algo que saben hacer en el ministerio es mantener en perfectas condiciones todo aquello que está a la vista de todos.
    Riley Kavalier
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Meneó la cabeza hacia ambos lados, ligeramente confundida consigo misma por lo que acababa de pasar. No era del tipo de personas que llamaba a los demás en voz alta, ni siquiera cuando se trataba de algo importante a debatir, que diera inicio a una conversación y, mucho menos, recordara los nombres de los demás. Miró hacia otro lado, contrariada, pero prefiriendo dejar a un lado sus pensamientos ya que su lengua se había desenredado con inusual facilidad.

    Quizás el hecho de haber afrontado uno de sus miedos cerca de él provocó que su nombre quedara impreso en su mente de algún modo que no era capaz de identificar. Dos de sus dedos se dirigieron hacia su antebrazo; por suerte no fue nada demasiado grave que fue capaz de curar ella misma con los ungüentos de los que disponía en casa y que su madre no dudaba en reponer con rapidez. Inclinó levemente su cabeza a modo de saludo. Parpadeó un par de veces. No se consideraba una persona que le diera importancia a las apariencias, pero aquel modo de tratar a los que la rodeaban estaba demasiado incrustado en su adn como para ser capaz de sacarlo con tanta facilidad. Carraspeó ligeramente, esbozando una pequeña sonrisa. —Siempre que me llame Arianne, entonces— contestó finalmente, acompañando sus palabras de un ligero movimiento de mano.

    Negó con la cabeza. —Por suerte no, aunque no puedo negar que a la mañana siguiente estaba un tanto reticente a volver a subirme en el— declaró con naturalidad. Alternó su mirada entre su acompañante y los alrededores, chasqueando con cuidado la lengua. —Le debo una camisa. No crea que lo he olvidado sólo… no era cortés ir hasta su oficina y preguntarle qué talla usa— se sintió ligeramente culpable ante su ‘mentira’ encubierta. Quizás él si tenía aunque fuera una lejana idea de quien era ella y donde trabajaba, pero a la inversa no lo era en absoluto. —Si no tiene nada que hacer podría comprársela…— trató de tantear con un tono que denotaba su completo desconocimiento en relación a la dirección que estaban tomando sus palabras.
    Arianne L. Brawn
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    Riley Kavalier
    Hago una pequeña inclinación como tomando su orden, será Arianne para mí de ahora en adelante aunque quizás el tuteo lleve un poco más de tiempo. Se me ha educado para tratar a todos con el mayor de los respetos y es algo que mantengo aún a mis 30 años. Además, la señorita Brawn es una persona que uno no puede simplemente tratar como alguien más pues no lo es. Tiene la historia digna de un personaje de novela fantástica, ha vivido cosas que los más pequeños de Neopanem solo conocen como historia antigua.

    Sonrío cuando menciona lo de la camisa y me rasco la nuca algo avergonzado, quizás estuvo algo demás lo de romperla de aquella manera pero supongo que me dejé llevar por el momento... No quería que se sienta en deuda de alguna forma - Talla grande, tengo brazos largos - respondo sin borrar la sonrisa de mi rostro - Yo le debo una chocolatada pero seré honesto, no me animaba a recordárselo - ahora que estamos charlando estoy empezando a creer que pospuse aquello por nada, en realidad si uno habla con honestidad las cosas surgen solas.

    Alzo las cejas cuando propone ir a comprar la camisa pues no es algo que hubiese puesto en mis posibles planes del día. Tengo que comer, por supuesto, pero supongo que podría comprar un sandwich en el camino y a hacer las compras, podría ser divertido y nunca está de más reponer la ropa en el armario. Quizás no lo aparento a simple vista pero me gusta mantener una buena apariencia en lo posible - ¿Conoce alguna tienda? Suelo comprar en Varkova - quizás es algo cara pero supongo que ambos tenemos tarjeta de crédito - Podemos tomar la chocolatada de camino, necesito azúcar... Me sumergí tanto en el trabajo que olvidé comer en las últimas 24 horas - admito con una mueca.
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Tratar de mantener una conversación cordial con alguien era mucho más complicado de lo que recordaba; se le asemejaban mucho más sencillas y fluidas las conversaciones que, en alguna ocasión, tenía que mantener con algunos de sus compañeros de Wizengamot en relación con algún caso en el que necesitara una opinión externa que la sacara del encasillamiento que pudiere tener. Aunque también era cierto que aquellas ocasiones eran más bien pocas, y cuando surgían el receptor de sus preguntas era Jasper.

    —Talla grande— pronunció entonces ella también, permitiéndose recorrerlo con la mirada durante unos largos segundos. No tenía problema alguno en recorrer con la mirada a los demás, tampoco que la pillaran en el acto. Ciertas cosas del trabajo acababan impregnándose en la piel; ser observadora con los demás, en ocasiones de forma poco disimulada, era algo que tenía completamente interiorizado y surgía sin siquiera darse cuenta de ello. Asintió lentamente con la cabeza, recordando aquella promesa ante el mismo recordatorio pronunciado por él. —No somos dos personas especialmente sociables. Estoy segura de que esta conversación solo ha surgido por la casualidad de encontrarnos, dudo que nos hubiéramos buscado mutuamente— anunció con naturalidad. No era algo por lo que ofenderse, no se ‘debían’ nada el uno al otro. Habían sido cordiales durante el incidente del ascensor e hicieron promesas cordiales una vez que despidieron, no es como si realmente hubieran prometido volver a encontrarse a ciencia cierta.

    Chasqueó la lengua antes de que su estómago crujiera, acompañando las palabras de ofrecimiento Riley. Colocó ambas manos sobre su estómago, suspirando por lo bajo con expresión más que culpable. Avergonzada más bien. —No llevo tanto tiempo sin comer pero… me he delatado a mí misma— reconoció con tono culpable antes de hacer un gesto en dirección a una de las calles cercanas para ir en busca de algo de comer y, posteriormente, ir en busca de la debida camisa. —Conozco un lugar cercano que es bastante reservado— propuso mientras caminaba en dirección al lugar, el cual no se encontraba más allá de a dos cuadras de distancia.
    Arianne L. Brawn
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    Riley Kavalier
    Me siento un poco extraño cuando me recorre con la mirada, a decir verdad no sé que hacer y paso por varias posiciones incómodas como sacando pecho, inclinándome a un costado y al final soltando todo el aire que contengo durante todo ese tiempo. Sus siguientes palabras no ayudan tampoco pues lanzan una verdad que estaba intentando ignorar. Claro que no somos dos personas sociables, pero a veces estar solos no es lo más saludable para nosotros... Creo que ahora es un gran ejemplo, me han dejado solo en el laboratorio por 24 hs y ni siquiera me tomé un momento para comer, eso no pasa cuando estoy acompañado.

    - Suena algo triste si lo plantea de esa manera - respondo pensativo mirando el suelo - Siguiendo esa lógica ya somos incapaces de hacer nuevos amigos a no ser que el mismísimo destino nos obligue a encontrarnos con la misma persona una y otra vez - agrego con media sonrisa pues la última amiga que hice ha sido precisamente por eso, una sanadora a la que visito regularmente por mis problemas de salud. A parte de ella solo está Lara que fue mi amiga de la infancia por defecto al ser los únicos dos marginados, y seguimos siéndolo... Amigos, ella ya no es más una marginada.

    El sonido de su barriga me hace sonreír y niego con la cabeza pues creo que la mía ya se ha cansado de darme las señales para que la alimente, como una alarma luego de que la pospones más de diez veces - Podemos ir ahí entonces - coincido siguiendo su paso rumbo al lugar que propone. Si es reservado seguramente lo conozco pues esos sitios no se me escapan, donde hay poca gente, poca fila y es fácil pasar desapercibido.

    - ¿Cuándo fue la última vez que ha hecho un amigo, Arianne? - pregunto mientras caminamos - No es en plan de criticar, seguramente tiene más amigos que yo.
    Riley Kavalier
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Arqueó ambas  cejas, sintiéndose, momentáneamente, culpable por las palabras pronunciadas. No era alguien con demasiado tacto; la mayor parte de palabras que cruzaba era con criminales que trataban de zafarse o responder sus preguntas con evasivas, por ello su lengua actuaba sin más, sin un previo filtro que tuviera en cuenta los sentimientos o a los demás. Su lógica tenía sentido para ella. Simplemente no era capaz de hacer nuevos amigos, y tampoco estaba demasiado interesada en entrelazar lazos con otras personas a las que arrastrar a su mundo. Todos tenían sus propias preocupaciones y, a la larga, por mucho que la conocieran siempre habían unas barreras que nadie podía cruzar y muchos se aburrían esperando. —No soy buena haciendo nuevos amigos— reconoció sin problema alguno —, y el destino… quién sabe. Quizás nos hemos encontrado otras veces, puede que incluso golpeado por ir con prisas por el Ministerio, pero no fue hasta el pequeño incidente del elevador que cruzamos palabras. Fue insistente entonces— agregó en un intento de aliviar el hecho de sus problemáticas palabras iniciales.

    Asintió con la cabeza, caminando a su lado en completo silencio. Recorriendo con la mirada los escaparates a los lados y girando a la derecha en una pequeña, pero cuidada, calle hasta que sus ojos alcanzaron a ver un toldo rallado y un cartel que anunciaba el nombre del lugar. Lo señaló con un gesto de la mano, volviendo su rostro hacia él cuando sus pensamientos se vieron interrumpidos por la inesperada pregunta. —¿Amigos?— cuestionó automáticamente, prensando los labios. Amigos. Había muchas personas a su alrededor pero la mayor parte solo eran relaciones laborales, nada excepcional ni especial. ¿Dos? ¿Uno? Ni siquiera tenía idea de si podía meter en aquella denominación a Benedict. —Hace mucho tiempo—. No era algo extraño, aquellos que la conocían sabían que era complicado, una persona inaccesible. —Podría decir que sólo tengo uno— acabó pronunciando. —Un antiguo vencedor— comenzó a explicar —, tratas de alejarte de esos recuerdos pero tu mejor amigo acaba siendo alguien como tú, ¿no es una ironía?—. Dejó ir el aire. —¿Y tú, Riley?— cuestionó entonces ella —, teniendo en cuenta mi número es bastante accesible que lo superes— trató de comentar con diversión una vez que hubieron llegado hasta la puerta del local y la abrió ante ellos para entrar.

    —Vayamos allí— propuso señalando con la mano una de las mesas más alejadas, y que siempre ocupaba cuando iba allí, del resto. Saludó con una leve inclinación de cabeza al propietario del lugar al camarero de la barra antes de encaminarse en dirección a la mesa y tomar un lugar, apoyando ambas manos sobre ésta a la espera.
    Arianne L. Brawn
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    Riley Kavalier
    Bueno ahí tenemos algo en común. A veces veo cómo las personas entablan conversaciones con desconocidos sin ningún tipo de problema y los envidio, aunque probablemente ellos no tenían padres que los mandaban a callar cada dos segundos. Sé que no puedo culpar a mis padres eternamente pero es un aspecto de la vida que de todas formas no tengo intenciones de cambiar... Si el destino quiere que tenga más amigos pues tendrá que obligarme y de seguro se le ocurrirán sitios mejores que un ascensor para encerrarme - No apruebo sus métodos pero son efectivos - respondo con el ceño fruncido, pensativo. Sí, de otra forma jamás habría hablado con la jueza.

    Llegamos al sitio y mientras escucho su pensamiento sobre el tipo de amigo que tiene ahora. Ni siquiera puedo intentar adivinar de quién se trata pues recuerdo a pocos vencedores y ni siquiera sé si son fugitivos, personas de bien o qué. No miraba mucha televisión de niño y ahora mucho menos leo los periódicos - Debe entenderla, sabe por lo que pasó... No puedo imaginar un mejor amigo que ese - respondo honestamente y aprovecho la entrada al restaurante para dejar pasar unos segundos antes de hablar sobre mi propia vida.

    Tomo asiento y apoyo los codos sobre la mesa con la espalda algo encorvada, a la espera de que nos traigan el menú - Creo que tengo dos amigas, aunque una es mi sanadora así que no sé si en realidad cuenta - respondo con media sonrisa. Quizás mi número sea ligeramente superior al suyo pero no es digno de admiración tampoco. Lo curioso es que no tengo amigos hombres, creo que por vergüenza siempre me he alejado de ellos, aún cuando el destino me empujaba - ¿Cree que si el destino sigue empujándonos podremos ser amigos algún día? - pregunto escondiendo la cabeza entre mis hombros, sé que es una pregunta arriesgada pero... ¿Por qué no?

    El mozo llega con la carta y pido una chocolatada con un plato de carne y papas fritas. El hombre me mira raro pero ya estoy acostumbrado a eso ¿Por qué hay que respetar los horarios de comida? Si vamos al caso tengo derecho a pedir un desayuno, un almuerzo, una merienda y una cena.
    Riley Kavalier
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Disfrutó de los minutos de silencio y paz que los rodeó durante el tiempo que transcurrió hasta llegar al pequeño restaurante o, más bien, hasta que sacó el tema de las amistades. Si la hubiera conocido hacía… ¿veinte años? Antes de todo el caos en el que se convirtió su vida, no la habría reconocido ni aunque la hubieran señalado con el dedo. La típica niña rubia y bonita que le sonreía a todo el mundo, tenía decenas de amigos y no paraba ni un minuto en casa. En comparación con quien era en aquel momento… bien se podría creer que no eran la misma persona. —Nunca nadie llega comprenderlo del todo aunque pasara por lo mismo— explicó cerrando la puerta de entrada tras de sí. —Lo bueno era que no me preguntaba constantemente como estaba o me compadecía— continuó con una furtiva sonrisa asomando en sus labios.

    Fue una especie de flotador. Su amistad tardó en asentarse pero, cuando lo hizo, se convirtió en incondicional. No necesitaban hablar demasiado el uno con el otro, verse todos los días o contarse todo; su relación iba mucho más allá de todo ello. Y la aliviaba. Él la entendía en más sentidos que los demás, aparte del hecho de que hubieran vivido una vivencia traumática similar. Entrelazó los dedos de las manos, apoyándolas sobre la mesa y mirando en dirección a la barra segundos antes de regresar su atención, nuevamente, a él. Frunció ligeramente los labios. —Si estás abierto a ello puedes hacer amigos en cualquier lugar, no importa que también tengáis una relación profesional— aseveró con seguridad a la par que separaba las manos.

    Arqueó ambas cejas, sorprendida ante su pregunta. No teniendo tiempo de decir nada antes de que el camarero llegara hasta ellos y les entregara un carta a cada uno. Esperó a que su compañía pidiera, tratando de disimular con una carraspeo la risa que quería escapar de entre sus labios. Acabó indicando, por su parte, un chocolate y un trozo de pastel, antes de entregarle las cartas y dejar que se fuera. —Curiosa petición— comentó con tono divertido. No se había cerciorado de ello antes pero el hecho de tener a Benedict en casa había trastocado, además de su vida, su personalidad. En pocas ocasiones sonreía frente a otros, no porque fuera una amargada sino porque no tenía razones para ello tampoco. En el mismo momento en el que aquel pensamiento se instauró en su mente, recordó la pregunta previa. —No soy quién para llevarle la contraria al destino— anunció estirándose en la silla para que su espalda quedara completamente pegada al respaldo. —Esto ya es en sí… ¿una predisposición a ello? Hemos cruzado más palabras en estos dos encuentros que las que he cruzado en años de relación con algunos compañeros de trabajo—. Igualmente no era alguien hablador, prefería estar en silencio y observando a los demás que estar interviniendo con palabrería; ¿para qué hablar si, en realidad, no había nada que decir?

    Sonaba como alguien con sabiduría a raudales cuando solo era una persona con demasiadas  inseguridades. —¿Qué tal si lo intentamos confesándonos una rareza propia?— propuso sin pensar demasiado en la pregunta exteriorizada antes de que esta surgiera.
    Arianne L. Brawn
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    Riley Kavalier
    Hago una mueca pensativo y me pierdo por un segundo en mi propia cabeza. Creo que Lara comprende todos los aspectos de mi vida, y si no lo hace finge hacerlo para que me sienta mejor... Claro que no nos vimos unidos por algo tan fuerte como los juegos, pero el lazo es el más fuerte que he tenido en mi vida - ¿Y le molesta ahora? ¿Qué le pregunten cómo está? - dejo salir pues es algo a tener en cuenta. Es probable que no se me escape algo así ya que no suelo ser atento con las demás personas, pero por su acaso lo pondré como un post it en algún lugar de mi mente.

    Su tono divertido me deja en claro que a ella también le resulta curiosa mi petición. Sonrío también y me encojo de hombros pues no me arrepiento de nada. De todas formas su pedido también es extraño para la hora del día y sin duda muy cargado de dulce así que me sentiré un poco menos solo en la rareza - Me gusta lo curioso - admito mirando a la cocina. Sé que acabamos de pedir pero el hambre está volviendo a aparecer al pensar en que pronto tendré el plato sobre la mesa.

    La partida del mozo da lugar a la respuesta a mi pregunta y asiento con una sonrisa avergonzada pues es cierto. Quizás he intercambiado más palabras con ella que con muchos del laboratorio también, aunque debo admitir que a ellos los ignoro por no poder llevarme la corriente por completo, excepto por esa mujer... aun no sé su nombre, trabaja con micromagibiología y tiene ideas casi tan interesantes como las mías - Punto para Riley - bromeo elevando el puño por sobre la mesa y agitándolo discretamente como si acabara de anotar en algún deporte, cosa que jamás pasará.

    Alzo las cejas y me atrevo a mirarla sorprendido cuando hace esa pregunta ¿Una rareza? Quizás no mi rareza más grande ya que es una jueza y no puedo comentarle abiertamente sobre mi gusto por los hongos mágicos. Tampoco puedo contarle sobre mis gustos televisivos ya que no son algo que se esperaría de un adulto... En cuanto a la comida creo que no hace falta decirlo en voz alta - Tengo más de las que me gustaría admitir - largo al final sintiendo como el rubor va hacia mis mejillas - Pero de acuerdo... Una rareza es que me gusta imaginar que hay alguien escuchándome cuando pienso en voz alta mis ideas y lo raro es que cuando de hecho hay alguien ahí, lo ignoro como si no estuviera - río al final de lo ridículo que suena - Su turno.
    Riley Kavalier
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    —Nadie lo pregunta— contestó encogiéndose ligeramente de hombros. Hacía demasiado tiempo que nadie le preguntaba cómo se encontraba; también era cierto que su vida había estado siendo lo suficientemente monótona como para que la respuesta siempre fuera la misma. Lo era, porque unos meses atrás todo lo que la rodeaba se había vuelto del revés.

    Asintió con la cabeza, manteniendo en sus labios la diminuta sonrisa divertida que había asomado a sus labios instantes antes. Giró el rostro para ver partir al camarero, siguiéndolo con la mirada hasta que desapareció tras unas puertas que empujó con su antebrazo derecho. En aquel lugar ya la conocían de sobra, pero pocas eran las ocasiones en las que cruzaba las puertas en una compañía diferente a la de Jasper, y lo cierto es que tampoco había ido hasta allí junto a él más de uno o dos ocasiones. Levantó una mano, alzando dos dedos. —Dos puntos— concedió —Uno en ésta ocasión, y otro por conseguir sacarnos del ascensor— aseguró bajando las manos de la mesa y apoyándolas sobre las piernas.

    Después de que la pregunta surgiera de sus labios no supo que más decir, mucho menos cuál sería su respuesta cuando, posiblemente, él le devolviera la misma. Rarezas, todo el mundo las tenía a pares, ella no era una excepción ni mucho menos. Dejó que sus claros ojos se fijaran en él mientras se explicaba. —¿Te gusta que te elogien por tus ideas?— preguntó cuando terminó de hablar. La mayor parte de las personas querían ser reconocidas por los demás, que elogiaran sus logros o ideas; el hecho de imaginar que había alguien cerca se podía acercar a aquello… o simplemente era algún tipo de manía. La rubia no era nadie para juzgar las manías o rarezas de los demás. —Por mi parte…— comenzó a decir cuando el súbito regreso del camarero provocó que sus labios se sellaran momentáneamente, dedicándole una breve mirada mientras dejaba sobre la mesa lo que ambos habían pedido.

    Esperó a que se marchara, alcanzando con ambas manos la taza con chocolate y girándola en sus manos, y sintiendo la calidez que ésta desprendía. —No me gusta que la gente me toque o invada mi espacio personal— comenzó a hablar con la mirada aún fija en el contenido de la taza —, a muchas personas no le gusta, pero mi caso lo odio— se encogió de hombros cuando hubo terminado de hablar, acercando la taza a sus labios y bebiendo apenas un sorbo. Carraspeó, dejándolo nuevamente sobre la mesa. —Reconocer una rareza es una buena forma de comenzar una amistad, de éste modo se pueden evitar confusiones— aseguró tomando el tenedor, tomando una pequeña porción de red velvet y llevándolo hasta su boca.
    Arianne L. Brawn
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    Riley Kavalier
    Su respuesta me hace dudar sobre el recordatorio que marqué anteriormente ¿Cómo que nadie le pregunta cómo está? Puede que haya pasado un tiempo pero... Bueno, no sé cuál es la costumbre social. Mi vida no es muy emocionante, no tengo un pasado traumático a ese nivel y aun así es agradable que alguien me pregunte cómo estoy a veces, porque aunque no esté pasando nada en el mundo por la mente pasan demasiadas cosas, hay millones de pensamientos por día y no siempre son agradables - Lo lamento si le molesta pero le preguntaré cómo está de vez en cuando, solo para asegurarme - tomo esa decisión - Y usted puede preguntarme a mí - no voy a decirlo pero lo necesito.

    Frunzo el ceño pensando cuándo gané el primer punto y sonrío tímidamente cuando dice que fue por lo del ascensor. En realidad no lo considero como una victoria pues tardé más de lo que debería haber tardado, es mi especialidad y estoy seguro de que si alguien entendido en el tema hubiese estado ahí presente se habría burlado de mi incompetencia para salir del problema - Gracias por el punto - agradezco haciendo una inclinación de cabeza quizás un poco dramática.

    Quizás es una pregunta inocente para ella pero siento la necesidad de protegerme detrás de algo antes de responderla. No hay nada alrededor así que me rodeo con mis propios brazos con disimulo y apoyo mis talones en el caño que cruza debajo de la silla para poder alzar un poco más las rodillas. No sé si responder con honestidad o solo evadir el tema, quizás me comprende o tal vez lo considera una tontería... No lo sé - Cuando era pequeño todas mis ideas eran consideradas insuficientes y ahora que soy adulto las personas son escépticas, aun frente a buenas ideas no lo creen hasta que pasa el control de calidad varias veces - lo es así con los jefes - Pero la ciencia es algo que lleva tiempo, es un proceso largo y a veces hay que soñar un poco antes de hacerlo realidad - agrego y me relajo un poco pues hablar de mi amor por esa parte del mundo nunca me cuesta - Es una lástima que no todos puedan hacerlo - confieso al final encogiéndome de hombros - Me gustaría, pero no pasa de seguido - completo con una sonrisa algo triste.

    Está por responder cuando llega la comida y hasta puedo sentir como mis ojos se iluminan. Esto de olvidar comer tiene que dejar de pasarme pues ahora mismo siento que podría atacar el plato sin pausa y no sería muy educado. Así que comienzo por las papas y con cuidado meto un par en mi boca para calmar el hambre, mientras tanto escucho lo que tiene que decir.

    Tomo un trago para bajar la comida y me limpio con una servilleta antes de hablar - No tendremos problema con eso si somos amigos, intento ser más... cercano con las personas pero no sé como hacerlo, me cuesta - admito - Me parece mucho más natural mantener la distancia, más allá de estrechar las manos, por supuesto - recuerdo la reacción que tuvo aquel día en el ascensor - ¿Cuál es su cosa favorita en el mundo? Ese dato también podría ayudarnos.
    Riley Kavalier
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Alzó la mirada hacia él, claramente extrañada ante su proposición, viéndose empujada a encogerse de hombros como toda contestación. No era alguien hablador que entablara gustosamente conversaciones con lo demás pero las mínimas normas de cortesía aún estaban registradas en ella; y, a decir verdad, las usaba con asiduidad en el desempeño de sus funciones, por más que algunos no merecieran ni ello. La falsedad se mostraba en todo su esplendor a cada paso que uno daba dentro del Ministerio, nada era de color de rosas ni por asomo.

    Parpadeó confusa, observándolo detenidamente durante los segundos que prosiguieron a su más que inocente pregunta. Quizás no había sido una buena idea. El hecho de mantenerse en silencio la mayor parte del tiempo la había ayudado a leer mejor a las personas, cosa que llevaba a la práctica constantemente en los juicios, por lo que no pasaron de inadvertidas su reacciones. —No tienes que contestar si no quieres— se apresuró a agregar con claro tono de culpabilidad. Mas él le hizo. Escuchó en silencio, procesando todas y cada una de sus palabras como aquel que trataba de entender el mundo interior de una persona totalmente desconocida. Esbozó una pequeña sonrisa. —Es envidia— dijo simple y llanamente —, hay personas que no son capaces de dejar su mente volar de tal modo, de poder visualizar algo nuevo que no tengan presente y puedan palpar. Envidian que tú seas capaz de crearlo de la nada. No solo modificar o mejorar algo ya existente, crear algo— continuó hablando, irguiéndose en la silla y cruzando las piernas cuidadosamente —No deberías dejarte intimidar por ellos— concluyó con un tenue encogimiento de hombros. Arianne Brawn dándole consejos sobre la vida a otra persona, realmente no parecía ni ella misma.

    Bebió de su taza, sintiendo el chocolate aún demasiado caliente pero no pudiendo resistirse al penetrante olor que llegaba hasta ella. Su estómago no tardaría demasiado en volver a crujir sino ingería algo por lo que no le importó cuando la punta de la lengua se le quemó ligeramente. Sus ojos se alzaron tras la taza, alejándola de sus labios y limpiándose con la servilleta. —Está bien entonces— contestó tomando el tenedor y tomando un pequeño trozo de pastel que se llevó a la boca y masticó lentamente. Obviamente sabía que tenía hambre pero no a aquel nivel. —¿Uhm?— masculló tragando y apoyando el cubierto en el borde del plato. Su cosa favorita del mundo. ¿Tenía de eso? Nunca se había parado a pensar si había algo imprescindible en su vida o que gustara tanto que hubiera adquirido la categoría de favorita. Un suave siseo surgió de sus labios, uno que dejaba entrever que no lo tenía del todo claro. —Puede que el mar— acabó por pronunciar después de pensarlo detenidamente. —Siempre he vivido en el Distrito cuatro y no creo que fuera capaz de estar en otro sitio— Giró la taza entre sus manos mientras hablaba. —¿Y la suya? No vale decir la ciencia— comentó con una sonrisa divertida en los labios.
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    Palabras bonitas. No es algo que abunde en mi día a día laboral así que solo la miro con un gesto de agradecimiento a medida que las sílabas salen de sus labios. Ojalá más personas pensaran como ella y ojalá acepte ser mi amiga por mucho tiempo más pues no me vendría nada mal contar con su apoyo aunque no sea dicho en voz alta - Gracias - respondo con voz tenue pues de verdad me han llegado sus palabras. Creo que a parte de Lara es la única que se ha tomado los segundos para decirlo y de no ser yo probablemente ya la haría abrazado... Pero eso no nos gusta a ninguno de los dos así que espero que la palabra de agradecimiento sea suficiente.

    - Haré mi mejor esfuerzo pero la mayoría de las personas me resultan intimidantes - confieso con una sonrisa, avergonzado - Todos parecen más grandes, más guapos, más... todo - continúo. Y ahora comencé a dejar salir mis problemas de autoestima. No debo tomarla como una psicomaga, solamente está siendo amable así que me apresuro a agregar - Lo arreglaré, intentaré que ya no sea así - probablemente no lo logre, pero ella no tiene por qué saber esa parte.

    El mar suena bien, no es mi estilo pero comprendo por qué las personas lo encuentran agradable. Soy más bien alguien de interiores así que siempre voy a preferir estar frente a una computadora antes que frente al infinito océano lleno de peces, criaturas desconocidas y quien sabe cuántos peligros en las profundidades - Oh ¡Eso no se vale! - reprocho entre risas pues la respuesta fácil habría sido la ciencia ¿Tengo otra cosa favorita en el mundo? Claro que la tengo, las drogas, a veces son mi razón para levantarme por la mañana pero de solo pensarlo puedo sentir como mi sonrisa desaparece y mi rostro se oscurece un poco - Creo que no quiero responder eso - respondo en tono bajo y con los ojos clavados en el plato - Quizás algún día, Arianne, lleguemos a ser tan amigos que podré contestar esas preguntas con honestidad, pero no aún - dejo salir lamentándolo de veras - Soy un tipo con secretos - intento bromear para relajar el ambiente, no sé si lo logro.
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    Consejo 9 ¾
    No daba consejos, ni siquiera se mostraba demasiado cercana o amable con los demás; solo permanecía quieta viendo a lo demás pasar, sin interesarse por sus problemas o tratar de consolarlos cuando los escuchaba por error. O al menos aquello era lo que había estado haciendo durante los ocho años previos, excepto contadas excepciones. Sonrió con amabilidad, devolviendo la atención hasta su plato y comiendo lentamente y alzando la mirada hacia él tan solo un instante. —Diles que conoces a alguien en Wizengamot, todos siempre se asustan porque esconden algún secreto ilegal— propuso a modo de broma pero con ciertas notas de sinceridad. La rubia podía parecer que infravaloraba a los demás, que los trataba con superioridad, pero, simplemente, no prestaba atención a nada de lo que la rodeaba, sin tener maldad en absoluto.

    Según el tipo de pregunta se podía interpretar su respuesta. Si hubiera sido otra podría haberla relacionado con algún recuerdo doloroso del que no podía hablar o no se sentía capaz, cosa que comprendía puesto que ella misma tenía ciertos recuerdos que conseguían enfermarla con solo traerlos de regreso a su mente, pero, cuando se trataba de gustos… cuando alguien no podía dar una respuesta cabían dos posibilidades: algo tremendamente vergonzoso o ilegal. ¿Cuál de las dos sería? Inclinó, involuntariamente, su cuerpo al frente, observándolo en silencio, inmersa en sus cavilaciones hasta que se percató de lo que estaba haciendo con él. —Perdón, es una manía de años de trabajo— trató de excusarse con rapidez, volviendo a su posición inicial. Casi lo estaba examinando como si se tratara de uno de los tantos presos que veía semanalmente y tenía que acabar leyendo entrelíneas porque parecían olvidar cómo articular palabra alguna. —No seré yo la que te presione para que hables de ello— aseguró después de recobrar su postura inicial, tomando la taza y apurando el contenido de la misma.

    El tiempo transcurrió con más rapidez de la esperada y, antes de que pudiera percatarse de ello, más de una hora había pasado. —Tendríamos que volver al Ministerio— dijo alejando el plato ya vacío de su lugar, ofreciéndole que se marcharan juntos si él también había terminado y debía continuar su jornada laboral.
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