The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Lëia A. Campbell
"Añadir sangre de salamandra hasta que la poción se vuelva roja." ¿Cómo pretendían que ella se concentrara en una tonta poción con todo lo que estaba ocurriendo en el país? "Revolver hasta que la poción se vuelva naranja." Su tía Annie estaba muerta. "Añadir más sangre de salamandra, esta vez hasta que la poción se vuelva amarilla." Jamie Niniadis estaba muerta. "Revolver hasta que la poción se vuelva verde." Hero, la niña con la que había compartido fruta fresca era buscada por el nuevo hombre al mando. "Añadir más sangre de salamandra, hasta que la poción se vuelva turquesa." Hero y su hermano habían asesinado a la ministra, su propia madre. "Calentar hasta que la poción se vuelva índigo." Su padre había firmado el acuerdo de quemar en la hoguera a dos personas. "Calentar hasta que la poción se vuelva índigo."...

Frustrada por leer las instrucciones de preparación sin prestar atención, cerró el pesado libro y lo dejó caer al suelo mientras se estiraba sobre la cama apoyando la espalda sobre la pila de almohadas.
Aún recordaba todo lo que Kyle le había dicho en su primera excursión al norte y por supuesto que ver su rostro en los carteles de buscados y los vídeos donde secuestraba al funcionario del gobierno, le aterraba un poco. Necesitaba obtener respuestas porque no podía haberlo juzgado tan mal. Tenía que hablar con él y pronto.

William desesperado, la llamó brincando sobre la alfombra que decoraba su habitación gracias al buen gusto de Hero ¡Había olvidado colocar comida en su plato!
Se levantó de la cama, abrió la puerta y aún vistiendo sus pijamas de unicornios brillantes, pasó una pierna por encima del barandal de la escalera, se aferró con ambas manos y se deslizó hasta la entrada. Eso solía animarla bastante, pero como aún seguía castigada, nada podía quitarle el humor de perros que llevaba.
Al terminar de colocar la comida, el hurón por poco se metió dentro del plato para devorar todo, eso si le sacó una pequeña carcajada. Una que fue interrumpida por el sonido del timbre.
¡Yo voy!— Le avisó a la esclava de su padre y a los elfos, y dando cuatro giros sobre sus brazos parándose de costado, alcanzó la puerta y la abrió. —¡Tío Colin!— Exclamó elevando el rostro sorprendida e inmediatamente lo abrazó por la cintura.
Lëia A. Campbell
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That's just the way it has to be|| Colin. IqWaPzg
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Había pocos lugares a los que iría corriendo si todo lo que conocía era colocado en jaque en un tablero, hasta que se resolviera la situación del ministerio tras el asesinato de Jamie Niniadis por sus hijos y su sucesor definiera la política a seguir, la única sala en la que quería estar esperando esta resolución era la casa de Riorden. Mando un mensaje a mi melliza preguntándole dónde está, cómo está y diciéndole donde me encontrará en las siguientes horas por cualquier inconveniente que pudiera surgir. Después del discurso que ha dado Magnar Aminoff esta mañana, no creo encontrar a mi hermano, pero con la determinación a esperar si hace falta, me dirijo a la isla ministerial.

Tras saludar a la seguridad del muelle que me conoce por mis frecuentes visitas, insisto en el control de rutina, desde que consiguieron que fuera quien colocó las bombas el ministerio a causa de un maleficio imperius, soy el primero en pedir que se cumplan con los reglamentos y lo hago especialmente cuando se trataba de mi familia. Lo último que quiero es volverme una amenaza para ellos, como lo fui esa noche. Pasé por todos los interrogatorios obligatorios de la base de seguridad, nadie me culpó de nada ni a mí, ni a Annie. Nunca hubo una queja hacia nosotros, el apellido Weynart también ayuda a que se pueda hacer la vista gorda, y puede que hubiera abusado recientemente de eso, no era algo de lo que me enorgullecía.

Descarto esos pensamientos cuando al abrirse la puerta, tengo a Lëia envolviéndome con sus brazos y le respondo de la misma manera, abrazándome a sus hombros. Por la ventaja que me da mi estatura, puedo alzarla de manera que sus pies quedaran colgando, entonces beso su coronilla antes de bajarla otra vez. Todo parece indicar que ella también sería una chica alta, para la edad que tiene seguro le saca una cabeza a las otras chicas. —¿Cómo has estado? ¿Sigues castigada por tu breve excursión por el norte?— pregunto con una sonrisa sardónica, y a pesar de que sea un chiste, le lanzo una mirada que le indica que sigo reprobando lo que hizo. Es la hija del ministro de Seguridad, por Merlín. No puede solo arrojarse a los distritos de los repudiados. Ni tampoco a tratar de hacer el trabajo de un auror o un cazador de seguir el rastro de nadie, ni siquiera está haciendo la especialización para una de esas carreras. Tengo mi fe puesta en ella en que será buena en lo que sea que haga a futuro, pero de todas las cosas lo que menos quiero es que mis sobrinos estén en cualquier peligro. Froto las arrugas de preocupación en mi frente al pensar en cierta niña que sigo sin encontrar.
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Lëia A. Campbell
Los fuertes brazos del tío Colin envolvieron su flacucho cuerpo, la levantaron del suelo y al estar tan aplastada en medio del abrazo, el oxigeno escapó de sus pulmones con un pequeño jadeo de molestia. —No tienes que torturarme así.— Cerrando los ojos fingió estar desmayada hasta que sus pies descalzos volvieron el suelo.
Al volver a mirarlo con la cabeza ligeramente echada hacia atrás, escuchó su pregunta y cruzándose de brazos, arqueó las cejas. —Claro que no y no fue breve, para tú información sobreviví al norte más que cualquier otro Weynart.— Bueno, quizás no tanto. —Y tal vez podría haber hecho algo más...de no ser por esos malditos ladrones.—Al final se dio por vencida y dejó caer las manos al costado del cuerpo. —Si, según mamá estaré castigada hasta los treinta.

Se giró para cerrar la puerta de la entrada, tomó la mano de su tío y lo jaló hacia la cocina. —Papá no está aquí, ¿Quieres merendar conmigo? Podemos hacer waffles juntos y leche con chocolate.— Ofreció intentando ocultar la emoción que le producía su visita. Con todas las horribles cosas que sucedían día tras día, sumado a la carga horaria del colegio, era muy poco el tiempo que podía disfrutar con sus padres o con la familia y desde lo ocurrido con la tía Annie, Lëia comenzó a obligarse a pasar buenos momentos con cada amigo o pariente. Uno nunca sabía...

Al ingresar a la cocina, lo primero que pudo notar es como Williams seguía metido dentro de su plato de comida y las risitas de nuevo escaparon de sus labios. Sin embargo al recordar el hecho ocurrido, volteó y apoyó los codos sobre la mesa para mirar al cazador. —¿O vienes por trabajo?— Preguntó mordiendo su labio inferior.
Tenía un montón de cosas que contarle, consejos que pedirle, pero si él estaba en la isla por cuestiones laborales, no podía molestarlo.
Lëia A. Campbell
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No te estoy torturando— me quejo, con una sonrisa escondida contra su cabello. —Una auténtica sesión de tortura son diez minutos ininterrumpidos de cosquillas— bromeo con un tono más severo de falsa autoridad como tío, que me he abusado de esto para jugar con mis sobrinos mientras iban creciendo, y puede que Lëia sea una adolescente, pero no hace mucho era una niña que cabía en mis brazos como una pequeña kneazle. Lástima que esta kneazle quiera empezar a escaparse por los tejados al sumarse años de edad, no son tiempos para que se arroje al norte sin medir las consecuencias. Porque yo sí paso mucho tiempo por esos distritos, sobre todo en las zonas boscosas como para saber de los peligros que hay, si no es un traidor puede ser una criatura salvaje con la que se encuentre. —No presumas tanto, los Weynart han puesto el listón muy alto en varias cosas que no te será muy fácil superar— apunto, pensemos: Riorden es ministro de Seguridad, Annie fue jefa del departamento de desarrollo científico, Ethan está en ese mismo departamento, mi melliza está muy bien ubicada en el Royal. ¿Y yo? Podría haber querido ser jefe de cazadores como me sugirieron, pero estoy más que conforme con que Jessica sea quien ocupe ese puesto. Le echo una ojeada de refilón a Lëia, estoy convencido que en un futuro cercano se pondrá a la par de todos en la familia.

¿Ladrones?— repito, algo me había enterado, pero si pregunto es porque quiero escuchar su aventura de sus propios labios. —Dime que les dejaste con los dedos rotos o al menos una mejilla morada— digo en broma pese a usar un tono serio. Me compadezco de ella y su castigo a casi quince años de estar encerrada en la casa, la envuelvo con un brazo por encima de sus hombros para un apretón cariñoso. Si bien es mi hermano el que está a cargo de la seguridad nacional, puedo decir que Zoey como madre se impone de una manera que puedo imaginarla dándole consejos para el ministerio a su cargo. Es una idea sin sentido, un chiste interno, que no quiero confirmar porque no suelo entrometerme en la vida íntima de mis hermanos.

En cambio, me dejo llevar por mi sobrina a la cocina, para hacer de su encierro en la isla un poco más llevadero. —No pensaba irme de aquí sin que me alimentaras— digo, y si cuando indaga si el motivo real de mi visita se debe al trabajo, hago eso a un lado por un rato. —No, en realidad sólo quería estar un rato con mi familia— contesto con toda honestidad, pasando una mano por su cabello. Creo que no hace falta decir nada más, lo de Annie es tan nuevo, que sigue estando presente en nuestras conversaciones como un fantasma que pocas veces nos animamos a mencionar, pero se queda flotando sobre nosotros. —Tendré que enseñarte defensa personal si acaso en un futuro quieres ir a cazar ladrones en el norte otra vez,— suelto de pronto, no es una mala idea, no lo es si mi sobrina cae en la rebeldía adolescente de querer romper todos los límites que se le marcan o pierde la noción del peligro. No creo que pueda evitar que cosas malas le pasen tampoco, y la verdad, prefiero que sepa como protegerse.
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Lëia A. Campbell
Abrió la boca y en su rostro se dibujó la expresión más horrorizada del mundo. —¡Prometiste no volver a hacer eso luego del accidente!— Se quejó y presionó con su dedo indice el pecho del cazador. Sus mejillas se sonrojaron al recordar uno de los momentos más embarazosos de su vida, cuando el tío Colin no escuchó que debía ir al baño y continuó con el ataque de cosquillas hasta que...pasó.
Sus siguientes palabras le sacaron una pequeña sonrisa traviesa, la cual acompañó arqueando las cejas y cruzando los brazos sobre el pecho. Por supuesto que iba a presumir, sobre todo con los niños en el colegio. —Pero tengo una ventaja que los Weynart no tenían, también soy Campbell.
El abrazo de su tío favorito resulta cálido, agradable y deshace toda la actuada expresión pomposa que estaba haciendo. —Sé que será complicado, no soy tonta, hasta papá era el mejor guerrero del mundo.— No tenía que aclarar que se refería a Alec y no a Riri, él lo entendería.

Soltó un ligero suspiro y pasando el brazo por la espalda baja del hombre, comenzó a caminar hacia la cocina. —Si, ladrones. Me atacaron dos de ellos, me tiraron al piso y me inmovilizaron, no pude siquiera tomar mi varita o golpearlos. Se llevaron mi bolso con el documento y todas mis pertenencias, entonces cuando fui a buscar ayuda con un miembro de seguridad, creyeron que mentía y me dejaron como tres días dentro de una celda mugrienta. Les dije que verificaran mis datos, pero me dijeron que estaban ocupados con no sé qué...— Explicó de forma breve lo ocurrido casi sin respirar. —Ah y también me pusieron un hechizo silenciador. Tuve suerte de que la tía Elle estuviera allí o podría seguir dentro de ese horrible lugar.— Comentó seria, sabía que había cometido una estupidez y que bien merecido tenía aquel castigo.

Al llegar a la mesada, se soltó del agarre y entusiasmada comenzó a buscar todos los ingredientes: Harina, leche, huevos, manteca, batidora, sartén y demás. —Entonces yo te robo primero, todos vienen para estar con Tyler y no es justo.— Si, ya era una adolescente madura, que aún sentía un poco de celos de su nuevo hermano menor. Lo quería mucho, le gustaba jugar con él e incluso lo cuidaba sin problemas, pero si habían momentos donde sentía que estaba perdiendo su lugar y no le agradaba del todo. Sip, una completa estupidez.
Con un diminuto puchero, comenzó a preparar la mezcla para los waffles sobre la isla en medio de la cocina, sin embargo la expresión de tristeza cambió en cuestión de segundos. Una enorme sonrisa cruzó su rostro de lado a lado, al tiempo que sus ojos se abrieron como platos e incluso brillaron. —Jamás creí que este día llegaría...— Gritó manchando sus pijamas con un poco de harina, pero no le importó. —Tengo las tardes de los lunes y jueves libres, ¿Cuándo empezamos?
Lëia A. Campbell
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Buen punto, también es una Campbell. Es el apellido que sigue usando sin necesidad de que lo cambie porque está incluida dentro del gran grupo familiar que conformamos los Weynart. Si no es por un padre, es por el otro. Por un momento me desestabiliza su comentario que no sé cómo interpretar, porque tardo un poco en entender que se refiere a Alec, a quien conocí, pero es más que nada un vago recuerdo. Riorden es mi hermano presente, a quien aprecio de la misma manera que mi melliza, pese a que solo compartimos madre. Froto la arruga que se forma en mi frente porque los enredos de padres y progenitores en esta familia me dieron mucho que pensar siendo adolescente, hasta volverme retraído y taciturno, que no debería sorprenderme que yo también cargue con un error similar, con una niña a la que todavía no encuentro. Lo que siempre voy a admirar de Riorden es que sea más padre de lo que cualquiera fue, más allá de la cuestión de la sangre.    

Escucho el relato de aventuras de Lëia conteniéndome para no cubrirme la cara o hacer un comentario que suene reprobador a sus oídos, después de todo es algo que pasó y no puede hacerse nada para remediarlo en este momento. Bastará como un breve susto, para ella, para esos ladrones y también para los miembros de seguridad que dudaron de su palabra. No son tiempos como para ir diciendo por ahí que es la hija del ministro Weynart, y no sé si hubiera sido mejor que la creyeran cuando lo dijo, tal vez se encontraría en problemas mayores. Tal vez la secuestraban y entonces todos en la familia estaríamos pendientes también de su regreso. Paso mis dedos por mis párpados cerrados, para aliviar esa sensación de cansancio que a veces me cae, y es que somos una familia tan numerosa, que velamos por la seguridad de los más jóvenes, no quiero siquiera pensar cómo recibiría la noticia de que alguno de mis sobrinos estuviera perdido o fuera asesinado. Así como sucedió con Annie. —En serio, yo también me alegro de que Elle estuviera por ahí…— murmuro, —Tu aventura parece una serie de sucesos desafortunados. ¿Segura que no te picó un mackled malaclaw en el dedo gordo del pie?— bromeo con un tono hueco, aunque hago un amago de sonrisa.

Ese gesto se vuelve un poco tirante por su breve comentario celoso respecto a su nuevo hermano, y no es por la relación entre ambos que me consta que es buena, sino porque no sé cómo se tomaran mis sobrinos si traigo una niña a la casa diciendo que es mi hija y en especial Lëia. Tyler está en una edad en la que podría jugar con ella. Si es que logro encontrarla y confirmar que es mi hija. Por las dudas, tanteo a mi sobrina mientras se pone a trabajar en la mezcla para los waffles con sus propias manos. — Lëia, ¿podrías imaginarme como un padre con hijos?— suena a mis oídos como la pregunta más insólita que pudiera hacer, lo que demuestra la poca idea que tengo de plantear esta posibilidad. Carraspeo, recargándome contra el borde de la mesada en tanto la observo cocinar. —Podemos comenzar el lunes. No me pidas que te enseñe unos primeros movimientos después de darme una panzada con waffles o tendremos nuevos accidentes.
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Lëia A. Campbell
Con el batidor de barillas comenzó a mezclar el polvo para hornear junto con la harina, leche, huevos y azúcar. Todo llevaba su tiempo y dedicación, por esto mismo procuró seguir los pasos que su madre le había enseñado, sin saltearse ninguno.
La pregunta de su tío le sacó una diminuta sonrisa traviesa y moviendo las cejas hacia arriba y abajo con curiosidad, dejó de batir. —¿Ya nos vas a presentar a tú novia? Procuraré que papá se comporte, no te preocupes por eso.— Bromeó y al bajar la mirada hacia la espesa mezcla de tonos beige, ladeó la cabeza. —Claro que podría imaginarte con hijos, tío Colin. Eres muy divertido y cariñoso, responsable con tú trabajo, siempre nos cuidas...Por supuesto que serías un excelente papá.— Le aseguró y abandonó la cuchara para poner los brazos en forma de jarra. —Pero si no me ayudas al menos haciendo la leche con chocolate, no te daré mi bendición.

Cuando completó la preparación y los grumos desaparecieron, enchufó la wafflera y esperó a que la luz roja se convirtiera en verde, indicando la temperatura adecuada para comenzar a cocinar. Con un cucharon vertió un poco de mezcla en cada espacio y entonces cerró la tapa.
Luego de unos cinco minutos, comenzó a servir los bocadillos en dos platos diferentes y agregó el resto de la preparación en los espacios de la maquina. Ella con uno ya estaba satisfecha, pero sabía que su tío necesitaba mínimo unos tres o cuatros.
No le gustaba utilizar la magia dentro de la cocina, pero sólo por esta vez movió la varita y atrajo hacia la mesa el frasco con chocolate, otro con crema batida, miel, las frutas frescas cortadas en trozos e incluso las chispas de chocolate y las coloridas que sabían a nada. —¿Me he olvidado de algo?— Preguntó atando su cabello en una coleta alta.

La emoción pintó su rostro y no tardó en volver a abrazar al cazador, esta vez lo estrujó con todas las fuerzas que tenía. —¡El lunes me queda perfecto!— Exclamó y al soltarlo, se puso en puntas de pies y comenzó a dar vueltas parecidas a las de ballet, sólo que no tan perfectas.
La castaña tomó asiento en una de las bancas altas junto a la isla, apoyó los codos sobre el mármol y recordó lo que debía preguntarle. —Tío...¿Qué sucederá ahora? Digo...por la muerta de la ministra.
Lëia A. Campbell
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Mi rostro está tan vacío de expresión ante la mención de una posible novia, que creo que me merezco con toda razón la reputación de soltero que me he hecho en esta familia, a la larga acabaré como un ermitaño y estoy cómodo con ese pensamiento. No tenemos preocupaciones de si este linaje se extinguirá, que mis hermanos y mis primos se han encargado de que eso esté asegurado, y al parecer, también hice de mi parte sin tener que preocuparme por un matrimonio que no encajaría con mi tipo de carácter. Me he saltado ese detalle que mi sobrina hace un motivo de broma, para pasar a lo importante y es que hay una niña por ahí que exige mi atención, si tan solo supiera donde hallarla.

Estoy a punto de decírselo a Lëia, las palabras casi que caen de mis labios, es su indicación a que colabore con la merienda lo que me detiene. La veo moverse por la cocina con un conocimiento de cada cosa que me sorprende, demuestra ser autosuficiente de una manera en la que comprendo por qué también se creyó capaz de lanzarse a un territorio desconocido, convencida de que podría conseguir algo con ello. Creo que con explicaciones no me convencería como lo hace en cambio su comportamiento, al ser un hombre en general de hablar poco, soy más perspicaz en los gestos y me dejo persuadir por los hechos más que cualquier otra cosa. Me muevo por la cocina recogiendo las tazas que usaré para mezclar el polvo de la chocolatada y uso toda mi fuerza para conseguir un batido espumoso, que queda servido con el resto de los platos dispuestos sobre la mesa. Niego cuando pregunta si falta algo, que para mí se ha pasado un poco.

Acaricio su cabello con la palma de mi mano, acomodando su cabeza en el hueco de mi hombro, al sentir su abrazo estrecho y me da una punzada de miedo por lo impredecible que es todo, por lo fácil que es perder a mi familia en una fracción de seguro que dura un pestañeo y el sonido de un disparo, que la pérdida se ha vuelto una suerte frecuente en esta familia a la que sigo sin poder acostumbrarme. Separo a Lëia para acomodarme en una de las sillas y le muestro una sonrisa que solo he podido esbozar por ella. —Será todos los lunes entonces, vendré aquí y quiero que sepas que valoro la puntualidad por encima de todas las cosas— digo, con un tono que pretende recuperar mi seriedad, que se torna real cuando menciona a la ministra. Supongo que tendré que postergar el hablarle de Hanna. —No lo sé, Lëia, tu padre podrá decirlo luego— contesto con un suspiro que llena toda la cocina. —Este gobierno es fuerte, Jamie Niniadis podrá estar muerta, pero sentó bases para que esto se sostenga. No tienes de qué preocuparte—. Alzo mi mirada hacia ella por encima de toda la merienda, y pienso que el asesinato de la ministro fue a manos de sus propios hijos. —Esta familia siempre te protegerá— es algo que pocos pueden decir y una fe ciega que tengo puesta en mi sangre, en los Weynart.
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Lëia A. Campbell
Lëia se tomó el tiempo necesario para acomodar cada plato con su respectivo ingrediente, a una distancia ordenada del siguiente. También dobló las servilletas y colocó los cubiertos como correspondía e incluso sirvió un poco de jugo recién exprimido en pequeños vasitos. Esos que Violet utilizaba antes para beber tequila.
Llevó ambas manos al pecho, estaba orgullosa de su trabajo, mas lo que en verdad le sacó una enorme sonrisa, fue la perfecta taza espumosa de chocolate caliente. Sip, su tío era el mejor preparando la leche con cacao...Desde siempre.

La niña frunció un poco el ceño cuando el cazador volvió a acariciar sus cabellos despeinandola, pero lo perdonó porque el tierno y fuerte abrazo era necesario. —Seré muy responsable, lo prometo.— Murmuró con sincera seriedad y se apartó para comenzar a probar cucharaditas de su espuma.
Como era de esperarse, el dulce en su boca se tornó un poco amargo culpa del tema de conversación que ella misma había sacado. Su tío no quería decirle, nadie quería hacerlo, pero Lëia sabía que la situación no volvería a ser tranquila.

"Está familia siempre te protegerá" Esa era una promesa de la cual no tenía duda alguna. Estiró sus brazos para empezar a servirse fruta fresca sobre el waffle y luego le entregó el mismo plato al cazador. —Jamás he dudado de ello, incluso en la celda sabía que alguno iría por mi.— Comentó en voz baja, admitir eso le hería el orgullo un poco. —Yo también estaré siempre, aunque sea sólo para alimentar tu panzota.— Bromeó y entre risas, besó la mejilla del brujo. —Te quiero, Linli.
Lëia A. Campbell
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