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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Es temprano por la mañana, las primeras luces del amanacer golpean mis ojos que todavia no se espabilan del sueño cuando me encuentro parada en una empinada de las colinas del distrito 11. "Tus merecidas vacaciones, Lara", mascullo. Son vacaciones obligadas que me sacan de mi taller, que es mi sabida zona de confort, para arrojarme a los territorios de los repudiados y otras parias de la sociedad. Lleno mis pulmones del aire, tan complacida como lo estarían otros en el vestibulo del más lujoso hotel del Capitolio. No me molesta ensuciarme las botas visitando distritos que otros evitan en sus recorridos, casi podría disfrutar de este paseo, sino fuera porque tengo un propósito que cumplir y es lo que me tiene picoteando mi nuca con insistencia, un maldito cuervo que no deja mi conciencia en paz.

    Pero tengo dos días de exploración por delante, y por capricho rebelde, voy a postergar todo lo posible la tarea que me encomendaron en esta primera excursión. Se siente bien lanzar un mal de insultos mentales a Hans a estas horas, surte el mismo efecto que un café cargado. Tengo los mapas dentro de la mochila que los protege con un encantamiento en caso de caer en manos equivocadas, la llené de otras cosas que ocupo para mi trabajo así tengo material para inventar excusas si tengo que explicar qué hago aquí. También cargué algunos de los aparatos diseñados en el departamento que se destinan a Seguridad Nacional, y con los ajustes necesarios en su sistema, son de mi exclusivo control. Me vendrán bien cuando necesite volver una y otra vez sobre mis pasos en esta misión, volver sobre rostros y falsos nombres.

    Para el mediodía estoy deambulando por las calles residenciales, un perro callejero me observa comer los últimos bocados de mi almuerzo. -No me mires así- le reprocho, cuando llevamos más de media hora en esta lucha de miradas donde la suya, que contiene tanta pena, me hace sentir culpable. -Si te doy un poco de lo que hice podrías acabar intoxicado- explico. Dudo que el pobre haya comido sushi la noche anterior, pero no asumiré el riesgo de creer que mi comida no puede ser su peor suerte. El último bocado raspa mi garganta y me falta el aire para respirar. Me lagrimean los ojos hasta que logro recuperarme. Esta por poco fue la misión más breve de la historia y el perro fue el único testigo de la tragedia. Bebo un poco de agua para aclarar mi garganta y continuo con mi examen visual de las fachadas de las casas, en su mayoría dan pena. No me doy cuenta de lo extraño que mi guardia puede resultar delante de las casas, hasta que se cruzan con mi mirada un par de ojos recelosos al otro lado de la calle. Hora de moverse. El perro decide que mi compañía no tiene valor sin comida y me alejo por la acera hasta dar con el primer callejón que corta la cuadra, para meterme dentro. Mi hombro roza el de un hombre que sale por el mismo agujero y sujeto su muñeca cuando percibo el movimiento de su mano al acercarse. Bien, supongo que los turistas no somos bienvenidos en el 11. -Yo no molesto, así que no me molesten- murmuro. Me alejo unos pasos cuando escucho el eco de otro par que me sigue a una distancia y se suma otro mas. Ah, ¿por qué mierda...? Doblo rapidamente hacia la primera salida que encuentro y acoplo mis pasos a los de otra mujer como si estuviera con ella.
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    Amarïe N. Cinnéide
    El silencio la rodeaba por todos lados. Al fin estaba completamente sola. Detestaba el frenesí de los habitantes del distrito catorce, solamente corrían de un lado para otro, trabajando como si de hormigas obreras se trataran. ¿Qué clase de vida era aquella? Estaba, por el momento, fuera del control del Gobierno pero se preocupaban más por éste que los propios habitantes de NeoPanem. No estaba cómoda allí pero tampoco podía quejarse y dejar el lugar así como así. Habían pasado varios meses desde que la llevaron allí pero aún no había sido capaz de entablar ningún tipo de conversación con los que allí pululaban. Tampoco estaba interesada en ello.

    Amber era la única persona que tenía allí; tener por decirlo de algún modo puesto que lo que tenía con la mujer no distaba de ser un affair o atracción mutua. O al menos la semi-veela lo interpretaba de aquel modo. No era del tipo que estuviera demasiado tiempo en el mismo lugar, quizás por aquella razón, en cuanto las luces del alba comenzaron a despuntar, dejó la ruidosa y áspera cama para encaminarse al distrito 11. No disponía de demasiadas pertenencias propias mas allá de un par de prendas de ropa y una desgastada mochila de tela; lo sentimental quedaba lejos de ella.

    Subió la capucha de su chaqueta, caminando por las desvalijadas calles del distrito 11. Casi había extrañado aquel olor a podredumbre que surgía de todas y cada una de las alcantarillas, las semi derruidas viviendas y los harapos de los pobre desgraciados que se habían visto empujados a seguir en aquel lugar. Si te quedabas quieto era un lugar mucho más seguro que el mismísimo Capitolio; aquí todos tenían algo que esconder y preferían no mirar a los demás por si descubrían sus secretos más oscuros. Esbozó una media sonrisa torcida, acomodando sendas manos en los bolsillos de la chaqueta y caminando como si estuviera en casa. Una casa que odiaba pero que, al menos, conocía y la conocían. No se cruzó con demasiada gente, igualmente ningún saludo habría surgido por su parte, pero si sintió que sus pasos se acompasaron con los de alguien; o más bien los de alguien trataron de hacerlo con los propios.

    Se enorgullecía de no ser de confianza, para ella tampoco lo eran ellos, pero el hecho de que la hubieran seguido hasta allí era algo que colmaba, la ya de por sí, poca paciencia que poseía. Hizo un ligero ruido con la boca, cesando su caminar en seco y volviéndose hacia el contrario. La contraria en aquel caso. Aunque llevaba meses en el distrito 14, no tenía ni la menor idea de los rostros de las personas que por allí pululaban por lo que aquella mujer podría ser fácilmente uno de ellos, ¿cierto? —No sabía que tenía una guardia— soltó con acidez. Bien podría haber sido un hombre, así, al menos, habría podido mandarlo por donde había venido, o quizás mandarlo a otro distrito donde lo arrestaran. Su humor no era precisamente de admirar, y mucho menos cuando se sentía como una prisionera sin serlo realmente.
    Amarïe N. Cinnéide
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    Fuera de ruta • Privado IqWaPzg
    Invitado
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    Espio por encima de mi hombro para comprobar si mi paranoia tiene razón de ser, y sí, puedo ver a dos imbéciles caminando a la par haciendo una actuación pésima de estar de paseo por esta zona decadente de viviendas. Sí, claro. A los dos se les van los ojos hacia nosotras, incluyo a la desconocida con la coincidimos en tiempo y lugar, no diré que equivocados. En sí, todo aquí es una mala decisión. Nadie viene a estos distritos para ser recibidos con alfombras y una orquesta. Apresuro mi andar sosteniendo un ritmo que nos aleje de esos hombres, antes de sacar la varita prefiero que desistan por su propia cuenta.

    Me giro hacia la otra mujer y mi humor inapropiado se cuela en mi voz. -Es tu día de suerte- bufo. -Y prefiero el término de dama de compañía- vuelvo a echar un vistazo hacia atrás. En verdad le estoy haciendo compañia por... ¿una cuadra? Estamos cerca de la esquina, queda ahí la base ladeada de lo que alguna vez fue un farol y el cruce de calles da la oportunidad de que cada quien tome su camino. No abandono a mi desconocida y de soslayo compruebo qué dirección va a tomar para seguirla un trecho más. -Lo siento, no quiero ser un incordio. No te estoy acechando- murmuro hacia ella. -Son ellos los que comenzaron.

    Al decirlo no muevo mi cabeza, tampoco la guio con mis ojos, solo espero a que por si misma perciba las presencias que se han quedado a una prudente media cuadra, tal vez esperando que seamos tan estúpidas como para meternos en algún hueco. Estoy tratando de hacer esto bien y llegar al final del sábado sin chocarme de cara con los problemas. Si lo hiciera tampoco lo incluiría en mi reporte, claro. Pero a mi manera trato de que esto no sea más que un percance y dejar a la mujer en la próxima parada. Y que no se diga de mí que no busco ayuda cuando lo necesito, aunque lo haga de manera rara y se lo imponga a mi colaboradora.
    Anonymous
    Amarïe N. Cinnéide
    Estaba lo suficientemente asqueada  y cansada como para querer el mínimo contacto con otros, para variar. Conocía a la mayor parte de los repudiados, aquellos desgraciados que se amontonaban bajo las ruinas en las que se había convertido aquel distrito, y la mujer que se había pegado a ella no era, siquiera, un rostro con el que se hubiera cruzado jamás. Tenía buena memoria, la cuestión es que la usaba para lo que le daba la gana y cuando le daba la gana. Sus ojos se encontraron con los contrarios, la escudriñó durante unos segundos antes de esbozar una sonrisa sarcástica. —No negaré que he disfrutado alguna vez de esos servicios, pero no ahora—. Y sin mediar vocablo alguno comenzó, de nuevo, la marcha. Quería tomar sus cosas, quizás pasar la noche allí y abandonar el distrito cuando las primeras luces del sol aún no hubieran despuntado de nuevo. Pero antes de tenía que despachar unos asunto que no se podían ver retrasados.

    No podía negar que no era la primera vez que la seguían, pero si de un modo tan descarado, ruidoso y cercano. Cada paso que daba la mujer la seguía, girara hacia donde girara. Sus dedos estaban comenzando a crisparse de impaciencia cuando volvió a hablar. Volvió el rostro, con descaro, hacia atrás, percatándose del par de hombres que las seguían, o más bien la seguían a la otra mujer. Odiaba a los hombros, realmente había desarrollado una intensa animadversión hacia ellos desde el mismo momento en el que se quedó embarazada, sin tener en cuenta de que lo suyo eran las mujeres.

    Entornó los ojos, siguiendo su caminar sin darles mayor importancia ni a la mujer que la acompañaba ni a los que las seguían. Sus pies dieron un quiebro en la siguiente calle, encontrándose de bruces con un callejón sin salida. Bien sabido por ella, pero simplemente había querido dar la sensación de apuro para que aquellos que las seguían pensaran lo contrario. Como así fue. No tardaron demasiado en acelerar sus pasos y encontrarse en el hueco de la salida, encerrándolas. Caminó hacia ellos, y tomando al más cercano por el cuello. Sus dedos se cernieron en torno a éste, no controlando demasiado la fuerza que poseían cuando se molestaba y sus habilidades de semi-veela querían abrirse paso. —Vosotros la estáis incordiando y ella me está incordiando a mí— murmuró suavemente, apretando poco a poco más sus dedos y escuchando la tosiquera que provocaba en el hombre. —Y ahora os podéis ir— concluyó con voz más suave, haciendo un claro uso de su lado semi-veela para que aquellos hombres se fueran por donde habían venido.

    Eran molestos, desagradables y asquerosos. Ni siquiera alcanzaba a comprender como pudo haber cometido errores como aquellos en su momento. Abrió y cerró la mano, con molestia, antes de volverse hacia la mujer. —No deberías ir a un distrito del que no sabes nada—. No tenía ni la menor idea, y su único pensamiento había sido pegarse a ella. Se limpió la mano contra la pared, dándole la espalda y saliendo de aquel callejón.
    Amarïe N. Cinnéide
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    Fuera de ruta • Privado IqWaPzg
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    No, no parece el momento adecuado para ofrecer este nuevo tipo de servicio con el cariz que insinua la mujer a modo de broma. -Una lástima- contesto con el mismo tono. Estoy imponiéndole mi presencia, en consecuencia la de estos hombres, en una circunstancia en la que se supone que estoy aquí para hacer un trabajo y cargo con mapas en la mochila que son para mí manuales de acción a interpretar porque no los hice yo y esta búsqueda en realidad no es mía. Espero que los hombres desistan antes de que a la morena se le acabe la paciencia y entonces poder seguir mi propio camino. Todavia no tengo un plan y cualquier calle me viene bien, los extraños son caras que no significan nada, en lo último que pienso es en obtener algún dato de estos tres.

    A mi favor diré que yo no busqué el enfrentamiento con esos hombres, eso corrió a cuenta de la desconocida. Pongo las manos en mi cadera y contengo la sonrisa que curva mis labios. La garganta de uno de los tipos queda atrapada entre los dedos de la mujer, todo en su postura indica que está lista para pelear si hace falta y algo advierte al hombre de que lleva las de perder. Hay algo más en su expresión. No lo piensan demasiado y se escapan. En esa fracción de segundo, podría haber hecho lo mismo en la dirección contraria. Pero el callejón cerrado no me da esa posibilidad y por eso sigo al lado de la mujer cuando se voltea a hablarme.

    Pienso diez cosas diferentes en respuesta a lo que me dice, y tengo que recordar el por qué estoy en este distrito para elegir una. -No estaría aquí si no fuera porque no tengo otra opción-. La sigo fuera del callejón, estamos obligadas a compartir unos minutos más porque es camino de una sola dirección. -La persona que estoy buscando está por aquí, pero no se dónde. Y es un adolescente de quince años, mi esperanza está puesta en que sea inteligente para sobrevivir y no haya nacido ingenuo- improviso. Ella no me preguntó mis problemas de vida, pero no puedo dejar pasar la oportunidad. Hay que darle un sentido a todo esto y lo único que se me ocurre es:- Somos familia, necesito saber que está bien.
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    Amarïe N. Cinnéide
    Nunca se había considerado una persona amable, es más, era más que obvio para cualquier persona que su estilo distaba demasiado de ello. Y si la molestaban era mucho peor. Suficiente estaba teniendo estando en aquel distrito de mala muerte perdido en mitad de la nada y, ¿para qué? Por más que evidentes mentiras que había optado por tragarse a regaña dientes. Su madre estaría más que orgullosa de ver en la serpiente, literal, engañosa y fría en la que había acabado convirtiéndose.

    Tenía asuntos que precisaban de su atención y la joven no hacía más que retrasarla en sus quehaceres. Aún no era de plena confianza por lo que no podía salir tanto como deseaba del distrito catorce, y mucho menos después de los incidentes de las últimas semanas, por lo que el tiempo del que disponía para ausentarse sin ser notada era limitado al segundo. Volvió el rostro, enfocando su mirar en ella apenas unos escasos segundos antes de arquear ambas cejas con ironía. Ni había preguntado sus intenciones ni estaba interesada en éstas, a no ser que pudiera sacar un beneficio del mismo, claramente. Soltó una carcajada ante sus intentos de agarrarse a un clavo ardiendo antes de dejarla ir. —La familia es un lastre, cuanto antes la dejes ir, mejor— dijo automáticamente, aún sin poder dejar ir la irónica sonrisa de sus labios.

    Dudaba que alguien la ayudara, allí solo podría tener desencuentros con los repudiados o mendigos que trataban de ‘establecerse’ en el lugar. Sólo se veía y olía podredumbre allá donde posara sus pies. —Dudo que alguien de por aquí te ayude, no les gustan las personas que hacen preguntas— apostilló girando en la siguiente calle a la derecha; dirigiendo su caminar hacia el mercado negro, solo esperaba que aquella decrépita anciana no hubiera vendido sus pertenencias y la situación solo empeoraría por segundos.
    Amarïe N. Cinnéide
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    Fuera de ruta • Privado IqWaPzg
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    Cada familia tiene su propia historia, son muchas las razones legítimas que llevan a ciertas personas a renegar de sus progenitores o antepasados como para ponerme a pensar en qué conflicto se encuentra una extraña para que tenga esa opinión al respecto. Se poco sobre dramas de sangre por lo reducida que es mi familia y agradezco que lo sea. Me basta con la relación complicada con mi madre como para andar indagando en busca de otros parientes, pero la mentira exige que adopte una postura en la que estoy decidida a encontrar a este muchacho que emparenté conmigo. —Quiero al menos conocerlo antes de juzgar si lo es— murmuro para reafirmar mi intención. Camino hasta quedar a la par y llegamos al final del callejón que nos devuelve a la calle, no es como si se pudiera apreciar una gran diferencia en el paisaje decadente que es postal de cada rincón en este distrito.

    Contengo un suspiro de fastidio al tener que darle la razón sobre lo poco que va a colaborar conmigo la gente si es que comienzo mis visitas merodeando y haciendo preguntas, me pesa una presión diferente en los hombros al saber que estoy aquí por un motivo puntual y que se esperan resultados de mi parte que se puedan plasmar como un informe con cifras y nombres puntuales. Resoplo por la nariz y dejo que la mujer retome su camino, el consejo que me ofrece puede que sea lo más significativo que obtenga de este encuentro. Presiono el puente de mi nariz con los dedos para pensar por dos segundos en lo que voy a hacer. —¿Y qué hay de un trueque?— pregunto, antes de que se aleje demasiado como para no escucharme. Si vuelvo a mis viejos modos quizás esto sí funcione y me doy cuenta de que se parece demasiado a la táctica de otra persona. —No hablo de comida, ni de galeones. Trabajo como mecánica y tengo entendido de que por aquí no llegan los artículos de lujo del Capitolio— continuo y suelto aire: —Estoy tratando de hacer esto usando buenas maneras, no tengo interés en causar un revuelo.

    Como no tengo más a donde ir la obligo a aceptar mi presencia un par de pasos más. Sujeto su codo para detenerla aun sabiendo que es posible una reacción violenta, su trato con el hombre de momentos antes me da una idea de cómo es su carácter y las costumbres de este distrito. Simplemente nadie debe meterse en el camino de nadie y yo estoy parándome como un obstáculo molesto en más de una ruta. Pasarán de mí o me harán a un lado con un movimiento brusco. —¿Sabes de alguien a quien sí le pueda hacer preguntas a cambio de un pago? Si no eres tú, lo mismo agradeceré el dato— fuerzo un tono amable y se nota.
    Anonymous
    Amarïe N. Cinnéide
    No era sociable y la mayor parte de las personas, por no decir todas, le estorban; pero, sin duda, aquella mujer estaba molestándola a niveles desconocidos. Su paciencia tampoco era algo de lo que pudiera presumir precisamente. Con los hombres era mucho más fácil manejar aquellas situaciones, con las mujeres era complicado y exasperante como lo que más. —No me interesa— contestó cortando, lo suficiente como para que se diera por aludida ante el hecho de que sobraba de su lado. La semi-veela le había solucionado, al menos momentáneamente, el problema relativo a aquellos hombres, ya se podía ir donde le diera la gana pero, para su desgracia, las cosas seguían sin salir como deseaba.

    Podía haber sido peor y seguir teniendo una sombra extra, pero no fue así. Aceleró el paso, retirando la mirada del frente solamente cuando tuvo que bajarla para cerciorarse de la hora que era. Apretó los dientes, clavando los talones en el irregular pavimento y quedando inmóvil durante unos segundos. No era la hora, ni siquiera hacia donde se dirigía o un pensamiento que acudió a su mente; más bien fueron las palabras que resonaron tras de ella. Otros se habrían alegrado de un trueque, aunque habrían usado la táctica de no parecer interesados para obtener un mejor trato, pero ella no era una rata más de las que por allí se escondían. Podía comportarse como ellos, pero ellos no eran nada comparados con ella. —¿Crees que por estar aquí no tengo opciones de obtener ninguna de esas gilipolleces del Capitolio?— pronunció apunto de girarse hacia ella, pero, al contrario, viéndose contraatacada cuando la tomó por el codo.

    Bajó la mirada hasta su mano, arqueando ambas cejas antes de colocar la propia sobre la muñeca contraria  y tirar de ésta para deshacerse de su agarre, pero manteniendo entonces ella la mano entorno a la muñeca contraria. —Sé de alguien que te cobraría un módico precio por usar su traslador para que muevas ese culo tuyo de vuelta al Capitolio— contestó con brusquedad. Recorriéndola, finalmente, de arriba a abajo con la mirada y soltando su mano con un movimiento seco. Volteándose y chocando de frente contra un hombre que había parado frente a ellas; en cuanto se recuperó lo miró con cara de pocos amigos, percatándose de un par de personas más junto a él. —No se puede ser amable en un sitio de mierda como éste— masculló de mala gana.
    Amarïe N. Cinnéide
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    Fuera de ruta • Privado IqWaPzg
    Invitado
    Invitado
    Le echo una mirada por ese convencimiento de que no necesita de lo que pueda ofrecerle, es arrogante para ser una persona que camina por el distrito 11 como si perteneciera a esta ciudad de pena, y sin embargo, no es el primer caso que conozco de un orgullo que contradice a las condiciones del norte. En un próximo intento de trueque tendré en cuenta el carácter de la otra persona, que sea alguien que pida ayuda antes de ofrecerla, si es que no quiero toparme con una resistencia que desalienta mi insistencia. Me resguardo en el silencio a su pregunta, no hace falta reformular mi ofrecimiento, porque no lo aceptará. Lo puedo interpretar de su reacción, rompe con el agarre que hago de su muñeca con un ademán brusco, y la sujeción de sus dedos alrededor de la mía hace que le sostenga la mirada.

    Acabo de llegar y no pienso irme tan pronto— contesto llanamente. —No me importa que la bienvenida sea poco amable, mi culo y yo nos quedaremos por aquí un rato más—. Muevo mi muñeca para que sea ella quien afloje el agarre en una actitud conciliadora, con la que pretendo que este encuentro se quede como una conversación de pocas palabras y no me enfrente a la rabia que la mujer tiene a flor de piel. Eso sería salirme totalmente de los planes. ¿Qué gano entrando en peleas con la gente de aquí? No estoy a punto de golpear cabezas a cada paso que doy, y elijo ser inteligente antes que osada, una retirada conveniente me salvará de conflictos innecesarios y podré perdurar en estos sitios.

    Por un segundo creo que esta es una despedida con la morena, y caigo en cuenta de lo errónea que es mi suposición, por los cuerpos que se van cerrando a nuestro alrededor. Si queda una salida a mi espalda tengo que girarme para comprobarlo, muevo lentamente mis pies y me acerco apenas unos centímetros a la mujer para preguntarle: —¿Esta vez crees que baste con un charla de persuasión? —. Mi sonrisa socarrona es parcial, estoy de perfil a ella como para que pueda verla entera. —Supongo que aquí es cuando tomamos caminos separados— me despido. Desaparecer delante de un grupo de personas, que podrían ser cualquier raza o calaña, no parece el movimiento más acertado porque me delataría inmediatamente como una bruja en estos territorios. Repaso con un pestañeo que tan lejos me queda el hueco entre dos edificios en una carrera veloz, donde podría desaparecerme fuera de los ojos de estos hombres.

    Echo a correr, dejando a su suerte a mi compañera que parece conocer mejor el trato con los lugareños, y no llego ni a la mitad de mi trayecto que el segundo brazo que se estira para sujetarme logra cazar mi codo. El agarre me sacude en el aire y mi mano libre va de inmediato hacia el bolsillo interno de mi chaqueta, el contrario que guarda mi varita. Mis dedos encuentran el rectángulo negro con el cual golpeo el hombro de mi captor haciéndole sentir la descarga eléctrica. Al saberme libre no pierdo un instante en retomar la carrera y es cuando llego a la abertura del callejón, que atino a mirar hacia atrás para cerciorarme de que la morena se fue por su lado. Ni siquiera queda el rastro.
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