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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Recuerdo del primer mensaje :

    Lo que había sido su uniforme blanco impecable, ahora estaba cubierto por manchas de sangre y veneno. Ariadna había hecho todo lo posible por mantener al hombre con vida, pero una pequeña vocecita en su interior ya le estaba advirtiendo que no lo lograría. Ni ella, ni nadie.
    ¿Dónde está el médico encargado de venenos?— Preguntó mientras realizaba un nuevo conjuro, sus manos temblaban y unas gotas de sudor caían por su nuca. No lo lograría. —¡No me importa dónde está, tráiganlo ahora mismo!— Gritó presa del pánico, cuando una de las sanadoras indicó la hora de muerte del paciente atacado por una mantícora.
    La rubia cerró los ojos y apoyó las manos sobre la camilla, si bien sabía que la toxina liberada por el aguijón de la bestia mataba de inmediato y le sorprendía lo mucho que el paciente había aguantado con vida, no pudo evitar sentir tristeza y culpa. Después de todo, él cazador había muerto en su sala.

    Se quitó los guantes y los arrojó al cesto de basura. —Hablaré con los familiares, por favor preparen el cuerpo, no quiero tenerlo aquí más de un día.— Pidió a sus ayudantes y se dirigió hacia la sala de espera para entregar las malas noticias. Una familia quedó destruida...Otra vez.

    Al regresar a su despacho, se sintió pérdida. Después de tanto estudiar, de tanto trabajar, todavía no lograba romperse al perder una cirugía.
    Claro que no ayudó para nada, el encender las noticias y enterarse del terrible desastre causado por los terroristas. ¿Qué clase de monstruo haría algo así? Somos personas, no bestias. No nos dejamos guiar por la agresividad o instintos...Eso creía.  

    El hospital se llenó de aurores heridos, agonizaban culpa del dolor y como no podía ayudar, ya que no era su área, decidió salir a tomar un poco de aire fresco.
    Se sentía pérdida, mareada y todo era muy confuso. Necesitaba hablar con un amigo, pero no tenía a nadie, sólo a su madre.

    No se tomó las molestias de cambiar sus prendas manchadas de escarlata, tomó su bolso, guardó la varita en el interior y con un traslador, apareció en el interior del Ministerio.
    Se sintió aún más perdida.
    No le importó la mirada asustada de los demás, sólo se dedicó a seguir las indicaciones hasta alcanzar el departamento de educación y cuando logró dar con la secretaría correcta, esta le informó que no podía hablar con Eloise porque se encontraba en una junta de extrema importancia. Mierda.Está bien, no se preocupe. Muchas gracias de todos modos.

    Tal vez había sido lo mejor no haberla encontrado, Ariadna parecía una loca fuera de sus cabales y su madre tenía muy poco tacto en determinadas situaciones.
    Trató de calmarse, respiró profundo...¿Y ahora qué? Un bar. Si su madre tenía que sobrevivir a un agobiante día laboral, seguro lo hacía yendo a la barra más cercana.
    Y por esto mismo, la rubia se encaminó directo hacia el restaurante dentro del Ministerio.
    Ariadna T. Tremblay
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Cuando la taza de té quedó vacía, Ariadna se limpió las manos y las comisuras de los labios con la servilleta, para luego pagar por su consumición a la mesera, obviamente dejando algo de propina.
    En otra ocasión también habría pagado por la morena junto a ella, pero no la conocía tanto y tal vez podía sentirse ofendida por aquello. —No fue nada y en serio no hace falta. Sé que mi madre está ocupada con asuntos de mayor importancia y es inútil que la busque por tonterías.— Respondió con uno pequeño gesto ladeado que simulaba ser una sonrisa. O intento.

    Las noticias en el televisor se repiten una y otra vez, tanto que la rubia está segura de poder recitar las oraciones de memoria sin fallar.
    De nuevo se perdió enviando un mensaje de texto a una de las sanadoras, indicándole que estaría en su casa por si alguna emergencia surgía. No tenía ganas de regresar al hospital.
    Al guardar el móvil de nuevo en el bolso, levantó la mirada hacia la mujer de apellido Weynart. —Siento que estoy ocupando su valioso tiempo...— Murmuró algo apenada, juntando las manos sobre sus rodillas, donde los dedos juguetearon con uno de los anillos que llevaba puesto.

    Ariadna observó el rostro de la morena, era muy linda y a las vez de facciones duras, difícil de leer, cosa que en el hospital era todo lo contrario.
    Los médicos, sanadores, absolutamente todos eran abiertos y demostrativos, quizás por eso no le agradaba tanto el Ministerio, era frío, ruidoso y no confiaba en nadie allí dentro. —¿Ya ha acabado su trabajo del día o tiene que regresar a su...laboratorio?— Preguntó entrecerrando los ojos al no tener idea de dónde ella realizaba los labores que le correspondían.
    Por su parte la rubia regresó a juguetear con los restos de cupcake que no comería. Sólo estaba haciendo tiempo, antes de tener que regresar a su casa, para completar los papeles del difunto paciente. Si bien ya había hablado con los familiares, todavía quedaba todo el horrible papeleo.
    Ariadna T. Tremblay
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    Annie C. Weynart
    Jefe de Área en Investigación
    - Disculpa que lo diga, pero parecías bastante alterada, o cuando menos distraída como para tratarse de tonterías. - O al menos, como para salir con las pintas que había tenido en un inicio. No es que yo pudiera decir demasiado, entendía lo que era estar metida hasta los codos en el trabajo, y olvidarte de tu aspecto, pero no solía salir de mi oficina antes de mirarme al espejo y cerciorarme de que mi aspecto fuese adecuado. Me distraigo cuando la cafetera aparece volando por sí sola y llena la taza de nuevo de café, y asiento con la cabeza como agradecimiento. Repito lo mismo que antes, dos sobres de edulcorante y dejo que la cuchara revuelva la taza antes de llevarla a mis labios para probar como ha quedado.

    - ¿Qué? Oh, no, no te preocupes. Al contrario, me fuiste de ayuda, mi tiempo es tuyo hasta que me termine este café… Que lo admito, no es demasiado tiempo, pero uno hace lo que puede con lo que tiene. - Y no era solamente la pila de reportes de incidentes que reposaba sobre mi escritorio, así que tendría unas semanas bastante movidas de ahora en más.

    Tomando unos sorbos del líquido que aún está más caliente de lo que debería, puedo notar la mirada de la rubia sobre mí. No porque le esté prestando atención, es simplemente la sensación de ser observada que siempre me producía un leve cosquilleo. De chica odiaba esa sensación y por eso solía recluirme, ahora he aprendido a hacer uso de ella, usándola para analizar yo también el comportamiento ajeno. - Más que al laboratorio, a la oficina. Últimamente no tengo demasiado tiempo que dedicar a otros proyectos. - ¿Me estaba preguntando desde la curiosidad misma? Porque si estaba tanteando el terreno para invitarme a salir, podía mejorar un poco la táctica. Por ejemplo, podía no seguir tratándome de usted. - ¿Acaso tú ya terminaste tus guardias? Si tengo que dejarme guiar por los horarios que maneja mi cuñada, lo próximo que deberías hacer es ir a descansar. - Luego nos acusaban a los científicos de dedicarnos por demás. Los sanadores podían pasar más de treinta y seis horas y aún así ser eficaces.
    Annie C. Weynart
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Ante la mención de su anterior aspecto, Ariadna apuntó hacia el grupo de ancianos sentados en una de las mesas, con una botella casi vacía de lo que había sido un extraño licor. No sabría distinguir cuál. —Amigos de la familia, me ofrecieron un chupito y no pude decir que no. Jamás bebo así que debió ser eso.— Intentó bromear un poco, mas su tono de voz no indicó eso. Durante unos segundos permaneció con la mirada congelada en la taza vacía y luego volvió a mirar a la morena. —Es sólo que acabo de perder un paciente y aún no consigo hacer que estas situaciones, comunes en los hospitales, no me afecte.— Admitió y luego movió la mano para restarle importancia. No tenía que contarle sus problemas a desconocidos. —Estaré bien.

    La mención del café hizo que la rubia bajara la mirada a la taza recién servida y las comisuras de sus labios se elevaron en un intento de sonrisa, que no consiguió mostrar los dientes. —En mi trabajo, el tiempo que dura cualquier bebida dentro de su vaso, es bastante.
    Como no tenía hambre pero si sed, llamó de nuevo a la mesera y le pidió una botella de agua con gas.

    Mientras la chica respondió su duda, Ari sirvió un poco de soda en un vaso y comenzó a beber. —Honestamente no tengo idea de cómo se manejan aquí, de hecho es la primera vez que no me pierdo en el camino.— Y esta vez si logró soltar una pequeña risa. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces terminó en el despacho incorrecto o interrumpiendo reuniones.
    Vació el liquido que se había servido y de nuevo comenzó a jugar con la servilleta entre sus dedos. —Y no estás equivocada, las guardias son horribles y a mi me toca mañana. Creo que una de veinticuatro horas, tal vez un poco menos si mi compañero deja de actuar de enfermo.

    Cruzó las piernas para quedar ligeramente de costado y así poder hablar con mayor comodidad, la banqueta alta y el poco espacio que había debajo de la barra era el infierno para las personas altas. —¿Tal vez conoces a Riley? Él es un amigo mío.— Preguntó con curiosidad, aunque lo que en realidad hacía era tratar de sacar temas de conversación, algo que se le daba fatal.
    Ariadna T. Tremblay
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    Annie C. Weynart
    Jefe de Área en Investigación
    Claramente jamás podría ejercer como psicóloga, o er consejera de algún grupo de apoyo. No había forma de que supiese cómo reaccionar ante su confesión así que elijo callar antes de hacer algún comentario desubicado como “entonces tal vez esa no sea tu profesión”, “deberías dedicarte a algo más” o “el alcohol es excelente para que ese tipo de situaciones no te afecte”. Y aún así, no estaba segura de que funcionasen. La muerte en sí no me parecía algo que tendría que afectar de manera negativa a nadie, si esa no fuese mi manera de pensar, jamás podría haber dirigido la Arena hace unos pocos meses. ¿Era muy terrible de mi parte? No me lo parecía, pero tampoco iba a andar diciéndole eso a una extraña que todavía parecía estar alterada.

    - En mi trabajo, solo hay dos medidas para las bebidas. O se toman calientes y te quemas la lengua en el apuro. -- Cosa que planeaba hacer ahora al ver el tiempo que había transcurrido. - O se toman heladas luego de haberla olvidado al estar cargado de trabajo. - A menos que fuese un desayuno destinado a ser un tiempo de recreo como lo era el mío, lo más común es que mi lengua acabase irritada todo el día por haber ingerido mi dosis diaria de cafeína demasiado rápido.

    Sin querer salir de la rutina, vuelvo a chequear la hora, y apuro el café que pese a lo que estoy acostumbrada, no quema tanto contra mi garganta. - A riesgo de portarme completamente maleducada, me acabo de dar cuenta que no tengo tanto tiempo como el que creía. - Busco en mi bolsillo algo de dinero, y lo dejo sobre el mostrador a modo de propina, sabiendo que la cuenta va a descontarse automáticamente de mi sueldo. - Procuraré saludar a Riley de tu parte cuando lo vea en la oficna. - Procuro con eso contestar a su pregunta, y me incorporo con cuidado de no arrugar demasiado mi ropa. - Ha sido un placer, Suerte con la guardia de mañana.
    Annie C. Weynart
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