The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Recuerdo del primer mensaje :

Aún tengo cenizas en la cara. Aún siento la sangre fresca en algunas zonas de mi cuerpo, justo por encima de las heridas que arden junto al dolor de los moretones. Todavía puedo ver el fuego, incluso cuando nos alejamos lo suficiente como para que lo único que pueda distinguir a la distancia es la nube negra que parece que no va a extinguirse jamás. Se ha acabado. Están muertos. Ya no hay nada.

En mi cabeza, las cosas están confusas. Quiero derrumbarme, quiero arrojarme en el césped y simplemente dejar de sentir las millones de emociones que explotan dentro de mi pecho. Terror, dolor, enojo, culpa, más dolor. No sé cómo controlarlo, jamás he sido bueno en ello. Es asfixiante y, sin embargo, solo puedo pensar en seguir huyendo. Es lo que me sale, porque mi instinto me impulsa a seguir conduciendo, oyendo el rugido de la moto surcando el cielo. Se ha terminado.

Siento a Alice aferrada a mí y yo me centro en esa idea, en ese contacto, para sentir que hay algo real que no me permite irme de boca al suelo. No sé qué decirle. No he visto a Murphy en todo el atentado y me temo lo peor, pero tampoco puedo preguntarlo, porque he visto esa explosión y sé que no hay manera de que haya sobrevivido. Sé que mi padre no lo ha hecho. O Ava. O Eowyn, Cale, Derian, Amber, Echo... Sophia. Mi amiga de toda la vida. Ya no hay nadie.

Mi alerta se enciende cuando oigo el caño de escape largar más de lo normal y la moto se sacude, por lo que bajo la vista e intento controlar el aparente desgaste — No, no, no, no ahora... — las montañas aún están lejos, debo llegar allí para buscar a los niños. Pero el vehículo vuelve a sacudirse y, haciendo un escándalo, empieza a perder altura — Mierda... No... ¡Alice, sujétate! — es el único consejo que puedo darle. Intento virar para no chocar contra las copas de los árboles y la moto cae pesadamente y con un estruendo sobre el suelo, levantando tierra hacia todos lados. El impulso de la velocidad hace que me sea complicado el frenar sin terminar en el suelo, hasta que consigo detener la moto con el impacto de la primera rueda contra un grueso árbol. Haber apretado los frenos antes ayuda a que no suframos más que una fuerte sacudida y que mi cuerpo se lance hacia delante con brusquedad, oyendo el ruido seco y metálico. El bosque se siente en paz, con las aves cantando en lo alto en burla de lo que nos pasó hace alrededor de una hora. O quizá fueron años, qué sé yo. Me llevo el brazo a la boca y todo, sintiendo el ardor en la garganta y los ojos — ¿Te hiciste daño? — los dos sabemos que ninguno está bien, así que esa pregunta parece un poco más correcta.
Benedict D. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Quiero creerle que estará bien, pero no es tan sencillo. Intento apartar eso de mis pensamientos en busca de las heridas que decoran mi piel. Hay una leve quemadura en un brazo, pero es simplemente superficial y sé que se irá con el tiempo. Si levanto un poco la remera, puedo reconocer los moretones, los cortes nuevos y algún que otro que aún no ha terminado de cicatrizar. Sean y su elfo fueron de ayuda, pero no he sanado del todo; si vamos al caso, el corte que Jamie me ha hecho en la pierna hace dos semanas parece arder nuevamente por culpa de las nuevas heridas. No sé muy bien por dónde empezar, así que me acomodo lo suficiente como para poder limpiar mi costado izquierdo, torciéndome un poco. Su declaración me parece una buena resolución, en parte porque también eso significa que me ha escuchado y no pretende seguir peleando, al menos por ahora — Si quieres que me desnude, podrías pedirlo de otro modo — es una broma que pretende aligerar el ambiente, pero pronto puedo decir que no hay manera de que eso funcione como antes. No es momento para chistes, no hay ánimos para hacerlos, ni siquiera mi voz hace que suene como uno. Levanto la vista del corte que estoy tratando de curar y la miro, haciendo una mueca — Ya sabes lo que quiero decir. No tengo ropa limpia, airear será un poco complicado. Y lavar las prendas nos tomará mucho tiempo — eso es algo que no tenemos. Tiempo.

La mirada baja de su rostro a su pierna herida y, a pesar de que no me encuentro en mejores condiciones, mi reacción automática es el incorporarme un poco, como si pudiese acortar los metros que nos separan en un intento de serle de ayuda a pesar de que no me muevo de mi sitio — Si necesitas ayuda… — sé que no seré un buen asistente, pero no quiero dejarla sola. No puedo dejarla sola. No le doy muchas vueltas cuando, con resignación, corto un trozo de mi remera haciendo uso del agujero creado por Jamie y sus hermosos trazos de tortura. Intento limpiarlo lo más que puedo con el agua e improviso un vendaje alrededor de mi torso, presionando la herida más profunda — Nunca he sido bueno con esto de la medicina — confieso con un comentario al pasar — Puedo con cosas básicas, pero jamás he tenido tu mano o la de Seth — o la de Arleth. Pensar en ellos me causa una punzada que intento ignorar. Al menos, debo recordarme que uno sigue con vida. Jamie no mataría a su hijo… ¿O sí?

Intento ponerme de pie para ir hacia la moto, no muy seguro de haber hecho un trabajo fino y tambaleándome por un cuerpo debilitado y goteando agua. El sonido del arroyo es lo único que retumba entre nosotros por unos segundos, así que seré sincero, una vez más — No seguirás conmigo en cuanto encontremos a los niños, ¿verdad? — repentinamente, la idea me asusta. Ahora tenemos una misión en común, pero luego somos libres de tomar caminos opuestos. Una parte de mí sabe que Alice buscará alejarse y no volver a verme y no puedo culparla y sé, muy a mi pesar, que esto ha sido todo.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No me creo que haya sido capaz de hacer una broma sobre la desnudez dadas las circunstancias y a estas alturas de la película, razón por la que decido ignorarle y centrar mi atención en tareas más importantes como tratar de despegar las mangas de la camiseta sin levantar la piel que ha sido carcomida por el fuego. – Con el calor de verano no vamos a necesitar tanta ropa encima, no te digo que te desnudes, pero si no quieres contraer una infección es mejor que laves todo de lo que puedas prescindir. – Que viene siendo la chaqueta y poco más, la verdad. Lo mejor sería deshacernos de toda la mugre y suciedad que llevamos encima, pero como ninguno de los dos parece estar dispuesto a meterse en el río al descubierto, esto tendrá que bastar. El tiempo también es un factor que juego en nuestra contra, pues, aunque haya dado comienzo el verano, esperar a que las prendas terminen de secar no es como nos gustaría pasar las pocas horas de luz que nos quedan.

Levanto disimuladamente la mirada hacia él, observando el aspecto en que están sus heridas para hacer una valoración del estado en que se encuentra para decidir si es buena idea que camine pudiendo estar arreglando la moto sin el esfuerzo que conlleva trasladar un cuerpo magullado. – Iremos a recoger las hojas necesarias y después arreglaremos la moto. – Acepto, engatusada por la idea que me invade de repente de no querer ir por mi cuenta. No por miedo a que algo ocurra estando separados, sino al hecho de quedarme sola y no saber lo que hacer a continuación. Extrañamente me es más fácil guiarme por las obligaciones del resto que por las mías propias, ahora que soy consciente de haber perdido el ritmo de lo que una vez fue mi vida. – No lo aprietes tanto o cortarás el riego sanguíneo. – Murmuro analizando el vendaje que improvisa justo cuando menciona no tener un estricto conocimiento de la medicina.

Su pregunta me toma por sorpresa, descolocándome los pensamientos al punto de tener que regresar la mirada al agua del arroyo mientras una arruga aparece en mi frente. Hasta el momento no había pensado en la remota posibilidad de marcharme, porque los niños siempre han sido nuestra prioridad y lejos de eso no ha habido espacio en mi cabeza para pensar en más allá. La reflexión de si confesar o no lo que pienso es lo que me toma unos segundos contestar a su pregunta. – ¿E ir a dónde? No tengo ningún lugar al que ir. – La respuesta deja lugar a incoherencia, puesto que a partir de este momento ninguno tiene un sitio que buscar; a lo que me quiero referir entre líneas es que no hay nadie que necesite de mí. Para él es diferente, tiene a su hermana pequeña a quien proteger, a Beverly, el hijo de su mejor amigo a su cargo, si es que consiguieron llegar al refugio. ¿Para mí? Entregarme sería lo más adecuado, terminar con esto de una buena vez, tampoco es como si importara después de todo. Podría dejar mi cuerpo ser arrastrado por la corriente hasta ahogarme o golpearme el cráneo con la primera piedra que encuentre que la diferencia sería la misma. – Estoy aterrada, Ben. – No sé cómo hago para reconocerlo en voz alta, pero lo hago, incapaz de mirarle a la cara por mucho más de un segundo antes de volver a apartar la mirada. – Nada de esto tendría que haber ocurrido y aun así ha pasado. Y ahora… ahora no sé qué hacer. No sé cómo funcionar, porque es evidente que tú ya has escogido, Murphy no está, todos se han ido. – Siento como se me corta la voz cuando pronuncio el nombre de mi hija, pero me obligo a finalizar. – No sé como seguir adelante. – Sin nadie, sin nada a lo que aferrarme siquiera. Lo que más he querido y sigo haciendo en esta patética vida que es la mía ya no está, de la misma manera que parece haberse disipado lo que alguna vez tuvimos entre nosotros.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Hojas. Moto. Aprovechar la noche lo que podamos y continuar el camino. Parece una seguidilla sensata, incluso cuando los dos sabemos que tendríamos que tomarnos un momento para sanar. El repentino consejo hace que me fije en el vendaje y lo chequeo, aflojando el agarre un poco pero manteniendo la firmeza. Puedo sentir como se humedece un poco por la sangre que sigue fresca, pero opto por pensar que terminará cortando en algún momento. Al menos, no es el sangrado de una herida recién hecha.

No, no hay un lugar a donde ir, pero es mejor apuntarle a la nada que quedarse en un mismo sitio, esperando que la muerte toque la puerta. Incluso cuando pienso que ellos ya no están, que lo hemos perdido todo, que no hay razones para seguir luchando. Es difícil tratar de mantenerse de pie cuando todo parece gris, pero el instinto de supervivencia es lo que hace que dé un paso más en su dirección, tratando de eliminar una distancia que hemos impuesto de manera implícita — ¿Qué se supone que he escogido? — jamás he tomado una verdadera decisión en todo esto, salvo el ir por los niños y, si es posible, volver a encontrar a mi mejor amigo. Sé que de momento eso es imposible, que necesitaría de la ayuda de un montón de personas que creo que ya no existen y que tendré que poner en primer lugar la seguridad de los que me quedan antes de cometer una locura. Y aunque yo tampoco sé cómo seguir adelante, a pesar de que la angustia sigue acumulada en un rincón de mi mente, me obligo a ser lo suficientemente fuerte como para tomar su mentón con suavidad y obligarla a mirarme — Solo lo haces — es un susurro entre ambos, que atenta a ser suave pero que también sirve como consuelo para mí mismo — No sé cómo te sientes. He perdido… hemos perdido todo. Tú incluso más — no puedo comprender el dolor de haber perdido un hijo. No puedo siquiera imaginarlo — Y será solo cuestión de continuar, como siempre y pensar que tal vez algún día dolerá menos — es un pésimo consejo, pero es todo lo que tengo. Es lo que hago desde que tengo memoria. Primero perdí a mi hermano y a mi madre, luego a Melanie. Perdí amigos, ahora también perdí lo último que me quedaba. Tengo que presionar un poco los labios en un vago intento de contener el llanto, aunque soy consciente de la humedad de mis ojos y bajo un momento la mirada, aclarándome la garganta en un intento de recuperar la compostura — Cuando encontremos a los niños… — porque sé que lo haremos. Tengo que hacerlo — podemos buscar un sitio donde empezar de nuevo. Ponerlos a salvo… — ¿Dónde? Siempre hemos huido, pero podemos llevarlos aún más lejos. Nos volveríamos unos ermitaños, pero a veces no queda otra opción — Si no me quieres ahí… bueno, le he prometido a Sophia que encontraré a Seth, de todas formas. Pero eso puede esperar — primero lo primero.

Suelto su barbilla y regreso la vista a ella, aunque solo es un momento y me enderezo como si pensara ponerme en movimiento — También estoy aterrado — acabo confesando — Pero si no comenzamos por algún lugar, nadie lo hará por nosotros. ¿Me indicas cuáles son las plantas que tengo que buscar? — sin más, muevo los hombros para quitarme la delgada chaqueta que llevo conmigo y la lanzo a un lado, a sabiendas de que ya no sirve de mucho por su pésimo estado y el calor que va subiendo debido al inicio del verano. Y espero que comprenda que estoy listo para ponerme manos a la obra.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Pasar página, olvidar que alguna vez fuimos dos personas que disfrutaban de la compañía del otro. Creo que todavía no se ha dado cuenta del daño que hizo cuando se marchó, de lo mucho que me dolió haber caído en las promesas que ni siquiera tenía intención de cumplir. – Olvídalo. – De un momento para otro me he cansado de discutir, quizás porque nada de lo que diga va a cambiar la situación, ni mis palabras van a traerlas de vuelta. No tengo ganas de compartir mis pensamientos si el resultado va a ser terminar con la parte de mi corazón que sigue latiendo. No merece la pena hablar de ello cuando es evidente que nada va a volver a ser como antes. Escogió apartarse, como había sospechado que haría por mucho que quisiera creer lo contrario. ¿Cómo se puede odiar a una persona y preocuparse por ella al mismo tiempo?

Sus palabras suenan tan suaves en comparación con como estábamos hace unos minutos que medito si es una buena idea dejarme llevar por el significado de las mismas o apartar la mirada. Al final, el lado débil es superior a la parte sensata de mi cerebro y decide confiar, no por el contexto de la situación en sí, sino porque ahora mismo, cuando solamente quedamos él y yo en medio del bosque, fiarme de que sobreviviremos esto, aunque solo sea para encontrar a los niños, suena mejor que vagar sin rumbo. Mirarle a los ojos me hace ver un reflejo de la misma expresión que porta mi rostro, a punto de soltar unas lágrimas que nunca llegarán a sanar del todo. Hemos perdido todo, y una vez más, empezar de nuevo parece ser la única opción que nos queda. Como la que tomaron mis padres cuando decidieron salir del país en busca de oportunidades diferentes, a la espera del momento para empezar de nuevo. Allen también se apropió de esa frase cuando el gobierno cambió y tuvimos que asentarnos en el capitolio; incluso yo he sido partícipe de volver a intentarlo cuando no me quedó más remedio que huir con Murphy al distrito catorce. La muerte de alguien siempre ha ido ligada a esa frase que parece tan llena de esperanza, de manera que no puedo evitar no preguntarme a quien perderé esta vez, ahora que empiezo de cero. Me pregunto si seré yo la próxima que se vaya. – Ni siquiera pude despedirme de ella. - No soy consciente de haber ignorado todo lo que ha dicho porque en mi cabeza solo hay lugar para ella, incluso ahora que no queda nada para recordarla.

Me restriego la base de los ojos con lo que queda de las mangas de mi camisa cuando se aparta para asegurarme de que ninguna lágrima ha salido por mis ojos, no muy segura de haberlo conseguido, y tratando de respirar profundamente antes de soltar el aire en un rápido suspiro. – Sabrás cuales son en cuanto las veas. Son verdes y ovaladas, suelen tener los bordes dentados. Se parecen a la menta pero tienen un tamaño más grande. – Murmuro poniéndome en pie y a la espera de que él haga lo mismo. Sus propiedades nos serán de gran ayuda para tratar las heridas e incluso para las quemaduras más leves, aunque nos vendría bien llevar algo de agua para poder hacer una preparación en condiciones. Supongo que puedo volver al arroyo mientras arregla la moto, no hay mucha distancia pese a que ya parece estar oscureciendo.
Alice D. Whiteley
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