The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Invitado
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Recuerdo del primer mensaje :

Comienzo a impacientarme cuando han pasado veinte minutos desde la hora acordada y Ari sigue sin aparecer. Puede que me haya pasado un poco al pedirle que viniera a un lugar donde no sé si tiene las habilidades de supervivencia necesarias para estar más de cinco minutos. Personalmente, confío en que si podría hacerlo, más de lo que otras personas o ella misma lo espera. ¿Por qué se tarda tanto? ¿Qué tan difícil puede ser hallar un puesto donde hay altas capsulas de cristal con hongos saltarines flotando dentro? De lejos parecen cerebros minúsculos. ¿O lo serán? Consulto con el encargado de este puesto si no son cerebros de doxys. Me dice que no.

Todo en el mercado se ve más extraño de lo que es, por no hablar de los rostros que atienden los puestos. Hay un par que tienen rasgos tan insólitos que me cosquillean las manos para sacarles una foto, pero si llego a sacar la cámara de su estuche me van a echar de cualquiera de los puestos o, peor, saldré del mercado sin mi cámara. No, gracias. Lo haría si estuviera de paso, la cuestión es que no sé cuánto tiempo más tengo que esperar a Ari… Si esto fuera una emergencia real, que se supone que lo es, su prisa como sanadora deja mucho que desear. Bromearía sobre ello cuando la vea, pero cuando descubra que estoy parado sobre mis pies y no recibiendo suturas de un desconocido de una tienda de pócimas y medicamentos como le dije, no sé cuánto enojo tendré que calmar hasta poder hacer chistes otra vez.  

Al notar una cabellera rubia caminando entre el gentío, me inclino un poco de lado para poder mirar más allá del hombre obeso que pregunta sobre un filtro capaz de tratar escamas azules que le surgieron entre los dedos del pie. Creo que se trata de Ari así que hago un movimiento con la mano, saludándola. Recuerdo que se supone que estoy con la costilla abierta, así que coloco ambas palmas sobre esta zona por encima de la camiseta oscura, y me encorvo un poco como si me doliera aun. Tengo la correa cruzando mi pecho y la cámara en su estuche contra mi cadera, un poco escondida por la chaqueta que llevo encima. La mochila sí la tengo colgando de mi hombro, no es mi prioridad en cuidar, a diferencia de la cámara. En los años que llevo deambulando, más de una vez perdí bolsos que aprendí a cargar solo con lo indispensable. Hay veces en que tienes que salir corriendo y es mejor andar ligero. Espero que Ari haya pensado en lo mismo para esta excursión o tendremos que tener una charla de supervivencia básica.
Anonymous
Invitado
Invitado
No lo hago solo por las drogas, lo sabes— le sigo la broma, si con eso consigo que se relaje en el mercado y abandone el estado de crisis en el que se encontraba al dar sus primeros pasos dentro. De igual manera, si pensar en sus clases de yoga la ayudan a sobrellevar la situación, acudir a un par de esas técnicas de meditación para que no la afecte nada de esto, que es tan contrastante al lujo de la isla, puedo intentar el saludo al sol aquí mismo. No lo hago porque se verá raro, si la avergüenzo en medio de la multitud puede cohibirse otra vez. —Esos también me agradan— apunto, porque su comparación con un pony no me ofende, consigue el efecto contrario que es hacerme reír. No importa el rumbo que tome la conversación, buscaré en todo momento volver a ese punto en que podamos reírnos y no nos detengamos en los giros amargos. —¿Segura que no ibas a llorar? Tu nariz se estaba poniendo roja, tenía que decir algo que se escuchara bonito— limpio un poco la gravedad del tema sobre el que conversábamos para poder continuar.

Me faltaban unas clases de legeremancia para ponerme al tanto de lo que pasaba por la mente de Ari, que pasó de preocuparme por el mal aspecto que tenía, a esperar que pudiera interpretar lo que me decía con su mirada y un ademán en dirección al lugar donde se encontraba la mujer. Si ella estaba sugiriendo que fuéramos hacia allí, solo esperaba que la madre no lo sintiera como una invasión a su puesto. En este mercado se vendían algunos productos cuyas etiquetas jamás contarían con la aprobación del ministerio y esperaba que la tienda de la madre del niño enfermo estuviera limpia de estos, sino sería caer en una situación incómoda. De por sí fue extraño tener que hacer algo cuando Ari fingió su desmayo, y como se notaba que era falso, tardé en darme cuenta que se esperaba de mí. Paso un brazo por debajo de sus rodillas y otro por su espalda para cargarla. De entre todos los puestos, simulo estar desorientado para llegar hasta la mujer y pedirle un espacio en su tienda para esperar a que se recuperara mi hermana. Aguardo a la que la chica abriera los ojos cuando lo creyera oportuno. Echo un par de miradas para comprobar que el niño sigue cerca y lo encuentro mirando con curiosidad la escena, lo que me saca una sonrisa. —Ari…— la llamo como si estuviera tratando de despertarla.
Anonymous
Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
No iba a hacerlo— Repitió inflando el pecho un poco más segura y soltó una pequeña risita, siguiendo sus pasos a través del desfile de personas.
Quería usar su varita para limpiar el liquido y las manchas de la ropa, mas temía soltar su maletín y perderlo, así que trató de ignorar el aroma y no frenarse para tampoco extraviar a su amigo.

Cuando toda la actuación empezó, trató de no reír cuando Dave pedía ayuda diciendo que ella era la hermana y lo consiguió, porque abrió los ojos solo cuando estaba segura de que la mujer no les gritaría. Más bien se escuchaba preocupada y con ganas de ayudar.
Ariadna abrió los ojos fingiendo estar desorientada y algo descompuesta, sin embargo no quería perder el tiempo. —Estoy bien, estoy bien...Gracias.— Susurró a la mujer tomando, sin pudor alguno, sus manos entre las de ellas. Cuando su lado médico tomaba control del cuerpo, la rubia era mucho más segura de si misma.

Mi nombre es Ari.— Se presentó sin usar el nombre completo y como era una pésima mentirosa, decidió dejar de lado a Dave, si algo pasaba, ella era la culpable. —Él no es mi hermano, sólo un vago conocido y yo...yo soy médico. He notado a su hijo y no quiero que me diga el porqué no lo ha llevado al hospital más cercano, sólo permítame curarlo, por favor.— Esperó la respuesta de la madre y en cuanto esta decidió confiar en Ariadna, sonrió agradecida y cargó al niño para acomodarlo donde anteriormente la rubia estaba acostada.
—Dave, ponte de campana.— Le pidió apresurada con el corazón palpitando a mil, mientras abría el maletín y empezaba a hacer lo que mejor sabía.

Buscó las pociones que necesitaba, las mezcló entre si hasta alcanzar la dosis perfecta y utilizando todo su encanto, logró que el niño bebiera todo el contenido del pequeño frasquito.
Esperó unos segundos y entonces con la varita conjuró el hechizo complementario para curar la fiebre azul.
El efecto fue inmediato y la piel del menor comenzó a volver a la normalidad. —Creo que has sido el mejor paciente que he tenido.— Lo felicitó para calmarlo y le regaló una varita de regaliz, cerrando su bolso.
Ariadna T. Tremblay
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Cerebros de doxys y otros hongos · Ariadna - Página 2 IqWaPzg
Invitado
Invitado
Solo un vago conocido…— repito a espalda de la mujer y alzo una de mis cejas, muerdo con fuerza mi labio para no reírme. De ser un supuesto hermano caí varios metros para ser solo un vago conocido, mi estatus en la vida de mi amiga es tan impreciso. Unos minutos después estoy parado por fuera de la tienda, haciendo de «campana» para que nadie note que Ari está dentro, sacando lo que trajo en su maletín para atenderme a mí en un principio y es bueno que le encuentre utilidad en el niño enfermo. No era mi plan de un paseo por el mercado, en especial porque no me gusta llamar la atención de los aurores y de otros vendedores, que por un favor menor informan sobre lo que les pareció raro de ver entre el gentío. Pero con mi amiga trabajando, hago lo que me corresponde y me quedo fuera, con una cara que no invita a nadie a acercarse a preguntar por el precio de nada. Decirles que no tengo idea ni de qué se vende, sería demasiado raro.

Fijo mis ojos en el reloj que tengo en mi muñeca, no es el mágico que mis padres me regalaron hace un par de ellos, ese lo tengo guardado en la mochila. El que tengo es uno muggle, estaba en la misma caja donde encontré mi primera cámara y tenía las iniciales M.C. grabadas en el metal. Nunca fue un secreto, eran las iniciales de mi abuelo. Nada es un secreto, hay cosas de las que simplemente no hablamos. Y estoy contando los segundos que pasan siguiendo el correr de las manijas y decido que le daré cinco minutos a Ari. Cuando llegamos al minuto seis, regreso a la trastienda para comprobar cómo fue todo. —¿Listo?— pregunto, cauteloso. Si el niño está en un cuadro más grave, no hay mucho que podamos hacer con lo que tenemos.

Sonrío al verlo con una varita de regaliz, porque papá solía decir que si un niño tenía hambre, ya no estaba enfermo. Subo mi sonrisa hasta mi amiga. —Tal vez deberíamos movernos, se verá extraño que pasemos mucho tiempo aquí dentro y que ella descuide su tienda— señalo con la barbilla a la mujer y luego hacia afuera, salgo antes que Ari para que se me una afuera y echo a andar para que me siga. Camino lento para que pueda acompasar sus pasos a los míos y cuando lo hace, tengo que hablar bajo porque creo que la mujer aún puede escucharnos. —Es bueno eso que hiciste por el niño, pero creo que es hora de volver a casa…— me giro hacia ella. Hay algo todavía más peligroso que comprar mercadería ilegal en este mercado y me siento en la obligación de decírselo. —Vienes de un mundo diferente a este, te formaste para ser sanadora, pero este no es lugar para ayudar a otros. No puedes hacer eso aquí.
Anonymous
Ariadna T. Tremblay
Miembro de Salud
Con el niño sano comiendo un dulce y una madre completamente agradecida, Ariadna se despidió guardando todo en el maletín y le respondió a su amigo con una enorme sonrisa. —Listo, como nuevo.
No sabía el porqué, tal vez los años de conocer a Dave, pero sabía que estaba molesto por su forma de caminar y mover los hombros. En silencio la rubia lo siguió, utilizando el largo de sus piernas para no perderle de vista.
¿Era lo que había dicho o por como había actuado? Una duda que se resolvió una vez que pusieron sus pies en sincronía y no pudo evitar sentirse molesta. —Bien.— Respondió con suavidad y acomodó un poco sus cabellos, era un desastre andando y si su madre la veía, le daría un ataque.

Ariadna iba a dejar las cosas así, pero cuando el moreno volvió a hablar, frunció el ceño en un claro gesto de irritación. —¿De un mundo diferente?— Se sintió herida, como si hubiese notado cierto desagrado en el tono de su amigo. Ella había crecido con privilegios y lo sabía, pero tampoco era su culpa. —¿Qué esperabas? Tú me trajiste aquí.— Murmuró en voz baja, apresurando sus pasos para dejarlo atrás.
Claro que aquello había sido la gota que llenó el vaso, se volvió y lo empujó con todas sus (nulas) fuerzas. Aprovechando la cercanía del intento de golpe, volvió a hablarle. —¡¿Creíste que vería a un niño herido o enfermo y actuaría con indiferencia como lo hacen todos en este lugar?!— Las personas más cercanas comenzaron a observar con curiosidad, tratando de escuchar de qué se trataba todo, ante esto, Ariadna se alejó del moreno y salió del mercado.

En la puerta observó hacia los lados, no recordaba por dónde había llegado, mas al no querer verle la cara a Dave, eligió la derecha, esperando encontrar alguna maldita indicación de que iba hacia la dirección correcta. —Estúpido — Gruñó y abrazando su maletín, infló el pecho con orgullo, acomodó su espalda y caminó.
El día era ideal para pasear, tal vez cabalgar o tomar el té bajo la sombra de los árboles...¡Pero no!, a él se la había ocurrido traerla a un mercado ilegal lleno de gérmenes.
Ariadna T. Tremblay
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Cerebros de doxys y otros hongos · Ariadna - Página 2 IqWaPzg
Invitado
Invitado
A la expresión dolida de Ari respondí con toda mi honestidad: —Vienes de otro mundo. Un mundo donde el patio de tu casa son hectáreas de campo y corren caballos y unicornios. ¿Ellos? Seguramente duermen en la trastienda— señalo a la carpa de la mujer, el sitio con paredes de tela en el que mi amiga improvisó su consultorio y curó al niño. ¿Está mal lo que hizo? Por supuesto que no. Era un niño, si estaba en lo cierto en su diagnóstico, le dio años de vida por delante. ¿Pero cuántos? ¿Qué hará ese niño cuando crezca? Si la traje fue para que que se divirtiera con las cosas extrañas que venden en este lugar, para que viera caras diferentes. Subestimé a su hábito de sanadora y su nobleza por las causas débiles. —¿Eso es lo que vas a hacer entonces? ¿Comenzar a sanar a todos? — lo digo con una voz tan calma, hay una profunda resignación de fondo a que ella no puede cambiar con un gesto una realidad que la supera.

Recordar el lugar donde estamos me frena cuando estoy a punto de contestar a su grito exasperado,  tengo que moderar el tono de mi voz y se oye cortante: —¿Crees que es indiferencia? Ari, ¿crees que lo de esta gente no es nada más que fría y mezquina indiferencia?— abarco todo el mercado con mis brazos. Estamos atrayendo miradas por la escena que armamos y es tarde para fingir que es una rencilla de hermanos, si acaso pretendemos montar otro acto. Le hablo a su espalda cuando agrego:—Es arrogante de tu parte. No los entiendes, no entiendes que esto no es algo que ellos puedan cambiar—. Enfermedad, hambre, todas las calamidades del hombre confinados en las líneas de los distritos del norte.

¡Y te vas muy fácil!— eso si lo grito. ¿Se da cuenta que abandona el mercado después de una buena acción y es incapaz de ver todo lo demás? Me alegro que lo haga, me hace sentir mejor. Porque si se quedara a ver, se daría cuenta que no todos los niños se pueden salvar, que las enfermedades matan lenta y tortuosamente en este lugar en el que no hay camas con sábanas esterilizadas, sin pócimas calmantes. A eso me refería, no tenía manera de decírselo… no puedes caminar en este lugar practicando caridad o haciendo buenas obras. Hay algo más, está por encima de nosotros, que condena a este gente a su miseria y eso, requiere de otro tipo de compromiso y esfuerzo, que no sé si alguno de nosotros dos será capaz de dar. —Nos vemos en la clase de yoga— si es que Ari me deja pasar el umbral de su casa la próxima vez que vaya o me lanza a su gato para que me de mi merecido.
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