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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Invitado
    Invitado
    Comienzo a impacientarme cuando han pasado veinte minutos desde la hora acordada y Ari sigue sin aparecer. Puede que me haya pasado un poco al pedirle que viniera a un lugar donde no sé si tiene las habilidades de supervivencia necesarias para estar más de cinco minutos. Personalmente, confío en que si podría hacerlo, más de lo que otras personas o ella misma lo espera. ¿Por qué se tarda tanto? ¿Qué tan difícil puede ser hallar un puesto donde hay altas capsulas de cristal con hongos saltarines flotando dentro? De lejos parecen cerebros minúsculos. ¿O lo serán? Consulto con el encargado de este puesto si no son cerebros de doxys. Me dice que no.

    Todo en el mercado se ve más extraño de lo que es, por no hablar de los rostros que atienden los puestos. Hay un par que tienen rasgos tan insólitos que me cosquillean las manos para sacarles una foto, pero si llego a sacar la cámara de su estuche me van a echar de cualquiera de los puestos o, peor, saldré del mercado sin mi cámara. No, gracias. Lo haría si estuviera de paso, la cuestión es que no sé cuánto tiempo más tengo que esperar a Ari… Si esto fuera una emergencia real, que se supone que lo es, su prisa como sanadora deja mucho que desear. Bromearía sobre ello cuando la vea, pero cuando descubra que estoy parado sobre mis pies y no recibiendo suturas de un desconocido de una tienda de pócimas y medicamentos como le dije, no sé cuánto enojo tendré que calmar hasta poder hacer chistes otra vez.  

    Al notar una cabellera rubia caminando entre el gentío, me inclino un poco de lado para poder mirar más allá del hombre obeso que pregunta sobre un filtro capaz de tratar escamas azules que le surgieron entre los dedos del pie. Creo que se trata de Ari así que hago un movimiento con la mano, saludándola. Recuerdo que se supone que estoy con la costilla abierta, así que coloco ambas palmas sobre esta zona por encima de la camiseta oscura, y me encorvo un poco como si me doliera aun. Tengo la correa cruzando mi pecho y la cámara en su estuche contra mi cadera, un poco escondida por la chaqueta que llevo encima. La mochila sí la tengo colgando de mi hombro, no es mi prioridad en cuidar, a diferencia de la cámara. En los años que llevo deambulando, más de una vez perdí bolsos que aprendí a cargar solo con lo indispensable. Hay veces en que tienes que salir corriendo y es mejor andar ligero. Espero que Ari haya pensado en lo mismo para esta excursión o tendremos que tener una charla de supervivencia básica.
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Ariadna muy pocas veces había salido del Capitolio o de la Isla y jamás lo había hecho sin un adulto. Claro que ahora se suponía que ella era la responsable y no podía negarse a ayudar a un viejo amigo en aprietos.
    Como era su día libre, no tardó en cambiar sus pijamas por unos pantalones beige, una camisa blanco impecable y un par de botas a juego con el cinturón y guantes. No sabía cómo estaría el clima, así que se abrigó por las dudas con una gabardina negra, larga hasta los muslos.
    Con el maletín en una mano y la varita oculta dentro del calzado, se acercó al traslador y lo activó colocando la contraseña elegida. Una vez seleccionada la plaza del Distrito 12 como destino, tocó el objeto que cerró los ojos.

    La luz del día era demasiado fuerte, por lo que tuvo que parpadear un par de veces, hasta que sus pupilas se acostumbraron.
    La bruja creía que sería fácil encontrar el mercado, no podía perderse si sabía cómo sobrevivir al horario pico dentro del Capitolio. Que equivocada estaba.
    Tardó unos quince minutos en darse cuenta que estaba yendo hacia el lado equivocado, luego al pedir indicaciones a una pareja, se rieron en su cara y no fueron capaz de ayudarla.
    Estaba a punto de correr de regreso a casa, cuando sus oídos captaron el fuerte ruido típico de las ferias.

    Emocionada, con un poco de sudor bajando por su nuca y las mejillas teñidas de rojo, ingresó al lugar pactado para el encuentro.
    Horror. Horror. Auxilio. Espanto. Espanto. Auxilio.
    Ariadna era bastante demostrativa con sus gestos y aunque intentó no mostrarse tan afectada, cualquiera podía notar que estaba muerta de miedo, nervios y demás sentimientos encontrados.

    Un fuerte escalofrío recorrió su cuerpo, cuando sus botas pisaron algo pegajoso derramado en el suelo. Intentó no pensar en ello y continuó avanzando entre el tumulto de gente que la golpeaba a ambos lados del cuerpo.
    Sin notarlo, se abrazó a su maletín con todas las fuerzas del mundo y siguió caminando, hasta que un fuerte grito la hizo volver. Se calmó cuando vio que sólo era un bebé en los brazos de su madre, pero al voltearse para emprender rumbo, un maleducado vendedor chocó de frente con ella, derramando el contenido de un caldero mediano.
    Toda su ropa quedó empapada de alguna poción a medio hacer, por el olor y la textura, era algo para combatir los forúnculos.

    Gracias a su estomago de médico, respiró hondo y siguió caminando, hasta que vio la mano que la saludaba.
    Se acercó apresurada al notar los gestos de dolor en la cara de su amigo. —Ya. Llegué. Necesito que te recuestes en algún espacio...medianamente esterilizado y no te preocupes, no te quedará cicatriz.— Trató de sonreír, pero se notaba que aún estaba preocupada y tensa. —Vamos y deja todas tus cosas en el suelo, no puedo curarte si tienes todo eso encima.
    Ariadna T. Tremblay
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    Cerebros de doxys y otros hongos · Ariadna IqWaPzg
    Invitado
    Invitado
    Repaso con mi mirada su atuendo, mis cejas se curvan de la sorpresa hasta chocar con mi cabello. Su ropa es tan elegante como se puede esperar de alguien que duerme entre almohadones de pluma en el Isla ministerial, debe costar de lo que el hombre de esta tienda ha hecho en el día, pero tiene manchas sobre la tela y es la evidencia de que no le resulto fácil llegar hasta aquí. Reprimo una sonrisa que de todas maneras tira de mis labios hacia arriba. —Bonito lugar, ¿no?— abarco todo el espacio de tiendas del mercado con el barrido de mi mirada, sigo presionando mis manos sobre la falsa herida y me siento un poco culpable al incorporarme lentamente, recuperando una postura más recta. Hago una mueca que es diferente a la que hacía para fingir dolor, ésta expresa arrepentimiento. —Sobre eso…— vacilo.

    En dos pasos estoy a su lado, coloco una mano en su espalda para apartarla de los recipientes con los pseudos cerebros de doxys, que están lo suficientemente cerca como para asustarla si se gira hacia ellos y lo último que quiero es que complete su atuendo con esos adornos húmedos. Con ese movimiento también pretendo esquivar mi mirada de ella, estudiar su reacción desde el rabillo de mi ojo, y si se enoja, poder dar un salto al costado más largo que su brazo. —Quizá exageré un poco sobre la gravedad de la herida— comienzo.

    »Quizá el corte no fue tan profundo como dije, ni hubo tanta sangre. Es posible que haya sido un rasguño de nada, ¡y te tengo buenas noticias!— alzo el borde de la camiseta para que pueda ver la piel ilesa sobre mi costilla. No hay rastro de la herida que, a decir verdad, nunca existió. —¡Ya estoy bien!— exclamo y rodeo sus hombros con un brazo, instándola a avanzar por el corredor abierto que queda entre los distintos puestos. Mentir se ha vuelto algo natural, si quería que Ari atravesara un espacio tan sucio y caótico como éste, tenía que apelar a su compasión. Y, bien, por su salud mental y su carácter, necesita visitar más lugares como el mercado. De la isla al hospital, hay un camino en una única dirección, lo divertido está en salirse un poco de la ruta. —Aprovechemos para pasear un poco, hay unas rebajas en filtros rejuvenecedores y amorosos a tres tiendas de distancia que creo que podrían interesarte— exagero un tanto el entusiasmo para apaciguar su enojo.
    Anonymous
    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Ariadna se agachó un poco para abrir el maletín donde traía absolutamente todo lo necesario para curar una herida abierta o cualquier otra cosa. Gracias al hechizo que había hecho, no tenía que estar luchando por el poco espacio impecable.
    Cuando David volvió a hablar, la rubia lo observó desde abajo algo confundida, ¿Ya había perdido tanta sangre y estaba alucinando? Se puso de pie con lentitud, aún abrazando sus pertenencias y entrecerró los ojos. —Bueno...Tiene su encanto y...claro el particular aroma.— Intentaba ser educada, pero por dentro sólo podía pensar en la cantidad de diferentes gérmenes y bacterias que podía haber en ese lugar. Ni hablar de plagas sin controlar escondidas entre los puestos...¿Y si llamaba a seguridad o a los encargados del área de sanidad?  
    Volvió a observar a su amigo cuando este continuó la conversación y esta vez todos los buenos modales quedaron en el olvido. Ari frunció el ceño y de no tener el valioso bolso, ya lo habría golpeado en la cara. Una bonita, rápida y bien puesta cachetada.

    Sus ojos se abrieron de par en par y mordió su labio inferior para no gritarle, nada bueno sale de la boca de las personas cuando están enfadadas. Eso lo había aprendido a temprana edad.
    Le había mentido, le había engañado y lo peor de todo...¡Había hecho el ridículo por su culpa!
    No tienes idea de la cantidad de insultos creativos que están sonando en mi cabeza en este preciso instante.— Susurró en voz baja, mientras respiraba profundo. Inhalar, exhalar...Oh no, los gérmenes y microorganismos.

    Dio una media vuelta para regresar sus pasos hasta la salida, pero entonces se horrorizó al ver los objetos que saltaban como locos dentro de los distintos frascos.
    No gritó, pero si dio cinco veloces pasos hacia atrás. —¿Qué es eso?— Exclamó y llevó su mano hacia los ojos, los refregó y parpadeó varias veces. —...¿Estoy bajo los efectos de algún tipo de droga? Yo sabía que había un extraño olor en este...almacén. Demasiados microbios.
    Habló casi sin modular, pero jamás perdió la dulzura o educación en su voz. Ni siquiera podía gritar en los momentos más estresantes dentro del hospital, menos lo haría allí.

    Dave...Yo no estoy segura de que sea una buena idea.— Dijo y permitió que la empujara para avanzar entre los puestos ilegales. No aflojó el agarré a su maletín y trató de calmarse, mas esa era una tarea casi imposible.
    Las siguientes palabras del moreno si lograron entretenerla, en lugar de pensar en el horrendo lugar en el que estaban, le surgió la duda. Lo miró desde arriba y no ocultó su gesto de enfado. —¿Por qué estás sugiriendo que necesito uno de esos?
    Ariadna T. Tremblay
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    Cerebros de doxys y otros hongos · Ariadna IqWaPzg
    Invitado
    Invitado
    El encanto que tiene este Mercado es el mismo que un circo en decadencia y su aroma no es precisamente un extracto de rosas. Lo suyo está lejos de ser un comentario sarcástico y le daré otro punto a favor por no haber dicho una queja a la primera. Pero no, el ambiente no le gusta. Es demasiado diferente a lo que está acostumbrada, al encanto real de las mansiones de la isla, al aroma aséptico del hospital. Está siendo tan educada en su observación, que contengo la risa. Es posible que el lugar siga sin agradarle aunque pasemos un par de horas aquí, pero cumpliré con mi misión si logro que no salga huyendo en el rango de los próximos cinco minutos.

    Entonces tendremos una anécdota de la que reírnos después, cuando el enfado se le pase y los insultos creativos abandonen su mente. —No te los calles— digo, abriendo mis brazos al aceptar ser el blanco. —Dispara— la animo. Supongo que no lo hará y lo desapruebo. Nunca me ha parecido bien que las emociones negativas se guarden, terminan por ser nocivas, a veces se convierten en resentimiento. Lo sé, lo sé bien. Tuve que buscar mis propios escapes para que el resentimiento no golpeara a las personas que más quiero, por más que fueran ellas quienes lo causaron. —Descarga el enfado si lo sientes, sino se quedará como un occamy dentro de tu estómago, incordiándote.

    Voy hacia ella para tomarla de los hombros y tranquilizarla por la impresión que acaba de llevarse al notar su entorno. —Calma, Ari— estoy sonriendo al presenciar su perturbación. No existe un peligro real, así que no tengo que preocuparme por ella. Conozco este mercado, la gente que está aquí, los resguardos que hay que tener y un par de recovecos por los que escapar si se arma un drama de pronto.—Eres más grande que cualquier microbio, y ellos te tienen más miedo a ti, que tú a ellos— froto sus hombros y la suelto para encaminarla más allá del puesto en el que estamos, sujetándola para que no se fugue a la primera oportunidad y tomo nota de no permitir que tome su teléfono, eso la distraería, o peor, podría usarlo para una llamada falsa de emergencia en el hospital.

    Me hago el desentendido cuando pregunta el por qué sugiero buscar filtros para el amor o el rejuvenecimiento. Ari, mi madre y mi hermanita me golpearían si optara por la simple contestación de que eso es cosa de chicas. Puedo sentir el tirón imaginario en mi oreja. —¿Es que no te da curiosidad? ¿O tener una reserva por si las dudas?— inquiero. —El trabajo en el hospital puede darte muchas arrugas de cansancio o puede que encuentres a alguien que quieras que te escriba poesía— me encojo de hombros. Trato de no pensar en lo sencillo que sería conseguir con unas gotas mágicas que la persona que no nos corresponde, nos mire de una manera absolutamente diferente. Todavía no he llegado a ser tan mezquino. —Por mi lado, aprovecharé la rebaja en el filtro rejuvenecer. Pero luego no vengas a pedirme que te preste un poco— bromeo.
    Anonymous
    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Ariadna observó al chico con los brazos extendidos frente a ella y por más que quisiera insultarlo en voz alta, no podía. Su madre le había enseñado durante tanto tiempo, o más bien torturado, con las clases de modales y educación.
    Una vez aprendidos y adquiridos, era difícil dejarlo.
    Volvió a sujetar con fuerza el maletín contra su pecho y negó, moviendo la cabeza hacia ambos lados. —No te preocupes, sé muy bien controlar mi enojo. Puedo con ello y no necesito descargarlo con otras personas...Por más que sean culpables.— Le regañó entrecerrando los ojos durante unos segundos.

    Dispuesta a volver a la comodidad de su hogar, se dio la media vuelta y entonces fue cuando los objetos saltarines la tomaron por sorpresa.  Una no muy agradable.
    Se dejó llevar por Dave, el conocía el lugar y lo más seguro era permanecer a su lado. Si, eso tenía que hacer. —Sí, le diré exactamente eso a todos los pacientes...— Murmuró algo sarcástica, mordiendo su labio inferior. —Oh, no sé preocupe. Los microbios de su enfermedad son pequeños y le temen, por eso tendrá unos 5 meses antes de morir.— Bueno, eso no fue gracioso pero si necesario. Quería que él entendiera la estupidez que acababa de decir.

    Continuó caminando para no quedarse atrás, evitando en todo momento el contacto con otras personas, elfos, esclavos y demás.
    Cuando el shock inicial comenzó a disiparse, Ari un poco más tranquila, se dedicó a seguir a su amigo, pero también a observar a los demás. Clientes que iban y venían, vendedores que gritaban con tal de llamar la atención, un par de chicas que ofrecían sus servicios a cambio de un poco de dinero.
    No, no estaba cómoda.

    El día que tenga arrugas, entonces y sólo tal vez, lo compraré.— Respondió tratando de sonar normal, como si toda la situación y las diferencias no le estuvieran afectando. —Y... Claro que no. Si alguien decide escribirme poesía, quiero que lo haga porque quiere y no bajo los efectos de una tonta poción.
    La rubia rodó los ojos hasta ponerlos en blanco. —No lo haré.

    Mientras él moreno se dedicaba a observar los frasquitos en promoción, Ariadna notó como una vendedora de artículos para bebés, sujetaba en brazos a un niño de aproximadamente cuatro años.
    Por el color azulado de su piel, ella supo de inmediato que se trataba de una fiebre no muy común y que de no suministrar el medicamento necesario, su hijo no sobreviviría más de dos o tres semanas. Por no explicar la cantidad de dolores que tendría.
    El corazón de la bruja comenzó a palpitar con demasiada fuerza contra su pecho, si alguien la descubría, podía perder absolutamente todo. Su madre la mataría de paso.
    Dave...— Y lo observó casi entrando en pánico. Quizás él conocía un lugar seguro, donde ella podía curar al niño y no ser vista. —¡Dave!— Y sí, con la mirada intentó explicarse.
    Ariadna T. Tremblay
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    Cerebros de doxys y otros hongos · Ariadna IqWaPzg
    Invitado
    Invitado
    Eso no te hace bien— ¿Qué clase de amigo sería si no se lo dijera? —Si una persona es culpable de hacer algo que te molesta o te hiere, tienes que decírselo. Descargar tu rabia en esa persona— insisto, por más que ese alguien sea yo y Ari conoce uno o dos hechizos que podrían dejarme desangrándome en medio del mercado. Los sanadores saben cómo curar, por ello creo que también saben cómo lastimar si así quieren. Ari no quiere, Ari no mataría ningún insecto. Ni siquiera al insecto de su amigo que se merece. Quizá esa es la razón por la que me tolera, cuando ni yo mismo me tolero a veces, y camina a la par de mis pasos entre el gentío del lugar cuando todo en ella indica que preferiría volver a su casa.

    Su amague de sarcasmo me hace mirarla con incredulidad y contestarle a bocajarro: —Sí, exactamente. Creo que es eso lo que tienes que decirle a tus pacientes—. Mantengo una mano sobre su hombro para orientar su andar, porque creo que mientras se sostenga el contacto, la retendré en el mercado. El paseo recién está empezando, hay una tienda de puffkeins arlequín que quiero que vea antes de que nos vayamos. —Creo que sería mejor y más optimista decirle que los microbios que tratan de matarlos les tienen más miedo a ellos, que junten confianza en esa lucha de cada día. A que sencillamente les diga que esos microbios son invencibles y que se resignen a las cinco semanas que les quedan, que cada día sea una agonía de lo inevitable— expongo mi punto de vista. —Así, para cuando lleguen al último de sus días, será dando batalla hasta el final— concluyo.  

    Pero la sanadora aquí es ella, no yo. La medimagia es una materia que escapa de mi comprensión y de mi aprecio, siendo honesto, siempre creí que era una carrera de elitistas, solo por debajo de ser un juez del ministerio. No me veo hablando con pomposidad de mi trabajo en las cenas familiares. Reconozco que lo de ella no es arrogancia, pese a que tienes razones y un estilo de vida que le avalarían ese rasgo de carácter. Lo suyo es vocación, y eso es la que la obligaba a intervenir si ve a una persona, un niño cualquiera, que necesita de su cuidado. No acabo de formular una respuesta a su negación rotunda a usar las pócimas que le sugiero, cuando me volteó a observar lo que ella me indica con la vista. Le revelo mi impotencia de actuar al hundir mis hombros. Me inclino hacia ella para susurrarle muy bajo: —¿Qué quieres que haga? ¡No conozco a la mujer!—. Este mercado no es una reunión de amigos, hay rostros que posiblemente nunca vuelva a ver en la vida. —Dime que quieres que haga— silbo entre dientes.
    Anonymous
    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    No tengo rabia y tampoco estoy furiosa, sólo...No vuelvas a mentirme, ¿vale?— Pidió sonriendo levemente, sin dejar de avanzar entre el tumulto de personas apuradas.
    Lo que Ariadna intentaba decir entre palabras, era que no jugara con sus nervios al decir que había una emergencia, cuando no era cierto. Al estar metida en el área de accidentes por criaturas, muchos de sus pacientes no lograban llegar con vida al hospital y por esto mismo, no le agradaban las bromas de ese estilo...Se sentía como una burla.
    En ese momento, la pregunta que se había hecho miles de veces, volvió a sonar dentro de su mente ¿Ella podría haber salvado a su padre? ¿Hubiese llegado a tiempo?

    Agradecía el contacto de Dave sobre su hombro, era reconfortante tener a alguien conocido cerca de ella en aquel momento y lugar. —Entiendo tú punto y no digo que estés equivocado, simplemente creo que al hacer eso, generamos una tensión y un mal momento con las personas que queremos y sólo por el acto egoísta de sentirnos mejor, por "descargarnos".— Frunce el ceño y lo observa entrecerrado los ojos, ¿se había entendido? —Mejor hago yoga, podrías venir conmigo a una clase y mejorar tú postura. Dentro de un par de años tendrás una increíble joroba, si no empiezas a caminar más derecho.

    Lo último por supuesto que fue una broma, incluso dejó escapar unas pequeñas carcajadas, sin embargo al escuchar las nuevas palabras de su compañero, se detuvieron. Empezó a sentir algo de vergüenza por la broma que había hecho minutos atrás y sus mejillas se sonrojaron a una velocidad increíblemente rápida. —Yo...No les diré eso a mis pacientes. Debo ser honesta al momento del diagnostico, pero tampoco arrojaré la bomba así. Es lo peor cuando ves a tú paciente que se dar por vencido...Son dos segundos y lo puedes notar en la mirada.— Relató con la vista pérdida.
    Respiró profundo y fingió estar muy interesada en un puesto de artesanías, no quería que Dave notara que esa conversación le había afectado, así que se acercó a la mujer que tejía las pulseras y preguntó por una de ellas. —¿Qué opinas de esta?— Si, quería cambiar el tema y ahora pedía su opinión acerca de una bonita tobillera de color blanco con tonos turquesas. El trenzado se veía muy difícil de hacer y no pudo evitar cuestionar a la vendedora, acerca del tiempo que había tardado en crearla.

    Aún con la artesanía entre los dedos, sin haberla pagado, Ariadna observó con atención a la mujer con el niño enfermo entre sus brazos. Le prestaba más atención a su puesto de trabajo, pero su rostro también demostraba lo preocupada que estaba por él. —Me puedo meter en terribles problemas si la ayudo, pero no puedo dejar las cosas así.— Susurró en voz baja y devolvió la tobillera a su lugar.
    Tomó la mano de su compañero y lo arrastró hasta un pequeño rincón donde las personas no miraban y tampoco se los llevaban puestos al momento de caminar. —¿Conoces algún lugar donde pueda curarlo y que nadie nos vea? Ese niño no sobrevivirá a más de cinco semanas.— Le informó con el corazón golpeando demasiado fuerte su pecho, el aire comenzó a faltarle y no, no podía tener un ataque de pánico en medio del almacén...O si.
    Ariadna T. Tremblay
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    Cerebros de doxys y otros hongos · Ariadna IqWaPzg
    Invitado
    Invitado
    No haré promesas que no podré mantener, aprieto mis labios para no contestar y retiro mi mirada hacia otro punto en el que pueda posar mi atención que no sea su rostro. Decirle a alguien que no le diría mentiras, era una mentira de por sí. Habría que tener cuidado con esa clase de juramentos. No es que esté pensando en un engaño deliberado para una próxima ocasión, no haría algo que pudiera dañarla. Si la atraje al mercado es porque sabía, confiaba en Ari más de lo que ella puede, en que nada malo le pasará. Pienso en lo que es lo mejor para ella, por eso le sugiero que monte un drama si es eso lo que su ánimo necesita. Se bien lo que es callarse resentimientos, y por eso me cuela hondo su opinión sobre que al desahogarnos, lo que conseguimos es hacer sentir mal a las personas que queremos. —Si me echaras la bronca, no dejaría de ser tu amigo, Ari— le recuerdo.—Puedes compartir conmigo lo que te agrada o lo que te molesta, también si se trata de mí— es una oferta limitada que hago a muy pocas personas.

    »Y sí, eso de hacer yoga podría funcionar— acepto lo que me plantea en broma, con una sonrisa en mi rostro que se va curvando hacia arriba. —Quiero intentar lo del saludo al sol y encontrar mi centro—. Vamos, sabemos que seré un desastre. Espiaré a mí alrededor mientras todos cierran los ojos y meditan profundamente. Pero podría intentarlo, sería divertido a su manera. —¿Qué hay de malo con mi postura?— replico, irguiéndome de pronto y salvando dos centímetros más. —Me han dicho que mi caminar es tan elegante como el de un unicornio— digo en broma.

    La estrecho un poco más cerca cuando nuestra diferencia de opiniones sobre los microbios la llevan a hablar con un tono grave, la última de mis intenciones es que se desanime en mi compañía y que sienta que la estoy cuestionando en su profesión, cuando tengo todas las pruebas para saber que se preocupa de verdad por sus pacientes. —Si te ven a ti todos los días sonriéndole, encontrarán su fuerza en tu fuerza— murmuro. Al soltarse, la sigo al puesto donde hay una mujer vendiendo algunas artesanías y echo una ojeada por si encuentro algo para Charlie. Asiento vagamente dando mi aprobación a lo que ha elegido, mirándola más allá de lo que sostiene en su mano, pero no seguiré con el tema del hospital y sus pacientes si así prefiere. Sin embargo, de lo que escapamos, tiende a tomarnos por sorpresa después.

    Me pone nervioso lo que me propone, porque en este sitio lo raro es prestar ayuda, aquí se paga todo por un precio, y no sé cómo podría tomarse la mujer el que mostremos preocupación por su niño. A resguardo, escucho lo que Ari me pide y tengo que preguntar: —De acuerdo, ¿y serás tú quien trate de convencer a la madre o, en su defecto, secuestrar al niño?—. Doy unos tirones a mi cabello, nervioso. Tampoco voy a hacer la vista gorda si se trata de un niño. Aprendí a que hay cosas que no puedo solucionar, pero no a ser insensible.—Podríamos…— pienso en la tienda de animales que está cerca y tiene un almacén con jaulas que es de exclusividad del dueño. Voy tanto por allí que me conoce. No me agrada del todo como tiene a los animales, pero me deja pasar el rato con ellos. Me fijo en el semblante de Ari que fue tensándose, la noto un tono más pálida. Coloco mis manos a los lados de su cabeza, sosteniéndola. —Ari, calma. ¿Te sientes bien?— pregunto. Antes de involucrarnos en salvar a alguien más, quiero asegurarme que sea ella la que está bien.
    Anonymous
    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Ariadna soltó un pequeño suspiro y de inmediato volvió a formar una tímida sonrisa ladeada. No, jamás iban a coincidir y eso estaba bien, siempre y cuando no siguiera presionándola para que hiciera una escena, algo que nunca había hecho y tampoco se sentía cómoda con intentarlo.
    Decidió no continuar por allí y sólo respondió dándole un par de palmaditas en la espalda. —Sé que no dejarás de ser mi amigo, tengo las drogas para tus futuros dolores de espalda.— Bromeó.

    Pese a la horrible situación, llena de miedos y nervios, sus siguientes palabras le sacan verdaderas carcajadas. —¿El saludo al sol y tú centro? Esa es una oración que jamás esperé oír de ti.— Y era cierto, la rubia no se imaginaba a Dave haciendo yoga y sólo la imagen mental le hacía reír.
    Continuó caminando junto al moreno y como era demasiado expresiva, arqueó las cejas y frunció el ceño, al no entender porqué había empezado a caminar como modelo de alta costura...que nunca usó tacones. —Yo diría más bien, que tú caminar es como un pony recién nacido.

    El pequeño abrazo la reconforta lo suficiente como para que sus ojos no alcancen a humedecerse y sonriendo, pica con el indice el costado de Dave. —No te pongas sentimental, cuando empiezas a hacer cumplidos es porque crees que lloraré.— Y lo iba a hacer, pero no, era fuerte. Si, si.
    Ya se había acostumbrado al peculiar aroma del distrito y del mercado, pero todavía le resultaba extraño como las personas eran distintas, como sus vidas probablemente también lo eran.
    Se sintió privilegiada. Demasiado.

    Todo el tema de la pulsera quedó atrás, tenía que ayudar a ese niño pero no podía exponerse, había demasiada gente yendo y viniendo.
    Al notar que la tienda de la mujer tenía una pequeña parte trasera, donde probablemente dormía o usaba de almacén, empezó a imaginar su plan, esperando que Dave la siguiera.
    Su piel se puso pálida y comenzó a tener problemas para respirar, por supuesto que todo era actuado, mas cuando su amigo la sujetó por el rostro, notó en sus ojos que tal vez se había equivocado, que lo estaba preocupando y no podría ayudar a la pobre madre con su hijo.
    Sin soltar el maletín, uso una de sus manos para pellizcar su abdomen, en plan: "Idiota, comprende lo que quiero decir" y entonces con la mirada volvió a apuntar hacia la tienda.

    Sólo en cuanto logró hacerse entender, cerró los ojos y dejó que su cuerpo cayera contra el de él. Que mala actriz era, pero al menos lo intentaba por una buena causa.
    Ariadna T. Tremblay
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    Cerebros de doxys y otros hongos · Ariadna IqWaPzg
    Invitado
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    No lo hago solo por las drogas, lo sabes— le sigo la broma, si con eso consigo que se relaje en el mercado y abandone el estado de crisis en el que se encontraba al dar sus primeros pasos dentro. De igual manera, si pensar en sus clases de yoga la ayudan a sobrellevar la situación, acudir a un par de esas técnicas de meditación para que no la afecte nada de esto, que es tan contrastante al lujo de la isla, puedo intentar el saludo al sol aquí mismo. No lo hago porque se verá raro, si la avergüenzo en medio de la multitud puede cohibirse otra vez. —Esos también me agradan— apunto, porque su comparación con un pony no me ofende, consigue el efecto contrario que es hacerme reír. No importa el rumbo que tome la conversación, buscaré en todo momento volver a ese punto en que podamos reírnos y no nos detengamos en los giros amargos. —¿Segura que no ibas a llorar? Tu nariz se estaba poniendo roja, tenía que decir algo que se escuchara bonito— limpio un poco la gravedad del tema sobre el que conversábamos para poder continuar.

    Me faltaban unas clases de legeremancia para ponerme al tanto de lo que pasaba por la mente de Ari, que pasó de preocuparme por el mal aspecto que tenía, a esperar que pudiera interpretar lo que me decía con su mirada y un ademán en dirección al lugar donde se encontraba la mujer. Si ella estaba sugiriendo que fuéramos hacia allí, solo esperaba que la madre no lo sintiera como una invasión a su puesto. En este mercado se vendían algunos productos cuyas etiquetas jamás contarían con la aprobación del ministerio y esperaba que la tienda de la madre del niño enfermo estuviera limpia de estos, sino sería caer en una situación incómoda. De por sí fue extraño tener que hacer algo cuando Ari fingió su desmayo, y como se notaba que era falso, tardé en darme cuenta que se esperaba de mí. Paso un brazo por debajo de sus rodillas y otro por su espalda para cargarla. De entre todos los puestos, simulo estar desorientado para llegar hasta la mujer y pedirle un espacio en su tienda para esperar a que se recuperara mi hermana. Aguardo a la que la chica abriera los ojos cuando lo creyera oportuno. Echo un par de miradas para comprobar que el niño sigue cerca y lo encuentro mirando con curiosidad la escena, lo que me saca una sonrisa. —Ari…— la llamo como si estuviera tratando de despertarla.
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    Ariadna T. Tremblay
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    No iba a hacerlo— Repitió inflando el pecho un poco más segura y soltó una pequeña risita, siguiendo sus pasos a través del desfile de personas.
    Quería usar su varita para limpiar el liquido y las manchas de la ropa, mas temía soltar su maletín y perderlo, así que trató de ignorar el aroma y no frenarse para tampoco extraviar a su amigo.

    Cuando toda la actuación empezó, trató de no reír cuando Dave pedía ayuda diciendo que ella era la hermana y lo consiguió, porque abrió los ojos solo cuando estaba segura de que la mujer no les gritaría. Más bien se escuchaba preocupada y con ganas de ayudar.
    Ariadna abrió los ojos fingiendo estar desorientada y algo descompuesta, sin embargo no quería perder el tiempo. —Estoy bien, estoy bien...Gracias.— Susurró a la mujer tomando, sin pudor alguno, sus manos entre las de ellas. Cuando su lado médico tomaba control del cuerpo, la rubia era mucho más segura de si misma.

    Mi nombre es Ari.— Se presentó sin usar el nombre completo y como era una pésima mentirosa, decidió dejar de lado a Dave, si algo pasaba, ella era la culpable. —Él no es mi hermano, sólo un vago conocido y yo...yo soy médico. He notado a su hijo y no quiero que me diga el porqué no lo ha llevado al hospital más cercano, sólo permítame curarlo, por favor.— Esperó la respuesta de la madre y en cuanto esta decidió confiar en Ariadna, sonrió agradecida y cargó al niño para acomodarlo donde anteriormente la rubia estaba acostada.
    —Dave, ponte de campana.— Le pidió apresurada con el corazón palpitando a mil, mientras abría el maletín y empezaba a hacer lo que mejor sabía.

    Buscó las pociones que necesitaba, las mezcló entre si hasta alcanzar la dosis perfecta y utilizando todo su encanto, logró que el niño bebiera todo el contenido del pequeño frasquito.
    Esperó unos segundos y entonces con la varita conjuró el hechizo complementario para curar la fiebre azul.
    El efecto fue inmediato y la piel del menor comenzó a volver a la normalidad. —Creo que has sido el mejor paciente que he tenido.— Lo felicitó para calmarlo y le regaló una varita de regaliz, cerrando su bolso.
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    Solo un vago conocido…— repito a espalda de la mujer y alzo una de mis cejas, muerdo con fuerza mi labio para no reírme. De ser un supuesto hermano caí varios metros para ser solo un vago conocido, mi estatus en la vida de mi amiga es tan impreciso. Unos minutos después estoy parado por fuera de la tienda, haciendo de «campana» para que nadie note que Ari está dentro, sacando lo que trajo en su maletín para atenderme a mí en un principio y es bueno que le encuentre utilidad en el niño enfermo. No era mi plan de un paseo por el mercado, en especial porque no me gusta llamar la atención de los aurores y de otros vendedores, que por un favor menor informan sobre lo que les pareció raro de ver entre el gentío. Pero con mi amiga trabajando, hago lo que me corresponde y me quedo fuera, con una cara que no invita a nadie a acercarse a preguntar por el precio de nada. Decirles que no tengo idea ni de qué se vende, sería demasiado raro.

    Fijo mis ojos en el reloj que tengo en mi muñeca, no es el mágico que mis padres me regalaron hace un par de ellos, ese lo tengo guardado en la mochila. El que tengo es uno muggle, estaba en la misma caja donde encontré mi primera cámara y tenía las iniciales M.C. grabadas en el metal. Nunca fue un secreto, eran las iniciales de mi abuelo. Nada es un secreto, hay cosas de las que simplemente no hablamos. Y estoy contando los segundos que pasan siguiendo el correr de las manijas y decido que le daré cinco minutos a Ari. Cuando llegamos al minuto seis, regreso a la trastienda para comprobar cómo fue todo. —¿Listo?— pregunto, cauteloso. Si el niño está en un cuadro más grave, no hay mucho que podamos hacer con lo que tenemos.

    Sonrío al verlo con una varita de regaliz, porque papá solía decir que si un niño tenía hambre, ya no estaba enfermo. Subo mi sonrisa hasta mi amiga. —Tal vez deberíamos movernos, se verá extraño que pasemos mucho tiempo aquí dentro y que ella descuide su tienda— señalo con la barbilla a la mujer y luego hacia afuera, salgo antes que Ari para que se me una afuera y echo a andar para que me siga. Camino lento para que pueda acompasar sus pasos a los míos y cuando lo hace, tengo que hablar bajo porque creo que la mujer aún puede escucharnos. —Es bueno eso que hiciste por el niño, pero creo que es hora de volver a casa…— me giro hacia ella. Hay algo todavía más peligroso que comprar mercadería ilegal en este mercado y me siento en la obligación de decírselo. —Vienes de un mundo diferente a este, te formaste para ser sanadora, pero este no es lugar para ayudar a otros. No puedes hacer eso aquí.
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    Con el niño sano comiendo un dulce y una madre completamente agradecida, Ariadna se despidió guardando todo en el maletín y le respondió a su amigo con una enorme sonrisa. —Listo, como nuevo.
    No sabía el porqué, tal vez los años de conocer a Dave, pero sabía que estaba molesto por su forma de caminar y mover los hombros. En silencio la rubia lo siguió, utilizando el largo de sus piernas para no perderle de vista.
    ¿Era lo que había dicho o por como había actuado? Una duda que se resolvió una vez que pusieron sus pies en sincronía y no pudo evitar sentirse molesta. —Bien.— Respondió con suavidad y acomodó un poco sus cabellos, era un desastre andando y si su madre la veía, le daría un ataque.

    Ariadna iba a dejar las cosas así, pero cuando el moreno volvió a hablar, frunció el ceño en un claro gesto de irritación. —¿De un mundo diferente?— Se sintió herida, como si hubiese notado cierto desagrado en el tono de su amigo. Ella había crecido con privilegios y lo sabía, pero tampoco era su culpa. —¿Qué esperabas? Tú me trajiste aquí.— Murmuró en voz baja, apresurando sus pasos para dejarlo atrás.
    Claro que aquello había sido la gota que llenó el vaso, se volvió y lo empujó con todas sus (nulas) fuerzas. Aprovechando la cercanía del intento de golpe, volvió a hablarle. —¡¿Creíste que vería a un niño herido o enfermo y actuaría con indiferencia como lo hacen todos en este lugar?!— Las personas más cercanas comenzaron a observar con curiosidad, tratando de escuchar de qué se trataba todo, ante esto, Ariadna se alejó del moreno y salió del mercado.

    En la puerta observó hacia los lados, no recordaba por dónde había llegado, mas al no querer verle la cara a Dave, eligió la derecha, esperando encontrar alguna maldita indicación de que iba hacia la dirección correcta. —Estúpido — Gruñó y abrazando su maletín, infló el pecho con orgullo, acomodó su espalda y caminó.
    El día era ideal para pasear, tal vez cabalgar o tomar el té bajo la sombra de los árboles...¡Pero no!, a él se la había ocurrido traerla a un mercado ilegal lleno de gérmenes.
    Ariadna T. Tremblay
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    A la expresión dolida de Ari respondí con toda mi honestidad: —Vienes de otro mundo. Un mundo donde el patio de tu casa son hectáreas de campo y corren caballos y unicornios. ¿Ellos? Seguramente duermen en la trastienda— señalo a la carpa de la mujer, el sitio con paredes de tela en el que mi amiga improvisó su consultorio y curó al niño. ¿Está mal lo que hizo? Por supuesto que no. Era un niño, si estaba en lo cierto en su diagnóstico, le dio años de vida por delante. ¿Pero cuántos? ¿Qué hará ese niño cuando crezca? Si la traje fue para que que se divirtiera con las cosas extrañas que venden en este lugar, para que viera caras diferentes. Subestimé a su hábito de sanadora y su nobleza por las causas débiles. —¿Eso es lo que vas a hacer entonces? ¿Comenzar a sanar a todos? — lo digo con una voz tan calma, hay una profunda resignación de fondo a que ella no puede cambiar con un gesto una realidad que la supera.

    Recordar el lugar donde estamos me frena cuando estoy a punto de contestar a su grito exasperado,  tengo que moderar el tono de mi voz y se oye cortante: —¿Crees que es indiferencia? Ari, ¿crees que lo de esta gente no es nada más que fría y mezquina indiferencia?— abarco todo el mercado con mis brazos. Estamos atrayendo miradas por la escena que armamos y es tarde para fingir que es una rencilla de hermanos, si acaso pretendemos montar otro acto. Le hablo a su espalda cuando agrego:—Es arrogante de tu parte. No los entiendes, no entiendes que esto no es algo que ellos puedan cambiar—. Enfermedad, hambre, todas las calamidades del hombre confinados en las líneas de los distritos del norte.

    ¡Y te vas muy fácil!— eso si lo grito. ¿Se da cuenta que abandona el mercado después de una buena acción y es incapaz de ver todo lo demás? Me alegro que lo haga, me hace sentir mejor. Porque si se quedara a ver, se daría cuenta que no todos los niños se pueden salvar, que las enfermedades matan lenta y tortuosamente en este lugar en el que no hay camas con sábanas esterilizadas, sin pócimas calmantes. A eso me refería, no tenía manera de decírselo… no puedes caminar en este lugar practicando caridad o haciendo buenas obras. Hay algo más, está por encima de nosotros, que condena a este gente a su miseria y eso, requiere de otro tipo de compromiso y esfuerzo, que no sé si alguno de nosotros dos será capaz de dar. —Nos vemos en la clase de yoga— si es que Ari me deja pasar el umbral de su casa la próxima vez que vaya o me lanza a su gato para que me de mi merecido.
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