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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Recuerdo del primer mensaje :

    Tengo hambre. No es extraño viniendo de mí, pero lo que me complica la situación es que esto es muy diferente a cuando vivía en mi propia casa. Me giro en la cama y chequeo el reloj que destila un suave brillo en la mesa de luz, indicando que son la una de la madrugada. En casa, simplemente me levantaría y empezaría a hurgar las alacenas en busca de lo que pudiese encontrar para calmar la ansiedad. Aquí, me siento una mezcla de invitado o intruso y, aunque Arianne no diga nada, no me parece de buena educación meter la cabeza dentro de su nevera en medio de la noche. Nos conoceremos hace años, pero hay algunos permisos que no puedo darme con ella como me los daba con Seth. Seth. Pensar en éste me hace apretar la mandíbula y hundir la cara de lleno contra la almohada.

    Han pasado seis días y no he hecho otra cosa que sentirme como un parásito. No se lo he dicho a Ari, pero sé que lo sabe. No duermo mucho o duermo en enormes cantidades, no hay un término medio. No dejo de hacerme las mismas preguntas una y otra vez, sabiendo que no voy a conseguir una respuesta y, sin embargo, no me detengo. Tampoco hemos hablado del tema, supongo que porque no tenemos nada que decirnos. Da igual. Son la una de la madrugada, si sigo pensando en esto voy a terminar con un cuadro depresivo en el cual no quiero hundirme como un idiota. He aprendido a vivir con mis errores en el pasado, de seguro podré hacerlo en el presente.

    Me decido por una idea un poco tonta y, a la vez, muy propia de mí. Prendo la lámpara, bajo los pies de la cama y me paro a rebuscar hasta dar con unos pantalones, los cuales me coloco con algo de torpeza producida por el horario. Tras pasar una camiseta por mi cabeza, me calzo con lo primero que encuentro, apago la luz y me muevo por el pasillo, sabiendo que, si no son mis pasos, los gruñidos de mi estómago acabarán por fastidiar en toda la casa. Me detengo frente a la puerta del dormitorio de Arianne y mi mano vacila en el aire, dudoso de interrumpir la intimidad de su noche. Tengo que decirme a mí mismo que no sea un idiota y suspiro, llamando tres veces con un suave golpeteo antes de empujar con cuidado la puerta y buscar su figura en la penumbra — ¿Ari? — le llamo en un murmullo, ubicándola gracias a mi buena vista y el movimiento que me indica que no está dormida — ¿Recuerdas nuestra cena en el tren? — es una memoria demasiado lejana, pero hay cosas que no se olvidan. Sé que no puede ver la sonrisa que tironea una de mis comisuras, pero estoy seguro de que tiñe el tono de mi voz — Estaba pensando en repetirla, pero en la playa. ¿Qué dices? — es tarde, nadie va a fastidiarnos. Algo que amaba de vivir frente a las playas del cuatro cuando era niño, era que podía hacer cientos de travesuras nocturnas y nadie lo notaría — Sé que a los dos nos vendría bien.  
    Benedict D. Franco
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Veintitrés años suena a toda una vida, lo remarco con el silbido que se escapa entre mis labios. No se lo remarco, al menos no en palabras, porque sé bien lo que el paso del tiempo suele ocultar en las personas. Me centro más en este momento de breve risa, de simple contacto. Ladeo un poco la cabeza para mirarla, regalándole la sonrisa que eleva mis pómulos y me hace ver, por dos minutos, como alguien cuyas preocupaciones han muerto — Me haces sentir especial, claro que sí. En especial porque soportas que me afeite justo en el momento en el cual necesitas el baño antes de ir a trabajar — bromeo, sabiendo lo extraña que es esa estampa. Sucedió solo dos veces y en ambas estaba demasiado dormido como para recordar el horario, pero no deja de causarme gracia algo tan simple como ello. Supongo que jamás imaginé interrumpir la rutina de nadie, al menos no en el distrito cuatro, en un baño completamente funcional.

    Puedo escuchar su voz por encima de las galletas, así que intento masticar con mayor lentitud en un intento de regalarle toda mi atención. Trago con lentitud y relamo las migajas de mis labios, dudoso de si abrir la boca o no. Hay miles de razones para odiar un lugar físico, pero ninguna es agradable, lo sé por experiencia — Sé que no estás sola, pero… ¿Lo odias ahora? — si puede venir conmigo, puede hacerlo sola. Las sombras que nos hacen temer todos los días son poco terroríficas cuando las ves por primera vez y, con el correr de los días, te das cuenta de que fue un miedo sin sentido. Pero no se lo digo, solo espero que lo sepa. Arianne es una mujer inteligente.

    Su negativa hace que apegue el paquete a mi pecho y mantengo el silencio en lo que ella se hace con las papas y se recuesta en la arena. Aprovecho a echarle una ojeada, sintiendo que es mucho más pequeña que yo, pero ese análisis se esfuma al oírla. No puedo contestarle de inmediato, al menos que un resoplido cuente como respuesta. La imito al echarme hacia atrás y recuesto mi espalda a su lado, clavando los ojos en el cielo más estrellado que he visto desde que abandoné el catorce. El arrullo del mar es suficiente como para congelar mis sentidos, así que para cuando abro la boca, siento que ha pasado una eternidad — Siempre me ha gustado lo normal — confieso en un murmullo. Apoyo la bolsa sobre mi abdomen y meto un brazo debajo de mi cabeza, usándolo de almohada — Lo normal no causa problemas. Tú siempre me hiciste sentir normal, incluso aunque fuese todo lo contrario. Debe ser porque puedo ligarte a algo más… bueno, hogareño — el cuatro siempre fue sinónimo de “hogar”, estar aquí en su compañía es cuasi un sedante. Mis ojos son los primeros en girar en su dirección antes que todo mi rostro, tratando de sonreírle a pesar de la penumbra — Pero sí. Esto es lo más “normal” de toda la semana. Gracias por eso — el brazo que se mantiene a mi costado se toma el atrevimiento de moverse un poco sobre la arena, rozando sus dedos con los míos en un intento de caricia de agradecimiento, antes de retroceder y sujetar el paquete de galletas sobre mi panza. Sabía que dejar la casa nos vendría bien, aunque no sabía cuánto.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Rodó los ojos. Su presencia había provocado que perdiera gran parte de la intimidad que le proporcionaba  vivienda pero también era cierto que las horas que allí pasaba eran más bien escasas y tampoco estaba interrumpiendo, en excesivo, el ritmo de vida que había llevado durante los ocho años precederos. Algunos días se sentía incómodo tener que llamar a la puerta del baño antes de entrar, otros conseguía que su vida se sintiera tan normal que la hacía sonreír. Siempre había querido una vida llena de aventuras, novedades y cambios, ahora solamente quería tener tranquilidad a su alrededor, rodearse de cosas, y personas, que la hicieran sentir cómoda y normal. Tomó pequeños puñados de arena, dejando que ésta escapara lentamente entre sus dedos y se deslizara por sus piernas hasta acabar de nuevo en la playa.

    Puede que en otro momento hubiera podido conocer su situación, al menos la que se encontraba con mayor presencia en su vida, pero había pasado demasiado tiempo como para que siguiera siendo así. ¿Acaso alcanzaba a saber una quinta parte de todo? —Un poco— reconoció —, pero estar con alguien más mantiene mi mente ocupada— concedió, asintiendo tenue con la cabeza. Hablar, saber que alguien más estaba a su lado, conseguía que su mente no viajara al pasado y arrastrara al presente recuerdos que prefería, a poder ser, mejor olvidar para siempre; esconderlos en la parte más profunda de su mente y que nunca más volviera a aparecer. —Es algo de lo que prefiero no hablar—. Esbozó una tensa sonrisa. Sabía que él no iba a preguntar más allá de sus palabras, pero prefería dejar claro el límite que podía sobrepasar.

    Cerró los ojos unos segundos, dejando que toda la normalidad se asentara, deseando que lo hiciera para siempre. Su mano viajó hasta la bolsa, tomando un par de papas y comenzando a masticarlas pocos segundos después. Sonrió con ironía. A ambos les gustaba lo normal pero estaban lejos de haber tenido una vida mínimamente normal; el mundo se cebaba con demasiada crueldad. —Creo que te he causado más de un problema en el tiempo que nos conocemos—. No tenía que pensar solo en lo acontecido días atrás, si iba más atrás en el tiempo podía encontrar un par más. Alzó ambas cejas, girando el rostro hacia él y encontrándose con su mirada; giró el rostro con nerviosismo, frotándose los ojos con la palma de la mano, sin recordar que segundos antes había estado jugando con la arena, por lo que parte de ésta picó en sus ojos. Parpadeó con urgencia, incorporándose justo después de que él rozara su mano y comenzando a tratar de limpiar estas en la chaqueta para poder frotarse los ojos, aunque supiera que no debía hacer aquello. Escondió el rostro tras las mangas de su chaqueta. —No recordaba este tipo de inconvenientes— pronunció con torpeza, parpadeando con cierta frecuencia bien para sacar la arena, bien para quedarse ciega, no estaba segura. —Supongo que esto lo hace más normal porque siempre hay alguien que acaba así— agregó retirando los brazos y mirando hacia el cielo queriendo calmar el escozor.
    Arianne L. Brawn
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Siempre voy a comprender lo que es no querer hablar de ciertas cosas. Hay temas que han quedado muy hundidos en mi memoria, recuerdos que sé que están y que he superado pero que intento evitar para no revolver en un cajón sensible. Lo que ha pasado en los juegos, la gente que he perdido y las culpas que me persiguen son manchas que llevaré siempre conmigo, en la piel y en las entrañas. Si existe un infierno, no me sorprendería terminar en él; he mentido, traicionado y matado, personas que quise dejaron este mundo por mi culpa y yo llevo casi dos décadas viviendo tiempo prestado. Por eso mismo, mi respuesta se limita a levantar rápidamente un pulgar en su dirección y dar por finalizado el tema. Si ella desea hablar algún día, lo hará. Yo no seré quien insista.

    ¿Hablas de problemas como el escándalo televisivo? Por favor, lo he superado hace una semana — bromeo con fingida seriedad, esa que se rompe por culpa de la sonrisa de medio lado que me tironea la boca. Nuestra relación nunca fue sencilla, empecemos por el hecho de que nos conocimos gracias a que ella era mi pareja de baile en una coronación espantosa. Todo parece tan lejano que lo siento ajeno. Sin embargo, aquí estamos, tantos años después y compartiendo comida como si nada hubiese ocurrido. Es su forma repentina de moverse lo que me saca un poco de onda y clavo los codos en la arena para impulsar mi torso hacia arriba. ¿Se ha comido un bicho o qué diablos? Es el movimiento de sus ojos el que me da una idea de lo que ha pasado y me tengo que agarrar el abdomen para lanzar la carcajada que retumba entre las rocas y el océano, como una feroz interrupción en una noche tan calma.

    ¿Estás bien? — es mi primera estúpida pregunta: es obvio que no, no está bien aunque dudo que sea de vida o muerte. Apoyo el paquete en el suelo y me incorporo hasta sentarme, mordiéndome los labios para retener las risas infantiles que brotan de mí por cuenta propia y hacen temblar mis hombros. Mis manos vacilan en el aire, pero mi gesto acaba en una expresión de permiso — ¿Puedo…? — tengo que ser cuidadoso al tomarme el atrevimiento de sujetar su rostro entre mis dedos, acercándome lo suficiente como para soplar suavemente sus ojos en un intento de ayudarla — Mi madre hacía esto cuando me caía en la arena, se supone que ayuda — me explico, posiblemente en un intento de no sentirme tan idiota. Con otro soplido algo más firme, le aparto el pelo de la cara y dejo caer mis manos, a pesar de que mi expresión escrutadora sigue fija en ella, entornando los ojos como si estuviese buscando un diagnóstico acertado muy mal actuado — Mmm… No. No vas a perder la visión ni a tener un derrame por culpa de una improvisada salida a la playa, como toda una radical. Creo que podemos decir que estás fuera de peligro — al menos, no con estas tonterías.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Sus ojos permanecieron fijos en la pequeña luna que iluminaba el espacio en el que se encontraban. Lo cierto es que no se había parado a pensar, al menos no en demasiadas ocasiones, en el hecho de que él no era totalmente humano. Ni siquiera pensaba con la importancia que debiera en aquel importante punto de la persona que se encontraba tumbada a su lado sobre la arena. Esbozó una pequeña sonrisa como respuesta a sus palabras antes de cometer el error más clásico que existía cuando alguien se encontraba en la playa.

    En ese momento solo había querido esconder su rostro; una incomodidad poco conocida la atacó cuando sus ojos conectaron, y por aquella simple razón había preferido alejarse de ello. Trató de parpadear, intentando evitar restregar sus ojos para no empeorar las cosas mucho más, sintiéndose imbécil con aquel error. Al final todos eran humanos y cometían errores cuando no sabían dónde meterse o que hacer al verse en una situación desconocida y llena de inseguridad, incluso ella que de cara a los demás parecía falsamente impenetrable se mirare por donde se mirare. —No te rías— lo acusó tratando de golpearlo con la pierna pero sin dar en el blanco. Frotó las manos en su chaqueta en un intento de sacar los restos de arena que pudieran quedar y así poder tocarse la cara sin riesgo, siguiendo con la cabeza mirando hacia el cielo como si aquello lo pudiera solucionar. Un quejido interrogante surgió de su garganta, intentando enfocar su mirada en él cuando sus manos la tomaron por el rostro antes de que pudiera retroceder.

    Se quedó completamente paralizada, como si se tratara de un pequeño animal al que acababan de apuntar directamente con un foco de luz de pleno en los ojos. Alzó las manos para colocarlas sobre las de él pero las dejó a medio camino cuando sopló y la sobresaltó, despertándola por completo y provocando que se removiera para alejarse ligeramente de él. —Gracias— masculló con nerviosismo. Sentirse tan… indefensa no era algo a lo que estuviera acostumbrada, y tampoco le gustaba demasiado. Tragó saliva, carraspeando y manteniéndose inmóvil ante su escaneo. Terminó de limpiarse las manos, antes de frotarse los ojos ligeramente de nuevo, volviendo a meterlas dentro de los bolsillos de la chaqueta puesto que no sabía qué hacer con ellas. Seguía sintiendo el escozor pero, al menos, no tan fuerte como antes. —Mira lo que has hecho, ahora me he convertido en una radical— trató de bromear con cierta timidez en su voz.

    Cruzó las piernas, tratando de taparlas con la chaqueta, y mirando al frente para así tratar de evitar encontrarse nuevamente con la mirada de él. —Deberías decirme los momentos en los que quieras salir, tiene que ser complicado estar todo el día  encerrado— comentó de súbito, encogiéndose en el lugar y haciéndose cada vez más pequeña —, y supongo que tampoco te gusta tener que estar allí— con cada palabra que pronunciaba su voz se apagaba poco a poco. Ninguno de los dos había sacado el tema en relación a lo sucedido hacía solo unos días, pero era algo presente en el día a día de ambos puesto que ambas rutias y vidas se había acabado solapando de algún modo. —No soy del tipo de persona que pasa mucho tiempo fuera de casa— no al menos literalmente, ya que la mayor parte del tiempo estaba fuera de casa trabajando, pero no se refería a aquel tipo de salidas —pero si quieres salir pues…— torció el gesto, liberando una mano que enredó en su cabello, rascándose la parte posterior de la cabeza —deberías decírmelo con algo de antelación y no aparecer en mi habitación como si fueras un fantasma, de verdad que no me gustan nada los fantasmas— habló con cierta rapidez al final, sorprendiéndose a sí misma ante el hecho de haber hablado tan seguido sin siquiera proponérselo.
    Arianne L. Brawn
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    El “no te rías” es todo lo que necesito para cometer el infantil acto de seguir riéndome, incluso cuando amaga a una patada que no me hace nada. Estoy lo suficientemente entretenido como para pasar por alto su postura, mucho más tensa que la mía, y centrarme en el modo que tiene de bromear — Odio decírtelo — le contesto, acomodando mis talones en la arena para poder ser capaz de abrazar mis rodillas — Pero en el fondo eres una radical, solo que te gusta ocultarlo — la sonrisa que le dedico delata mi chiste, pero sé que en una parte creo que ella no pertenece a este sistema, sus costumbres y creencias. Puede que trabaje en el Wizengamot, pero estoy seguro de que ese no es su lugar en el mundo.

    El cambio de tema me toma por sorpresa y me encuentro un poco descolocado. Apoyo el mentón en una rodilla y alzo uno de mis hombros — No quiero molestarte. Tenías una vida antes de que yo llegase a arruinarla — no quiero sonar dramático ni pesimista, pero no puede decirme que esta situación es ideal. Los dos sabemos que lo hemos complicado, que todo esto es incluso peor que cuando tenía que contener sus miedos en cuanto salió de la arena. Al menos en ese momento estaba segura, pero ahora podrían condenarla por mi culpa. Quiero decir algo al respecto, pero es lo último lo que hace que la mire de soslayo con una vaga sonrisa — ¿Le temes a los fantasmas? — pregunto, en un tono entre incrédulo y burlón — No creo que alguien muerto pueda hacer mucho daño. Pero si te molesta, ya no lo haré. Prometo dejarte notitas para pedirte una salida a medianoche — aprieto mis labios en una risa que resuena vagamente en mi garganta y clavo los ojos en la oscuridad que me dificulta en descubrir dónde termina el océano y dónde comienza el cielo. No puedo evitar echarle un vistazo a la luna, agradeciendo su posición para no tener que complicar las cosas. Tendré que irme en algún momento, porque no puede haber un hombre lobo en el cuatro dando vueltas. Mucho menos cerca de Arianne.

    No entiendo cómo lo soportas — acabo declarando de súbito, sin siquiera mirarla — Tienes todo el derecho a entregarme para salvarte y aún así no lo haces. Quiero decir… lo entiendo, pero tampoco te culparía. Los dos sabemos que aquí tú estás más comprometida que yo — mi vida en este país se acabó hace tiempo. Se supone que ella todavía tiene esperanza.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Se sintió tentada de rodar los ojos pero, en su lugar, alejó su claro mirar de él, enfocándolo en el mar y apoyando ambas manos sobre sus rodillas, lo más alejadas posible de la arena que le fue posible. Un escalofrío la recorrió, provocando que apretara las piernas contra su cuerpo, tirando más aún, si era posible, de las mangas de la chaqueta.

    Ella no era nada. No estaba a favor de lo que sucedía bajo el gobierno pero tampoco estaba en contra. ¿Acaso no había acabado ella en la arena por el hecho de que su padre adoptivo había sido un rebelde? Un cambio de tornas que se había escapado de las manos hasta convertirse en lo que era en la actualidad; una locura vengativa sin sentido. Cerró los ojos con fuerza, sintiéndose mal por tener aquellos pensamientos mientras Ben estaba sentado a escasos centímetros de ella. Todos los años dentro de Wizengamot no habían sido como le hubiera gustado; por sus manos pasaron temas de todo tipo, siendo siempre huidiza cuando de humanos se trataba. No quería estar etiquetada en un bando o creencia, intentaba que solo fuera otro medio de supervivencia sin pensar demasiado en lo que había detrás de todo ello. Siendo una autómata. —Tenía una rutina— lo corrigió casi de inmediato. Una vida eran palabras mayores. Dejó ir todo el aire de sus pulmones, tratando de alejar viejos pensamientos que iban y venían a su cabeza cuando les apetecía.

    Estiró el brazo, tomando un par de patatas de la bolsa y lanzándoselas. —No me asustan, solo no me gustan— acusó. Quizás existió una época en la que la asustaban, acosaban y torturaban con recuerdos demasiado vívidos, pero, por suerte, ya era una parte de su vida que había conseguido controlar con el paso de los años. Apoyó la frente sobre sus rodillas, riendo por lo bajo ante la inverosimilidad de la situación; una que no habría aparecido en su mente ni en un millón de años. Era mayor que él pero, por el contrario, parecía menor en demasiados aspectos. Junto a otros se asemejaba a alguien adulto en el que los demás podían buscar experiencia pero cuando se encontraba junto a Ben, simplemente, siempre se había sentido pequeña.

    Giró el rostro, quedando con la mejilla aún apoyada, y lo observó desde aquella distancia, incluso teniendo que entrecerrar un poco los ojos para poder verlo con claridad. Apretó más las manos entorno a sus piernas. —¿Para salvarme?— preguntó alzando ambas cejas. Ella no era más que alguien que caminaba por las calles porque no tenía más remedio que hacerlo, ni siquiera le gustaba mirar a su alrededor por miedo a lo que pudiera encontrarse. —Ya condené una vez a demasiados para salvarme— agregó. No quería tener más losas con nombres y apellidos sobre su espalda, y mucho menos los suyos.  —Además, nunca pensé que podría volver a sentirme cómoda estando tan cerca de otra persona— siguió hablando, señalando con una mano el espacio que los separaba, escudriñándolo con la mirada antes de regresar la mano a su lugar. —Quién sabe. Quizás no estoy haciendo esto por ti sino que, egoístamente, me estoy aferrando porque me hace sentir bien— reconoció arrugando los labios. ¿Estaba mal sentirse bien con la situación que acontecía? Desde luego que no era lo indicado.
    Arianne L. Brawn
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    La miro como si estuviésemos hablando de obviedades. Salvarse, como cualquiera haría en su situación. Evitar ser ejecutada por alguien que se ha escapado del gobierno por los últimos quince años. Me rehúso a hacer algún reproche por sus palabras, porque sé que es un terreno escabroso donde no quiero entrar con ella. Los dos sabemos lo que opino de su trabajo, lo que pienso que hacen en el ministerio y que no comprendo cómo es posible que siga en ese lugar y pueda soportarlo. Creo que se me frunce momentáneamente el ceño, pero la expresión no se demora en tomar un tinte más suave por sus siguientes palabras — ¿Te sientes cómoda conmigo? — no sé por qué me sorprende. Quizá sea porque siempre creí que había cierta barrera, o tal vez es porque nunca lo ha expresado en voz alta. No estoy acostumbrado a que Arianne hable de lo que siente, así que eso debe ayudar a mi desconcierto.

    La boca del estómago parece achicarse unos segundos con un escalofrío un poco desconcertante, el cual soy incapaz de identificar. Sí puedo notar como me acomodo para estar cerca de ella, imitando el movimiento que abraza mis piernas y me permite verla mejor, ladeando la cabeza que apoyo en una de mis rodillas. Es tan blanca que mirarla en la poca luz se me hace sencillo, el cabello rubio solo sirve de ayuda — ¿Tenerme usando tu baño te hace sentir bien? — intento bromear sobre una charla que no sé cómo mantener, porque no soy bueno en este tipo de conversaciones. Una de mis manos vacila en el aire, pero acaba estirándose con un temblor hasta rozar el contorno de su brazo, hasta que puedo sentir mis nudillos tocando los suyos. No sé bien el motivo por el cual lo hago, pero se siente como si fuese lo correcto. Al fin de cuentas, para bien o para mal, seguimos aquí. Hemos estado juntos en el pasado y el presente nos encontró de nuevo. Seguimos siendo esos niños del cuatro que lo perdieron todo. Por dos segundos, hasta recuerdo cómo eran las cosas el día que la encontré en el hospital de la isla de los vencedores y tuve que obligarla a salir de su habitación para tomar una merienda juntos. Cuando enrosco mis dedos entre los suyos, hasta se siente como un deja vú.

    No es egoísta. No es como si yo la estuviera pasando mal — confieso con un murmullo que agrava mi voz, a pesar de que la expresión de mis facciones delatan una pequeña sonrisa que no estoy seguro de que pueda ver. Tiro de su mano cuidadosamente, acercándola un poco a mí en busca de confianza, esa que a veces no estoy seguro que sea recíproca — Estaré siempre agradecido por tu bondad hacia mí, Ari. Fuiste… eres de las mejores personas que he conocido. Siempre lo creí. Temí por lo que te habría sucedido en el pasado y ahora me es imposible no pensar que puedes acabar en problemas por mi culpa. Quizá llevarte al catorce fue mi error, pero… — raspo un poco mis labios con unos dientes nerviosos y empujo un poco el interior de mi mejilla con la lengua, hasta que la hago chasquear — No me arrepiento de nada.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    Incluso ella misma estaba sorprendida ante el hecho de sentirse cómoda en su compañía; casi había olvidado cómo la era la sensación de estar tranquila junto a alguien, sin el constante temor de que se acercaran demasiado a ella y tuviera que alejarse. No se sentía mal por ser de aquel modo, era algo que vivía dentro de ella  y a lo que, por suerte o por desgracia, ya se había acostumbrado; pero, en ocasiones, siempre surgía una excepción que confirmaba toda regla. Y quizás la suya había aparecido sin siquiera darse cuenta de ello. Asintió. —No me extraña ese tono de sorpresa— apostilló con una diminuta sonrisa divertida en los labios. —Es como… si pudiera volver a ser un poquito la persona que era antes— encogió ligeramente los hombros, entrelazando con más fuerza sus manos.

    Inclinó el cuerpo hacia él, golpeando sus rodillas con las contrarias por apenas un segundo antes de regresar a su posición inicial. Era extraño encontrarse con alguien cuando llegaba de Wizengamot, bajaba a la cocina o salía de su habitación. Extraño pero no desagradable. Ni siquiera tenía una razón para ello, simplemente había surgido de aquel incontrolable modo. Retiró el rostro, apoyando el mentón sobre las rodillas y enfocando su mirar en el mar y la tenue luna que los acompañaba en la noche. Suspiró, removiéndose en el lugar cuando un escalofrío la recorrió obligándola a bajar la mirada hacia sus manos. Sus dedos titubearon antes de acabar entrelazándolos con los de él. Sus músculos se tensaron, dejando atrás su postura relajada e irguiéndose. Enterró un poquito más los pies en la arena, dejando que su tacto, el sonido de las olas y el olor a salitre la relajara aunque solo fuera un poco.

    Resultaba irónico que minutos antes le hubiera dicho que estaba cómoda a su lado pero que su cuerpo se tensara al mínimo contacto; hasta a ella le resultaba irónico, pero no podía controlar algo que llevaba tantos años a su lado. Prensó los labios, acabando por arrastrarse lentamente por la arena hasta quedar cerca de él, rozando sus rodillas con las contrarias y apoyando el brazo contra el suyo. Tragó saliva, no sabiendo donde llevar su mirada hasta que acabó bajándola, enfocándola en sus pies sin saber muy bien que decir. Atrás había quedado la persona acertada en aquel tipo de conversaciones y ahora solo quedaba la que cuando debía hacerlo no encontraba las palabras indicadas. Dejó ir todo el aire que quedaba en sus pulmones, encogiéndose en el lugar. —Siempre soy yo la que acaba poniéndote en peligro— susurró —, por eso siento que es egoísta no arrepentirme o sentirme ‘cómoda’ con esto, porque de nuevo he hecho que te veas envuelto en una mala situación— movió cuidadosamente la mano que aún tenía entrelazada, apoyándola en el espacio que quedaba entre su rodilla y la contraria.

    —No soy demasiado buena con las palabras— acabó murmurando —Me alegro que nos volviéramos a encontrar. Quizás no soy la mejor compañía, tengo mil defectos y soy complicada de tratar…— sonrió ligeramente, meneando la cabeza hacia los lados —pero gracias por haber confiado en mí— su voz fue apenas un hilo de voz.
    Arianne L. Brawn
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    No sé si me gustaría ser la persona que era antes. A veces, echo de menos a ese Ben, pero al mismo tiempo sé que sigo siendo la misma persona en el fondo de mi pecho. No se lo digo, estoy más centrado en cómo su cuerpo se siente mucho más cerca y su calor empieza a contagiar al mío, haciéndome sentir un poco más pequeño y cercano. Puedo sentir mi respiración lenta entre mis labios entreabiertos, tratando de mantenerme casual ante el tacto de nuestros brazos, algo inesperado, aunque no tanto como la sensación de mis tripas que me recuerda a algo familiar, que por alguna razón conecto con la terraza donde Amelie y yo compartimos un picnic hace una eternidad. Paso saliva suavemente y uso la mano que tengo libre para llevarme un nuevo bocado a la boca, pero increíblemente, ya no tengo apetito.

    Ari… — intento sonar calmo, a pesar de que sé que una parte de mí demuestra una sonrisa desganada que trata de mostrarse divertida — Las malas situaciones del pasado ya no importan, éramos niños. Y en cuanto a lo del catorce… — sé que no debería pronunciar ese nombre en voz alta, pero si mal no me ha explicado, nadie puede escucharnos aquí. Aún así, bajo el volumen de mi voz — Fue mi idea. Solo quería compartirte un poco de mi vida y me salió el tiro por la culata. Pero… ¿Cuándo no ha sido así? — desde que tengo memoria, la vida se ha reído en mi cara una y otra vez. Cuando pensé que daría un paso hacia delante, las circunstancias siempre me llevaron a dar dos hacia atrás. Permito que nuestras manos se posen en la arena, pero la sujeto lo suficiente como para que nuestras palmas compartan calidez entre los granos, clamando que lo que sale de mi boca es real. Porque hemos tenido nuestros desacuerdos y desencuentros, pero nadie puede negar que siempre fuimos un buen equipo.

    Su lista de defectos, por extraño que suene, me hace reír un poco — Y roncas. Puedo oírte desde mi dormitorio — agrego como si fuese una cuestión de verdad preocupante, tratando de disimular el tono jocoso. En un acto involuntario, dejo que mi cabeza se recargue un poco en la suya al empujarla con mi frente con suavidad, buscando que regrese sus ojos hacia mí. Porque necesito que me mire, al menos para que me crea — Siempre confié en ti. Pasé años teniéndote en la lista de las personas de las cuales deseaba saber si seguían con vida. Deberías dejar de ser tan dura contigo misma… — obviemos que lo digo yo, el experto en la autocrítica — Pero si vamos a andar con agradecimientos… bueno, gracias por dejarme entrar en tu vida una vez más — como si fuese sencillo, con el historial que me cargo. Eso dice más de su persona de lo que ella jamás podrá ver o admitir. Estoy lo suficientemente cerca como para que su respiración me pique en la nariz y hago un mohín por ello, no reparando en el modo que tiene mi torso de inclinarse hacia delante. No es hasta que me siento demasiado cerca de sus labios que algo me impide avanzar, levantando mis ojos a los suyos como si recién ahora pudiese notar que están ahí. Es una sensación incómoda, especialmente porque me obligo a enderezarme un poco y tratar de disimular el movimiento al apoyar mi cabeza sobre la suya, regresando la atención al mar. No me contengo y suspiro — Si quieres, podemos regresar a la casa — sugiero en voz baja. Quizá, no soy el único con el estómago cerrado.
    Benedict D. Franco
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    Arianne L. Brawn
    Consejo 9 ¾
    La mayoría de las personas se gastaban la mayor parte de su vida buscando, sin descanso, a ciertas personas. Otras las encontraban por casualidad. Y luego estaban aquellas que las tenían cerca pero nunca se fijaron en ellas hasta que acababan perdiéndolas, o incluso entonces tampoco lo hacían. Siempre se catalogó en el tipo de persona que no buscaba a nadie, y quizás era porque ya había encontrado, o tenía, lo que necesitaba pero no era capaz de percatarse de ello. Parpadeó confusa, mirando automáticamente hacia ambos lados cuando habló regresando después su mirada hasta él. Sus labios se fruncieron apenas unos segundos, dejando ir un suspiro que sonó más fuerte de lo que le hubiera gustado. —No trates de responsabilizarte solo tú de lo que pasó, compartámosla— pidió presionando ligeramente su mano en torno a la contraria. No era una mala idea, quizás el hecho de que ella hubiera accedido con tanta facilidad y  fue que no hubiera advirtiera a los demás de su presencia fue lo que desencadenó la tensa situación que aconteció.

    Prensó los labios pero, aun así, una diminuta sonrisa se dejó asomar en sus labios, provocando que bajara la cabeza, meneándola hacia los lados con gesto incrédulo a la par que divertido. —¿Cómo tratas así a tu arr…?— comenzó a preguntar, volviendo el rostro hacia él encontrándose directamente con sus ojos y sin ser capaz de terminar la frase, quedando las palabras atoradas en su garganta. Tragó saliva con dificultad, notado como algo se removía dentro de ella y la aprisionaba. Mantuvo los ojos abiertos, temerosa de parpadear y dañarlo o perderse un solo instante de aquel momento.

    No recordaba cuando tiempo había pasado desde la última vez que alguien le dijo que no era su culpa todo lo que pasaba a su alrededor, que dejara de culparse por el pasado y tratara de crear un mejor futuro sin una nueva retahíla de remordimientos. Tampoco la última vez que sintió aquel tipo de calidez abarcando su pecho, la extraña pero agradable picazón que adormecía sus extremidades. Su mano se movió, con nerviosismo, en torno a la contraria, tratando de aflojar la unión, separarse aunque solo fuera unos minutos para, así, recobrar la compostura y poder alejarse a tomar una profunda bocanada de aire que parecía no querer discurrir por sus pulmones. Tomó pequeñas respiraciones que no la saciaban en absoluto pero la mantenían allí; inmóvil, petrificada como nunca. Una sensación agridulce la abarcó cuando se separó de ella, alejándose también automáticamente en busca de recomponer de nuevo su espacio personal.

    Estiró con cuidado las piernas, alejando su mirada de él y enfocándola en sus pies en un intento de distraer su mente pero, sobre todo, de tranquilizar los acelerados latidos de su corazón. —Creo que si ahora mismo tratara de regresar a casa no llegaríamos enteros— habló cuando consiguió reencontrar su voz después de unos minutos de silencio. —¿Puedes… quedarte así en silencio unos segundos?— preguntó en un susurro, permitiéndose disfrutar de su contacto durante el tiempo pedido hasta, finalmente, separar sus manos.

    La boca del estómago de la rubia se cerró mientras se alejaba de él, incorporándose del suelo y sacudiendo la arena de sus ropas. Observó el mar, la luna y se embargó de todo lo que la rodeaba antes de agacharse lentamente, clavando las rodillas en arena e inclinándose hacia él. Pasó los brazos sobre sus hombros, entrelazando las manos sobre su nuca y acercando su cuerpo al de él antes de cerrar los ojos con fuerza, visualizando las cuatro paredes de su casa y deseando que fuera lo único que ocupara, por complicado que resultare, su mente en aquel instante.
    Arianne L. Brawn
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