OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Pese a su rutina diaria de pensar en diez cosas por las que vale la pena seguir allí, a su inagotable sonrisa y el esfuerzo sobrehumano por mantenerse en el estado de paz que había adoptado como método de supervivencia, había días en los cuales las cosas simplemente se complicaban y las alternativas que siempre parecían una terrible idea de pronto se volvían agónicamente seductoras.
Celestine no entendía por qué de un tiempo a la fecha su calma se interrumpía constantemente si ella continuaba actuando de la misma manera y siguiendo sus propias imposiciones. Creía haberse mantenido en una zona segura durante los años que había servido a la ministra pero ahora su estrategia parecía estar perdiendo validez. Si le molestaba el cambio, sentir que su pequeña felicidad quedaría obsoleta la aterraba.
Así que intentaba mantener la compostura y aferrarse al plan original: disfrutar de las pequeñas cosas. Hablar con algunos de sus iguales favoritos, sentir el olor a flores secas en su ropa y el paseo de la compra semanal. Sentir el sol de la primavera sobre su piel, ver cosas y gente distinta en el recorrido, esa degustación gratuita y, aunque equivocada, bastante gustosa de libertad. Todo eso significaba ese día de compras.
Pero mientras caminaba siguiendo la lista de compras aprobada no podía dejar de pensar en las calles, los puentes, los trenes y las mil y un formas de salir de la ciudad, de escapar lejos y no volver jamás. Fantasear podía ser peligroso (aunque Celestine había matado la esperanza de un futuro distinto hacía mucho tiempo) pero justo ese día, y tras unas intensas semanas de tolerar el repentino florecimiento de la adolescencia de su joven ama, eso era más importante que sus diez cosas por las que seguir viviendo.
Era cuestión de necesidad.
Celestine no entendía por qué de un tiempo a la fecha su calma se interrumpía constantemente si ella continuaba actuando de la misma manera y siguiendo sus propias imposiciones. Creía haberse mantenido en una zona segura durante los años que había servido a la ministra pero ahora su estrategia parecía estar perdiendo validez. Si le molestaba el cambio, sentir que su pequeña felicidad quedaría obsoleta la aterraba.
Así que intentaba mantener la compostura y aferrarse al plan original: disfrutar de las pequeñas cosas. Hablar con algunos de sus iguales favoritos, sentir el olor a flores secas en su ropa y el paseo de la compra semanal. Sentir el sol de la primavera sobre su piel, ver cosas y gente distinta en el recorrido, esa degustación gratuita y, aunque equivocada, bastante gustosa de libertad. Todo eso significaba ese día de compras.
Pero mientras caminaba siguiendo la lista de compras aprobada no podía dejar de pensar en las calles, los puentes, los trenes y las mil y un formas de salir de la ciudad, de escapar lejos y no volver jamás. Fantasear podía ser peligroso (aunque Celestine había matado la esperanza de un futuro distinto hacía mucho tiempo) pero justo ese día, y tras unas intensas semanas de tolerar el repentino florecimiento de la adolescencia de su joven ama, eso era más importante que sus diez cosas por las que seguir viviendo.
Era cuestión de necesidad.
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Había días en los que el aire en su casa no llenaba mis pulmones, me encerraba en el baño para serenarme y tomaba profundadas bocanadas buscando algo. La presión en mi pecho era tan honda que me causaba dolor físico. Encontraba mis ojos en el espejo, los veía asustados. Por mí, siempre por mí, trataba de sentirme mejor. Porque si yo no me velaba por mí, nadie más lo haría. Ni papá ni mamá eran conscientes de estos episodios en que la tensión era tanta que podíamos acabar en una discusión que nadie quería.
Salí del baño y recogí rápidamente mi anotador y unos lápices en una cartera que crucé por mi pecho, para abandonar a toda prisa el departamento, sin siquiera avisarle a Sami que no estaría. El pobre tendría que pasar la siguiente media hora dando pasos de algodón para no molestarme, y yo ni siquiera estaría. A espaldas de Sami, me sentía mal por él. Por mi regla de que lo quería fuera de mi espacio, obligándolo a que se retrajera a los rincones si yo pasaba cerca. Solo no podía evitar ser así, antes de sus reglas, estaban las que me había impuesto a mí misma.
Deambulé por la ciudad y luego de una hora estaba en la avenida comercial favorita de muchas brujas. Solía venir aquí en mis días buenos, a veces tenía quien me acompañe. Ahora mismo no quería cruzarme con nadie del colegio. Me senté en un banco y subí los pies hasta que tuve las rodillas contra mi pecho. Peiné mi cabello corto con una mano, acomodándolo detrás de mis orejas para poder inclinarme sobre el cuaderno que tenía en mi regazo. Lo alcé un poco para que quedara sobre mis rodillas y poder dibujar con un poco más de comodidad.
Hice un paneo visual de todo el escenario, y como en ese momento, quería ser cualquier otra persona menos yo mismo, me fijé en una chica que debía tener mi misma edad y cargaba con sus bolsas de compras. Comencé a bocetar y supongo que era tanta la intensidad con que la miraba, que se dio cuenta. Sostuve mi vista en ella porque no me intimidaba que me descubrieran.
Salí del baño y recogí rápidamente mi anotador y unos lápices en una cartera que crucé por mi pecho, para abandonar a toda prisa el departamento, sin siquiera avisarle a Sami que no estaría. El pobre tendría que pasar la siguiente media hora dando pasos de algodón para no molestarme, y yo ni siquiera estaría. A espaldas de Sami, me sentía mal por él. Por mi regla de que lo quería fuera de mi espacio, obligándolo a que se retrajera a los rincones si yo pasaba cerca. Solo no podía evitar ser así, antes de sus reglas, estaban las que me había impuesto a mí misma.
Deambulé por la ciudad y luego de una hora estaba en la avenida comercial favorita de muchas brujas. Solía venir aquí en mis días buenos, a veces tenía quien me acompañe. Ahora mismo no quería cruzarme con nadie del colegio. Me senté en un banco y subí los pies hasta que tuve las rodillas contra mi pecho. Peiné mi cabello corto con una mano, acomodándolo detrás de mis orejas para poder inclinarme sobre el cuaderno que tenía en mi regazo. Lo alcé un poco para que quedara sobre mis rodillas y poder dibujar con un poco más de comodidad.
Hice un paneo visual de todo el escenario, y como en ese momento, quería ser cualquier otra persona menos yo mismo, me fijé en una chica que debía tener mi misma edad y cargaba con sus bolsas de compras. Comencé a bocetar y supongo que era tanta la intensidad con que la miraba, que se dio cuenta. Sostuve mi vista en ella porque no me intimidaba que me descubrieran.
Se detuvo delante del escaparate de una tienda, la última de su recorrido. Para ese momento las bolsas de compras se habían convertido en un recordatorio de su situación, como grilletes que la mantenían atada a la tierra y le impedían emprender el vuelo lejos de allí. Ese pudo ser el fin de su paseo y su fantasía pero para su infortunio la tienda se hallaba cerrada.
¿Cerrada?
Celestine inspeccionó en busca de una explicación hasta dar con un letrero bastante discreto que informaba el horario de apertura durante ese día con las respectivas disculpas. Por unos segundos se detuvo solo para recuperar el aliento tras pensar que había sido su culpa. La esclava no podía recordar la última vez que había cometido un error tan estúpido pero estaba más que segura de que no quería que aquello le volviera a pasar.
Así que decidió esperar y, mientras se entregaba por completo a esa tarea, sintió la mirada fija de aquella joven peliblanca a una distancia no muy lejana. Durante solo un instante sus miradas se cruzaron, un momento tan fugaz que pudo haber sido un parpadeo. Su primera reacción fue bajar la vista y seguidamente intentar controlar su pulso desatado por haber llamado la atención de alguien. Se cuestionó las razones, ¿acaso era extraño ver a alguien esperar fuera de una tienda cerrada? ¿Era sospechosa de algo? ¿Le pedirían su permiso para comprar? ¿Tendría eso alguna clase de consecuencia con sus amos?
Casi podía sentir sus músculos temblar mientras mantenía la mirada tan abajo que no hubiera sido capaz de ver la reapertura de la tienda o cualquier otra cosa que pasara a su lado. No quería ofender a nadie, causar problemas o siquiera llamar la atención; cualquier cosa parecida podía significar problemas.
Con las bolsas de compras apretadas contra ella se mantuvo en aquella posición por, tal vez, una eternidad. ¿Era justo comenzar a pensar que su suerte había cambiado?
¿Cerrada?
Celestine inspeccionó en busca de una explicación hasta dar con un letrero bastante discreto que informaba el horario de apertura durante ese día con las respectivas disculpas. Por unos segundos se detuvo solo para recuperar el aliento tras pensar que había sido su culpa. La esclava no podía recordar la última vez que había cometido un error tan estúpido pero estaba más que segura de que no quería que aquello le volviera a pasar.
Así que decidió esperar y, mientras se entregaba por completo a esa tarea, sintió la mirada fija de aquella joven peliblanca a una distancia no muy lejana. Durante solo un instante sus miradas se cruzaron, un momento tan fugaz que pudo haber sido un parpadeo. Su primera reacción fue bajar la vista y seguidamente intentar controlar su pulso desatado por haber llamado la atención de alguien. Se cuestionó las razones, ¿acaso era extraño ver a alguien esperar fuera de una tienda cerrada? ¿Era sospechosa de algo? ¿Le pedirían su permiso para comprar? ¿Tendría eso alguna clase de consecuencia con sus amos?
Casi podía sentir sus músculos temblar mientras mantenía la mirada tan abajo que no hubiera sido capaz de ver la reapertura de la tienda o cualquier otra cosa que pasara a su lado. No quería ofender a nadie, causar problemas o siquiera llamar la atención; cualquier cosa parecida podía significar problemas.
Con las bolsas de compras apretadas contra ella se mantuvo en aquella posición por, tal vez, una eternidad. ¿Era justo comenzar a pensar que su suerte había cambiado?
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Supuse que algo estaba mal cuando la actitud de la chica cambió al saberse observada. Se me conocía por involucrarme en el colegio en peleas donde nadie me llamaba por defender a quien creía que era el más débil, y había visto esos gestos antes, la cabeza gacha, la tensión nerviosa. Lo último que quería era intimidar a otra chica, así que sentí remordimientos de haberla incomodado con mi inspección. Tomé mi cuaderno contra mi pecho y colgándome el morral por el hombro nuevamente, me incorporé del banco para caminar hasta el escaparate contra el que la chica permanecía parada.
Puede que estuviera esperando a alguien y yo solo quería explicarle que no era ninguna acechadora, ni que la había fichado en el colegio por algún resentimiento porque no la recordaba de ahí. Más tarde me daría cuenta de lo estúpida que fui en mi comportamiento, porque hasta ese momento anulé todos los pensamientos que podían identificar a la chica como una esclava. Como dibujante, me percataba de los detalles en los rasgos de los rostros de mujeres para diferenciarlas, porque cada una era única. Nunca hasta entonces me había planteado que podía haber un mapa de diferencias entre el rostro de una mujer y otra, pero en ocasiones no servía para distinguir a una bruja de una esclava.
—Estaba dibujando— fue lo primero que dije al quedar a un paso de distancia de ella y le tendí mi cuaderno, donde podía verse el bosquejo de una chica de pie frente a una tienda con las bolsas de compras. Su cabello recogido indicaba que era ella, pero le faltaba nitidez a los rasgos. De cerca podía delinearlos mejor. Hasta entonces nunca le había pedido a nadie explícitamente que posara. Una de mis profesoras del Royal se convirtió en la cara mejor definida de mi colección de novata, gracias a que me senté en primera fila durante todo el curso. Recuperé el cuaderno contra mi pecho y extendí la mano a la chica. —Soy Synnove, por cierto.
Puede que estuviera esperando a alguien y yo solo quería explicarle que no era ninguna acechadora, ni que la había fichado en el colegio por algún resentimiento porque no la recordaba de ahí. Más tarde me daría cuenta de lo estúpida que fui en mi comportamiento, porque hasta ese momento anulé todos los pensamientos que podían identificar a la chica como una esclava. Como dibujante, me percataba de los detalles en los rasgos de los rostros de mujeres para diferenciarlas, porque cada una era única. Nunca hasta entonces me había planteado que podía haber un mapa de diferencias entre el rostro de una mujer y otra, pero en ocasiones no servía para distinguir a una bruja de una esclava.
—Estaba dibujando— fue lo primero que dije al quedar a un paso de distancia de ella y le tendí mi cuaderno, donde podía verse el bosquejo de una chica de pie frente a una tienda con las bolsas de compras. Su cabello recogido indicaba que era ella, pero le faltaba nitidez a los rasgos. De cerca podía delinearlos mejor. Hasta entonces nunca le había pedido a nadie explícitamente que posara. Una de mis profesoras del Royal se convirtió en la cara mejor definida de mi colección de novata, gracias a que me senté en primera fila durante todo el curso. Recuperé el cuaderno contra mi pecho y extendí la mano a la chica. —Soy Synnove, por cierto.
Si no había entendido la verdadera razón de por qué estaba llamando la atención de aquella joven mucho menos pudo llegar a imaginar o prever sus siguientes acciones. Todo el esfuerzo que hacía por intentar ser y parecer el ser humano más sumiso e inofensivo de la historia se fue a la basura cuando escuchó la voz de la chica, gentil y conciliadora.
La forma tan enérgica de movimiento en la otra no fue lo que más descolocó a Celestine pero sin dudas sería la razón fundamental de por qué sus reacciones parecían tan lentas, torpes o sencillamente nulas. Su mirada se clavó en la joven, en su cuaderno y regresó al rostro desconocido sin recordar que no debía sostener el contacto visual con tanto descaro.
Durante unos segundos analizó la situación, llegando con prontitud a la conclusión de que no tenía ni la más efímera idea de lo que estaba aconteciendo. ¿La estaba dibujando? ¡Qué importaba eso! ¿Por qué le hablaba? ¿Por qué…? ¿Acababa de extender su mano en un saludo?
Entonces entendió el error.
—Uh… —Se preguntó qué sería lo mejor en aquel caso: ¿fingir que no era esclava? Si la descubrían podía considerarse muerta. ¿Aclarar el error? Esperaba que eso no fuera a ofender el orgullo de la bruja. ¿Salir corriendo? Sin dudas se estaba quedando sin ideas o, peor aún, estaba sucumbiendo al pánico—. Lo lamento, señorita Synnove —pegó su mirada en el suelo porque disculparse aunque no hubiera hecho nada era importante con los magos—. No quise interrumpir su... —¿Pasatiempo? ¿Arte? No ofender a alguien nunca había sido tan complicado— Inspiración —concluyó, finalmente—. ¿Puedo ayudarla en algo?
Y ya está, ¿o es que debía disculparse por ser una esclava? Tampoco es que lo estuviera ocultando y, en cambio, sufría como si lo hubiera hecho.
La forma tan enérgica de movimiento en la otra no fue lo que más descolocó a Celestine pero sin dudas sería la razón fundamental de por qué sus reacciones parecían tan lentas, torpes o sencillamente nulas. Su mirada se clavó en la joven, en su cuaderno y regresó al rostro desconocido sin recordar que no debía sostener el contacto visual con tanto descaro.
Durante unos segundos analizó la situación, llegando con prontitud a la conclusión de que no tenía ni la más efímera idea de lo que estaba aconteciendo. ¿La estaba dibujando? ¡Qué importaba eso! ¿Por qué le hablaba? ¿Por qué…? ¿Acababa de extender su mano en un saludo?
Entonces entendió el error.
—Uh… —Se preguntó qué sería lo mejor en aquel caso: ¿fingir que no era esclava? Si la descubrían podía considerarse muerta. ¿Aclarar el error? Esperaba que eso no fuera a ofender el orgullo de la bruja. ¿Salir corriendo? Sin dudas se estaba quedando sin ideas o, peor aún, estaba sucumbiendo al pánico—. Lo lamento, señorita Synnove —pegó su mirada en el suelo porque disculparse aunque no hubiera hecho nada era importante con los magos—. No quise interrumpir su... —¿Pasatiempo? ¿Arte? No ofender a alguien nunca había sido tan complicado— Inspiración —concluyó, finalmente—. ¿Puedo ayudarla en algo?
Y ya está, ¿o es que debía disculparse por ser una esclava? Tampoco es que lo estuviera ocultando y, en cambio, sufría como si lo hubiera hecho.
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Una vez leí que los errores accidentales que cometemos son actos de nuestro inconsciente, empujando a nuestra voluntad a hacer algo que nunca haríamos si tuviéramos plena consciencia. La respuesta cargada de formalidad por parte de la chica me anticipa lo que puedo ir definiendo a medida que sigue hablando, y es que esta mujer que no debe ser mucho mayor que yo, con edad para ir al Royal o estar graduándose, es en realidad una esclava. Esa sensación de que estás parada en el sitio equivocado vuelve a mí, me gustaría poder desaparecerme o usar un giratiempo para regresar a los minutos anteriores, en los que estaba sentada en la banca y un bosquejo no hacía daño a nadie.
Mi mano tendida cae silenciosamente a un lado de mi cuerpo y las comisuras de mis labios van perdiendo la emoción que tiran de ellas hacia arriba. Espero que nadie haya visto que traté de saludarla como lo haría con otra bruja. Mi trato puede traer más problemas a esta chica de los que podría tener yo. Mantengo mis pies donde están, porque no es cuestión de salir corriendo en la dirección contraria, al saber la verdad. Me recobro de la impresión y quiero adoptar la actitud que aprendí como hija de pro-magos, solo que a mi conveniencia. La fachada de que estoy por encima de cualquier esclavo y ellos deben elegir con cuidado sus palabras, nosotros no. Podemos ser francos.
—No fuiste una interrupción, te estaba dibujando—aclaro. ¿Por qué lo negaría? —Hago bocetos de mujeres—agrego, para que no crea que es algo personal con ella. Y porque mujeres somos tanto brujas como humanas, libres o esclavas. Este tipo de pensamientos que jamás compartiría a la cena, por eso mismo, mis dibujos están a resguardo de los ojos de mis padres, quienes creo que tampoco les prestarían atención aunque fueran pancartas en la sala. —¿Cómo te llamas?— esto lo pregunto ocultando mi curiosidad, y reemplazándola en mi tono con exigencia, ya que los magos podemos exigir la identidad de cualquier esclavo y esperar su obediencia si bien la lealtad es reservada a sus amos. —¿Dónde está tu amo?— lo digo en el mismo tono. Puede parecer que repruebo que esté sola, pero es todo lo contrario. Espero que ningún amo aparezca y se meta en problemas por mi culpa.
Mi mano tendida cae silenciosamente a un lado de mi cuerpo y las comisuras de mis labios van perdiendo la emoción que tiran de ellas hacia arriba. Espero que nadie haya visto que traté de saludarla como lo haría con otra bruja. Mi trato puede traer más problemas a esta chica de los que podría tener yo. Mantengo mis pies donde están, porque no es cuestión de salir corriendo en la dirección contraria, al saber la verdad. Me recobro de la impresión y quiero adoptar la actitud que aprendí como hija de pro-magos, solo que a mi conveniencia. La fachada de que estoy por encima de cualquier esclavo y ellos deben elegir con cuidado sus palabras, nosotros no. Podemos ser francos.
—No fuiste una interrupción, te estaba dibujando—aclaro. ¿Por qué lo negaría? —Hago bocetos de mujeres—agrego, para que no crea que es algo personal con ella. Y porque mujeres somos tanto brujas como humanas, libres o esclavas. Este tipo de pensamientos que jamás compartiría a la cena, por eso mismo, mis dibujos están a resguardo de los ojos de mis padres, quienes creo que tampoco les prestarían atención aunque fueran pancartas en la sala. —¿Cómo te llamas?— esto lo pregunto ocultando mi curiosidad, y reemplazándola en mi tono con exigencia, ya que los magos podemos exigir la identidad de cualquier esclavo y esperar su obediencia si bien la lealtad es reservada a sus amos. —¿Dónde está tu amo?— lo digo en el mismo tono. Puede parecer que repruebo que esté sola, pero es todo lo contrario. Espero que ningún amo aparezca y se meta en problemas por mi culpa.
Pudo ver cómo aquella sonrisa amable se descomponía perdiendo su forma y su calidez hasta volverse una mueca. Entonces cada gesto que le había regalado hasta ese momento fue retirado como si no fuera merecedora de ninguno de ellos. No lo era, ¿o sí? Celestine no se cuestionaba si acaso un esclavo merecía otros tratos, no tenía sentido hacerlo y, en cambio, cuando fijó su mirada al suelo intentó que ésta se mantuviera allí mientras aguardaba alguna clase de respuesta. Porque los magos siempre tienen la última palabra.
Inspira profunda y lentamente cuando vuelve a escuchar su voz, los segundos hasta entonces le habían parecido agónicos y eternos, algo que en definitiva no era una buena combinación. Aunque se sintió ligeramente aliviada, su cabeza permaneció apuntando hacia sus pies y su boca en silencio, al menos hasta que le dirigió una pregunta directa.
—Mi nombre es Celestine —el tono de emperatriz le es más familiar que el de amabilidad así que eso termina por regresarle la calma—. Mis amos me enviaron por las compras, ellos no están aquí —la idea de ver a la ministra de magia comprando despensa la divierte más de lo que se atreve a manifestar pero es seguro que se lo comentará a los demás esclavos cuando regrese—. Es un bonito boceto, si me permite decirlo —arriesga, alzando la mirada solo para ver el rostro ajeno sin llegar a cruzarse con su mirada—. Espero que pueda terminarlo, yo debo aguardar a que abra esta tienda o buscar alguna otra similar —Comentó, solo para que supiera que tenía algo de tiempo si quería continuar con el dibujo, simplemente decirlo de una manera tan directa hubiera resultado bastante inapropiado.
Inspira profunda y lentamente cuando vuelve a escuchar su voz, los segundos hasta entonces le habían parecido agónicos y eternos, algo que en definitiva no era una buena combinación. Aunque se sintió ligeramente aliviada, su cabeza permaneció apuntando hacia sus pies y su boca en silencio, al menos hasta que le dirigió una pregunta directa.
—Mi nombre es Celestine —el tono de emperatriz le es más familiar que el de amabilidad así que eso termina por regresarle la calma—. Mis amos me enviaron por las compras, ellos no están aquí —la idea de ver a la ministra de magia comprando despensa la divierte más de lo que se atreve a manifestar pero es seguro que se lo comentará a los demás esclavos cuando regrese—. Es un bonito boceto, si me permite decirlo —arriesga, alzando la mirada solo para ver el rostro ajeno sin llegar a cruzarse con su mirada—. Espero que pueda terminarlo, yo debo aguardar a que abra esta tienda o buscar alguna otra similar —Comentó, solo para que supiera que tenía algo de tiempo si quería continuar con el dibujo, simplemente decirlo de una manera tan directa hubiera resultado bastante inapropiado.
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Tengo un nombre para colocarlo al final de mi boceto, así los rostros no son completamente anónimos. Desconozco la historia de la mayoría de estas y no me tomo el atrevimiento de darles una, es un poco irrespetuoso hacia sus propias experiencias que con toda seguridad habrán sido más emocionantes o trágicas de las que yo pueda llegar a imaginar. Para otra cosa no creo que me sirva saber su nombre, no hablamos a la hora de la cena de los esclavos con los que conversamos por la calle. Eso sí puedo imaginar bien: la cara que pondrían mis padres. Comenzando por el hecho de que no necesito hacer mis compras, porque tengo un esclavo para eso, no debería estar aquí, viendo merodear a las personas. Si mis padres supieran… tantas cosas…
—Magos ocupados, supongo— el murmullo es para mí. Sin amos en el escenario que puedan enfadarse al vernos hablar, solo queda la curiosidad que podamos despertar en los transeúntes. —Gracias— digo tan bajo esta palabra para que nadie pueda escucharla. Solo en el extraño mundo de Synnove se puede oír a una bruja agradeciéndole a un esclavo. No mucha gente ve mis dibujos, es bueno recibir una crítica amable. —Es de aficionada. Me falta mucha técnica y por eso busco la práctica— le explico si bien no hay necesidad de que lo haga. La idea de continuar el dibujo no es despreciable, pero no puedo acomodar mi libreta estando de pie y trazar rápido porque es muy incómodo. Pienso en sentarme en el suelo, ahí mismo. ¿Saben lo extraño o simbólicamente mal que estaría algo así? Una esclava de pie y una bruja sentada quedando así en un nivel inferior. Quien sabe, podrían denunciarnos por dañar la moral pública. ¡Se me ocurre algo!
—No tiene caso que te vayas, porque la tienda abrirá en diez o quince minutos. Pero busca donde sentarte, así no te cansarás los pies— digo, todo dicho con una entonación cuidada para no demostrar emociones. Por mi parte me doy la vuelta y mis pasos conocen el camino de vuelta a la banca que estaba ocupando unos minutos antes. La miro de regreso esperando que se acerque, con toda intención me senté en uno de los extremos de la banca, dejando el otro para que ella lo ocupe y las distancias sean las acordes. Me descuido al hacerle un gesto con mis cejas, preguntándole con los ojos si es que va a venir.
—Magos ocupados, supongo— el murmullo es para mí. Sin amos en el escenario que puedan enfadarse al vernos hablar, solo queda la curiosidad que podamos despertar en los transeúntes. —Gracias— digo tan bajo esta palabra para que nadie pueda escucharla. Solo en el extraño mundo de Synnove se puede oír a una bruja agradeciéndole a un esclavo. No mucha gente ve mis dibujos, es bueno recibir una crítica amable. —Es de aficionada. Me falta mucha técnica y por eso busco la práctica— le explico si bien no hay necesidad de que lo haga. La idea de continuar el dibujo no es despreciable, pero no puedo acomodar mi libreta estando de pie y trazar rápido porque es muy incómodo. Pienso en sentarme en el suelo, ahí mismo. ¿Saben lo extraño o simbólicamente mal que estaría algo así? Una esclava de pie y una bruja sentada quedando así en un nivel inferior. Quien sabe, podrían denunciarnos por dañar la moral pública. ¡Se me ocurre algo!
—No tiene caso que te vayas, porque la tienda abrirá en diez o quince minutos. Pero busca donde sentarte, así no te cansarás los pies— digo, todo dicho con una entonación cuidada para no demostrar emociones. Por mi parte me doy la vuelta y mis pasos conocen el camino de vuelta a la banca que estaba ocupando unos minutos antes. La miro de regreso esperando que se acerque, con toda intención me senté en uno de los extremos de la banca, dejando el otro para que ella lo ocupe y las distancias sean las acordes. Me descuido al hacerle un gesto con mis cejas, preguntándole con los ojos si es que va a venir.
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