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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    You called me up again tonight ✘ Ariadna
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    2 participantes
    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Estúpido estómago, estúpido alcohol, estúpida mi mala suerte. Esta noche he tenido una reunión de negocios con un grupo de ejecutivos del distrito uno cuyas barrigas y botones tirantes siempre dejan bien en claro que salir con ellos es el equivalente a comer y beber como condenados, así que he llegado a mi casa con un mareo importante que provocó que me tropiece con la mitad de las cosas de mi sala de estar, a eso de la una de la madrugada. ¿Qué debatimos? Muchas cosas, pero ahora mismo la mitad de ellas se encuentran en una nebulosa y la verdad es que no podían importarme menos si consideramos como me da vueltas la cabeza. Lo peor empieza cuando me dejo caer, aún en traje, sobre mi cama. Un error garrafal.

    Lo siguiente que sé es que estoy encogido sobre el inodoro de mi baño en suite y vomitando hasta las tripas, con el sonido de mi garganta haciendo eco entre el mármol. Es como si mis intestinos se hubiesen transformado en víboras y me tambaleo en cuclillas, notando el sudor helado pasar por mi nuca y frente. ¿Qué demonios he comido que me ha caído de esta manera? ¿O ha sido la mezcla con el alcohol excesivo? Estar ebrio no es algo que alguna vez me haya afectado, así que esto es terreno desconocido para mí. Al menos puedo agradecer que es esto y no me ha dado un ataque de diarrea.

    No sé cuando me he quitado la corbata, pero la pateo cuando consigo ponerme de pie tambaleándome de un lado al otro hasta llegar al lavabo, donde escupo algunos restos junto a su desagradable sabor. El vistazo al espejo me da la imagen de un rostro pálido, ojeroso y un cabello despeinado, lo cual debe ser algo completamente penoso si lo combinamos con mi torso encogido hacia delante. Voy a matar al señor Kirke la próxima vez que me haga probar esa extraña mezcla de licores, lo juro. Abro y cierro los ojos en un intento de aclarar mi mente, ayudándome con el agua fría para mojarme la cara, la nuca y el pelo y paso a cepillarme con rapidez los dientes en un intento de sacarme el asqueroso gusto de la boca. Salgo del baño abrazado a mi abdomen y respiro con lentitud, tratando de encontrar una solución en un cerebro que no tiene idea ni de cómo me llamo ahora mismo. ¿Llamar a mis empleados? Hacer que salgan de su vivienda en los terrenos me da cierto repelús, especialmente porque creo que jamás he llegado así y no deseo que mi figura se vaya al tacho. ¿Qué otra opción tengo? Podría llamar a Josephine, pero soy su jefe y… no. ¿Phoebe? ¿Reynald? ¿Alguien? ¿Quién podría darme algo para calmar la conga de mi estómago? ¿Y qué es? ¿Mezcla o una infección estomacal?

    No estoy seguro de qué estoy haciendo, pero en un abrir y cerrar de ojos he desaparecido de mi habitación y me tambaleo al aparecer en el porche de entrada de la mansión Leblanc. Toco el timbre con la frente apoyada en el marco de la puerta y ruego que algún elfo esté despierto para abrirme la puerta, aunque dudo que Eloise sea de aquellas que permiten que la servidumbre se quede después de la cena. Al final, abre la persona que no esperaba que lo hiciera y la que, en realidad, he venido a ver — Señorita Tremblay — mi voz es temblorosa y floja, muy diferente a su tono habitual, ese que intento imitar sin éxito alguno — Perdón la hora, pero me gustaría saber si tienes cinco minutos de tu tiempo. Es que… — ahí se fue mi dignidad. En ese mismo momento en el cual no puedo terminar de hablar porque me doblo sobre mí mismo y vomito a sus pies lo poco que ha quedado dentro de mi cuerpo, ignorando por completo lo largo de sus piernas en pijama. Que desperdicio.
    Hans M. Powell
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Ariadna no podía entender cómo aquel cazador seguía con vida. Si, sus compañeros lo habían encontrado a tiempo y si, actuaron como era debido, sin embargo era la primera vez en años, que atendía a un paciente semiconsciente, luego de un sorpresivo ataque de una mantícora, bestia sumamente salvaje que por lo general no deja sobrevivientes...o restos.
    Movió su varita para realizar los conjuros correspondientes y rebuscó entre los suministros, hasta encontrar la poción que ayudaría en la recuperación del hombre.

    Dieta liviana, por ahora nada de visitas y quiero que beba infusiones con hierbas curativas, lo más que pueda.— Indicó la rubia a una de las enfermeras a cargo. —Pasaré mañana a revisar su evolución.— Le sonrió y terminó de completar el papeleo firmando el final del expediente.
    Era una semana algo caótica para Ari, sin embargo con el pasar de las horas, el día se tornó un poco más calmo y consiguió salir de su turno antes de las 21 horas.  

    Al llegar a casa, Lady Cora ya tenía su baño de burbujas calientes preparado y la cena lista. Mientras se quitaba el uniforme para relajarse en la tina, le informaba que su madre había salido por trabajo y que aún no regresaba.
    La bruja amablemente escuchó, preguntó un par de cositas y luego le pidió que se retirara, necesitaba su tiempo, espacio y privacidad.

    Terminó de cenar cuando las agujas del reloj marcaban las 23.16 y pese a morir de sueño, sabía que hasta no saber el paradero de Eloise, no iba a pegar un ojo. Era en vano acostarse y dar vueltas entre las sábanas, por esto mismo tomó un libro marcado con una ramita seca de cardamomo y se acomodó en el sofá bajo un par de mantas.
    Unos minutos después, refregó sus ojos humedecidos e intentó continuar con la lectura, mas el cansancio pudo con ella y terminó soltando pequeños ronquidos acostada en posición fetal.

    Volvió a la realidad cuando escuchó el timbre de la mansión romper el silencio, se cubrió los oídos ante la potencia del maldito sonido y acomodando una fina bata beige sobre su pijama, caminó hacia la entrada.
    No lo iba a negar, estaba demasiado nerviosa ¿Y si algo le había pasado a su madre?

    Abrió la puerta y no ocultó la sorpresa que le causó ver al ministro de justicia en un estado deplorable. —¿Señor Powell? — Ariadna se adelantó unos pasos para sujetar al hombre, parecía que en cualquier momento terminaría en el suelo, y trató de llevarlo hacia el sofá. —No se preocupe, yo...— No logró terminar la frase, ya que lo sintió y olfateó antes de observarlo.
    El charco de vomito bajo sus pies le dio asco, pero ya tenía el estomago preparado para situaciones mil veces peores. —Muy bien señor Powell, necesito que se siente en el sofá así puedo revisarlo. Y no, no se acueste por favor.
    Ariadna T. Tremblay
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Mis labios tiemblan en un divertido “puf” cuando me da indicaciones a pesar de que me estoy pasando el dorso de la mano por la boca, rodando un poco los ojos — Ya quisieras que me recueste — es un mal chiste si consideramos a quien se lo estoy diciendo, pero me sale por mera inercia, como si estuviese bromeando con alguien de suma confianza y no la hija de mi ex profesora. Bueno, puedo decir que estoy idiota por todo lo que he ingerido, así que en cierto modo no puede culparme y, si lo hace, ya se me ocurrirá alguna excusa en caso de que justamente decida contárselo a su madre. No es como si Eloise no me conociera lo suficiente.

    Mis pies parecen ir en zigzag cuando los pongo dentro del vestíbulo y me dirijo hacia la sala dando tumbos, tratando de sostenerme con las paredes y los muebles que van apareciendo en mi camino — Lamento lo de… perdón por lo de la puerta — consigo farfullar, haciendo una sacudida con una de las manos en un intento de señalar la entrada a pesar de no tenerla a la vista. Me apoyo en el sofá más largo y acabo dejándome caer, haciendo un gran esfuerzo para no recostarme tal y como me ha pedido. ¿Realmente no puedo hacerlo? Mi estómago va a matarme y estoy seguro de que no puedo enfocarla como es debido. Acabo apoyando los codos en mis rodillas y me sujeto la cabeza entre ambas manos, tratando de tomar algo de aire. Esto es completamente ridículo y hay una parte de mí que sabe que mañana voy a arrepentirme de todo — Dime que tu madre está completamente dormida.

    Me llevo la mano a la boca cuando me encuentro reprimiendo un nuevo vómito que no llega a salir y aprieto con fuerza los labios, elevando los ojos hacia la figura rubia. He visto a Ariadna por primera vez cuando ella era una niña que visitaba a su madre en clase y yo era un adolescente cargado de deberes, así que hay veces que me cuesta reconocer a esta adulta a pesar de no estar cien por ciento familiarizado con su versión anterior. Lo bueno es que he oído lo suficiente como para sospechar que podría ser de ayuda para mi estado de esta noche — He tenido… comí demasiado picante y creo que la mitad de los licores que me dieron tenían cosas crudas… — es un balbuceo pesado y arrastrado que se ahoga un poco por mi modo de pasarme la mano por la cara, estirando un poco mis facciones hacia abajo — Creo que si sigo vomitando me quedaré sin órganos internos. ¿Crees que sea solo la borrachera o…? — si me comí algo en mal estado, no podré moverme por horas.

    Como sé que piensa revisarme según sus palabras, empiezo con lo que asumo como básico y me quito el saco de un tirón, sacudiendo una de las mangas que no se me sale por capricho. No sé por que lo hago porque no es que ande engripado, pero supongo que es mucho más fácil así. Me hundo en el sillón como un mocoso y tironeo hasta levantarme la camisa un poco, lo que me permite darle una palmada a mi abdomen como si fuese de lo más entretenido — Es como si fuese una gelatina que me están retorciendo — le explico, picándome el ombligo con gesto ido y los ojos fijos en mi propio dedo. Solo levanto los ojos de horror cuando recuerdo una cosa — Por favor, Ariadna, no le digas a la profe Lulu de esto. Puedo pagarte dinero, lo juro — sí, incluso ebrio puedo sobornar, soy así de eficiente.
    Hans M. Powell
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    La rubia no se interesaba para nada en la política, no como su madre, sin embargo no era tonta ni sorda, sabía quién era el ministro de justicia, qué hacía y sobretodo cuales eran los rumores acerca de sus acciones.
    Mordió su labio inferior para no decir nada ante aquel comentario fuera de lugar, sabía que estando en sus cabales, Hans jamás haría semejante comentario burlón hacia su persona. Y de haberlo hecho, Ariadna le hubiese dado vuelta la cara con un golpe de su puño.

    Ante el ruido que había causado el timbre, Lady Cora apareció vistiendo sus pijamas y se ocultó detrás de la puerta que unía la sala de estar con la cocina. —No pasa nada, Lady Cora. Por favor, despierta a Gaspard y envíalo hacia la entrada para que limpie el desastre.— Pidió con amabilidad la medimaga, al mismo tiempo que ayudaba a Hans a tomar asiento sobre el gran sofá en forma de L. —No se preocupe señor Powell.— Ari sonrió y sin pedir permiso apoyó la mano sobre la frente del brujo, a los pocos segundos pudo constatar que tenía fiebre y esa era una excelente señal. —Bueno, al menos el mecanismo de defensa de su cuerpo está funcionando correctamente.

    Por el rabillo del ojo, pudo ver como uno de sus elfos se aproximaba hacia la entrada, cargando un balde con agua jabonosa y trapos. Lady Cora apareció de nuevo, esta vez preguntando que necesitaba. —Si, por favor tráeme un balde con agua fría y trapos limpios, también una cubeta vacía.
    La rubia caminó hacia el perchero y del bolso que había utilizado por la mañana, sacó su varita. —Mi madre no se encuentra en casa y de todos modos, dudo de que su presencia le moleste.— Ariadna acercó una silla al borde del sofá y en menos de 2 minutos ya tenía todo lo que necesitaba. —Lady Cora, un último favor y luego puedes ir a la cama. Prepara la habitación de invitados para el señor Powell, muchas gracias.

    La bruja iba a pedirle algo, sin embargo Hans se adelantó y terminó quitándose la chaqueta y levantando la camisa. Ari nuevamente mordió su labio inferior para no dejar escapar una gran carcajada y cruzándose de brazos, esperó a que el hombre dejara de jugar con su propio ombligo. —No hace falta que lo revise para saber que está ebrio, lo que si me preocupa son los demás síntomas, comunes cuando se ha ingerido comida en mal estado o contaminada.— Explicó y mientras humedecía los paños en el agua fría, observó el torso del ministro de justicia que no estaba nada mal, sin embargo verlo jugar con su vientre, le quitaba toda la emoción del momento.  

    Las siguientes palabras del brujo le hicieron fruncir el ceño y de forma algo brusca, lo obligó a recostarse de costado, para acomodar los trapos sobre su cabeza y nuca. —No todo se soluciona con dinero, señor Powell. Y quédese tranquilo, secreto profesional ¿no?— Eso último lo dijo en tono algo sarcástico. —Una vez que haya bajado la temperatura de su cuerpo, realizaré un conjuro para aliviar los espasmos y nauseas. Si va a vomitar de nuevo, por favor utilice la cubeta o tendrá que enfrentarse al enojo de Gaspard.
    Ariadna T. Tremblay
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Al menos algo funciona correctamente según ella, aunque posiblemente sea lo que me está jodiendo la existencia en este momento. La señorita Tremblay da órdenes, indicaciones y toda esa clase de cosas que suenan muy lejanas a pesar de estar en la misma habitación. Lo bueno es que dice que Eloise no se encuentra en casa y eso me relaja en cierto aspecto, pero lo malo es que da a entender que tengo que quedarme aquí por la noche y eso me produce cierto pánico que no logro reconocer — ¿No puedo volver a mi casa? — no he estado enfermo en siglos y depender de alguien más para mi comodidad es casi una tortura. Mucho más dentro de la casa de alguien a quien respeto.

    ¿De qué se ríe? ¿Por qué? ¿Siempre tuvo los dientes tan grandes y blancos o es ilusión por el poco sentido común que estoy teniendo en este momento? Intento hacer memoria y frunzo toda la cara, elevando los ojos hacia arriba en un gesto pensativo que intenta dar a entender que mi cerebro está funcionando con lentitud, pero con mucho esfuerzo — Tuvieron la idea de comer una de esas comidas típicas del sur, que creo que salieron de un lugar que antes se llamaba México, no estoy seguro — mascullo de un tirón — Demasiado picante, carne, cosas… nunca más volveré a llevarme algo de eso a la boca en la vida — tan solo miren cómo he terminado. Si no largo hasta el corazón o los pulmones, estaré bastante cerca.

    El modo que tiene la rubia de recostarme me descoloca y la miro entre confundido y escandalizado, dejando que me acomode y subiendo mis pies al sofá para terminar en posición fetal, lo cual ayuda al dolor de mi estómago debido a la presión. El tacto del agua fría en mi nuca me estremece como una pluma y rechino los dientes, algo que empeora cuando la misma sensación llega a mi frente — Los elfos están para eso… — gruño en un susurro apenas audible y cierro mis ojos con fuerza, sufriendo la presión del paño en comparación con mi temperatura corporal — ¿Sabes? Creo que no he dejado que nadie me vea así en años, así que tomo eso del secreto profesional. ¿Y estás segura de que no quieres propina? Es tu tiempo libre y te lo estoy quitando — es un pensamiento completamente lógico en mi cabeza, pero tampoco es que pueda discutirle mucho. Incluso el tono de mi voz delata el puchero que tuerce mi boca, algo que cambio al carraspear.

    Abro los ojos en un parpadeo e intento verla entre las gotas que patinan por mi nariz y aplastan mi cabello hacia abajo, incapaz de preguntarme cómo es que terminé en una situación como esta con la hija de Leblanc. Tanteo hasta tocar su mano sobre mi frente y trato de acomodar el paño un poco más hacia arriba en un intento de no sentir que estoy teniendo mis cejas sobre los párpados, lo que produce que la presión aumente y algunas gotas más espesas me provoquen el pestañear — ¿Siempre quisiste ser médica, Ariadna? — mi pregunta sale como si tuviésemos toda la confianza del mundo y suelto el paño de la frente para mover el de la nuca, pasándomelo por el cuello. Cuando vuelvo a cerrar los ojos lo hago con un suspiro de alivio, demasiado agradecido por esa sensación como para quejarme — Tu madre debe estar más que orgullosa. Parece que tienes buena mano y no lo digo por los dedos largos — ¿Por qué estoy hablando de sus dedos? Del cuello a las clavículas, tironeando un poco de la camisa para poder llegar allí y luego detrás de una de las orejas, volviendo a la nuca. Mi cuerpo entero tiembla por culpa del agua fría, pero aún así presiono con algo más de insistencia. Me quedo callado un momento hasta que abro solo uno de los ojos — No te desperté… ¿O sí? — que galante de mi parte — Diablos, que voy a demandar a Kirke.
    Hans M. Powell
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    Ariadna acomoda la silla junto al sofá y toma asiento cruzando las piernas. —Puede volver a su casa, señor Powell. He pedido que arreglen el dormitorio de invitados para que pueda descansar y estar cerca por si necesita algo durante lo que resta de la madrugada.— Ella no iba a obligarlo a quedarse, ya era bastante grandecito para saber qué quería hacer y qué le convenía. —Sí le recomendaría aceptar mi ofrecimiento, un poco de ayuda no va a herir su orgullo masculino... quiero creer.
    Gaspard se acerca cauteloso y le informa a la bruja que la entrada estaba limpia, que la habitación de huéspedes estaba lista y que Lady Cora ya se había ido a dormir. —Muchas gracias Gaspard, puedes volver a la cama también.

    La medimaga acomoda un poco los mechones rubios detrás de las orejas, pero al estar tan cortos, vuelven a enmarcar su rostro a los pocos segundos. —No es el primero en caer en la trampa, por lo general esas comidas no las preparan bien, han perdido la cadena de frío o se han contaminado. Lo peor que ha hecho es beber como si no hubiese un mañana...Terrible combinación señor Powell.— El pobre hombre está tan débil y casi alucinando, que ni siquiera oculta la desaprobación en su rostro, mientras humedece y estruja nuevos trapos para ir intercambiándolos.
    Hans se estremece cada vez que ella cambia las toallas por unas más frías y como siente algo de pena por él, se vuelve a poner de pie y soltando un pequeño suspiro, le quita los zapatos y acomoda sobre su cuerpo las mantas que anteriormente ella estaba usando.
    No hace comentario alguno acerca de su opinión sobre de los elfos, no iba a meterse en problemas, menos con el propio ministro de justicia. —Ya cállate, porque si vuelves a ofrecerme dinero, en dos segundos te dejaré en la calle.— Perdió la formalidad durante unos segundos, sin embargo luego de aclarar su garganta, volvió a hablar. —No, no quiero propina señor Powell y me alegro de ser quien lo ha visto así y no lo miembros de la prensa.

    La joven se acercó un poco más para controlar la temperatura y acomodar los paños de la frente del brujo, cuando él le hizo aquella pregunta. Ariadna sonrió, no importaba que tan ruda, poderosa o influyente fuese una persona, al final, cuando está enferma o débil, todos hacían lo mismo, buscar conversación.
    No conocía muy bien a Hans, sólo habían cruzado saludos en distintos eventos y por esto mismo le causó algo de gracia que ahora se interesara en la elección de su carrera. —No, de pequeña siempre quise ser auror. Soñaba con ser la más poderosa de todo NeoPanem.— Eso no era un secreto para nadie. —Sin embargo luego de la muerte de mi padre, cambié de parecer...¿Y usted? ¿Siempre quiso ser lo que hoy es?

    El halago del brujo de nuevo le hace sonreír, aquel hombre no tenía idea de lo mucho que significaban esas palabras, en parte porque no sabía lo difícil que era y es complacer a su madre. Cada cosa que Ariadna hacía, parecía poco e insignificante, tal vez esa era la razón de su mayor cercanía hacia su padre. —Muchas gracias, señor Powell. Mis dedos están muy agradecidos ahora que los ha notado.¿Eso había sido una broma? ¿En serio?

    La rubia se puso de pie de nuevo y en lugar de utilizar magia o elfos, simplemente desapareció por la puerta y regresó con una jarra de agua fresca decorada con rodajas de limón. Sirvió un poco en un vaso y se agachó junto a Hans para levantar su cabeza, metiendo la mano debajo de la nuca. —Tome sorbitos pequeños.— Indicó y negó con la cabeza. —No me ha despertado, aprovechaba el tiempo para leer un poco y puede demandar a quien quiera, pero primero debe ponerse mejor.
    Ariadna T. Tremblay
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Orgullo masculino, sí, claro. Me importa más mi imagen que cualquier cosa relacionada a la masculinidad, pero no voy a ponerme a explicar eso cuando la cabeza me da vueltas y mi estómago se presiona con una punzada que se siente insostenible. Se me escapa el sarcasmo en una risita cuando dice que ha sido una terrible combinación de comida y bebida, sin ser capaz de enfocarla bien por un breve instante — Creo que ya lo he descubierto, pero lo tendré en cuenta para la próxima — apenas me doy cuenta de como me está dejando descalzo y cuando reacciono ayudo a quitarme las medias con una fricción de mis pies, a sabiendas de que necesito que mi cuerpo se enfríe. No obstante, los temblores hacen que aferre con algo de fuerza las mantas en una acción involuntaria.

    Eso me toma por sorpresa absoluta y creo que se me nota en ese intento de levantar la cabeza para verla con las dos cejas alzadas al máximo, sin saber si reírme u ofenderme — No recuerdo la última vez que alguien me habló de esa manera — le declaro sin pudor alguno, quizá culpa de la fiebre: en otro momento posiblemente no lo hubiese tomado tan bien. Acabo encogiendo mis hombros y vuelvo a relajar el cuerpo hacia atrás — Han visto cosas peores, creo. Quizá no tan penosas, pero una vez me agarraron ebrio a la salida de un bar. Tuve que aprender a elegir los sitios más privados de la ciudad cuando fui ganando fama con tal de no arruinar mi carrera — no es tan fácil, en especial si consideramos cómo es que paso mi tiempo libre.

    Creo que es la primera vez que me tomo la molestia de tener una conversación de más de cinco minutos con Ariadna y la verdad es que jamás creí que sería en estas circunstancias. Permito que ella continúe pasando los trapos fríos que tanto hacen latir a mi cerebro, pero de todos modos sonrío en respuesta a ese gesto en su cara — Ser auror debe ser interesante — admito, aunque sé que jamás hubiese sido bueno en un empleo como aquel. Mi fuerte no estaba en el trabajo de campo, a pesar de lo bien que se me da quitarle información a la gente. No digo nada sobre su padre porque intuyo que debe ser un asunto delicado, pero no me esperaba que desviara la conversación hacia mí. Inflo un poco las mejillas al suspirar y parpadeo, mirando al techo con un gesto algo reflexivo al tratar de hacer memoria — No recuerdo qué quería ser cuando era niño. No tenía una faceta definida y con el otro gobierno… de seguro quería ser algo ridículo como ninja o algo así — bromeo — Pero después quise dedicarme a hacer justicia y acá estoy. No sé si, cuando empecé, buscaba llegar a ser ministro peeeeero… me gusta lo que hago. Y nadie puede decir que lo hago mal — momentito de ego, permiso. Por suerte se termina toda esta charla íntima con una broma de su parte que no me espero y me hace reír, sacudiendo un cuerpo que por debilidad me produce un nuevo dolor — Lindas manos. Al menos las mías sirven para tocar el piano de casa, además de ordenar y firmar papeles — me las miro como si pudiese analizarlas, aunque a decir verdad no tengo idea de qué se supone que estoy buscando.

    No es mucho el tiempo en el cual me quedo solo, pero basta para que me incline hacia adelante y aferre la cubeta con dos manos para dejar salir las arcadas que amenazan con un nuevo impulso de mi diafragma, pero solo vomito algo de bilis y rastros que me llenan de ardor la garganta. Para cuando Ariadna vuelve a aparecer, mis ojos se encuentran brillosos en reacción y suelto la cubeta con lentitud, tratando de acomodar los paños. Todavía siento el asco en mi boca cuando me encuentro con la cabeza siendo elevada por mi enfermera de turno, lo que me permite sorber la bebida fresca con cuidado de no chorrearme, cosa que no consigo del todo porque siento un pequeño hilo por un costado que trato de limpiar lo más rápido posible, a pesar de lo torpe de mi manotazo — Oh, claro que lo voy a hacer. Mañana a primera hora voy a solucionar esto como sea — mi voz hace eco dentro del vaso y me interrumpo solo para dar otro sorbo, el cual se siente mucho mejor gracias a que mi boca empieza a lavarse con el correr del líquido. El error está en que me apresuro a beber el siguiente y tengo que poner la mano contra el borde del vaso para evitar atragantarme. Me relamo a pesar de la breve tos y mi cabeza se recarga en la mano que me sostiene, sintiéndome un enorme pegote de un metro ochenta y tres — Menos mal. Me sentiría culpable de haber interrumpido tus horas de sueño, aunque no me quejo. Esto es mejor que ir al hospital con toda esa gente… — pongo carita de asco, arrugando un poco la nariz en un gesto que deja en claro que estoy pensando en gérmenes y mugre.

    Me apoyo en mis codos en un impulso repentino de querer vomitar y provoco que tenga que apartar la mano, aunque solo queda en un amague y me encuentro en una postura entre acostado y sentado que me hace parpadear varias veces hasta que mi cerebro deja de dar vueltas en círculos. Asumo que la ebriedad se está desvaneciendo poco a poco, pero la enfermedad me complica esto de adivinar lo que me sucede o no — Mañana tendré que hacer un montón de papeleo y llamadas. ¿Tienes idea de a cuántas personas tengo a cargo en el ministerio? No soy una persona que pueda enfermarse. Es patético e inaudito — un hipo hace que se me escape un eructo involuntario y me cubro la boca rápidamente, mirándola con los ojos abiertos de par en par — Eso también queda en secreto profesional — le aclaro, dejando caer otra vez mi cabeza hacia atrás — O tendré que demandarte también — ¿Por qué? No tengo idea, pero la simple idea me hace cerrar los ojos por la risa idiota que me da, demasiado entre dientes como para hacerme mover los hombros ante el espasmo de la diversión.
    Hans M. Powell
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    Ariadna T. Tremblay
    Miembro de Salud
    Ariadna no era una chica que riera mucho, habían momentos de excepciones por supuesto, sin embargo al estar todo el tiempo trabajando con pacientes heridos por criaturas, las bromas no era algo a lo que estuviese acostumbrada.
    Esa debe ser la principal razón de que los chistes del Ministro de Justicia, por más estúpidos que fueran, al menos le sacaban una diminuta sonrisa o leve carcajada.
    Bueno, al menos ya sabes dos cosas ahora. No combinar bebidas con comidas de dudosa procedencia y a no molestar a una médimaga llamada Ariadna Tremblay.— Eso lo dijo en tono suave, casi bromista, sin embargo era cierto. No le importaba quién sea el hombre, si volvía a ofender sus buenas acciones ofreciendo dinero, lo sacaría descalzo a la calle.

    La explicación de su paciente acerca de lo que tuvo que hacer para proteger y conservar su buena carrera, la toma por sorpresa. Si bien sabía algunos de los cientos de rumores, jamás le había prestado tanta atención. Primero porque no le importaba y segundo porque no tenía tanto tiempo como ciertas mujeres menopausicas, que lo único que hacían era leer las revistas de cotilleo. —Diría que lo siento mucho, pero no sería cierto. Soy de las que piensan que cada uno tiene lo que se merece, si te expones a algo aún sabiendo las consecuencias, entonces luego no puedes hacerte el desentendido.

    Con un suave movimiento de la varita, la rubia atrae hasta su lugar un pequeño maletín y de allí mismo saca un impecable termómetro. Quita del medio los trapos húmedos y desprende los primeros botones de la camisa del hombre. —No tiene alma de ninja, señor Powell. Usted es hombre de oficina, se nota de aquí hasta los distritos más alejados.— Y eso no lo dice con ánimos de ofender, era simplemente una verdad que estaba segura que él sabía. —Permiso.— Susurró y se estiró para meter el instrumento médico debajo de la axila masculina. —No se mueva o tardará más tiempo.
    Sus ojos se pusieron en blanco ante la muestra egocéntrica del alumno favorito de su madre y aunque en otro momento poco le hubiese importado, aprovechó la ocasión para aplastarlo...Sólo un poquito. —¿Dedos de pianista? ¿Sólo eso?— Preguntó elevando las comisuras de sus labios y por si acaso, sujetó el brazo de su paciente pegado al cuerpo, para que no se moviera. —Piano, guitarra y violín, le he ganado señor Powell.

    Cuando comprobó que la temperatura estaba descendiendo, lento, pero lo hacía, fue en busca de la fresca bebida.
    Ayudó al Ministro a beber unos cuantos sorbos y tratando de ser disimulada, volvió a reír ante alguno de sus gestos o comentarios. —¿Todo lo resuelve con demandas?— Interrogó para seguir molestándolo y al sentir el peso de la cabeza contra su mano, acomodó alguno de sus mechones humedecidos para apartarlos de sus ojos. —Los hospitales no son malos, las personas son miedosas.— Y lo recostó sobre el sofá, para dejar el vaso de agua sobre la mesa de té.

    El hombre algo alterado o preocupado se sentó y Ari no pudo evitar rodar los ojos...Otra vez.Todas las personas pueden enfermarse, algunas cosas son evitables y otras no, lo que usted hizo es la causa de su situación actual y si vuelve a levantarse sin mi permiso, no lo ayudaré.— Eso obviamente era mentira, pero la rubia ya había tratado con pacientes mil veces peores, no sólo se necesitaba estomago para su profesión, también carácter.
    Hizo que Hans volviera a acostarse, pero el eructo la sorprendió y esta vez la carcajada salió sin filtro alguno. Tuvo que tapar su boca con las manos y una vez calmada, recuperó la varita en su mano izquierda. —Ya quisieras...— Murmuró perdiendo la formalidad de nuevo, por tan sólo un momento, sin borrar la sonrisa de su rostro.

    Vale, ahora quieto.— Pidió y movió la varita encima de su vientre, realizando un conjuro para calmar las nauseas y empezar a eliminar la intoxicación de su cuerpo. —Cuando termine, lo llevaré al dormitorio de invitados y no es una pregunta, es una orden. Y si quiere ir mañana a la oficina y no al hospital, me hará caso.— Y sumamente concentrada, continuó con su trabajo.
    Ariadna T. Tremblay
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Mi mirada se va hacia abajo cuando empieza a desabotonar mi camisa y trato, juro que trato, de no mover las cejas o sonreír de lado, pero no puedo contenerme — Primero invítame un trago — bromeo sin poder contenerme, aunque estoy seguro de que sabe que no estoy hablando en serio. Quiero decir, no está nada mal, pero hasta yo tengo mis límites, quiero creer — Y te sorprenderías. Podría ser un excelente ninja — utilizo un tonito misterioso y muevo mis cejas, aunque la expresión se me va al carajo cuando me mete el termómetro, demasiado frío en comparación al resto del cuerpo y que me hace temblar por mera inercia. Como odio esto, debería anotarlo en la lista de las cosas que tengo que evitar cada vez que pueda.

    He hecho muchas cosas con estos dedos, no los subestimes — Innecesario, lo sé, pero tampoco lo pienso y me surge en un tono demasiado compinche como para recordarme con quién estoy hablando. Dejo el brazo a merced de Ariadna, sintiendo como se presiona contra el costado de mi torso y la poca distancia es la que me permite notar lo confiada de sí misma que parece por un segundo. Me aclaro la garganta, acentuando la comisura de mis labios — La guitarra se me da mal, pero canto bien en la ducha — porque tampoco es que lo haga en otro lado y el eco del baño de mármol tiene una acústica más que aprovechable cuando se trata de ciertas cosas vocales. Tema aparte.

    Dejo salir un “mmm” algo dubitativo, casi disfrutando del modo que tiene para quitarme los pelos de la cara por lo extrañamente calmo de la situación. No me viene mal un poco de paz, considerando que hace una media hora estaba abrazado al inodoro de mi casa — Las demandas pueden solucionar muchos problemas, te sorprenderías — le aseguro con cierta picardía, agradecido de que me quite el termómetro y pueda relajar el brazo — ¡No soy miedoso! — si ella supiera cosas de mí, no podría decir eso — Solo… no me gustan. La gente se pone pesada en los hospitales y el ambiente siempre está tenso. No, no. Prefiero un doctor privado. No he pisado un hospital en una eternidad, solo en casos de urgencia y no tiendo a tener ninguna — y si vuelvo herido a casa, siempre es por cosas que nadie puede saber y me veo obligado a medimagos confidenciales.

    No le creo ni una pizca eso de que no piensa ayudarme y creo que se lo hago saber con mi cara, pero todo el asunto del eructo es medio sorpresivo, en especial porque los dos terminamos riéndonos como si esto fuese lo más natural del mundo — Atrévete — la amenazo en el tono menos demandante que me ha salido en mucho tiempo, lo cual debería darme vergüenza cuando recobre todos mis cabales. De todos modos, me quedo inmóvil mientras ella hace su trabajo, a pesar de que ladeo un poco la cabeza para poder mirar cómo lo hace — Eres increíblemente mandona, ¿lo sabías? — murmuro en tonito fortuito, rascando con suavidad mi cuello. Todavía se siente pegajoso, pero empiezo a sentir el ardor de mi piel que indica que el sudor está copándome y eso significa que la fiebre está bajando — No le digas esto, pero creo que eso lo sacaste de tu madre — creo que es un poco obvio que debería tomarlo como un halago.

    Espero a que termine de trabajar para llevarme la mano debajo de la camisa desarreglada, presionando un poco mi estómago en un intento de chequear si la presión sigue allí. No la noto, aunque aún se siente débil, como si de moverme con velocidad pudiese escupir hasta el hígado. En un intento de seguir sus indicaciones anteriores, tomo los paños para moverlos y así evitar que se caigan cuando me siento, sintiéndome como un flan poco firme — No está mal — admito, a pesar de la debilidad de mi voz. No quiero ni imaginarme cómo me veo cuando me echo el pelo hacia atrás al mirarla, algo encogido en mi sitio a pesar de haberme sentado — Te debo una, Ariadna. Y puedes dejar de llamarme “señor Powell”, no estamos en una oficina. Y ya viste mi vómito, así que dudo que quede rastro de formalidad — es un vistazo rápido, pero es lo único que necesito para ver la cubeta y asquearme del aroma, apretando los labios para no volver a soltar otra arcada más. Tomo aire y lo largo con lentitud, tratando de relajar mi respiración — De acuerdo — me doy por vencido — ¿Dónde está el dormitorio? — sin mucho más, tomo el envión para ponerme de pie. Mi cuerpo me traiciona y me balanceo, cayendo nuevamente en el sofá y obligándome a tomarla del brazo para volver a incorporarme — lo siento — me apresuro a decir, tratando de recobrar mi postura y haciéndole un gesto para indicar que señale el bendito camino.
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    Miembro de Salud
    Aquel comentario fue bastante simpático, comparado con otras cosas que le decían los pacientes que alucinaban por algún veneno o por la pérdida de sangre.  Así que Ariadna simplemente mordí su labio inferior y continuó con la tarea de desvestirlo, para luego colocar el termómetro bajo la axila.
    Verlo temblar y estremecerse por lo frío que estaba el instrumento, fue una pequeña y dulce venganza. —Mmm si tú lo dices.— Murmuró concentrada en observar los números que iba marcando el liquido.

    Y de nuevo el Ministro de Justicia rebatió con una aclaración fuera de lugar, menos mal que su madre no se encontraba en la casa o el pobre hombre estaría viendo estrellas del golpe que le hubiese dado. Ariadna por contrario, rió un poco y hasta se sonrojó levemente. Ella ya estaba acostumbrada y cada día antes de ir al trabajo, trata de juntar carácter y mucha, pero mucha, paciencia ¿La diferencia? Sus demás pacientes no eran conocidos, el ambiente era distinto y no estaban solos.
    Decidió no seguir peleando por ese camino, sin embargo si le interesó eso de cantar dentro de la ducha...Situación que claramente no podía siquiera imaginar. —¿No se le da mal? Mmm no sé, tendría que escucharle para no opinar lo contrario.— Bromeó sabiendo que el hombre no iba a hacerle caso. Si lo hacía, se preocuparía por la fiebre y la intoxicación mucho más.

    La rubia escuchó su opinión acerca de los hospitales y tenía razón, estar allí dentro no era para todos, sin embargo tampoco era tan malo. Al fin y al cabo, allí mejoraban la calidad de vida de algunos y salvaban las de otros. —Yo podría decir lo mismo de su oficina, ese lugar no tiene vida y es muy frío. Creo que dentro de un par de días le enviaré una planta de regalo, así tiene un poco más de color.— Guardó las cosas dentro de su maletín y con un movimiento de su varita lo regresó al armario cerca de la entrada.

    Sin dejar de mover su muñeca, continuó realizando el conjuro para detener las nauseas del hombre acostado en su sofá. Ni siquiera el halago, o insulto, la desconcentró.
    El hombre en realidad no tenía idea lo difícil que había sido para ella empezar a trabajar como sanadora. Muchos la habían subestimado y al no tener tanto carácter, varias veces había terminado llorando dentro del baño culpa de algún paciente.
    Le tomó tiempo conseguir no sólo respeto por parte de los demás, si no también fortaleza por parte de si misma.
    No era algo heredado, era algo que había obtenido para sobrevivir. —No le diré, pero ella ya lo sabe. Incluso mi padre lo sabía...Tal vez por eso ambos se llevaban bien, él era mucho más tranquilo.— Comentó dejando de lado la varita, para tomar los paños húmedos y dejarlos dentro de la cubeta con agua. —De todos modos, usted debe ser igual con sus empleados...¿O me va a decir que no es mandón?

    Se puso de pie para devolver la silla a su lugar y luego regresó hacia el sofá para ayudarlo a levantarse. —No me debe nada...Hans.— Se sintió raro llamarlo en voz alta por su nombre y no por el apellido, sin embargo sonrió ante la explicación.
    Ariadna era de todo, menos fuerte, así que cuando el Ministro se aferró de su brazo para no caer, tuvo que tirarse hacia atrás para no terminar encima del pobre y débil brujo. Claro que se tambaleó, pero por suerte consiguió apoyar una de sus rodillas en el almohadón vacío del sofá y no todo su peso sobre el Ministro. —Woah...Está bien, no se preocupe.— Dijo erigiéndose y acomodando la fina bata que se había deslizado por sus hombros.

    Para prevenir futuros accidentes, tomó el brazo de su vecino y lo pasó por encima de su cuerpo. Así lo acompañó hasta el dormitorio de invitados y lo ayudó a sentar sobre la cama tamaño king. —Vale, cualquier cosa que necesite, me avisa.— Pidió la rubia, mientras se estiraba para sacar del estante más alto del armario un conjunto nuevo de pijamas blanco, un juego de toalla y toallón y una bata. Bendita sea su altura. —Aquí tiene...tienes para cambiarte, el baño privado es por esa puerta y...ya regreso. Te traeré la jarra con agua y una cubeta limpia por las dudas.— No esperó una respuesta, salió de la habitación para buscar las demás cosas.
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    Ministro de Justicia
    ¿En la ducha? — aventuro con una risa pintada — Lo máximo que puedes aspirar a escuchar de mi parte, es que te cante el “feliz cumpleaños” — la mayoría de mis relaciones son laborales y las que mantengo a nivel personal no incluyen cosas que se asemejen a la música, a excepción de esa vez que con mis amigos decidimos festejar mi cumpleaños y terminamos borrachos en un karaoke, algo de lo que usualmente no hablamos al menos que deseemos poner en vergüenza a alguien en particular. Son anécdotas que casi nadie creería que pertenecen a mí persona — ¿Una planta? Si lo deseas… — no tengo la costumbre de regar, así que de seguro pasaría a ser problema de Josephine a los dos días.

    No he escuchado mucho del señor de Leblanc, solo lo justo y necesario que Eloise quiera contarme, así que es un poco extraño el imaginar su matrimonio… bah, jamás los he imaginado, pero ahora mismo mi cabeza anda volando por cualquier lado y tiene sentido que delire alguna tontería sobre una pareja feliz — Jamás dije que no soy mandón. Hay unos cuantos que sé que me detestan, pero me da igual. Mi trabajo es asegurarme que ellos hagan el suyo, así que si son unos inútiles no es mi problema — si soy pesado, es porque ellos se lo buscaron.

    Que me llame por mi nombre, a pesar de haber sido mi petición, no deja de sonarme extraño, posiblemente porque estoy demasiado acostumbrado a ese respeto que siempre intentamos mantener cuando nos cruzamos al no tener precisamente un trato de confianza. Lo que debería ser más raro, de todos modos, es su manera de tambalearse por mi culpa y ese breve instante en el cual parece que va a caer conmigo se torna confuso, posiblemente porque el mareo hace que todo parezca mucho más grotesco de lo que en realidad es. Permito que se acomode así me apoyo en ella, pasando algo de mi peso a su cuerpo y preguntándome si estoy en estado de desaparecerme sin terminar partido en dos. Por las dudas, no tomo el riesgo — Es una suerte que seas alta, sino estaríamos en problemas — le balbuceo, pasando mi brazo alrededor de sus hombros. Soy algunos centímetros más alto, sí, pero no hace demasiada diferencia en un momento como este. Nuestro camino hasta el dormitorio debe ser algo tonto de ver, en especial si tenemos en cuenta mi modo de arrastrar los pies y como éstos se chocan con algunos de los bordes de los escalones cuando subimos. Nunca el decorado de esta casa me importó menos, así que apenas me doy cuenta cuando entramos al dormitorio y mis ojos se posan en la cama como si fuese el tesoro más preciado. Me encantaría poder regresar a mi casa, pero al no ser capaz de hacerlo esto es lo más tentador que he visto en toda la noche.

    Tomo asiento sobre el lecho y como un niño idiota me hago rebotar suavemente, hasta que me percato de lo que estoy haciendo y me detengo. Méndigo alcohol, me arrebata toda la dignidad que estaba tratando de mantener a diestra y siniestra. La sigo con la mirada y soy consciente de cómo ladeo la cabeza hacia un lado cuando la veo estirarse en busca de vaya a saber qué, hasta que se voltea hacia mí y la observo con toda la expresión de inocencia que creo que soy capaz. Incluso le pinto una sonrisita de labios apretados de persona que no estaba viendo nada hasta que me tiende las cosas — ¿Quieres que me dé una ducha? — tiene sentido, si consideramos que soy un asco andante, pero por alguna razón no me lo esperaba. Agarro las cosas entre mis brazos y las pego contra mi pecho — Si me caigo, supongo que te darás cuenta por el ruido — y realmente espero que no lo haga, porque ahí terminaría de perderme el respeto.

    Estiro el cuello para ver cómo sale del cuarto y procedo a pasar al baño, el cual es tan blanco que afecta momentáneamente mis ojos cansados. Cierro la puerta, acomodo las cosas sobre la tapa del inodoro y abro la ducha fría, a sabiendas de que es mi mejor opción en una situación como la actual. Solo bastan segundos para que me encuentre temblando bajo el chorro, quejándome del dolor que me producen las gotas golpeándome a toda velocidad, pero agradecido por como el sudor se limpia de mi piel. Por suerte, estoy tan apresurado por llegar a la cama que salgo de la ducha en pocos minutos, secándome con movimientos lentos pero firmes. Cuelgo la toalla y, acostumbrado a que alguien más lo haga por mí, dejo la ropa a un lado sin tocarla para empezar a vestirme con el bóxer y el pijama. Cuando salgo del baño con la anatomía como si me hubiesen matado a golpes, ya tengo el pantalón (el que me puse dando varios saltos por mi poco equilibrio actual) y me estoy pasando la remera por la cabeza, lo cual hace que tarde un momento en ver que Ariadna ha regresado, así que doy un bote hacia atrás y me choco torpemente contra un mueble, lo que provoca que algunos libros se caigan con un estruendo — Casi me das un paro cardíaco — la acuso, consciente de como mi pecho sube y baja a toda velocidad. A falta de mi varita a mano, son mis manos atropelladas las que tratan de acomodar los libros, hasta que me doy por vencido y los dejo con un chasquido de lengua. Me masajeo la panza en un intento de contener lo poco que aún queda revuelto y me acerco a la cama, arrastrando los pies descalzos — ¿Vas a quedarte a contarme un cuento? — tiro de las mantas y me subo al colchón, no muy seguro de si tengo frío o calor, así que tomo una sábana y solo cubro una de mis piernas — Creo que no uso uno de estos hace años — admito, pellizcando la tela del pijama que me cubre el pecho — Me siento un enfermero en prácticas. ¿Tienden a tener muchas visitas nocturnas o soy uno de esos casos aislados? — como si estuviese en mi propia casa, acomodo las enormes almohadas detrás de mi espalda y me recargo contra el respaldar, mirándola con tanta paz y confianza que realmente espero que no se note que por dentro estoy solamente rogando que la cubeta se quede cerca de la cama.
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    Ya quisiera, señor Powell.— Respondió esta vez al comentario del hombre intoxicado, sin soltar el agarre a su brazo, para que el termómetro hiciera su trabajo correctamente. —¿Esa simple canción? ¿Después de todo lo que he hecho por su salud?— Intentó mostrarse ofendida, sin embargo no lo consiguió durante tanto tiempo...Porque lo entendía. Ella tampoco le cantaba a desconocidos, amigos o familiares, tal vez ni su madre la había escuchado alguna vez.
    Una artificial claro, porque no creo que usted se dedique a regar plantas...— Agregó sonriendo de lado con algo de timidez y cuando el instrumento marcó la temperatura, lo retiró con cuidado para guardarlo.

    El Ministro hablaba acerca de sus actitudes y relaciones en el trabajo, y sin darse cuenta, Ariadna comenzó a enumerar en su mente las coincidencias o parecidos que tenía con su propia madre. Al completar los dedos de su mano decidió darse por vencida, no tenía sentido continuar por ahí.

    Cuando estaba recostada en el sofá, con un libro abierto sobre su vientre y la pila de mantas cubriendo sus piernas, lo que esperaba del resto de la noche era ver a su madre llegar de la oficina, tal vez beber juntas una taza de té y al final si, terminar cada una en su cama. Jamás en la vida hubiese imaginado que estaría llamando al señor Powell por su nombre y menos que su cuerpo casi caería sobre el de él.
    Haciendo uso de casi toda su fuerza, consiguió ayudarlo a ponerse de pie y comenzó a dirigirse hacia las escaleras. —Es la primer persona que me dice eso. De niña me torturaban por ser más alta que los niños.— Al recordar eso, empezó a reír por las anécdotas que podría contar...En otra ocasión.

    El dormitorio es bastante lujoso, los muebles, la tecnología instalada, los servicios, todo organizado mejor que en un hotel de 5 estrellas, sin embargo, lo que le encantaba a Ariadna de ese lugar, era la vista que tenía hacia los impresionantes jardines privados de la familia.
    Dejó al brujo sobre la cama, buscó las prendas que sabía que le harían falta, mas no pasó desapercibida su mirada sobre ella. —¿Se le perdió algo señor Powell?— Preguntó para incomodarlo a propósito y en un gesto involuntario, luego de entregarle las toallas y pijamas, intentó cubrir sus piernas con la fina bata.

    Exactamente, un buen baño le vendrá excelente...Y en verdad espero que eso no suceda, no por mi, si no por usted.— Rió y se dirigió hacia la salida de la habitación de invitados. —En unos minutos regreso.— Y cerró la puerta para darle mayor privacidad. Ella estaba acostumbrada a la desnudez, pero la imagen mental del Ministro caído en el baño, le causó un gran ataque de risa.

    Antes de volver a subir por las escaleras con la jarra de agua y la cubeta limpia, arregló un poco el sofá, limpió el recipiente con los trapos húmedos e incluso rebuscó en la alacena de la cocina un paquete de galletas simples. No sabía si el brujo tendría hambre, pero al menos serviría si quería estabilizar su estomago.

    Creyendo que todavía estaría debajo de la ducha, ingresó sin golpear y la sorpresa cayó sobre ella cuando lo vio apenas vistiéndose. Precioso cuerpo, sí. —Lo...lo siento señor...Hans. No sabía que eras tan veloz.— Dijo colocando el agua y los bizcochos en una de las mesas de luz y el balde junto a la cama. Si, esa fue ella haciendo una broma muy inapropiada. Ariadna, contrólate.

    ¿Un cuento?— Preguntó riendo y negó con la cabeza cruzando los brazos sobre su pecho. No sabía porqué, pero ver al hombre en pijamas, acomodándose en la cama, le causó mucha ternura. Nada que ver a lo que le transmitía cuando lo veía en los eventos importantes de la isla o Capitolio. —No estoy segura de conocer uno y por favor mantenlo puesto, somos personas decentes aquí dentro.— Pidió apuntando y moviendo su dedo indice sobre él.

    No solemos tener muchas visitas nocturnas...— Respondió con sinceridad y con cuidado se sentó en el borde de la cama. —Ahora, necesito que me diga a qué hora deben despertarlo para ir a trabajar, como suelo irme bastante temprano, Lady Cora ya estará despierta...— La rubia intentó acomodar varios mechones detrás de la oreja, pero de nuevo cayeron sobre su rostro como si nada. —Le avisaré para que tenga el desayuno listo y la ropa limpia, también dejaré una lista de los alimentos que evitará por al menos 3 días...O y si algo ocurre durante la noche, sólo grite.— Bromeó y se puso de pie para cerrar las pesadas cortinas color durazno oscuro, así los rayos del sol no lo molestarían durante el amanecer. —Mi habitación está a dos puertas de aquí, lo escucharé.— Explicó con una gran sonrisa amable.
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    No, nada — es una respuesta demasiado tranquila, incluso respaldada por el gesto de rascarme la nuca, aunque una parte de mí es consciente de que si ella ha preguntado es porque se percató de mi forma de actuar. Lo bueno es que no es ninguna niña quejosa, lo que evita un momento incómodo donde soy acusado de ser un idiota baboso. Tampoco he hecho nada ilegal… ¿No? Hago una muequita que deja bien en claro que imagino mi culo para arriba en la ducha, cosa que en verdad espero que no suceda porque sería un chismento bastante entretenido en caso de que un sirviente se entere, pero tengo fe en que mi salud no está tan mal como para terminar en esa situación.

    Mi cabeza se sacude de un lado al otro mientras le hago gestitos con las manos de que no se preocupe, porque tampoco es que haya visto algo fuera de este mundo; no es como si hubiese salido completamente desnudo y, siendo ella médica, de seguro está acostumbrada a ver algo de piel, a pesar de que no debe ser siempre en una situación como esta — No me toma mucho tiempo el ducharme — digo nomas como un simple dato al azar, tratando de no seguir la corriente de una broma que podría terminar en cualquier lado. No deberían dejarme medio ebrio, medio afiebrado en casas ajenas, mucho menos con una rubia de piernas eternas.

    La risa de Ariadna me toma por sorpresa pero se me contagia a medias, poniendo por un momento la expresión de cualquier persona que se siente decepcionada cuando le dicen que no pueden contarle un cuento. Claro que no pongo esa cara desde que tengo diez años, así que no sé bien qué es lo que sale ni por qué es que sale para empezar — No sé quién se piensa que soy, señorita Tremblay, pero no me ando desnudando en casas ajenas sin consentimiento — el tonito pomposo y falsamente educado torna mi boca en una mueca ladeada y divertida, aunque pronto carraspeo y finjo estar interesado en estirar la sábana — Prometo dejar todo arreglado en la mañana — al menos, lo suficiente como para que un elfo pueda encontrar las prendas sin error.

    Muevo un poco mi pie para que ella pueda sentarse en el borde de la cama sin aplastarlo, estirando mis labios en una sonrisa rápida — Me siento halagado por la excepción, entonces — sé que sabe que no estoy siendo una persona muy seria, pero pronto me regresa a la realidad y me palmeo una vez más la panza, tratando de evaluar si vomitaré o no durante toda mi jornada de trabajo en el día de mañana. ¿Qué hora es? ¿Cuántas horas tengo para dormir? Sé que es plena madrugada, pero mis ojos no enfocan bien el reloj de la mesa de noche y tampoco me esfuerzo demasiado. He conseguido mi puesto a base de esfuerzo, sí, pero también me permite el tomarme algunas libertades — A las ocho está bien. Llegaré un poco más tarde, pero no pueden culparme si consideramos lo que ha pasado. Eso es lo bueno de ser el jefe — mi rostro es puramente cómplice, aunque la expresión me cambia cuando menciona que debo hacer dieta. Resoplo y me hundo en las almohadas, no muy sorprendido de haber terminado de esta manera pero odiándolo de todas formas — O sea… ¿Si me estoy muriendo, solo tengo que gritar? — me río de mi propia lógica, aunque de un modo tan ronco que tengo que golpearme el pecho para evitar que me suba una nueva arcada — Me parece bien. ¿Te gustan los chocolates o el vino, Ariadna? — pregunto como si nada, mientras aprovecho a acostarme por completo, con una mano detrás de la cabeza para verla mejor — Ya que no me has dado motivos para demandarte… — otra broma — y no quieres mi dinero, déjame recompensarte de alguna manera. Podrías haberme dejado moribundo en tu entrada, si consideramos la hora en la que he llegado, e hiciste todo lo contrario. Un regalo no me parece una mala opción — y si se niega, le va a llegar de todas formas. A mí nadie me gana la última palabra.
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    Luego de cerrar las cortinas para que el sol no molestara al ministro durante el amanecer, Ariadna se agachó para comenzar a recoger los libros caídos y los acomodó según el orden alfabético.
    No tardó más de un par de minutos y definitivamente no borró su sonrisa durante todo el proceso. Todavía no entendía porqué estaba haciendo bromas con ese hombre desconocido para ella, sólo estaba segura de que le gustaba más su lado infantil ebrio, que la máscara seria que usaba durante los eventos exclusivos de la Isla y demás.

    No pienso que es nadie, señor Powell. Usted es un completo extraño para mi, por eso la advertencia. No me gustaría que la pobre Lady Cora, cuando venga a despertarlo, lo primero que vea por la mañana sea su pene y testículos. Es todo.— Comentó sin pelos en la lengua y sonriendo se acomodó sobre el borde de la cama. Durante unos segundos su mirada se mantuvo fija en el ramo de flores que adornaba la mesa de luz y aclarando la garganta, volvió a mirar al hombre. —Creo que he recordado uno de los cuentos que papá solía contarme antes de dormir, ¿Quiere oírlo?— Preguntó mordiendo su labio inferior, no solía ser insegura, pero tampoco sabía muy bien como mantener una conversación durante tanto tiempo y no involucrar palabras tales como "erupciones", "coágulos", "tumores", ect. —Puede negarse y lo dejaré descansar....Y no se preocupe por eso, señor Powell, "para eso están los elfos".— Repitió con sarcasmo sus mismas palabras.

    Ariadna frunció el ceño, observando como el mayor volvía a jugar con su vientre y para disimular un poco la gracia que le daba, se puso de pie y distraída caminó con los brazos cruzados, leyendo los títulos de los libros que anteriormente había acomodado. —A las ocho le diré entonces... y exacto, aprendió rápido a pesar de que su cerebro sigue nublado por el alcohol ingerido. Si necesita algo, sólo debe gritar.

    La pregunta la toma por sorpresa, pues ninguno de sus pacientes se había preocupado por agradecerle, así que sin poder evitar la ocasión, lo miró fijamente y negó con la cabeza. —Me ha tenido hasta altas horas de la madrugada despierta, cuando debo levantarme en menos de tres horas, me ha vomitado encima y no ha quitado la mirada de mi trasero ¿En serio quiere arreglar todo con un simple chocolate o vino? No sé quién se cree que soy, pero menos de un diamante o tal vez un bolso de marca última moda, no recibiré.

    Esperó unos segundos y la risa brotó con demasiado entusiasmo, claro que le dio la espalda y aclaró la voz antes de volver a girar para enfrentarlo. —Ya, hablando en serio, no necesito nada...El mejor regalo que me puede dar es cumplir con mis indicaciones de dieta. Así estaré tranquila de que no va a morir sólo en su casa.
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    Soy un hombre adulto, estoy acostumbrado a ciertos términos y vocabularios, pero me es imposible no arquear mis cejas con sorpresa cuando Ariadna no tiene reparos en hablar de genitales. No es que tenga nada de malo, sino que normalmente no la escucho decir más de dos palabras seguidas — Tapado y vestido, entonces, entendido — solo para hacer énfasis en mis palabras, tiro de las sábanas hasta cubrirme un poco más el torso. Me encojo de hombros porque no sé de que tipo de cuentos está hablando, pero siendo franco, dudo mucho prestarle atención. Mi cabeza no anda con todas las luces como para seguir una idea por demasiado tiempo — Si tú quieres… — se lo dejo a su elección, notando el sarcasmo de la siguiente frase. En respuesta, solo le sonrío a pesar de rodar los ojos con un suspiro.

    Solo gritar, entendido. Que patético sería encontrarme siendo una bocina vomitiva a las cinco de la mañana, pero creo que no tengo otra opción. ¿No? Rayos, odio esto de no tener una lista para elegir y quedarme con la más favorable. ¿Así es para el resto de las personas? Alguna vez recibí órdenes estrictas, pero ya no lo recuerdo, al menos no en ese tono. Esto de ser como los demás por cinco minutos no me gusta en lo absoluto, mucho menos el hacerlo mientras tengo que usar pijamas de enfermero. Da igual, le asiento con la cabeza y alzo mi pulgar. Puedo intentarlo, aunque no me haga gracia.

    La lista por sí sola debería bastar para hacerme sentir culpable, pero es una de las cosas que dice la que me hace abrir la boca con una expresión de indignación que intenta disimular una risa — ¿Yo? Yo no he mirado nada — Mentira, y sé muy bien que lo sabe. Puedo ser disimulado cuando estoy en mis cabales, pero ahora mismo no puedo negar ni afirmar que no se me escapó la obviedad. Al menos, su risa me permite reír como si hubiese conseguido un pase libre para hacerlo y aliso las sábanas con las manos — No voy a morir solo. Tengo a mis empleados — o sea sí, solo. Mis ojos la observan de soslayo, tratando de conectar los puntos de la conversación para no sentir que me he perdido del todo — De todos modos, no seré tan desconsiderado. ¿Qué bolso? — aún no sé si bromeo o no, pero bueno. Termino de hundirme por completo y me acomodo ligeramente sobre uno de mis costados, apoyándome en el brazo para ser capaz de verla — Lamento eso de mirarte… ya sabes, tienes un buen… no importa. Perdón — cierro mis párpados con fuerza y me los froto antes de hacer lo mismo con las sienes. Ya debería callarme, o mañana cuando recupere la total sobriedad voy a querer morirme — En mi defensa, no suelen darse cuenta de cuando lo hago. Ya. Buenas noches — por las dudas de que quiera refutar lo que acabo de decir, me doy vuelta para darle la espalda, me acurruco y tiro de las mantas hasta taparme el mentón. El escalofrío que me recorre es por culpa de mi temperatura corporal, eso lo aseguro.
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    La respuesta del ministro, sin lugar a dudas, le dio a entender que prefería dormir y no escucharla parlotear acerca de un cuento, el cual probablemente no era cierto.
    Fingió estar concentrada en el perfecto esmalte rosa pálido de sus pies, mientras reía por las expresiones y gestos de Hans. —Entonces estamos en la misma página.— Afirmó moviendo la cabeza hacia arriba y abajo.

    Cuando entrecerró los ojos, dio un brinco fuera de la cama y arrugó la nariz con disgusto, había estado tan preocupada en ayudar al hombre, que no había recordado limpiar el vomito de sus piernas. —Ya, no has mirado nada, no te preocupes.— Le respondió caminando hacia el baño interno, sin embargo se detuvo al escuchar la continuación. —¿Un buen?— Interrogó con los brazos cruzados, volvió a negar de inmediato y a los pocos minutos se escuchó el ruido del agua caer.
    No le tomó mucho tiempo el lavarse y secarse, para posteriormente regresar al borde de la cama donde notó como un niño pequeño se escondía entre las sabanas.

    En tú defensa, eso es horrible, ahora hazte a un lado.— Comentó y aprovechando el tamaño enorme de la cama, se movió para acomodarse acostada junto a él, pero a una distancia prudente. Robó una de las almohadas y cuando estaba perfecta, cerró los ojos y empezó a hablar en susurro. —Había una vez un brujo joven, atractivo, talentoso y rico que había decidido no enamorarse, ya que no quería comportarse como un idiota...como les pasaba a sus amigos. Así pues, empleó las artes oscuras para evitarlo.
    Todos decían que cambiaría cuando se enamorara de alguna mujer y aunque varias doncellas utilizaban sus encantos para seducirlo, ninguna consiguió cautivar su corazón.
    — Se removió para quedar de lado y abrió sus parpados, para observar al ministro. —Los amigos del brujo comenzaron a casarse y tener hijos, los cuales lloraban y hacían que el joven brujo se felicitara por la decisión que había tomado.— Ariadna soltó un suave suspiro, acomodó el cabello que caía sobre su rostro y continuó. —No lloró cuando sus padres murieron, al contrario, se alegró, ya que ahora el reinaría en el castillo él sólo. Guardó su mayor tesoro en el sótano y se entregó a una vida de lujo y desahogo... El pensaba que todos envidiaban su soledad, pero un día escuchó a dos lacayos hablando de él. Uno dijo sentir pena por su soledad, pero el otro preguntó riendo cual sería la razón de que un hombre con tanto oro y dueño de un castillo no consiguiera una esposa, lo que llegó al orgullo del mago. Por esto decidió casarse de inmediato con una doncella como ninguna otra...
    Ariadna T. Tremblay
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    Hans M. Powell
    Ministro de Justicia
    Un buen… — Nada — es lo último que pienso decir sobre el tema. Si fuese otra mujer, cualquier otra, sé que le hubiese contestado con sinceridad y dejado que la situación siguiese el curso normal. Y no, no es una actitud de cerdo machista, porque sé muy bien que las mujeres también miran y también opinan cuando lo desean, así que es más bien un modo de evitarse hipocresías y rodeos. Pero Ariadna es mi vecina, hija de una colega y ex profesora y no diré nada sobre su cuerpo, porque sé lo que me conviene. Ya dicen cientos de cosas sobre mí, como para sumarle un escándalo que me giraría en la consciencia, esa que increíblemente tengo aunque la gente diga que no.

    ¡Ellas también lo hacen! — me quejo con la voz ahogada entre mi brazo en la almohada, pero me encuentro completamente desconcertado cuando el peso en la cama me indica que se está acostando conmigo. ¿Es en serio? Una vez que estoy tratando de portarme bien… ¿Y esto pasa? ¿Qué sigue ahora, que me ande haciendo masajes? Me muevo automáticamente para alejarme un poco más de ella, apenas echándole un vistazo sobre el hombro y paso un brazo por debajo de la almohada, donde vuelvo a acomodarme. Para mí suerte, su voz empieza a contar la historia prometida y, para cuando vuelvo a cerrar los ojos, se me ha pintado una sonrisa cargada de diversión en el rostro. No puedo creerlo. Espero que no quiera que nos hagamos trenzas o algo así porque creo que ya he tenido suficiente por una noche.

    Joven, atractivo, talentoso, rico… — ¿Se llamaba Hans, por casualidad? — bromeo en un murmullo. Me ahorro la parte de que además no quería saber nada con el amor, porque creo que eso es algo que siempre he demostrado desde que Audrey y yo terminamos hace más de una década. No es hasta que la historia continúa, que la reconozco — ¿No es esa del brujo que se come el corazón? Me gustaba ese cuento cuando era niño — mamá me lo contaba, como parte de una larga tradición de magos que mi padre desconocía — Lo siento, continúa — abro los ojos, me giro en la cama y me pongo de costado, frente a ella, manteniendo el brazo bajo la almohada. La escucho un momento, aunque escupo un pensamiento al azar que me brota de la nada — No recuerdo la última vez que hablé tanto con una mujer en una misma cama — admito, torciendo el gesto con sorpresa e incredulidad ante mi propio mérito. Intento reprimir un bostezo, así que pego la boca a la almohada un momento y vuelvo a frotar la mejilla, entrecerrando la mirada — Sabes que tu madre puede hacer preguntas si llega y nos encuentra en el mismo colchón. ¿No? — murmuro, aunque la simple idea me pinta una sonrisa divertida — He tenido que darle muchas explicaciones cuando estudiaba con ella, pero nunca una así.
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    Definitivamente no tenía idea de qué rayos estaba haciendo, ¿por qué se había acomodado en la cama con él? Y...¿Por qué le contaba un cuento cuando el ministro había dejado en claro que sólo quería dormir? Que estúpida era.
    Si quiere que el personaje se llame Hans, no hay problema.— Comentó con una mueca bromista, ella sabía cómo terminaba la historia. Abrió la boca para continuar el relato, cuando la segunda interrupción llegó y sin contenerse, picó con el dedo indice la boca del estomago del hombre. —¿Quiere contar usted el cuento?— Arqueó las cejas y al mismo tiempo movió la almohada para estar un poco más a gusto. —Vale, señor Powell, cierre la boca y trate de dormir.

    Ariadna hacia tiempo que no leía historias para niños, sin embargo esa racha había acabado cuando una noche en el hospital, tuvo que quedarse cuidando a un brujo herido.
    Este había enviudado tan sólo unos meses atrás y había quedado sólo con una niña de no más de 6 años.
    Para poder calmarla, estuvo horas leyendo cuento tras cuento y esa era la razón por la cual recordaba con tanta claridad el famoso cuento de El Corazón Peludo del Brujo.
    Para su suerte, al día siguiente en que decidió buscarla, una doncella que cumplía todas las características que él pedía, llegó a la región. El brujo comenzó a cortejarla, y sorprendió a varios por el cambio de actitud, le dijeron a la doncella que había logrado lo que nadie antes.
    La doncella se sentía fascinada, y al mismo tiempo repelida por las atenciones del brujo, ya que jamás había conocido a un hombre tan frío y distante. Como los parientes de ésta pensaron que era una unión conveniente, aceptaron la invitación al banquete que el brujo organizaba en honor a la doncella.


    La tercera interrupción llega y entonces la rubia decide dejar de lado el cuento, ya que no tenía sentido seguirlo. Intentando mantener la distancia, frunce los labios y al mismo tiempo los humedece con la lengua. —"Me siento halagada por la excepción, entonces".— Responde y una pequeña carcajada brota de sus boca. Obviamente la hija de la ministra de educación sabe controlarse, así que vuelve a su estado de seriedad...Aunque culpa del cansancio, sus parpados se sienten algo pesados. —Yo...— No, chica, por ahí no. Esa información no se revela. —Mi madre no vendría a la habitación de invitados y en caso de hacerlo, sabría que esto es únicamente por trabajo. No es para nada mi tipo, señor Powell.

    ¿No era su tipo? Ariadna abre los ojos abruptamente y sonríe tratando de explicarse mejor. —Quiero decir, no hay que dar explicación alguna porque nada ha ocurrido. Ya, duérmete. — Y para hacer énfasis en sus palabras, estira la mano y tapa la cabeza del ministro con las sabanas.
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    No sé que me causa más gracia, si su modo de retarme, de picarme o que me siga el juego por dos segundos. Pero el cuento sigue, así que intento esto de ser una persona que presta atención a lo que sale de la boca de los demás, pero es obvio que no lo consigo. Nadie puede culparme: no tengo el mejor de mis estados.

    Hace uso de mis palabras y se me escapan las cejas hacia arriba, sin saber si reírme o no así que solo mantengo una sonrisa incrédula. Veamos, la primera vez que vi a Ariadna ella tendría unos… ¿Nueve, diez años? Fue al pasar, como cuando ves a los hijos de tus profesores pasar por el colegio, pero es una imagen demasiado opuesta a la que tengo ahora. Vacila al hablar, lo que hace que apriete un poco la almohada para darle más volumen, alzar más mi cabeza y poder verla mejor. Esa aclaración me arrebata una risa algo elevada para estas horas de la noche, pero no puedo evitarlo en lo absoluto — Oh, bueno, es genial saberlo, señorita Tremblay — respondo en tono divertido y, a pesar de que todavía sueno enfermo y tembloroso, la actitud cínica se parece mucho más a mi yo de todos los días que al hombre que fui las últimas horas. Y remarca que nada ha ocurrido, me manda a dormir y de golpe me encuentro cubierto como un muerto en la morgue, arrebatándome otra risita que en otro momento yo calificaría como infantil. Recuérdenme otra vez: ¿por qué bebí tanto esta noche?

    Sé que nada ha ocurrido, estuve aquí todo el tiempo — empujo la sábana para poder respirar y la aprieto contra mi pecho, haciéndola una bolita entre mis dedos — Y puedes quedarte tranquila. No voy a decir que no eres mi tipo, porque creo que no tengo uno — siempre me bastó con que la mujer de turno me pareciera atrayente de alguna u otra forma, así de simple — pero jamás intentaría algo con la hija de alguien a quien respeto muchísimo. Sé lo que dicen de mí, pero ya sabes… no siempre las cosas son taaan así — si nos basáramos en los rumores, cualquiera creería que yo me metí en su cama sin un gramo de alcohol y no todo lo opuesto — No soy un… ¿Cómo fue que me llamó la vieja del diario amarillista? — intento hacer memoria, poniéndome boca arriba como si la visión del techo pudiese ser de ayuda — Ah sí. “Un sátiro con complejo de dandy”. Creo que vendió bien, pero fue algo ofensivo — ahora que lo pienso bien, es tan bizarro que me quita una vaga risa. Tengo mi vida privada y sé que me tomo libertades o placeres que otros no, pero creo que nunca he sido tan extremista.

    Me quedo pensativo unos segundos, sintiendo como la cabeza parece girar frente a la sensación de debilidad luego de haber estado hirviendo en fiebre. La sonrisa se me apaga un poco y meto la mano bajo mi cabeza, picándome el pecho con los dedos contrarios — ¿Crees en lo que las demás personas dicen? — no sé por qué pregunto eso. Tampoco sé muy bien por qué bajo la voz y sueno tan dudoso — No todos, pero muchos me han calificado como al brujo de tu historia. Como si fueses incapaz de sentir algo hasta cometer crímenes inhumanos — como el comerse el corazón de alguien puro, lo cual es demasiado gráfico hasta para mí. No sé por qué me gustaba esa historia cuando era niño. Carraspeo, repentinamente consciente de la estupidez que estoy diciendo — Olvídalo. Solo me resulta llamativo como se ve todo desde afuera — no niego que muchas personas tienen motivos para odiarme, pero no me considero un monstruo. Mucho menos uno de corazón peludo. ¿No?
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    Ya había perdido la noción del tiempo y sabía que por la mañana se arrepentiría sin duda alguna. Ariadna se relajó bastante e incluso sin quitarse la bata, se recostó de lado y colocó sobre su cuerpo un pedazo de sábana, no quería molestar al hombre pidiéndole que se corriera. —Creí que usted era el juez, ¿Acaso la palabra de una persona ebria, al momento del hecho, vale dentro del juicio?— Preguntó con una pequeña sonrisa ladeada. —Usted está intoxicado y ebrio, fácilmente podría haber abusado de usted y no lo recordaría.— Sus mejillas se sonrojaron por completo y esta vez la mano cubrió su propia cara. —Olvide eso, lo que quiero decir es que lo que usted diga frente a mi madre, no bastará o no tendrá validez.

    El titular del diario le hace reír, sin embargo la inesperada pregunta le quita todo lo divertido al momento.
    Esta vez no quiso meter la pata, cerró los ojos y fingió estar dormida, mas lo único que hacia era pensar en una respuesta honesta.
    Un par de minutos después, se removió un poco y en voz baja, susurró. —Nunca hay que creer en todo lo que nos dicen, no hay dos caras de la misma historia, hay miles de ellas. Sólo...Tú con tus acciones has ayudado mucho a la prensa y como dice el dicho: "hazte la fama y échate a dormir".— La rubia colocó ambas manos debajo de su mejilla, si apartar la mirada del Ministro. —Tienes una reputación que no envidio, pero se borrará con el tiempo, tardará más de lo que quieres, pero lo hará.— Elevó las comisuras de sus labios y lo pateó juguetonamente, sin intención de provocar daño. —Resiste...o disfruta.

    Ari volvió a darse la vuelta dándole la espalda, pero sólo durante unos segundos, para apagar la luz y dejar encendido el tenue velador. —Puedes demostrarles que están equivocados, puedes hacerlo con hechos.— Un pequeño bostezo interrumpió su frase, así que se detuvo unos segundos y luego continuó. —Pero si te soy honesta, no creo que tú quieras eso..¿O me equivoco?
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