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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    James G. Byrne
    Fugitivo
    Me levantan con un grito y un golpe en los barrotes que me despierta con un sobresalto, ese que provoca que le pegue una patada a Andrew en la cara, una que me vale que me golpeé entre sueños con un gruñido cargado de furia. Tengo que pestañar varias veces hasta que enfoco al guardia que tengo de pie y basta un movimiento de su varita para que mi cuerpo se eleve, haciéndome tropezar por culpa del agotamiento y la confusión. ¿Qué está sucediendo? ¿Qué alguien quiere un esclavo joven y qué? ¿Qué yo soy el que está más limpio? Maldita ducha de ayer, me jodió las horas de sueño.

    Me sacan de la celda con una velocidad algo alarmante, lo que me hace pensar que, quien sea la persona que ha venido, debe ser de suma importancia. Por inercia mis dedos se aferran a los barrotes por un breve momento antes de que me empujen y puedo ver los ojos de mis compañeros de celda, tratando de encontrar a Andrew o a Sami para decirles algo, lo que sea. Da igual, porque soy incapaz de decir mucho y pronto los pierdo de vista, notando lo increíblemente nervioso que me encuentro. Repentinamente estoy en una sala que no he pisado en mucho tiempo, rodeado de más aurores de lo que debería considerarse normal y tardo solo unos segundos en fijarme en la mujer que tengo delante. Se ve pulcra, quizá demasiado alta y hay algo en su aura que me obliga a retroceder un paso a pesar de que el guardia me empuja por la espalda para que sea incapaz de alejarme demasiado. Yo he visto ese rostro, pero no recuerdo dónde. Basta con que el encargado del mercado la llame “ministra” que sepa que se trata de uno de esos indeseables que tanta repugnancia me provocan… y que no tiene mejor idea de empezar a toquetearme.

    Reconozco la mirada del encargado y sé que me está amenazando para que no vuelva a cometer una estupidez, así que me limito a enderezar la mandíbula y soportar la minuciosa inspección con los puños apretados, respondiendo con unos simples “sí, señora” y “no, señora” a cada pregunta que la mujer realiza. Me siento patético, minúsculo y atrapado. ¿Puedo escapar, o acabarán creyendo que no soy digno de seguir manteniendo y todo terminará en una ejecución pública? ¿Qué sucede si me niego a que me ponga un dedo encima? Pero la punta de la varita que se acaba clavando en mi espalda me deja bien en claro que debo quedarme quieto y eso hago, aunque mis ojos helados siguen de un lado al otro a la desconocida hasta que, con horror, puedo ver la entrega de dinero suceder justo delante de mi nariz. No, no, no, no. Esto no puede estar pasando.

    Firma de papeles como si fuese un perro y pronto estoy siendo arrastrado fuera del mercado por un auror que se toma el trabajo de manejarme en lugar de la ministra, siguiéndola como si fuese una sombra a los ojos curiosos de los esclavos que se asoman entre las rejas, muchos de ellos chiflando ante dicha presencia y situación. Sé que busco algún rostro amigo entre la multitud, pero pronto la luz solar me da de lleno en la cara y cierro los ojos por inercia, aún sin sentirme del todo despierto. Hay un elfo de aspecto fruncido esperando en la entrada, lo que asumo que se trata de quien viajará con nosotros. Una sacudida y sé que me han obligado a desaparecer, pisando repentinamente el suelo de lo que parece ser un lujoso muelle. Giro el rostro y ahí está, el agua. Jamás he visto una playa en mi vida, pero nunca pensé que los colores serían tan claros como para hacerme doler la cabeza.

    Es obvio, pero hay un chequeo de seguridad que pasamos sin ningún problema y, desaparición aparte, repentinamente estamos en una sala demasiado lujosa como para que me sostenga aún más fuerte del elfo que me sostiene. No estoy acostumbrado a las apariciones por temas lógicos, pero es mucho peor el tratar de acoplar mis ojos a tanto brillo. ¿Es eso una escalera? ¿Hay espejos de ese tamaño? Jamás he visto mucho nada tan grande ni tan imponente, así que ni me doy cuenta cuando el elfo se va y quedo a solas con mi nueva ama. Mi ama. Necesito vomitar.

    No es hasta que dejo de chequear el vestíbulo con la vista, que me giro hacia ella y mi lengua me traiciona antes de que pueda pensarlo — ¿Por qué yo? — escupo, aunque acabo mordiéndome el interior de la mejilla — señora.
    James G. Byrne
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    Eloise R. Leblanc
    Ministro de Educación
    Tenía que admitir que no tenía necesidad alguna de comprar un esclavo. Tenía elfos suficientes para mantener mi estilo de vida a la perfección y, en las pocas veces en las que necesitaba de algún servicio en particular para atender reuniones o fiestas celebradas en mi casa, me bastaba con contratar un catering u ordenar a mis elfos a que atendieran a los invitados con magia. No es que tuviese tampoco muchos eventos para celebrar, pero no tenía la necesidad de ocupar un esclavo en esos momentos; y mucho menos en el día a día. No me confiaba demasiado de los humanos como para darles acceso a mi hogar, y mucho menos para darles acceso a mi hija.

    Claro que las personas cambian de opinión y si bien seguía sin la necesidad de comprar un esclavo, si tenía la curiosidad. ¿Qué tanta utilidad podían tener como criaturas sin un ápice de magia en el cuerpo? ¿Hasta dónde llegaba su potencial? ¿Podían ser educados? Como profesora era una ferviente creyente de que todos podían aprender con la correcta instrucción y había demostrado mi teoría todas las veces que la había puesto en práctica. ¿Qué es lo que me impedía comprar uno entonces? Ariadna era grande y no una niña a la que podían engatusar, engañar o maniatar de alguna manera; sin mencionar que era una bruja del mejor calibre. No había peligro alguno en traer un esclavo a mi hogar, y con sinceridad: ya era tiempo.

    No había sido una decisión de un día para otro, lo había evaluado y considerado desde todos los ángulos; había hablado con mi hija, e incluso les había avisado a mis elfos antes de dirigirme esta mañana al mercado de esclavos. No estaba segura de qué esperar al llegar allí, pero no tardé en darme cuenta de que sí estaba convencida de qué era lo que no esperaba si es que las primeras tres muestras rechazadas decían algo de mí.

    No me interesaban las esclavas, claro está. La primera muchacha que me mostraron tenía una mirada que lo decía todo y, si bien no debía juzgar a un libro por su portada, no necesitaba un niño lloriqueando en pocos meses si es que la curvatura de su vientre era indicador de algo. Tampoco me interesaban los niños pequeños, necesitaría demasiado tiempo y paciencia, y al menos el primero era algo que realmente no podía derrochar para educar a un muchachito que probablemente no supiera siquiera cortar una hogaza de pan. Tampoco tenía paciencia para soportar la inutilidad del jefe del mercado de esclavos, y tras dejar en claro que no toleraba la incompetencia en ningún aspecto, por fin pudo entender por dónde iba mi línea de pensamiento.

    De estar vivo todavía, mi marido hubiese podido reconocer en segundos el pensamiento que se refleja en mi mirada cuando me presentan al muchachito delgado y casi que hasta desalineado; pero el resto de la sala simplemente me mira con resignación y casi que hasta desgano en lo que demoro unos segundos en observarlos. No me sorprende, los aurores están acostumbrados a otro tipo de escenario en las mañanas, pero su presencia es una medida protocolar y sinceramente, poco me importa su entretenimiento. Me concentro más en la mercancía que tengo delante y me dispongo a inspeccionarlo de la manera más minuciosa posible.

    Ni siquiera me importan la mitad de las preguntas que hago, estoy más interesada en medir sus reacciones; y no me decepciona. El papeleo demora solo unos pocos minutos, y antes de lo que incluso yo hubiera esperado, tengo un esclavo en el vestíbulo de mi hogar. - Qué pregunta más interesante… - Me sorprendo cuando se dirige a mí, y noto que, pese a que su expediente dice que ha pertenecido a otra familia antes, no tiene arraigadas las costumbres que corresponden a los de su clase. - A menos que sea para comunicarme algo, debes esperar la indicación correcta antes de dirigirte a mí… ¿Cuál es tu nombre? - Es James, lo sé. Pero la forma de presentarse de alguien siempre era algo interesante de ver. - No sé qué tanta instrucción tengan en el mercado, pero mi nombre es Eloise Leblanc y soy la ministra de educación. Ahora dime, sabiendo quien soy… ¿hay algún motivo por el cuál no tendrías que haber sido tú? - No sé si pueda entender a dónde quiero llegar, pero si tuvo agallas para consultarme, también deberá tenerlas para responder.
    Eloise R. Leblanc
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    James G. Byrne
    Fugitivo
    Oír su voz hace que apriete mis puños, tratando de respirar con calma a pesar de que sé que me estoy demostrando como alguien demasiado desafiante para ser un esclavo. Pero también sé que ella me ve como una parte de su bonita decoración, así que no puedo destensar la mandíbula incluso aunque así lo deseara. Intento no sonreírle con sorna, pero sé que mi cabeza se ladea momentáneamente hacia un lado — Lo siento… señora — murmuro entre dientes. Enderezo un poco mi espalda y trato de mantenerle la mirada — Soy James, señora. James Byrne — una vez me dijeron que al presentarme ante un mago o bruja debería inclinarme, pero no voy a hacerlo. Ahora mismo, me siento como un animal enjaulado.

    Me tomo los segundos en los que habla para echar otra mirada al vestíbulo, principalmente a la enorme escalera que se alza frente a mí. ¿Cuántas personas viven aquí y por qué necesitan de un esclavo? Que yo sepa, los elfos domésticos son una mejor inversión. No entiendo como es que yo, entre todos los esclavos del mercado, soy el que terminó dentro de la isla ministerial. Siento que el destino se me está riendo en la cara.

    Se presenta como Eloise Leblanc y yo vuelvo a ella, asintiendo una sola vez con firmeza para dejarle en claro que me he guardado su nombre, su posición y el factor de que tiene el poder de hacer lo que le plazca conmigo — Porque mi historial no es el adecuado para una persona como usted, señora Leblanc— intento tomar el tono más educado que soy capaz, pero sé que también alzo el mentón y enderezo un poco mi espalda — Hay esclavos más fuertes, más competentes. Yo solo soy… yo. Y sé que sabe de mi expediente — con algo de descaro, me encojo de hombros — Solo creí que una persona como usted tendría un mejor criterio al momento de comprar un esclavo — sé que estoy siendo un insolente, pero es que… vamos.
    James G. Byrne
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    Eloise R. Leblanc
    Ministro de Educación
    Poco me falta para relamerme los labios ante su carácter… festivo. - Pues bueno James Byrne… Bienvenido. - Acto seguido me doy media vuelta y le hago una seña para que me siga. Cruzo el vestíbulo a zancadas, disfrutando de como resuenan mis zapatos contra el mármol haciendo eco contra las altas paredes. No tardo en llegar a mi sillón favorito y, sin demasiada parsimonia me dejo caer en él, chasqueando los dedos en una clara petición. Acto seguido, Gaspard aparece con mi vaso y le hago una leve inclinación de cabeza a modo de reconocimiento.

    No lo invito a sentarse, no por crueldad necesariamente, sino porque además de que no confío en la pulcritud de su persona, todavía quería seguir investigándolo. Doy un trago a la bebida, dejo escapar un suspiro de satisfacción y vuelvo a centrar mi mirada en él. - Sobre lo que dijiste antes… puede que no lo entiendas, pero estoy convencida de que mi criterio fue excelente. - No tenía un mal cerebro dentro de esa cabeza, pero aun así le dedico una amplia sonrisa antes de hablar. - No necesito esclavos más fuertes, o siquiera competentes. Soy una educadora James, y como tal, encuentro satisfacción al instruir a los demás. - Y podría ser costoso, en más de un sentido, pero es una decisión que ya estaba tomada.

    Me agrada su espíritu casi que cargado de rabia, y le perdono sus insolencias… hoy al menos. - ¿Crees que podrías aprender el oficio? - Es una pregunta en la que solamente aceptaría un Sí, como respuesta, pero que siempre me gustaba hacer. - ¿Qué edad tienes, James? - Doy un trago más, y espero que no sea uno de eso treintiañeros que se veían como adolescentes por alguna razón, porque sino sí tendría que opinar que mi como alguien con mejor criterio que esto.
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    James G. Byrne
    Fugitivo
    Seguirla es pura cortesía y obligación, en especial porque sé que no me queda otra opción. Ser un esclavo significa estar donde mi ama lo decida, pero mis pasos se arrastran hacia ella como si se tratase del andar de un condenado a la horca. La aparición del elfo me toma por sorpresa y sé que me lanza un rápido vistazo bastante escrutador, pero intento mantener la compostura. Me quedo aún pendiente de la criatura por unos segundos, lo que me lleva a levantar los ojos hacia la rubia con un “¿Umm?” algo perdido. No sé si puedo tomarla en serio con algo de alcohol entre sus manos a esta hora, pero algo me dice que debería hacerlo — Entonces debe tener una paciencia exquisita, señora — uno mis manos detrás de mi espalda y acomodo mi postura, atreviéndome a sonreír vagamente ante lo que sospecho que ha sido una broma de mi parte. Si planea educarme, verla intentarlo va a ser mi entretenimiento.

    Sé que no es lo que un mago común espera, pero me encojo de hombros ante su pregunta inicial, torciendo la boca en un gesto de “yo qué sé” No lo he intentado en años — confieso — Pero creo que podría hacerlo. Usted se cree una buena educadora, ¿no es así? — ¿Por qué soy tan boca floja? No sé si debería o no estar agradecido con Andrew y sus malas influencias. Supongo que voy a poder averiguarlo en caso de que me castiguen o no — Supongo que cualquier inútil puede fregar el suelo — yo no me considero un idiota, pero sí sé que peco de poseer una impecable torpeza. Ya va a averiguarlo por ella misma.

    Lo siguiente es lo que me deja dudoso. Frunzo un poco el entrecejo debajo del desordenado cabello y trato de hacer memoria con los labios apretados, manteniendo la vista en un cuadro posiblemente costoso como si eso pudiese ser de ayuda — Diecinueve o veinte. A veces pierdo la cuenta, pero… sí, creo que veinte. Nací el 25 de octubre del 2447, si no fallo en cuentas — es una fecha que recuerdo como un dato de vital importancia, pero que a veces me hace dudar de su veracidad. No contamos con calendarios en el mercado, así que llevar la cuenta también es complicado — ¿Por qué, es importante? — vuelvo la vista a ella, pasando el peso de mis talones a mis dedos — ¿Qué edad tiene usted, señora Leblanc? — es una pregunta fuera de lugar, también lo sé, pero increíblemente relajo mi torso — Supongo que los esclavos nos ponemos más inútiles con los años y por eso le importa. ¿Es lo mismo para los magos o ustedes son de tener la creencia de que la experiencia hace al poder? ya, Jim, cállate, que se te notan las burlas.
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    Me relamo los labios con sutileza, sin saber del todo si es por culpa de la bebida o por la situación que tengo delante. Tenía debilidad por los casos difíciles, y lo mire por donde lo mire James podía ser considerado un caso difícil. - Exquisita sí… pero no infinita. Tenlo en cuenta - Le advierto señalándolo con el vaso que tengo en la mano, estirando el dedo índice para mayor efecto.

    Analizo cada uno de sus gestos, su postura y su completa indiferencia ante su destino, con una renovada frescura que no esperaba encontrar cuando me decidí por comprar un esclavo. - No me lo creo. Soy una buena educadora, una de las mejores de hecho. Aunque dudo mucho que concuerdes con mis métodos. - Era un humano y era un esclavo, claramente no iba a ser lo mismo que educar a mis niños. Sería un experimento a largo plazo, con más libertades. Dejo el vaso en la mesita ratona, me cruzo de piernas y saco la varita, observándola como si tuviese que decidir que hechizos utilizar en su persona ante ciertas situaciones.

    - ¿Qué edad crees que tengo? - Me intriga su pregunta y me intriga aún más la respuesta que pueda darme. Tenía colegas y trabajadores que no se atrevían a sostenerme una conversación ni estando ebrios, que un humano de veinte años lo hiciera… - No me molestan las preguntas, son la base del aprendizaje. Pero te aconsejo que cuides un poco más tus expresiones, ni siquiera con mi hija me he reprimido cuando de lavar bocas se trata… - No podía dejar que ningún esclavo en mi presencia hiciese cualquier tipo de insinuaciones contra nuestra raza, por más interesante que pudiese parecer. - No creo que la gente se vuelva inútil con la edad; pero tampoco opino que la edad y la experiencia vayan de la mano. He visto niños de la mitad de tu edad mucho más capaces que la mitad de los adultos que conozco. - Los juegos antes, y la arena ahora eran prueba más que suficiente de que la edad no era un factor importante en muchas cosas. - ¿Cuál es la impresión que tienes de los magos, James? Puedes contestar con sinceridad. Es la única vez en la que te daré el permiso de opinar libremente sobre este tema.
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    James G. Byrne
    Fugitivo
    Su método de vida ya de por sí es algo en lo que no concuerdo, pero no soy tan estúpido como para decírselo, a pesar de que creo que queda en evidencia por como ensancho momentáneamente los ojos. Ver la varita, por otro lado, me obliga a retroceder un paso por pura inercia, más por precaución que cualquier otra cosa. Ella no amaga a usarla contra mí, pero tomo eso como una muestra de intimidación: si ella lo quisiera, yo podría estar en el suelo retorciéndome de dolor en dos segundos.

    Que me haga dicha pregunta me deja un poco desconcertado, porque no creí que me diera esa libertad, aunque sé bien que esto es un juego de poder y ella solo anda viendo hasta donde puede tirar la soga — Sospecho que está en sus cuarentas, pero no podría decirle con exactitud. No tengo un muy buen criterio si consideramos las caras que veía a menudo, usted me entiende — intento analizarla sin mirarla de más, aunque acabo observando mis zapatillas, tratando de reprimir la sonrisa torcida y burlesca — Una vez mi antiguo amo me hizo comer jabón, así que entiendo lo que dice, señora — confieso sin vergüenza alguna.

    Tiene lógica, aunque no sé bien cómo es que miden el talento los magos. ¿Es por poder o uso de la varita en sí? — ¿Quién es el mago más poderoso que ha conocido? — pregunto por mera curiosidad. Asumo que dirá Jamie Niniadis por lógica, pero siempre he creído que esa mujer ha asumido al poder por saber cómo lavar cerebros y no precisamente por talento mágico. ¿O por qué ella jamás lucha sus propias batallas? No tengo tiempo a darle muchas vueltas, porque la siguiente pregunta hace que la mire como si me hubiese preguntado si puedo comerme un enorme jarrón de moscas — ¿Qué opino de…? — muevo mi cabeza como si no hubiese oído bien. Esta vez, sí vacilo, porque no sé si está jugando conmigo o no. Hasta observo la varita entre sus dedos con recelo — Creo que son unos opresores, señora — acabo soltando con voz firme — Creo que han abusado del poder que se les ha concedido y que han pasado una raya que los humanos normales jamás han hecho. Sí, puede culpar a los Black por el control otorgado por los Juegos Mágicos, pero no puede condenar a toda una raza solo por los errores de unos cuantos. Creo que su sistema es una basura y que, tarde o temprano, alguien llegará y lo tirará abajo. La gente no los soporta, nadie está feliz con ustedes salvo quienes salen beneficiados. Ninguna dictadura ha durado para siempre y no puede decirme que no lo llame de esa manera, porque eso es exactamente lo que es. Una tiránica dictadura… — siento que apenas he respirado, así que suspiro y tomo algo de aire —señora.
    James G. Byrne
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    Eloise R. Leblanc
    Ministro de Educación
    Me alegra saber que la vista de la varita hacía que mi esclavo reaccionase de esa forma, me hacía saltarme un par de pasos innecesarios en lo que a su educación correspondía, el saber reconocer una amenaza, aunque sea sin intención de ser amenaza en sí, me demostraba que el muchacho tenía algún tipo de inteligencia. Incluso cuando me ejemplifica con una experiencia de vida, aunque no estuviese de acuerdo con la misma en sí. No entendía la necesidad de gastar un jabón de esa manera, cuando había hechizos que cumplían la misma función, y cuando acarreaban la consecuencia de un posible dolor de estómago después que no le convenía a nadie. La crueldad por crueldad en sí, sin tener un fin necesario, me parecía una estupidez. Una cosa era educar, o usarlos como método de educación; otra muy distinta el simplemente usar a los humanos para diversión personal. No le veía el sentido.

    ¿El mago más poderoso? Es inevitable que mi mente se vaya a épocas que habían quedado atrás, pero que no se podrían olvidar jamás. - Minerva Black. - No creí que tuviese algún motivo para nombrarla tanto tiempo después, pero aquí me hallaba, en una mansión que aún no acostumbraba a tener, charlando con mi nuevo esclavo y con un vaso de whiskey en la mano. No creo que la conozcas más que de nombre, pero no puedo negar que “poderosa” es un adjetivo que se venía a la mente de uno por aquellas épocas. - No veía que mal podía hacer al contestarle a un humano con sinceridad, después de todo, no tenían ningún tipo de credibilidad a los ojos de nadie.

    Escuchar una opinión tan marcada en una persona tan joven me parece alucinante, la seguridad y la convicción… Ojalá mis alumnos pudiesen expresarse con esa libertad, es una pena que James haya nacido humano, sino podría haber sido mucho más con esa oratoria. - Personalmente me gusta más el término: autocracia totalitarista. Suena menos burdo. - Vuelvo a tomar el vaso, doy unos tragos hasta vaciarlo y me tomo mi tiempo en responder a todo su reproche. - En cuando a lo de “humanos normales”… ¿Alguna vez has ido a Europa y recorrido las ruinas? ¿O has estudiado historia y visto los antecedentes de tu raza? Los magos vivimos escondidos durante siglos y siglos, temerosos de las torturas y los malos tratos. Los humanos se han hecho con la tierra a base de destrucción y opresión, y así la han dejado. - Claro que es idiotez pura el hacer esas preguntas cuando de por sí conozco cuales son las respuestas a ellas. - Su raza está condenada, pero porque se condenaron ustedes. Lo que hacemos los magos, es darles una oportunidad y un propósito hasta que la extinción les llegue por sí sola. - Sería más fácil el matar a todos los humanos, no costaba más que un movimiento de varita. Pero no buscábamos la crueldad innecesaria. La razón primordial por la cual existían tantas leyes en contra de las relaciones con la raza humana, era para evitar el procrear y seguir manteniendo una línea de sangre que ya no tenía sentido mantener. - Pero bueno, cada uno tiene sus opiniones, ¿verdad?
    Eloise R. Leblanc
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    James G. Byrne
    Fugitivo
    Creo que, entre todas las personas que pudo haberme nombrado, un Black no era lo que estaba esperando. Incluso abro mis ojos de par en par, demostrando lo inaudita que resulta su respuesta para mí. Al menos, asumo que es honesta. No recuerdo mucho de esa familia, pero he oído historias y rumores y solo puedo ubicar a Minerva en el árbol genealógico, en lo más alto al ser la madre de mi tocayo Black. Si era una bruja poderosa, de eso yo no estaba enterado.

    Autocracia totalitaria, claro. Empujo el interior de mi mejilla con mi lengua para morder las palabras que no puedo decir y me río vagamente con algo de sarcasmo, sacudiendo la cabeza de manera tal que se me mueve el cabello — Lo que usted diga — respondo con ironía. La dejo hablar, claro está, porque es lo que me corresponde. Pero es obvio que no voy a quedarme callado. Si ella dice que hoy podré hablar, lo voy a aprovechar hasta que me quede sin aliento, por mucho que me condene a castigos educativos en el futuro — Sí, es claro que tenemos opiniones diferentes. Es fácil defender un sistema cuando se lo hace desde un sofá cómodo, con un vaso de alcohol caro entre los dedos. ¿No es así? Usted es beneficiada, jamás lo reprocharía — suelto el agarre de mis manos en mi espalda, dejándolas colgando a cada lado de mi torso — Pero una vez más, usted está basando un castigo sobre gente inocente. Ya mataron a todos los Black. La mayoría de sus fieles seguidores o funcionarios han desaparecido. ¿Por qué tiene que pagar el civil promedio? Oh, claro, ya sé: ¿Por si las dudas?

    Es obvio que estoy siendo un prepotente, pero no puedo tragarme la injusticia, por mucho que quiera ejemplificarla con palabras bonitas — La gente como usted no quiere paz, nadie aquí la quiere. Toman libros de historia, los usan de excusa para cometer crímenes atroces y se hacen llamar “personas civilizadas”. ¿Sabe usted las cosas que suceden en el mercado de esclavos? Usted es educadora, se supone que cuida de niños. Yo he visto a un niño de tres años morir de enfermedad, sin que nadie lo ayude. ¿Qué es lo que diferencia a un niño muggle a un mago, cuando ninguno de ellos ha cometido algún error, eh? — me echo el cabello para atrás en un intento de sacármelo de la cara, tratando de verla mejor con un rostro que siento crispado — Su limpieza de sangre es antinatural y quiero recordarle que el mundo está en ruinas porque la naturaleza siempre gana. Los magos tienen squibs, los cuales se pueden reproducir. ¿O también van a sacrificar a sus propios hijos, llegado el punto? — le regalo una sonrisa gélida y hago tronar mi cuello con un movimiento suave — Lo siento, señora Leblanc, pero Jamie Niniadis les ha regalado una mentira. Todos ustedes son solo títeres de una obra que algún día va a dejar caer el telón final. Y no se me hace que usted parezca una persona boba, señora.
    James G. Byrne
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    Eloise R. Leblanc
    Ministro de Educación
    Nada de lo que dice representa algún tipo de novedad para mí. Claro, su descarado desapego por las normas que se le impusieron, y su convicción completa en lo errado de un sistema que no lo beneficia, es ciertamente refrescante; pero de nuevo, no son cosas que no haya pensado con anterioridad. Uno no puede tomar partido sin como menos conocer ambas caras de la moneda, sin ponerse en la piel del otro y tratar de comprender su sufrimiento. Por mi parte, hace años había hecho esa evaluación e incluso una década después, seguía convencida de que la postura que había adoptado era la correcta ante la situación actual.

    - Gracias, lo tomaré como un cumplido viniendo de tu parte. - No todos los días opinaban de mi como alguien “no boba” y me hacía cierta gracia la expresión. - Ahora veamos James… Mencionaste a un niño de tres años que viste en el mercado, ¿verdad? Pues bueno, suponiendo que en lugar de terminar allí lo hubiésemos acogido en un orfanato. ¿Qué hubiera pasado? Habría crecido rodeado de niños capaces de hacer magia, receloso de su entorno y sin prospecto a ningún futuro más que el de ser un esclavo. - Dejo mi vaso vacío sobre la mesa, y me vuelvo a reclinar sobre el respaldo del sofá. Le dedico otra mirada, analizándolo nuevamente, y luego de meditarlo le señalo uno de los sillones individuales, invitándolo a tomar asiento por primera vez desde que llegamos aquí. - Ahora, podríamos hacer esa excepción con un caso, dos como mucho. Pero no tenemos el capital suficiente para sostener a todos los muggles en orfanatos, cuando no hay forma alguna de que devuelvan la inversión que se puso en ellos a lo largo de sus primeros años de vida. - La mayor parte del capital destinado a los orfanatos provenía de los impuestos que pagaba el trabajador medio. ¿Cómo pagarían aquellos que no tenían ingresos a costa de su trabajo? Era una realidad que a sus ojos podía ser injusta, pero no dejaba de ser una realidad en fin.

    - Nombras a los Black como si ellos fueran los culpables de todos los males que hemos pasado, pero ellos fueron un nombre más en la historia que nos oprimió por siglos. En ningún momento basé mis creencias en algún sistema retorcido de venganza contra esa familia. Creo firmemente que el humano promedio ha cumplido un ciclo que debe cerrarse. - Es el proceso evolutivo más básico de todos, y se remonta a eones atrás. - Nombras a los squibs como si fueran un problema. Pero incluso ellos tienen propiedades mágicas en cierta forma, y mayoritariamente su descendencia suelen ser individuos con magia. No sacrificamos, de hacerlo, tú y yo no estaríamos teniendo esta charla. -

    Él podía creer que lo que hacíamos era inhumano, cruel o tirano. Por mi parte todo se basaba en normas y reglamentos, en un código de moral autoimpuesto que garantizaba nuestra supervivencia. - Pero tú lo dijiste, yo estoy cómoda sentada con una copa de vino. ¿Y tú? Terminarás trabajando para mí, con un techo sobre tu cabeza y tres comidas diarias. ¿Acaso no eres un privilegiado también? ¿O me vas a decir que todos en el mercado corren con tu misma suerte?
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    James G. Byrne
    Fugitivo
    Como no tengo otra opción y mis piernas me lo agradecen, obedezco. Tomo asiento en el sillón más cómodo donde alguna vez he puesto mi culo y la escucho, con el torso inclinado ligeramente hacia delante y mis manos juntas. Mi atención provoca que mi rostro se vuelva cada vez más sombrío, oyendo como habla de los niños como si fuesen simple mercadería, objetos que valen o no una inversión — Ningún niño debería morir por falta de recursos, no importa su condición al nacer. Lo que me está diciendo es solamente una monstruosidad alabada por su querido gobierno — refuto en un murmullo helado y ciertamente cortante. No importa quienes sean sus padres, los niños siempre son inocentes porque no tienen razones para ser condenados. Me cago en sus números y sus orfanatos.

    Mis ojos se entornan porque, una vez más, toma mis palabras y se las pasa por donde mejor quiera como si no tuviesen un punto a favor — Asumo que estamos de acuerdo en que jamás vamos a estar de acuerdo — concluyo, enderezando un poco mi espalda. Es obvio que no, sino ella jamás sería una ministra y yo no sería su esclavo recientemente adquirido. Su conclusión es lo que me hace reír con sarcasmo, desviando la mirada violentamente al moverme en mi asiento con algo de incomodidad e inquietud. No puedo creer que juegue esa carta tan descaradamente — Sí, soy privilegiado al lado del niño muerto, señora — aseguro, atreviéndome a regresar los ojos a ella — Pero en vista de que estoy privado de pensar, sentir u opinar, de elegir lo que deseo de mi vida y cómo lo deseo, de vestir o hablar o hacer como yo quisiera… no puedo ver de qué privilegio me habla. Si nos basamos en lo que dicen sus normas, soy tan privilegiado como esa planta del rincón. Tendré una linda maceta, me regarán un par de veces a la semana y eso es todo. Si cumplo una función básica para que no me desechen, “soy un privilegiado”.

    No creo poder soportar mucho más de esto sin recibir un castigo a cambio, así que me paso la mano por la boca en un gesto que delata mis ganas de gritar y bufo, descontracturando un poco la postura — ¿Dónde dormiré y qué uniforme quiere que use, señora? — acabo soltando con resignación — Prefiero que me diga por dónde empezar a continuar gastando saliva.
    James G. Byrne
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