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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    The rest is confetti ✘ Ava
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    2 participantes
    Kendrick O. Black
    Fugitivo
    Salir de la escuela temprano es una de las cosas que me hacen sentir como los niños que los adultos dicen que eran cuando vivían en NeoPanem. Básicamente corro fuera de la casita con la mochila sacudiéndose de mi espalda porque con Jared y Kyle hemos decidido que pasaremos una tarde de chicos en el claro de entrenamiento, jugando a la pelota y usando las varitas para adivinar cuales son los hechizos adecuados para inventarnos un deporte propio con el cual fastidiar a las niñas. Hace mucho tiempo que venimos organizando esto y realmente espero que ninguna de las chicas (especialmente Beverly o Zenda) tenga la ocurrencia de interrumpir.

    Me llevo el chasco de mi vida cuando paso por casa de Kyle y me encuentro con que no se siente del todo bien y que prefiere quedarse descansando. Todo empeora cuando toco la puerta de los Niniadis y es Seth quien se asoma para decirme que Jared tiene que ponerse al corriente con la tarea porque no ha estado haciendo ninguna de sus obligaciones últimamente. Así que doy mi día por perdido, desperdiciado y me pongo gruñón, arrastrando los pies hacia el claro en total soledad, con la pelota bajo el brazo y la varita sobresaliendo del bolsillo de mis pantalones. Tal vez pueda hacer un avance por mi propia cuenta y después contarle a los demás, pero no es una idea que me entusiasme demasiado.

    Así es como paso al menos diez minutos. Estoy sentado en el césped, verde y con olor a primavera, en posición de un indio y con el codo recargado en mi rodilla, presionando uno de mis cachetes contra mi mano, suspirando de aburrimiento mientras la pelota levita al ser apuntada con mi varita, que la mueve de un lado al otro. Es uno de los encantamientos más básicos que he aprendido hace un tiempo, cuando recién tuve mi propia varita, así que ni siquiera tengo que prestarle verdadera atención. Todo esto sería mucho más divertido si el resto estuviera conmigo…

    Me parece oír que alguien viene, así que giro la cabeza y noto a Ava ir haciéndose más grande acorde se va encontrando más cerca, hasta que se encuentra a la distancia suficiente como para poder sonreírle sin muchos ánimos aunque con intenciones de que lo tome como un saludo — No vi a nadie, así que supuse que podía usar el sitio para pasar el rato — me excuso aunque ella no haya pedido explicaciones y, la verdad, sé que jamás va a hacerlo. Con un bostezo, mi cabeza regresa a la pelota y muevo la mano para hacer que levite un poco más alto — Si estás buscando al tío Ben, no está aquí — sé que es un comentario algo malicioso si consideramos el tono de burla, pero es que con algo tengo que entretenerme.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Cepillo con cuidado la crin de Arion, disfrutando de la sensación que dejan las hebras de su cabello entre mis dedos mientras desenredo los nudos que se le forman gracias a las riendas. Llevaba lo que parecían siglos sin montar al hermoso palomino, y aún más tiempo desde la última vez que podía sentirme tan… ¿cómo yo misma? No sabía muy bien como explicarlo, pero pese a que todavía había temas que me estaban dando vuelta por la cabeza, la larga cabalgata me había revitalizado de una manera sorprendente. Si por mi fuera pasaría otro buen par de horas dando vueltas en su lomo, pero el caballo necesitaba descansar y además sabía que, pese a que no lo demostraba, el bocado no era algo que fuese precisamente de su agrado; aunque bueno, mejor eso que usar su crin para sostenerme de él.

    Terminando rápida con los nudos que faltan, le regalo una manzana que saco de mi morral antes de ir a guardar el equipo de montar dentro del establo, y me despido con una caricia fuerte por encima de la cerca antes de dirigirme nuevamente a las viviendas. Claro que como es rutina para mí, termino por desviarme hacia el Campo de Entrenamiento; lo hacía siempre desde que era pequeña y no me dejaban participar de todas las actividades con los niños grandes ya que, aunque no pudiese ir y me mandaran a cuidar de las gallinas, terminaba por ir a observar sus prácticas cuando acaba con mis tareas en el corral.

    No me sorprendía que no se hallase vacío, lo raro era que solo hubiese una persona y que para colmo pareciera estar sentada, ¿ese era Ken? Con el ceño fruncido, achino los ojos para poder enfocar mejor la figura que resaltaba contra el verde del césped. Sí, era Ken, reconocería esas orejas donde fuera. Apurando el paso para poder ir a molestarlo, le hago un gesto con la mano a modo de saludo cuando noto que se voltea a verme y le devuelvo la sonrisa a medida que la distancia es cada vez menor. - Puedo notar que estás muy entretenido. - Comento señalando la pelota con el dedo índice y dejándome caer de rodillas detrás suyo, rodeando sus hombros con mis brazos y apoyando mi mentón sobre su coronilla para fastidiarlo.

    Trato de no pensar mucho en que, a diferencia de años atrás, mi cuerpo ya no sobresale por sobre el suyo y me abstengo de putearlo solo porque lo aprecio demasiado. No tenía derecho a crecer tanto, y era muy injusto que ya hubiese superado mi altura cuando era casi diez años más grande que él. Ya tenía suficiente con que Cale y Ben me llevasen más de veinte centímetros, como para que el muy mocoso se atreviese a seguir sus pasos. - Nah, no lo estoy buscando. Creo que tuvo guardia anoche así que, conociendo a tu tío, debe estar durmiendo todavía. - Le aseguro, dándole un último apretón antes de dejarme caer sobre un costado, quedando a la par suya. - ¿Y qué tal estás pasando el rato? Porque créeme, tu nivel de productividad y entusiasmo me está matando…- Bromeo tironeando con suavidad el brazo que sostiene su varita.
    Ava E. Ballard
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    Kendrick O. Black
    Fugitivo
    Entretenido. Sí. A morir — me limito a contestar en el tonito que lleva a la ironía. Para ser justos, llevo viviendo en el catorce durante toda mi vida y los métodos de entretenimiento cada vez son más escasos, posiblemente culpa de que ya nada me sorprende y todo me resulta en extremo repetitivo. Es obvio que no voy a quejarme de eso en voz alta porque, hablando de repetitivo, todo el mundo tiene en claro mi postura con respecto al encierro pero, considerando lo que ha pasado hace unos meses, he empezado a optar por el silencio.

    De un momento al otro me veo atrapado bajo el peso de su incómodo y confianzudo cuerpo sobre el mío y puedo sentir como mis hombros se dejan caer en automática reacción, buscando no chocar con ella. Intento mover un poco la espalda como los caballos cuando sienten el fastidio de las moscas e incluso hago un sonidito que suena a un relincho, pero algo más agudo y gutural — Oh, sí, las guardias. Como si eso fuese un problema — vamos, que los conozco demasiado a los dos y, hace algunas semanas, más de lo que me gustaría. El tironeo de mi brazo produce que pierda total concentración y la pelota cae demasiado cerca como para casi darme en la cabeza, así que me echo rápidamente hacia atrás hasta quedar apoyado con mis codos en el suelo en una postura algo ridícula, suspirando del alivio — Casi me matas tú a mí. Qué productividad ni que ocho cuartos — me quejo y, como infantil venganza, sacudo la varita para que la pelota vaya directamente a chocar de lleno con su cara, lo que me arrebata una infantil risa que se desparrama por todo el claro. Y ella que creía que no sabía entretenerme — ¡Ya, ya, lo siento!

    Todavía me estoy aferrando el estómago por la carcajada cuando intento calmarme y tengo que limpiarme una de las lágrimas que ha salido de uno de mis ojos — Jared y Kyle me dejaron plantado. Jared tiene deberes, Kyle tiene noséquécosaqueleduele — y que no entiendo cómo puede ser más importante que pasar tiempo conmigo. ¡Un té o una pastilla y ya podíamos ir a jugar! Pero no sé, supongo que la gente que no fue criada en el catorce es más blandita — Así que he intentado hacer volar la pelota a ver si se me ocurre alguna idea genial de cómo inventar un deporte. No es como que hay demasiadas cosas para hacer, ya sabes, aunque creo que tú encontraste el modo de entretenerte — solo para ser más obvio, muevo mis cejas de arriba a abajo en su dirección.

    Veamos. La última vez que intenté escabullirme de noche fue la primera después del enfrentamiento contra los aurores y, hay que decirlo, fue lo suficientemente traumática como para cancelar la idea por algún tiempo más. Estaba yendo, abrigado hasta el culo, en dirección a las granjas para un paseo nocturno cuando pasé por debajo de una de las torres y escuché algo que en un principio no pude identificar. De curioso me quedé de pie, agazapado contra una de las maderas en un intento de adivinar lo que estaba sucediendo, hasta que a) reconocí las voces y b) reconocí la clase de sonido. Podemos agregar el c) que es el “reconocí el chirrido de las maderas”. Fueron unos pocos minutos que parecieron horas porque aún me acuerdo la mezcla de horror y risa que me causó, al menos suficiente del primero como para hacerme correr de regreso a casa y olvidar mis planes para esa noche. Ya había sido demasiada vergüenza ajena por una jornada.

    Ya sabes, eso de… — lo bueno de que hayan pasado semanas es que el bochorno ya ha desaparecido y tengo la suficiente confianza con Ava como para hacer algo como esto. Así que me aclaro la garganta con un golpecito en el pecho y comienzo con los jadeantes gemidos de imitación, sumados a los “ahh”, “uhh”, “así sí sí”, “Been” y alguna que otra que pude rescatar y que en otro momento jamás saldría de mis labios. Al final no lo soporto más y me tiro de lleno y de espaldas contra el césped, volviendo a reírme a todo pulmón y sintiendo el calor de la asfixia subiéndome por el pecho porque sé que estoy lo suficientemente tentado como para no parar — ¡Un poquito más y ni hacía falta un encantamiento amplificador!
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Me río con suavidad cuando se revuelve inquieto, porque al menos lograba seguir siendo un fastidio a pesar de mi tamaño; era un alivio mínimo, pero ¡hey! Tomaría lo que pudiese a manera de consuelo. Dejo escapar un leve “¿eh?” al no entender qué es lo que quiere decir con eso de las guardias y me quedo pensando por unos segundos en qué era lo que había dicho antes. No llego a descubrirlo, mis pensamientos se ven interrumpidos cuando la bendita pelota se estampa contra toda mi cara y me deja un magullón en la nariz. ¿Acaso se atrevió a…? Su risa lo delata. ¡Lo ha hecho adrede!

    Me le quedo mirando como una idiota mientras me sobo la nariz que con seguridad debe estar roja, y estiro el otro brazo hasta alcanzar la pelota que se ha alejado unos centímetros al rebotar contra mi cara. Podría decir que me mantengo callada porque, actuando con madurez, acepto su disculpa y entiendo que sigue siendo un niño. La realidad es otra y mientras lo escucho balbucear no sé qué cosas sobre Jared y Kyle, solo estoy evaluando si el golpe con la pelota que le planeo devolver dolerá más en la cara o en el estómago. Aún no lo he decidido cuando sus palabras hacen que la sangre se acumule en mis mejillas a velocidades alarmantes. Los ojos se me abren como platos y me quedo petrificada en mi lugar escuchándolo imitar sonidos que NO DEBERÍA HABER ESCUCHADO JAMÁS. ¿Acaso creía que lo de los hongos había sido vergonzoso? Pues estaba muy equivocada, Kendrick logra que mi vergüenza alcance niveles insospechados y temo morir ahí mismo a causa de la mortificación que estoy sintiendo en estos momentos. Lo mataría. Era un hecho, mataría a Ken.

    Mis dientes rechinan mientras el muy descarado sigue riéndose, y yo tengo que hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para reprimir mis instintos asesinos. No lo logro, y cuando el muy idiota hace el comentario sobre el encantamiento termino por lanzarme encima suyo, una rodilla presionando su abdomen mientras que con el antebrazo me encargo de presionar su garganta. - ¡Pendejo de mierda! Repites eso una vez más, y no podrás recitar el encantamiento porque te arrancaré las cuerdas vocales. - Amenazo. No lo haré, y el muy descarado seguramente lo sabe, pero me importa poco mientras que supiese cerrar el pico.

    Aprovechando que todavía se halla en el suelo y que, pese a ser de tamaño reducido fuerza no me falta, estiro mi otro brazo sin soltar mi agarre sobre él y le arrebato la varita de la mano. Lo suelto como si quemase y me incorporo de un salto, alejándome rápidamente de su figura y guardando la varita dentro de mi remera con un gesto victorioso. - Le voy a dar esto a tu tío, y tendrás que explicarle a él por qué te la he confiscado. - Lo peor es que no lo hago siquiera a modo de castigo. Es más un: si yo pasé por esto, Ben también va a tener que sufrirlo… O terminaría siendo mortificada por los dos. Creo que hay una pequeña falla en mi plan…
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    Hace mucho que no me río tanto y ni hablar del tiempo que ha pasado desde la última vez que me he burlado de esta manera de Ava. Apenas la puedo ver entre los ojos llorosos y los párpados arrugados por culpa de las carcajadas, hasta que su peso es el que me avisa que se ha lanzado sobre mí de forma tal que tengo que lanzar un quejido de dolor que se pierde entre risita y risita. Sé que tengo su brazo clavándose en mi garganta, pero estoy tan acostumbrado a esa clase de movimientos que mi respuesta es tirarle besitos burlones con exagerados “muak muak muak”. La verdad es que hablar se me complica en esta situación, así que esa es la mejor salida que me queda para seguir fastidiando.

    Todo termina más rápido de lo que hubiese creído y puedo soltar un “¡ey!” a modo de queja cuando me arrebata la varita, sentándome con todos los pelos revueltos y masajeándome el cuello por simple acto reflejo — ¿Quieres que le diga a Ben que los oí matándose como animales en la torre de vigilancia? — le pregunto entre incrédulo y divertido. Creo que de solo imaginarme cual sería la reacción de Ben me dan ganas de volver a estallar en carcajadas, pero la verdad es que la única vez que se lo di a entender me gané un sopapo en la cabeza. Da igual, eso no quita que haya sido sumamente entretenido — Sabes que no puede castigarme… ¿No? Porque puedo decirle a papá que Ben tiene mi varita y dudo mucho que alguno de ustedes quiera explicarle las razones a Echo — me encojo de hombros con un gestito de desinterés y me sacudo “la tierra” de la ropa para hacerme el superado — Quiero ver qué dice cuando sepa lo que hacen en los turnos de guardia.

    La verdad es que a mí no me importa mucho lo que hagan. Es decir, cuanto más distraídos estén, más fácil sería el escabullirse sin ser vistos. Ahora que lo pienso, Ava es un excelente método de distracción si quiero quitarme a mi tío y sus restricciones paranoicas de encima. Bueno, no tan paranoicas, pero creo que cualquier persona podría entender mi punto de vista. Pero no puedo ir y pedirle a Ava que se acueste con él para hacerme un favor, aunque algo me dice que ella jamás se negaría. O sea, que la he visto cómo lo mira, especialmente cuando le da la espalda y los ojos se le van. Ava puede negar muchas cosas, pero jamás que es una babosa.

    Así que… — con mi cuerpo totalmente convencido de que estoy haciendo lo correcto, me pongo de pie con un saltito y le tiendo la mano, moviendo mis dedos en gestos de “dame, dame” — ¿Me la devuelves o quieres empezar una guerra que no puedes gan…? Carajo — el anillo misterioso que tenía guardado en el bolsillo trasero de mi pantalón parece haberse movido con mi salto y puedo ver como se patina y cae al suelo, por lo que me apresuro a levantarlo — Menos mal que eres tú. La última vez que se me cayó, Beverly creyó que quería casarme con ella. Lo bueno es que tú pareces ya tener a otra persona en mente — Y sí, es un pique. Le doy un soplo para quitarle la tierra, lo limpio con los dedos y vuelvo a poner mi mano con intenciones de que ella me regrese la varita — ¿Y bien?
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Sí, sí, ya había caído en la pequeña falla de mi plan, no hacía falta que me lo hiciera notar con esa expresión socarrona que me daban ganas de bajarle los dientes de una trompada. Lo peor es que no termina ahí y amenaza con decirle a su padre y juro que por unos segundos mi visión se torna color rojo. Pendejo desubicado, si no fuera porque realmente lo quiero, estaría con la cabeza sepultada en la tierra a estas alturas. - Quiero ver qué dice cuando sepa que a ti te gusta escabullirte por las noches… - Retruco. Total, si voy a meterme en problemas lo voy a arrastrar conmigo. Incluso podía poner de excusa que esa era la razón por la cuál le había sacado la varita en primer lugar, ¿no?

    No quiero ceder ni mucho menos darle la razón, mi orgullo es más fuerte y mi terquedad me prohibía devolverle la varita como lo estaba solicitando. Si se la devolviese sería ensartándosela en la nariz por ser un pendejo atrevido, y no porque me la pide con un gesto sobrador.

    Estoy por básicamente mandarlo a la mierda, cuando de golpe se sobresalta y recoge algo del suelo que en primera instancia no logro identificar. Es un anillo, sus palabras me lo confirman, pero por algún motivo ni siquiera me molesto por reaccionar a su mal chiste. Mis ojos se quedan clavados en el pequeño objeto, mientras que la sangre que se había acumulado en mis mejillas parece evaporarse. ¿Pero cómo?

    Es una pequeña joya oxidada, maltratada por estar tanto tiempo al aire libre, expuesta a las lluvias, los vientos y las tormentas que han azotado al distrito durante los últimos años. Un anillo que no podía no reconocer luego de todas las veces que lo había visto sobre la cruz que adornaba una tumba solitaria. Una tumba que Ken no debería reconocer bajo ningún tipo de aspecto. ¿Cómo es que tenía ese anillo en las manos?

    Me he olvidado de su varita, de su broma insinuante y de su amenaza. Lo único que podía mirar es la mano que encerraba la pequeña joya, con los ojos fijos y vidriosos y sin saber qué pensar. - ¿Por qué tienes eso? - Consulto con la voz quebrada. No podía evitarlo, cualquier cosa referente a Coco me ponía triste por regla general, y ver a Ken con algo que le pertenecía a ella... ¿Acaso se habría enterado? Todos los que sabíamos la verdad sobre su parentesco sabíamos el por qué debíamos callar, y no podía creer que nadie le hubiese dicho algo acerca de su madre. Es por eso que no podía entender cómo es que de la nada se aparecía con un anillo que no tenía que ser más que una tontera en una tumba con un nombre que no tendría significado para nadie que no hubiese conocido a la persona que estaba allí enterrada. - Ken, ¿por qué tienes ese anillo? - Vuelvo a consultar con la voz un poco más recompuesta, pero sin darme cuenta que debo parecer una desquiciada ante los ojos del muchacho.
    Ava E. Ballard
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    Kendrick O. Black
    Fugitivo
    De seguro no le gustaría. Incluso tanto como el saber que me dejabas pasar con el soborno adecuado — le recuerdo. En serio, si Ava quería ponerse en plan guerra, tiene que saber que puedo duplicar la apuesta. No he pasado tantos años teniendo a mis tíos y a ella como un ejemplo constante como para no saber cómo ganar una pelea de terquedad. Sus discusiones con Benedict siempre fueron una especie de entrenamiento extra que me ha venido bien en más de una ocasión, en especial cuando quiero ganarle a Jared en algo y que, obviamente, siempre termino consiguiendo porque soy el mayor.

    Aunque estoy seguro de que Ava se pondrá en fastidiosa por todo lo que le estoy diciendo, termino por llevarme una sorpresa gigante y algo decepcionante cuando veo que toda su atención se fue al anillo que tengo entre mis dedos. La miro a ella, miro a la joya, vuelvo a mirarla a ella y entonces me percato de que parece que está por ponerse a llorar. ¿Por qué diablos Ava se pondría a llorar? ¿Es alérgica? — ¿Qué? — pregunto algo confundido en respuesta a su primera frase — ¿Estás bien…? — no sé qué le pasa y maldigo internamente que haya ocasionado que pierda el grado de diversión que había alcanzado, pero al menos pronto parece que se recompone. Quizá era solo una alergia entonces.

    Oh… ¿Esto? — pregunto, metiéndome el anillo en uno de los dedos para mostrárselo al levantar la mano delante de ella — No es nada, solo… — el recuerdo de cómo lo robé hace que me ruborice un poco en los pómulos y en las orejas, sintiendo que ahora sí estoy en falta, tanto como para dar un paso hacia atrás y poner mi mejor expresión de niño bueno que ha sido atrapado en medio de una travesura — Lo tomé porque me llamó la atención. Sé que no debería haberlo hecho, pero estaba allí y solo quise saber de quién era y terminé quedándomelo…

    Puede considerarse como un hurto, pero tampoco es que sea para tanto si tenemos en cuenta que estaba en una tumba juntando polvo y transformándose en una bola oxidada. Me lo quito con cuidado del dedo y lo aprieto entre mis yemas, haciéndolo girar para verlo mejor — Está demasiado viejo y desgastado como para que pueda leer su inscripción, así que… ya sabes — me encojo de hombros y acabo apretándolo en un puño — ¿Tú sabes de quién era? — Ava está aquí desde el principio y, aunque ella era solo una niña, debería saberlo.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    Meto mis dos labios hacia adentro de mi boca, presionándolos con cuidado mientras los mordisqueo para no putearlo, o para no admitir que tiene razón. Sin importar qué, la que peor sale parada soy yo. A Echo le importaría tres carajos con quien me acostaba, pero no le gustaría nada el saber que había sido durante la guardia e inventaría cualquier forma macabra de avergonzarnos, ponernos como el ejemplo de lo que no se debe hacer, o algo por el estilo. Eso me pasaba por ser tan permisiva con el muy mocoso, ahora tenía que morderme los labios y tragarme mi orgullo, o volver a ser la comidilla del distrito cuando ya habían calmado los rumores. Claro, la señora Robinson me seguía preguntando cosas indecentes disfrazadas de comentarios al pasar, pero ella poco me importaba.

    No me extraña que Ken no sepa como reaccionar después de ver mis expresiones, su confusión está pintada en su rostro tanto como en el mío, pero por razones completamente diferentes. ¿Estoy bien? No lo sé, no había pensado en Coco en bastante tiempo, y me doy cuenta de que llevo meses sin visitar su tumba. Tiene sentido que no me hubiese enterado de la desaparición de su anillo, pero sigo sin entender por qué es que Ken ha querido llevárselo.

    - Sí, sí. Estoy bien. Perdón, es solo que… - Me interrumpo. ¿Es solo que, qué? No es como que pudiera decirle que me llena de pesar el saber que se ha apropiado del anillo de su madre, aunque él no lo sepa. - No, no hay problema. Lo lamento, soy una tonta sentimental. Ese anillo era de Coco, falleció hace años y no me esperaba que tuvieses su anillo. Llevo tiempo sin visitarla… bueno, su tumba en realidad. - Desde que falleció había adquirido la costumbre de ir a hablarle y a dejarle flores. Cómo no podía contarle nada a Ken, ni siquiera siendo bebé, me iba hacia el pequeño sector en el que estaba enterrada y me quedaba recostada allí mientras le contaba cuentos e historias, o le hablaba de la vida del distrito. Cuando ella estaba viva, solía hacer lo mismo mientras que le tocaba la panza, o me recostaba contra su costado cuando se encontraba cansada. En esa época hablaba incluso más que ahora, y era la primera embarazada a la que veía tan seguido.

    - Era muy niña cuando falleció, y tengo que admitir que si no hubieses aparecido tiempo después, habría pasado bastante tiempo lloriqueando por los alrededores. - Confieso sin mentirle del todo. A fin de cuentas era verdad, me había entristecido muchísimo la noticia de su muerte, y mamá ni siquiera me había dejado verla. Pero estaba bebé Ken, todo gordito y llorón, y no tardé en distraerme con él. - Eras un bebé rechoncho con cachetes apretujables, que no buscaba extorsionarme ni burlarse de mí. - Trato de volver al tema anterior, buscando sonar más jocosa que angustiada, rogando internamente que no haga más preguntas acerca de Coco. - ¡Y tus orejas! Bueno, no es que hayan cambiado mucho, pero eras un bebé adorable.
    Ava E. Ballard
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    Kendrick O. Black
    Fugitivo
    Coco. Había tratado de leer las letras en su tumba en más de una ocasión pero jamás me había atrevido a preguntar por ella. A veces me puedo dar cuenta de cómo reaccionan los adultos cuando hago preguntas sobre el pasado, especialmente aquellos que parecen tener recuerdos especialmente tristes sobre personas que ya no están. Quiero decir, una vez vi a mi tío Seth cabizbajo por horas después de preguntarle si había tenido hermanos y al tío Ben ponerse a llorar después de confesarme cuales eran sus juegos favoritos cuando era niño: él dice que no lloraba, pero juro que lo vi secarse las lágrimas rápido. Así que así aprendí a no abrir la boca de más, pero parece que por fin se me ha dado la oportunidad.

    Me olvido por completo de que tiene mi varita entre sus tetas porque es la primera vez que alguien es tan honesto conmigo sobre una de las tumbas del distrito, arrugando un poco el entrecejo frente a un detalle en particular — ¿Murió antes de que yo llegase? ¿O sea… jamás nos conocimos? — abro mis dedos y soy capaz de ver el anillo sobre mi palma. He pasado horas tratando de descifrar lo que dice y me siento un poco invasivo de repente. Ni el anillo ni su dueña tienen algo que ver conmigo y no estoy haciendo otra cosa que fastidiar, cuando tal vez tendría que haberse quedado en su lugar o formar parte de la colección de alguien que la haya conocido.

    Se me escapa una sonrisa apagada cuando recuerda mi yo bebé, sintiéndome un poco abochornado por las memorias de un Kendrick que yo no recuerdo y que agradezco que el resto de los otros niños tampoco lo hagan. Por lo que siempre cuentan y pude ver en pocas fotos, era una rata de ojos saltones — Sería muy aburrido si no me burlase de ti. ¡Y tú me enseñaste a extorsionar! — no aprendí todo de ella, pero sí una gran parte. Nunca se lo he dicho con total libertad, pero Ava es como una hermana para mí y una de mis personas favoritas de todo el distrito. Si algún día se lo tuviese que decir en voz alta, no me alcanzarían las piernas para correr de la vergüenza y la pérdida del orgullo.

    Me llevo una mano a mi oreja derecha en cuanto las hace resaltar y tuerzo un poco los labios, alejándome con unos pasos hacia atrás — ¡Al menos soy más alto que tú! — sé que es una forma ridícula de sentirme menos avergonzado frente a ella, pero es que jamás me gustaron mis orejas. Una vez leí que son la parte del cuerpo que jamás deja de crecer y casi me da un paro cardiaco. Al apretarme las orejas con las manos, siento la presión del anillo contra una de ellas y, resignado, estiro el brazo en su dirección — Ten — murmuro. Por un instante quiero olvidarme de esta tonta pelea y cometer un acto digno de buena fe — Si tanto querías a Coco, deberías quedártelo. No es justo que yo lo tenga.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
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    Y lo hace. Porque es obvio que con la curiosidad de Ken no iba a poder quedarse callado y claramente que tiene que preguntar algo que no quiero responder. Nunca le he mentido directamente acerca de su llegada o su nacimiento porque otros han respondido sus dudas antes que yo. En lo que a él respecta yo solo era una mocosa ignorante a la que nunca le decían nada, y no esperaba que nunca pensara lo contrario… Claro que luego abro mi gran boca y la cago, como siempre. - No… no estoy segura ahora que lo dices. Solo recuerdo estar triste por su muerte, y después distraída por un bebé nuevo. - Me muerdo el labio con nerviosismo y trato de convencerme de que no le estoy mintiendo del todo, como si ocultarle cosas no fuera una mentira descarada. Pero en parte es cierto, jamás me enteré de cómo había sido la muerte de Coco en verdad, o si alguna vez la mujer había llegado a sostener a su hijo en brazos. Mamá no me quería decir nada debido a mi edad, y cuando fui más grande simplemente opté por no saberlo.

    Al menos se distrae cuando hablo de su rechonchez, y puedo notar como la expresión le cambia, al menos un poco. Ya si es por vergüenza o por ternura, no sabría decirlo, aunque no me sea muy difícil adivinar. - Awwwn, sigues siendo adorable. - Me burlo con una voz irritante y al menos dos octavas más arriba de lo usual, para luego reírme por la mortificación que le causa que mencione sus orejas. - Yo ya estoy resignada a no crecer. Seré una enana de por vida y estoy perfectamente bien con eso mientras que Zenda no me pase nunca - Que, gracias al cielo y al paso que iba, nunca lo haría. En cambio tus orejas… Al menos tienes una bonita nariz. Las orejas las puedes cubrir con tus lindos rizos. - Le aconsejo a manera de burla, acercándome lo suficiente para revolver el cabello de su frente.

    - ¿Qué? No, quédatelo tú. - Contesto demasiado rápido, sorprendida por su ofrecimiento. Y es que extrañamente se sentía bien que él lo tuviese, aunque no supiese cuál era su significado. No podría jamás tomarlo de sus manos cuándo él lo había descubierto en un impulso que, probablemente, tenía una connotación más grande de la que quería imaginar. - No soy buena con la joyería - Me corrijo enseñando mis dedos desnudos a manera de ejemplo. El único adorno que llevo es una pulsera de hilo atada a la muñeca que hice cuando estaba aburrida y no me la sacaba por esa tonta superstición de que debes esperar a qué se rompan. - Prefiero que lo tengas tú, antes de que yo lo pierda o que se siga oxidando en una vieja tumba.

    Y esperaba que ni Echo ni mi madre se enterasen jamás de que lo alenté a quedarse con esa pequeña joya, pero ¿qué mal podía hacer? Dudaba mucho que alguien pudiera asociar esa cosa vieja y oxidada a Cordelia Collingwood y al hijo que nadie podría saber que tuvo… ¿Verdad? - Ya qué... - Sácandome la varita de dónde la tenía guardada, se la extiendo un gesto resignado para distraer un poco el ambiente que se había generado... o para distraerme yo mejor dicho. - Trata de usar tus poderes de extorsión en otra persona por favor, morboso...- Claro que luego reparo en ese detalle y lo acuso con la mirada. - ¿Ya tantas hormonas te salieron que ahora te quedas espiando a la gente?
    Ava E. Ballard
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    Kendrick O. Black
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    Me siento un poquito decepcionado por lo que me dice, pero intento no demostrarlo — ¿Eso quiere decir que no sabes lo que dice adentro? — me acerco el anillo a la cara cerrando un ojo para ver si lo puedo chequear mejor, pero ahí sigue la inscripción inelegible. Al menos eso hago hasta que empieza con todo el tema de que soy adorable y estoy seguro de que me sube aún más el calor, pero intento mostrarme digno porque no pienso permitir que me trate como si fuese un bebé. A veces muchos de los adultos lo hacen y es demasiado molesto — ¡No tengo lindos rizos! — intento defenderme. No hay nada más ridículo como cuando te pintan como alguien adorable. Delilah tiene esa maldita costumbre. Como sea, apenas me saco su mano de encima que ya ando sacudiéndome el pelo, tratando de que se desarme de cualquier manera menos como ella lo dejó.

    Me sorprende cuando me deja quedarme con el anillo, fijándome en sus dedos desnudos por primera vez en la vida. La verdad es que jamás me fijé en si Ava es o no una persona femenina porque nunca le presté esa clase de atención, pero ya que. Le sonrío casi como un modo de agradecimiento y, echándole un último vistazo al anillo, lo pongo en uno de mis dedos: si Ava dejó que me lo quede, sospecho que no habrá problema alguno con tenerlo a la vista. No es algo demasiado “masculino” que digamos, pero en el catorce jamás nos hemos preocupado por este tipo de cosas — Gracias, Ava — murmuro — prometo que no lo voy a perder.

    Mi boca se torna en una expresión de sorpresa cuando saca la varita y me la devuelve, haciendo que dé un pequeño salto en mi lugar y la recupere con un movimiento frenético de la mano — ¡No soy un morboso! — me defiendo, tratando de parecer un poco indignado. ¿Qué sabe ella de mis hormonas? Zenda no le ha contado nada, espero, porque eso sería un poco indignante y bochornoso. Trato de mantener la compostura mientras me guardo la varita en el bolsillo de los vaqueros y la miro con toda la dignidad de la que soy capaz — Yo no quería… ¡No los estaba espiando! — juro que es la completa verdad — No es mi culpa si ustedes son escandalosos cuando hacen… eso.

    La verdad es que es la primera vez que lo digo en voz alta y puedo darme cuenta de lo que eso significa. En un intento de no mirarla a la cara, me acerco a la pelota y la atraigo hacia mí con uno de mis pies — Ni siquiera subí a la torre. Pasaba por allí y me quedé escuchando porque no entendí lo que sucedía hasta que… bueno, uno termina entendiendo — no sé si esto es incómodo o gracioso, así que solamente muevo la pelota de manera que termina sobre mi pie y puedo empezar a patearla hacia arriba, haciendo que caiga y tratar de mantenerla sin que vaya a parar al suelo — Si te sirve de algo, en cuanto comprendí lo que pasaba me fui a casa. No sabía que tú y Ben eran algo — como obviamente mi jueguito falla y el balón cae al piso, suspiro con resignación y levantó con las manos — Creí que eran solo mentiras. Es normal que la gente aquí se entretenga con chimentos — ya saben lo que dicen, pueblo chico infierno grande.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
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    No, me abstengo de responderle. Eso quería decir que no recordaba lo que decía adentro, aunque tenía la vaga sospecha de que cómo mínimo tenía el nombre de Coco, sino no es que también tenía el de Orion; y eso sí que no podía decírselo. Me encojo de hombros muy levemente y niego con la cabeza para darle a entender que no puedo aclararle nada con respecto al interior de la joya, aunque por dentro me esté queriendo golpear por hablar de más y a la vez por no poder decirle todo lo que querría escuchar.

    - Si te dejaras crecer el pelo, los tendrías. - Le aseguro, agradeciendo que se distraiga con mis gastadas inútiles. - ¿Quién sabe? Tal vez a Lilah le guste… - Insinúo con voz cantarina, sabiendo que esa burla ya está más que gastada, pero aprovechándola de todas formas. No hay tomada de pelo que no se pudiese seguir usando mientras que a la otra persona le afectase; y por más superado que quisiera parecer, el leve rubor que se apiñaba en las mejillas de Ken casi siempre solía delatarlo. - Ahora pareces un puercoespín. - Arrugo la nariz, observando el lío que se ha dejado en la cabeza solo por llevarme la contraria y me acerco nuevamente hacia él, buscando acomodarle el nido de pájaros que acaba de construir con un ademán. - De nada - Es lo único que puedo pronunciar pese a que no me corresponde. Ese anillo era suyo y a mí no me tiene que agradecer en lo más mínimo.

    Considerando que mi trabajo estaba hecho, le palmeo la mejilla con cariño y me sacudo las manos en un gesto de suficiencia. Durará menos de dos minutos peinado, pero da igual; yo no era el ejemplo a la pulcritud y la buena presencia tampoco. No con las uñas mordidas, y el pelo apenas y sostenido en un rodete que amenaza con soltarse en un movimiento. - Sí, claro… - Ruedo los ojos y trato de pensar que no es a mí a quién se ha quedado escuchando, por más de que diga que no fue su intención. No podía ser que no reconociese a la primera a qué correspondían los gemidos y las palabras gritadas ahogadas, ¿o sí?... ¡Oh por dios! El pendejo estaba por cumplir dieciséis años y todavía no podía pronunciar la palabra sexo. ¿Tanto se había calmado Eowyn en estos años? ¿Cómo…? - Ya me dirás tú cuando tengas relaciones que tan escandaloso puedes ser. - Y no, por favor, no le estaba pidiendo que me cuente. Solo quería explicar que en algún momento terminaría por entender que esas cosas se escapaban al control de uno.

    - Ya, ya. Te creo. - Y es verdad, le creo. Una persona morbosa no podría jamás encontrar tantas maneras de referirse al sexo, sin pronunciar la palabra en sí. - No, no. Él y yo no somos… - Me muerdo el labio con nerviosismo y trueno mis dedos dos veces antes de quitarle la pelota desde abajo, con un golpe seco de mi palma extendida. Asegurando el balón entre mis manos, lo aprieto con fuerza antes de hacerlo girar entre mis dedos. - Lo que escuchaste fue algo… aislado. Muy aislado. Ben y yo no estamos juntos. - ¿Cómo le explicaba a alguien que decía “eso” en lugar de sexo, lo que era la calentura y el tener los nervios a flor de piel? No podía andar muy libremente ventilando ni un cuarto de las cosas que nos habíamos dicho esa noche; primero porque se suponía que debía quedar todo allí, y segundo porque tenía miedo de pervertir su alma pura. - A lo que voy es, que eso no pasó. - Y lo miro con tanta determinación, que espero que entienda que con eso quiero decir que no-puede-decirle-a-nadie.

    Ay por dios, ¿y si me estaba juzgando por lo qué hice? Sabría que Alice y Ben son los que andan juntos, ¿no? Podía vivir con lo que había hecho, asegurándome de que había sido solo una vez; pero si Ken me juzgaba…- No me estoy justificando, solo que de verdad, ya está todo... ¿cerrado?- ¿No podíamos volver a hablar del anillo?
    Ava E. Ballard
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    Kendrick O. Black
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    ¿Más? No podría ver hacia dónde disparo — ya es algo molesto con el flequillo como para tener una melena más larga. Sé que, teniendo la varita, mis entrenamientos con las armas muggles no son realmente necesarias, pero papá dice que tengo que estar preparado para cualquier tipo de enfrentamiento. Ruedo los ojos cuando nombra a Lilah y bufo, inflando mis cachetes por un momento — A ella no le gusta — mascullo rotundamente. Sé que jamás se ha fijado en mí, así que no voy a hacerme ilusiones. Dejo que me acomode el pelo, pero me es imposible no aplastarlo con la mano en cuanto termina. Sí, porque mi toque tiene que ser el último.

    La palmadita no me fastidia, aunque sí lo hace que no me crea — ¡Lo juro! — ¿Quién se cree que soy, Beverly? Además, si quitamos los momentos donde tengo que ser un mentiroso para zafar de los castigos, por lo demás se me da muy mal mentir: papá dice que abro mucho los ojos — ¿Con quién voy a tener relaciones? Son todas unas bebés — tampoco es que he pensado mucho en el tema. Bueno, sí, no voy a mentir, he pensado en eso, pero quitando algún que otro pensamiento sobre Delilah, siempre ha sido pura curiosidad o ideas sobre personas ambiguas que no conozco. Pero no voy a contarle a Ava esos detallitos sobre mi íntima parte de adolescente.

    Me distrae su modo de quitarme la pelota, dejándome con las manos en el aire y una expresión de confusión algo ridícula — ¿Ah, no? — capto de inmediato lo que quiere decir con eso, pero no puedo no sonreírle entre pícaro y maligno — Ava, no le diré a nadie. De haber querido contarlo, ya todos lo sabrían — es verdad, eh. Que puedo decir muchas cosas, pero contar secretos no es algo que yo haga. Miro como juega con el balón y meto las manos en mis bolsillos, siguiendo el movimiento de sus juegos con los ojos — ¿Por qué deberías justificarte conmigo? — digo sin comprender — Si quieres acostarte con quien sea, yo no voy a decirte nada. Solo que creí que ustedes… bueno, ya sabes. Se supone que son los Ballard-Franco y se me hace algo extraño — ¿Y el tío Ben no estaba con Alice? Los he visto, estoy seguro. Una vez llegué a su cabaña sin avisar y los encontré muy acaramelados en el sofá, así que no pudo negar nada.

    Carraspeo un poco y uso un puño para quitarle la pelota, haciendo que caiga hacia el suelo. La atrapo con el pie y me alejo un poco para pasársela con el costado de mi zapatilla, invitándola a jugar sin la necesidad de hablar — ¿Terminaron todo por Alice? Suena muy dramático hasta para ti — intento sonar algo bromista, pero sé que es una invitación a que me cuente lo que sucede si necesita conversar con alguien, dando algunos pasos más hacia atrás para tomar distancia y hacer del partido más interesante — No te preocupes. Eres genial y linda, así que tendrás al tipo que quieras. Si algún día necesito consejos de cómo acostarme con Lilah, serás la primera a la que le pregunte — ¿Por qué dije eso? Me aclaro la garganta, haciéndole un gesto para que pase la pelota — ya sabes, hipotéticamente.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
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    - Podrías si me dejases peinarte. - La otra noche Zenda me había recordado lo entretenido y relajante que podía ser peinar a la gente y no me molestaría repetir la experiencia. - Ya, ya. Era chiste, lo importante es que estés cómodo, creo. - Y no podía decir que el pelo largo fuese precisamente cómodo; si salía a cabalgar, a disparar o a entrenar debía atármelo si no quería terminar escupiendo cabello en lo que quedase del día. - Qué dices, ¿me quedaría bien el pelo corto? - Cubro mi rodete con mi mano hasta aplastarlo contra mi cuero cabelludo para que no sobresalga por encima de mi cabeza y hago una mueca con la boca, imitando poses exageradas que he visto en algunas revistas.

    Me encojo de hombros cuando declara que todas son unas bebés, y trato de no sentirme demasiado identificada con su situación. Yo al menos tenía la chance de salir del distrito. - No sé, pero no le preguntes a Eowyn que es capaz de hacerte el favor. - Y de verdad que no quería enterarme si eso llegaba a pasar. Un escalofrío me recorre la espalda y hace que mantenga mi cuello arrugado hasta que se me pasa la sensación.

    Decir que me siento orgullosa de Kendrick a estas alturas sería casi un eufemismo. Pero es la verdad, a veces costaba pensar en lo mucho que había crecido el muy maldito y no podía evitar ponerme nostálgica. Todavía me acordaba de aquellas épocas en las que se mandaba alguna travesura y me hacía prometer que no se lo diría a nadie, o cuando le hacía jurar las cosas con la promesa del dedito meñique. - No es justificarme, pero me importa lo que puedas llegar a pensar de mí… - Y es solo cuando pronuncio esas palabras que me doy cuenta del grado de verdad que tienen. En serio no mentía cuando decía que Ken era mi persona favorita en todo el distrito, y es probable que su opinión fuese una de las que más contasen. Podía hacerme la superada, o hacer de cuenta que nada me afectaba, pero la realidad era otra.

    - ¿Terminar todo por…? - Me río, y eso hace que casi me tropiece cuando trato de detener la pelota que envía en mi dirección. - Ken, no estamos, ni nunca estuvimos juntos. No hubo nada que terminar… - Aunque debía admitir que tampoco hubo nada que empezar, y sin embargo llevábamos meses metidos en un lío que era más ajeno que propio. Las desventajas de vivir en un distrito minúsculo. - Pero gracias por los cumplidos, y por… bueno, ¿la confianza? - ¿Desde cuándo me había vuelto en un gurú del sexo? ¿Acaso me estaba convirtiendo en Eowyn? Ay por dios… mi madre se moriría de un infarto. - Voy a empezar a editar una revista con consejos sexuales. Entre tú que sales con esta, y Zenda con sus orgasmos… No quiero saber lo que deben pensar de mí…- Haciendo caso a su seña, le devuelvo la pelota de una rápida patada antes de regalarle una enorme sonrisa. - Así que, hipotéticamente hablando, sí quieres acostarte con Delilah…- Y solo por diversión, elevo las cejas y las muevo con rápidez en una mueca burlona y sugestiva.
    Ava E. Ballard
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    Kendrick O. Black
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    Mis caras pasan de la risa al asco y del asco al desconcierto con una velocidad alarmante entre sus posibles peinados de pelo corto, Eowyn y vaya a saber qué otra cosa más. Al final acabo adoptando una expresión de pura ternura porque resulta que a Ava le importa lo que yo pueda decir y no sé si burlarme de ella o darle un abrazo. Como no me decido, no hago ninguna de las dos cosas — Creo que no pensaría nada sobre ti. Yo no tengo nada que ver en todo eso — si ellos quieren enrollarse y enroscarse en una relación clandestina, da igual. Tengo cosas más importantes por las cuales preocuparme.

    ¿No hubo nada que terminar? Le quito importancia a ese agradecimiento con una simple mueca porque no creo que debería darme las gracias, tratando de enfocarme en el recorrido de la pelota — Como sea. Harían una buena pareja, si quieres mi opinión — puede que los haya visto gruñéndose en más de una ocasión, pero siempre he pensado que esos dos tienen mucho en común. No obstante, no tengo idea de cómo funciona todo eso de las relaciones así que es mejor que ni opine al respecto. A lo que sí voy a opinar es lo siguiente — ¿Zenda y orgasmos? ¿De qué me perdí? — atajo la pelota con el pie, pisándola con la punta de la zapatilla para poder mirarla en completa sorpresa — No creí que ella supiese siquiera esa palabra — al menos, no lo pensaba considerando cómo se puso cuando por fin tuvo su periodo.

    Estoy por patear la pelota de regreso pero le pifio monstruosamente por lo que dice. ¿Yo, acostarme con Delilah? De por sí me es complicado el imaginarme en una situación de cualquier índole sexual porque jamás he estado en algo parecido, pero que sea con Delilah hace que todo se torne mucho más incómodo de explicar — Yo no dije eso. Ella es como mi hermana — y va, miren a quien se lo digo. En cuanto lo noto, sonrío entre divertido y culposo y le paso la pelota — ¡Bah! Me gusta. ¿De acuerdo? — alzo los brazos con exasperación y los dejo caer, metiéndolos dentro de los bolsillos de mi chaqueta — Es la única chica por aquí que me atrae, pero ella no me ve de esa manera — aunque me ponga berrinchudo, no la culpo. Es más grande que yo, así que me vio crecer como si fuese su hermanito menor — Y no puedo decírselo porque arruinaría todo.

    Más de una vez he pensado en confesarle lo que siento o incluso el atreverme a besarla, pero me doy cuenta de inmediato que soy incapaz porque, si me rechaza, significa que tendré que perder el clásico trato que hemos tenido durante toda la vida. Me encojo de hombros como si estuviese aceptando mi cruel destino y muevo la cabeza para indicarle que vuelva a patear hacia mí — No quiero específicamente “acostarme” con ella. Quiero “estar” con ella… ¿Me entiendes? — no sé cómo es su relación con el tío Ben, pero en términos generales debería saber de lo que estoy hablando. Puede que tenga vergüenza de decir esto, por fin, en voz alta, pero no deja de ser curiosamente liberador.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    La expresión que aparece en el rostro de Kendrick es tal, que tengo que hacer un gran esfuerzo para no soltar un “awwwn” y adelantarme a apretar sus cachetes. No quería volver a parecer una niña de doce que se emocionaba con cualquier tontería, pero casi que era inevitable. - Creo que eres la primera persona en el distrito que opina de esa manera, serás chico en edad, pero podrías enseñarle un par de cosas a los adultos… - Y es cierto, técnicamente hablando Ken era el único además de mi madre que más o menos sabía lo que había sucedido, y era el único al que básicamente no le importaba nada. Salvo el burlarse, lo que tenía sentido; o el hacer un comentario que no estaba segura de querer escuchar. No tenía problema en permitirme pensar en escenarios hipotéticos, en otra cosa… no.

    - Creo que rompería algún código de hermanas o algo así si te lo dijese. - Bromeo cuando presta atención a mi comentario de Zenda. Cualquier cosa que dijese para aclarar la situación, solo serviría para mortificar a mi hermana. El no saber podía ser casi tan vergonzoso como el tener una anécdota rara con respecto a los orgasmos, y no creía necesario el que Ken tuviese esa información en su poder. ¿O sí lo creía? No, no. Tenía que ser buena hermana.

    Aprieto los labios con fuerza para no reírme cuando lo veo errar el golpe a la pelota, más por la similitud de acciones que por otra cosa. - Ajá. - Se me escapa por lo bajo mientras que una ceja se me dispara hacia la frente por acto reflejo. Conocía muy bien la historia del “es como mi hermano” y podía asegurar por experiencia propia, que a un hermano uno no lo mira de la forma en que él miraba a Delilah. - Cuesta decirlo en voz alta, ¿no? - Dos palabritas de mierda que pesaban en la lengua de forma que, o se las tragaba, o se las escupía.  

    Jugueteo con la pelota bajo mis pies mientras lo escucho, levantándola con la punta del pie y tratando de mantenerla en equilibrio sobre mi empeine antes de pasarla de una patadita al otro pie. No estoy segura de qué decirle que pueda realmente servirle de algo, no podía considerarme una experta en consejos de ningún tipo, mucho menos en los que tenían que ver con relaciones. - Eh… no estoy segura. ¿Tal vez? Soy demasiado cínica para mi propio bien. - Me muerdo el labio y pateo el balón en su dirección. - Osea, entiendo el concepto. Pero no puedo decir que haya estado en tu situación. - Con Ben una de las pocas cosas que había en claro era que no queríamos “estar” … ¿o no debíamos? - Y no voy a ser idiota y decirte mandes todo a la mierda y le digas igual. No si estás tan seguro que ella no te ve de esa manera en particular. - Los consejos estúpidamente optimistas sobre el amor y la valentía que uno debía tener en esas situaciones me daban ganas de vomitar.

    - Voy a ser todo lo sincera que puedo. - Como si me costase…- No trates de forzar situaciones y darle vueltas al asunto. Vas a terminar más tiempo en tu cabeza que en otro lado, y es al pedo. - Solo para hacer algo con las manos, las llevo a mi rodete y lo desarmo, dejando que mi cabello caiga para poder peinarlo con los dedos. -Si pasa, pasa. Y sino… pues que se yo, tal vez las chicas maduren en unos años. O siempre te queda Kyle. - Y me río, porque un pensamiento cruza mi mente y mi boca se pone en marcha antes de que pueda detenerla. - Dios sabe que si no fuese tan heterosexual, no le habría hecho asco a Amber o a Eowyn en estos años...- Y creo que él no necesita saber es, pero ya qué.
    Ava E. Ballard
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    Kendrick O. Black
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    ¿Qué cosa? ¿El decir que te gusta alguien? — pregunto frente a eso de decir algo en voz alta, aunque aprovecho el instante para tomar una suave venganza y desviar un poco la atención de la conversación de mí mismo — Puede ser. ¿Para ti es difícil? — escondo dos manos detrás de mi espalda y estiro el torso con una sonrisa burlona y suficiente, arqueando un poco las cejas. Si yo voy a andar declarando secretos vergonzosos, no voy a pasarla mal solo.

    En cierto modo me siento decepcionado cuando deja en claro que no puede entender lo que me sucede y tengo que desarmar toda mi postura. Me hubiera gustado una mentira que me hiciera sentir mejor, pero no hay nada que Ava pueda decir que contradiga todo lo que ya sé — Al menos entiendes por qué siempre me he quedado callado. Decirlo hubiera arruinado por completo la amistad — además de mi reputación, si es que tengo alguna. Quiero decir, si los demás niños se enterasen que Lilah me ha rechazado, no dejarían de burlarse… y ni hablemos de los adultos, porque es obvio que ellos también se enterarían.

    Al tener la pelota en mi posesión una vez más, la utilizo de excusa para no mirarla a la cara mientras la paso de un pie al otro. Mi cabeza se mueve de arriba a abajo una y otra vez en señal de que la estoy escuchando, hasta que menciona a Kyle y me río con un “pfffff” mezclado al levantar la mirada hacia su cabello repentinamente despeinado — No deseaba saber eso — digo con gracia, presionando un poco el balón con el talón izquierdo. Lo último que necesito ahora es tener imágenes mentales de la madre de Beverly — Y en cuanto a Kyle… jamás he pensado en los chicos de esa manera — no es que tenga algo en contra de eso, pero creo que he estado más preocupado en conocer el cuerpo de las mujeres todo este tiempo, posiblemente porque ellas tienen cosas que nosotros no y eso despierta mi curiosidad. Supongo que una cosa no tiene nada que ver con la otra, pero no he tenido tiempo en considerarlo — Supongo que tienes razón. Solo desearía que ella lo notase y no lo rechace — decirle jamás le diría, pero si simplemente Delilah pudiese corresponderme de manera natural…

    Algo en ese pensamiento provoca que, en lugar de pasarle la pelota, la levanto para meterla debajo de mi brazo. Aprieto mis labios de manera que desaparecen en una delgada línea rosada y me resigno, decidido a que mi tarde no será en lo absoluto lo que tenía planeado. Al menos sé que puedo quedarme con el anillo de Coco, a pesar de que posiblemente jamás sepa lo que dice en su interior. Casi lo mismo puedo decir de Lilah — De verdad te agradezco, Ava. Eres una buena amiga — afirmo, dedicándole una sonrisa — Sé que no dirás nada de lo que te dije hoy, así como tampoco diré nada de lo que tú me dijiste. Ni del anillo — todo eso, deberá morir aquí.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
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    De haber estado más cerca, probablemente le hubiese regalado un bonito codazo para quitarle la sonrisa burlona de la cara. Claro que es Ken y ha pasado tanto tiempo conmigo que ya podría declararse inmune a mis golpes, así que en sí, eso no habría servido de mucho. - Creo que admitirlo uno mismo, más que decirlo. - No era tanto el poder vociferarlo, sino más bien el salir del estado de negación y entender que no es un crimen que alguien te guste. Cuando te amigas con esa idea y entiendes que nada cambia en tu vida por eso, decirlo en voz alta no era precisamente complicado. - Hubieses visto la cara de Ben cuando se lo admití. - O hubiera visto la mía cuando mi hermanastro lo había sugerido la primera vez…

    - Si tu lo dices… Qué se yo, tienes mucho tiempo aún. Incluso tiempo de cambiar de opinión, a tu edad me gustaba Seth para que te des una idea. - Que no significaba que no me siguiese pareciendo agradable a los ojos, pero no era lo mismo. Sin contar de que quería muchísimo a Sophia y que de veras no miraba a su marido de esa manera, de verdad. - A lo que voy es a que son chicos. Las cosas cambian, no siempre para mejor, es verdad pero ¿quién sabe? - ¿No le había dicho algo similar a Bev hace unas semanas? Ya no estaba segura, pero en serio no estaba entendiendo desde cuando yo servía para dar algún tipo de consejo que no fuese sobre armas o bebida.

    Me río cuando reacciona tal cuál y cómo lo había imaginado, y tengo que morderme la lengua para no decirle que en unos años tal vez y cambiase de opinión. No por lo de que puedan a llegarle a gustar los chicos, sino porque creía entender cómo funcionaba el cerebro masculino, y si incluso yo había tenido algún pensamiento pecaminoso sobre dos hombres… Maldita Eowyn y sus malditas fantasías. - Que no sé cómo quieres enterarte, tengo entendido que por regla general las chicas son incluso más tímidas y más disimuladas en estos asuntos. - No hace falta aclarar que yo no cuento dentro de este grupo. Las palabras “tímida” o “disimulada” solo servían para describirme si es que lo hacían a base de antónimos.

    - ¡Oh, por todos los cielos! Ven aquí. - Mi tono suena completamente resignado, pero en realidad estoy encantada con él. Me adelanto los pocos pasos que nos distancian, y tironeo de su buzo antes de rodear sus hombros con mis brazos. - Eres la mejor persona de todo este bendito distrito, y como alguien diga lo contrario se las verá conmigo. - Lo apretujo con fuerza y le deposito un sonoro beso en la mejilla, como lo hacía cuando era chiquito y me traía flores o insectos que se encontraba por ahí. - Pero como me vuelvas a extorsionar, tú y yo tendremos cuentas que ajustar. - Es chiste, pero no podía dejar que todo fuese cursilería, tenía una reputación que mantener… O algo así.
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    Creo que me sorprende más que no me discuta que el simple hecho de aceptar algo por su propia cuenta, pero la frutilla del postre se presenta cuando prácticamente me confiesa que se lo ha dicho a Ben — ¡Momeeeeento! ¿Estás queriendo decirme que hubo una confesión y todo eso y así me lo sueltas? — el tan solo imaginarlo hace que presione mis labios entre sí, alce la mirada al tratar de visualizarlo mejor y acabe riéndome con más fuerza — Y luego dices que no es nada, eres una negadora. ¿Qué te dijo? — conociendo al tío Ben como lo conozco, lo más probable es que se hubiera dado vuelta para desaparecer de la escena del crimen fingiendo que no había oído nada.

    No me sorprende cuando me dice lo de Seth, pero sí reacciono con un gesto desinteresado ante lo siguiente. Somos chicos, pero tampoco tengo el prospecto de que las cosas vayan a cambiar en un sitio como este. Mis ojos se transforman en una mueca de sospecha, tratando de entender lo que quiso decirme — ¿O sea que crees que le intereso, pero puede no demostrarlo? — quizá es válida, pero no deja de ser una opción excesivamente remota. Es como soltar una pizca de esperanza del tamaño de un grano de arroz y, créanme, he comido suficiente arroz en cantidades a lo largo de mi corta vida como para tener una idea de lo que estoy hablando.

    ¿Qué dije? — mi voz es un sonido desconcertado y por poco desesperado, pero pronto me encuentro siendo manoteado y abrazado por Ava como no recuerdo haberlo sido en mucho tiempo. Con la torpeza de la sorpresa la estrecho, torciendo un poco el gesto por culpa de ese beso que no debería de molestarme pero que en cierto modo lo hace porque ya nadie me besuquea de esa manera. Que no tengo seis años, por todos los cielos — Estoy lejos de ser la mejor persona de aquí… — puede que tenga mucho talento, pero sé que hay otros que hacen más por nosotros que yo. La cara no me cambia hasta el final, que me permito reír y picarla un poco en las costillas con las dos manos, dándole un divertido apretoncito — Vamos. Tú harías lo mismo de estar en mi lugar — me separo con una expresión que deja bien en evidencia que la estoy retando a que me lo niegue.

    Me estrecho un poco más a la pelota, dando el paso necesario en dirección a cortar con tanta dulzura. Mis dedos golpetean el cuero del balón, tratando de retomar una conversación con la cual no sé cómo seguir — Perdón por haberte extorsionado. Y por haberlos escuchado, aunque eso no es mi culpa — técnicamente, es suya — Pero ya sabes. Al menos ahora tenemos con quien quejarnos de nuestros secretos cuando necesitemos escupir unas cuantas verdades. Tú pones la cerveza.
    Kendrick O. Black
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    Ava E. Ballard
    Fugitivo
    ¿Confesión? ¿Podía llamarle a eso confesión? No sé, decir que fue una confesión sonaba casi que hasta romántico y, a decir verdad, creo que no hubo nada más lejos que eso cuando le admití a Ben que me gustaba. Claro que Kendrick comienza a reírse solo y no puedo evitar rodar los ojos de tal manera, que me generan una leve molestia que dura unos pocos segundos. - ¿Cómo es que admitiendo algo, termino siendo una negadora? - Consulto sin poder terminar de entender la lógica del muchacho. - Si tanto quieres saberlo, le admití que me gustaba, discutimos un par de cosas y luego se burló, fin. No fue nada del otro mundo. - Por inercia, termino tomándome el brazo izquierdo y me lo rasco de manera inconsciente mientras trato de explicarle a Ken algo que ni yo misma terminaba de entender.  - Que me guste no significa que quiera “estar” con él, o que pase algo entre nosotros… además de lo que escuchaste esa noche.

    Que si me lo ponía a pensar, hubiera sido más fácil que todo fuera motivado por una intención romántica de fondo, pero hasta con eso era una complicada de mierda, así que… - No, lo que quiero decir es que le estás preguntando a la persona equivocada.  Si te soy sincera, me es más fácil entender a Bev o a Zen, antes que a Murph o a Lilah… Y ahora que lo pienso creo que eso dice demasiado de mí. - En realidad no, porque podía ser una cuestión de afinidad más que de entendimiento. Pero de verdad no era precisamente alguien convencional, y si a duras penas podía entenderme yo, menos podría saber lo que pensaba el resto. - A lo que voy es a que no te guardes las cosas. Nadie es adivino aquí; no digo que le confieses ya que te gusta, pero algún que otro detalle por aquí o por allá. Supongo que si le demuestras interés aunque sea de forma gradual podrás darte cuenta si le gustas o no. - No tenía idea de dónde salía lo que le estaba diciendo, pero sonaba casi que hasta lógico, así que no iba a retractarme.

    Sus brazos me rodean y lo estrujo con más fuerza aún, maldiciendo que ahora sea más alto que yo porque me hace notar que el muy idiota creció. - ¿Qué acabo de decir? - Y le encajo un correctivo en la parte de atrás de la cabeza porque se ha atrevido a contradecirme. - Dije que quien dijera lo opuesto se las vería conmigo, así que no te quejes. - Suelto un poco el agarre que tengo sobre él y lo tomo de los hombros, separándonos con todo el largo de mi brazo (que no era mucho, a decir verdad) - Te reto a nombrar a alguien que sea mejor persona que tú. ¿A ver?

    Lo termino por soltar del todo, y la risa se me pinta en la cara cuando termina de disculparse. - Ya, ya; tienes razón: yo habría hecho lo mismo. - Le extiendo la mano con intención y lo miro a los ojos, como retándola a no tomarla. - ¿Tregua> - no duraría, pero lo que contaba era la intención, ¿no?- A todo esto… Deja de robar del almacén, algún día te verá mi madre, y no tus tíos o yo… - Y mamá podía ser atemorizante a veces, incluso sin emitir una sola palabra de su boca.
    Ava E. Ballard
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