The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Segunda vez en… ¿cuánto? ¿Una semana, diez días? Da igual. Lo bueno de tener una cama inmensa es que puedo girar en ella sin la necesidad de tocar a la persona que tenga al lado, por lo que dormir siempre se resume en una experiencia placentera al menos que tenga algún problema toqueteando la parte trasera de mi cerebro. Ahí es cuando entra el famoso y viejo truco de acostarse con alguien para eliminar pensamientos, agotar al cuerpo y sentirse plenamente satisfecho. Las persianas aún se encuentran bajas, pero algunos rayos de sol se cuelan en la habitación haciendo brillar los ácaros en el aire, dando a entender que es posiblemente media mañana. Nadie se ha molestado en levantar la ropa que ha quedado en el suelo, ni siquiera el corpiño que quedó colgado de una de las lámparas ni los calzoncillos que decoran el borde del televisor. La pulcritud y el decoro se queda en el ministerio.

Tanteo hasta golpear con la mano el despertador que me recuerda una vez más que tendría que levantarme y mis dedos rozan la copa de champagne que quedó a medio vaciar, lo que me hace abrir un ojo con desaprobación por semejante desperdicio. Con un suspiro que delata mi cansancio, cierro mis ojos y mi mano cae hasta rozar el suelo, hasta que giro para quedar panza arriba y paso mis dedos por todo mi rostro en un intento de despabilarme. Estoy hundiendo las uñas en la maraña que suelo llamar cabello cuando vuelvo a subir los párpados y tengo que fruncir el ceño al notar un detalle sobre nuestras cabezas — ¿Es esa mi corbata? — mi voz suena rasposa y profunda, delatando mi penoso estado. ¿Cómo llegó la prenda al ventilador de techo? Ah, sí, creo recordar haberla tenido en la cabeza en algún momento. Da igual, el llegar cansado del trabajo siempre hace que los métodos para ir a la cama se transformen en algo mucho más festivo y apresurado.

La punzada en una de mis sienes deja en evidencia un leve signo de resaca, por lo que cuando el despertador vuelve a sonar le respondo casi con un puñetazo. Giro la cabeza para ver el cabello negro que reposa a mi lado, dándome la espalda, por lo que giro lo suficiente como para picarle el hombro con un dedo antes de con los dientes. A juzgar por el sonido, asumo que está despierta — ¿Tienes excusa para no estar en el trabajo, Weynart? — pregunto en tono jocoso. Considerando nuestros puestos, nadie vendrá a fastidiar si tenemos una coartada. Pasé de preocuparme por las excusas hace mucho tiempo — Solo espero que no hayan caído las defensas en nuestra ausencia o podría ser un bochorno.

Lo único que me falta: encender el televisor y encontrarme con una noticia escandalosa mientras no estoy en el trabajo. La simple idea hace que suspire con pesadez y, como no soporto que no me presten atención cuando la demando, me inclino sobre ella para juguetear con el lóbulo de su oreja — Puedo pedir que nos traigan el desayuno, si quieres. Hay algunos jugos que hacen bien cuando te levantas con resaca — aparto un poco su pelo con dedos cuidadosos y el raspón de mis dientes se vuelve algo más demandante — O un baño. La ducha siempre suele ayudar — si es que te puedes levantar de la cama, para empezar.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Tenía que admitirlo, incluso sin la complicidad sencilla, los tragos exquisitos y el buen sexo, valía la pena quedarse en lo de Hans aunque fuese solo por el increíble colchón que poseía. El dinero no era precisamente escaso en mi familia y no solíamos privarnos de ningún tipo de lujos, aún así, jamás había dormido en una cama tan cómoda como esa y me había hecho más de una nota mental para no olvidar preguntarle de dónde había sacado ese pequeño pedacito de gloria. Estaba cómoda, increíblemente cómoda, y ni siquiera el insistente despertador podía sacarme del relajante estupor en el que me hallaba.

Hans habla y se remueve a un costado, pero no tengo el nivel de consciencia necesario para entender del todo lo qué me dice. No es hasta que se acerca y comienza a juguetear con mi oreja que registro sus palabras, pero no contesto de inmediato, demasiado satisfecha por la atención que me propina. Gruño por lo bajo y giro apenas la cabeza, lo suficiente como para poder verlo de reojo mientras que dejo que una de mis manos se eleve hasta llegar a enredarse entre las hebras de su cabello. - Las dos opciones suenan exquisitas… siempre y cuando me acompañes en la ducha, claro. - Sin soltarlo termino de girarme, quedando boca arriba en el colchón solo a centímetros de su rostro. En un gesto impulsivo pero gratificante, elevo mi cuello y lo beso rápido y con fuerza, mordisqueando con un cuidado practicado su labio inferior y disfrutando del contacto hasta que empiezo a sentir punzadas en mi brazo debido a lo incómodo de la posición en la que lo he dejado. - Aunque muero de hambre, así que eso del desayuno en la cama no suena mal tampoco. ¿Qué hora es? - Desde mi posición no llego a ver la hora, así que me incorporo con lentitud hasta poder divisar los números en la pantalla.

Es tarde. No tarde, tarde; pero lo suficiente para necesitar un razonable motivo para no haber llegado a horario. - No es excusa, Powell. Tengo asuntos que discutir con mi abogado, su secretaria lo puede confirmar. - Si era tan eficiente en su trabajo como Hans decía que lo era en la cama, supongo que no debía ser ningún problema hacer un pequeño cambio en la agenda con cosas que podían ser totalmente plausibles. A fin de cuentas, sí tenía un par de temas pendientes que debía consultar con él, pero no eran urgentes y prefería no arrancar la mañana con eso.

- ¿Sabes? De haber sabido que no ibas a hacer ni una décima de las preguntas que haces cuando te planteo algún caso, esta no sería la segunda vez que hubiésemos terminado así. - Confieso señalándonos con un ademán de mano. No buscaba una relación y era por eso por lo que generalmente buscaba amoríos de una noche, sin nombre y sin historia. Gracias al cielo Hans lo entendía tal vez incluso mejor que yo, y todas las complicaciones que supuse que vendrían al repetir una noche con alguien conocido resultaron inexistentes. - ¿Qué era eso que dijiste del jugo para la resaca? - Recorro rápida la vista por la habitación y dejo escapar un par de bufidos divertidos cuando noto a dónde han ido a parar algunas de las prendas que llevábamos anoche. Cuando mi vista se posa en la musculosa de Hans, a poca distancia, me estiro por encima de las sábanas y la tomo, pasándola por encima de mi cabeza en un rápido movimiento. No estaba acostumbrada a permanecer más que unos pocos minutos al lado de alguien cuando despertaba, así que vestirme, aunque sea para apenas quedar cubierta, me da una sensación extra de seguridad.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
La caricia en mi cabeza es respondida con un sonido suave de mi garganta a modo de demostración de placer, sonriendo ante la idea justo antes de recibir un beso que correspondo a pesar de la breve queja por el mordisco — Es un buen trato. Se me da de maravilla eso de enjabonar espaldas — mascullo con una sonrisa cómplice. Me giro para chequear la hora apenas hace la pregunta, pero el movimiento a mi lado indica que, claramente, ella ha decidido averiguarlo por su propia cuenta, así que me quedo tendido en la cama sin mucho interés en levantarme. Siempre voy a amar este colchón, definitivamente.

Su secretaria de seguro tendrá una enorme lista de llamados a responder cuando vuelva al trabajo — le contesto, aclarando cada vez mi garganta con cada una de las palabras que voy soltando. Necesito comida, posiblemente café y un cepillo de dientes, porque el sabor a alcohol no se ha ido ni con las horas de sueño. Tomo el impulso para sentarme y me froto uno de los párpados con los nudillos, riendo apenas por ese comentario — ¿La verdad? No sé cómo nos tardamos tanto. Siento que me estaba perdiendo una buena parte dentro de todos estos negocios — es una confesión honesta, subrayada por la naturalidad con la cual aparto la sábana y me pongo de pie sin molestarme por la desnudez. Medio que salto hasta llegar al televisor, tomando el bóxer para ponérmelo con rapidez mientras la oigo hablar — Solo dame un segundo.

Ni me molesto en ponerme más ropa cuando sé que tendré que volver a quitármela pronto si quiero ducharme, así que simplemente como me encuentro presiono en comunicador que poseo en la mesa de luz, llamando por mi esclavo. Su voz delata que ha estado durmiendo hasta tarde, por lo que ruedo los ojos al reclamar por un desayuno completo, el cual ordeno que deje en la puerta del dormitorio. En cuanto la comunicación se corta, tomo la varita que quedó junto a la copa de champagne y la sacudo para que la corbata levite, se doble y repose en uno de los cajones que se abre por sí solo — A veces, prefiero ordenar por mí mismo porque es mucho más rápido. Además, es fastidioso que anden hurgando en mi cuarto o en mi escritorio — explico con total confianza. Es Annie, no es como que a estas alturas tenga mucho que esconderle — Pero sigo diciendo que, para no ensuciarse las manos, los esclavos y los elfos son la mejor opción.

Doy un paseo visual por la habitación, deteniéndome en los papeles apilados sobre el mueble de la esquina (ese donde tengo un montón de papelerío dentro y fuera), la biblioteca pequeña (nada que ver con la que tengo en otra habitación) y el armario cerrado. Quitando los rastros de la pequeña fiesta privada que nos pegamos anoche, se ve bastante decente — ¿Quieres ir a la ducha en lo que traen el desayuno? — creo que queda bien en claro que el tono de mi voz indica una invitación. Sin mucho más que otro movimiento de mi varita, la puerta que da al baño que tengo en suite se abre con un chasquido — Se tardarán unos minutos y creo que tú y yo podemos entretenernos bastante bien en el mientras tanto — no le doy mucha vuelta al dejar la varita sobre la mesa de luz y darle la espalda para ir directamente al baño. Sé que va a seguirme en cuanto enciendo la ducha y el vapor empieza a subir por el aire, cubriendo el sonido de mi bostezo. Todo controlado, como todos los días.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Le dedico una mirada cargada de escepticismo cuando menciona lo de la lista de llamadas. Incluso antes de obtener su nuevo puesto, no me parecía que Hans fuese de esos que devolviesen llamadas a menos de que vinieran de alguien con un cargo superior al suyo; no lo imaginaba devolviendo llamadas a gente que bien podía volver a tratar de comunicarse con él si tanto querían contactarlo. - No eres el único con esa sensación. - Mi comentario suena algo lascivo gracias a que las ‘s’ se arrastran un poco más de lo que me gustaría, pero nadie podía culparme cuando me regalaba con una vista bastante interesante.

- Y yo sigo estando de acuerdo con los elfos, pero dibujo la línea con los esclavos. - Tendría que demostrar que servían algo más que para mantener mis manos limpias si quería que cambiase de opinión. Como científica estaba demasiado acostumbrada a hacer el trabajo por mi cuenta; las pocas veces en las que había confiado en alguien más, los resultados estuvieron lejos de ser los esperados y eso generalmente me significaba un doble esfuerzo a mí. - Los elfos son eficientes, rápidos y leales. No veo como un humano podría hacer la mitad que ellos, incluso si le dan el doble de tiempo. - Chasqueo la lengua con algo de fastidio. No me gustaba siquiera pensar demasiado en ellos.

Por suerte no le da muchas más vueltas a ese tema y en cambio hace una propuesta que no pienso declinar. La eficiencia era mi sello personal y si podía hacer un buen uso del tiempo en lugar de malgastarlo, ¿pues quién era yo para negarme a ese plan? - Me gusta como trabaja su mente sr. Powell. - Me incorporo con pereza, y me revuelvo el cabello con la mano antes de escanear rápidamente la habitación. Tengo la costumbre de dejar siempre lista la ropa antes de entrar a bañarme, así que necesito como mínimo encontrar mis prendas y limpiarlas con un rápido movimiento de varita antes… ¡Ahí estaba mi pollera!

Levanto la camisa que encuentro a mitad de camino en lo que atravieso el cuarto hasta llegar a los pies del mueble en dónde recojo la falda negra que, por lo que puedo notar, tiene el cierre roto. Nada que no se pueda arreglar si encontrase mi saco para poder utilizar mi varita. ¿Ese era mi culotte? Lo tomo estirando mi brazo ya que me encuentro en cuclillas, pero en mi descuido termino arrastrando unas carpetas con papeles que llueven sobre mi cabeza. - ¡Lo lamento! ¡En sequida lo arreg…! - Haciendo malabares entre las prendas que tengo estiradas sobre mi antebrazo, quise juntar los papeles antes de hacer más desastres, sin embargo me quedo congelada cuando una cara que no esperaba ver allí me sonríe casi que con burla. ¿Pero cómo?

- ¿Qué es esto Hans? - Dejo caer las prendas y levanto con cuidado lo que parece ser un archivo con una foto enganchada con un clip. Parece ser un informe, pero no puedo prestar atención más que a las palabras «Joyce Henderson» acompañadas de «Se presume muerta». Incorporándome como si el suelo quemase, estoy delante de la puerta del baño antes de que pase siquiera un segundo, y le tiro el montón de hojas a la cara. - ¿Qué haces tú con un archivo de mi hermana? ¿Y qué es esa idiotez de “se presume muerta”? - El archivo diría Henderson, pero la foto no mentía y mirase por donde mirase esa era mi hermana: Joyce Weynart.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Le guiño el ojo con gracia a sabiendas de que aquella iba a ser su resolución. No conozco a una sola mujer que hubiera despertado en esa cama que se tomase el atrevimiento de rechazar una ducha, especialmente porque creo que no todo el mundo tiene las bañeras que poseemos en la isla ministerial. Un chorro de éstos y tendrás tu espalda relajada por toda la semana, además de que tienen el espacio suficiente como para hacer de la experiencia compartida algo mucho más cómodo y placentero.

La oigo ir y venir por la habitación mientras enciendo la ducha y chequeo que la temperatura sea la adecuada. El estruendo me tiene sin cuidado porque estoy mucho más centrado en mi tarea y en la promesa de los minutos siguientes de su compañía, así que su pregunta me toma vagamente por sorpresa y en un estado algo distraído. Estoy seguro de que no ha oído mi “¿Mmm?” cuando aparece por la puerta justo cuando estaba empezando a bajarme el bóxer, ese que tengo que subir de un tirón cuando el montón de hojas me da en la cara y me hace retroceder con una mueca de sorpresa tan estúpida que debería darme vergüenza — ¿Pero de qué demonios estás habland…? — puedo atrapar una de las pocas páginas del informe en el aire y chequear cual fue el que agarró, chasqueando la lengua al darme cuenta del pequeño detalle. Y yo que pensaba tener una mañana tan tranquila.

Es puro reflejo el mirar hacia la puerta al darme cuenta de que estoy sin mi varita, la cual sigue reposando donde la dejé antes de entrar al baño. No es que sospeche que Annie va a atacarme, pero no quiero sentir mi guardia baja en un momento como este. La mandíbula se me tensa y me demoro unos segundos en contestar, aún escuchando como el agua corre y sintiendo los ojos de mi colega puestos en mí, buscando una respuesta que no sé cómo dársela —Se presume muerta” porque simplemente no hay datos de ella desde hace meses. Es una de las tantas personas con comportamiento sospechoso en los distritos del norte de la cual hemos perdido el rastro — mi voz es calma y pausada, tratando de dejarle bien en claro que estoy hablándole con amabilidad a una persona que no se merece ese trato después de haberme tratado como lo hizo hace dos minutos. Nadie me grita de esa forma — Tu hermana no era más que un sujeto en observación. Hay algunos trabajos de los cuales no te he hablado porque no son de tu incumbencia.

Moverme entre las parias es algo que he hecho con mucho cuidado, especialmente desde que el señor Niniadis insistió en profundizar los rastreos en lo más profundo de los distritos pobres. No se puede investigar sin colarse en las entrañas, es algo que he aprendido por las malas — Se sospecha que tu hermana es una de las muchas personas que irrumpieron en la Gala de Caridad del pasado diciembre junto al movimiento rebelde. No hay pruebas suficientes, pero todo sospechoso debería ser interrogado. Sé que es trabajo del departamento de aurores, pero hay ciertas cosas que siempre se les escapan. Ahora… — doy un paso hacia ella, entornando los ojos en una mirada gélida que se clava en la suya, apretando un poco los dientes al arrastrar las siguientes palabras — ¿Serías tan amable de levantar los papeles del suelo? Porque no sé quién te has creído, pero no toleraré ese trato ni siquiera de ti.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
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¿Qué dice de mí como hermana el que pueda creer cada palabra que sale de la boca de Hans? Llevo meses sin saber una sola cosa sobre Joyce, y por más de que quiera defenderla y decir que ella no sería capaz, lo cierto es que no lo sé. Nunca habíamos sido muy cercanas para empezar y luego del descubrimiento sobre mi parentesco… Bueno, técnicamente hablando no era mi hermana de sangre. ¿Es por eso por lo que nunca he preguntado demasiado sobre su desaparición? ¿A ese punto llega mi nivel de egoísmo? La respuesta a ambas preguntas en mi cabeza es un rotundo sí. - Lo… - Me detengo antes de empezar a hablar y dejo que mis ojos se encuentren con los suyos. Reconozco esa mirada, no por verla antes en él, sino porque esa cólera pasiva la había visto reflejada en el espejo más de una vez. - No, no lo lamento. - Me enderezo todo lo que puedo sobre mi altura, doy media vuelta y me dirijo a pasos seguros hacia donde he visto mi saco tan solo unos segundos antes.

Sacando la varita de su funda dentro de la manga, solo toma una pequeña floritura el que todos los papeles que he derramado vuelvan a acomodarse sobre el mueble. - La verdad es que ver ese papel… Me tomó por sorpresa es todo. Sabes que no actúo así. - Era cierto, no lograba comprender del todo qué fue lo que me hizo reaccionar de esa forma, pero no por eso iba a disculparme sin sentido. Si Hans fuera otra persona, una de las tantas frente a las que tenía que fingir constantemente, no me habría molestado hacerlo; pero él sabría reconocer la mentira, y sería una idiotez el siquiera intentarlo. Aunque pensándolo bien… - No, de hecho sí lamento haber arruinado la mañana y el haberte increpado de esa forma. Pero es MI hermana y no esperaba que lo próximo que escuchase sobre ella es que posiblemente estuviese muerta. - Mis palabras son sinceras, y en ellas descubro la razón de mi forma de actuar. Joyce era algo mío, no mi hermana de sangre, pero mi hermana en fin. Mía.

¿Sabrían Ri, Elle o Keiran sobre esto? ¿Qué debía hacer con esta información? Riorden era el Ministro de Defensa, ¿estaría investigando esto Hans por creerlo inepto debido al parentesco que mantenían? No me sorprendería que Ri guardase secretos, él había prometido mantener el mío.

¿Qué tanto podía confiar en Hans entonces?

He aquí la razón por la cual prefería acostarme con desconocidos, si no se complicaba por un tema sentimental, siempre se podía complicar por otra cuestión. En este caso, una investigación en curso en la que mi hermana menor al parecer quedaba ligada al movimiento rebelde. Ex-ce-len-te. - Gracias por haber explicado todo, incluso luego de la forma en la que te traté. - Y sé que probablemente lo correcto sería cambiarme e irme, pero no podía. No con la incertidumbre plantada en mi cabeza. Sin pedir permiso, me siento en el borde de la cama, aún vestida solo con su musculosa y con la varita aferrada a mi mano pegada al colchón.

¿Qué pasaría de ahora en más? ¿Joyce de verdad estaba muerta… de verdad era una rebelde? ¿Qué…? - Tú lo dijiste, no es de mi incumbencia el saber qué trabajos haces o dejas de hacer. Pero no deja de ser mi hermana… o algo así. Y cualquier cosa que haga, más aún si es fuera de la ley, repercute en mí. - En mí y en el resto de mi familia. Si Joyce había elegido darle la espalda a su familia y unirse a los parias, pues allá ella. No iba a permitir que sus acciones mancharan nuestro nombre. - Te respeto Hans. Probablemente seas una de las personas por las que más respeto siento… - No es una confesión que me condene de alguna manera. Es la pura y llana verdad. Sin embargo, no necesariamente lo respetaba por ser un mártir, una hoja blanca y prístina. Lo respetaba por su integridad, su confianza, y por las decisiones que había tomado para llegar a dónde estuvo. - … pero no soy idiota, y por más confianza y respeto que pueda tenerte, no puedo no preguntar: ¿Esto saldrá a la luz? - ¿Qué precio debía pagar para que no lo hiciera?
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
¿Por qué no me sorprende? ¿Por qué debería de hacerlo? Sé que la estoy envenenando con la mirada mientras me mantengo inmóvil, esperando que se digne a obedecer mi orden hasta que los papeles vuelven a estar ordenados — Realmente espero que no — contesto en tono sutil. Si ella tuviese el descaro de actuar de esta manera, yo probablemente jamás la trataría. Sus palabras siguientes son las que me hacen suspirar con frustración y descontracturar mi postura, volteándome para cerrar el agua corriente. Es obvio que cualquier plan de una ducha juntos acaba de evaporarse en el aire más rápido que mis ganas al escucharla gritar de esa forma.

Sin siquiera vestirme o decir una palabra, me cruzo de brazos y me recargo de costado sobre el marco de la puerta, siguiéndola con la mirada y un rostro inexpresivo. Acepto sus disculpas en silencio, conformándome con un simple levantamiento de la ceja izquierda como respuesta, pero no pienso abrir la boca hasta que termine de hablar. Sé que lo sabe: mi silencio no es más que una demostración de mi análisis, de evaluación de sus actos y de cómo debería tratarla después del pequeño escándalo. Al final, mastico brevemente el interior de mi mejilla y resoplo.

Sabes que, si alguien es culpable, será juzgado como todos los demás. Yo no controlo a la prensa y tampoco me he molestado por la discreción en cuanto a cubrir nombres de parias se refiere — sé que estoy hablando de su hermana, pero tampoco me importa demasiado el ser delicado — Los muggles son como el organismo enfermo de esta sociedad. Nos oprimieron por siglos y cualquiera que esté en contra de nosotros, está con ellos. Toda familia tiene una mancha, eso lo tengo muy bien asumido — no es necesario mirar muy lejos en cuanto a mí se refiere. Sé que es sabido que soy un mestizo, porque la verdad es que jamás me molesté en ocultar lo que hice con mi propio padre. Son ajustes de cuentas — Pero si tú no has hecho nada malo, no tienes de qué preocuparte. En cuanto a los Weynart…

Me despego del marco y avanzo hacia Annie, descruzando mis brazos para inclinarme vagamente delante de ella. Poseo toda la paz exterior posible cuando mis dedos se toman el atrevimiento de tocar su mejilla, rozando su pómulo con los nudillos al acomodarle algunos mechones de pelo en un aire natural que casi parece que es un gesto nuestro de todos los días — El señor Niniadis está muy preocupado con una búsqueda privada y realmente sería una pena que tu hermana acabe en medio de la investigación, en caso de encontrarla. Ahora, dudo mucho que tu hermano permita que se corra la voz — Riorden tiene poder, no es un secreto — pero la parte judicial sigue corriendo por mi cuenta. Es muy simple: si ella se lo merece, no tengo problema en evidenciar sus delitos como ejemplo para el resto de la escoria. Vi arder traidores antes y planeo seguir viéndolos arder en el futuro — dejo caer la mano, dedicándole una sonrisa de medio lado que no llega a reflejarse en el resto de mis expresiones — Lamento mucho todo esto, Annie, pero si quieres mi silencio en un asunto como este tendrás que haces algo más que acostarte conmigo. Respeto a tu familia, pero mi deber moral es un poco más importante, si me entiendes.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Mis ojos lo observan con una curiosidad casi científica en lo que habla, y si bien debería sentirme acorralada, no puedo evitar pensarme como un ave de presa al mismo tiempo. No me cabe duda alguna del por qué fue elegido como ministro de justicia incluso a pesar de su edad, y me siento extrañamente satisfecha pese a la posición en la que me encuentro. Incluso su tacto me fascina, desde un punto de vista completamente diferente al que compartimos bajo las sábanas, y me sorprendo a mi misma al notarme completamente impasiva. De haber sido él otra persona, probablemente habría respondido de manera mordaz, o hubiese jugado un papel de víctima, hasta incluso hubiera tratado de seducirlo; pero me era muy difícil actuar delante de Hans y prefería mostrarme tal cual era: como una científica que analizaba todo lo que le llamaba la atención, incluso aunque fuese peligroso. El arrebato de sentimentalismo que había tenido minutos atrás había sido solo eso: un arrebato.

- No lo lamentas, pero tienes razón… - Declaro con cautela, cruzando una de mis piernas por encima de la otra y asumiendo una postura menos vulnerable. - No es tu silencio lo que quiero. - Luego del discurso de Hans no podía ser tan ingenua como para no comprender que el precio sería más alto de lo que quisiera llegar a pagar por él. Y si Joyce encima estaba interfiriendo directamente con los asuntos de Sean Niniadis… pues ojalá que estuviese muerta. Sería mejor para ella y para todos. - A estas alturas creo que conoces a mi hermano mejor que yo, y si él quiere malgastar su influencia de esa forma, allá él. Lo único que quiero es que mi nombre no quede ligado al de mi hermana bajo ningún punto de vista, trabajé demasiado en hacerme un nombre por mi cuenta como para desperdiciarlo en una niñata desagradecida que le ha dado la espalda a su familia.

Podrían decirme cruel, podrían llamarme insensible, pero ya había perdido a dos hermanos en todo este juego político, no sería nada nuevo el perder otro. Si Joyce quería auto condenarse, bien. Pero como tratase de arrastrar a alguien más con ella, yo misma me encargaría de empujarla lo que le quedase de caída. - Nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario, ¿no es cierto? Pues en sí, lo único que quiero es que sigas haciendo lo que mejor haces, tu trabajo. - Y mi tono es lo suficientemente claro para que se note que no es una orden lo que le digo, sino que un cumplido. Y viniendo de mí, eso es mucho. - Si mi hermana es inocente, pues asunto cerrado. Si es culpable… ¿cuál es el precio para que vaya a la arena? - No me costaría demasiado volver como directora si así lo quisiera y no habría mejor forma de desligar nuestros nombres que esa.

La arena no era piadosa, e incluso los “vencedores” en realidad terminaban siendo las mayores víctimas. No importaba la magnitud que pudiesen tener sus crímenes, si Joyce era culpable, pues que pagase las consecuencias de sus actos; yo no iba a pagarlos por ella.

Aflojo el agarre de mi varita y estiro los dedos sobre el colchón, distrayéndome con la textura de las sábanas bajo mis yemas mientras me permito, por primera vez desde que inició esta charla, el desviar la mirada hacia otro lado. La pila de archivos, acomodada por arte de magia de nuevo sobre el mueble, me hace pensar que mi hermana no es la única que podría estar bajo la vista de Hans y eso me reconforta tanto como me preocupa. - Por lo que veo hay varias cosas que se les escapan a los aurores…- Señalo vagamente con la vista hacia el esquinero con la cabeza, y vuelvo a centrar mi vista en él. - ¿En cuántas cosas andas metido, Hans? - Y no es la curiosidad lo que impulsa esa pregunta, sino una especie de preocupación sincera.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Bueno no, no lo lamento y me parece excelente que ella lo sepa de entrada. Al menos en eso nos entendemos — Tu hermano no es idiota — Riorden es una de las personas que tiene mayor cercanía con Jamie Niniadis a pesar de que la ministra parezca una mujer impenetrable. Por mi lado, la desesperación de su marido me ha servido en más de una ocasión y ganarme su confianza ha sido sencillo. ¿Quieres ganarte a Sean Niniadis? Dale lo que quiere: una búsqueda fina en los rincones del país. ¿Quieres ganarte a Jamie? Sé el juez justo y recto que ella espera. Ser yo nunca había sido tan fácil — ¿Lo único que me estás pidiendo es desligarte de su mugre para que no te salpique? Vaya — alzo mis cejas sin mucha sorpresa — Cada vez me gustas más, Weynart — creo que queda bien en claro por mi modo de hablar de que no es una frase cargada de sentimentalismo.

Mi trabajo, eso se me da bien, la sonrisa de orgullo y socarronería lo deja bien en claro — Pues veamos… — me froto la nuca con una nueva calma, rascándome apenas esa zona y bajando a uno de los hombros, el cual me masajeo — Depende de la gravedad de los hechos en los cuales se la encuentre culpable. La arena es una buena condena si no eres tan importante. Por ejemplo: un enemigo público del estado sería condenado de inmediato, nadie querría gastar recursos en mantenerlo más tiempo con vida en televisión. Es una idiotez — además, sería darle más tiempo para que nos robe el aire que respira, así que mejor pasar a la inmediata acción y condena — Pero, hasta donde sé, tu hermana no ha hecho nada tan grave. La arena puede ser la salida más rápida en caso de encontrarla. ¿Lo soportarías? — obvio que sé que lo haría, por algo me lo ha pedido. Pero por la cara que le pongo estoy seguro de que ella entenderá que solo deseo que me lo diga.

La postura de Annie cambia y eso me permite enderezarme de una vez, dejando caer la mano que me masajeaba hasta hace dos segundos atrás. Su modo de señalar hace que mire hacia el mueble y tengo que encogerme de hombros de manera apenas visible, tratando de no reírme ante lo irónico de la situación — Si alguna vez iba a tener esta charla, no pensé que sería así — declaro, señalándome a mí antes de a ella, haciendo alusión a nuestra poca ropa — Como sea. Hay búsquedas del gobierno algo urgentes que necesitan de gente que sepa meterse entre los rebeldes. Se me da bien leer y engatusar a la gente — lo explico como si estuviese solamente explicando cómo funciona el ciclo del agua y me siento a su lado, enderezando un poco la espalda — Sean Niniadis confía en mí para hacer algunos trabajos que otros no han podido. Trabajos un poco más… finos, en especial luego del juicio de Sebastian Johnson — no, no estoy hablando del distrito catorce. La ministra es quien está obsesionada con esa gente, pero su marido sabe que hay cientos de lugares donde Stephanie Black y Cordelia Collingwood podrían estar — es información confidencial, Annie. Te respeto, pero no puedo confiar en ti con todo esto.

Nadie puede culparme. Aún recuerdo la charla con Niniadis en su oficina, una charla que me dejó mudo al menos diez minutos antes de poder hacer las preguntas correctas. ¿A quién estamos buscando? No lo sabemos, pero su madre y su tía son un excelente punto de partida. Los Black ya jodieron demasiado en el pasado como para que sigan haciéndolo en el futuro y nuestros mandatarios saben que, de encontrar al bastardo, no tendré problema en arrastrarlo ante ellos. O matarle si se da la oportunidad, por qué no: no han dicho nada sobre no hacer un trabajo más limpio. Sé que estamos hablando del asesinato de un adolescente, pero tanto los Niniadis como yo sabemos que es la única opción que tenemos.

Me rasco el mentón y, como si nada hubiera pasado, descontracturo la postura y me acerco un poco más a ella, buscando un nuevo tipo de proximidad — Creo que no debo aclarar que nada de esto tiene que salir de esta habitación. ¿No? — murmuro sin demasiada amenaza en mi voz, al menos no de la palpable, mientras le dedico una veloz sonrisita a pocos centímetros de sus labios — Eres inteligente, Annie. Conoces hasta donde llega tu poder de acceso y donde se marca la línea que indica cuando te pasaste. Sé que sabrás cómo actuar — mi boca presiona rápidamente la suya, aunque en un gesto demandante que delata mi postura de demanda sobre ella por esos breves segundos — Si hay alguien a quien admiro en cuanto a sus decisiones, eres tú. Sé que no voy a sentirme decepcionado.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Siento una leve sensación de orgullo cuando declara que Riorden no es idiota, pero dura poco. Sé que él es más sentimental de lo que parece y me sorprendería que no quisiese ayudar a Joyce si resulta que sí es culpable de las cosas de las que se la acusa. Pero al fin y al cabo terminaría siendo una pérdida de su tiempo, el gobierno de Jaimie Niniadis no se caracterizaba por su piedad ante los traidores y yo no veía nada de malo con eso. - Eres un amor de persona, Powell. Otros me dirían inmoral o me tacharían de fría. - Pero yo seguía mi propia moral y no tendría esta charla con otras personas a menos de que la situación lo ameritase, así que daba exactamente igual.

Lo observo con atención cuando comienza a explicarme las posibilidades de la condena que solicité y me siento satisfecha con su respuesta, o al menos lo hago hasta su pregunta final. - Si es de verdad culpable, probablemente lo disfrutaría, no voy a mentirte. - ¿No había dicho él que podría haber sido parte de los rebeldes que habían atacado la Gala de Caridad? Si dependiese de mí, haría una Arena especial para todo ese grupo de irreverentes que se atrevían a traicionar a su propia gente. Sería casi como un experimento; podían ser un grupo unido que se proclamaba en contra del gobierno, pero los lazos se cortaban bastante rápido cuando se trataba de la supervivencia propia. - Tal vez incluso solicitaría volver como Directora si ese fuera el caso.

- ¿Desde cuándo te volviste tan pudoroso? - Consulto levemente divertida cuando señala nuestro estado de semi desnudez. No era el primer hombre desnudo que veía en mi vida, y tampoco iba a ser el último; independientemente de qué temas pudiésemos estar hablando. Aunque tendría que darle la razón si consideraba que no solía hablar de ningún tema en particular si había poca ropa de por medio, generalmente porque no buscaba temas de conversación con la gente con la que elegía compartir mi cama. - Ósea que básicamente eres un espía. - No es una pregunta. Sus palabras fueron lo suficientemente claras, e incluso aunque me dice que no puede confiarme cierta información, no puedo evitar sonreír. - Nunca te consideré una persona aburrida, Hans, pero debo admitir que no me esperaba eso de ti. - No cuando lo que dio inicio a nuestra relación había sido mi necesidad de encontrar a alguien que pudiese entenderse bien con todo el papelerío legal. Aunque en cierta forma, tampoco me sorprende. Si quieres un trabajo bien hecho, nada mejor que hacerlo tú mismo, ¿no?

No podía comparar lo que yo hacía a lo que él estaba haciendo al meterse con esa… gente. Pero si podía entender muy bien eso de necesitar mancharse las manos para poder hacer bien el trabajo. La inutilidad ajena y la desconfianza eran dos cosas con las que vivía a diario, así que no había forma de que me molestase el no obtener más información de su parte.

- Me siento ofendida de que debas preguntar, Hans. Puedes quedarte tranquilo, nada saldrá de esta habitación. - Y puede que eso lo incluyese a él si es que seguía acercándose de esa forma. - No hacen falta los cumplidos, conozco muy bien mis límites y no planeo cruzarlos a menos de que en algún momento necesites una mano amiga. - No me molestaría ayudarlo si llegase a necesitarme en alguna ocasión, aunque bueno… Mi cara no sería precisamente bienvenida en esos distritos. Inclinándome hacia adelante, llevo mi mano a su hombro y me impulso en él para alcanzar los pocos centímetros que separan nuestros labios. Tenía que admitir que Hans era tentador. - Igual debo felicitarte, con un puesto como el tuyo debes ser más inteligente, o más seductor de lo que creí para poder moverte entre tanto repudiado y estar tan ileso como se te ve. - Dudaba mucho de que se rebajase a llevar un disfraz o una capa de invisibilidad por aquellos lados. Si en eso consistiese su trabajo, probablemente se lo dejaría a los aurores en vez de arriesgar su vida por ahí simulando ser otra persona.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Ruedo un poco los ojos con cierto toque divertido porque creo que es la primera persona, al menos en mucho tiempo, que me califica como “un amor” sea cual sea el tono utilizado. Puedo comprender lo que dice porque yo mismo he disfrutado de ver pagar a un pariente en carne propia, aunque lo de volver a solicitar el puesto de directora de la arena me toma un poco desprevenido — Ese es el espíritu — aseguro — Dudo mucho de que alguien se oponga a la idea — Annie hizo un excelente trabajo y tiene los contactos necesarios. Las cuentas se hacen solas.

Su pregunta me hace reír, echando un poco el torso hacia atrás — No hablo de pudor, sino que llevo algo más de ropa cuando discuto asuntos de suma importancia — al menos, la mayoría de las veces, para qué mentir. Que lo saque tan rápido no me sorprende, pero de todas maneras me abre los ojos un poco más por una milésima de segundo y se me patina poco a poco la sonrisa que no niega ni afirma lo que está diciendo — Sabes mi modo de trabajar, Annie. ¿A cuántos jueces he seguido los últimos meses porque pienso que no son capaces de mantener al Wizengamot en orden? — desde que dejé mi trabajo como simple miembro de la corte me es imposible no respirarle en la nuca a mis empleados. No estoy en todas las juntas ni en todas las sesiones, pero mi presencia es algo mucho más física de la que debería ser en realidad — Hay mucha incompetencia en nuestro gobierno, mucha suavidad y, si me dejas opinar, poca fidelidad. Hay que tener cuidado a quienes le confías tus tareas.

Sé que los conoces, solo te hago un pequeño recordatorio — mascullo de lado. ¿Una mano amiga? Eso es siempre útil y creo que se lo dejo en claro con el vago asentimiento de la cabeza. Sus labios se sienten incluso más deliciosos ahora que la noche anterior, lo que me provoca un sonido algo ronco y profundo frente a sus últimas palabras, mientras mis dedos juguetean con una de sus rodillas — El mundo es muy simple si sabes leerlo, Annie. Todo el mundo se vende cuando sabes cómo comprarlo, sea cual sea la cara que portes — mis yemas caminan por su cuerpo hasta presionar su vientre y la empujan por el torso, obligándola a recostarse. Es mi cuerpo el que se inclina sobre el suyo, continuando la charla en un ronroneo — Información verdadera pero sin importancia, a cambio de información quizá no tan importante pero que a nosotros nos ahorra mucho trabajo. La gente confía en ti cuando tienes labia, confianza y pruebas de que no los estás estafando — la verdad se compra con la verdad, es una ley básica.

Me trepo con facilidad innata a su cuerpo, apoyando una mano a cada lado de su cabeza — Y sí, quizá he seducido a algunas personas que no tocaría en otras circunstancias y, sí, me he ensuciado más de lo que debería, pero el fin justifica los medios. Hay muchas cosas en juego y eso me importa más que el sacudirme un poco de polvo — mi boca aprieta y pellizca su cuello, recorriendo su clavícula como una nueva exploración, cerrando mis ojos al gozar del contacto cálido de su piel. Mi mano derecha amenaza a colarse bajo la musculosa que me ha robado cuando el golpeteo en la puerta me hace ladear la cabeza, bufando de manera tal que el pelo se me sacude y tengo que incorporarme un poco — ¡Deja el carrito y vete! — exclamo, oyendo de inmediato el “sí, señor” seguido por los pasos que indican que hemos vuelto a estar solos. Trato de acomodarme y agarro la varita, la sacudo en dirección a la puerta y el carrito de la comida entra por sí solo, cerrándose la entrada tras él. Aún con la varita entre mis dedos, me giro hacia ella y mordisqueo por un instante sus labios antes de separarme un poco — ¿Desayuno? Nada mejor como algo de café para digerir nueva información. Debes creerme cuando te digo que lo sé por experiencia.
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
Se me escapa una sonrisita por lo bajo cuando menciona lo de los jueces, sobre todo porque estoy segura de que al menos un porcentaje de su popularidad se había forjado cuando destituyó a Robostus y a McFarlanne de sus lugares en el Wizengamot. Eran dos vejestorios inútiles por los que nadie sentía un mínimo de simpatía, y que básicamente vivían de coimas y sobornos. Sí, conocía bastante la forma de trabajar de Hans, y era algo con lo que podía estar totalmente de acuerdo. - Me gustaría llevarte la contraria, pero puedo entender muy bien eso de la incompetencia y la suavidad. Aunque debo admitir que no imaginaba que hubiera personas tan idiotas. ¿Poca fidelidad? ¿trabajando aquí? Eso más que hipocresía es simple y llana estupidez.

Podía entender hasta cierto punto que la gente de los distritos del Norte no sintiese demasiada simpatía por el gobierno. Pero que los que vivían aquí, rodeados de lujos y comodidades, sin opresión y con libertad de decidir… ¿qué podían decir en contra de un gobierno que nos había dado todo? Criaturas estúpidas, eso es lo que eran.

No es que necesitara un recordatorio de mis límites, pero no me molesto en refutarle porque comienza a hacerme recordar otras cosas con su tacto. - ¿Todo el mundo? Entonces… ¿cuál sería mi precio? - No estaba segura de tener uno, pero si alguien pudiese ser capaz de encontrarlo, no me cabía duda de que él era el mejor candidato para eso. Me dejo llevar por el empuje de sus yemas, y me pregunto una vez más el por qué tardamos tanto en llegar a este punto en nuestro trato. Después de todo, podía dar fe de que la labia y la seducción eran casi un aspecto físico de todo lo que era Hans, y cada cosa que me explicaba parecía salida de un manual creado por él “El arte de seducir con inteligencia”, podría llamarse.

Mientras sus manos se posicionan a mis costados, las mías se entrelazan detrás de su cuello, en un gesto casi desinteresado mientras lo sigo escuchando con atención. - No estoy segura de que uno pueda ensuciarse demasiado nunca, uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y tú lo has dicho: cum finis est licitus, etiam media sunt licita. - No por nada era una de mis frases favoritas. Bueno, esa y “la victoria está reservada para aquellos dispuestos a pagar su precio”. Aunque debía admitirlo, Hans de verdad sabía seguir esa filosofía de vida.

Me distraigo con el recorrido que sigue su boca, y como mis manos andan muy ocupadas enterradas en su cabello, comienzo a buscar su tacto con las piernas, acariciando con mi muslo su costado y buscando acercarlo un poco más. O al menos lo intento hasta que llaman a la puerta y el momento se pierde en lo que Hans da órdenes y hace entrar el carrito con comida. - Si esa es la excusa, entonces que sea café irlandés, no creo que pueda terminar de digerir todo esto ni en una semana. - Le confieso cuando logro incorporarme pese a mis pocas ganas de hacerlo. Aunque debía admitir, que si bien mi descubrimiento había frustrado un poco el humor de la mañana, no me arrepentía en lo absoluto de las cosas que había aprendido en estos últimos minutos. Era científica, tener información y diseccionarla era lo que más disfrutaba en el mundo.

- Hablando de información que digerir… ¿cómo va eso de ser “papi”?. - La noche anterior no habíamos hablado demasiado y me había olvidado consultarle sobre ese tema.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Te sorprenderías — aseguro — Cuando trabajas en tribunales, puedes ver en primera fila la actitud que ponen algunas personas cuando sugieres los castigos más severos — ceños fruncidos, labios apretados, músculos tensos. Parece ser que algunos magos han olvidado muy fácil el cómo hemos sido tratados en el pasado, pero no tengo ningún problema en hacerles recordar de vez en cuando. ¿Cuál sería su precio? Tengo que meditarlo, pero mi atención está dividida entre su anatomía y las palabras que se van formulando dentro de mi mente — No es muy difícil. Seguridad. Quizá los medios para moverte en tu carrera. Creo que no serías difícil de sobornar si estuviese interesado en hacerlo — más que nada, porque sé que tengo los medios como para conseguir lo que quiera.

“Cuando el fin es lícito, también lo son los medios” — traduzco en un murmullo pícaro, dándole la razón con un movimiento de la cabeza — Si quieres una vida como ésta, algunos sacrificios deben hacerse. Eso incluye comodidades y momentos de ocio — especialmente esto último. Puede que el poder monetario me permita el relajarme de formas que otros solamente pueden poseer en sueños, pero tampoco tengo mucho tiempo para gozarlo. No puedo quejarme: ser Hans Powell es todo un beneficio. “Tocado por la varita mágica”, he oído por ahí; nunca mejor dicho.

Maldigo eternamente la interrupción al tener demasiado vivo el recuerdo de las caricias de sus piernas, así que mi movimiento al acomodarme es un poco ansioso y robótico. Inclino el torso hacia delante para poder agarrar la jarra de café acompañándome de una risilla, ladeando la cabeza de un lado al otro. El líquido pronto llena dos tazas, elevando su vapor de delicioso aroma y recordándome por qué disfruto tanto de esta infusión — Podrías enterarte de cosas peores. Al menos agradece no tener algo demasiado tangible como para preocuparte de veras. ¿Leche, azúcar, ambas? — ofrezco, dispuesto a terminar de preparar su taza.

Ya estoy en proceso de preparar mi propio café cuando la charla sigue, haciendo que casi me atragante con el mismo cuando decido probar cómo está y la palabra “papi” sale de su boca sin reparos — ¿No quieres seguir hablando de los rebeldes? — le pregunto en tono asfixiado. Bebo un poco de mi café para destapar mi garganta y dejo la taza, ya que la idea de untar una tostada se me hace más tentadora para tener la atención ocupada — Bien, si te interesa. Mejor de lo que hubiera imaginado — tampoco es que pude imaginarlo demasiado. Dejo el cuchillo untable y le doy un mordisco a la tostada, sintiendo el pan quebrarse entre mis dientes y quitándome algunas migajas por simple acto reflejo — Meerah es mucho más interesante de lo que pensé. Bueno, al menos no me habla de mocos o dibujos animados — pero supongo que es porque tiene doce años, aunque no recuerdo exactamente qué es lo que hacen los niños a esa edad. Es un detalle del que me percato el que me hace masticar con mucha más lentitud y tragar casi escandalosamente — Se parece ridículamente a mí. Hablo de… — uso la mano libre para señalar mi cara en un gesto circular — No me esperaba eso. Siempre pensé que sería una mini versión de Audrey.

O no. No lo sé, no estoy seguro de saber lo que estaba esperando de ella antes de conocerla. Tengo el tic de golpetear el costado de la tostada con los dedos en un gesto ido y acabo metiéndome lo que queda de una en la boca, llenándome los cachetes brevemente para luego tragar con fuerza. Gracias al cielo, porque creo que me dio el rápido parecido con una ardilla alta y grotesca — Es inteligente. Y creo que no le han enseñado lo que significa el “tener pelos en la lengua” — sonrío vagamente, más para mí mismo que otra cosa y vuelvo a hacerme con la taza — Pero no estoy seguro de que ser “papi” sea lo mío. No lo sé, solo ha sido una vez — la práctica hace al maestro, o eso dicen. Dudo mucho que esa lógica se aplique a los niños.

Aún con el sabor del café que acabo de sorber en la boca, me acomodo para poder dejar un rápido beso en su hombro, aferrando ambas manos alrededor de la calidez de la taza — A veces me sorprende, Annie — farfullo, apenas alzando la mirada en su dirección — de la cantidad de secretos que podemos dejar morir dentro de una habitación — su hermana, mis misiones, la jodida tarea de la paternidad. Nadie puede decir que entre nosotros no existe confianza. Al menos la necesaria.
Hans M. Powell
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Annie C. Weynart
Jefe de Área en Investigación
- Seguridad… buena elección. - No me parece una mala forma de comprarme para empezar. Aunque bueno, también dependiese de la persona que quisiera sobornarme. Aunque de momento prefiero seguir a mi ritmo. No tengo deseos de robar su record como el más joven en ocupar su puesto, ministro Powell. - No todavía al menos. En dos años podría llegar a opinar de manera muy distinta.  Todavía no terminaba de decidir si me gustaba del todo estar en el papel de jefa; perdía demasiado tiempo vigilando inútiles antes de siquiera poder arrancar mi trabajo propiamente dicho.

No me sorprende en lo absoluto que sepa latín, o cuando menos lo que significa la frase, así que le devuelvo la sonrisa y pico con suavidad sus labios a manera de aprobación. - Si en algún momento tienes que sacrificar tu colchón, puedo hacer el favor de sacarte ese peso de encima. - Bromeo. O tal vez no, porque si hay algo que realmente le envidiaba en estos momentos, era el poder despertarse todos los días en esta gloriosa cama. Podría tardar una eternidad en querer salir de ella, pero cada segundo perdido habría valido la pena al final. - Ese sería una buena forma de comprarme también. - Agrego.

El olor a café pronto llena mis fosas nasales, pero no logro identificar con exactitud qué tipo de café es. Lo bueno es que parece fuerte, lo suficiente para borrar cualquier resquicio de resaca que podría haber quedado. - Ambas. Mi respuesta suena vaga y casi distraída, pero en mi defensa sí tenía una de esas cosas casi tangibles que me generaba preocupación. ¿Debería decirle?

Acepto la taza cuando me la tiende y revuelvo con cuidado de no volcar el líquido, acercándomela a los labios y soplando sobre la superficie antes de dar unos sorbos tentativos. - Oh lo siento, ¿estás bien? - Palmeo su espalda un par de veces con la mano que no sostiene el café y dejo que se me escape una risa cuando descubro que no le sucede nada grave. La idea de que se atragante con solo escuchar una palabra es hilarante en verdad si tenemos en cuenta la profesión de Hans, pero no tarda en reponerse y comienza a hablarme de su hija. Que si tengo que ser sincera, nunca creí estar discutiendo este tema de manera voluntaria con nadie, pero luego de todo lo que había sucedido esta mañana, la situación parecía casi normal.

Termino la mitad de la taza en lo que lo escucho y la apoyo sobre mi regazo con cuidado antes de poder contestarle. - Entonces, tienes una hija inteligente, con personalidad, y que se parece más a ti que a tu ex. ¿Y dices que no sabes si podrás ser padre? - Con toda la delicadeza que soy capaz de reunir, llevo mi pulgar hacia la comisura de su labio y limpio un par de migajas que quedaron allí en un gesto casi inconsciente. - No sabré mucho sobre niños, pero suena a que la situación podría haber sido mucho peor para ti. Mientras que tu ex no te joda la existencia, no creo que no puedas tener una relación lo suficientemente sana con ¿Meerah, dijiste que se llama? - Llevo nuevamente la bebida a mis labios, y tomo lo que queda en la taza con rapidez al haberse enfriado lo suficiente como para que no queme mi garganta. - Y aún si no es sana, al menos tienes la intención de hacerte cargo, que es más de lo que puedo decir de otras personas.

Yo sabía muy bien que no había padres sobresalientes e impolutos en este mundo. Sin ir más lejos, mis propios padres habían sido un desastre en sí mismos o bueno, al menos mi madre si consideraba que… - Súmale otro a la cuenta. - Advierto. Quiero decirle, por alguna razón tengo la necesidad de contarle mi secreto, y pese a que confío en que no dirá nada, no deja ser un asunto que me pone en extremo nerviosa. Ni siquiera puedo contener el temblor impaciente de mi pierna, y debo mordisquear mi labio con cautela antes de proseguir. - Incluso si la cagas hasta el fondo, no le ganarás jamás a mis padres. Al menos tú no le mientes a tu hija. Mi madre creyó que era oportuno el no contarme jamás que mi progenitor no es Ludovic Weynart. - Ahí está, por segunda vez en mi vida había podido decir esas palabras en voz alta.
Annie C. Weynart
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Romper mi récord, como si alguien pudiera hacerlo — Si tengo que comprarte dándote mi colchón, prefiero encontrar otro modo o simplemente dejarlo pasar — le guiño un ojo porque creo que los dos sabemos que mi cama no está en venta. Si hay algo que hemos comentado en las dos ocasiones en las cuales hemos terminado bajo las sábanas, es lo excelente que se siente hundir la espalda en un lecho como este. Si quiere dormir aquí, deberá hacerlo conmigo. Tampoco es que me queje, la verdad: Annie es una mujer seductora, pulcra e inteligente y nadie puede negar que es un pequeño mérito y éxito personal el poder acostarme con ella.

Ambos cafés hechos y nada mejor que la cafeína para poder sobrevivir nuestra conversación siguiente. Con la garganta aún picando le hago un gesto afirmativo con la cabeza en respuesta a esas palmadas — Bueno… que sea una niña excelente no quiere decir que yo tenga madera para serlo. No controlo la genética, en cuanto a lo demás… — me explico, apenas bizqueando en un intento de ver como sus dedos limpian mis labios en un gesto que me sorprende al venir de ella. Estoy más acostumbrado a que sea Josephine la que hace esas cosas, o alguna señorita ilusa de turno a pesar de que sé que en Annie no va por ese lado — Meerah, sí. Le gusta que la llamen así, pero es su segundo nomb… bah, no importa — doy un trago generoso de mi café y quiebro algunas migajas en mis dedos, llenándome el estómago con manos casi robóticas — Me haré cargo de todo lo que pueda, pero no tengo idea de cómo se cría un niño. Supongo que tendré que ir dando tumbos como todos los padres — caminar a oscuras jamás ha sido mi método favorito e improvisar solo se me da bien en la corte, con materiales que ya conozco de memoria. Esto es terreno completamente extraño.

Su advertencia hace que mastique más lento lo que me queda de tostada y entorno la mirada en gesto de sospecha, tratando de adivinar antes de que abra la boca. Sea lo que sea, no me esperaba la bomba que suelta y me quedo con la taza a medio camino, mirándola mientras mi cerebro parece hacer cortocircuito antes de empezar a trabajar a toda marcha — ¿Tu madre engañaba a tu padre? — sé que no es el modo con más tacto para tratar de comprender lo que ha sucedido, pero es eso o es adoptada y el modo de formular la oración me tira más a la primera opción. Se me escapa un silbido que retumba en la taza y le doy otro trago hasta vaciarla, lo que me da permiso a dejar mi desayuno y frotar mis manos ya desocupadas — ¿Tú…? ¿Cómo lo supiste? ¿Ella te lo dijo? — Vaya, no sabía que los Weynart tenían ese tipo de dramas. Es oro puro, pero como no tengo razones para utilizar esta información a mi favor, la pateo de inmediato a los cajones de mi inconsciente — Bueno, eso es… y yo que me quejaba de mi mala fortuna.

Se me inflan las mejillas cuando dejo salir en aire en un suspiro que me relaja la caída de los hombros, no muy seguro de cómo actuar a continuación. Es Annie, sé que no ha venido a mí por consuelo y dudo un poco del consejo. ¿Por qué me lo dice entonces? Sé que es una pregunta que no debe hacerse, así que me la trago — ¿Sabes quién es tu verdadero padre? — pellizco uno de los bollos que decoran un platillo de cerámica y me lo meto en la boca, saboreando en un intento de ganar tiempo para saber qué decirle. Acabo teniendo un total y repentino cambio de postura cuando subo mis piernas a la cama, moviéndome de manera que termino sentado como indio con todo mi cuerpo enfrentándose a ella, dando algunos golpecitos en mi mentón con los dedos — No es necesario que diga que nosotros no somos los errores de nuestros padres. No sé que tanto te ha afectado algo como esto… — siempre he pensado en Annie como una persona sin sentimentalismos, pero esta misma mañana me ha lanzado una pila de papeles por la cabeza solamente por ver el nombre de su hermana — … pero por algo soy tu abogado de confianza. ¿No? — mi torso se inclina hacia delante para sonreírle con confianza a pesar de ser solo una muequita, pero sé que ella va a captarlo — No todos tienen la suerte de tener al ministro de justicia cubriendo sus espaldas. Sabes que puedes contar conmigo incluso fuera de este dormitorio — más allá de que me siga debiendo una ducha.
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Su respuesta me hace reír, y simplemente ruedo los ojos mientras le regalo una sonrisa de costado. - En algún momento tendrás que decirme de dónde lo sacaste. No querrás que venga tan seguido a usurpar tu cama. - que no lo haría, no iba a arriesgarme a que se perdiera la etiqueta de “casual” por culpa de un colchón, pero no era algo que no hubiese considerado. Al menos era Hans, y no alguno de mis amoríos de una noche; aunque pensándolo mejor, me costaría mucho menos convencer a algún desconocido antes que al ministro de Justicia.

- Niña excelente… - Jamás creí que esas palabras salieran de su boca y no puedo no encontrar cierta ternura en que suene como un padre pese a que él opine que no tiene madera para serlo. Lamento romper tu burbuja, pero ya suenas como un padre orgulloso y apenas y conoces a la niña. Tengo miedo de lo que serás cuando realmente te compre. Dicen que las hijas son más apegadas a su figura paterna. - O al menos esa era la teoría, yo no podía hablar desde la voz de la experiencia en nada que tuviese la palabra “apego” de por medio. Lo más cercano que tenía al cariño era para con mis hermanos, y hasta ahí… - Antes de que puedas acordarte, terminaras presumiendo de Meerah a todos tus conocidos y yo simplemente reiré de fondo. - No de forma burlona necesariamente, pero no había forma de que no me divirtiese la situación de que Hans, uno de los solteros más codiciados del capitolio, se volviese en una figura paternal. Aunque si era sincera, más que reírme de él, me reiría de todos los tabloides. - Es casi una adolescente, creo que no hay forma de arruinarlo mucho y aunque lo hagas, siempre puedes culpar a la madre. - Si es la que la había criado todo este tiempo, no veía como podía afectarle demasiado.

Se me escapa una carcajada cuando Hans reacciona de la forma en que lo hace, y toda la tensión que se había acumulado en mis hombros parece relajarse en ese gesto. - Supongo que ese debe haber sido al caso. Ni yo misma entiendo a mi familia, pero al parecer hay demasiados escándalos internos, y la mitad los averiguo por cuenta propia. - ¿No habíamos discutido sobre Joyce minutos atrás? Probablemente dentro de diez años seguirían apareciendo cosas que ni mis hermanos ni yo conocíamos y simplemente tendríamos que archivarlo y seguir como si nada. A estas alturas sentía que no conocía a ninguno de mis padres, y por lo visto, también sabía poco de mis hermanos. A estas alturas terminaría conociendo más a Meerah por lo que me contaba Hans, que a mi propia familia. - No. ¿Recuerdas cuando hace unos años revisaste las cuestiones legales que requería para experimentar con muestras de sangre de los muggles que obtenían magia? - Ni siquiera espero que responda ya que, conociéndolo, seguramente se acuerde. Nunca en todos mis años de trabajar con él lo había visto dejar una laguna en ninguna cosa que hiciese. - Pues trataba de investigar el gen mágico comparando todo tipo de muestras de sangre, entre ellas la mía, y bueno… el resto se entiende solo. - Si me hubiese visto esa primera semana luego de haberme enterado de eso, probablemente no me hubiese reconocido. Ahora, y si bien me ponía nerviosa, no podía decir que me afectaba de la misma manera.

- La verdad no tengo idea, y no sé si quiero saberlo. - Confieso sin vergüenza, estirando las piernas todo lo que soy capaz antes de volver a enderezarme en el borde de la cama. - Demasiada confianza… eres el único que lo sabe además de Ri. Aunque debería habértelo dicho antes si pienso en que debería estar preparada desde el ámbito legal. - Dejo escapar un suspiro y termino dejándome caer sobre el colchón, entrecruzando mis manos sobre mi abdomen mientras pienso en lo bizarra que fue esta última hora. - A estas alturas me sorprende más contar contigo dentro de este dormitorio que fuera de él. La mañana parecía mucho más prometedora antes de mi ataque de histeria. - Y recién era martes. Gracias al cielo éramos gente profesional y bastante desapegada a nivel emocional, de lo contrario, no sé cómo podríamos afrontar el resto del día laboral.
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Oh, no empieces con eso — se me escapa una vaga risa entre las palabras, sacudiendo la cabeza con una no muy acertada muestra de exasperación. Lo último que puedo ser yo es un padre orgulloso, a pesar de que admito que la niñata me agrada más de lo que hubiera creído. He visto a muchos papás con sus hijas, pero jamás he podido visualizarme en el papel, ni siquiera cuando supe que Meerah existía — Y menos mal que lo es, porque imagina que esto hubiese ocurrido cuando era una bebé. ¿Me puedes ver cambiando pañales? — ni muerto. Eso sí que ni muerto. Por algo creo que llevo condones conmigo a cualquier sitio en la billetera por si las dudas.

Al menos se ríe y eso es total y completamente un alivio, aunque también me da a entender que lo sabe hace tiempo y lo tiene totalmente asumido. Recuerdo lo que me dice más que bien, pero no me molesto en abrir la boca hasta que su explicación acaba por tomar forma y suelto un “ohhh” por lo bajo que denota entendimiento — ¿Y por qué no dijiste nada? — sé que no debe ser fácil decir algo así en voz alta, pero dudo mucho que pasarlo en soledad sea la solución adecuada. No soy el icono de la amistad y el compañerismo, pero creo que quedó más que en claro que en mí puede confiar. E incluso así puede que no sea capaz de culparla. Tenemos muchas etiquetas para nosotros. Compañeros de fiesta, colegas, socios, amantes de una noche. Algo de esa índole quizá lo hacía demasiado personal.

Como ella se estira me veo obligado a moverme un poco hacia el costado para darle espacio, tratando de ignorar el factor de que no se ha cubierto demasiado — Tiene lógica — le concedo, aunque es lo último lo que me hace reír con desgano — Una cosa no tiene que arruinar la otra. De verdad agradezco que confíes en mí como para contarme algo así. Sé que no debe ser fácil el descubrir que tus padres no son quienes creías. Créeme, estuve ahí — fue una decepción y a la vez un alivio debido al saber cómo era mi progenitor sin la máscara de falso padre amoroso. No pude creer en él ni en todos sus buenos tratos previos porque supe que algo tan simple como una diferencia genética bastó como para destruir a la familia y al supuesto amor que él sentía por nosotros. Annie no debe estar muy lejos de esa clase de desilusión.

Guardo silencio, permitiendo que los sonidos de la mañana se abran paso por la ventana. Lo único que me sobresalta y me saca del trance es el sonido de mi comunicador, vibrando sobre la mesa de noche y haciendo temblar la copa de champagne. Con un bufido, estiro la mano y chequeo el nombre, sabiendo de entrada que sería Josephine — Aún podemos cumplir con lo prometedor antes de ir a la oficina — mi voz cambia de inmediato, cubriendo el tono algo más pulcro y elegante del Hans Powell del Ministerio de Magia — Sé que parece que se ha arruinado, pero siempre he creído que el dejarse caer solamente nos vuelve más vulnerables. Creo que ni tú, ni yo ni nadie debería ver frustrados sus planes o sus intenciones por gente que no se lo merece. Ni tu hermana ni tus padres ni los míos son personas que valgan minutos de nuestro tiempo — al menos que sean minutos que cumplan como equivalencia de hacerles pagar.

Sin ton ni son, dejo el comunicador en su sitio y me inclino sobre su cuerpo recostado para dejar en sus labios uno de los besos más casuales de toda la mañana — Si te interesa, estaré en la ducha. No puedo ir al trabajo apestando a la hermana de uno de mis colegas — con una sonrisita rápida, le doy una palmada en la cintura y me levanto. No es hasta que estoy debajo del chorro de agua corriente que pienso lo fácil y difícil que es a la vez el poder limpiarse los problemas a pesar de lo mucho que éstos quieran aferrarse a la piel.
Hans M. Powell
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