VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
¿Por dónde empezar?
El tren aparcó con sumo silencio en una estación algo diferente a la que recuerdo, pero con las mismas proporciones vista desde los ojos de un adulto mucho más alto que el niño que solía caminar por ahí, hace muchos años; un completo extraño. Seth me había cubierto esta vez, sin exigir detalles, apareciéndome en el distrito doce para poder encontrarme con Arianne, quien me llevaría con ella. Con la cabeza gacha y sin hablar con nadie, el viaje en tren fue más una obligación impuesta por mi parte que una necesidad. No deseaba apariciones, ni transladores: necesitaba verlo todo, como hace años no lo hago, con estos ojos que han visto cientos de otras cosas desde la última vez que puse un pie en el distrito cuatro.
A pesar de que la capa de invisibilidad reposa dentro de mi bolsillo y que decidimos que me haría pasar por un esclavo en caso de que alguien hiciera alguna pregunta, nadie se fija en mí a pesar de que no despego la cara del vidrio como si fuese un crío fascinado, hasta que toca bajar. El nudo en mi estómago me mantuvo callado y al borde del colapso mientras andábamos por las calles repletas de personas con un perfil algo diferente al de mi memoria, pero los pasos continúan siendo tan del cuatro que me arrebatan más de una sonrisa nostálgica. Lo más complicado es no señalar: la antigua verdulería, el puesto que solía tener los mejores pescados, la plaza principal donde solía correr jugando a los piratas con mis hermanos. Todo sigue allí, modificado, estructurado para una nueva forma de vida, pero el aire es el mismo. Esto es mi casa.
Lo más difícil llegó cuando bajamos por esa calle que en lugar de asfalto tiene arena y piedras, demasiado cercana a la playa. Lo primero que mis ojos percibieron fue la chimenea de la pequeña casa de un piso que estaba bordeada por un pequeño jardín, pero no hay rastro de los adornos ni de los juguetes que siempre solían quedar en el porche. El garaje incluso está cerrado y no se oyen voces, ni siquiera risas de niños, lo que me deja bien en claro que esta ya no es la casa de los Franco. No lo ha sido en una eternidad. Ni siquiera me detengo a mirar la casa de los Dawson ni la de nuestra vecina cuyo gato Bigotes adoraba a mi hermana; como un espejismo, simplemente me alejo, llevando a Arianne conmigo. No hacen falta las palabras.
El siguiente punto fue ese sitio alejado, cerca del mar, donde hace siglos fueron enterrados los cuerpos de más de mi familia. Los árboles habían crecido lo suficiente como para hacerlo un sitio más denso y oscuro, pero las tumbas continuaban allí, inamovibles, ensuciadas por el paso del tiempo. No hice más que pedirle un momento a solas a mi compañera para poder hablar con ellos como si fuese una sesión de terapia familiar. Hablar de papá, de la nueva familia, de Beverly, de lo bien que se supone que estamos. ¿Estamos bien? Las últimas semanas me han descolocado tanto que necesité huir. Una parte de mí cuerpo empezó a creer que hubiese sido mejor estar descansando con ellos, pero sin embargo, tras un último saludo, decidí marcharme. Y eso fue todo.
Así es como llegué aquí. Dejé mi mochila en la pila de piedras donde Seth, Sophia y yo compartimos nuestro primer cigarrillo y me saqué los zapatos, así que estoy con el pantalón arremangado e ignorando el frío del invierno para mojar mis pies en el agua, con las manos detrás de mi espalda, unidas, en silencio. El sol está empezando a bajar, tiñendo el océano de un brillante color naranja que combina perfectamente con el cielo rosado, mientras respiro con una extraña calma — ¿No crees que es el mejor lugar de NeoPanem? La playa — le comento a Arianne a quien, pobre, arrastré por todos lados el día de hoy. Muevo un poco mis pies para sentir como los dedos se me hunden en la arena, lo que provoca que sonría para mí mismo — Extrañaba incluso el aroma a pescado del puerto. Solo huele — y como si fuese terapia, cierro los ojos e inhalo, soltando al final el aire con una risa jocosa — Nada como el hedor de casa.
¿Por dónde empezar?
El tren aparcó con sumo silencio en una estación algo diferente a la que recuerdo, pero con las mismas proporciones vista desde los ojos de un adulto mucho más alto que el niño que solía caminar por ahí, hace muchos años; un completo extraño. Seth me había cubierto esta vez, sin exigir detalles, apareciéndome en el distrito doce para poder encontrarme con Arianne, quien me llevaría con ella. Con la cabeza gacha y sin hablar con nadie, el viaje en tren fue más una obligación impuesta por mi parte que una necesidad. No deseaba apariciones, ni transladores: necesitaba verlo todo, como hace años no lo hago, con estos ojos que han visto cientos de otras cosas desde la última vez que puse un pie en el distrito cuatro.
A pesar de que la capa de invisibilidad reposa dentro de mi bolsillo y que decidimos que me haría pasar por un esclavo en caso de que alguien hiciera alguna pregunta, nadie se fija en mí a pesar de que no despego la cara del vidrio como si fuese un crío fascinado, hasta que toca bajar. El nudo en mi estómago me mantuvo callado y al borde del colapso mientras andábamos por las calles repletas de personas con un perfil algo diferente al de mi memoria, pero los pasos continúan siendo tan del cuatro que me arrebatan más de una sonrisa nostálgica. Lo más complicado es no señalar: la antigua verdulería, el puesto que solía tener los mejores pescados, la plaza principal donde solía correr jugando a los piratas con mis hermanos. Todo sigue allí, modificado, estructurado para una nueva forma de vida, pero el aire es el mismo. Esto es mi casa.
Lo más difícil llegó cuando bajamos por esa calle que en lugar de asfalto tiene arena y piedras, demasiado cercana a la playa. Lo primero que mis ojos percibieron fue la chimenea de la pequeña casa de un piso que estaba bordeada por un pequeño jardín, pero no hay rastro de los adornos ni de los juguetes que siempre solían quedar en el porche. El garaje incluso está cerrado y no se oyen voces, ni siquiera risas de niños, lo que me deja bien en claro que esta ya no es la casa de los Franco. No lo ha sido en una eternidad. Ni siquiera me detengo a mirar la casa de los Dawson ni la de nuestra vecina cuyo gato Bigotes adoraba a mi hermana; como un espejismo, simplemente me alejo, llevando a Arianne conmigo. No hacen falta las palabras.
El siguiente punto fue ese sitio alejado, cerca del mar, donde hace siglos fueron enterrados los cuerpos de más de mi familia. Los árboles habían crecido lo suficiente como para hacerlo un sitio más denso y oscuro, pero las tumbas continuaban allí, inamovibles, ensuciadas por el paso del tiempo. No hice más que pedirle un momento a solas a mi compañera para poder hablar con ellos como si fuese una sesión de terapia familiar. Hablar de papá, de la nueva familia, de Beverly, de lo bien que se supone que estamos. ¿Estamos bien? Las últimas semanas me han descolocado tanto que necesité huir. Una parte de mí cuerpo empezó a creer que hubiese sido mejor estar descansando con ellos, pero sin embargo, tras un último saludo, decidí marcharme. Y eso fue todo.
Así es como llegué aquí. Dejé mi mochila en la pila de piedras donde Seth, Sophia y yo compartimos nuestro primer cigarrillo y me saqué los zapatos, así que estoy con el pantalón arremangado e ignorando el frío del invierno para mojar mis pies en el agua, con las manos detrás de mi espalda, unidas, en silencio. El sol está empezando a bajar, tiñendo el océano de un brillante color naranja que combina perfectamente con el cielo rosado, mientras respiro con una extraña calma — ¿No crees que es el mejor lugar de NeoPanem? La playa — le comento a Arianne a quien, pobre, arrastré por todos lados el día de hoy. Muevo un poco mis pies para sentir como los dedos se me hunden en la arena, lo que provoca que sonría para mí mismo — Extrañaba incluso el aroma a pescado del puerto. Solo huele — y como si fuese terapia, cierro los ojos e inhalo, soltando al final el aire con una risa jocosa — Nada como el hedor de casa.
¿Por qué no? Los dos sabemos “por qué no”. Pero como ella se apresura a bromear, yo me apresuro a reír aunque sea un poco, dejando que la cocina se llene nuevamente de un aire mucho más fresco que los últimos minutos. Eso sí, no entiendo muy bien de dónde ha salido ese último comentario, pero yo lo contesto con un gesto despreocupado — Me sorprende que recién lo hayas notado — comento en tono poco serio. En los últimos años, he conocido muy poca gente que no hubiese perdido la cabeza en al menos una ocasión. Cualquier terapeuta se volvería millonario con tan solo un tercio de las personas que tengo a mi alrededor.
No me esperaba esa pregunta y por un instante creo que estoy siendo interrogado. Apuesto toda la comida de un mes a que esa es la postura que Arianne toma cuando está trabajando, lo que debería intimidarme aunque sea un poco. En su lugar, me cruzo de brazos y me inclino hacia delante, apoyando parte del peso de mi torso sobre la mesa mientras que mis ojos se clavan en los ajenos, tratando de encontrar la respuesta dentro de ellos. Increíblemente, no tengo que pensarlo demasiado — Porque he visto lo peor y lo mejor de ti en varias ocasiones. Porque cuando te pedí ayuda, a pesar de que sabías que no debías hacerlo, lo hiciste. No preguntaste de más, no dudaste de mí más de lo normal — mis palabras salen en una declaración suave y pausada, confiado en que va a entenderme — Quizá solo éramos niños, pero tenía una buena impresión de ti entonces y la sigo teniendo ahora. La gente cambia, sí, pero no cambia tan en profundidad.
Podemos tener diferentes opiniones, madurar y variar los gustos. Pero una buena persona siempre será una buena persona en algún lado de sí misma, por muy corrompida que pueda llegar a estar. La Arianne de hace años no me habría traicionado y algo me dice que la actual tampoco — Además, de haber querido hacerme daño, ya has tenido varias oportunidades para hacerlo. O para sacarme información. O lo que sea… y aquí estamos. ¿Por qué no confiaría en ti después de todos los riesgos que has tomado? — si no quería que no confiara en ella, no me hubiera invitado a su casa en primer lugar. No sé por qué, pero no puedo imaginar a Ari haciendo una lista de mis delitos para entregarme a la justicia… ¿O estoy siendo demasiado positivo con tal de ver algo de bondad en tierras que daba completamente por perdidas?
Miro los restos de la cena que ha quedado entre nosotros y doy un nuevo trago a mi refresco, rozando el cristal contra mis labios en un gesto dubitativo — ¿Por qué confías tú en mí? — acabo preguntando casi en un susurro — Podría robarte información. O tu alacena. O secuestrarte… e incluso así jamás me demostraste ni un atisbo de duda. Bueno, excepto cuando no sabías que era yo — le sonrió divertido ante ese pequeño recuerdo — Misma duda, a la inversa.
No me esperaba esa pregunta y por un instante creo que estoy siendo interrogado. Apuesto toda la comida de un mes a que esa es la postura que Arianne toma cuando está trabajando, lo que debería intimidarme aunque sea un poco. En su lugar, me cruzo de brazos y me inclino hacia delante, apoyando parte del peso de mi torso sobre la mesa mientras que mis ojos se clavan en los ajenos, tratando de encontrar la respuesta dentro de ellos. Increíblemente, no tengo que pensarlo demasiado — Porque he visto lo peor y lo mejor de ti en varias ocasiones. Porque cuando te pedí ayuda, a pesar de que sabías que no debías hacerlo, lo hiciste. No preguntaste de más, no dudaste de mí más de lo normal — mis palabras salen en una declaración suave y pausada, confiado en que va a entenderme — Quizá solo éramos niños, pero tenía una buena impresión de ti entonces y la sigo teniendo ahora. La gente cambia, sí, pero no cambia tan en profundidad.
Podemos tener diferentes opiniones, madurar y variar los gustos. Pero una buena persona siempre será una buena persona en algún lado de sí misma, por muy corrompida que pueda llegar a estar. La Arianne de hace años no me habría traicionado y algo me dice que la actual tampoco — Además, de haber querido hacerme daño, ya has tenido varias oportunidades para hacerlo. O para sacarme información. O lo que sea… y aquí estamos. ¿Por qué no confiaría en ti después de todos los riesgos que has tomado? — si no quería que no confiara en ella, no me hubiera invitado a su casa en primer lugar. No sé por qué, pero no puedo imaginar a Ari haciendo una lista de mis delitos para entregarme a la justicia… ¿O estoy siendo demasiado positivo con tal de ver algo de bondad en tierras que daba completamente por perdidas?
Miro los restos de la cena que ha quedado entre nosotros y doy un nuevo trago a mi refresco, rozando el cristal contra mis labios en un gesto dubitativo — ¿Por qué confías tú en mí? — acabo preguntando casi en un susurro — Podría robarte información. O tu alacena. O secuestrarte… e incluso así jamás me demostraste ni un atisbo de duda. Bueno, excepto cuando no sabías que era yo — le sonrió divertido ante ese pequeño recuerdo — Misma duda, a la inversa.
No era una costumbre en sí; quizás si cuando se encontraba en su trabajo, pero no durante el resto del día. Ahí era cuando permanecía en silencio, sin mayores preguntas o alegaciones que hacer a los demás, sólo permaneciendo completamente inmersa en sus propios pensamientos sin llegar a interesarse por los demás en absoluto. Entrecerró los ojos, examinándolo con detenimiento. No lo había hecho aún por parecer fuera de lugar, pero lo cierto es que examinar, en completo silencio, a los demás se había vuelto como el pan de cada día en su vida. Por ello dejó, entonces, que sus claros ojos lo escudriñaran, intentando descifrar algo que ni ella misma sabía que buscaba; le bastaba con un brillo, un guiño o una rehuida de mirada. Pero ninguna de las opciones que cavilaba llegó.
Alzó ambas cejas, escuchando con atención pero sin poder retener la sonrisa divertida que se dibujó en sus labios. Solo enumeraba la cantidad de incongruencias que se había reclamado a sí misma durante los últimos meses; pero era divertido ver como las contaba como aspectos que hacían que confiara en ella. Apoyó el codo sobre la mesa, colocando la mejilla contra la palma de la mano, escuchando en silencio y parpadeando de tanto en tanto. Suspiró, alejándose de la mesa. Apoyó la espalda contra el respaldo de la silla, cruzando los brazos bajo su pecho y permaneciendo impasible. Confiaba en ella porque había sido una impulsiva y lo había ayudado sin pensar demasiado en lo demás, y porque confiaba en que las personas no cambiaran como el día y la noche. Sin duda despedía positividad por todos los poros de su cuerpo.
Acabó riendo sin poder contenerlo. —Quizás mi plan sea acercarme a ti poco a poco— habló, colocando la mano sobre la mesa y acercándola lentamente a él, y acabando por hacer un amago de darle un pequeño empujón que solo se quedó en amago —, y luego hacer daño— propuso con naturalidad. Alzó ambas cejas, inclinando la cabeza hacia a un lado a la par que alejaba la mano de él. Aunque ella no era así. Lo cierto es que, si sus intenciones hubieran sido aquellas, habrían cambiado al tenerlo delante. Simplemente aún sentía que existía aquel fino y delicado hilo que los había unido hacía mucho tiempo. —No voy a traicionar a la persona que me salvó a mí en los momentos más críticos—. No le gustaba deber nada a nadie, pero era una excepción que aceptaría. Otras personas la habían acompañado en momentos bajos, pero la categorización era demasiado diferente.
Recorrió la cocina con la mirada, reparando en cada parte del mobiliario como si fuera algo nuevo allí. Solo regresó su atención hasta él cuando le replicó. —Las personas dudan cuando tienen miedo por algo— contestó —, y yo no tengo nada que perder—. Una conclusión, quizás, triste, pero que definía demasiado bien su forma de ser. Asumía riesgos, hacía oídos sordos… simplemente no tenía nada que perder por lo que no le importaba lo que le pudieran reclamar los demás o lo que le pudiera pasar. —Y cuando nos vimos mi reacción fue aquella porque estabas demasiado cerca. No me gusta que invadan mi espacio personal— aclaró en cuando tuvo la menor oportunidad de hacerlo. Él solo intentaba apresarla contra la pared, rozándola, y quería apartarlo del modo que fuere preciso.
Se humedeció los labios, arrugándolos después de unos segundos. Se levantó de la silla, estirando los brazos hacia arriba para despertar sus adormecidas articulaciones. —Aunque la opción del secuestro no es algo que me desagrade del todo— bromeó guiñándole un ojo con diversión.
Alzó ambas cejas, escuchando con atención pero sin poder retener la sonrisa divertida que se dibujó en sus labios. Solo enumeraba la cantidad de incongruencias que se había reclamado a sí misma durante los últimos meses; pero era divertido ver como las contaba como aspectos que hacían que confiara en ella. Apoyó el codo sobre la mesa, colocando la mejilla contra la palma de la mano, escuchando en silencio y parpadeando de tanto en tanto. Suspiró, alejándose de la mesa. Apoyó la espalda contra el respaldo de la silla, cruzando los brazos bajo su pecho y permaneciendo impasible. Confiaba en ella porque había sido una impulsiva y lo había ayudado sin pensar demasiado en lo demás, y porque confiaba en que las personas no cambiaran como el día y la noche. Sin duda despedía positividad por todos los poros de su cuerpo.
Acabó riendo sin poder contenerlo. —Quizás mi plan sea acercarme a ti poco a poco— habló, colocando la mano sobre la mesa y acercándola lentamente a él, y acabando por hacer un amago de darle un pequeño empujón que solo se quedó en amago —, y luego hacer daño— propuso con naturalidad. Alzó ambas cejas, inclinando la cabeza hacia a un lado a la par que alejaba la mano de él. Aunque ella no era así. Lo cierto es que, si sus intenciones hubieran sido aquellas, habrían cambiado al tenerlo delante. Simplemente aún sentía que existía aquel fino y delicado hilo que los había unido hacía mucho tiempo. —No voy a traicionar a la persona que me salvó a mí en los momentos más críticos—. No le gustaba deber nada a nadie, pero era una excepción que aceptaría. Otras personas la habían acompañado en momentos bajos, pero la categorización era demasiado diferente.
Recorrió la cocina con la mirada, reparando en cada parte del mobiliario como si fuera algo nuevo allí. Solo regresó su atención hasta él cuando le replicó. —Las personas dudan cuando tienen miedo por algo— contestó —, y yo no tengo nada que perder—. Una conclusión, quizás, triste, pero que definía demasiado bien su forma de ser. Asumía riesgos, hacía oídos sordos… simplemente no tenía nada que perder por lo que no le importaba lo que le pudieran reclamar los demás o lo que le pudiera pasar. —Y cuando nos vimos mi reacción fue aquella porque estabas demasiado cerca. No me gusta que invadan mi espacio personal— aclaró en cuando tuvo la menor oportunidad de hacerlo. Él solo intentaba apresarla contra la pared, rozándola, y quería apartarlo del modo que fuere preciso.
Se humedeció los labios, arrugándolos después de unos segundos. Se levantó de la silla, estirando los brazos hacia arriba para despertar sus adormecidas articulaciones. —Aunque la opción del secuestro no es algo que me desagrade del todo— bromeó guiñándole un ojo con diversión.
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Me es inevitable el seguir el camino de su mano por encima de la mesa con una de mis cejas arqueadas, hasta que le dedico una sonrisita burlona y torcida — Me gustaría verte intentarlo — amenazo en modo bromista con un suave siseo. Arianne tendrá magia, pero sobreviví años frente a ella. Lo siguiente simplemente confirma que, al menos en parte, tengo razón. Sacudo una mano con intenciones de que le quite importancia porque estoy seguro de que ella sabe muy bien que era mi trabajo y, además, no hubiera dejado que nada le pase — Hubieras hecho lo mismo por mí. Es como un código de ex parejas de baile — digo bonachonamente.
No tener nada que perder es una excusa que entiendo a la perfección, ya que hubo una época donde me cruzaba el mismo pensamiento hasta que las cosas empezaron a mejorar, al menos en parte. Mi expresión se torna en una de disculpa cuando me recuerda esa tarde en el mercado, encogiéndome en mi sitio como si pudiese disimular mi tamaño y me rasco nerviosamente los rizos de la nuca — Ehhhh sí, lamento mucho eso. Sé como debió haberse visto desde afuera, aunque si me dejas excusarme, solamente no quería que te fueras y me la estabas poniendo difícil — no por su tamaño, sino porque no se quedaba quieta. Ya conoce la historia.
La sigo con la vista cuando se pone de pie y se estira, contagiándome de manera que estiro mis piernas por debajo de la mesa y noto la pesadez que se cargan. Su guiño me roba una sonrisa, doy un golpe suave con mis manos en la mesa y la imito, poniéndome de pie — Cuando desees desaparecer misteriosamente del distrito cuatro, solo llámame — continúo su broma y levanto el refresco hacia ella como si fuese un brindis para terminármelo de un trago. Podemos decir que es casi un trato.
Con un gesto de las manos le pido permiso y levanto la mesa, guardando las sobras en la heladera. Cocina limpia, se me escapa el chequear el reloj de la cocina y acabo soltando un suspiro que denota tanto cansancio como resignación a que esta es la vida que no volveré a tener. Al menos, todavía me queda el resto de la visita que hemos acordado — ¿Cansada? — le pregunto, señalando la salida de la cocina de la cabeza — Si así lo deseas, podemos ir a la cama. A tu cama, yo a la mía — ¿Por qué aclaro eso? Quizá es porque no tengo tanta confianza como para permitirme el sonar mal, pero de inmediato me siento en exceso torpe. Como si así pudiese escapar de mi estupidez, salgo de la cocina a paso apresurado y empiezo a subir las escaleras.
No he notado lo largo que fue el día hasta que estamos en el piso superior y un bostezo que no cubro se apropia de mis facciones. Sé que llega el momento de separarnos, por lo que la miro en ese punto donde yo debo ir hacia un lado y ella hacia el otro del pasillo, sonriendo con honestidad — Si la cena estuvo horrible, no me lo digas — murmuro. Tengo el impulso de darle un abrazo pero, como recuerdo lo que me ha dicho, acabo balanceándome en mi lugar y me conformo con un gesto de la mano — Al menos que quieras hacer noche de chismes, supongo que es un hasta mañana.
No tener nada que perder es una excusa que entiendo a la perfección, ya que hubo una época donde me cruzaba el mismo pensamiento hasta que las cosas empezaron a mejorar, al menos en parte. Mi expresión se torna en una de disculpa cuando me recuerda esa tarde en el mercado, encogiéndome en mi sitio como si pudiese disimular mi tamaño y me rasco nerviosamente los rizos de la nuca — Ehhhh sí, lamento mucho eso. Sé como debió haberse visto desde afuera, aunque si me dejas excusarme, solamente no quería que te fueras y me la estabas poniendo difícil — no por su tamaño, sino porque no se quedaba quieta. Ya conoce la historia.
La sigo con la vista cuando se pone de pie y se estira, contagiándome de manera que estiro mis piernas por debajo de la mesa y noto la pesadez que se cargan. Su guiño me roba una sonrisa, doy un golpe suave con mis manos en la mesa y la imito, poniéndome de pie — Cuando desees desaparecer misteriosamente del distrito cuatro, solo llámame — continúo su broma y levanto el refresco hacia ella como si fuese un brindis para terminármelo de un trago. Podemos decir que es casi un trato.
Con un gesto de las manos le pido permiso y levanto la mesa, guardando las sobras en la heladera. Cocina limpia, se me escapa el chequear el reloj de la cocina y acabo soltando un suspiro que denota tanto cansancio como resignación a que esta es la vida que no volveré a tener. Al menos, todavía me queda el resto de la visita que hemos acordado — ¿Cansada? — le pregunto, señalando la salida de la cocina de la cabeza — Si así lo deseas, podemos ir a la cama. A tu cama, yo a la mía — ¿Por qué aclaro eso? Quizá es porque no tengo tanta confianza como para permitirme el sonar mal, pero de inmediato me siento en exceso torpe. Como si así pudiese escapar de mi estupidez, salgo de la cocina a paso apresurado y empiezo a subir las escaleras.
No he notado lo largo que fue el día hasta que estamos en el piso superior y un bostezo que no cubro se apropia de mis facciones. Sé que llega el momento de separarnos, por lo que la miro en ese punto donde yo debo ir hacia un lado y ella hacia el otro del pasillo, sonriendo con honestidad — Si la cena estuvo horrible, no me lo digas — murmuro. Tengo el impulso de darle un abrazo pero, como recuerdo lo que me ha dicho, acabo balanceándome en mi lugar y me conformo con un gesto de la mano — Al menos que quieras hacer noche de chismes, supongo que es un hasta mañana.
—No me infravalores— se quejó sonriendo de medio lado. Sí, es verdad que no se ejercitaba, no se movía en excesivo… pero todo el mundo tenía un instinto que se ‘activaba’ en los momentos precisos, ella bien lo sabía. Suspiró, dejando salir todo el aire que había en sus pulmones, antes de rodar los ojos. Cruzó más fuertemente los brazos bajo el pecho, recorriéndolo con la mirada con expresión escéptica. Vaya, no era especialmente delicado. Ella tenía poco tacto con las personas, pero tratar que alguien lo escuchara apresándola no era un buen plan, y mucho menos si luego quería que las cosas fueran de buena manera. Simplemente bufó como toda respuesta a sus palabras, aquel incidente no merecía mucha más mención.
Acomodó su camiseta después de haberse estirado, sintiendo como todo su cuerpo le pedía una ducha e irse a la cama. El tiempo, sin percatarse de ello, había transcurrido a una velocidad pasmosa; hacía demasiado tiempo que las horas no se sucedían con aquella rapidez. Asintió con la cabeza, sonriendo ante el mero hecho de imaginarse la escena. Si ya pensaba que todo era un lío, ¿cómo se podía considerar aquello? Su madre se volvería loca, su hermano se recorrería caminando NeoPanem de extremo a extremo y… bueno, Jasper notaría su ausencia aunque siempre hubiera sido silenciosa. Se entendían sin palabras; era extrañamente cómodo estar con él. Hundió los dedos en su cabello, tirando de la goma en sentido descendente para soltar su pelo. Casi podía sentir que este había tomado ya aquella forma, por lo que se precipitó a intentar arreglarlo con la mano.
Soltó una súbita carcajada. En otras circunstancias su expresión no habría sido de lo más agradable ante el mero pensamiento, pero, en aquella ocasión, se había permitido a sí misma reír de la aclaración. Intentó cesarla cuando él salió acelerado de la cocina. —Yo a la mía y tú a la tuya, lo veo bien— se permitió agregar en tono jocoso que pretendía burlarse de él. Aprovechó los segundos de soledad para ponerle algo de comida a Moony, y cerciorarse de que no se habían dejado nada por en medio, antes de subir con tranquilidad las escaleras, apagando las luces con un movimiento de varita.
Rascó la parte posterior de su cabeza, no percatándose de que Benedict había cesado su caminar al final de las escaleras, y casi chocando con él. Por suerte los años le habían dejado sus viejos reflejos y conseguía evitar aquel tipo de situaciones en más de una y dos ocasiones. Se apretó contra la pared para poder pasar y observó el final del pasillo, y luego a él. Esbozó una pequeña sonrisa. —Todo estuvo bien… gracias— comentó con tranquilidad. En su vida faltaba cierta normalidad que le había sido dado, en cierta medida, en el día que él estaba pasando allí. —Mejor ir a dormir, seguro que cuando te acuestes en ese colchón no despiertas hasta el año que viene—. Volvió a sonreírle, despidiéndose con un suave gesto de mano y desapareciendo, dados unos pocos pasos, en el interior de su habitación.
Acomodó su camiseta después de haberse estirado, sintiendo como todo su cuerpo le pedía una ducha e irse a la cama. El tiempo, sin percatarse de ello, había transcurrido a una velocidad pasmosa; hacía demasiado tiempo que las horas no se sucedían con aquella rapidez. Asintió con la cabeza, sonriendo ante el mero hecho de imaginarse la escena. Si ya pensaba que todo era un lío, ¿cómo se podía considerar aquello? Su madre se volvería loca, su hermano se recorrería caminando NeoPanem de extremo a extremo y… bueno, Jasper notaría su ausencia aunque siempre hubiera sido silenciosa. Se entendían sin palabras; era extrañamente cómodo estar con él. Hundió los dedos en su cabello, tirando de la goma en sentido descendente para soltar su pelo. Casi podía sentir que este había tomado ya aquella forma, por lo que se precipitó a intentar arreglarlo con la mano.
Soltó una súbita carcajada. En otras circunstancias su expresión no habría sido de lo más agradable ante el mero pensamiento, pero, en aquella ocasión, se había permitido a sí misma reír de la aclaración. Intentó cesarla cuando él salió acelerado de la cocina. —Yo a la mía y tú a la tuya, lo veo bien— se permitió agregar en tono jocoso que pretendía burlarse de él. Aprovechó los segundos de soledad para ponerle algo de comida a Moony, y cerciorarse de que no se habían dejado nada por en medio, antes de subir con tranquilidad las escaleras, apagando las luces con un movimiento de varita.
Rascó la parte posterior de su cabeza, no percatándose de que Benedict había cesado su caminar al final de las escaleras, y casi chocando con él. Por suerte los años le habían dejado sus viejos reflejos y conseguía evitar aquel tipo de situaciones en más de una y dos ocasiones. Se apretó contra la pared para poder pasar y observó el final del pasillo, y luego a él. Esbozó una pequeña sonrisa. —Todo estuvo bien… gracias— comentó con tranquilidad. En su vida faltaba cierta normalidad que le había sido dado, en cierta medida, en el día que él estaba pasando allí. —Mejor ir a dormir, seguro que cuando te acuestes en ese colchón no despiertas hasta el año que viene—. Volvió a sonreírle, despidiéndose con un suave gesto de mano y desapareciendo, dados unos pocos pasos, en el interior de su habitación.
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