The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Riorden M. Weynart
Where fears and lies melt away

Hoy es uno de esos días en los que puedo ir a hacer una visita a la pequeña de la familia. O a una de las pequeñas, porque Emma ya hace siete años que nació. Entre que el resto están ocupados con el trabajo, o Ethan que tiene un examen mañana y prefiere quedarse estudiando, o Elle que tiene que estar pendiente de su hija porque hoy no se encontraba demasiado bien, acabo siendo el único que va a ir a ver a Lëia. Hace años probablemente hubiera avisado a Zoey con antelación de que sería el único que iría a la visita familiar simplemente para que se mentalizara, pero desde hace varios años nuestra relación es más cortés. Ya no nos gritamos cada vez que nos vemos, y podemos mantener una conversación de más de diez minutos sin mirarnos como si en cualquier momento fuéramos a discutir. Supongo que con el tiempo fue intentando perdonar mis meteduras de pata, unas que nunca hice con la intención de hacerle daño. Sea como sea, se lo agradezco.

En realidad creo que si no hubiera sido porque hace varias semanas que no veo a Lëia, probablemente me habría inventado cualquier excusa para no venir. Hace varios meses que no me resulta cómodo ver a su madre, y está muy lejos de ser por las razones por las que lo era hace diez años. No, desde luego que no es por sentimientos de culpabilidad, o de enfado por creer que ella tuvo algo que ver con la muerte de Alec, tal y como pensé la primera vez que supe que estaba saliendo con una chica del Capitolio en pleno gobierno de los Black. No obstante, con el tiempo comprobé que estaba completamente equivocado.

Pero aquí estamos otra vez, sin querer verla aunque sea por razones completamente diferentes. Y todo porque estoy empezando a desarrollar unos sentimientos hacia ella que siempre había intentado evitar. Sí, siempre me pareció atractiva, pero lo achacaba a que simplemente era guapa, nada más. Ahora esas sensaciones no son solo por su aspecto físico. No sé si es porque cada vez nos hemos ido volviendo más cercanos o cómo narices he empezado a verla de otra manera, pero la cosa es que ha pasado.

Una vez le dije a Jessica, cuando todavía éramos novios, que nunca podría tener nada con Zoey Campbell aunque quisiera porque sería como traicionar a mi hermano. Ahora me arrepiento de mis palabras, pero sigo pensando igual. No me importa que haga doce años de la muerte de Alec, o que ellos solo estuvieran unos meses juntos. Sigue siendo el padre de Lëia, y quien debería estar con Zoey, no yo. Y luego está el tema de que ella seguramente no querría nada conmigo por mucho que físicamente me parezca a mi hermano.

Al final decido aparecerme unas calles más lejos de la casa de Zoey y Lëia para ir andando el resto del camino y despejarme un poco, y cuando estoy frente a la puerta de la casa, me quedo quieto unos segundos que se me hacen casi eternos, hasta que decido picar al timbre. — Hola — saludo a la rubia de la casa cuando me abre la puerta. No suelo saludar de esa manera, porque por norma general digo un simple "hey", pero me pilla de imprevisto que abra tan rápido porque pensaba que tendría unos segundos más para mí solo. — ¿Está Lëia en casa ya? El resto no ha podido venir, así que he llegado algo antes de lo que dijimos.

22/12/62 - Hace 5 años - Casa de Zoey - Zoey Campbell
Riorden M. Weynart
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
WHERE FEARS AND LIES MELT AWAY

—Solo una hora— advirtió alternando la mirada entre las dos jóvenes que tenía ante ella; en especial en dirección hacia Violet que sería la responsable, ya que era la mayor de ambas, y tendría que asegurarse de que llegaban bien a casa de sus abuelos para recoger los regalos que les habían prometido y volver con éstos. —Y nada de abrirlos— continuó hablando y dando un par de pasos en dirección a sus hijas, primero arreglando la bufanda de Lëia y, seguidamente, entregándole un par de guantes a Violet para que se los pusiera antes de salir de casa. Suspiró, metiendo las manos en los amplios bolsillos de la bata que siempre llevaba para estar en casa. —Por favor, no lleguéis tarde— reiteró apoyada en el marco de la puerta y viendo como ambas se alejaban calle abajo en dirección a la casa de sus padres. Prensó los labios mirando su reloj antes de volver a entrar en casa.

La hora nunca había sido un impedimento cuando iban a casa de sus abuelos, pero si en aquellas ocasión ya que en una hora llegarían los tíos de Lëia, o al menos eso se suponía. Si ambas no estaban allí ella tendría que ser la que les diera conversación y se mostrara atenta con cada una de las palabras o peticiones de éstos, no teniendo los ánimos demasiado altos como para tener que hacer aquello aquel día por lo que solo quería que, por una vez, fueran puntuales cuando lo pedía.

Como de costumbre recogió todo a su alrededor; retirando las olvidadas botas que Violet había dejado en las escaleras, los libros de ejercicios a medias que Lëia había estado haciendo hasta su marcha, algún que otro cojín que Teddy había dejado cubierto de pelo. Aquel perro no dejaría de dejar pelo por doquier tuviera los años que tuviera. Miró el reloj de nuevo, sintiendo como el tiempo había volado sin que se percatara de ello hasta que salió de su atareado momento. Estaba cansada; todo el día en el hospital del Capitolio y el posterior orden que debía de impartir en casa conseguían que su energía descendiera hasta límites insospechables, ni siquiera se había hecho una idea de lo complicado que sería todo, pero la ‘carga’ disminuía ante la cercanía de su madre que intentaba ocuparse de ellas en las demasiadas y constantes horas extras que debía echar.

Tomó un par de zapatos con la diestra, caminando hacia el armario cuando el timbre sonó, provocando que, por inercia, se inclinara en busca del reloj y los veinte minutos que aún quedaban hasta la llegada de la visita por lo que dio por hecho que las recién llegadas serían sus dos hijas; encaminándose en dirección a la puerta ataviada con su larga bata, una trenza maltrecha y con unas rosadas zapatillas, a juego con las que sus hijas tenían también. —Solo por haber llegado antes podréis abrir un…o…— comenzó a hablar antes de enfocar su mirar, terminando a duras penas la frase ante un “hola” poco parecido a los que estaba acostumbrada. —Hola— contestó como una autómata, escondiendo las manos tras ella en busca de ocultar los zapatos que aún portaba. —Ya he visto que has llegado antes— afirmó demasiado seca, pero meneando la cabeza hacia ambos lados y haciéndose hacia un lado para que entrara. —Ha ido con Violet a recoger unas cosas a casa de mis padres, volverán enseguida— aseguró cerrando la puerta cuando hubo entrado y alejándose para dejar los zapatos a un lado y retirarse la bata con una pequeña sonrisa culpable.

—¿Quieres tomar algo?— cuestionó automáticamente. Necesitaba salir de allí cuanto antes después de la facha con la que lo había recibido segundos antes.

22/12/62 - HACE 5 AÑOS - HOME - RIORDEN M. WEYNART
Zoey A. Campbell
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Riorden M. Weynart
Where fears and lies melt away

No voy a negar que nunca imaginé ver a Zoey Campbell con esas pintas. Es obvio que cuando está en su casa va con ropa cómoda como todos, pero eso no quita que nunca pensé que yo la vería así. — Oh, vale. Les daré los regalos luego entonces. — He traído otro para Violet aunque no tengamos ningún parentesco, pero es la hermana de Lëia y no quiero que se sienta dejada de lado en estas fechas tan próximas a la Navidad. En realidad también he traído otro hasta para Zoey, pero eso es algo que le diré luego... cuando se corte la tensión incómoda que hay ahora mismo en el ambiente por parte de los dos después de haberla visto vestida como va.

— Un vaso de agua estará bien — respondo a su ofrecimiento de si quiero algo de beber. No es que me apetezca nada tampoco, pero así me da tiempo, mientras va a buscar el vaso, a sacar lo que llevo. Cuando se va para la cocina, descuelgo la bandolera que llevo, me quito el abrigo y la bufanda, y empiezo a sacar los regalos. No son unos regalazos, sino que más bien son un detalle. El regalo de Lëia es algo que Zoey me ayudó a escoger hace unas semanas, después de preguntarle qué necesitaba que le comprara. Lo mismo con Violet. Me gusta hacer regalos, especialmente a los más pequeños de la familia que cada vez lo son menos, pero a veces soy algo indeciso sobre qué dar, así que por eso le pregunté a su madre. De esta manera me aseguraba de que fuera algo necesario y de su agrado.

Los pasos de la rubia por un momento me alteran, y me doy prisa porque quiero que sea una sorpresa y que no me pille con las manos en la masa. A pesar de que cada vez la conozca más, no he querido arriesgarme a comprar algo que no quiera, así que he optado por hacer algo más... manual y artístico, digamos. Su regalo consiste en un lienzo pequeño que he pintado yo, y en él están Zoey, Lëia y Violet. Descubrí que el arte no se me daba tan mal cuando hace años, ayudé a Ethan a dibujar el arte conceptual de su primer prototipo de robot. Desde entonces he ido practicando en mi tiempo libre, y he mejorado algo.

Aunque haya escuchado sus pasos hace escasos segundos, me sobresalto igualmente cuando la veo a mi lado con el vaso de agua: — Estaba... esto... — Ahora mismo me siento como un idiota, sin saber exactamente qué decir. Sus ojos azules tan llamativos y que tanto me desconcentran desde hace meses tampoco ayudan a que consiga decir algo lógico y con sentido. — Tengounregaloparati — digo tan rápido que hasta dudo que me haya entendido bien. Ruedo los ojos, molesto conmigo mismo, mientras me llevo una mano a mi pelo para revolverlo en un gesto nervioso. — Decía que tengo un regalo para ti. — Esta vez las palabras salen de mi boca a un ritmo normal y comprensible. Todavía algo nervioso, cojo el lienzo, envuelto en papel de regalo navideño, y se lo ofrezco.

No sé qué pensará del regalo, porque aunque pensé comentarle a Lëia que iba a pintarle un pequeño cuadro para que me dijera qué pensaba ella, al final decidí no hacerlo. Sé que si lo hubiera contado no habría sido queriendo, o eso quiero creer, pero he preferido no arriesgarme. Tiene once años solo, y se le puede ir la lengua accidentalmente. Además, así ella también se lleva una sorpresa cuando lo vea más tarde. Solo espero que si a la rubia no le gusta, que disimule un poco porque bastante extraña está siendo toda esta situación para mí.

22/12/62 - Hace 5 años - Casa de Zoey - Zoey Campbell
Riorden M. Weynart
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
WHERE FEARS AND LIES MELT AWAY


Con la mayor parte de las personas que conocía no se habría sentido de aquel modo, de peores formas había caminado por casa en presencia de tanto sus padres como hermanos, pero sin duda se trataba de la persona más inoportuna que esperaba. ¿Cómo iba a saber que llegaría con tanto tiempo extra? Prensó los labios, retirándose la bata y colgándola en el primer lugar que tuvo cerca, dejando las zapatillas a un lado de las escaleras pero sabiendo que no estaría bien subir escaleras arriba hasta su habitación y cambiarse de zapatos ella misma, por suerte no había optado por ponerse ropa diferente a la que había llevado aquel día en el hospital. —Un vaso de agua— repitió asintiendo con la cabeza y encaminándose en dirección a la cocina para ir a por éste.

Apoyó la frente contra el armario, cerrando los ojos y respirando suavemente por la boca. Aunque la relación entre ambos era más cordial no disfrutaba de su presencia, no le gustaba tener que conversar a solas con él y se sentía más incómoda de lo que le gustaba, y aún más al no encontrar la verdadera razón de aquella desazón que sufría. Subió la manga de su camisa, repasando el tiempo que quedaba antes de que sus dos hijas llegaran a casa y así ella misma pudiera seguir con sus quehaceres, dejando que, en especial Lëia ya que Violet no disfrutaba en especial de aquellas visitas, pasara tiempo junto a él.

Frunció el ceño, tomando el vaso de agua y regresando hasta el comedor antes de que resultara demasiado extraño que estuviera tanto tiempo desaparecida para llevar algo tan simple como aquello. —Lo siento estaba terminando de ordenar algo en la cocina— se excusó ofreciéndole el vaso cuando llegó hasta él; arqueó ambas cejas, observándolo con curiosidad e inclinándose ligeramente hacia un lado y viendo el par de envoltorios de regalos para sus hijas. Enfocó sus azules ojos hacia él cuando comenzó a titubear. —¿Pasa algo?— preguntó. Sintiéndose por unos segundos histérica si había encontrado algo de ropa por en medio o algo que no debería ver. Apretó los labios, recorriendo con lentitud todo a su alrededor para cerciorarse de que todo estaba en perfectas condiciones, antes de regresarla hasta él y sus apresuradas palabras. Parpadeó confusa, viéndolo tomar un regalo y ofreciéndoselo. De sus labios casi escapó un ¿esto es para mí, pero era obvio y consiguió reprimirlo a tiempo. —Yo no tengo nada para ti— reconoció con expresión culpable, tanteando con los dedos el papel pero sin llegar a abrir el regalo. Estaba casi segura de que Lëia si compró algo, pero acababa siendo posesiva con los regalos, queriendo entregarlos todos ella.

Carraspeó, rasgando el papel y dejando a la vista un lienzo con tres rostros bien conocidos por ella. Abrió la boca, dejando el papel a un lado y recorriendo con la mirada la pintura, dejando que sus mirar vagara por las líneas y colores. —Es muy bonito— reconoció alzando la mirada y esbozando una pequeña sonrisa de agradecimiento. —¿Has mandado a que lo hagan?— preguntó volviendo su atención hacia el lienzo y persistiendo la pequeña sonrisa prendida de sus labios.

22/12/62 - HACE 5 AÑOS - HOME - RIORDEN M. WEYNART
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Riorden M. Weynart
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No comento nada al respecto con su disculpa cuando se excusa diciendo que estaba ordenando la cocina. En realidad hasta agradezco que haya tardado porque así me ha dado tiempo a sacar el cuadro y, de hecho, hubiera preferido que tardase más para poder mentalizarme en condiciones. Llevo haciéndome a la idea de que le iba a dar un regalo desde que decidí hacerlo, pero es complicado. Y como para no serlo teniendo en cuenta todo nuestro pasado y los sentimientos que estoy empezando a tener por ella desde hace un tiempo. Por otra parte, es el primer regalo que le doy, al menos el primero en condiciones. El mismo día que nos conocimos, hace poco más de diecisiete años, le regalé el collar que Alec siempre llevaba, pero es un momento en el que prefiero no pensar porque ese fue el principio de la relación odiosa que tuvimos durante años.

No me sorprende que no tenga un regalo para mí, y desde luego que tampoco me molesta porque era algo con lo que contaba. — No te preocupes — digo mirando a todas partes menos a su rostro, algo incómodo y nervioso todavía. Nunca pensé que podría ponerme tan inquieto en una situación como esta, especialmente por ella, su posible reacción y lo que piense de mí y de mi regalo cuando lo vea. No soy un experto en mujeres, ni sus gustos ni nada por el estilo porque las relaciones que he tenido siempre han sido fugaces, y la única chica que me importó algo fue Jessica. Sin embargo, nuestra relación era diferente y sus cimientos eran la amistad, a diferencia de la cordialidad necesaria por la familia que hay con Zoey.

No sé ni por qué me pilla tan desprevenido que me diga que es bonito, teniendo en cuenta que hasta ahora las pocas personas que han visto cómo dibujo y pinto me han dicho que tengo un talento natural. Supongo que, de nuevo, es por la extrañeza de la situación.

Me cuesta unos segundos más de lo que esperaba responder a su pregunta, sin saber muy bien qué decir. Obviamente responder es sencillo porque es tan fácil como decir que no, que lo he hecho yo, pero aunque nuestra relación sea más amable y nos contemos cosas, el que sé dibujar es algo que ella desconoce. Es una faceta de mí que poca gente conoce, pues la mayoría me ve como el Ministro de Defensa serio y que parece que solo se centre en su trabajo. — No, lo he hecho yo — acabo respondiendo, todavía sin mirarla a los ojos. — Cuando Ethan empezó con la tecnología, tuve que ayudarle a dibujar un arte conceptual para un trabajo de robótica y ahí descubrí que no se me daba mal — añado para explicar que tardé un tiempo en descubrir ese pequeño talento. En realidad la situación fue bastante graciosa. A Ethan nunca se le ha dado bien dibujar y prácticamente me rogó que le ayudara sin saber que se me daba bien. Le costó convencerme porque pensaba que yo sería otro desastre haciéndolo y no quería hacer el ridículo, pero al final me supo tan mal, que decidí echarle una mano.

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Riorden M. Weynart
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Era extraña aquella sensación. Con el transcurso de los años se había vuelto más receptiva con los demás, dejando de lado la arisca y superior personalidad que siempre la había acompañado en su vida capitoliana. Al final había acabado siendo cierto el hecho de que una persona podría cambiar siendo como el día cuando, inicialmente, era como una oscura noche. Quizás por ello la presión se había instaurado en la parte baja de su pecho, como un leve cosquilleo de incomodidad ante la presencia del regalo entre sus manos pero nada sosteniendo las contrarias. Frunció los labios, escudriñándolo con la mirada y viéndose sorprendida por el nerviosismo que parecía portar aquel día; incapaz, siquiera, de soportarle la mirada más de unos segundos. Carraspeó, alejando su azul mirar de él y esmerándose en romper el papel con sumo cuidado, dejándolo a un lado cuando lo hubo hecho y el lienzo se dejó ver ante ella.

Recorrió con la mirada la pintura, parándose en cada mínimo detalle y no pudiendo contener la sincera sonrisa que se dibujó en sus labios mientras se dedicaba a su entretenida labor. Inclinó la cabeza hacia un lado. ¿Era de una foto? No recordaba una foto como aquella por lo que le incluía más valor el hecho de que fuera una superposición pintada de diferentes imágenes, que compactaran de manera armoniosa. —¿Uhm?— cuestionó con sorpresa, alejando su atención del regalo y posándola sobre él instintivamente. —No sabía que dibujabas— reconoció, habló antes de pensar en sus palabras. En realidad no sabía muchas cosas de él porque prefería mantenerlo a cierta distancia aunque las cosas ya no estuvieran mal entre ellos. Abrió la boca, asintiendo como si ya todo tuviera sentido tras su breve explicación de cómo descubrió aquella habilidad.

Una ligera incomodidad se acomodó en ella. Era mucho más fácil cuando lo odiaba, era sencillo ser natural y dedicarle miradas de absoluto desprecio, pero no cuando no estaba del todo segura cuales eran las miradas que debía de dedicarle en la actualidad. Aquello la frustraba, no poder sentirse ella misma cuando se encontraba frente a él y fingir una tranquilidad que, en realidad, desaparecía cuando estaba cerca. Intentó sonreír, recorriendo la sala con la mirada en busca de un lugar donde poder colocar el lienzo. —Tengo que buscarle un lugar adecuado— aseveró antes de dejar con cuidado el lienzo sobre la mesa. —Gracias, Riorden— acompañó una vez que hubo caído en la cuenta de que no le había agradecido realmente el regalo. Esbozó una amable sonrisa volviéndose en dirección al sofá y haciéndole un gesto para que tomara asiento; haciendo ella misma lo propio en el sillón individual que siempre ocupaba.

Se aclaró la garganta, cruzando las piernas y apoyando las manos sobre las rodillas. —Y… ¿va todo bien?— preguntó en un intento de sacar el silencio de la conversación.

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Riorden M. Weynart
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Me encojo ligeramente de hombros cuando dice que no sabía que supiera dibujar, sin saber muy bien cómo responderle a eso. Supongo que aunque con el paso de los años hayamos dejado el pasado atrás y nos toleremos y hablemos bien, e incluso nuestras conversaciones no sean solo referentes a la familia, hay muchas cosas sobre nosotros que no nos hemos contado. Quizá puede que hasta me vea como la mayoría lo hacen: el Ministro de Defensa serio y al que no parece importarle casi nada. Sin embargo, es una idea muy equivocada. Sé que ella no piensa así porque sabe cómo me preocupo por Lëia, igual que por Ethan y por Emma, pero tampoco sé hasta que punto sabe cómo soy en realidad. Y yo tampoco conozco muchas cosas de cómo es ella. Lo que sí sé es que es una madre increíble, y que cuando sonríe, a veces se le forma una pequeña arruga en la mejilla pero que le queda maravillosamente. También sé que tiene los ojos más bonitos que he visto nunca, y un cabello reluciente y cuyos rizos y ondulaciones casi siempre le caen sobre los hombros de la misma manera.

Me muerdo el labio mientras pienso en todas esas cosas, alternando mi vista entre el lienzo que he pintado y sus ojos que tanto me llaman la atención. Fueron la primera cosa de ella en la que me fijé incluso el mismo día en que nos conocimos de mala manera en la playa del Capitolio, aunque probablemente eso es algo que siempre guarde para mí y nunca le diga a nadie. — No hay de qué — respondo tras su agradecimiento, y me tomo la libertad de sentarme en su sofá porque la tensión está empezando a poder conmigo y al menos de esta manera me noto algo más... no sé, refugiado y escondido, digamos. Estoy empezando a arrepentirme de haber venido solo porque aunque es una manera de pasar un rato con ella, no contaba con que las chicas no estuvieran en casa todavía. Pero bueno, la culpa es mía por haber llegado antes de la hora que acordamos.

Doy un sorbo al vaso de agua mientras me pregunta que si va todo bien, y una vez he tragado el líquido, alzo la mirada hacia ella otra vez para responder: — Sí, nada nuevo. — Es la verdad. Las cosas están muy tranquilas en cuanto a política se refiere, igual que siempre, por suerte. — Ethan tiene un examen mañana y ha tenido que quedarse repasando. Y Emma no se encontraba bien y por eso Elle no ha podido venir — añado al final por decir algo más y no parecer un seco y borde que no quiere tema de conversación cuando si simplemente no hablo demasiado es porque todavía sigo algo incómodo y extraño. — ¿Y vosotras? — No es una pregunta por cortesía, sino que de verdad quiero saber cómo les van las cosas a las tres. — Te quedaba bien la bata — comento para acabar con la tensión que hay entre los dos desde que la he visto así, y al instante me arrepiento de lo que acabo de decir porque puede haber sonado mal. — No lo digo de manera irónica porque estás bien con cualquier cosa. — Genial, vaya manera de arreglarlo.

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Riorden M. Weynart
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Zoey A. Campbell
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Quizás estaba fuera de lugar decir que no sabía que tenía conocimientos sobre pintura, dibujo o lo que fuera, porque, en fin, en general nunca se había interesado del todo en tener una relación más cercana con él. No queriendo traspasar los límites claros y establecidos que había entre ellos y que se debían de mantener allí. Pero, ¿por qué los había establecido? Era como si en su mente hubiera alguna posibilidad extraña de un acercamiento y, por aquello, decidió de forma unilateral alzar un muro que dejara bien claro el lugar en el que se encontraba cada uno. Carraspeó. Insatisfecha y molesta por el rumbo que pretendían tomar sus pensamientos, consiguiendo redirigirlos antes de que divagara demasiado y acabara por pronunciar algo fuera de lugar. Acomodó su cabello hasta atrás, recogiendo un mechón tras su oreja y dejando el lienzo sobre la mesa lateral para buscarle un lugar cuando estuviera sola y pudiera tener la oportunidad de ver donde encajarían perfectamente, mover otros cuadros, quizás incluso algunos muebles pero, sobre todo, que sus dos hijas estuvieran allí para pasar algo de tiempo juntas pensando donde ponerlo.

Se dejó caer en el sillón, cruzando las piernas y preguntándole si todo estaba bien. Era realmente extraño el hecho de que él solo fuera el que apareciera frente a su puerta, mucho más sumado a que había llegado bastante tiempo antes de la hora acordada para que visitara a Lëia, y la pequeña ni siquiera se encontraba en casa. Alzó ambas cejas. Siempre pensó que las personas que eran ministros tenía una vida interesante, además él tenía una familia lo suficientemente grande como para poder contar decenas de anécdotas de situaciones que hubieran acontecido en la compañía de éstos. Quizás el hecho de ser ministro le restringía en cierto modo poder pasar tiempo con ellos, ¿quizás? Ella no era nada más que una medimaga más en el Capitolio y siempre estaba demasiado ocupada como para poder pasar tanto tiempo como le gustaría con sus hijas, no quería ni pensar en cómo debía de ser su situación. —Oh… me habría gustado poder verlos— reconoció sincera. Tenía cierta tendencia hacia Ethan, siempre le había resultado un niño adorable, y Joyce era un encanto de niña. Recordaba los tiempos en los que detestaba a los niños con toda su alma, le parecían molestos y ruidosos; como podía cambiar la vida de una persona.

—Todo bien aquí también, intentando que Lëia y Violet dejen de traer animales a casa— agregó amable. No pretendía ser cortante y siempre eran de agrado aquel tipo de comentarios que, aunque él ya supiera del amor de Lëia hacia los animales, conseguían proporcionarle algo más de información sobre la pequeña. Esbozó una sonrisa amable, inclinándose para cerrar un cajón del armario cuando sus palabras la dejaron en el sitio, quedando con el brazo estirado pero sin ser capaz de empujar aquel sencillo cajón. Tragó saliva, quedándose completamente estática en aquella postura por miedo a que estuviera completamente sonrojada ante su comentario. Sus comentarios. —Ah… eh…— masculló regresando a sí misma, cerrando el cajón y volviendo reincorporándose. —No esperaba que llegaras tan pronto y no tuve… tiempo de cambiarme de ropa— carraspeó, casi disculpándose por haber aparecido de aquella manera frente a la puerta. Prensó los labios, no queriendo hacer ningún comentario más relativo a sus palabras. —Pero gracias, supongo— se permitió agregar antes de retirar la mirada hacia otro lado.

Frunció los labios, jugueteando con sus dedos, enfocando su mirada, de tanto en tanto, en la puerta de casa. Casi ansiosa de que llamaran y poder levantarse. —Creo que hacía mucho tiempo que no estábamos a solas, ¿no? Es extraño— pronunció aun así, barriendo con la mirada la estancia y posando su mirar azul en él.

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Riorden M. Weynart
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No me sorprende que diga que le gustaría haberlos visto, y probablemente sobre todo a Ethan. Con el tiempo le ha ido cogiendo cariño a todos, como a Joyce y su energía incansable que siempre ha tenido y que a estas altura, con diecinueve años que tiene ya, dudo que cambie. Pero Ethan siempre fue su ojito derecho, al menos de los Weynart. Siempre supe que el ya no tan renacuajo fue el primero que se hizo un hueco en su corazón aquel día que la conoció en el hospital, una vez que fue a hacerle una revisión a Lëia cuando todavía era un bebé. En esa época mi hijo todavía era bastante tranquilito y relajado, y aunque nunca perdió ese aura adorable, la calma sí que la fue perdiendo conforme fue creciendo. — Lo sé, a ellos también les habría gustado venir a veros a las tres — acabo diciendo al final, y sonrío un poco. Ni Joyce ni Ethan pierden nunca la ocasión de salir de la Isla Ministerial para ir a hacer trastadas que prefiero no saber qué son.

No puedo evitar sonreír más, con un gesto divertido, al imaginarme a sus dos hijas traer animales a casa constantemente, y me compadezco de ella porque es el mismo panorama que tengo yo en casa pero que en mi caso es con construir robots. Por si no fuera poco, Annie está enseñando más a Ethan y su pequeña afición ha dejado de ser tan pequeña ya. — ¿Qué es lo último que han traído? — pregunto. Siempre he sabido que a la más pequeña, a Lëia, le encantan los animales y que es muy empática con ellos. Siempre me ha parecido una cualidad admirable, aunque no estoy muy seguro de si pensaría lo mismo si fuera yo el que tuviera que aguantar que trajera animalitos cada dos por tres.

— Sí... Siento haber llegado antes de hora. — A mi frase le acompaña una pequeña mueca poco visible desde la distancia a la que estamos el uno del otro. He intentando romper un poco el hielo sobre eso diciendo que estaba guapa, pero creo que no ha servido más que para meter más la pata y ponerme más tenso. Como si no lo estuviera desde que me he aparecido en el Capitolio con el lienzo en la mano. Bueno, como si no lo estuviera desde que decidí hacerle un regalo. Estoy a punto de repetir que lo decía de verdad y sin ánimo de ofender, pero esta vez consigo mantener la boca cerrada antes de que sea demasiado tarde.

Intento pensar un tema nuevo de conversación, pero por suerte, esta vez es ella la que se me adelanta y habla. Tiene toda la razón, pues hacía muchísimo tiempo que no estábamos solos, a diferencia de aquella época de tira y afloja que teníamos de jóvenes. — Pues sí, aunque no está nada mal. — Es un pensamiento expresado en voz alta, porque aunque sí que es extraño, también es agradable. Al final acabo levantándome del sofá, y cuando estoy a su lado, me remango para enseñarle la pulsera que llevo. Es una que Lëia me regaló hace varios años y de la que prácticamente nunca me separo. — ¿La recuerdas? — Ella también tenía una a juego con la mía. Mientras que la suya la hizo para celebrar el día de la madre, la mía fue para el día del padre. Supongo que aunque siempre sea su tío y nada más que eso, soy lo más parecido a una figura paterna que ha tenido nunca.

Todavía con el brazo estirado y mostrándole la pulsera, alzo la mirada hacia sus labios. Creo que nunca habíamos estado tan juntos, al menos no desde aquella vez que, borracho, decidí besarla y acabé con la marca de su mano en mi mejilla. Fue un doloroso tortazo.

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WHERE FEARS AND LIES MELT AWAY

Asintió lentamente con la cabeza, carraspeando a la par que cambiaba de posición. Se sentía demasiado incómoda estuviera como estuviera, incluso habría preferido tener que estar haciendo limpieza a fondo de las habitaciones de Lëia y Violet antes que tener que sentirse de aquel modo. Suspiró ante su pregunta. La cuestión era que no llevaban a casa. Lo peor de la situación era el hecho de que siempre acababa cediendo ante ellas; quería que crecieran, para así poder empezar a negarles cosas, pero a la vez odiaba ver como día tras día iban creciendo y queriendo hacer cosas de forma independiente. ‘No necesitándola’. Bajó la mirada, contrariada. No le gustaba demasiado pensar en ello, quizás por aquella razón prefería estar siempre ocupada.

—Uhmm— murmuró inicialmente. Inclinó el cuerpo hacia un lado, tratando de vislumbrar alguna pista de lo que podían haber traído en último lugar. —¿algo similar a una rata?— preguntó entonces ella. No, no era una rata, sabía que Violet le había dicho mil veces lo que era. —Oh, no, un hurón— acabó por asegurar después de un par de minutos inmersa en sus pensamientos, buscando con urgencia la palabra. —, no puedo negar que es bonito pero, dios santo, no te haces ni una pequeña idea del olor que desprende ese animal—. Sus palabras surgían con completa naturalidad. Solía pasar cuando el tema de conversación eran sus hijas;  se le olvidaba el resto de cosas que la rodeaban con demasiada facilidad.

Acabó por encogerse de hombros, reacomodándose en el sofá con las manos apoyadas sobre las rodillas. Torció el gesto, entreteniendo su mirar contando que cantidad de libros había en la leja inferior del mueble. Doce, trece, catorce… Simplemente no había tenido que lidiar con él a solas. No es como que se fueran a matar,  al menos no esperaba tener que regresar a aquella época ya que era exhaustiva, pero tampoco es que tuvieran demasiado que hablar el uno con el otro; y cuando el silencio se instauraba… era muy tenso.

—Es un poco incómodo— agregó ella, haciendo una pequeña mueca con los ojos. —No me malinterpretes— se excusó girándose hacia él para hablarle directamente. —, pero… en verdad no sé de qué cosas podríamos hablar nosotros dos y, bueno, surgen esos silencios que te paran el corazón— aclaró como buenamente pudo. No era molesto, era algo nuevo y extraño que la hacía sentir incómoda, y sabía que él también estaba incómodo aunque intentara entablar conversación con ella como podía. Hizo amago de levantarse para preparar algo que tomar, al menos con ello se podría excusar el silencio porque estaban comiendo, ¿no? Pero su acercamiento repentino hizo que se quedara a medio camino y acabara sentándose de nuevo, aplanando las arrugas de sus pantalones con ambas manos, antes de enfocar su claro mirar en la pulsera. Levantó una mano, subiendo ligeramente la manga de su bata y camiseta, y acercando su mano a la contraria para mostrarle la suya. Colocó la mano al lado de la contraria, pudiendo entonces ver las dos pulseras.

Prensó los labios. No estaba segura de sí se encontraba cómoda con el significado que ambas pulseras tenían; pero, ¿qué podía hacer? —Quizás tenga un nuevo regalo preparado para ti— comentó alzando la mirada desde las pulseras y mirándolo a él, hasta que sus miradas chocaron y ella se precipitó a ser la primera en retirarla. —Es muy detallista, no sé de quién ha sacado eso— agregó con una sonrisa nerviosa. Bueno, quizás sí lo sabía, pero tampoco es como si pudiera asegurarlo.

22/12/62 - HACE 5 AÑOS - HOME - RIORDEN M. WEYNART
Zoey A. Campbell
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