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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    Ethan J. Weynart
    Life goes on

    Cuidar de un hipogrifo conlleva más trabajo del que pensaba y, sobre todo, más tiempo libre del que dispongo. Los fines de semana consigo ponerme mejores horarios para organizarme, pero los días laborales no me queda más remedio que dejarle el trabajo a los elfos domésticos. Me planteé pedirle a Lily que les echara una mano, pero dudo que sea de gran ayuda porque hasta un troll tiene más conocimientos mágicos que ella, obviamente. No es su culpa, desde luego, pero es la pura realidad. Sea como sea, en mi día libre de la víspera de Navidad, he encontrado otra utilidad para la esclava que lleva toda mi vida conmigo. A diferencia de mi padre adoptivo, siempre la he tratado mejor. Sé toda su historia, cómo torturó a mi tío Alec y que tuvo secuestrada a mi madre durante un año, pero creo que bastante penitencia tuvo que pasar en su momento por lo que hizo. Con el paso de los años, Riorden se fue acostumbrando, y aunque nunca la ha tratado tan bien como a otros esclavos que hemos tenido, al menos no le muestra tanto desprecio como cuando yo era un crío.

    Después de darle de comer a Roxas y de cepillar al hipogrifo, a quien todavía tengo que ponerle nombre, voy en busca de Lily. Como vivimos en una mansión, me cuesta varios minutos encontrar a la única mujer que vive con nosotros. Creo que no será así por mucho más tiempo porque conseguí sonsacarle a mi padre que va a pedirle matrimonio a Zoey. No fue difícil, porque después de un día que llegó a casa algo más nervioso tras haber comido con la tía Elle, empecé a soltarle preguntas de manera aleatoria y... bueno, digamos que sé reconocer sus expresiones porque he crecido bajo su tutela, así que sé que acerté cuando bromeé con que si iba a casarse.

    — Necesito tu ayuda — le suelto a Lily en cuanto la encuentro en la biblioteca de la segunda planta. Antes de darle más detalles sobre para qué la necesito, echo un vistazo a los estantes y observo cómo de ordenado ha quedado todo. Cuando todavía estaba en mi etapa de estudiante del Royal, venía aquí a hacer los trabajos. Fue así durante varios años, concretamente hasta que convencí a Riorden de que reformara una de las habitaciones libres y me construyera una sala de investigación (o una guarida del científico, como me gustaba llamarla de pequeño). — Estoy haciendo una investigación y recopilando datos — continúo. No es mentira, pero tampoco es exactamente así. — Necesito que me expliques cómo es ser una humana. — Iba a decir "esclava", pero por educación mejor no. Empecé con esta investigación de manera accidental, cuando me encontré a Jolene Yorkey sin esperarlo y me explicó cosas de su vida. Luego pude reencontrarme con Joyce y saber cómo le va siendo una repudiada. Solo me falta el veredicto de un humano, porque el de los squibs lo tuve hace tiempo por doble partida, tanto por parte de Keiran como de Violet.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Liliane Fitzgerald
    Ethan J. Weynart
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    Liliane D. Fitzgerald
    Esclavo
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    Si algún día los Weynart se quedan en la ruina, sé de sobra que no será por haber comprado ambientadores. Es decir, es muy poético eso de que el olor a libro viejo es lo mejor que existe. Pero también es una gran mentira. O tal vez soy yo, que estoy desarrollando una alergia al polvo. Y, de todos modos, es totalmente ilógico que tenga que hacer yo la limpieza. O la comida. Ellos con un movimiento de esas varitas suyas podrían hacerlo todo de forma más rápida y, sin duda, más fácil. Pero claro, está la parte en la que sienten que tiene que humillar a la gente que no es como ellos y darles todo el trabajo sucio. Literalmente sucio. Porque juro que algunas de estas estanterías no han visto un trapo en meses. Lo cual, pensándolo bien, no debería comentar en casa, porque teóricamente es mi trabajo limpiar todo esto, y tampoco quiero ganarme un manotazo. O un escobazo, porque me da a mi que Riorden Weynart sigue sin querer tocarme ni con un palo. Qué se le va a hacer.

    Echo algo de líquido limpiador en el trapo y limpio las estanterías una a una, detenidamente, para luego ir colocando los libros en ellas. A veces he sentido mucha curiosidad por algunos de estos libros, no voy a engañar a nadie. Me gustaría leer algo de lo que hay en ellos. Pero no me fío ni un pelo. Es decir, son magos. Son capaces de haber hechizado los libros para que cuando los lea alguien sin magia le ardan los ojos, o algo por el estilo. Y paso, sinceramente. Aprecio poder ver lo que hay a mi alrededor. Y seguro que fregar siendo ciega sería mucho más complicado que fregar viendo lo que hay a tu alrededor. Que tampoco quiero darles golpes de mocho a las mascotas que tienen por casa, pobrecitas.

    Oigo la voz de Ethan y me sobresalto un poco, porque estaba perdida en mis pensamientos de mascotas y tareas de la casa. Lo típico. Escucho en silencio, esperando a ver qué me pide, suponiendo que será algo como que le cocine algo o le limpie su despacho de cosas raras. Pero me hace una pregunta que, sinceramente, tardo unos segundos en procesar. Porque me ha preguntado que cómo es ser humana. Sin poder ni querer evitarlo suelto una carcajada, mirándole. Hasta que me doy cuenta de que tal vez no está bromeando y trato de dejar de reír —Espera, ¿va en serio?— le pido, alzando una ceja. Intuyo que sí —Ser humana en plan persona sin magia, o ser humana en plan persona sin magia esclavizada y cuyo destino si se negara a ser esclavizada sería una muerte casi segura?— comento, con un tono cargado de un sarcasmo muy poco sutil —. Realmente no termino de entender la pregunta— aclaro, alzando las manos en señal de defensa, queriendo dejar claro que no es que me esté riendo de él. No mucho, por lo menos. Pero es que realmente me viene el niño con cada pregunta que deja que desear. Pensándolo bien, puede que esto sea el destino. Me libré de contarle de dónde vienen los niños cuando era un enano, pero ahora me toca aguantar preguntas así.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Ethan Weynart
    Liliane D. Fitzgerald
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    Ethan J. Weynart
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    Escuchar a Liliane reírse me hace alzar las cejas todo lo que dan de sí, y la observo de brazos cruzados, no muy seguro de qué decirle. Por un momento me planteo soltarle algún comentario borde y poco propio viniendo de mí, porque aunque suelo ser una persona bastante sarcástica, con ella tiendo a controlarme más. Independientemente de su pasado, de su sangre y de lo que ha hecho, supongo que siento cierto respecto hacia a ella porque me ha visto crecer. — No te rías de mí — acabo diciendo al final. No me gusta que se comporte así porque me siento como un idiota, y está claro que no soy uno. Es decir, para empezar, tengo un cociente intelectual por encima de la media porque cuando estaba en primer curso me hicieron unos estudios después de meses sospechándolo.

    Como sigo molesto por su carcajada, me tomo mi tiempo para recorrer la librería, parándome a mirar algunos de los libros de tecnomagia avanzada como si fueran lo más interesante del mundo, cuando en realidad he leído todo lo que habla sobre esa rama, a lo que me dedico, más de una vez. Fue una afición que siempre tuve presente, pero también fue Annie quien me metió más en este mundillo y me ayudó a convertirlo en mi profesión. — Me refiero a lo último — aclaro finalmente mientras me doy la vuelta para mirar directamente a sus ojos azules. — Para persona sin magia ya tengo a Keiran y Violet, ¿recuerdas? — Ruedo los ojos, dejándole claro que todavía sigo molesto por su burla. Hace años que tuve esa conversación con mi tío ya, mientras que con la hija adoptada de Zoey he hablado alguna que otra vez sobre ser squib. Pero ser un esclavo es diferente, porque desde luego que las condiciones de vida no tienen nada que ver porque ellos sí que no poseen ni rastro de sangre mágica.

    Antes de que reaccione a lo que le acabo de decir, me dejo caer en uno de los cómodos y acolchados sillones. — ¿Cómo fue pasar a vivir de esta manera, sin tener ni voz ni voto? — No quiero entrar en detalles de cómo es vivir sin magia porque ya me parece algo inconcebible de por sí, además de ser una cosa de la que ya he hablado en más de una ocasión. Es decir... no solo es la pereza que debe de dar tener que levantarte a ir a por las cosas en vez de utilizar un simple accio, sino el no poder aparecerte, o volar en escoba... o hasta reparar un simple objeto. Suena caprichoso, pero he crecido en un mundo así y con esta mentalidad.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Liliane Fitzgerald
    Ethan J. Weynart
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    Aprieto los labios, forzándome a dejar de reír del todo, cuando me dice que no me ría de él. Pero es que es complicado, con preguntas así. Además, con mi pensamiento anterior me ha venido a la cabeza la cara que se le debió quedar a Riorden Weynart cuando Ethan le preguntó de dónde venían los niños. Es decir, si no me lo preguntó a mí, se lo preguntaría a él. O a Zoey, tal vez. De todos modos, seguro que fue un momento digno de ver. Pero como no quiero que haya otro momento digno de ver en sus vidas que consista en zurrarme o colgarme en la plaza del pueblo —porque realmente no sé cómo lo hacen, esto de matar esclavos, ni qué grado de desobediencia tienen que asumir, pero en mi mente es todo bastante esperpéntico— me callo y dejo de reírme del pobre chaval.

    Se ha molestado, y me lo hace saber de forma muy sutil, mucho. Le observo mientras se pasea mirando los libros y me cruzo de brazos, esperando. Si pretende aburrirme, le va a costar mucho. Llevo demasiados años siendo esclava en esta casa, y es muy complicado aburrir a alguien cuya rutina consiste en limpiar, cocinar y hacer camas. Mucho. Cuando decide hablar de nuevo asiento levemente. A veces olvido la existencia de Violet i de Keiran. Realmente, a veces olvido la existencia de la propia Zoey. Cuando la gente pasa más de dos días sin venir a esta casa, mi mente les descarta completamente. Si no tengo que hacerles las camas y el desayuno, o meterles la comida en un tupper, no son importantes. Le miro cuando se deja caer en el sofá y escucho la última pregunta que me hace. El esfuerzo que tengo que hacer para contener las ganas de poner los ojos en blanco es sobrehumano. Pero lo consigo. Tengo mucha práctica, es lo que se gana viviendo con Riorden Weynart.

    Entonces, igual que él se ha tomado su tiempo antes de responderme, yo me tomo el mío. Pero en mi caso es porque realmente lo necesito, mientras que lo suyo ha sido un muy poco sutil acto para castigarme por mis risas. Describir cómo es la vida sin magia siendo un esclavo es complicado. Describir qué se siente cuando pasas de tener la vida solucionada y ser alguien que, en teoría, vela por el bien del país a ser alguien esclavizado por no tener magia. Es muy difícil encontrar palabras para resumirlo, me cuesta saber por dónde empezar. Tras unos segundos alzo la mirada hacia él —Es muy aburrido. Es monótono— musito, mirándome las manos —Es pasar de ser alguien con una vida a ser alguien que no puede moverse de una casa. Es pasar a no tener una voluntad propia. Antes... Bueno, al principio, lo llevaba peor, supongo— me encojo de hombros y le miro, dudosa, sin saber qué estoy contestando exactamente —. No lo sé, chico. Llevo más de diez años viviendo en un estado constante de resignación— concluyo, apoyándome en la pared que tengo detrás.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Ethan Weynart
    Liliane D. Fitzgerald
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    Tener esta clase de conversación con Liliane me lleva a la primera vez que tuvimos una lo suficientemente seria como para incomodarnos a los dos. Pero por aquel entonces yo no sabía ni que uno podía llegar a avergonzarse de esa clase de preguntas, así que la incomodidez tardó varios años en llegarme. Fue como una iluminación repentina, y una noche, después de cenar e ir hacia mi dormitorio, recordé que lo primero que le pregunté nada más pisar nuestra casa fue que por qué había secuestrado a mi madre. Después le grité que le odiaba y que esperaba que mi tío se vengase de ella. Sí, no le tenía aprecio porque me arrebató a mi madre, pero no era odio lo que le profesaba. Lo que me sucedía era fruto de una mezcla de sentimientos porque acababa de perder a mis padres, y la culpaba porque si no hubiera sido por ella, hubiéramos podido estar más tiempo juntos.

    Apartar esos pensamientos de mi cabeza no me resulta muy difícil, sobre todo porque la espera de su respuesta se me empieza a hacer eterna. No sé si se está vengando por lo mucho que he tardado en formular la pregunta, o si es porque de verdad no sabe qué decir. Sea lo que sea, acabo desviando la atención hacia uno de los libros de Criaturas Mágicas, y tras cogerlo y volverme a sentar en el sillón, lo abro por el capítulo que trata sobre hipogrifos. Quizá es algo que debería haber hecho hace semanas, cuando empecé a plantearme la posibilidad de comprar uno, y no ahora, cuando ya lo tengo en casa. Cuidarlos no es complicado, pero lo que de verdad me interesa es aprender a cómo hacer que confíe en mí para permitir que pueda subirme a él y utilizarlo como medio de transporte. Si viviéramos como hace siglos, escondidos y sin poder viajar en ellos, ni siquiera me habría planteado comprarlo porque principalmente es para eso para lo que lo quiero.

    Nada más escuchar su voz, cierro el libro de golpe para centrar mi atención totalmente en ella. — ¿Odias a los magos por lo que te han hecho? — Es una pregunta complicada y que probablemente en cualquier otro momento podría costarle la vida dependiendo de lo que respondiese, pero mis intenciones son totalmente diferentes. — Quiero decir que... no sé, yo creo que lo haría si estuviera en tu lugar. — Eso supongo, porque vivirlo debe de ser algo completamente distinto a imaginárselo. — Entendería que no te fiaras de mí, pero quiero saberlo, no por segundas intenciones extrañas que puedas estar pensando — añado para dejárselo claro. — Yo a veces me odio a mí mismo por lo que pasó con mis padres — me sincero para darle más seguridad de que voy totalmente en serio. No es algo de lo que suela hablar demasiado, y tampoco doy más detalles porque ambos sabemos que me estoy refiriendo a que fue la gente que vive a escasos metros los que condenaron a mis padres biológicos a morir. Sí, eran traidores, pero les necesitaba conmigo.
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    Ethan J. Weynart
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    Levanto las cejas, claramente sorprendida por el cambio de rumbo repentino que ha tomado la conversación. Es bastante súbito pasar de preguntar cómo es la vida como esclava a preguntar si odio a los magos. Y es una pregunta peligrosa, que sé que podría costarme la vida si diera una respuesta fuera de lo esperado. El chico se esmera en explicar que lo pregunta sin segundas, que él los odiaría si estuviera en mí lugar, y a pesar de la desconfianza que ha saltado en mi interior en un primer momento y que me ha urgido poner una barrera de protección entre ambos, siento que lo dice de verdad y que, realmente, quiere una respuesta sincera.

    Lo que realmente me sorprende es la rapidez con la cual sé lo que tengo que responder —No— digo, simplemente, en un primer momento. Me mordisqueo el interior de la mejilla, pensativa. No odio a los magos en general. Odio a algún mago, sí, claramente. Pero todo el mundo tiene enemistades, así que no es nada nuevo —No odio a los magos por ser magos. Tal vez odie a algunos magos en concreto, pero... Pero no los odio como raza, o especie, o como lo que os queráis llamar. No les odio por ser magos— añado, bastante segura de mis palabras. Arrugo la nariz y me froto la nuca, pensativa. Miro al muchacho con duda. No sé hasta qué punto puedo abrir la boca con él delante. No deja de ser el sobrino de una de las personas que más me ha llegado a odiar en el mundo, y tampoco quiero terminar muerta. Es decir, no me gusta la vida que llevo, pero en algún punto dentro de mí todavía existe una brizna de esperanza que augura futuros mejores. Seguramente es una tontería, pero es lo que me ayuda a seguir adelante y a no sumirme en un estado de abandono total.

    Me froto el rostro y vuelvo a mirar al chico —No odio a los magos— repito —, pero sí que odio su política de ahora. Vuestra política. Como sea— digo, mirándole a los ojos —. El gobierno anterior tampoco era bueno, y se hicieron muchas cosas que no estaban bien. Y yo ayudé a hacer muchas de esas cosas— digo, dejando claro que no estoy excusándome a mí ni al gobierno con el que crecí —, pero el gobierno actual es... Es como pagar con la misma moneda. Es rebajarse al mismo nivel que el gobierno anterior, en vez de intentar mejorar la situación. Es como un gobierno que se basa en la venganza contra los humanos, y no en un afán de dar una buena vida a todo el mundo. Porque vale, nos tenéis de esclavos, ¿pero realmente eso va a ayudar a la gente de los distritos más pobres? Que igual sí, tampoco he ido, casi nunca puedo salir de esta casa, pero... No lo sé, creo que chirrían muchas cosas. Que la situación política y social ideal no sería una especie por encima de la otra, sería una coexistencia pacífica— termino diciendo, sin saber muy bien qué va a pensar el chico de mí. Seguramente que estoy loca. Suelto, entonces, una risa amarga, y niego con la cabeza —Pero supongo que eso es imposible, llegados a este punto— digo, encogiéndome de hombros.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Ethan Weynart
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    No voy a negar que me sorprende que me diga que no nos odia porque me parece tener mucha fuerza de voluntad. Normalmente mucha gente centraría el rencor del cambio de vida a peor en las personas que están por encima de ellos, que en este caso somos nosotros. Hasta hace unos meses pensaba que los terroristas no eran más que humanos como ella que nos odiaban, o gente del 14 como siempre han dicho. Pero luego me encontré con Joyce en el 8, y mi cabeza empezó a tener un cacao incluso mayor del que ya tenía respecto a ese tema. Creo que las cosas no son o blanco o negro como siempre he pensado, sino que hay un punto media que desconocemos. O que al menos yo desconozco. No es algo de lo que hable con Riorden porque siempre he tenido claro cuál es su punto de vista político. Es por eso mismo por lo que estoy intentando indagar un poco en los pensamientos de la gente que no tiene magia, pero por primera vez en mi vida, es una investigación que no sé muy bien cómo llevar a cabo porque es demasiado compleja. Prefiero la ciencia y tratar con tecnología a tener que utilizar como sujetos a seres humanos porque relacionarse, especialmente si se trata de un tema como este, no es sencillo.

    Presto atención a todo lo que dice, sin interrumpirla en ningún momento porque no quiero que se arrepienta y deje de hablar. Sinceramente, no esperaba para nada que de verdad me hiciera el favor de responder mis dudas, así que es algo que le agradeceré. Incluso cuando termina de hablar, no sé muy bien qué comentar al respecto porque todavía estoy asimilando lo que acaba de decir. La única diferencia entre los humanos y nosotros es que ellos no tienen ese gen mágico... ¿Es esa una razón suficiente para tratarlos como basura? Claro que comprendo que nos mataron durante siglos, pero Lily tiene razón. Es algo que siempre ha estado en mis pensamientos pero que nunca me he atrevido a decir en voz alta por la familia en la que vivo. Si Joyce no se hubiera tenido que marchar de casa, repudiada de la familia, simplemente por ser una bruja de sangre muggle, probablemente ni me habría planteado todas estas cosas. Pero no es justo. No es justo que haya tenido que perder a alguien de mi familia de esta manera por razones que nunca terminaré de comprender.

    — Tienes toda la razón. — Son las primeras palabras que consigo decir después de un buen rato en silencio, pensativo. — Sé que no estuviste mucho tiempo en el Mercado de Esclavos porque Riorden te encontró pronto pero... ¿cómo es ese lugar? — Pocas veces he ido porque no es un lugar que sea de mi interés. Sin embargo, no tiene pinta de ser un sitio agradable para ellos.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Liliane Fitzgerald
    Ethan J. Weynart
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    Me quedo en silencio, esperando su respuesta. No voy a negar que estoy algo asustada. Supongo que es normal, tratándose de estos temas. En cualquier momento podría aparecer Riorden con una antorcha para quemarme por lo que estoy diciendo. Y no me apetece morirme, todavía. Aunque si tengo que pasarme otra semana quitándoles el polvo a los libros del chaval, tal vez sí que me empieza a apetecer.

    Cuando por fin responde, dice que está de acuerdo. Y yo parpadeo, incrédula. Es decir, él es mago. Vive en la isla ministerial porque Riorden es ministro. Ministro de la gente que se encarga de que la gente como yo estemos en casas sirviendo, de la gente que se encarga de que nada se salga de lo establecido. Y tal vez es por nostalgia, pero sigo pensando que los aurores dan más asco del que dábamos los Agentes de la Paz en nuestro momento. Pero, de todos modos, el chico ha dicho que está de acuerdo. Y yo me tengo que contener las ganas de preguntarle que cómo es que está de acuerdo con una idea que, realmente, podría perjudicarles a él y a su familia. Él, un chaval de los que mejor situados están en el país. Meneo levemente la cabeza, queriéndome deshacer de esos pensamientos, y le observo con cierta diversión agria cuando pregunta que cómo era el mercado de esclavos.

    Porque, no lo vamos a negar, era un lugar terrible. Lo sigue siendo, probablemente. Me paso las manos por el pelo y le miro a los ojos —¿Has pisado alguno alguna vez?— le pregunto, ladeando la cabeza. Echo una mirada hacia la puerta de la biblioteca. Sé que no va a entrar nadie, pero el reflejo sigue estando ahí. Me da miedo que me pillen haciendo cosas que no debería, me da miedo sufrir las consecuencias como tantos otros las han sufrido —Son horribles, francamente. Son como granjas— bromeo, con cierta acidez en el tono —, granjas llenas de gente que está encerrada por no tener magia. Gente a la que han separado de sus familias y amigos, gente perdida. También hay niveles, claro. A los ganadores de los juegos los daban como trofeos, eran más importantes y eso. Al menos durante el corto tiempo en el que yo estuve ahí. Supongo que cuanto más odio te tuvieran los magos, más rápido y por más de compraban. Como pasó conmigo, que odio hacia mí había un poco— sonrío —. Pero bueno, no es un lugar agradable para nada. Al mínimo mal comportamiento te torturan, te pegan, o… Bueno, depende de lo que hagas te matan, directamente— me encojo de hombros —. Las leyes para esclavos son estrictas en general. Ahí se siguen al pie de la letra— concluyo, cruzándome de brazos.

    No recuerdo mi tiempo ahí con cariño. Claro que tampoco recuerdo con cariño lo que vino después. De hecho, a mis largos treinta, recuerdo muy poca parte de mi vida con cariño. Y eso es de las pocas cosas que consiguen ponerme triste de verdad. La falta de buenos momentos para recordar, algo que me ayude a seguir adelante. Supongo que, a falta de esto, habrá que seguir con lo que me ha reforzado hasta ahora, mis dos mejores amigos. El sarcasmo y el cinismo.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Ethan Weynart
    Liliane D. Fitzgerald
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    Intento recordar las pocas veces que he pisado el Mercado de Esclavos, pero básicamente esas ocasiones se remontan a cuando no era más que un crío de seis años y acompañaba a mi tío a buscarla a ella. De hecho, en aquella época todavía había dos mercados en vez de uno solo unificado. Desde entonces no he vuelto a poner un pie ahí, y tampoco puedo recordar exactamente cómo era. Sé que vi a gente algo mugrienta y a magos dando órdenes, además de la señal marcada en la piel que indica que están esclavizados, pero poco más. — Un par de veces cuando era pequeño. — No le digo exactamente por qué fui porque no quiero volver la situación todavía más incómoda.

    Cuando me empieza a describir cómo es estar en esos sitios, trato de hacerme a la idea, pero sin mucho éxito. En realidad agradezco no tener la capacidad de ponerme en la piel de ellos para saber cómo es ese lugar porque solo con sus palabras ya me parece horrible. — Y yo que me quejaba de vivir en una Isla con cuatro gatos que saben hasta a qué hora como... — suelto en un intento de broma. Llevo años diciendo que me siento como un animal encerrado en una jaula. Y vale, sí, en cualquier momento podría irme porque soy lo suficientemente mayor y tengo un trabajo estable, lo que hace que incluso me arrepienta más de pensar esas cosas. Seguramente me vea como a un malcriado quejica.

    Cuando Joyce se marchó de casa y Riorden me contó la verdad, pensé que quizá algún día podríamos vivir todos tranquilos, sin odiarnos los unos a los otros porque solo nos diferencie un estúpido gen mágico. Me parece tan ilógico como si yo odiara al resto de magos simplemente porque yo soy un metamorfomago y otros no. Sin embargo, con la opinión de Lily y viendo cada vez más cómo funciona este mundo, cree que nunca llegaremos a vivir en paz y que siempre encontraremos un motivo para que alguien sea el grupo predominante. — Gracias por tu sinceridad. Creo que con esto tendré suficiente para seguir con la investigación. — No es solo por eso, sino porque ahora mismo siento demasiada culpabilidad por ser del grupo que actualmente es el opresor. Necesito desconectar por mucho que ya tuviera alguna idea de todo.
    24/12/67 - Residencia Weynart - Liliane Fitzgerald
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