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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Echo R. Duane
    El invierno está a la vuelta de la esquina y todos los animales entraran en modo hibernación, eso significa que si no somos cuidados con los recursos que hay para comer, podemos acabar pasándolo bastante mal. Ya tenemos suficientes problemas como para añadir "morirnos de hambre" a la lista. He hecho un meticuloso estudio de lo que falta y carne es lo más importante, así que ese día lo gasto poniendo trampas por todas las zonas de caza habituales, que Ben no ha destrozado durante la última luna llena de hace poco más de una semana. Las reviso todas al menos tres veces antes de volver al distrito con la luna ya en el cielo hace unas cuantas horas.

    Por el bosque se oyen ruidos todo el tiempo, pero hay un ruido específico que me es imposible pasar desapercibido. Juraría que es algo enredándose con uno de los arbustos a unos cuantos metros de distancia. Pienso en lo más habitual por las horas, que es un animal perdido hasta que le oigo despotricar. Me descolocaría la idea de un conejo despotricando si no fuera porque la voz de Zenda se abre paso en el silencio y me resulta imposible no reconocerla. Siempre pensé que había sido difícil criar a Ben y a su generación; eso me pasa por hablar, o quizá solo me esté haciendo demasiado viejo para esto. — Zen. ¿Que rayos haces aquí? ¿Cuántas veces te ha dicho mamá que no se sale al bosque... — Ojalá pudiera dejar la frase ahí. — ...de noche? — Me acerco a ella y la agarro por los brazos para tirar y sacarla del enredo que ella misma se ha hecho sola intentando salir, luego reviso sus piernas por inercia para ver si se hizo daño, acuclillándome delante de ella y posando mis antebrazos sobre las rodillas. No sangre. No heridas. — ¿Cuál es tu excusa hoy? — Elevo la mirada hacia ella ladeando la cabeza. Se parece tanto a su madre que me resulta imposible ser rudo con ella.
    Echo R. Duane
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    Zenda M. Franco
    Fugitivo
    Escapar de casa no había sido difícil. Si a los seis años ya se encontraba corriendo silenciosamente en la oscuridad para seguir a Ben, a los trece ya podía dominar casi con completo sigilo, la complicada tarea de escaparse de la mirada de su mamá y papá.
    Con el arco cruzado en la espalda y un carcaj repleto de flechas, ambos objetos estaban modificados para ser un poco más pequeños de los normales, llegó hasta uno de los claros del bosque donde sabía que habían puesto algunas trampas. Si, todo estaba prohibido y más a su edad, pero no le importaba porque tenía que ayudar a los demás. Tenía que ayudar a su progenitora. —Muy bien, hoy no volveré a casa hasta tener al menos diez conejos.— Murmuró para si misma y con sus botas pisó la tierra húmeda, evitando las ramitas que podrían asustar a sus presas.
    Llevaba casi dos horas dando vueltas con uno de sus cuchillos en la mano, incluso había intentado colocar emboscadas que había aprendido con algunas cuerdas y carnada, pero absolutamente nada. Todo estaba siendo una pérdida de tiempo.
    Algo cansada secó el sudor de su frente, ensuciando su mejilla con algo de lodo y sin detener sus pasos continuó avanzando entre los árboles.
    No lo podía creer, sesenta minutos más habían pasado y por fin tenía en frente un gordo conejo blanco distraído. Contuvo el aliento mordiendo su labio inferior y algo agazapada, caminó hacia él con el filo de su arma por delante.
    El repentino ruido del bosque asustó al animal y salió corriendo dejando un excelente rastro por detrás...y Zenda, gracias a ello, lo persiguió lo más rápido que pudo.
    Al tener los ojos clavados en la bola de pelos, se olvidó por completo de su alrededor, pero cuando tuvo la oportunidad, entornó la mirada y lanzó su cuchillo logrando clavarlo en la piel de su presa. —Mia uno....conejito cero.— Vaya que estaba emocionada, ojalá Ben estuviera allí para verla, seguro estaría muy orgulloso. Aun que pensándolo bien, no, mejor seguir sola porque también se molestaría si la viera rompiendo las reglas de nuevo.
    Avanzó casi bailando para recuperar su arma y su futura comida, cuando una de las trampas colocas la atrapó desprevenida. No esperaba para nada eso y bastante desesperada intentó escapar causando un enorme alboroto. La habían encontrado, se la llevarían lejos de su familia y la obligarían a ser esclava. No, no, no.

    Sus ojos estaban algo brillosos y el corazón estaba por escaparse por su boca, cuando una voz conocida la envolvió y la rescató del desastre de cuerdas y redes. —...¿Echo?— Confundida, dejó que la examinara. —Yo...pues tú ya sabes, es importante.— Justo ahora no se le venía ninguna excusa, ¿o ya había utilizado todas? Llenó de aire sus pulmones logrando calmarse y puso su mejor sonrisa de oreja a oreja, parpadeando algo veloz. —Tengo un conejo gordo, de unos veinte kilos.— No, no pesaba eso, pero para ella era la presa más grande que había logrado conseguir.
    Zenda M. Franco
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    Echo R. Duane
    Alzo una ceja bastante divertido al escuchar su sorpresa al verme, como si fuera yo el que no debiera estar aquí, acabando con un "ooh" alargado al escuchar lo del imaginario conejo de 20 kilos. — Wow. Eso sí que es un conejo gordo. — En su voz se notaba el ligero sarcasmo porque no le creía. Primero porque de haber casado un conejo se imaginaba alguna cosa chiquita bebé tipo ni ha aprendido a saltar y tropezó con él por casualidad; y segundo porque de pesar 20 kilos hasta yo me habría planteado la posibilidad de salir escopeteado para otro lado.

    Bueno, tal vez estaba siendo algo malvado subestimando sus  habilidades de caza, pero no el tenía mucha fe al conejo del que hablaba. — Vamos a verlo. ¿Donde está? — Se imaginó que le soltaría alguna excusa de que se había alejado de él y ya no recordaba por donde estaba hasta que vio al animal clavado en el árbol, aún agonizando. Por mera piedad levantó la ballesta y le acertó de lleno en el cuello, al lado de donde estaba el cuchillo. — Auch. Eso debió dolerle. — Sentía un poco de pena por esa cosa, pero al final la pena se sobrepuso cuando se dio cuenta de que Zen iba en serio.

    Con lo de cazar un conejo al menos. Con lo de los 20 kilos no tanto. — Mírate. Echa toda una cazadora — La alabó, con un ligero tono cantarín porque había una parte de él bastante impresionado. Sabía que era buena apuntando con el arco pero ¿hacerlo con el cuchillo? eso tenía el doble de mérito. — Aún así ¿sabes que estás castigada, no? no deberías estar fuera. Solo tenemos una norma en este distrito... estar dentro antes del anochecer porque no somos idiotas y no corremos riesgos absurdos. ¿Recuerdas? — Arrancó el cuchillo del animal y también la flecha, para darle a Zenda la victoria de que recuperara su botín.
    Echo R. Duane
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    Zenda M. Franco
    Fugitivo
    Otra persona más que subestimaba sus capacidades, su potencial y destreza y ni siquiera lo ocultaba. Zenda podía ser cualquier cosa, menos una mentirosa (tal vez sólo en ocasiones muy importantes). Odiaba que la tratarán como niña que era, pero la presión que sentía al ser la hija y hermana de personas muy habilidosas, nadie lo entendería. Sobre todo porque a diferencia de ellos, físicamente y para su edad, era más pequeña de lo normal.
    Te dije que había cazado un conejo enorme, viene el invierno y hay que empezar a prepararnos, la última vez no cenamos durante mucho tiempo.— Se quejó cruzándose de brazos y arrugó la nariz, pero al notar que esos gestos no sólo la hacían ver más pequeña, también caprichosa, se deshizo de ambos y actuó como lo hacía su madre. Sujetó sus manos delante del cuerpo y frunció el ceño sólo apenas, la estaba tratando de imitar. —Veo que te he sorprendido, es triste que yo no lo haga ante tus acciones.— Se apartó un poco del hombre dejándolo acabar con su presa y cuando este le devolvió su arma y su botín, guardó todo donde correspondía.
    Las palabras que anteriormente había dicho no tenían sentido para ella, estaba simplemente recitando algunas de las típicas frases que escuchaba a diario dentro de su casa.

    Todo iba tranquilo y ahora lo único que quería hacer era regresar a su hogar, dejando el conejo dentro del almacén de su madre sin que ella se diera cuenta, pero las siguientes palabras de él la hicieron preocupar. —No le digas a nadie, Echo. Puede ser nuestro secreto...— comenzó a intentar negociar, pero su ira siempre salia a flote. Una muy mala cualidad de Zenda —Además si tú estás afuera, en el bosque luego del atardecer, ¿por qué yo no tengo derecho a hacerlo? Cuando tengo que morir de frío durante toda la noche en mi turno de vigilancia, nadie se preocupa.— Estaba a punto de golpearlo con el animal que sostenía en su mano izquierda, cuando se calló y con un veloz movimiento sacó el cuchillo de su cinturón y lo mantuvo al frente. Había escuchado algo.
    ¿Tú también?— Preguntó en un susurro y sabía que no debía decir nada más, Echo había sido testigo de aquel sonido extraño y no muy lejano.

    Por primera vez durante las últimas horas, estaba agradecida de haberse encontrado con él.
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    Echo R. Duane
    En eso tienes razón — Le concedo cuando me recuerda la cercanía del invierno; ojalá fuera tan eficiente el 100% del tiempo pero al igual que casi todos los que rondan su edad, se distrae con facilidad y la mayoría de sentimiento de responsabilidad se le evapora cuando encuentra otra cosa más entretenida que hacer y potencialmente más peligrosa.

    No me pasa desapercibido el gesto cuando intenta imitar a su madre, y por un instante no sé si estar más perturbado porque con solo 13 años esté intentando ser madura, o porque me haya dado cuenta con tanta facilidad, que estaba intentando copiarla. — Te está saliendo la vena dramática de los Franco — Le resto importancia a sus palabras, procurando no reírme. Me recuerda mucho a Ben a su edad, aunque creía que el dramatismo le salía de Seth. Puede que me esté equivocando y sea solo de la edad. — Lo siento — Se disculpó, alargando las sílabas y sonando más falso que una manzana naranja, porque toda la exageración de la enana le hacía gracia. — ¿Ahora estás de negociaciones? — Bromeo, porque su intento le salió muy bipolar, con ese cambio de humor cargado a medias de miedo y a medias de reproche.

    No consigo responder a esa acusación cuando el ruido capta mi atención. Levanto el arma de inmediato y por absoluta inercia, apuntando al lugar de donde creía que venía. Tenía claro que no podía ser una amenaza real, algo que pudiera costarnos la vida, porque la mayoría de esa clase de amenazas estaban bastante internadas en el bosque o lo bastante lejos como para no haber llegado ahí con ganas de dar guerra; ellos no estaban tan lejos del 14. Pero ¿y si se equivocaba? Los aurores nunca iban tan fuera del país, pero eso creyó hace 15 años y Ben y Sophia casi acaban en sus garras.

    Miro a Zen y su reacción con el cuchillo. No puedo evitar sentir cierto orgullo. Es, con diferencia, la más valiente de sus hermanos Ballard. Cale era torpe con las armas al principio y Ava siempre tenía la excusa por ser pequeña. Zen no la necesita. Bajé la ballesta y alcé una ceja, haciendo un gesto hacia el lugar de donde provino el ruido. — Me preguntaste porque yo puedo salir del distrito a estas horas y tu no, ¿no es cierto? — Se lo planteó como un reto. — Demuéstrame que estas lista y me lo pensaré.
    Echo R. Duane
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    Zenda M. Franco
    Fugitivo
    Al estar detrás del hombre, lo primero que notó es como algo se mueve entre algunos arbustos cercanos y lo segundo, como Echo bajó su arma, ¿estaba hablando en serio?
    Durante un par de segundos su mirada no abandonó la de él y llenando de aire los pulmones, le arrojó el conejo para que lo atrapara y así tener una mano extra de ayuda. Avanzó con sumo cuidado, observando no sólo el alrededor, si no también el suelo, no volvería a pisar donde no debía.
    Muy pocas veces hacía uso de la magia, no por sentirse diferente o por no agradarle, si no porque no tenía mucho control sobre ella. Cuando si lo hacía, no era por elección propia, más bien era como un sentido, lo hacía sin darse cuenta.
    Cada vez estaba más cerca de su presa o de un posible intruso y sin notarlo, sus ojos y orejas cambiaron de inmediato a la forma de un gato. Con oídos y visión mejorada, sonrío ampliamente y se detuvo. Guardó el cuchillo y sin realizar ningún movimiento ruidoso o bruto, se acomodó el arco y tensó una flecha. Tal y como le habían enseñado, se colocó en posición, contuvo el aire y soltó la cuerda para disparar su arma.

    Creo que con esto me he ganado salir cuando yo quiera, pero lo que en verdad quiero es que guardes el secreto. Si mamá se entera me castigará.— Pidió mirando a Echo aún con aquellos ojos gatunos y sólo cuando se introdujo entre las ramas, su cuerpo volvió a la normalidad. Unos cuantos minutos tardó en lograr cargar y llevar el animal, casi arrastrando, hacia él. Zenda podía ser muchas cosas, valiente, entrometida, algo salvaje, pero su cuerpo seguía siendo más pequeño que el del resto de las niñas de su edad, por consecuencia, tampoco la fuerza era su mejor cualidad.
    ¿Trato hecho?— Preguntó y depositó a sus pies el cadáver apetitoso de un zorro de mediano tamaño. —Oh y me pido la piel para hacerle a mamá un abrigo. Aún no le he dado nada como regalo de cumpleaños en la pasada primavera.
    Se agachó para recuperar su primer botín, dejando que Echo se encargara del otro y pronto intentó comenzar su camino de regreso al distrito. Claro, su sentido de la orientación no era el mejor, por lo que esperó a que el adulto la guiara. No diría nada para mantener su orgullo intacto y además, ya estaba muy cansada.
    Zenda M. Franco
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    Echo R. Duane
    Mientras se acomoda para disparar, tengo el impulso de acomodar su postura. Son cosas ligeramente sutiles, el hombro un poco más alto, la pierna un poco más separada. Apenas se nota mi intromisión justo antes de que ella suelte la flecha. Y pensar que esta es la misma mocosa que hace tres años casi me atraviesa la pierna con una flecha mientras intentaba aprender. La miro con una risa divertida cuando me reclama que por eso toda la vida debería poder salir a su bola. Sacudo la cabeza cuando cambia esa oportunidad por evitar un castigo y le pongo una mano en el hombro, sacudiéndola ligeramente de adelante hacia atrás. — Que tal si para empezar lo dejamos en una noche. Y vamos a fingir que es esta noche. Así que tienes permiso para hacer lo que quieras y no se lo diré a tu madre. Aprovéchala. — Le dio una palmadita en el hombro a modo de ánimo y al mismo tiempo de felicitación por su valentía. Lo cierto es que había una parte de él pensando que habría acabado llorando tarde o temprano. — Pero nada de ir alardeando que has tenido permiso por el distrito. — Ya no solo por la mirada asesina que me va a meter su madre antes de que yo pueda explicarle que la acompañé, la mitad de la noche al menos; sino porque no quiero a todos los mocosos exigiéndome lo mismo. Realmente no están preparados. Aunque ellos crean que si. — Y menos a Ken. Que se pone muy gruñón cuando le dan a otros cosa que a él no. Lo tengo mimado. — Bromeo. Algo que no era para nada una exageración. — ¿Hay trato así? — Y tras darle mis nuevas condiciones, le extiendo la mano.

    Asiento conforme a lo de la piel de los animales para el abrigo de su mamá, porque en este lugar apenas celebramos los cumpleaños de los enanos y porque son enanos; no por otro motivo; pero primero saco la varita para hacer que ambos se aten a lo alto de un árbol, lejos de posibles depredadores. — Vamos a malgastar tu noche haciendo algo prohibido y mañana vemos que hacer con esas presas. — Miré mi reloj, faltaban un par de horas para el amanecer y aunque había acabado con la mayor parte del trabajo, siempre había otras cosas que podía ir adelantando. — Vamos a buscar unas hiervas que sé que se te dan bien, y a Seth le hacen falta. — Dio una palmada en el aire para mandarla delante, señalando el lugar hacia donde debían ir. — Y de paso aprovecharé para ayudarte un poco con la geografía porque vas cortita por lo que me han dicho. — Me burlé. La gente bromeaba sobre que se perdería yendo al almacén si no fuera porque lo tenía en frente y aunque le hacía mucha gracia, no podía darse ese lujo en el bosque.
    Echo R. Duane
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    Zenda M. Franco
    Fugitivo
    El leve empujón hizo que la rubia comenzara la marcha hacia la dirección correcta, si bien había guardado el cuchillo, mantuvo el arco con una flecha preparada apuntando hacia el suelo, uno nunca sabía cuando tenia que ser veloz y atacar o en el peor de los casos, defenderse.
    -Está bien, pero quiero que sepas que tú tramposidad sí la noté.- Murmuró con una pequeña sonrisa pícara y siguió avanzando con cuidado tratando de no hacer ruido, pero observando las plantas con atención, hasta ahora ninguna ayudaría y dos de las que vio podrían matar a alguien con sólo tocarlas.

    Le gustaba mucho la idea de compartir un secreto como este con Echo, la hacia sentir más grande e importante, como si por primera vez la consideraban más que una pequeña que "no estaba lista".
    Se detuvo de repente cuando sus ojos captaron en el suelo varias bolitas caídas, levantó el rostro hacia el árbol y abrió la boca con sorpresa, era la primera vez que encontraba uno de esos y había leído bastante al respecto. Existian las comestibles y las no, por suerte aquel si se podía ingerir.
    -¡Echo! Mira eso, ¡son castañas! Se cocinan y se pueden comer...Se debe hacer un pequeño corte en la cáscara, luego se pone sobre el fuego unos veinte minutos y se comen aún tibias, quitandoles la corteza. Lo malo es que te infla mucho la panza y te dan muchos gases.- Arrugó la nariz ante ese detalle e intentó no reír ante la imagen mental de un Ben muuuuy gaseoso.
    Estaba relatando todo lo que sabía sobre aquella fruta o lo que fuera y de inmediato se agachó para recolectar las caidas en buen estado.Guardó la cantidad que pudo en sus bolsillos y en su pequeña bolsa vacia, dejando espacio para las hojas que buscarían para Seth y cuando ya no tenía donde meter más castañas, se acercó al adulto y le entregó un par.
    -¿Crees que es suficiente?- Preguntó preocupada y con emoción a la vez, antes de seguir caminando intentando concentrarse ahora si en las plantas medicinales.

    Aun faltaba mucho para el amanecer y a pesar de estar agotada, iba a aprovechar su noche "libre" hasta el último segundo.
    -Echo, ¿No te gustaría tener una novia y más hijos?- Preguntó con curiosidad y al notar que habían llegado a una parte del bosque desconocida para ella, se detuvo y dejó que él la guiara. -No es cierto eso, bueno...Sólo un poco, pero no es mi culpa.- Intentó excusar su poco sentido de la orientación, pero no iba a decirle la verdadera razón.
    Zenda M. Franco
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    Echo R. Duane
    Me hago el sueco cuando habla de mi tramposidad, como si no supiera de lo que estaba hablando. Obviamente prefería que pasara la noche conmigo y no sola cuando le diera la gana, al menos si se partía una pierna yo estaba cercaba para llevarla con su madre y luego fingir que la encontré por sus gritos histéricos. Evidentemente habría que estar loco para fingir que estaba de acuerdo en que ella estuviera en el bosque a estas horas delante de Arleth.

    Avanzo por el bosque dejando que vaya primero, a ver si empieza a prestar atención a su entorno; y sin embargo, me doy cuenta de que no en cuanto dice lo de las castañas. Aún así me quedo bastante impresionado sobre sus conocimientos sobre como se deben cocinar y otros que me hicieron ahogar una carcajada. — Eso sí que es un problema. — Tomo el par de castañas que me ofrece y las pongo cerca de mis ojos, con la cara inclinada hacia la luna como si pudiera así ver a través de ellas. Hago lo mismo con las dos. Es un gesto involuntario. Casi siempre lo hago con todo. — No creo que quieran estarse tirando todos pedos así que con un par que les lleves se quedarán contentos. — Menos Jared, a quien no le suelen gustar mucho los frutos secos.

    Voy distraído intentando cocinar la castaña con la varita cuando la pregunta de Zenda me toma por sorpresa. Me siento como si acabara de chocar de lleno contra un muro. Se me cae hasta la varita y por poco tropiezo con las ramas de un árbol por no levantar suficiente la pierna. — ¿A que viene eso? — Desconcertado, por un instante no sabía si reírse o saltar a la defensiva, así que sus palabras eran una mezcla extraña e irregular de ambos sentimientos, más tirando hacia el primero. — Creo que ya tengo bastantes hijos, entre los que incluyo los traviesos que no son míos — Me agacho primero a por la varita, pero después pongo mi mano sobre la cabeza de Zenda para despeinarla un poco. Evidentemente me refiero a ella, y no solo a ella, sino a todos los demás. Incluidos los que ya son adultos. — Y las novias solo dan problemas. Así que prefiero a mi gato. A él le dan meno ganas que a mi la compañía. Somos una pareja estupenda. — Bromeo, intentando hacer explotar la castaña que me queda con una ligera llama que extraigo de la varita. — ¿A ti? ¿quieres un novio e hijos? espero que no ya, ya.
    Echo R. Duane
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    Zenda M. Franco
    Fugitivo
    Por el sendero, que hasta ahora parecía fácil, aparecen cada vez más obstáculos, como ramas caídas, rocas, algún que otro arbusto e incluso troncos secos que atraviesan el estrecho camino. Con el pasar de los minutos, los bostezos se hacen presentes con mayor regularidad, pero eso no detiene a la pequeña y continua trepando, saltando y agachándose para comprobar las plantas que se parecían a las que buscaban.
    Las torpes acciones de Echo la hacen reír, sobre todo cuando casi cae encima de ella al no evadir la rama frente a él. —No, no me refiero a eso, hijos como de la panza de una novia.— Explica agachada en el suelo, la luz no ayudaba para nada y era muy difícil distinguir las hojas medicinales, así que sus ojos se transforman de nuevo a las pupilas de un gato. —Estas servirán para alguna crema que quite el dolor, pero estás...no estoy segura.— Habla en voz baja, no se acostumbraba a estar con alguien en el bosque, ya que siempre iba a escondidas. Saca de su mochila una pequeña bolsita y coloca dentro la planta de la cual esta cien por ciento segura, así le había enseñado su madre que tenía que hacer con todo, incluso con los hongos.
    Cuando el adulto le realiza la misma pregunta a ella, su expresión de horror es natural y genuina. —[color=#ff99ff]¿Qué? ¿Acaso crees que soy Beverly? No quiero novio ni hijos nunca.[/color]— Saca la lengua con disgusto y se levanta para continuar con la búsqueda. Claro que ya no tenía ni idea de donde estaban, sólo se había concentrado en la tarea asignada de buscar vegetales para Seth y eso es lo que completaría —Los niños son unos tontos y yo no tengo paciencia para ellos.

    Al final de lo que parecen horas, Zenda ya no puede continuar más y le entrega a Echo la bolsa casi llena de las plantas que había conseguido para los médicos del distrito. Los ojos ya se le cerraban y le costaba no llevarse por delante los obstáculos que antes con tanta energía había esquivado. —¿Crees que podamos tomar una siesta pequeña por aquí? Aún no quiero regresar, por favor.— Cuando decía de aprovechar hasta el último segundo, lo haría.
    Zenda M. Franco
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    Echo R. Duane
    No, no me refiero a eso, hijos como de la panza de una novia.

    Había tocado un tema delicado para mi. ¿Que si nunca, nunca había querido tenerlos? mentiría. No era que soñara mucho con esas cosas, pero cada vez que Arleth se cruzaba por mi vida creyendo que tendríamos una oportunidad, me pregunté si estaba hecho para esa vida. Quedó claro que no lo estaba cada una de las veces que ella encontró a alguien más. No tengo respuesta para esa pregunta, no una que deje en evidencia las miles de cosas que me he estado callando toda la vida, pero por suerte no tengo que inventarme nada porque ella se distrae con hierbas que conoce. Me quedo mirándola un momento y acabo sonriendo con nostalgia; se parece a su mamá. Demasiado. Más de lo que puedo soportarlo; pero también mucho más de lo que me alegro que sus genes Franco no me esté recordando cada rato que por un instante, solo un instante, entre Arleth y yo, todo fue posible.

    Acabé soltando una carcajada cuando Beverly salió en la conversación. Definitivamente estoy aliviado de que no sea como ella. Creo que a una Redford por generación es más que suficiente. — Eso dices ahora. Todos lo hicimos alguna vez a tu edad. Pero de repente pasa algo que se llama adolescencia y los chicos ya no parecen tan idiotas — Seguimos siéndolo, pero por alguna razón ellas pierden el sentido para notarlo.

    Hago un gesto concediéndole lo de la siesta, especialmente cuando llegamos a una parte clara en el bosque desde donde se ve gran parte del cielo. Dejo que se recueste donde quiera y hago lo mismo a su lado, poniendo mi brazo como cabecera mientras le hablo de las estrellas en un intento porque las memorice y luego las reconozca y con eso, se pueda ubicar al volver a casa. Pero a medias de ese intento ella cae rendida. Me parece un poco tierna su carita mientras duerme.

    Pasados un par de horas, saco mi varita e invoco un patronus para avisar a Arleth de que estamos fuera y que yo estoy con su hija, porque para la hora que sospecho que es, ya la habrá más que echado de menos.
    Echo R. Duane
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