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  • The Mighty Fall
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    OTOÑO de 247421 de Septiembre — 20 de Diciembre


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    Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

    Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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    2 participantes
    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    La cena ha sido liviana la noche de hoy, así que no debería existir motivo alguno para estar removiéndome con molestia en la cama. Esta mañana Seth me ha chequeado y me ha pedido que lo mantenga al tanto por cualquier dolor, pero por el horario no estoy seguro de si debería ir a fastidiar. Por quinta vez en media hora me siento en el lecho y presiono el costado de mi abdomen, donde aún no estoy seguro de si ha sido un golpe o el haberme dado un atracón; sé que no tengo nada roto porque reconozco los huesos rotos a estas alturas, pero la molestia es suficiente como para no dejarme ponerme de lado. ¿Seth tendrá alguna pomada que pueda llevarme para pasar la noche? Lo medito mucho, pero finalmente acabo abandonando la cama de muy mala gana para ponerme la primera ropa que encuentro.

    Apenas salgo al exterior me arrepiento de no haberme metido dentro de algún abrigo, pero me conformo con mi camisa y avanzo a zancadas amplias en dirección a la concentración del distrito, cuya silueta se remarca a la perfección en las sombras de la noche. Observo las torres, preguntándome quien anda de guardia en esta ocasión, pero no me detengo hasta rozar el jardín de mis mejores amigos. Asomo por un instante la cabeza y noto todas las luces apagadas, por lo que opto por golpear la puerta principal con el cuidado suficiente que indica que no deseo despertar a Jared. Pena para mí pero nadie atiende, así que con un bufido doy unos pasos hacia atrás, sopesando la idea de colarme dentro y despertar a Seth con una sacudida. O quizá no, porque si están ocupados en cosas íntimas prefiero no aparecerme de la nada.

    Resentido, doy media vuelta y empiezo a caminar por la callecita de tierra que conecta con la plaza principal, preguntándome si Arleth o Alice estarán arriba. La primera posiblemente esté ocupada con su vida familiar, la misma que he estado rehuyendo hace un tiempo, y la segunda quizá debe estar durmiendo luego de haber estado al pendiente de su hija. Como sea, la casa de Alice es la primera que noto y una luz me indica que las velas siguen encendidas, de modo que sin mucho entusiasmo me acerco y golpeo la puerta.

    Alice y yo no somos los mejores amigos. Nos hemos conocido, sí, en alguna ocasión hace mucho tiempo cuando éramos adolescentes y ella salía con Seth, mientras yo era su esclavo. No puedo decir que tuviésemos una verdadera relación hasta que traje a su grupo al catorce, aunque siempre hemos sido más cordiales el uno con el otro que cualquier otra cosa. Ella no es muy sociable y mi vida se ha basado en vivir solo a pesar de tener mis seres queridos cerca, así que de vez en cuando la compañía no nos hace mal, aunque no ha ido más allá. ¿Somos amigos? No lo siento así, pero tampoco somos enemigos. Qué sé yo. Los títulos jamás se me dieron bien.

    Los pasos del otro lado me dejan bien en claro que alguien se encuentra arriba como sospechaba y me recargo un poco en el marco por culpa de la molestia, frotándome el costado del torso justo para cuando los ojos de Alice se asoman de una buena vez — Buenas noches, Alice — saludo, regalándole una ligera sonrisa — ¿Puedo molestarte cinco minutos? Tengo una pequeña urgencia. Espero no ser un problema.
    Benedict D. Franco
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    Alice D. Whiteley
    Consejo 9 ¾
    Nunca me ha gustado del todo limpiar, odio el polvo y la sensación de que me pique la nariz a cada rato. Antes solía ser lo suficiente ordenada como para distinguir lo que era suelo de lo que no, pero con el tiempo pasé a sentirme más identificada con el desorden. Aunque para qué mentir, en realidad me daba demasiada pereza ponerme a recoger y estaba en medio de una explicación a Murphy de por qué no necesitaba utilizar la magia para todo. Ni ella ganó porque su varita permaneció guardada en su bolsillo, ni yo tampoco porque el caos continuó en la casa durante semanas.

    Por lo que llegados a este punto, no podemos seguir conviviendo con montañas de platos apilados en la cocina y con ropa desperdigada por cualquier sitio. Aprovechando que Murph marchó a dormir a casa de alguien - quizás debí prestar atención en esa parte porque ahora no recuerdo si me dijo el nombre de un chico o una chica - y que Derian anda fuera haciendo dios sabe qué, puedo dedicar las últimas horas de la tarde a reordenar un poco el lugar. No es lo que más me apetece hacer un sábado, pero si no lo hago ahora no me pondré a ello hasta que nos haya comido el desorden a los tres.

    Empiezo por la cocina porque a simple vista es lo que menos trabajo parece que me va a dar, pero lo que en un principio creía que iba a tomarme minutos, acaba robándome dos horas de mi tiempo. Y es que entre los platos que coloco en los estantes, los cubiertos que amontono dentro de un cajón y la comida que guardo en un pequeño armario, más gusto le empiezo a coger a que las cosas estén ordenadas. A eso también le influye el hecho de que encontré por casualidad varias botellas de alcohol de las cuales su existencia desconocía, de manera que lo que yo considero ordenado, quizás otro con mente sobria podría catalogar como menos caótico pero sin llegar a la expresión completa de orden.

    Antes de que me dé tiempo de terminar de limpiar la cocina, agarro una escoba que descubro por ahí y durante los siguientes cuarenta minutos me dedico a pasarla por el suelo de la casa, sin realmente barrer nada, más bien acumulo ropa que se tropieza con la escobilla en una esquina mientras murmuro por lo bajo una serie de canciones que no recordaría si no me hubiera bebido esas dichosas botellas.

    Cuando suena la puerta dejo de cantar durante un segundo, asimilando el sonido en mi cerebro e intentando procesar una respuesta instantes después. Suelto la escoba sin más provocando un ruido sordo al chocar contra la madera y dirigiéndome hacia la entrada. Abro la puerta para encontrarme con la figura de Ben y sí, si no hubiera sido por la luz de mi casa hubiera tardado en reconocerle un tanto. - Ben. - Suelto a secas para después devolverle la sonrisa. - Estaba limpiando. - ese comentario no es más que un estrategia que utilizo para ganar tiempo y procesar lo que me está diciendo, de lo cual sólo capto urgencia y cinco minutos. - Claro, pasa. - le dejo pasar con un ligero movimiento de mi mano. - ¿Problema? Mmmmm, no me acuerdo de todos los de mi lista pero tú creo que no estás en ella. - en el momento que lo digo me arrepiento, tratando de sonar convincente en mi siguiente frase. - ¿Qué te trae por mi humilde morada? - vaya, casi lo consigo.
    Alice D. Whiteley
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    No esperaba menos. Mi gratitud se refleja en mi modo de mover la cabeza y sonreírle, tanto también como pidiendo permiso para entrar a su casa y no hago otra cosa que echar un rápido vistazo que va desde la escoba hacia el envidiable orden que no existe en mi hogar. Algo en su aspecto y actitud, además de la imagen de la habitación, me hace volverme hacia ella con una sonrisa vaga — ¿Comenzaste con la hora de la limpieza tan tarde? — pregunto con diversión — Es bueno que Derian y Murphy no se quejen de eso. ¿O estás sola? —  por inercia me asomo tratando de ver algún movimiento en la cocina o en donde sea, pero no veo a nadie así que asumo que esto es mejor para mí. Podré ser atendido sin estar interrumpiendo ninguna situación familiar.

    Me acabo recargando contra la mesa de madera en cuanto ella quiere saber qué es lo que me pasa y suspiro, en parte por el cansancio en parte por la razón por la cual estoy aquí — Ayer he regresado luego de la luna llena, ya sabes — le explico de mala gana, ligeramente cansado de dar explicaciones sobre el mismo asunto una y otra vez — Seth ya me ha tratado esta mañana con las heridas. Lo que sucede es que tengo un dolor por aquí que no deja de fastidiar y prefiero no dejarlo pasar — no por elección mía, sino porque mi amigo me ha amenazado de muerte si vuelvo a hacerlo. Para ser más claro, levanto el costado de mi camisa y aprieto cerca de mi abdomen — Sé que no es un hueso roto pero lo siento hinchado, así que apuesto por un fuerte golpe. ¿Tienes algo para bajar la hinchazón y la molestia? Dormir más de tres horas seguidas me vendría muy bien...

    O quizá me estoy equivocando con mi sospecha y voy a morirme de una buena vez. Bueno, no puedo quejarme, tuve una vida bastante larga considerando todo lo que me ha pasado. Observo la vela que nos ilumina y no dejo de extrañar la buena iluminación de un hospital en condiciones pero confío en Alice y en sus capacidades; si vamos al caso, es una excelente médica considerando que aquí no tenemos escuelas de medicina donde aprender una carrera entera.

    ¿Crees que pueda ser otra cosa? — acabo preguntando más por curiosidad que por preocupación, apoyándome mejor en la mesa como si se tratase de un asiento improvisado a pesar de que sé que debería dejarme atender en algún sitio donde no sea donde ella come — Me drogaré con lo que me digas si eso hace que deje de molestar y pueda sacarme de encima a Seth y su preocupación eterna. A veces siento que abuso un poco de su cuidado.
    Benedict D. Franco
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    Alice D. Whiteley
    Consejo 9 ¾
    Empujo la puerta con suavidad cuando se hace pasar a la entrada, mirándole de arriba a abajo de reojo con la intención de descubrir el motivo de su visita por la forma en la que se mueve. Por inercia me llevo una mano a la frente cuando pregunta por mi hija y por Derian, como si ese simple gesto me brindara con la suficiente claridad como para saber donde están ambos. - Murph... Se fue a dormir a algún lado, estoy segura que fue dentro del distrito, eso es obvio, de lo que no estoy tan segura es de a donde. - Me sale reírme porque como madre soy un desastre, y por mucho que trate de negarlo, hasta yo misma lo reconozco en momentos como estos. Él último miembro de la casa lo dejo caer con un movimiento leve de hombros, quizás como amiga también dé un asco terrible.

    Mi mirada persigue a Ben recostándose en la mesa mientras de su boca salen un montón de palabras que en principio reconozco como de otro idioma. Tengo que digerir lo que dice minutos después de que haya terminado de hablar, liándome a pensar en cosas que ha mencionado pero que no tienen nada que ver con lo que está intentando decirme. Trato de ponerme seria cuando me pregunta si puede ser algo más, pero las expresiones de mi cara delatan que mi cerebro está teniendo una batalla entre la formalidad y las preguntas estúpidas que acechan mi cabeza.

    Céntrate, me digo a mí misma acercándome a Ben y palpando con mis manos la zona que le duele. A simple vista el color rojo de su piel no dice más que una simple hinchazón como consecuencia de un golpe, aunque prefiero asegurarme de que todo en su medio interno se encuentra como debe. Por el tacto de mis dedos y la presión que ejerzo sobre su costado, no parece que ninguno de sus órganos esté dañado, por lo que descarto eso alejando mi cuerpo del suyo. - No tienes de qué preocuparte, solo está un poco inflamado, probablemente te dieras un golpe contra algo duro. Te daré algo para que puedas dormir, pero trata de no apoyarte sobre ese lado ni hacer movimientos bruscos. - Hasta yo me sorprendo de lo profesional que eso suena incluso después de haber bebido.

    - Mierda. - Realizo una mueca llevándome ambas manos a la cabeza, ahora el quiz de la cuestión es averiguar donde narices guardé yo las reservas de medicamentos estando sobria. Mis manos abren y cierran cajones sin ni siquiera fijarme bien en lo que hay dentro, buscando un color y forma en concreto. Reposo mi cabeza sobre uno de los estantes, con la excusa de querer pensar, cuando en realidad necesito un momento para cerrar los ojos y dejar de ver el suelo dar vueltas. - Seth es un capullo.- murmuro hacia la estantería cuando escucho su nombre por segunda vez esta noche, pensando en voz alta. - ¡Lo encontré! - exclamo de felicidad una vez recuerdo el armarito pequeño de la esquina. - Dos veces al día, por la mañana y antes de acostarte. - Murmuro posando una crema anti inflamatoria en la mesa a su lado y una pastilla morada pequeña sobre la caja. - Esto para dormir. Si en tres días te sigue doliendo tendrás que volver.

    Me dejo caer sobre la silla a su lado tras bajarle la camisa, reposando mi cabeza sobre la palma de mi mano, observándole pensativa.
    Alice D. Whiteley
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    La actitud de Alice provoca que la observe entre curioso y confundido, porque parece mucho más ida que de costumbre aunque no pregunto lo que le anda pasando porque no creo tener la confianza como para hacerlo — Bueno, no se van a ir muy lejos... — confirmo. Lo bueno del catorce es que los niños van y vienen a su antojo mientras se mantengan dentro de los límites del distrito, lo que hace que todos nos quitemos la preocupación de vigilarlos cuando alcanzan una edad considerable como para cuidarse solos. No es como si alguien pudiese dañarlos mientras estén aquí, donde básicamente no ocurre nada.

    La dejo trabajar y no me inmuto cuando empieza a toquetearme el abdomen porque a estas alturas estoy tan acostumbrado a que me revisen que solamente paso la vista de su semblante hacia el techo, sin quejarme incluso al notar la presión en esa zona donde siento la bendita punzada, aunque sí tenso un poco la mandíbula como si intentase ser un niño valiente que está buscando demostrar que soporta ir al médico sin hacer el ridículo frente a un adulto. Sus instrucciones son sencillas y me quedo quieto, observando como rebusca con movimientos tan torpes que me hacen reparar en la pila de botellas que se asoma en uno de los rincones. No puedo evitar sonreír entre divertido y malicioso mientras ella abre y cierra los cajones, sin quitarle la mirada entornada de encima — ¿Puedes hacerlo o quieres que lo busque yo? — le pregunto, arrastrando las palabras para demostrar la gracia en el tono de mi voz.

    El insulto hacia Seth no me toma por sorpresa si considero la historia entre ambos y suelto una risa entre dientes, desviando la mirada un momento para pasearla por la habitación — A veces lo es — coincido sin mucho interés, hasta que ella deja a mi lado los medicamentos y agarro la pastillita para echarle un vistazo; por un momento, me imagino tomándola y cayendo como un tronco, así que la dejo donde ella la había colocado — Eres genial, Al. Gracias — murmuro. Al menos espero dejar de quejarme como un oso herido cada vez que giro en la cama para apoyarme en ese costado.

    Ella se deja caer en un asiento con una mirada que no entiendo del todo, así que para evitar el silencio incómodo me separo de la mesa y camino con pasos lentos hacia las botellas, posando mis dedos en sus picos para chequear cuánto ha bebido — ¿Tuviste un mal día o solo aprovechaste tu noche libre de ser madre? — no tengo idea de lo duro que debe ser ese trabajo, aunque cuando tomo responsabilidad sobre Beverly, Jared o incluso Kendrick termino tan cansado que agradezco poder devolverlos con sus padres. Acerco una botella que todavía tiene un poco de líquido a mi nariz y la olfateo para reconocer su contenido, aunque mis ojos se posan de inmediato en uno de los licores que parecen ser de los más fuertes y que todavía tiene casi toda la botella — ¿Me permites?

    No espero mucho por la respuesta. En segundos estoy frente a ella con ambas botellas y le doy un ligero sorbo a la que ya está abierta aunque se la ofrezco, estirando el brazo hacia ella mientras bebo del licor que me quema la garganta: esto es justo lo que necesitaba — Si es tu noche libre entonces deberías terminar inconsciente — bromeo, moviendo un poco la botellita frente a su cara para que la agarre, aunque afirmo mis dedos alrededor de la otra — ¿En qué piensas?
    Benedict D. Franco
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    Alice D. Whiteley
    Consejo 9 ¾
    La escasa preocupación que muestro por el paradero de mi hija lo demuestro con un movimiento lento y ascendente de mi cabeza, coincidiendo con Ben en que sería una pérdida de tiempo tratar de buscarla. Al fin y al cabo, solo puede estar en determinados sitios, el distrito no es lo suficientemente grande como para no encontrar a quien es buscado en un rango de media hora. Sin mencionar que todos conocen lo que el resto está haciendo prácticamente las veinticuatro horas del día. No aplicable a mi caso porque a mí ni siquiera me importa lo que dejan o no dejan de hacer.

    Entorno un poco los ojos con la intención de distinguir mejor su figura tras la luz de las velas, así como para adquirir una mejor nitidez a la hora de diferenciar las expresiones de su cara.  - A veces no, siempre. Es un capullo redomado. - Reafirmo con el gesto tajante de mi cabeza y quedándome con las ganas de volver a repetirlo no con la intención de convencerle a él de que lo es, sino más bien a mí misma. - No entiendo como le aguantas, parece tu niñera todo el día detrás de ti. -  Hasta en ocasiones yo me planteo como podía soportarle años atrás, pero siempre acabo en la conclusión de que por entonces, aún no se comportaba como un capullo redomado. - Apuesto mi brazo a que es gay y no sabe como decírselo a su mujer. - El comentario tiene el efecto de hacerme reír entre dientes, no muy segura de si por la imagen de Seth confesándoselo a Sophia, por la forma en la que escupo las palabras o por el hecho de que no se me hubiera ocurrido decir algo parecido estando sobria. De mis labios se escapa una pequeña sonrisa cuando escucho su agradecimiento. - Por fin alguien que sabe apreciar mi genialidad.

    - Creo que ambas. Claro que si todavía se me diera bien actuar como madre al menos tendría esa excusa. - A veces me pregunto como lo hará Eowyn para llevarse con su hija de una forma tan natural, incluso Seth parece tener más idea de como tratar a Jared sin que resulte incómodo. Aprieto los labios ante ese pensamiento antes de volver a hablar. - Las botellas estaban demasiado a mano como para desperdiciar la oportunidad. - Ponerme a pensar en un motivo mejor me llevaría minutos, los suficientes como para saber que estoy mintiendo, por lo que al final termino por confesar. Luego me percato de que no necesito razón alguna para beber si me apetece y todo rastro de culpabilidad desaparece de mi cuerpo.

    De forma vaga sigo con mi mirada sus movimientos, ligeramente interesada en su propuesta. - Como médica responsable que soy te diría que no mezclases alcohol con fármacos, - Le reprocho en un principio con la alusión de que cuando vuelva a su casa debería tomarse la pastilla que le acabo de dar. - pero a estas alturas creo que todos hemos hecho cosas peores. - Antes de que pueda decir nada más ya se está llevando un trago a la boca. Me quedo mirándole con aire divertido cuando balancea el cristal frente a mis ojos. - En que eres una mala influencia. - Murmuro agarrando la botella que me tiende, como si ese simple gesto ya le haga culpable número uno de que haya bebido.
    Alice D. Whiteley
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    A veces siento que el trato de Alice hacia Seth es un poco injusto si consideramos lo que hemos pasado para que él la termine abandonando sin explicaciones, aunque admito que viéndolo desde su punto de vista mi amigo posiblemente no es la persona con la que podría tener el mejor trato de todos. Aprieto mis labios en una delgada línea para demostrar que no estoy de acuerdo aunque la misma se tensa hacia un costado cuando intento no reírme por ese comentario, cosa que me cuesta horrores — Bueno, he escuchado varios rumores sobre eso. Eowyn es fanática de la idea de que Seth y yo tenemos una relación clandestina — el tono de mi voz es una obvia burla a las ideas de la rubia, en especial porque creo que no hay nadie en todo el catorce que crea sus delirios. Creo que no me he tomado en serio a la pobre desde el día en la cual la he conocido y a veces me siento un poco culpable por eso. Solo un poco. Casi nada.

    Los comentarios de Alice me llaman la atención porque no puedo entender bien qué es lo que se oculta detrás de ellos. ¿Acaso se considera una mala madre? ¿O se está dejando llevar por una borrachera pesimista como cuando estás tan ebrio que eres incapaz de encontrar un solo pensamiento feliz? — No digas tonterías — le recomiendo con suavidad — estoy seguro de que Murphy también cree que eres genial — no sé lo difícil que es ser padre desde ese punto de vista; jamás he sentido la presión de conseguir la aprobación de un niño y tengo que dar gracias porque no me siento realmente preparado para eso. Creo que nadie lo está y Alice es una muestra de ello, aunque siempre la he visto dar lo mejor de sí para una niña que, creo yo, está en muy buenas manos.

    Bueno, Al. Creo que puedo decir que al menos yo sí he hecho cosas peores — le comento con tono divertido y una pequeña sonrisa de lado ante ese inocente comentario; si la vida no me ha matado hasta ahora, la mezcla de medicina y alcohol no va a hacerlo. Ella toma la botella con una mano más firme de la que esperaba por su estado de ebriedad y me río entre dientes, llevándome el licor a los labios sin quitarle los ojos de encima — Nah. Los dos ya somos lo suficientemente viejos como para no sufrir la influencia del otro... ¿No? — cuestiono, sintiendo mi aliento chocar contra el pico de la botella — Así que no me eches la culpa, porque eres responsable de tus acciones. Además divertirte un poco no te vendría mal. —  La he visto trabajar, cuidar de su familia e intentar adaptarse desde que llegó al catorce hace años, pero nunca le he visto totalmente relajada. Quizá yo me he aislado de las personas, pero a veces tengo la sensación de que Alice se encuentra incluso más sola que yo.

    Hago un movimiento con la botella como si brindase en su honor y doy uno, dos, tres tragos... el licor es delicioso pero fuerte, provocándome un calor en la garganta que baja hasta el pecho sintiéndose totalmente reconfortante. Para cuando bajo la botella tengo que limpiarme los labios con el dorso de la mano por culpa del líquido que los ha mantenido húmedos, relamiéndome vagamente mientras alzo un poco el cristal para chequear la etiqueta — Es una de las que robamos del mercado negro... ¿no? — hay alcohol en el catorce que han logrado fabricar aquí mismo, pero los mejores productos son siempre cosas que conseguimos al momentos de meternos en Neopanem con los exploradores. Admito que lo hacemos cuando necesitamos cosas urgentes o específicas, pero siempre caemos en la tentación de traer "algo más" — Tienes buen ojo para agarrar del almacén, Al. Puedo traerte otra de estas para la próxima.

    Beberme la botella es una tarea demasiado fácil para alguien de mi tamaño. En silencio y sin mucho que decir, lleno mi cuerpo de alcohol hasta que tengo que dejar el cristal vacío y me golpeo el pecho en un intento de contener el eructo. Acomodado en la silla que queda justo frente a ella y apoyado vagamente en la mesa, paseo la vista por la pila de botellas, hasta que me estiro para tomar una que aparentemente ella ya ha abierto pero no se ha terminado en busca de otro sabor  — No tienes idea de lo bien que se siente el alcohol cuando pasas la luna llena — le comento con voz ronca, a pesar de sentir un ligero mareo que me indica que no estoy ebrio, pero sí empezando a entonarme  — Sientes el cuerpo pesado y la cabeza muerta, así que es como aflojar absolutamente todos los sentidos. Creo que si no hubiese bebido, los últimos años hubiesen sido insoportables.

    ¿Creo que a ella le importa lo que le tengo que contar al respecto? No en realidad, pero por alguna razón se lo digo. Con sorbos mucho más cortos, la miro en la poca luz que nos acompaña, ligeramente fascinado por las sombras que se recortan en su rostro con cada movimiento suave de las llamas. Al final, acabo estirando mi mano libre para apretar un segundo la suya con la intención de captar su ebria atención — Si quieres que te deje descansar solo dímelo. Porque sabes que puedo acabarme lo que tú no te bebiste de tu propia reserva — es un comentario idiota y no sé por que me río, pero igualmente lo hago y alejo apenas mi mano — Tal vez estoy interrumpiendo tu noche de soledad para ti misma y tus botellas con mis cosas.
    Benedict D. Franco
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    Alice D. Whiteley
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    No hace falta conocer mucho a Eowyn para llegar a la conclusión de que está pirada. Por eso mi reacción ante sus sospechas sobre la relación que tienen Ben y Seth no me cae de sorpresa. - ¿La tenéis? - Una de mis cejas se alza alegremente mientras observo las faciones de su cara. - Eh, yo no te juzgo, hasta yo encontraba su estúpidez atrayente. - Murmuro el hasta yo como si eso me dejara en una posición superior a la suya, cuando para ser sinceros, todos estábamos en el mismo nivel. ¿Quién no se comportaba como un idiota siendo adolescente? Dejo escapar una sonrisa de lado a medida que acerco la botella a mis labios, encontrando divertido no ser la única persona que piensa que podrían acabar juntos, incluso si ese pensamiento solo se me ha ocurrido por estar borracha.

    Me encojo de hombros levemente restándole importancia, hace tiempo que he dejado de preocuparme por lo que la gente piense, crea u opine sobre mí. Creo que el alcohol es el responsable de que mi cerebro se contradiga constantemente, porque segundos después, no estoy tan segura de si de verdad no me importa lo que mi hija tenga que decir sobre mí. - Tienes razón, soy una madre genial. - Concluyo después de haber mantenido la concentración por más tiempo del que debería, aunque poco después de afirmarlo con seguridad, las dudas acerca de si está en lo correcto vuelven a asaltar mi cabeza. Ojalá no hubiera encontrado esas botellas.

    Para sacarlo de mi cabeza repito el movimiento que he mecanizado conforme ha ido pasando la noche, vertiendo sobre mi boca el líquido restante. -  Apuesto que sí, tantos años en el catorce dan para mucho, ¿verdad? - Bromeo inclinando mi cuerpo ligeramente hacia la mesa para agarrar nuevamente otra botella. Su comentario sobre la responsabilidad llega a mi cabeza como un balazo penetra el cuerpo de una persona, de forma dolorosa y cortante. Lentamente la sonrisa que llevo dibujada en el rostro se transforma en una mueca. Todas las malas decisiones que he tomado en mi vida aparecen en mi cerebro con el único fin de torturarme y siento como la culpabilidad vuelve a apoderarse de mí. - Puedo divertirme, aunque todos digan que no. - Susurro aún con la mirada y mente ida, dándole un trago a la bebida.

    Continúo llevándome la botella a mis labios las suficientes veces como para dejar que la felicidad que me ofreció el alcohol hace unos instantes sea sustituida por el pasotismo propio de haber bebido más de la cuenta. Imito su gesto de mirar la etiqueta cuando pregunta si son del mercado. - No lo sé. - Confieso. - Pero sabe demasiado bien como para que alguien lo haya hecho aquí. - No es que me queje de lo que se fabrique aquí, la cerveza está bien de sabor si lo comparas con agua, no obstante no es lo mismo que tener un producto bien elaborado. - ¿Insinúas que habrá otra proxima vez? Porque no me importaría hacer esto todas las semanas. - Por mucho que me gustaría que lo último no fuera una broma, ¿cómo nos miraría el resto sabiendo que nos dedicamos a emborracharnos todos los fines de semana? - Pero en tu casa, no sé cuando volveré a tener la mía para mí sola.

    Nunca he escuchado a Ben hablar de la luna llena más allá del ámbito médico, cuando en situaciones como hoy, tiene alguna clase de problema, así que no entiendo muy bien como debe de ser para él tener que transformarse en un lobo todos los meses. Tampoco me atrevo a preguntarle por ello porque no me siento con la suficiente confianza como para hacerlo, no sé si mi curiosidad puede resultarle molesta, por lo que me limito a asentir con la mirada agachada. - Si te hace sentir mejor, puedes emborracharte conmigo siempre que quieras. - ¿Acabo de decir eso?

    Mis ojos se posan en la mano de Ben cuando aprieta la mía con cuidado, suficiente como para prestar atención a sus palabras. - Si vas a acabarte mi alcohol, al menos deja que me ría de ti cuando estés borracho. - Utilizo como excusa para que se quede, cuando en realidad la razón por la que no quiero que se vaya es porque odio la soledad a la que me he acostumbrado, y soy incapaz de reconocerlo en voz alta incluso estando ebria.
    Alice D. Whiteley
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    Consejo 9 ¾
     ¡Claro que no!  —  digo de inmediato y sin pensarlo en cuanto se atreve a sospechar que entre Seth y yo hay algo más que la amistad que todos conocen. ¿Es en serio? Aunque tengo que admitir que lo que le sigue me causa gracia. Durante unos momentos Alice parece debatirse entre su razón y el optimismo de la ebriedad, haciéndome dudar de si debo reírme o no con ella, hasta que todo el asunto del catorce y su necesidad de diversión me obligan a hacer un movimiento afirmativo y seco con la cabeza —  Estoy seguro de que sí —  por un momento me encantaría tener una grabadora solamente para molestarla por la mañana, pero es una de las cosas de las que carecemos por aquí, al menos hasta donde yo sé.

    Me da igual dónde se haya fabricado lo que estoy bebiendo mientras termine en mi estómago, y poco a poco empiezo a notar como el alcohol calienta mi cuerpo y me regala esa familiar sensación tan necesitada de calma a pesar del mareo que aumenta con cada parpadeo. Lo que me gusta de beber es que le quita peso a toda preocupación y te sientes mucho más libre que en el resto de tus días, así que no me sorprendo por la sugerencia de Alice sobre reunirnos a beber los fines de semana, cosa que jamás creí que iban a salir de sus labios si tengo que ponerme en honesto. Silbo en sorpresa y la visualizo mejor, tratando de no hacer ningún chiste fuera de lugar como suelo hacerlo con mis amigos más cercanos —  Me parece muy bien. Si vienes a mi casa la próxima semana, te estaré esperando con comida y botellas. ¿Te gusta fumar? —  quizá tener cigarrillos guardados es algo que todos podemos compartir, aunque me he guardado unos cuantos atados extra para mí mismo y no voy a mentir y decir que no tengo también algo de la reserva de Eowyn para casos particulares. No, no soy un adicto, pero con Seth nos hemos dado cuenta de que hay que escapar un poco de nuestra penosa realidad de vez en cuando, lo que nosotros llamamos "esas oportunidades donde él no tiene que cuidar de Jared".

    La sorpresa que me produce su propuesta se delata con una mirada fija en ella, analizando cada una de sus facciones con suma curiosidad. Jamás me había fijado en el color de los ojos de Alice con tanta atención como hasta ahora ni en esos hoyuelos que se le forman cada vez que sonríe, justo por debajo del mechón que le cae en la cara posiblemente por el estado penoso que me está contagiando. Acabo sonriendo con cierta dulzura ante aquello y bajo la vista unos segundos hacia la botella que tengo en la mano, hasta que acabo largando el aire como si aquello pudiese desintoxicarme —  Será un placer y un honor ser su compañero de borracheras, señorita Whiteley —  bromeo, levantando la botella en su dirección a modo de nuevo brindis antes de volver a llevármela a la boca.

    Con una risa ligera acepto su condición y siento la última gota tocarme la lengua, por lo que apoyo la botella en la mesa y la alejo con un suave empujón de mis largos dedos —  Nunca he sido un borracho divertido. La primera vez que bebí de más fue en mi coronación como vencedor... no sé si la recuerdas... —  ¿Ella tenía televisión? ¿Cómo fue su infancia que nunca le hice tantas preguntas? —  Me enojé con ellos porque estaba borracho y les grité un par de verdades... Echo tuvo que sacarme de escena. Lo hubieras visto, tenía la fuerza para sacudirme como un papel, aunque creo que recuerdas que yo era demasiado pequeño.

    El recuerdo no duele pero me causa una extraña nostalgia. No eran tiempos mejores, pero al menos podía decir que podía caminar por la calle sin temor a ser ejecutado. A veces me pregunto cómo sería la vida si Jamie Niniadis nunca hubiese tomado el poder y estoy seguro de que también sería un infierno, pero al menos sería uno personal. Posiblemente seguiría siendo famoso y quizá me hubiese casado, quien sabe. Bah. Estupideces. Lamentablemente esta es mi vida ahora.

    Me quedo observando a Alice beber y me pregunto cuánto soportará su cuerpo pequeño, hasta que me fijo en una cerveza que me hace volver a estirarme para continuar con mi juego de la noche. Mi torso continúa doliendo pero la bebida me obliga a olvidar ese detalle, centrado en mis manos que parecen mucho más torpes y grandes de lo que puedo recordar —  Nunca creí poder verte borracha —  le confieso con una risa idiota que no viene a cuento y, con un golpe que me cuesta conseguir, destapo la cerveza con el borde de la mesa —  ¿Cómo fue la primera vez que bebiste? —  es una pregunta meramente curiosa y lo demuestro acomodándome en el asiento para apoyarme en la mesa con ambos brazos y mirarla mejor, inclinándome un poco hacia su lado. Sin miedo a quemarme acerco una de las velas que hay sobre la mesa para iluminar mejor su rostro y le sonrío, notando el calor de la llama cerca de una de mis mejillas —  Te sienta bien la despreocupación, Al, ¿sabes? A veces hay que sacarnos esa arruga que siempre tienes.... aaaaahí —  y como un niño tonto le pico la frente con un dedo, haciendo un enorme esfuerzo para dar en el blanco y presionar mi yema contra su piel.
    Benedict D. Franco
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    Alice D. Whiteley
    Consejo 9 ¾
    Intento reírme mientras trago cuando se ofende por mi pregunta, pero el sonido que sale de mi garganta se parece más a un ronquido que a una risa y tengo que golpearme el pecho varias veces para no ponerme colorada. Una vez me deshago de esa sensación, levanto mis piernas para acomodarlas encima del asiento y dejo la botella en el hueco que dejan, pasando uno de mis dedos por el gollete de la botella haciendo círculos. - ¿Sabes cocinar? - Levanto la vista hacia él, sin saber muy bien a que se debe mi ligera sorpresa. Supongo que si alguien me preguntara por la cocina, Ben no sería la primera persona que se me vendría a la mente. Aunque teniendo en cuenta que a excepción de saber que es un hombre lobo, vive solo y que es el mejor amigo de Seth, no conozco mucho más sobre él. - Freír huevos y hacer sándwiches no cuenta. - Bromeo.

    - No. Tú tampoco deberías, es asqueroso además de que no sirve para nada. - Ya no solo por el hecho de que a la larga te destroza los pulmones, si no porque lo consideraría un poco incoherente que siendo médica, me dedicara a decirle a la gente que deje de fumar si yo también lo hago. Como mi comentario suena un poco brusco e hipócrita si tenemos en cuenta que nos estamos bebiendo lo que podrían beberse cincuenta en una boda añado: - El alcohol por lo menos te nubla las neuronas lo suficiente como para que no sepas ni como te llamas. - Creo que nunca he llegado a esos extremos, y si lo he hecho, no cuenta porque no lo recuerdo. Alzo mi botella en su dirección provocando un ligero choque entre su cristal y el mío, brindando con gusto. - Lo mismo digo, señor Franco.

    Conforme pasan los minutos comienzo a apreciar el efecto tardío del alcohol en mi cabeza, sintiendo como todos los músculos de mi cuerpo se relajan, así como mi cerebro, al que le está empezando a costar pensar de forma lógica. - ¿Conocías a Echo antes de llegar aquí? - Eso sí que era algo que no esperaba ni sabía, quizás porque no suelo prestar demasiada atención al trato que se tienen los demás. - Creo que jamás vi tus juegos, en mi casa ni siquiera había televisión y cuando me fui a Europa la tecnología era casi inexistente. - Pocas veces suelo hablar del pasado, principalmente porque es una de las cosas que prefiero olvidar antes que recordar, pero la soltura con la que hablo de ello ahora se debe a las botellas que están sobre la mesa.

    Durante un largo tiempo me dedico solamente a beber de la botella, haciendo resbalar ligeramente mi espalda sobre el respaldo de la silla para acompañar al movimiento de cabeza que hago cada vez que doy un trago. Llega un momento en el que no tengo la necesidad de seguir bebiendo, pero por alguna razón inexplicable no dejo de hacerlo. Suelto algo parecido a una risa seca cuando me dice que jamás me habría visto borracha. - Créeme, si pudiera me emborracharía todos los días. Hay tantas cosas que me gustaría olvidar. - Lo último ni siquiera tengo la intención de decirlo en voz alta, de hecho, no me doy cuenta de que lo hago hasta segundos después.

    - Noooooooooooooo. No lo recuerdo. - Me abrazo a mis piernas y escondo la cabeza entre ellas odiándole por un instante por haber hecho esa pregunta. - No lo recuerdooo. - Giro la cabeza en su dirección con gesto avergonzado, aunque se me escapa una pequeña sonrisa culpable. - Fue con Seth. - Acabo soltando tras unos segundos en los que observo su cara de no me lo creo. - Yo ni siquiera sabía lo que estaba bebiendo hasta que me lo dijo, y para entonces ya iba lo suficiente bebida como para dejarlo. Había tenido un mal día, ¿vale? A saber que tonterías hice esa noche, al día siguiente ni me acordaba de por qué estaba durmiendo en su cama. - Curioso que aún me siga acordando de eso después de todo lo que bebí. - Te toca.

    Me empeño en seguir su dedo hasta mis cejas, pero se queda en un intento gracioso de quedarme bizca y sacudo la cabeza sonriendo como una boba. - A ti te sienta bien estar borracho, sobre todo por los colores que tienes aaaaquí. - Imito su tono de voz, alargando mis dedos para tocarle con ambas manos las mejillas rosadas que tiene, probablemente por culpa del alcohol. - Eres el único que me llama Al. - Comento al fin después de que lleve toda la noche llamándome así. Siempre pensé que mi nombre era demasiado corto como para usar un diminutivo, jamás se me hubiera ocurrido que Al podría ser un apodo.
    Alice D. Whiteley
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    No me sorprende que no me crea en lo absoluto que sepa cocinar, en especial porque creo que es una de las cosas que nadie se espera de alguien como yo; no sé que quiero decir con "alguien como yo" pero es que lo he escuchado muchas veces —  No soy un experto, pero cuando era niño y papá no podía cuidarnos, mi hermana y yo nos hacíamos cargo de preparar la cena. Ser esclavo de Seth me ayudó a mejorar eso —  me ahorro el explicar que mi padre era ebrio, ponerme a dar detalles de la muerte de Melanie y todo lo que vino después, porque no es momento ni lugar. Además no me gusta hablar de eso cuando he bebido porque posiblemente quede en ridículo.

    Me guardo cualquier comentario sobre su reprimenda sobre el cigarro, aunque anoto mentalmente que no debo hacerlo cuando ella viene a visitarme aunque posiblemente me olvide en un abrir y cerrar de ojos —  señor Franco... —  repito con irónica voz queda. No sé bien por qué me detengo en ese apodo, hasta que creo recordar que nadie me ha llamado de esa forma desde mis épocas como vencedor y mentor. ¿Así me trataban? Vaya, cuanto respeto. Y que patético, si era un mocoso.

    Sé que no es necesaria la cantidad de alcohol que estoy metiéndome en el cuerpo, en especial porque ya he bebido suficiente y también porque no he comido demasiado durante el día gracias a mi poco ánimo luego del almuerzo. Soy alto sí, pero el alcohol es veloz y poco a poco empieza a hacer efecto en mí, demostrándome que no soy inmune a una botella entera de fuerte licor y las siguientes bebidas. Palabras que suenan torpes, un tono de voz cantarín a pesar de lo grave de mi sonido, manos que parecen no tener control de sus movimientos... sé lo que hago, solo que no conozco el motivo. Asiento a lo de Echo sin darle mucho interés porque no éramos más que conocidos, aunque gruño en motivo del recuerdo de los Juegos —  No te perdiste de mucho —  declaro de mala gana. Tema vetado de mi vida.

    Sus confesiones me dan más risa de lo que deberían en especial porque se pone como una nena pequeña, mucho más alegre de lo que es todos los días. Admito que no me sorprende que su primer borrachera fuese con Seth y no dejo de mirarla como si la hubiese atrapado en medio de una travesura, hasta que me pasa la pelota de la situación y me río por el simple bochorno del recuerdo sumado a mi estúpido estado de ebriedad —  Te lo dije, fue en mi coronación, pero si te tengo que ser sincero fue porque quería llamar la atención de una chica con la que estaba enojado —  sonrío con nostalgia para mí mismo y niego con la cabeza ante el recuerdo, frotando de esa forma mis labios contra el pico de la botella —  Amy era cinco años mayor y ganó los juegos conmigo. La besé en una ocasión y fue mi primer beso, pero jamás me miró. Me emborraché porque ella estaba bailando con otro chico. Ya sabes, la idiotez de los trece años no es buena combinación con el enojo de una situación en la que no quieres estar... —  creo que no he hablado de Amelie en voz alta hace siglos. ¿Por qué lo hago ahora? Ella ya no está. No ha estado aquí hace quince años y jamás tuve oportunidad de despedirme; creo que eso es lo que en verdad me duele.

    No esperaba que dijese algo positivo sobre mi aspecto de borracho y tengo que parpadear para enfocarla mejor cuando me toca la cara, aprovechando a apoyar apenas mi mejilla en su palma a causa de su fría temperatura que se siente extrañamente bien en un rostro enrojecido por el alcohol —  Combina con mis ojos —  bromeo tontamente, en especial porque sé que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Despego mi mejilla de su mano en cuanto oigo su declaración final y la observo fijamente por encima de mi botella, silencioso, mientras bebo un trago. Acabo apoyando la botella sobre la mesa con un ruido sordo y relamo mis labios, hasta que alzo mis hombros —  Creo que todos merecen un apodo. ¿No sientes como que te andan reprendiendo si dicen tu nombre completo? —  es una manía que me ha quedado desde niño y creo que no me la quitaré nunca —  Además me gusta. Al. Suena bien. Como al...paca —  ¿Qué?

    Me río ahogadamente y apretando los labios por mi propia ocurrencia y decido que, en cuanto apenas queda alcohol en mi bebida, he tomado demasiado. Empujo la botella lejos y me recargo contra el respaldar de la silla, cerrando los ojos por dos segundos para acomodar tanto mis ideas como el mareo que me mantiene sentado, apretando mis brazos cruzados sobre mi pecho. —  Eres una persona extraña, Al —  murmuro en un suspiro, sin separar mis párpados que se mantienen en forzada calma —  A veces creo que conozco bien a todos los que viven aquí pero nunca logré saber qué es lo que te pasa. ¿Sabes? Como si en verdad nunca estuvieses aquí —  ni sé por qué digo lo que digo, solamente nace por su propia cuenta y se convierte en un vómito de palabras, hasta que abro un ojo para mirarla —  pero ahora sí parece que estás aquí. Deberías vivir borracha como dices que te gustaría.

    ¿Qué clase de consejo estúpido es ese? Me doy una reprimenda mental a mí mismo moviendo la cabeza de un lado al otro hasta que la habitación me da vueltas y por alguna razón que no entiendo apoyo mis manos sobre la mesa para ponerme de pie de un tirón. Mi cuerpo se tambalea, haciendo que me balancee de atrás para adelante como un péndulo, hasta tomarla por el hombro a modo de bastón —  Perdón... —  me disculpo con una palmada que creo que es más pesada de lo que debería y me suelto, empezando a ordenar las botellas vacías con lentitud y torpeza con tal de mantener mi cabeza ocupada en algo. Clásico de borracho; necesitas moverte o terminarás rendido en el suelo —  ¿Sabes? Es mejor ponerte ebrio por aburrimiento y cansancio que porque una chica no está bailando contigo —  comento finalmente, hasta que por alguna razón desconocida levanto los ojos hacia ella —  ¿Alguna vez fuiste a un baile o esa es otra de las cosas que no hiciste en Europa? —  conozco poco de lo que había vivido antes de llegar al Capitolio, en especial porque cuando yo conocí a Seth él vivía en el seis. Con una floritura ridícula y forzada, me inclino hacia ella aunque soy lo suficientemente alto como para mantener mi mirada en ella para tener un punto fijo y no irme de boca al suelo —  No lo hecho desde entonces pero...

    Sin más, la tomo por la muñeca y la obligo de un tirón a ponerse de pie. Mis pasos son lentos y poco seguros, pero tomo sus manos y las miro como si no tuviese idea de qué hacer con ellas; bueno, en realidad no lo sé. ¿Dónde se supone que iban? Aparte no hay música para guiarme, así que solamente las pongo sobre mis hombros —  La última vez que hice esto le di unos cuantos pisotones a mi pareja —  le confieso con una risa, revoloteando mis manos alrededor de ella hasta que me decido a ponerlas en su cintura. Tarareando una absurda melodía que no existe y tratando de no reírme, me balanceo de un lado al otro, hasta que soltando una ligera carcajada la obligo a soltarse para estirarla con una mano y obligarla a enrollarse en mi brazo con tosquedad, provocando que ambos choquemos de forma patética. Mi risa se incrementa aunque la atajo con un brazo, manteniéndola aferrada por la cadera a modo de continuar el falso baile —  Lo siento. Te dije que no tengo idea de esto.
    Benedict D. Franco
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    Alice D. Whiteley
    Consejo 9 ¾
    No sé en qué momento la conversación se tornó tan seria como para pasar de hablar de sus falsas relaciones amorosas hacia temas tan sensibles como lo son las personas que queríamos y que ya no están. Aunque no me lo dice, ni muestra ningún gesto de flaqueza al mencionar a su hermana, sé perfectamente como se siente perder a un hermano. Quizás no sepa lo que es la conexión que puede llegar a existir entre los mellizos, pero sí la sensación de vacío que se queda en el cuerpo cuando te das cuenta de que has perdido parte de lo que era tu familia. De repente me siento culpable por haber sacado ese asunto estando en la situación indefensa que supone el estar borracho, por lo que me muerdo el labio inferior apartando la mirada.

    Mi mente viaja unos segundos al pasado al recordar que Ben fue en sus días el esclavo personal de Seth. - ¿Tú lo sabías? - Mis ojos buscan los suyos antes de que pueda responder, aclarando mi duda después. - Que no era como ellos. - Doy por hecho que entiende que me refiero a los magos cuando murmuro lo de ellos. Es algo que siempre me había cuestionado pero que nunca había tenido la suficiente fuerza de voluntad como para preguntarlo. Puede que antes dejara que Seth se llevase un trozo grande de mi confianza, pero ahora dudo de si alguna vez mis secretos fueron realmente secretos para Ben.

    - Vaya... Sí que empezaste pronto. - Murmuro sin saber si debería de reírme o no, inclinándome por la primera opción. - ¿Por queeeé los hombres siempre hacéis estupideces cuando queréis impresionar a una mujer? - Le reprocho sacudiendo la cabeza e ignorando el hecho de que quizás mi comentario pueda ofenderle. Nunca he entendido su necesidad de ponerse en ridículo cada vez que una chica que les gusta pasa por delante, como si todas las neuronas de su cerebro se hubieran aliado para hacer que se comporten como idiotas. - Somos felices con poca cosa. - Y no sé por qué me incluyo en eso porque hace tiempo que no tengo una relación más allá de lo formal con alguien.  Por algún motivo que mi yo ebria no puede explicar ese último pensamiento me molesta, tanto como para soltar un bufido y fruncir el ceño con descaro.

    Tengo la necesidad de acercarme a su rostro para observar con detenimiento sus ojos, entrecerrando los míos tan cerca de su cara que puedo ver cada una de sus pestañas. Vuelvo a apoyarme en el respaldo con gesto compungido por la mentira a la par que divertido por haber tenido la obligación de comprobar su color. Alzo ambas cejas sin poder evitar reírme ante su comentario sobre los apodos. Es algo que nunca me había planteado antes porque estoy acostumbrada a que todos me digan Alice a secas. Que alguien me llame diferente produce que mis labios creen una sonrisa amable.

    La confusión que me provocan sus siguientes palabras hacen que arrugue la frente, lanzando un chasquido de mi lengua en forma de queja. - No soy extraña. Ni tampoco me pasa nada. - Mi estado de ebriedad provoca que el cruzarme de brazos no resulte tan cortante como tenía planeado, en cambio, parezco una niña a la que le acaban de quitar un caramelo. - Es complicado. - Apenas duro un segundo en esa posición antes de que los deje caer a ambos lados de mi cuerpo. - ¿Por qué todo el mundo me dice lo mismo todo el tiempo? Tú vives apartado de nosotros y no hay nadie que te ande diciendo que eres un marginado. - Al final voy a acabar por tomarme en serio lo de emborracharme a diario solo para que dejen de ser pesados. - Alice es una amargada, Alice ni siquiera intenta encajar, Alice es una excluida social, Alice tal, Alice lo otro... - Me llevo las manos a la cabeza en un intento de mostrar mi frustración y seguido del ruido ahogado de mi garganta.

    De no ser por el tremendo caos que se forma en mi cerebro por la mezcla de alcohol y sabor me hubiera puesto a llorar en ese mismo instante, pero el orgullo me obliga a mantener la compostura. Aún un poco afectada por su comentario, me llevo lo último que queda en la botella a mi boca. Titubeo varias veces en el aire antes de posarla sobre la mesa y apartarla de mi vista porque todo me da vueltas. - Ahhhh, no, de ninguna manera. Yo no bailo. - Menos estando borracha, quiero añadir, pero sus manos atrapan las mías antes de que pueda negarme. Tengo que mirarme los pies para saber donde posarlos cuando tira de mi cuerpo hacia arriba, sintiéndolo el doble de pesado que cuando me senté. El cambio repentino de posición me despista lo suficiente como para inclinarme hacia Ben intentando mantener el equilibrio. En momentos como estos es cuando me arrepiento de haber bebido tanto. Dios, como no me sujete voy a ir al suelo de culo.

    Por la expresión de mi cara se puede entender que esto me aterroriza, no por tener miedo de pisarle, sino porque no soy consciente de lo que estoy haciendo desde el momento en el que puse un pie en el suelo. - Gracias por el aviso, los pisotones son el menor de mis problemas ahora mismo. No sé bailar. - Repito, cruzando los dedos mentalmente para que se dé por vencido y podamos volver a lo que estábamos haciendo, beber. Mucho más importante que bailar. Resulta un pésimo intento de convencimiento mientras dejo que pose mis manos sobre sus hombros. Hasta ese momento no me doy cuenta de lo alto que es realmente Ben, pareciendo un gigante en comparación con mi pequeña estatura. Dejar la mente en blanco ayuda a que mis pasos no resulten tan torpes a medida que trato de seguir su ritmo. - Esta debe ser la razón por la que Amy no quiso bailar contigo, seguro que se lo olía... - Digo entre risas cuando pretende hacer un paso demasiado complicado para su poca experiencia en el mundo del baile. Ni siquiera me disculpo cuando mi cabeza cae suavemente sobre su pecho y mis ojos se cierran para dejar de ver todo dar vueltas.
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    Benedict D. Franco
    Consejo 9 ¾
    Me desconcierta por un instante esa pregunta, pero la verdad es que sería tonto negárselo porque creo que todo el mundo sabe que Seth y yo nos contamos absolutamente todo —  Creo que lo ha mencionado alguna que otra vez, pero la verdad es que nunca le di mucha importancia. Mientras seas amable conmigo me da igual tu raza —  vaya, que honesto y lógico para ser un borracho. Intento no reírme aunque le hago un gesto de "no tengo idea" cuando me pregunta por qué los hombres siempre hacemos estupideces cuando se trata de mujeres, pero por alguna razón encuentro necesario el concentrarme para no hacer ninguna de ellas en el momento en el cual Alice se acerca al punto que le podría contar las marcas en la piel si no fuese porque quedaría raro que lo haga. Al final, solo le regreso ese intento de suave sonrisa.

    Entiendo su frustración, aunque sospecho que ha tomado mis palabras de peor forma de lo que hubiese querido expresarme. Alzo una mano para evitar que siga por allí pero lo hace, así que solamente espero a que termine de hablar para mirarla con una ceja alzada —  Pero tú no eres un monstruo —  esa es toda mi explicación a mi propio aislamiento. No ha sido fácil crecer sabiendo que nunca iba a ser aceptado en sociedad porque, con un gobierno u otro, los hombre lobo siempre fueron rechazados. Y ni hablar de que sé todas las molestias y los peligros que puedo llegar a causar de no tomar las precauciones necesarias.

    Sus negativas y su obvio intento de resistencia no son nada para mí, no sé si porque estoy demasiado tomado como para prestarle atención a sus quejas o porque simplemente tengo la fuerza y el tamaño suficientes como para obligarla a moverse conmigo. Al menos sus risas no tardan en aflorar y termino atajándola en cuanto se deja caer sobre mi pecho, lo que impulsa a mi torso el irse hacia atrás hasta acomodar mis manos, primero en su cadera hasta que una de ellas sube a su espalda y le da una ligera palmada sobre su cabello, el cual siento extrañamente suave entre los dedos —  Creo que en realidad fue porque era muy enano. Tú no me conocías en ese momento pero te juro que cuando nos vimos por primera vez yo era alto en comparación —  fue un crecimiento lento que no sufrió de un estirón hasta mis dieciséis, cosa de lo que siempre voy a tener que estar agradecido.

    No me doy cuenta de que estamos bailando sin música hasta que detengo mi balanceo, ese que apenas nos mueve de un lado al otro como si de soltarnos ambos fuésemos a parar al suelo, lo que de seguro es muy probable que pase. Apoyo mi mejilla contra su cabeza y suspiro con la fuerza suficiente como para que sus pelos me fastidien en la nariz, lo que me hace moverla y arrugarla con gracia hasta que me percato de lo ridícula que debe verse la situación desde afuera. ¿Qué diría Seth de ver esta imagen? ¿Y Derian? ¿Por qué me estoy preocupando por ellos ahora?

     Eres muy blanca... —  murmuro como simple observación y, sin soltarle la cintura ni despegarme de ella, tomo una de sus muñecas para verla mejor, paseando mi pulgar por las venas azules que logro ver incluso aunque la luz se encuentre tan tenue; una de las ventajas de mi estado siempre ha sido el poseer sentidos un poco más desarrollados de lo normal —  y también mentirosa: sí sabes bailar, al menos mientras sea solo esto —  mi propio cuerpo me traiciona y tengo que aferrarme de ella en cuanto me voy hacia atrás sin saber bien cómo colocar mis pies, pero con un rebote de la pared consigo estar completamente incorporado en el mismo tiempo que me tardo en soltar una risotada. Me disculpo una y otra vez, soltando el agarre de sus muñecas hasta volver a posar las manos con extraña calma en su cintura, hasta que mi anatomía entera busca de donde aferrarse y acabo apoyando mi frente contra la suya, lo que me obliga a encorvarme en un aire desgarbado y mucho más patoso de lo que estoy acostumbrado —  Definitivamente voy a visitarte más seguido. Eres una buena compañía, Al, aunque una terrible compañera de baile si vas a dejarme caer —  me mofo de ella como si estuviese completamente indignado a pesar de mantener la voz en un murmullo que se tiñe de una risa que no logra salir, aunque no percibo una razón para soltar esas palabras.

    Estoy agotado. Mi cuerpo parece no responder a las acciones que indica mi cerebro y creo que el mundo se mueve demasiado rápido o demasiado lento. ¿A donde ha ido el dolor de mi golpe? No lo sé, pero creo que el alcohol lo ha hecho desaparecer, lo que me hace creer que será peor mañana. Incluso creo que me olvidé de la verdadera razón de mi visita hasta hace dos segundos; hasta omito el hecho y termino notando que no me quedo quieto, sino que nos hago balancear de un lado al otro con una lentitud que solo me doy cuenta de que estamos en movimiento por el modo en el cual gira mi cabeza. Diablos, mañana se va a sentir horrible. Lo que se siente bien es el calor corporal y un apretón completamente nuevo. ¿Cuándo fue la última vez? ¿Hace años? Es instinto, creo yo, y totalmente impulsivo, pero noto como mi rostro se ladea hasta que mis labios rozan los suyos, respirando con pesadez contra su boca al punto de sentir como su aliento se mezcla con el mío en una ligera presión que nos une dos segundos. Apestamos a alcohol, los dos, lo que me hubiese hecho reír si no fuese porque ese toque provoca que me relama y la observe con los párpados entornados —  Lo siento... yo... No importa —  Estamos ebrios, solos y fue un acto de debilidad. Ella no debería pagar por esas cosas.
    Benedict D. Franco
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    Alice D. Whiteley
    Consejo 9 ¾
    Mis cejas tratan de juntarse como forma de demostrar la sorpresa que me causa que se llame así mismo de esa forma. - No digas tonterías. - Mi voz adquiere un tono serio acorde con las expresiones de mi rostro. - No eres ningún monstruo. - Como para darle intensidad a dicha negación muevo la cabeza de un lado a otro. Por un momento trato de buscar argumentos que me sirvan para explicarle que no es una mala persona, pero me quedo distraída en el profundo océano que forman sus ojos, quedando el doble de mal al mantenerme en silencio. Sin embargo, me quedo con las ganas de decirle que hay cosas peores que convertirse en lobo, como marginar una raza entera como hacen otras. - Seguro que eres un lobo muy lindo. - En cuanto lo digo por culpa de la borrachera que llevo encima intento controlar mi risa sin conseguirlo. - Lo siento. - Me limito a decir después de haberla cagado.

    Para evitar volver a soltar otra estupidez, me concentro en el movimiento que realiza el cuerpo de Ben junto con el mío. Eso casi me provoca otra risa al pensar que estamos bailando - si a esto se le puede llamar bailar - sin música, sin tener ni idea de lo que estamos haciendo y con la única luz que proporcionan las velas. Diría que es hasta romántico de no ser por el hecho de que conozco a Ben, pero no lo suficiente como para encontrarnos en una situación parecida de estar sobrios. En seguida entra a mi cuerpo la sensación de que me voy a quedar dormida cuando siento el tacto de sus dedos rozar mi pelo. Cierro los párpados durante unos segundos en los que solo escucho el ritmo rápido y sistólico de su corazón cada vez que late. - Al menos creciste, yo sí que soy una enana, creo que llevo en el metro sesenta desde los dieciséis. - Bufo. Mi altura siempre supuso un problema cuando era adolescente y veía a otras chicas con sus piernas largas y cuellos de cisne, mientras yo me quedaba estancada. Actualmente ni siquiera me había preocupado por eso hasta el momento en el que decidí apoyarme sobre él.

    Siento la presión de su mejilla sobre mi cabeza, atreviéndome a pensar por un momento que se ha quedado dormido encima de mí, pero los ligeros desplazamientos que realiza de lado a lado me confirman lo contrario. Dedico los minutos que permanecemos en silencio a dejar la mente en blanco, algo que pocas veces puedo experimentar sin la necesidad de haber bebido. Encuentro la posición en la que estamos entre extraña y relajante, o una mezcla de ambas si tenemos en consideración la poca historia que tenemos juntos. Sin embargo, estoy tan cómoda que permanezco quieta incluso cuando mi cerebro me indica lo contrario. Solo el ahora conocido tono de su voz consigue despertar cierto interés al sentir nuevamente sus dedos sobre mi cuerpo.

    Su comentario acerca de mi piel hace que agache la mirada hacia mis muñecas, donde ahora palpan sus manos, como si no estuviera segura de conocer mis propias características. Si no fuera porque estoy acostumbrada a verme a diario frente a un espejo, el contraste de color oscuros y claros en mi cuerpo también me sorprendería. Aunque he de mencionar que ha tenido cierto tacto al decir blanca, no sería la primera persona que me dice que tengo color de muerta. - Mientras solo sea esto está bien. - Repito casi en un susurro por miedo a romper la tranquilidad que me produce el sonido del fuego romperse y nuestras respiraciones cortantes. Pero no tarda en romperse cuando Ben pierde el poco equilibrio que nos queda y su cuerpo se balancea hacia la pared. Intento sujetar sus brazos mientras una risa se escapa de mi boca. - Te dije que bailar no era lo mío, culpa tuya por insistir. - Sus manos vuelven a mis caderas incluso antes de que yo pueda responder a su auto invitación para venir a visitarme, y mis brazos se posan sobre sus hombros entrelazando mis dedos entre sí como si de alguna forma eso fuera lo que más sentido tiene que haga. - Creo que no hace falta que diga que no me vendría mal un poco de compañía. - Concluyo.

    Él está tan pegado a mí que me quedo embobada mirándole a los ojos, influenciada por el alcohol que corre por mi sangre y en parte porque realmente tienen algo que les hace parecer especial. De estar lúcida me habría apartado en el momento en el que veo su rostro ladearse de forma que sus labios chocan contra los míos, pero dejo que lo hagan porque de alguna manera es lo que más natural se siente, como si estuviera predestinado a pasar. Mis ojos se mantienen cerrados a pesar de que percibo su mirada sobre mí, impidiendo que continúe hablando cuando uno de mis dedos se posa sobre sus labios. No sé el motivo por el cual realizo ese gesto más allá de como ayuda para aclarar mis pensamientos, cuantas más vueltas le doy a lo que acaba de pasar en la fracción de un segundo, más ganas tengo de que se repita. Mi cerebro grita huye en letras mayúsculas para cuando acerco mi rostro al suyo y beso sus labios, sin ser muy consciente de lo que hago. No cuento el tiempo que transcurre entre que mi respiración se mezcla con la suya y me separo lentamente, pero sé que es demasiado. A diferencia de él no me disculpo, ya sea porque el alcohol me nubla el juicio o porque llevo tanto tiempo sin sentir el afecto de alguien que me dejo llevar por la situación.
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    Benedict D. Franco
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    Tengo mil modos de reprocharle que soy un monstruo pero no son exactamente cosas que deba decir en un estado como este, en el cual posiblemente suelte la lengua un poco más de la cuenta. Ser hombre lobo me convierte en un monstruo tanto como haber matado a todos esos niños en el pasado, lo cual es un recuerdo con el cual he aprendido a vivir pero que de vez en cuando recae sobre mí cuando tengo cinco minutos por la noche antes de dormir. Creo que logro contenerme por culpa de ese piropo que no me esperaba en lo absoluto y termino sonriéndole a pesar de la obvia sorpresa que me provoca, pero no digo nada porque no se me ocurre más que un "gracias" que sonaría completamente estúpido.

    —  Hay gente más pequeña. ¿Acaso no viste a Ava? —  no estoy seguro de quien de las dos es más alta pero en mi memoria ahora mismo ambas son diminutas, así que no hago mucha diferencia y tampoco me importa. Tampoco me importa demasiado el por qué nos estamos riendo como dos posesos entre mis caídas y comentarios sobre nuestro baile, aunque el notar como entrelaza sus dedos en mi cuello para seguirme el ritmo me hace asumir que al menos ella ya ha aceptado que es mejor esto que volver a bebernos todo el contenido de su casa. Lo último que nos falta es terminar sujetando la cabeza del otro mientras vomita y sospecho que nadie quiere cruzar esa línea con nadie; bueno, una vez la crucé con Seth pero eso es cuento para otra noche —  ¿A alguien aquí le viene mal la compañía? —  aventuro —  En especial a Echo. Creo que vivir con niños lo ha vuelto un osito cariñosito, aunque se quiere hacer el macho duro pelo en pecho.

    Todo lo sucedido en segundos que fueron eternos me hace creer que lo más razonable, sin embargo, sería salir por la puerta junto con mis medicinas. Tengo el ligero impulso de irme hacia atrás a pesar de que mis manos aún se sostienen a ella con una calma ligeramente demandante, pero entonces es Alice quien coloca un dedo sobre mis labios en un intento de hacerme guardar silencio. Por alguna razón que no consigo entender me pongo bizco un segundo en un intento de visualizar la yema que se posa en mi boca y respiro contra su piel, hasta que son sus besos los que buscan los míos en un gesto que no estaba esperando pero que recibo sin chistar, como si el alcohol hubiese bloqueado el sentido común de las órdenes que puede dar mi cerebro.

    Alice es quien se separa pero yo soy quien observa sus labios a tan poca distancia, sin estar seguro de si su brillo es por el beso o por el alcohol, pero honestamente no me importa. Lo único que consigo hacer es tomar su cadera con mayor precisión y estrecharla contra mí para volver a probar su boca, buscándola con mayor avidez como si una sala cálida y las botellas vacían fuesen la mejor excusa para buscar esa clase de compañía que me he estado negando desde que me di cuenta que con Eowyn estábamos jugando a las casitas en una completa farza de viernes por la noche.  Mis manos patinan por ella como nunca creí jamás que lo harían, descubriendo la curva de su cintura y el tacto de su columna, hasta enroscarse en su cabello y estremecerme con la urgencia en la que mis labios buscan los suyos, en fracciones que estoy seguro que mañana no podré recordar con tanta exactitud como ahora.

    Ni noto que mi cuerpo se ha estado moviendo hasta que siento como mi peso la ha obligado a retroceder hasta la mesa, la cual se queja de nuestro choque y me provoca una risa entre sus besos, bajando mis manos por su cadera hasta aferrar sus muslos y obligarla a subirse al mueble para tenerla a una altura mucho más cercana a mi rostro. Enrosco los dedos en sus rodillas, esas que se encuentran a cada lado de mi cintura, y logro tomar una bocanada de aire al descubrir mi respiración acelerada sobre la suya por esos minutos de simplemente, dejarse llevar —  Supongo que... —  hablo sobre sus labios, sintiendo el roce de ellos contra los ajenos mientras intento aclarar una voz ronca que reconozco como la mía, regalándole una sonrisa pequeña y perspicaz —  Podemos llamar esto confidencialidad médico-paciente... ¿No?
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    Alice D. Whiteley
    Consejo 9 ¾
    Mis hombros se alzan para mostrar mi indiferencia ante la estatura de Ava, ni siquiera me ha importado mi altura hasta este momento y por algún motivo indescifrable para mí eso me fastidia hasta el punto de tener que elevar los talones de mis pies para llegar a tener sus ojos a la misma distancia que los míos. Desde esa posición me percato de cosas en las que no me hubiera fijado si no hubiera sido por el poco espacio que existe entre nosotros, como lo marcados que tiene los pómulos y las pequeñas líneas que delimitan sus labios en comparación. La causa por la que sonrío después la desconozco, podría ser por el comentario que hace sobre Echo tanto como lo podría ser por las facciones de su cara. Sin embargo, no digo nada al respecto y me limito a continuar observándole con un interés que hasta hace poco ni sabía que estaba ahí.

    Debajo de todo el exceso de alcohol que se acumula en mi cabeza, hay una diminuta parte de mi conciencia que aún advierte lo que está pasando entre nosotros. Lo más probable es que me lo esté imaginando, pero casi puedo escuchar como me recrimina el hecho de que esté permitiendo que esto pase de nuevo. No es como si esto cambiara el trato que nos tenemos el uno al otro, porque al fin y al cabo nunca hemos tenido una relación más allá de lo formal, pero la parte de mi cerebro que no es encuentra en sus completas facultades quiere de alguna manera, que eso sea diferente.

    Como consecuencia de ese pensamiento, la embriaguez que me invade supera con creces la poca sensatez que me queda, y vuelvo a dejarme llevar por la debilidad que siento cuando sus brazos me rodean, acabando con el escaso espacio que quedaba entre nuestros cuerpos. Mis manos se deslizan hasta su cuello, acariciándolo con una delicadeza que no sé de donde saco en contraste con la fuerza de la situación cuando sus labios se estampan contra los míos una vez más. Con suavidad muerdo su labio inferior a la par que atraigo su rostro más cerca del mío, ignorando la voz en mi interior que me exige que pare si no quiero hacerme daño. Pero el daño ya está hecho, se rompió en el momento en el que nuestras bocas se juntaron a la primera ocasión. Siento su tacto subir a través de la espalda hasta mi pelo, suficiente gesto como para que el dorso de mi cuerpo se curve ante la sensación del roce de alguien ajeno.

    Tengo que retroceder unos pasos hacia atrás cuando el eje de su tronco se inclina sobre el mío, bajando mis manos por su pecho hasta aferrarse a su camiseta. No recuerdo que la mesa está ahí cuando la parte inferior de mi espalda choca contra ella, porque siendo sinceros, ahora mismo podríamos estar en cualquier otro sitio y ni me habría dado cuenta. Solo dejo que mi atención se centre en la figura de Ben y en como me contagia su risa ante nuestra torpeza. Me estremezco cuando sus manos rozan mis muslos y mis pies se levantan del suelo. Sin embargo, ni siquiera eso consigue que me distraiga de sus labios y la forma en la que atrapa los míos. - Oh, por dios, cállate... - Consigo murmurar en lo que su respiración se mezcla con la mía y pudiendo sentir como su aliento choca contra mis mejillas, lo cual me resulta extrañamente reconfortante.

    Actúo por instinto más que por las órdenes que me indica mi cerebro y que, obviamente estoy ignorando, cuando por propia comodidad mis piernas se enredan en sus caderas. Uno de mis brazos vuelve a posarse sobre su hombro mientras que con el otro utilizo mi mano para acariciar su mejilla y continuar besándole, olvidando por completo lo que vino a hacer en realidad.
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    No recuerdo la última vez que alguien me besó de esta forma. He limitado mi intimidad a lo largo de mi vida a un número mínimo de personas que tuvieron la oportunidad de acercarse, pero jamás consideré el hecho de que quizá me estoy privando de explorar un lado que jamás creí ser capaz de tocar. Mis manos se acoplan al cuerpo de Alice como si supieran exactamente dónde encajarían de mejor manera a pesar de que ninguno de los dos sabemos lo que estamos haciendo, disfrutando de sentir como su pecho y el mío se presionan en cada respiración que los obliga a encontrarse, notando la necesidad de un contacto que no sabía que tenía hasta ahora. Quizá es verdad cuando dicen que cada mujer es un mundo porque esto es diferente a lo que estoy acostumbrado, aunque puede ser culpa del paso del tiempo sumido en la misma rutina lo que me llena de un extraño éxtasis.

    Sus dientes en mis labios me obligan a corresponder de igual forma, sintiendo sus caricias con mucha más sensibilidad de la que hubiese notado de estar sobrio y para mi desgracia, admito profundamente que me gustan y las disfruto. Su queja me hace reír en su boca en un sonido cómplice que dudo que alguien hubiese podido escucharlo de estar en la misma habitación y simplemente me dejo llevar, notando como sus piernas se cierran en mi cintura y me presionan al atraparme contra ella, aunque mentiría si dijese que deseo escaparme.

    Mis dedos se estiran cuando suben por sus muslos, frotando las caricias de mi mano a lo largo de sus piernas como si la vida se me fuese en ello, reconociendo la impaciencia en cada uno de los movimientos de mi cuerpo que me obligan a rozarme contra el suyo. Abandono su boca en busca de respirar con mayor comodidad a pesar de que me deslizo por su mejilla, rozando el lóbulo de su oreja con mis labios y dientes justo antes de deslizarme atropelladamente por la curvatura de su cuello; el palpitar de su corazón puede sentirse contra la vena de esa zona y me obliga a suspirar, permitiendo que mis manos se tomen el atrevimiento de interrumpir debajo de su blusa y acaricien el contorno de su cintura, presionando por encima de su vientre al remarcar con las yemas justo alrededor del ombligo. Es suave y cálida, como jamás hubiese creído aunque nunca en la vida se me cruzó por la imaginación terminar en una situación así con ella. Es irónico y bizarro, pero no puedo poner objeciones ni aunque sacase la lista de las razones por las cuales yo no tendría que estar aquí.

    Mis besos caen de su cuello a su hombro, notando lo mucho que me fastidia la tela de su ropa al momento de querer disfrutar del sabor de su piel, por lo que mis manos bajo su blusa suben lo suficiente como para tirar de ella. Tengo que dejar de besarla para lograr que salga por su cabeza y utilizo esos segundos de distancia para lanzar la prenda a un lado y aprovechar a observar su torso, ladeando la cabeza un poco con la mirada entornada. No puedo decir que he visto a muchas mujeres sin ropa en la vida porque es una mentira monumental, pero sí admito que su anatomía me parece algo digno de ser admirado —  Eres ... —  murmuro, apenas notando que la voz sale mucho más baja y profunda que de costumbre —  una mujer muy linda, Al —  acabo soltando, regalándole una rápida sonrisa. Jamás me había fijado en ella de esa forma y estoy seguro de que lo mismo pasa de su lado, de modo que creo que es necesario decirlo ahora antes de guardármelo luego.

    Amago a volver a besarla, aunque algo en mí me detiene un momento hasta que noto que es la voz que me indica que quizá deberíamos estar en igualdad de condiciones. La observo, con una mirada que pide permiso, hasta que tironeo de la camisa para quitármela por la cabeza y dejar que caiga al suelo. Por un instante voy a cometer la estupidez de preguntarle si está todo bien pero me apresuro a presionar mis labios contra los suyos, aprovechando la falta de ropa superior para pasar mis dedos por su espalda, la cual acaricio hasta tropezar con el broche su sostén, lo cual me provoca otra risa estúpida en su boca —  Nunca podré con estos, ni sobrio, jamás —  confieso, aunque me silencio a mí mismo con un camino ansioso y demandante de besos en su cuello que culminan en su clavícula, la cual raspo con mis dientes delanteros antes de continuar con el centro de su pecho.
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    Alice D. Whiteley
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    Hace tanto tiempo que alguien no toca mi cuerpo como lo está haciendo Ben ahora mismo que por un momento siento la torpeza de mis manos mientras las uso para recorrer su rostro. Sin embargo, ellas parecen no haberse olvidado de como actuar frente a este tipo de afecto y continúan bajando por su cuello hasta acariciar los músculos definidos de su pecho incluso debajo de su camisa. Me distraigo lo suficiente como para no recapacitar las consecuencias que puede acarrear esta clase de comportamiento al día siguiente, principalmente porque si me parara a pensar en ello, lo más probable sería que acabara con el poco cariño que he sentido en años. La parte de mí que se encarga de mantener mi concentración en la complexión de Ben no permite que ese último pensamiento se convierta en una orden directa y corresponde sus besos como si fuera lo único que me permite hacer.

    La situación es tan surrealista que me limito a dejarme llevar por el contacto de sus dedos sobre mi piel, que de alguna manera me relaja como no lo ha hecho el alcohol. Su respiración choca con la mía cuando ambos nos quedamos sin aire y, por necesidad más que por gusto, nuestras bocas se separan en un intento de volver a atrapar el aire como hace segundos sus labios atrapaban los míos. Esos que ahora se curvan en una sonrisa delicada cuando noto como los suyos se elevan por el lateral de mi oreja proporcionando un ligero cosquilleo por todo mi cuerpo. Mis párpados que hasta entonces se han mantenido cerrados durante los segundos que ha durado el beso tienen la obligación de levantarse con el propósito de descubrir si esto no es más que un sueño. Pero la presión que ejerce Ben sobre mi cuello es lo bastante real como para refutarlo y arrancarme una leve risa por haber pensado en algo así.

    Ni siquiera me doy cuenta de que la parte superior de mi ropa ha desaparecido hasta que siento su mirada penetrante en mi figura, sintiéndome por un instante extraña ante la idea de que él me esté observando de esa manera siendo el mejor amigo de la persona que una vez me rompió el corazón. Tengo que esconder la cabeza en su pecho cuando escucho sus palabras salir de la boca que nuevamente quiero besar. - Deja de hacer eso... - Murmuro entre un profundo sentimiento de debilidad ante la remota posibilidad de que alguien pueda considerarme atractiva. Porque así es como empiezan las cosas, te sientes atraído por una persona que siente lo mismo, para después acabar con el corazón hecho pedazos sin la oportunidad de poder repararlo.

    Sin embargo, por mucho que mi cerebro quiera alejarme de él, busco su cariño incluso cuando nuestros gestos paran por unos segundos que se me hacen eternos mientras él aprovecha ese rango de tiempo para deshacerse de su camisa. Desde mi perspectiva me quedo impactada por la forma en la que sus músculos destacan del color de su piel, acariciando con las yemas de mis dedos de manera tierna y pausada las curvas de su cuerpo, encontrándome pequeña entre sus brazos. Esa imagen me produce más satisfacción de la que debería si se analiza con detalle como hemos llegado hasta aquí. Aunque ya sea por haber bebido o por el hecho de que ambos nos hallábamos en un momento de debilidad juntado con soledad, el resultado se siente algo natural.

    Su risa se mezcla con la mía cuando sus manos atraviesan mi espalda desnuda hasta encontrarse con un impedimento. Como parte de mis acciones intuitivas, mi cuerpo se inclina hacia delante cargando todo mi peso sobre sus caderas y despegándome del apoyo que me proporciona la mesa. Mientras me besa el cuello me llega el olor de su cuerpo que combinado con el de su pelo que roza mi nariz provoca que sea yo la que le obligue a torcer su cabeza para bajar de sus labios a su cuello mientras una de mis manos se deshace de la última prenda superior que poseo y que puestos a decir verdades, me estorba. - Por el pasillo a la derecha... - susurro en un intento de indicarle donde está mi habitación y sin tener tiempo de arrepentirme.
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    Benedict D. Franco
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    No comprendo del todo su repentina timidez cuando la observo si tomamos en cuenta que nos estamos besando y tocando de un modo mucho más íntimo que una simple observación, aunque algo en ese gesto me hace sentir un poco más cercano a ella a pesar de que, cuando se invierten los roles, no sé si sentirme intimidado por su mirada clara o porque ambos sabemos lo equivocados que estamos al disfrutar de esto. Es extraño, pero a pesar de la ligera culpa que se va evaporando con los minutos, caricias y los efectos del alcohol, puedo sentir como si el resto del mundo dejase de existir detrás de la puerta y este fuese un secreto agradable que nos podemos llevar a la tumba. Solo somos dos personas solas haciéndose compañía.

    El modo que tiene Alice de tocarme me eriza la piel y los vellos de la nuca, provocando un suave espasmo en la extensión de mi anatomía como resultado. Un calor asfixiante pronto baja por mi cabeza y se desliza por todo mi torax, gritándome a los cuatro vientos que cada vez que ponga mis manos sobre ella y ella sobre mí no va a ser suficiente, porque la cercanía merece ser mayor y porque no puedo estar cerca de su boca sin querer morderla o probarla una vez más. Estúpido licor, siempre dejándome en ridículo.

    Doy un enorme agradecimiento mental cuando ella misma se deshace de su fastidioso sostén y ayudo con rapidez el bajar los breteles por sus brazos hasta que no tengo idea de a donde va a parar la prenda, porque estoy muy concentrado en como mis labios saborean el camino delgado entre sus pechos hasta su estómago, el cual muerdo con suavidad antes de remarcar la zona "herida" con mis besos. La he tomado por la cintura para deleitarme mejor con su vientre cuando oigo su voz dándome una indicación que enciende mi alarma, obligándome a levantar la vista en su dirección sabiendo que tengo los labios hinchados y entreabiertos, pasando la mirada de ella al pasillo que me ha señalado antes de volver a sonreírle — Tus deseos son órdenes — bromeo en un murmullo, estirando el cuello para ejercer presión con mi boca sobre la suya y remarcarla con un ligero toque de mi lengua. ¿Por qué siempre he sido tan débil? No sé, pero ahora mismo ciertamente lo agradezco.

    No dejo de besarla cuando la obligo a aferrarse a mí para posar mis manos bajo sus glúteos y así poder alzarla como si fuese algo sumamente liviano, lo cual no está muy lejos de la realidad considerando lo pequeña que es. Mis pasos son lentos, en parte por la torpeza del alcohol en parte porque mi concentración está en sus labios, pero pronto puedo notar como ingresamos a su dormitorio el cual se encuentra vagamente iluminado por una sola lámpara cuya vela parece estar cercana a apagarse. Al dejar de besarla para saber exactamente hacia dónde me estoy moviendo me fijo en su cama, ese lugar donde jamás creí llegar, pero extrañamente no deseo ni puedo echarme atrás. Es simplemente lanzarse de cabeza a la piscina, siempre ha sido así.

    Para cuando empujo la puerta ésta se cierra con un sonido suave y apenas audible, aislándonos de un mundo donde no tienen que saber cómo es que mi boca vuelve a buscar la suya, ni cómo mis manos buscan zonas de su cuerpo que jamás pensé alcanzar, ni como su piel se siente perfectamente bien en cada uno de sus roces contra la mía. Las sábanas posiblemente terminan en el suelo y la vela se termina de derretir en algún punto de la noche al igual que las del resto de la casa, la cual se queda a oscuras junto con nuestro pequeño secreto.
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