VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Ya han pasado unos días desde la coronación, y todavía no sé en qué centrarme exactamente de todo lo que pasó. Por un lado podría estar satisfecha, teniendo en cuenta que no me salió del todo mal. Por otro lado avergonzada, porque a pesar de que insistí todo lo que pude tanto a Riorden como a Alice para que no fueran al desfile, ambos fueron y me vieron con esas pintas. Luego también está el hecho de que juraría que pude ver a uno de los tributos que maté en la arena. Pudieron ser imaginaciones mías, como cuando sólo hacía unas semanas que había salido de los juegos, y los veía por todas partes. Pero no, esta vez era diferente, era demasiado real como para ser eso. De todas formas la lógica me dice lo contrario, ese chico está muerto, y lo que me pasa es que de vez en cuando es normal que vea ese tipo de cosas. No me suelo fiar de la lógica, pero en este caso su conclusión me favorece, así que de momento esa va a ser mi teoría. No se lo he contado a Alice porque seguramente se preocupe y no lo entienda, pero sí que tengo intención de decírselo a Riorden, que será probablemente la persona que mejor me vaya a entender.
No sólo he venido al trece para eso, también lo he hecho porque cuando todos acabamos de desfilar, Jamie subió para dar un mensaje. Yo no pude enterarme muy bien porque aún estaba con las prisas de cambiarme de ropa, desmaquillarme y todas esas cosas, pero pude escuchar algo sobre unos juegos mágicos. Al principio quise creer que me había equivocado, porque no podía ser. Ella fue quien dio la orden de salvar a los tributos de mi edición de los juegos, porque estaba en contra de ellos. ¿Qué hacía entonces proponiendo otros? No había escuchado mal, más tarde lo anunciaron por televisión. También dijeron que el hijo de la presidenta se presentaría voluntario para participar, y mostrar así que todo iba a ser diferente, que nadie moriría. Fue justo entonces cuando apagué la televisión. No quería escuchar más, me parecía una broma de mal gusto, y el rojo de mi cabello lo confirmaba. Subí a por mi bola de cristal para comprobar si Riorden estaba en casa, y por suerte o por desgracia parecía que sí. No me costó mucho tomar la decisión de ir a verle, porque además de que hacía mucho que no le veía, tenía que contarle que había visto a Howl en la coronación.
Cogí las llaves de casa y me aparecí en el trece, frente a la puerta del lugar donde vivía mi amigo con parte de su familia, según tenía entendido. Me quedé un rato en la puerta pensando hasta qué punto venir aquí había sido una buena idea después de lo que pasó en la playa, pero alguna vez tendríamos que hablar de ello, aunque ni siquiera tengo intención de que vaya a ser hoy. De hecho tengo intención de hacer como si no hubiera pasado nada. Llamo a la puerta unas cuantas veces mientras me doy cuenta de que mi cabello aún sigue un poco rojo por el enfado de lo que vi en los juegos. Espero que desaparezca antes de ver a Riorden, aunque si pregunta será un buen momento para sacar el tema de los juegos, después de contarle lo de mi repentina visión. Oigo unos pasos en el suelo, y me aparto un poco de la puerta, pensando lo que haré si es mi amigo el que abre. ¿Abrazarle? ¿Saludarle sin más? ¿Pedirle consejos como si nada hubiera ocurrido? No tengo ni idea, pero improvisar siempre se me ha dado bien.
No sólo he venido al trece para eso, también lo he hecho porque cuando todos acabamos de desfilar, Jamie subió para dar un mensaje. Yo no pude enterarme muy bien porque aún estaba con las prisas de cambiarme de ropa, desmaquillarme y todas esas cosas, pero pude escuchar algo sobre unos juegos mágicos. Al principio quise creer que me había equivocado, porque no podía ser. Ella fue quien dio la orden de salvar a los tributos de mi edición de los juegos, porque estaba en contra de ellos. ¿Qué hacía entonces proponiendo otros? No había escuchado mal, más tarde lo anunciaron por televisión. También dijeron que el hijo de la presidenta se presentaría voluntario para participar, y mostrar así que todo iba a ser diferente, que nadie moriría. Fue justo entonces cuando apagué la televisión. No quería escuchar más, me parecía una broma de mal gusto, y el rojo de mi cabello lo confirmaba. Subí a por mi bola de cristal para comprobar si Riorden estaba en casa, y por suerte o por desgracia parecía que sí. No me costó mucho tomar la decisión de ir a verle, porque además de que hacía mucho que no le veía, tenía que contarle que había visto a Howl en la coronación.
Cogí las llaves de casa y me aparecí en el trece, frente a la puerta del lugar donde vivía mi amigo con parte de su familia, según tenía entendido. Me quedé un rato en la puerta pensando hasta qué punto venir aquí había sido una buena idea después de lo que pasó en la playa, pero alguna vez tendríamos que hablar de ello, aunque ni siquiera tengo intención de que vaya a ser hoy. De hecho tengo intención de hacer como si no hubiera pasado nada. Llamo a la puerta unas cuantas veces mientras me doy cuenta de que mi cabello aún sigue un poco rojo por el enfado de lo que vi en los juegos. Espero que desaparezca antes de ver a Riorden, aunque si pregunta será un buen momento para sacar el tema de los juegos, después de contarle lo de mi repentina visión. Oigo unos pasos en el suelo, y me aparto un poco de la puerta, pensando lo que haré si es mi amigo el que abre. ¿Abrazarle? ¿Saludarle sin más? ¿Pedirle consejos como si nada hubiera ocurrido? No tengo ni idea, pero improvisar siempre se me ha dado bien.
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Ha pasado poco más de una semana desde la Coronación, y mi vida sigue mejor de lo que me esperaba. Mi familia ahora ya sabe que voy a ir a los Juegos porque no me quedó más remedio que decírselo antes solamente para que no se enteraran por boca de otros... y se lo han tomado algo mejor de lo que me esperaba. Obviamente han llegado a cuestionar mis razones, pero lo importante es que el tema está mejor de lo esperado. De Jessica, por otro lado, no sé nada. No estoy muy seguro de si se enteró el mismo día de la Coronación o no porque estaba en el backstage, y tampoco sé si simplemente me está ignorando porque no comprende mis razones. No puedo culparla, pero me gustaría que las cosas no estuvieran mal entre nosotros. Quizá los besos de la playa no ayudan a llevar todo con normalidad. No hemos hablado de nada de lo que pasó, ni siquiera en los partidos de Quidditch, y yo no pienso ser el primero en hacerlo; al menos no por el momento. Cuando acaben los Juegos, quizá sí porque tendré la mente más despejada.
Las cosas con Aaron siguen igual, porque no he descubierto nada. Con el paso del tiempo he ido asimilándolo y convenciéndome de que si algo le hubiera pasado, alguien habría dado con él. No obstante, también sigo pensando que si está en perfecto estado, debería haber avisado al menos a Lena. Sé que ella no sabe nada, que no esconde algo, porque lo noto. Lo único que espero es que cuando los Juegos acaben, se le haya visto el pelo por algún lado a mi medio hermano. Literalmente porque le busco gracias a los mechones de pelo del flequillo, que siempre lleva en otro color diferente al del resto del cabello por mucho que utilice la metamorfomagia. Hoy, por suerte, no tengo gran cosa que hacer y puedo centrar toda mi atención en leer las decenas de informes acumulados que quizá me den alguna pista, aunque una parte de mí lo duda mucho a estas alturas. Nadie de Seguridad Nacional, excepto Owen y Raphael, sabe que le busco, así que la mayoría de papeles son un tanto inútiles para mi caso porque no me aportan nada.
Ni siquiera sé cuánto rato llevo encerrado en el despacho de la casa, entre papeles, cuando alguien pica a la puerta. Al final acaban por picar otra vez más y no me queda más remedio que levantarme cuando recuerdo que las dos esclavas se han ido a comprar, y que los elfos están en la cocina preparando la comida. Ethan, Keiran y Annie se han ido con Lena a no sé dónde. Mi inmediata reacción al abrir la puerta es abrir ligeramente la boca, sorprendido, al ver quién está al otro lado. — Jess — Tardo un par de segundos en apartarme y hacerle un gesto para que entre: — Adelante. — Ha estado un par de veces en mi casa, así que sabe también dónde está el salón y todas esas cosas. — ¿Qué... qué te trae por aquí? — Y sinceramente, no sé ni si quiero saberlo. No sé si estoy preparado para hablar de los Juegos, y mucho menos del beso. Tampoco sé si mi saludo ha sido adecuado teniendo en cuenta lo último que pasó entre nosotros. Ojalá que no se trate más que de una visita cordial porque hace días que no nos vemos y que, a fin de cuentas, somos mejores amigos. Pase lo que pase, no quiero perder la amistad que tenemos. Nadie nunca me ha entendido como ella lo hace.
Las cosas con Aaron siguen igual, porque no he descubierto nada. Con el paso del tiempo he ido asimilándolo y convenciéndome de que si algo le hubiera pasado, alguien habría dado con él. No obstante, también sigo pensando que si está en perfecto estado, debería haber avisado al menos a Lena. Sé que ella no sabe nada, que no esconde algo, porque lo noto. Lo único que espero es que cuando los Juegos acaben, se le haya visto el pelo por algún lado a mi medio hermano. Literalmente porque le busco gracias a los mechones de pelo del flequillo, que siempre lleva en otro color diferente al del resto del cabello por mucho que utilice la metamorfomagia. Hoy, por suerte, no tengo gran cosa que hacer y puedo centrar toda mi atención en leer las decenas de informes acumulados que quizá me den alguna pista, aunque una parte de mí lo duda mucho a estas alturas. Nadie de Seguridad Nacional, excepto Owen y Raphael, sabe que le busco, así que la mayoría de papeles son un tanto inútiles para mi caso porque no me aportan nada.
Ni siquiera sé cuánto rato llevo encerrado en el despacho de la casa, entre papeles, cuando alguien pica a la puerta. Al final acaban por picar otra vez más y no me queda más remedio que levantarme cuando recuerdo que las dos esclavas se han ido a comprar, y que los elfos están en la cocina preparando la comida. Ethan, Keiran y Annie se han ido con Lena a no sé dónde. Mi inmediata reacción al abrir la puerta es abrir ligeramente la boca, sorprendido, al ver quién está al otro lado. — Jess — Tardo un par de segundos en apartarme y hacerle un gesto para que entre: — Adelante. — Ha estado un par de veces en mi casa, así que sabe también dónde está el salón y todas esas cosas. — ¿Qué... qué te trae por aquí? — Y sinceramente, no sé ni si quiero saberlo. No sé si estoy preparado para hablar de los Juegos, y mucho menos del beso. Tampoco sé si mi saludo ha sido adecuado teniendo en cuenta lo último que pasó entre nosotros. Ojalá que no se trate más que de una visita cordial porque hace días que no nos vemos y que, a fin de cuentas, somos mejores amigos. Pase lo que pase, no quiero perder la amistad que tenemos. Nadie nunca me ha entendido como ella lo hace.
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Mi primera reacción cuando abre la puerta y le veo es sonreír. No sólo lo hago porque me haga ilusión verle después de tantos días, sino que también es por la reacción que ha tenido al verme. Supongo que no se esperaba mi visita, y no me extraña, hasta hace literalmente quince minutos, no me la esperaba ni yo misma. - Hola - A pesar de que siempre me gusta saludarle con algún tipo de broma, ésta vez no lo hago, más que nada porque no se me ocurre otra cosa que decir después de todo lo que nos ha pasado. Me hace un gesto para que entre, y lo hago, dando unos pasos hacia delante de forma no muy segura. Es ahora cuando empiezo a dudar de que haya sido buena idea venir sin tener una idea clara de lo que nos pasa, ni de lo que voy a decir. Mi intención no es hablar sobre el beso de la playa, ni mucho menos. Las cosas ya son suficientemente incómodas sin decirlo ninguno de los dos. Mi táctica ante este tipo de situaciones suele ser bromear constantemente para romper la tensión. La gente que me conoce lo sabe, por lo que al final lo único que consigo con mis comentarios acaba siendo constatar que la situación está siendo embarazosa, y al final todo acaba empeorando, pero nadie lo dice en voz alta.
Es una táctica estúpida, pero es una táctica al fin y al cabo. - No te hagas ilusiones, sólo he venido porque me habían dicho que has comprado elfos domésticos, y quería verlos con mis propios ojos. Nunca he visto uno - Me río levemente para que se de cuenta de que no lo digo en serio, aunque seguramente ya lo sabe. En realidad los elfos domésticos no me interesan en absoluto, ya he visto muchos y lo único que me transmiten es pena por ellos, así que no, no he venido a verlos. Al terminar de hablar le doy la espalda durante unos segundos y me asomo al pasillo, intentando ver todos los puntos de la casa posibles, o escuchar algún tipo de ruido que me indique si hay alguien a parte de nosotros dos y posiblemente las esclavas o los elfos. No es que me importe que su familia escuche lo que tengo que decirle, pero preferiría que no me oyesen mientras le cuento que he visto a un muerto. Cuando me aseguro de que parece que estamos solos, me doy la vuelta y decido preguntarle de todas formas. - ¿No hay nadie más? - Sólo por esa pregunta intuyo que ya sabe que la razón por la que he venido es algo más seria que la de ver unos elfos. - En realidad tengo que contarte una cosa - He estado aquí un par de veces, y creo recordar dónde estaba el salón, por lo que voy hacia allí, escuchando sus pasos a mi lado, pero sin mirarle.
Cuando llego al salón me siento en el primer sitio que veo y espero a que él haga lo mismo. Como sé que por mucho que piense la forma de decírselo nunca la voy a encontrar, lo suelto como me sale en ese instante. - Creía que te había dicho mil veces que no quería que fueras a ver como andaba por una pasarela con unas estúpidas alas más grandes que yo - Es la única forma que se me ha ocurrido de sacar el tema, porque aunque en un principio sí que me molestó que fuera, o más bien me avergonzó, al final todo se redujo al tributo que vi, y todo lo demás dejó de importarme tanto. - Estabas sentado por las primeras filas ¿no? - Junto mis manos y comienzo a pasar una por encima de la otra, como un puro tic nervioso. - A tu lado, bueno, no estaba a tu lado... Unos asientos más allá, había un chico - No sé cómo seguir la frase pero continúo soltándolo tal y como lo pienso en el instante. - Moreno, de mi edad o un poco más mayor - Tampoco sé cómo describírselo, así que saco el móvil y en pocos segundos tengo una foto suya en la pantalla. Se la enseño y la señalo, nerviosa. - Era este, estaba allí. ¿Sabes quién es? Es un tributo. Quiero decir, era. Era el tributo del distrito uno, murió en los juegos donde participé - Omito el detalle de los rebeldes y todo eso porque no viene al caso. - Lo maté yo - Esta vez ya no miro la foto, le miro a él, y me muerdo el labio antes de volver a hablar, porque sino seguiré diciendo frases sin parar, y sin mucho sentido.
Una vez me he calmado un poco continúo. - Le vi. Juro que estaba allí, era muy real - Cuando lo digo estoy más calmada de lo que debería teniendo en cuenta lo que acabo de decir, pero la verdad es que al decirlo en voz alta me parece todo menos grave de lo que era en mi cabeza. - Al principio pensé que me lo estaba imaginando, pero es que parecía muy real, tienes que creerme, estaba allí - Hago hincapié en la palabra 'estaba' y luego me encojo de hombros, agachando la cabeza. - No le he vuelto a ver, así que no tiene tanta importancia pero... - Me paro un segundo intentando recordar la distancia exacta a la que estaban sus asientos, pero sólo logro una imagen demasiado aproximada. - Estaba casi a tu lado, unos asientos a tu derecha, tuviste que verlo en algún momento - Supongo que en realidad no tuvo que verlo porque estaba demasiado ocupado asegurándose de que no me caía al suelo, ni yo ni ninguno de los otros vencedores, pero si por algún casual me lo dijera me sentiría muchísimo mejor. Guardo el móvil con la foto en un bolsillo y veo como unos segundos después se enciende automáticamente la televisión, como siempre que hay un anuncio importante. Giro la cabeza y escucho que anuncian las fechas oficiales de las entrevistas de cada uno de los colegios, y la de los presos de Alcatraz. Frunzo el ceño y le miro. No sé si es el momento para sacar el tema, pero si no lo hago ahora no lo haré nunca. - ¿Te habías enterado de lo de los juegos? Yo lo vi esta mañana. Menuda estupidez - Sacudo la cabeza para mostrar mi desaprobación absoluta ante el anuncio y vuelvo a apagar la tele mientras el poco rojo que había desaparecido de mi cabello vuelve a él de la misma forma que lo hizo la primera vez que me enteré de que iba a haber otros juegos.
Es una táctica estúpida, pero es una táctica al fin y al cabo. - No te hagas ilusiones, sólo he venido porque me habían dicho que has comprado elfos domésticos, y quería verlos con mis propios ojos. Nunca he visto uno - Me río levemente para que se de cuenta de que no lo digo en serio, aunque seguramente ya lo sabe. En realidad los elfos domésticos no me interesan en absoluto, ya he visto muchos y lo único que me transmiten es pena por ellos, así que no, no he venido a verlos. Al terminar de hablar le doy la espalda durante unos segundos y me asomo al pasillo, intentando ver todos los puntos de la casa posibles, o escuchar algún tipo de ruido que me indique si hay alguien a parte de nosotros dos y posiblemente las esclavas o los elfos. No es que me importe que su familia escuche lo que tengo que decirle, pero preferiría que no me oyesen mientras le cuento que he visto a un muerto. Cuando me aseguro de que parece que estamos solos, me doy la vuelta y decido preguntarle de todas formas. - ¿No hay nadie más? - Sólo por esa pregunta intuyo que ya sabe que la razón por la que he venido es algo más seria que la de ver unos elfos. - En realidad tengo que contarte una cosa - He estado aquí un par de veces, y creo recordar dónde estaba el salón, por lo que voy hacia allí, escuchando sus pasos a mi lado, pero sin mirarle.
Cuando llego al salón me siento en el primer sitio que veo y espero a que él haga lo mismo. Como sé que por mucho que piense la forma de decírselo nunca la voy a encontrar, lo suelto como me sale en ese instante. - Creía que te había dicho mil veces que no quería que fueras a ver como andaba por una pasarela con unas estúpidas alas más grandes que yo - Es la única forma que se me ha ocurrido de sacar el tema, porque aunque en un principio sí que me molestó que fuera, o más bien me avergonzó, al final todo se redujo al tributo que vi, y todo lo demás dejó de importarme tanto. - Estabas sentado por las primeras filas ¿no? - Junto mis manos y comienzo a pasar una por encima de la otra, como un puro tic nervioso. - A tu lado, bueno, no estaba a tu lado... Unos asientos más allá, había un chico - No sé cómo seguir la frase pero continúo soltándolo tal y como lo pienso en el instante. - Moreno, de mi edad o un poco más mayor - Tampoco sé cómo describírselo, así que saco el móvil y en pocos segundos tengo una foto suya en la pantalla. Se la enseño y la señalo, nerviosa. - Era este, estaba allí. ¿Sabes quién es? Es un tributo. Quiero decir, era. Era el tributo del distrito uno, murió en los juegos donde participé - Omito el detalle de los rebeldes y todo eso porque no viene al caso. - Lo maté yo - Esta vez ya no miro la foto, le miro a él, y me muerdo el labio antes de volver a hablar, porque sino seguiré diciendo frases sin parar, y sin mucho sentido.
Una vez me he calmado un poco continúo. - Le vi. Juro que estaba allí, era muy real - Cuando lo digo estoy más calmada de lo que debería teniendo en cuenta lo que acabo de decir, pero la verdad es que al decirlo en voz alta me parece todo menos grave de lo que era en mi cabeza. - Al principio pensé que me lo estaba imaginando, pero es que parecía muy real, tienes que creerme, estaba allí - Hago hincapié en la palabra 'estaba' y luego me encojo de hombros, agachando la cabeza. - No le he vuelto a ver, así que no tiene tanta importancia pero... - Me paro un segundo intentando recordar la distancia exacta a la que estaban sus asientos, pero sólo logro una imagen demasiado aproximada. - Estaba casi a tu lado, unos asientos a tu derecha, tuviste que verlo en algún momento - Supongo que en realidad no tuvo que verlo porque estaba demasiado ocupado asegurándose de que no me caía al suelo, ni yo ni ninguno de los otros vencedores, pero si por algún casual me lo dijera me sentiría muchísimo mejor. Guardo el móvil con la foto en un bolsillo y veo como unos segundos después se enciende automáticamente la televisión, como siempre que hay un anuncio importante. Giro la cabeza y escucho que anuncian las fechas oficiales de las entrevistas de cada uno de los colegios, y la de los presos de Alcatraz. Frunzo el ceño y le miro. No sé si es el momento para sacar el tema, pero si no lo hago ahora no lo haré nunca. - ¿Te habías enterado de lo de los juegos? Yo lo vi esta mañana. Menuda estupidez - Sacudo la cabeza para mostrar mi desaprobación absoluta ante el anuncio y vuelvo a apagar la tele mientras el poco rojo que había desaparecido de mi cabello vuelve a él de la misma forma que lo hizo la primera vez que me enteré de que iba a haber otros juegos.
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Acabo soltando una risa por lo bajo, una un tanto nerviosa, cuando dice que únicamente ha venido a ver a los elfos domésticos. Su buen humor, que bromee así, quiere decir que o bien no se ha enterado por extrañas razones de que soy tributo en los nuevos Juegos, o que ni le importa. Ni siquiera sé cuál de las dos opciones es peor. La primera significa que me tocará sincerarme con ella y ser yo quien le diga lo que está pasando. La segunda, en cambio, significa que no le importo demasiado... al menos no tanto como creía. — Vaya. ¿Entonces no puedo besarte? — acabo por decir, con un tono como si estuviera dolido. He ido directo al grano, sí. No quiero liarla, y tampoco quiero que nos pasemos horas y horas hablando sin llegar a ninguna parte. Además, obviamente no voy a besarla otra vez sin haber hablado antes. Bastante experiencia tengo ya con besar a gente que no quiere ser besada y acabar con la marca de un guantazo en la cara. Sí, todavía sigo sintiéndome como un terrible idiota por haber besado hace meses, borracho, a la idiota de Campbell. Y luego me preguntan que por qué a veces no hablo con la gente. Para un día que iba con la intención de decirle a alguien cómo me sentía respecto a Alec, y acabo metiendo así la pata...
Niego ligeramente con la cabeza cuando pregunta que si hay alguien más en casa, y presto atención a lo que empieza a relatarme. — ¿Cómo iba a perdérmelo? Tenía que estar ahí. Es un momento que pasará a la posteridad — respondo con una sonrisa burlona. Sus siguientes palabras me descolocan totalmente y me hacen sentir terriblemente mal, porque por enésima vez desde que nos conocemos, me siento totalmente identificado con ella. Jessica me importa demasiado como para que tenga que pasar por esta clase de cosas que sé cómo afectan. Lo sé demasiado bien. — La verdad es que no lo recuerdo. — Y es cierto. Para ser sincero, ni siquiera me fijé en el resto de invitados. A los únicos que recuerdo haber visto fue a los ministros; del resto pasé absolutamente. — Estaba más centrado en hablar con los ministros que en la gente que nos rodeaba. — No pienso decirle que además de eso, estaba todo el rato mirando al escenario, a la espera de verla salir con esas pintas. A cada palabra que dice, me siento aún más identificado, y cuando dice que ella fue quien lo mató, es como si me pegara un puñetazo de lleno en todo el estómago. Preferiría ser yo quien estuviera pasando por esto otra vez que no alguien que me importa y por quien me preocupo.
— Jessica — digo su nombre completo como pocas veces hago. — ¿Estás segura? ¿Segura al cien por cien? Quizá te pareció verlo porque estabas algo lejos y te confundiste. — Odio decir esto por si piensa que dudo de ella, pero las otras alternativas me gustan aún menos. — A veces el subconsciente es muy traicionero y nos engaña. Créeme, lo sé. — Porque la otra opción es que sufra de algún trastorno como yo llevo sufriendo desde que maté a la alcaldesa del 11. Por suerte ya casi ni me la encuentro, principalmente gracias a que ya no vivo solo. Alec hace siglos que dejó de visitarme, aunque mirarme en el espejo siempre ha sido como verle. Por eso opté por dejarme barba, para diferenciarme de él y no sentir ganas de pegarle un puñetazo al espejo cada mañana. — No es que no te crea, Jess. Porque sí que te creo — recalco para que no se sienta insegura. — Pero he pasado por esto mismo, y aun cuando parece muy real... no siempre lo es. — Es imposible que ese chico esté vivo si ella lo mató en los Juegos. — Puedo investigar, si quieres. Solo tendrías que decirme su nombre y apellido. — Es lo mínimo que puedo hacer. Alguna ventaja tenía que tener mi trabajo.
Estoy a punto de decir algo cuando saca el tema de los Juegos, y todos mis pensamientos y preguntas se disipan al instante. Está claro que, efectivamente, no tiene ni la más remota idea de que voy a ir a los Juegos. Y probablemente me mate aquí mismo cuando se lo diga. — Lo sé. Jamie me lo comentó hace unos meses — reconozco, y ni siquiera sé cómo consigo mantener un tono de voz firme. — Hay que arreglar el desastre de la anterior edición. Todo fue un estúpido error que aún ni comprendo. — En realidad nunca he entendido por qué se empeñan en seguir con los Juegos, pero no soy de esa clase de personas que critican las decisiones de sus líderes. No las de Jamie, al menos, al igual que no cuestioné las de Jared. Los Black siempre fueron algo totalmente diferente. — Jessica, hay una razón por la que yo lo sé desde hace meses. Y no tiene nada que ver con que yo sea ministro — añado antes de que saque conclusiones equivocadas, otra vez llamándola por su nombre. Estoy harto de esconderle todo el tema de los Juegos a las personas que quiero. Es mi mejor amiga, merece saberlo y dejar de vivir en un engaño, por mucho que seguramente acabe odiándome a partir de ahora. — Soy tributo del Prince.
Niego ligeramente con la cabeza cuando pregunta que si hay alguien más en casa, y presto atención a lo que empieza a relatarme. — ¿Cómo iba a perdérmelo? Tenía que estar ahí. Es un momento que pasará a la posteridad — respondo con una sonrisa burlona. Sus siguientes palabras me descolocan totalmente y me hacen sentir terriblemente mal, porque por enésima vez desde que nos conocemos, me siento totalmente identificado con ella. Jessica me importa demasiado como para que tenga que pasar por esta clase de cosas que sé cómo afectan. Lo sé demasiado bien. — La verdad es que no lo recuerdo. — Y es cierto. Para ser sincero, ni siquiera me fijé en el resto de invitados. A los únicos que recuerdo haber visto fue a los ministros; del resto pasé absolutamente. — Estaba más centrado en hablar con los ministros que en la gente que nos rodeaba. — No pienso decirle que además de eso, estaba todo el rato mirando al escenario, a la espera de verla salir con esas pintas. A cada palabra que dice, me siento aún más identificado, y cuando dice que ella fue quien lo mató, es como si me pegara un puñetazo de lleno en todo el estómago. Preferiría ser yo quien estuviera pasando por esto otra vez que no alguien que me importa y por quien me preocupo.
— Jessica — digo su nombre completo como pocas veces hago. — ¿Estás segura? ¿Segura al cien por cien? Quizá te pareció verlo porque estabas algo lejos y te confundiste. — Odio decir esto por si piensa que dudo de ella, pero las otras alternativas me gustan aún menos. — A veces el subconsciente es muy traicionero y nos engaña. Créeme, lo sé. — Porque la otra opción es que sufra de algún trastorno como yo llevo sufriendo desde que maté a la alcaldesa del 11. Por suerte ya casi ni me la encuentro, principalmente gracias a que ya no vivo solo. Alec hace siglos que dejó de visitarme, aunque mirarme en el espejo siempre ha sido como verle. Por eso opté por dejarme barba, para diferenciarme de él y no sentir ganas de pegarle un puñetazo al espejo cada mañana. — No es que no te crea, Jess. Porque sí que te creo — recalco para que no se sienta insegura. — Pero he pasado por esto mismo, y aun cuando parece muy real... no siempre lo es. — Es imposible que ese chico esté vivo si ella lo mató en los Juegos. — Puedo investigar, si quieres. Solo tendrías que decirme su nombre y apellido. — Es lo mínimo que puedo hacer. Alguna ventaja tenía que tener mi trabajo.
Estoy a punto de decir algo cuando saca el tema de los Juegos, y todos mis pensamientos y preguntas se disipan al instante. Está claro que, efectivamente, no tiene ni la más remota idea de que voy a ir a los Juegos. Y probablemente me mate aquí mismo cuando se lo diga. — Lo sé. Jamie me lo comentó hace unos meses — reconozco, y ni siquiera sé cómo consigo mantener un tono de voz firme. — Hay que arreglar el desastre de la anterior edición. Todo fue un estúpido error que aún ni comprendo. — En realidad nunca he entendido por qué se empeñan en seguir con los Juegos, pero no soy de esa clase de personas que critican las decisiones de sus líderes. No las de Jamie, al menos, al igual que no cuestioné las de Jared. Los Black siempre fueron algo totalmente diferente. — Jessica, hay una razón por la que yo lo sé desde hace meses. Y no tiene nada que ver con que yo sea ministro — añado antes de que saque conclusiones equivocadas, otra vez llamándola por su nombre. Estoy harto de esconderle todo el tema de los Juegos a las personas que quiero. Es mi mejor amiga, merece saberlo y dejar de vivir en un engaño, por mucho que seguramente acabe odiándome a partir de ahora. — Soy tributo del Prince.
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Creo que el color de mis mejillas sube levemente de tono cuando le oigo hablar, aunque espero que no se note demasiado. Me río levemente y me doy la vuelta para mirarle. - Puedes, pero no lo has hecho - Finjo un tono de reproche que en realidad no siento en absoluto, porque hubiera sido absurdo que lo hubiera hecho sin más. Por un segundo de me pasa por la cabeza volver a besarle, pero me repito a mí misma la razón por la que he venido, y evoco el recuerdo de ese tributo en la coronación. De ese modo se me quitan todas las ganas de hacer otra cosa que no sea contarle lo sucedido y desear con todas mis fuerzas que mi amigo pueda ayudarme, porque a decir verdad es lo único que me queda por desear ahora mismo. Es cierto que también podríamos hablar de lo que pasó en la playa, pero si fuera por mí no habría necesidad de hacerlo. Me atrae, pero no sé si del modo que tendría que hacerlo como para ponerle nombre. De momento está bien así. Seguimos siendo amigos, aunque de vez en cuando tengamos ciertas excepciones, cosa que a ninguno de los dos nos viene mal.
De algún modo logro dejar a un lado esos pensamientos y comienzo a contarle todo lo que lleva torturándome unas semanas. Al principio mi voz no es más que un manojo de nervios, pero a cada palabra que digo me calmo un poco más, tal vez porque diciéndolo en voz alta todo se convierte más en palabras, y menos en hechos. Sonrío un poco cuando dice que no podía perderse el ridículo que hice en el desfile y le pego un leve codazo, simulando estar enfadada. - No tiene ninguna gracia - Pero la verdad es que sí que debió de tenerla. Al fin y al cabo verme en lo alto de un escenario en ropa interior con lentejuelas y con unas alas pegadas a la espalda es gracioso incluso para mí. - Puedo prestarte el modelito cuando quieras - Por un momento vuelvo a olvidar todo lo que me preocupaba y me río sinceramente. Es una de las cosas que más me gustan de pasar tiempo con Riorden. Me entiende tan bien que tengo que centrarme muy poco en contárselo y describir mis sentimientos, lo que me hace olvidarlo por un rato. Bajo la mirada cuando dice que no lo recuerda. Era lo que me esperaba, en realidad. Pero tenía la esperanza de que entre los dos consiguiéramos algo. Alzo de nuevo la cabeza cuando dice mi nombre completo.
No suele hacerlo, y si lo hace significa que lo que va a decir no puedo tomarlo a broma, aunque no iba a hacerlo de todos modos. - Estoy segura, era él, o al menos había tomado su aspecto - Es la primera vez que se me ocurre que tal vez no fuera él, sino alguien con su forma física. - ¿Crees que alguien se convertiría en él para torturarme? - No sé si quiera que responda, porque en mi cabeza el 'sí' resuena una y otra vez. Al fin y a cabo he matado gente, puede ser un familiar o amigo cabreado. Aprieto los labios cuando dice que él también los ha visto. Es en estas situaciones cuando el hecho de que me comprenda no me gusta tanto. - Yo también los veo - Admito encogiéndome de hombros. - Pero esta vez era diferente, estaba allí de verdad - Suspiro al escuchar que me cree, porque era algo que necesitaba oír. - Cooper. Howl Cooper - Recuerdo muy bien su nombre, recuerdo el de todas las personas a las que he matado. Es lo menos que puedo hacer. - Pero no te metas en líos - No sé si investigarlo puede traerle algún tipo de problemas, pero si la respuesta es sí, prefiero que no lo haga.
Me recuesto un poco sobre el sofá y masajeo un poco el puente de mi nariz, cerrando los ojos. A veces me superan todo esto. Sin embargo, el descanso no dura mucho, porque oigo que dice que sabe lo de los juegos desde hace unos meses. - ¿Meses? ¿Por qué no me lo habías dicho? - Me molesta un poco que no lo haya hecho, pero no estoy enfadada porque no creo que haya tenido nada que ver, o al menos eso quiero creer. Frunzo el ceño mirándole a los ojos, bufando. - El estúpido error fue volver a celebrar los juegos. Es absurdo - Me cruzo de brazos y vuelvo a recostarme en mi sitio, dando por zanjado el tema. Pero no está zanjado ni mucho menos, porque su siguiente frase me vuelve a hacer levantarme de golpe. - ¿Que eres qué? - Me pongo de pie frente a él. Casi puedo notar como mi cabello arde de lo rojo que se ha puesto. - Si es una broma no me parece graciosa - Por una parte espero que lo sea, porque no me creo que haya hecho eso. Aunque por otra, tampoco creo que bromee con esas cosas porque para ambos es algo delicado.
De algún modo logro dejar a un lado esos pensamientos y comienzo a contarle todo lo que lleva torturándome unas semanas. Al principio mi voz no es más que un manojo de nervios, pero a cada palabra que digo me calmo un poco más, tal vez porque diciéndolo en voz alta todo se convierte más en palabras, y menos en hechos. Sonrío un poco cuando dice que no podía perderse el ridículo que hice en el desfile y le pego un leve codazo, simulando estar enfadada. - No tiene ninguna gracia - Pero la verdad es que sí que debió de tenerla. Al fin y al cabo verme en lo alto de un escenario en ropa interior con lentejuelas y con unas alas pegadas a la espalda es gracioso incluso para mí. - Puedo prestarte el modelito cuando quieras - Por un momento vuelvo a olvidar todo lo que me preocupaba y me río sinceramente. Es una de las cosas que más me gustan de pasar tiempo con Riorden. Me entiende tan bien que tengo que centrarme muy poco en contárselo y describir mis sentimientos, lo que me hace olvidarlo por un rato. Bajo la mirada cuando dice que no lo recuerda. Era lo que me esperaba, en realidad. Pero tenía la esperanza de que entre los dos consiguiéramos algo. Alzo de nuevo la cabeza cuando dice mi nombre completo.
No suele hacerlo, y si lo hace significa que lo que va a decir no puedo tomarlo a broma, aunque no iba a hacerlo de todos modos. - Estoy segura, era él, o al menos había tomado su aspecto - Es la primera vez que se me ocurre que tal vez no fuera él, sino alguien con su forma física. - ¿Crees que alguien se convertiría en él para torturarme? - No sé si quiera que responda, porque en mi cabeza el 'sí' resuena una y otra vez. Al fin y a cabo he matado gente, puede ser un familiar o amigo cabreado. Aprieto los labios cuando dice que él también los ha visto. Es en estas situaciones cuando el hecho de que me comprenda no me gusta tanto. - Yo también los veo - Admito encogiéndome de hombros. - Pero esta vez era diferente, estaba allí de verdad - Suspiro al escuchar que me cree, porque era algo que necesitaba oír. - Cooper. Howl Cooper - Recuerdo muy bien su nombre, recuerdo el de todas las personas a las que he matado. Es lo menos que puedo hacer. - Pero no te metas en líos - No sé si investigarlo puede traerle algún tipo de problemas, pero si la respuesta es sí, prefiero que no lo haga.
Me recuesto un poco sobre el sofá y masajeo un poco el puente de mi nariz, cerrando los ojos. A veces me superan todo esto. Sin embargo, el descanso no dura mucho, porque oigo que dice que sabe lo de los juegos desde hace unos meses. - ¿Meses? ¿Por qué no me lo habías dicho? - Me molesta un poco que no lo haya hecho, pero no estoy enfadada porque no creo que haya tenido nada que ver, o al menos eso quiero creer. Frunzo el ceño mirándole a los ojos, bufando. - El estúpido error fue volver a celebrar los juegos. Es absurdo - Me cruzo de brazos y vuelvo a recostarme en mi sitio, dando por zanjado el tema. Pero no está zanjado ni mucho menos, porque su siguiente frase me vuelve a hacer levantarme de golpe. - ¿Que eres qué? - Me pongo de pie frente a él. Casi puedo notar como mi cabello arde de lo rojo que se ha puesto. - Si es una broma no me parece graciosa - Por una parte espero que lo sea, porque no me creo que haya hecho eso. Aunque por otra, tampoco creo que bromee con esas cosas porque para ambos es algo delicado.
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No sé muy bien qué se supone que debo decir cuando comenta que podría besarla, así que en vez de abrir la boca para decir algo, lo que hago es acercarme a ella hasta que tan solo nos separan unos escasos centímetros. Odio que rompan mi burbuja de espacio vital porque necesito cierta distancia con la gente, pero esto es diferente. Incluso giro ligeramente mi cabeza hacia un lado para inclinarla como en los instantes que preceden a un beso, y continúo acercándome poco a poco a ella. Sin embargo, cuando casi ya ni hay distancia en nuestros labios, desvío la cabeza para dejar un rápido, corto y casto beso en su mejilla izquierda, y reculo con una sonrisa pícara. — Arreglado, pelirroja — digo, y le guiño un ojo. Es la primera vez que la llamo de esa manera. Tan solo he llamado así, por el color de su pelo, a una persona con anterioridad, y era por razones totalmente diferentes a por lo que lo estoy haciendo ahora. En este caso es por aprecio; en aquel por razones que podrían resumirse en enfado por cosas que realmente nadie tiene la culpa al cien por cien. Simplemente por una suma de acciones de diferentes personas, algunas que ya ni siquiera están entre nosotros.
— Si lo que quieres es verme con poca ropa, creo que hay mejores maneras de conseguirlo — bromeo, y de nuevo, le guiño un ojo con esa misma sonrisa jocosa. Jessica es la única persona con la que puedo ser así. Yo no soy gracioso ni amable, porque de eso se encargaba siempre Alec... pero con ella ni siquiera tengo que esforzarme porque me sale solo. Supongo que son cosas que pasan cuando eres exactamente igual que la otra persona, que te acaba saliendo de manera natural. Solo hay una persona con la que haya tenido amistad: Thea, de quien hace tiempo que no sé nada y a quien conocí hace años en el Distrito 11, en una de las decenas de escapadas de Aaron para ver a Lena, y tras mucho insistir en que me dejara que fuera con él porque necesitaba salir de Europa. Esos fueron mis inicios de mis aventuras por NeoPanem, hasta que opté por mudarme al Distrito 9 porque no aguantaba más ahí. Es un tanto irónico, por así decirlo, que Europa me pareciera rematadamente pequeña cuando no lo era, pero supongo que es porque llegué a un punto en el que me sentía asfixiado después de tantos años ahí, viendo a la misma gente día tras día.
Consigo apartar esos pensamientos de mi cabeza cuando habla de lo que dice creer haber visto el día de la Ceremonia de Coronación, y al instante mi expresión vuelve a ser de concentración mientras intento encontrarle sentido a todo esto. De verdad que no quiero que piense que no la creo, pero no tiene sentido que él esté vivo si dice que ella misma lo mató. — ¿Le conocías? ¿Sabes si tenía familia? — En el caso de que se llevara bien con él, tendría que ser aún peor para ella el haberle matado. Pero cualquier cosa con tal de que ella saliera con vida de ese maldito infierno. Sin embargo, no puedo evitar sentirme culpable, porque quizá si hubiéramos entrado antes en la arena, Jessica nunca tendría que haber pasado por aquello. Ni siquiera quiero preguntar si era humano y por eso tuvo que matarlo, o si simplemente era un mago que quería hacerle daño por cualquier razón que yo no comprenda, ni llegue a comprender. Como si los magos no hubiéramos pasado ya bastante para tener que hacernos daño entre nosotros. Por otra parte, prefiero no hablar del tema de que ella también ve a la gente a la que hizo daño, tal y como me pasa a mí. — Tranquila. En cuanto averigüe algo, te lo diré — acabo por responder, y desvío un poco el tema de la conversación.
Vuelvo a ponerme nervioso cuando dice que por qué no se lo he dicho antes, porque temo su reacción como pocas veces he temido algo. Preferiría enfrentarme a una manada de licántropos sedientos que a una Jessica enfadada ahora mismo, la verdad. No sé cómo es cuando se cabrea y, sinceramente, no tengo ganas de saberlo. — No podía. Tenía que mantenerlo en secreto. — Sé que Jamie no desconfiará de mí por muchas cosas que haya hecho Aaron, pero prefiero no arriesgarme. Ni siquiera respondo nada a su comentario sobre que es estúpido celebrar los Juegos, porque prefiero reservarme mis opiniones y dudas respecto a que en realidad yo tampoco termino de entender la situación de seguir celebrándolos. — No es una broma. Sabes que yo nunca bromearía con algo así — respondo al momento, un tanto dolido porque haya llegado a pensar eso, aun cuando sé que simplemente es porque no quiere creer que lo sea de verdad. — La gente tiene que volver a confiar en nosotros. Por eso Seth es tributo — continúo explicándome. — Por eso yo soy tributo — añado un un hilo de voz, y me siento tentado a desviar la mirada hacia el suelo con tal de no ver su reacción. — No me odies.
— Si lo que quieres es verme con poca ropa, creo que hay mejores maneras de conseguirlo — bromeo, y de nuevo, le guiño un ojo con esa misma sonrisa jocosa. Jessica es la única persona con la que puedo ser así. Yo no soy gracioso ni amable, porque de eso se encargaba siempre Alec... pero con ella ni siquiera tengo que esforzarme porque me sale solo. Supongo que son cosas que pasan cuando eres exactamente igual que la otra persona, que te acaba saliendo de manera natural. Solo hay una persona con la que haya tenido amistad: Thea, de quien hace tiempo que no sé nada y a quien conocí hace años en el Distrito 11, en una de las decenas de escapadas de Aaron para ver a Lena, y tras mucho insistir en que me dejara que fuera con él porque necesitaba salir de Europa. Esos fueron mis inicios de mis aventuras por NeoPanem, hasta que opté por mudarme al Distrito 9 porque no aguantaba más ahí. Es un tanto irónico, por así decirlo, que Europa me pareciera rematadamente pequeña cuando no lo era, pero supongo que es porque llegué a un punto en el que me sentía asfixiado después de tantos años ahí, viendo a la misma gente día tras día.
Consigo apartar esos pensamientos de mi cabeza cuando habla de lo que dice creer haber visto el día de la Ceremonia de Coronación, y al instante mi expresión vuelve a ser de concentración mientras intento encontrarle sentido a todo esto. De verdad que no quiero que piense que no la creo, pero no tiene sentido que él esté vivo si dice que ella misma lo mató. — ¿Le conocías? ¿Sabes si tenía familia? — En el caso de que se llevara bien con él, tendría que ser aún peor para ella el haberle matado. Pero cualquier cosa con tal de que ella saliera con vida de ese maldito infierno. Sin embargo, no puedo evitar sentirme culpable, porque quizá si hubiéramos entrado antes en la arena, Jessica nunca tendría que haber pasado por aquello. Ni siquiera quiero preguntar si era humano y por eso tuvo que matarlo, o si simplemente era un mago que quería hacerle daño por cualquier razón que yo no comprenda, ni llegue a comprender. Como si los magos no hubiéramos pasado ya bastante para tener que hacernos daño entre nosotros. Por otra parte, prefiero no hablar del tema de que ella también ve a la gente a la que hizo daño, tal y como me pasa a mí. — Tranquila. En cuanto averigüe algo, te lo diré — acabo por responder, y desvío un poco el tema de la conversación.
Vuelvo a ponerme nervioso cuando dice que por qué no se lo he dicho antes, porque temo su reacción como pocas veces he temido algo. Preferiría enfrentarme a una manada de licántropos sedientos que a una Jessica enfadada ahora mismo, la verdad. No sé cómo es cuando se cabrea y, sinceramente, no tengo ganas de saberlo. — No podía. Tenía que mantenerlo en secreto. — Sé que Jamie no desconfiará de mí por muchas cosas que haya hecho Aaron, pero prefiero no arriesgarme. Ni siquiera respondo nada a su comentario sobre que es estúpido celebrar los Juegos, porque prefiero reservarme mis opiniones y dudas respecto a que en realidad yo tampoco termino de entender la situación de seguir celebrándolos. — No es una broma. Sabes que yo nunca bromearía con algo así — respondo al momento, un tanto dolido porque haya llegado a pensar eso, aun cuando sé que simplemente es porque no quiere creer que lo sea de verdad. — La gente tiene que volver a confiar en nosotros. Por eso Seth es tributo — continúo explicándome. — Por eso yo soy tributo — añado un un hilo de voz, y me siento tentado a desviar la mirada hacia el suelo con tal de no ver su reacción. — No me odies.
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Casi no me puedo creer lo que ha hecho. Si pudiera verme la cara ahora mismo creo que sería una mezcla entre indignación, sorpresa y enfado. Cierro los ojos y aprieto los labios, sacudiendo un poco la cabeza mostrando mi desaprobación ante su solución. - ¿A eso lo llamas tú arreglarlo? Porque creo que lo acabas de empeorar - Bufo, aunque acabando con una ligera sonrisa de lado. Después y le miro directamente los ojos y rozo su pecho con mi dedo índice. - Esta me la pagas, Weynart - Le llamo por su apellido como si fuera algo despectivo, aunque no sé por qué me encanta pronunciarlo, por lo que lo uso más de lo que debería teniendo en cuenta que nuestra relación tiene la suficiente confianza como para no tener que llamarnos por apellidos. Creo que una de las cosas que me encantan de usar el suyo es que probablemente él no pueda hacer lo mismo con el mío, por el simple hecho de que veces no puedo pronunciarlo correctamente ni yo misma. - Tienes suerte de que tenga algo importante que decirte - Concluyo de esta forma nuestro peculiar juego y me dirijo hacia el salón.
Suelto una enorme carcajada cuando menciona mis supuestas ganas de verle con poca ropa. - No me hace ninguna falta. Visto uno, visto todos - Le guiño un ojo al acabar como si lo que acabo de decir no fuera una gilipollez, porque tampoco es que haya tenido muchas ocasiones de ver hombres con poca ropa, y tampoco es que nunca hubiera tenido un gran interés por ello. Tenía cosas mejores de las que preocuparme, como todos en aquellos tiempos, supongo. - Y sí, acabo de insinuar que no eres nada del otro mundo, pero no te pongas a llorar - Por lo que he podido ver en las ocasiones en los que ambos bromeamos todo el tiempo, es un poco creído, aunque no sé si lo hace de broma o de verdad, pero desde luego esto solo le servirá para aumentar más su ego, porque sabe que es una broma y que no es ni de lejos lo que realmente pienso.
Me está costando centrarme más de lo que pensé que me costaría, puede ser que sea porque hoy estamos los dos de buen humor, y eso que hace veinte minutos estaba echando humo por las orejas por eso de los nuevos juegos. Sin embargo cuando empiezo a contárselo todo me sale de golpe, y no paro casi ni para escuchar lo que dice. Casi, porque cuando pregunta si le conocía me río yo sola como si estuviera loca, recordando la primera vez que tuvimos el "placer de coincidir". Además de haberle visto en algún que otro pasillo, nunca había hablado con él hasta el mismo día en el que acabé con su vida. Fue mi primera muerte si no recuerdo mal, y la verdad es que los dos nos lo estábamos tomando como un juego. Todavía no sé si nos llevamos bien o mal, pero teniendo en cuenta como acabó la cosa supongo que mal. - Digamos que cuando nos conocimos no nos llevamos especialmente bien - No sé si él vio los juegos, o si aunque los viera se acordará de eso, pero no sé qué prefiero. Asiento cuando dice que lo investigará. - Gracias - Y para dar más énfasis a lo que de verdad esto va a hacer por mí si al final averigua algo le doy un pequeño apretón a su mano.
Frunzo el ceño cuando dice que tenía que mantenerlo en secreto, y aún más cuando continúa hablando. - Nadie va a confiar en un gobierno que hace exactamente lo mismo que intentó abolir, no tiene ningún sentido - Cuando continúa la frase es cuando me pongo de pie y repito la primera parte de lo que acaba de decir, por si no he escuchado bien. No es una broma, claro que no lo es, y eso me molesta más que cualquier otra cosa que podría haber dicho. - ¿Que no te odie? ¿Sabes lo que acabas de decir? - Veo como baja la cabeza, supongo que no quiere mantener el contacto visual, pero yo sí. Esto es algo serio y necesito mirarle a la cara mientras grito como una energúmena. - ¿PERO EN QUÉ MIERDA ESTABAS PENSANDO? SI QUIERES MORIR LENTAMENTE ¿POR QUÉ NO TE TRAGAS UN TENEDOR O METES LA CABEZA EN EL VÁTER? - Los gritos salen de mi garganta incluso más controlados de lo que pensé que estrían, al menos en comparación con el enfado que tengo ahora mismo. Jamie no le puede obligar a hacerlo, y si es tributo es porque él lo ha decidido así, cosa que me decepciona más que cualquier otra. Aprieto la mandíbula y giro la cabeza, porque ahora soy yo la que no quiere mirarle.
Suelto una enorme carcajada cuando menciona mis supuestas ganas de verle con poca ropa. - No me hace ninguna falta. Visto uno, visto todos - Le guiño un ojo al acabar como si lo que acabo de decir no fuera una gilipollez, porque tampoco es que haya tenido muchas ocasiones de ver hombres con poca ropa, y tampoco es que nunca hubiera tenido un gran interés por ello. Tenía cosas mejores de las que preocuparme, como todos en aquellos tiempos, supongo. - Y sí, acabo de insinuar que no eres nada del otro mundo, pero no te pongas a llorar - Por lo que he podido ver en las ocasiones en los que ambos bromeamos todo el tiempo, es un poco creído, aunque no sé si lo hace de broma o de verdad, pero desde luego esto solo le servirá para aumentar más su ego, porque sabe que es una broma y que no es ni de lejos lo que realmente pienso.
Me está costando centrarme más de lo que pensé que me costaría, puede ser que sea porque hoy estamos los dos de buen humor, y eso que hace veinte minutos estaba echando humo por las orejas por eso de los nuevos juegos. Sin embargo cuando empiezo a contárselo todo me sale de golpe, y no paro casi ni para escuchar lo que dice. Casi, porque cuando pregunta si le conocía me río yo sola como si estuviera loca, recordando la primera vez que tuvimos el "placer de coincidir". Además de haberle visto en algún que otro pasillo, nunca había hablado con él hasta el mismo día en el que acabé con su vida. Fue mi primera muerte si no recuerdo mal, y la verdad es que los dos nos lo estábamos tomando como un juego. Todavía no sé si nos llevamos bien o mal, pero teniendo en cuenta como acabó la cosa supongo que mal. - Digamos que cuando nos conocimos no nos llevamos especialmente bien - No sé si él vio los juegos, o si aunque los viera se acordará de eso, pero no sé qué prefiero. Asiento cuando dice que lo investigará. - Gracias - Y para dar más énfasis a lo que de verdad esto va a hacer por mí si al final averigua algo le doy un pequeño apretón a su mano.
Frunzo el ceño cuando dice que tenía que mantenerlo en secreto, y aún más cuando continúa hablando. - Nadie va a confiar en un gobierno que hace exactamente lo mismo que intentó abolir, no tiene ningún sentido - Cuando continúa la frase es cuando me pongo de pie y repito la primera parte de lo que acaba de decir, por si no he escuchado bien. No es una broma, claro que no lo es, y eso me molesta más que cualquier otra cosa que podría haber dicho. - ¿Que no te odie? ¿Sabes lo que acabas de decir? - Veo como baja la cabeza, supongo que no quiere mantener el contacto visual, pero yo sí. Esto es algo serio y necesito mirarle a la cara mientras grito como una energúmena. - ¿PERO EN QUÉ MIERDA ESTABAS PENSANDO? SI QUIERES MORIR LENTAMENTE ¿POR QUÉ NO TE TRAGAS UN TENEDOR O METES LA CABEZA EN EL VÁTER? - Los gritos salen de mi garganta incluso más controlados de lo que pensé que estrían, al menos en comparación con el enfado que tengo ahora mismo. Jamie no le puede obligar a hacerlo, y si es tributo es porque él lo ha decidido así, cosa que me decepciona más que cualquier otra. Aprieto la mandíbula y giro la cabeza, porque ahora soy yo la que no quiere mirarle.
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Suelto una pequeña risa con su comentario, y le doy un pequeño y flojo codazo en las costillas a modo de broma. La verdad es que no sé cómo se habla de estas cosas con una chica, así que la mayoría de veces con Jessica, acabo tapándolo todo con bromas. Tampoco es mi manera de ser, pero en fin, con la pelirroja me dejo llevar de maneras diferentes a cómo soy en realidad. — ¿Puedo preguntar de qué forma te lo pagaré? — Y ahí está de nuevo una pregunta oculta con un tono jocoso porque no sé ni qué decir. Con cualquier otra tendría miedo de que pensara que soy un lanzado, pero Jessica es mi mejor amiga, y sabe perfectamente cómo soy y lo que me cuestan algunas cosas. Sin embargo, ella me devuelve el golpe con otra broma. No sé qué les gusta físicamente a las chicas, ni cómo me verán la mayoría, pero lo que sí sé es que tengo bastantes músculos comparados con otros. ¿Cómo no tenerlos cuando me he pasado veinte años de arriba a abajo? — Esta noche me encerraré en el despacho y escribiré en mi diario lo que me acabas de decir — respondo finalmente, aun con esa sonrisa de medio lado. Obviamente es otra broma.
Ni siquiera sé exactamente qué más decirle respecto al chico que dice haber visto. No voy a volver a insinuar que si lo vio bien y no se confundió, porque bastantes preguntas he hecho ya, y no quiero que dude. He perdido a demasiadas personas en muy poco tiempo; no quiero perder a mi mejor amiga porque me cueste y duela creer lo que me está diciendo. — Para eso estoy — respondo cuando me da las gracias, y le hago una pequeña caricia en los nudillos de la mano derecha. Yo no sé cómo reaccionaría si de verdad me encontrara, por ejemplo, a alguien clavado a Jocelyn Lewis. No es lo mismo ver cosas sacadas de mi imaginación, o incluso un fantasma, que verla directamente a ella en carne y hueso. Han pasado más de dos años desde entonces, y es algo que aún no he superado al cien por cien porque no he dejado de preguntarme si de verdad ella era mala, o no era más que un peón en el macabro juego de los Black. Fuera lo que fuera, sabía dónde se metía y cómo podía acabar. Todos sabíamos dónde nos metíamos al apoyar a uno u otro. Incluso Alec.
Frunzo el ceño al instante, nada más escuchar lo que dice respecto al Gobierno. ¿De verdad? No puede decir esas cosas así como así. Vale que yo sea su amigo y que no vaya a decir nada sobre lo que acaba de soltar, pero tiene que tener dos dedos de frente. Y sinceramente, no me hace gracia que lo haya dicho. Yo soy parte de ese Gobierno, y estoy harto de encubrir a personas que piensan diferente al Gobierno porque llevo demasiados años haciéndolo. Tuve que hacerlo con Aaron, y lo odié. — Sabes que yo soy de ese Gobierno, ¿no? — acabo preguntándole. — Y no me refiero a que les apoye, Jessica. Soy un ministro, y no uno cualquiera. — Lo sabe perfectamente. Si Jamie se ausentara algún día del país porque tenga que hacer alguna cosa, Charles Campbell y yo seríamos los encargados de gobernar durante ese tiempo, hasta el regreso de Jamie. Puedo estar más o menos de acuerdo sobre el tema de los Juegos, pero entiendo lo que ha llevado a la presidenta a mantener los Juegos. Los humanos nos aniquilaron durante más de un siglo, ¿por qué no podemos hacer lo mismo? Además, en estos Juegos ni siquiera mueren esos idiotas... Más bien hay pocos humanos, teniendo en cuenta que somos tres grupos y que dos son de magos al completo. Incluso hasta en el grupo de presos habrá algún mago.
— NO PIENSO TRAGARME UN JODIDO TENEDOR — le respondo con un tono igual de alto que el suyo para que me oiga. Maldita sea, ¿pero cómo se le ocurren esas cosas? — Tranquilízate.— Esta vez le agarro las manos, pero no para hacer ninguna caricia como antes, sino para intentar que se tranquilice. — No me va a pasar nada. ¿De verdad crees que Jamie dejaría morir a su hijo, e incluso al resto, después de decir tantas veces que no va a pasarnos nada? — Ha perdido a demasiados hijos como para perder al único que le queda. — Sabes lo que opino de los Juegos, lo que siempre he opinado, pero estos son diferentes. — Y es cierto. Además, no soy un inútil, sé cómo golpear y defenderme, en el caso de que hiciera falta. Sobreviví a una guerra y a decenas de actos rebeldes; no moriría en unos estúpidos Juegos en el caso de que todo fuera como ella está pensando.
Ni siquiera sé exactamente qué más decirle respecto al chico que dice haber visto. No voy a volver a insinuar que si lo vio bien y no se confundió, porque bastantes preguntas he hecho ya, y no quiero que dude. He perdido a demasiadas personas en muy poco tiempo; no quiero perder a mi mejor amiga porque me cueste y duela creer lo que me está diciendo. — Para eso estoy — respondo cuando me da las gracias, y le hago una pequeña caricia en los nudillos de la mano derecha. Yo no sé cómo reaccionaría si de verdad me encontrara, por ejemplo, a alguien clavado a Jocelyn Lewis. No es lo mismo ver cosas sacadas de mi imaginación, o incluso un fantasma, que verla directamente a ella en carne y hueso. Han pasado más de dos años desde entonces, y es algo que aún no he superado al cien por cien porque no he dejado de preguntarme si de verdad ella era mala, o no era más que un peón en el macabro juego de los Black. Fuera lo que fuera, sabía dónde se metía y cómo podía acabar. Todos sabíamos dónde nos metíamos al apoyar a uno u otro. Incluso Alec.
Frunzo el ceño al instante, nada más escuchar lo que dice respecto al Gobierno. ¿De verdad? No puede decir esas cosas así como así. Vale que yo sea su amigo y que no vaya a decir nada sobre lo que acaba de soltar, pero tiene que tener dos dedos de frente. Y sinceramente, no me hace gracia que lo haya dicho. Yo soy parte de ese Gobierno, y estoy harto de encubrir a personas que piensan diferente al Gobierno porque llevo demasiados años haciéndolo. Tuve que hacerlo con Aaron, y lo odié. — Sabes que yo soy de ese Gobierno, ¿no? — acabo preguntándole. — Y no me refiero a que les apoye, Jessica. Soy un ministro, y no uno cualquiera. — Lo sabe perfectamente. Si Jamie se ausentara algún día del país porque tenga que hacer alguna cosa, Charles Campbell y yo seríamos los encargados de gobernar durante ese tiempo, hasta el regreso de Jamie. Puedo estar más o menos de acuerdo sobre el tema de los Juegos, pero entiendo lo que ha llevado a la presidenta a mantener los Juegos. Los humanos nos aniquilaron durante más de un siglo, ¿por qué no podemos hacer lo mismo? Además, en estos Juegos ni siquiera mueren esos idiotas... Más bien hay pocos humanos, teniendo en cuenta que somos tres grupos y que dos son de magos al completo. Incluso hasta en el grupo de presos habrá algún mago.
— NO PIENSO TRAGARME UN JODIDO TENEDOR — le respondo con un tono igual de alto que el suyo para que me oiga. Maldita sea, ¿pero cómo se le ocurren esas cosas? — Tranquilízate.— Esta vez le agarro las manos, pero no para hacer ninguna caricia como antes, sino para intentar que se tranquilice. — No me va a pasar nada. ¿De verdad crees que Jamie dejaría morir a su hijo, e incluso al resto, después de decir tantas veces que no va a pasarnos nada? — Ha perdido a demasiados hijos como para perder al único que le queda. — Sabes lo que opino de los Juegos, lo que siempre he opinado, pero estos son diferentes. — Y es cierto. Además, no soy un inútil, sé cómo golpear y defenderme, en el caso de que hiciera falta. Sobreviví a una guerra y a decenas de actos rebeldes; no moriría en unos estúpidos Juegos en el caso de que todo fuera como ella está pensando.
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No puedo evitar sonreír un poco cuando pregunta de qué forma me lo pagará. Todavía no lo he pensado, pero no voy a decirle eso, claro, una reputación es una reputación y hay que mantenerla aunque sepas que no la merezcas. Es por eso por lo que me envuelvo en un halo de misterio y me encojo de hombros. - Si te lo dijera ya no tendría gracia - Y le guiño un ojo de forma casi imperceptible mientras me doy la vuelta, dando por zanjado ese tema. Podría seguir así todo el día, porque me divierte, pero sé cómo acabaría todo al final, y además llevo repitiéndome todo el rato que tengo algo importante que decirle, así que lo mejor es dejarlo en este punto. Aunque no tenga ni idea de cómo, sí que pienso vengarme por esto, pero como nuestros encuentros ahora más que nunca se suelen alargar más de lo previsto, ya tendré tiempo para pensarlo.
Me río cuando dice lo del diario al imaginármelo y me acerco un poco a él como si lo que fuera a decirle fuera un auténtico secreto. - Me parece bien que lo escribas, pero recuerda que las lágrimas corren la tinta, vas a tener que llevar pañuelos - Y mientras lo digo le paso un paquete de pañuelos que en realidad es suyo, porque lo he cogido de encima de la mesa. Oficialmente, creo que este es el momento en el que la situación se me ha ido de las manos, así que me pongo del todo seria porque las circunstancias lo piden. Hablar de alguien que está muerto como si no lo estuviera es algo que requiere una seriedad que yo no estoy acostumbrada a tener cuando estoy con Riorden, ambos acabamos bromeando con todo, probablemente porque sabemos que si nos ponemos serios saldrán a la luz temas que nos harán llevar esa seriedad al extremo, porque extremos son esos temas. Es algo que ninguno de los dos queremos, ya tuvimos bastante con el día de la muerte de mi madre, y eso que pasó hace ¿un año? Puede que más, puede que menos, me alegro de no contarlo.
Cuando me acaricia la mano cierro durante unos segundos los ojos, porque aunque odie reconocerlo a veces necesito esas muestras de cariño, por pequeñas e insignificantes que parezcan, de las personas que me importan. No hace falta decir que Riorden es una de ellas, y aunque parezca una estupidez eso me ayuda a calmarme. Esa reacción contrasta un poco con la que acabo teniendo cuando menciona al gobierno, y posteriormente su opinión acerca de la mía propia y su condición de ministro. - Oh, perdone señor ministro, deténgame por favor - Dramatizo de forma satírica, a pesar de que sé que le va a molestar, pero ¿cómo puede ser ministro de ese tipo de gobierno? Estoy de acuerdo con muchísimas de las cosas que ha hecho Jamie Niniadis, y lo prefiero antes que a los Black, pero hay dos de ellas que no me parecen bien. La primera es esclavizar a los humanos, y la segunda celebrar juegos mágicos. Sé que no debería decirlo en voz alta porque ahora mismo podría estar muerta, y además ha sido una falta de respeto hacia él. No puedo seguir aguantando su mirada de reproche, por lo que acabo rodando los ojos. - Vaaaaaale, deja de mirarme así. Lo siento, no volveré a decir nada de eso. ¿Contento? - Pongo una mano en el corazón como si fuera una especie de juramento. Lo mío no es disculparme, pero sentí que tenía que hacerlo
Acabo arrepintiéndome un poco de haberle pedido disculpas, porque las cosas acaban de cambiar drásticamente, y ya no sé quién tiene que pedirle disculpas a quién. - Si prefieres el váter allá tú, ya me contarás qué tal te va - He bajado el tono de mi voz porque me he hecho daño en la garganta al gritar tan de repente. Unos segundos después eso me da igual, porque vuelvo a subir el volumen más incluso que la primera vez. - Y UNA MIERDA, NO PIENSO TRANQUILIZARME - Aunque el contacto de sus manos con las mías vuelve a hacer que me relaje de alguna manera u otra, cosa que parecía imposible. Respiro hondo un par de veces y intento tragarme la rabia que ahora mismo siento. - Tus ideales te ciegan, Riorden. No entiendes lo peligroso que es por mucho que digan lo contrario. En la edición pasada tampoco iba a morir nadie. Hay cosas que Jamie no puede controlar - Acabo dando un tirón para liberar mis manos de las suyas y me doy la vuelta, dándole la espalda a mi amigo porque no quiero que vea en mi cara lo dolida que estoy. - Si te pasa algo... - Prefiero no continuar la frase porque prefiero no imaginar que le va a pasar algo, sólo de pensar que pierdo a alguien más ahí dentro se me hace un nudo en la garganta.
Me río cuando dice lo del diario al imaginármelo y me acerco un poco a él como si lo que fuera a decirle fuera un auténtico secreto. - Me parece bien que lo escribas, pero recuerda que las lágrimas corren la tinta, vas a tener que llevar pañuelos - Y mientras lo digo le paso un paquete de pañuelos que en realidad es suyo, porque lo he cogido de encima de la mesa. Oficialmente, creo que este es el momento en el que la situación se me ha ido de las manos, así que me pongo del todo seria porque las circunstancias lo piden. Hablar de alguien que está muerto como si no lo estuviera es algo que requiere una seriedad que yo no estoy acostumbrada a tener cuando estoy con Riorden, ambos acabamos bromeando con todo, probablemente porque sabemos que si nos ponemos serios saldrán a la luz temas que nos harán llevar esa seriedad al extremo, porque extremos son esos temas. Es algo que ninguno de los dos queremos, ya tuvimos bastante con el día de la muerte de mi madre, y eso que pasó hace ¿un año? Puede que más, puede que menos, me alegro de no contarlo.
Cuando me acaricia la mano cierro durante unos segundos los ojos, porque aunque odie reconocerlo a veces necesito esas muestras de cariño, por pequeñas e insignificantes que parezcan, de las personas que me importan. No hace falta decir que Riorden es una de ellas, y aunque parezca una estupidez eso me ayuda a calmarme. Esa reacción contrasta un poco con la que acabo teniendo cuando menciona al gobierno, y posteriormente su opinión acerca de la mía propia y su condición de ministro. - Oh, perdone señor ministro, deténgame por favor - Dramatizo de forma satírica, a pesar de que sé que le va a molestar, pero ¿cómo puede ser ministro de ese tipo de gobierno? Estoy de acuerdo con muchísimas de las cosas que ha hecho Jamie Niniadis, y lo prefiero antes que a los Black, pero hay dos de ellas que no me parecen bien. La primera es esclavizar a los humanos, y la segunda celebrar juegos mágicos. Sé que no debería decirlo en voz alta porque ahora mismo podría estar muerta, y además ha sido una falta de respeto hacia él. No puedo seguir aguantando su mirada de reproche, por lo que acabo rodando los ojos. - Vaaaaaale, deja de mirarme así. Lo siento, no volveré a decir nada de eso. ¿Contento? - Pongo una mano en el corazón como si fuera una especie de juramento. Lo mío no es disculparme, pero sentí que tenía que hacerlo
Acabo arrepintiéndome un poco de haberle pedido disculpas, porque las cosas acaban de cambiar drásticamente, y ya no sé quién tiene que pedirle disculpas a quién. - Si prefieres el váter allá tú, ya me contarás qué tal te va - He bajado el tono de mi voz porque me he hecho daño en la garganta al gritar tan de repente. Unos segundos después eso me da igual, porque vuelvo a subir el volumen más incluso que la primera vez. - Y UNA MIERDA, NO PIENSO TRANQUILIZARME - Aunque el contacto de sus manos con las mías vuelve a hacer que me relaje de alguna manera u otra, cosa que parecía imposible. Respiro hondo un par de veces y intento tragarme la rabia que ahora mismo siento. - Tus ideales te ciegan, Riorden. No entiendes lo peligroso que es por mucho que digan lo contrario. En la edición pasada tampoco iba a morir nadie. Hay cosas que Jamie no puede controlar - Acabo dando un tirón para liberar mis manos de las suyas y me doy la vuelta, dándole la espalda a mi amigo porque no quiero que vea en mi cara lo dolida que estoy. - Si te pasa algo... - Prefiero no continuar la frase porque prefiero no imaginar que le va a pasar algo, sólo de pensar que pierdo a alguien más ahí dentro se me hace un nudo en la garganta.
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Con Jessica las cosas siempre han sido de una manera un tanto peculiar. Pocas veces hemos tenido una conversación seria y, aun así, nos conocemos a la perfección. Puedo incluso reconocer cuán enfadada está según su tono rojizo de pelo. ¿Cuántas personas pueden hacer eso con tanta facilidad? Y no tiene nada que ver con que yo también sea metamorfomago, porque la magia de una persona siempre es diferente a la de otro. Más de una vez me gustaría que pudiéramos practicar juntos, enseñarle alguno de mis trucos porque a fin de cuentas, ella ha crecido en un mundo con la magia prohibida, mientras que yo crecí en un mundo desolado, pero con libertad para practicar todo lo que se me antojara. Además, tenía a Aaron conmigo, que siempre acababa enseñándome alguno de sus puntos fuertes. Sin embargo, siempre se dejaba una señal de identidad, que en su caso consistía en tener los mechones del flequillo de otro color diferente al resto del cabello. De nacimiento los tiene rubios, pero no siempre los lleva así cuando se transforma, sino que únicamente lo deja de un color diferente al resto del pelo. Eso es en lo que principalmente me fijo cuando voy a cualquier Distrito en su búsqueda, y la descripción que le di a Owen para que preguntara por Europa. Incluso a Raphael, que no es que tenga contactos en el exterior.
— Sabes que nunca lo haría. No te pondría en peligro. — Sé que ahora mismo no está hablando en serio, pero debe saberlo. Me importa demasiado como para hacer cualquier cosa, por doloroso o molesto que sea lo dice. Pocas personas pueden manipularme de esta manera, y literalmente puedo contarlas con los dedos de una mano. No obstante, a veces sería mejor si no fuera de esta forma. Si me hubiera chivado a Jamie de las andadas de Aaron, ahora no estaríamos en esta situación, y quizá hasta le habría perdonado si hubiera convencido a mi hermano de declararse culpable y únicamente tener que pasar un tiempo en Alcatraz. Aun así, sé que nada de esto es culpa mía. — Más o menos — respondo a su pregunta y me encojo ligeramente de hombros, sin apartar los ojos de los suyos en ningún momento porque temo que en cualquier instante empiece a mirarme mal otra vez, y juzgarme por algo que estoy seguro que ni siquiera comprende al cien por cien. La verdad es que ahora mismo me arrepiento totalmente de haberle dicho la verdad, y quizá las cosas habrían sido mejores si directamente se hubiera enterado cuando ya fuera demasiado tarde, al verme en televisión, en las entrevistas. Quizá así no habría tenido tiempo de pensar y lo habría asimilado con más rapidez.
Suelto un bufido cuando deja caer lo del váter otra vez, y ruedo los ojos. — Si quisiera ahogarme, me iría a la playa del Capitolio o del 4, que es más higiénico. — Especialmente el Capitolio con lo maniáticos que son algunos. — Y tranquilízate de una maldita vez — gruño entre dientes, esta vez sin alzar la voz porque así no vamos a ninguna parte. — Ni siquiera conoces a Jamie. Solo la has visto alguna vez de lejos y lo que ves por televisión, nada más — protesto. Estoy hasta a punto de decirle que ella no es la única que ha perdido a un ser querido en los Juegos, porque Jamie perdió a un hijo en los mismos que ella, pero finalmente no digo nada a tiempo porque solo empeoraría las cosas y todo esto sería un desastre aún peor. — Yo la conozco desde hace años. — Puede que por aquel entonces quien mandara fuera Jared, pero la conocía, a fin de cuentas. Y sí, Jamie ha cambiado por ciertas circunstancias, pero nos ha dado lo que nos prometió. Al final, niego nada más escuchar su comentario, y me aproximo hacia ella, pero manteniendo las distancias por si se vuelve a poner a gritar. — No me pasará nada — repito para dejarlo claro, y esta vez ni me importa porque me acerco a ella lo suficiente como para besarla durante unos escasos segundos. Después de eso, me desaparezco para ir a mi despacho. Sé perfectamente que este no ha sido el momento ideal, y no quiero que se enfade a gritos por esto... no otra vez. Mi cabeza no lo aguantaría más.
— Sabes que nunca lo haría. No te pondría en peligro. — Sé que ahora mismo no está hablando en serio, pero debe saberlo. Me importa demasiado como para hacer cualquier cosa, por doloroso o molesto que sea lo dice. Pocas personas pueden manipularme de esta manera, y literalmente puedo contarlas con los dedos de una mano. No obstante, a veces sería mejor si no fuera de esta forma. Si me hubiera chivado a Jamie de las andadas de Aaron, ahora no estaríamos en esta situación, y quizá hasta le habría perdonado si hubiera convencido a mi hermano de declararse culpable y únicamente tener que pasar un tiempo en Alcatraz. Aun así, sé que nada de esto es culpa mía. — Más o menos — respondo a su pregunta y me encojo ligeramente de hombros, sin apartar los ojos de los suyos en ningún momento porque temo que en cualquier instante empiece a mirarme mal otra vez, y juzgarme por algo que estoy seguro que ni siquiera comprende al cien por cien. La verdad es que ahora mismo me arrepiento totalmente de haberle dicho la verdad, y quizá las cosas habrían sido mejores si directamente se hubiera enterado cuando ya fuera demasiado tarde, al verme en televisión, en las entrevistas. Quizá así no habría tenido tiempo de pensar y lo habría asimilado con más rapidez.
Suelto un bufido cuando deja caer lo del váter otra vez, y ruedo los ojos. — Si quisiera ahogarme, me iría a la playa del Capitolio o del 4, que es más higiénico. — Especialmente el Capitolio con lo maniáticos que son algunos. — Y tranquilízate de una maldita vez — gruño entre dientes, esta vez sin alzar la voz porque así no vamos a ninguna parte. — Ni siquiera conoces a Jamie. Solo la has visto alguna vez de lejos y lo que ves por televisión, nada más — protesto. Estoy hasta a punto de decirle que ella no es la única que ha perdido a un ser querido en los Juegos, porque Jamie perdió a un hijo en los mismos que ella, pero finalmente no digo nada a tiempo porque solo empeoraría las cosas y todo esto sería un desastre aún peor. — Yo la conozco desde hace años. — Puede que por aquel entonces quien mandara fuera Jared, pero la conocía, a fin de cuentas. Y sí, Jamie ha cambiado por ciertas circunstancias, pero nos ha dado lo que nos prometió. Al final, niego nada más escuchar su comentario, y me aproximo hacia ella, pero manteniendo las distancias por si se vuelve a poner a gritar. — No me pasará nada — repito para dejarlo claro, y esta vez ni me importa porque me acerco a ella lo suficiente como para besarla durante unos escasos segundos. Después de eso, me desaparezco para ir a mi despacho. Sé perfectamente que este no ha sido el momento ideal, y no quiero que se enfade a gritos por esto... no otra vez. Mi cabeza no lo aguantaría más.
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No digo nada ante su respuesta, bajo la mirada y jugueteo con mi pelo pasándolo entre mis dedos. No sé qué debería decir, sé que no me pondría en peligro porque yo tampoco lo haría con él, pero en cambio está más que comprobado que él no duda en ponerse en peligro a sí mismo, y ese es el problema, que ya no sé qué tengo que hacer para que abra los ojos y deje de apoyar al gobierno con una fe tan ciega. Entiendo que sea su gobierno, sus ideales, su fe, pero no lo comparto y creo que nunca lo haré. Me río un poco de forma amarga cuando prácticamente dice que aún no está contento. Esto no hace más que corroborar lo que pienso, que está demasiado obcecado en ese gobierno y en defenderlo. Yo también tengo mis ideales, también soy una persona muy tozuda, pero jamás dejaría que eso me afectase a nivel personal. Sin embargo, no digo nada más sobre eso porque no sé qué puedo decir que no haya dicho ya. Le he pedido disculpas y las ha aceptado más o menos. Con eso me puedo dar por satisfecha teniendo en cuenta con quién trato, y que al haber dicho eso es como si le hubiera insultado, algo que ni siquiera se me ocurrió pensar cuando lo dije.
Frunzo el ceño cuando escucho por enésima vez que me tranquilice. - Parad todos de decir eso, estoy muy tranquila - No sé qué pasa pero últimamente casi todas las personas con las que he hablado han pronunciado ese verbo o similares refiriéndose a mí. Tal vez sea verdad que me altero con relativa facilidad, pero esta vez creo que tengo razones de sobra para hacerlo. Mi mejor amigo -o lo que sea Riorden- casi muere allí, un miembro de su familia también murió allí, hermana murió allí, yo misma casi muero allí. Nos convirtió a los dos en asesinos, por mucho que nos convenzamos de lo contrario. Hay tanta gente que ha perdido la vida ahí dentro que me parece una falta de respeto ya no sólo para él mismo sino para el resto de la gente que ha tenido la mala suerte de cruzar su destino con esos malditos juegos. Sé que lo hace por ayudar, porque de verdad quiere que toda esta transición tenga éxito, pero me molesta, sí. No voy a negarlo, y menos a esconderlo.
Le miro fijamente a los ojos alzando las cejas cuando defiende de esa forma a Jamie, más que sorprendida, dolida. Niego con la cabeza mientras me llevo la mano al rostro, cerrando los ojos y rozando mis párpados con los dedos hasta llegar al puente de la nariz. - No me lo puedo creer... - No estoy segura de a cuánta gente sería capaz de defender como lo hace con ella, y prefiero vivir en la ignorancia en ese aspecto. - Los hechos dicen mucho de las personas - Espeto fijando de nuevo mi mirada en sus ojos. - Además, no me hace falta conocerla para saber que no tiene control sobre todas las cosas. Vosotros pudisteis entrar en mi arena, habrá gente que pueda hacer lo mismo con la vuestra - Sé que no es lo mismo porque los suyos se prepararon durante años para tener esa fuerza de ataque, y porque probablemente Jamie tenga mil veces más seguridad después de aquello, y porque según la televisión no estarán en un recinto cerrado encerrados todo el rato. Da igual, siempre cabe la posibilidad. Puede pasar cualquier cosa y eso es lo que me preocupa.
El beso me pilla completamente desprevenida, y más aún su posterior desaparición. No sé cómo pero el enfado desaparece parcialmente tan pronto como vino. Me quedo parada en el salón de su casa sin saber muy bien qué hacer, hasta que escucho sus pasos encima de mí. Si no recuerdo mal encima del salón está su despacho, por lo que hago lo propio y me aparezco allí. Efectivamente, le veo de pie detrás del escritorio. Me acerco a él, aunque dejando la mesa de por medio y apoyo las manos en ésta, quedándome callada durante unos segundos y mirándole. - Ni un rasguño ¿me oyes? Ni un solo golpe, gota de sangre, costilla rota o lo que sea - Levanto un dedo a modo de amenaza, aunque acabo suavizando un tanto mi expresión, sorteando la mesa y aproximándome hacia él hasta que solo nos separan unos centímetros. Veo tan clara la oportunidad que me acerco hasta que nuestros labios se rozan, y en el momento en el que noto el contacto con ellos me desvío hacia su mejilla y acabo dándole el beso ahí. Me separo al tiempo que sonrío de lado. - Me doy por pagada - Doy un par de pasos atrás y desaparezco de allí, acabando en el salón de mi propia casa en el capitolio e imaginando su cara por unos instantes. No sé cómo pero al final siempre acaba consiguiendo que sólo recuerde todo lo bueno que me ha aportado, dejando a un lado cosas como esta.
Frunzo el ceño cuando escucho por enésima vez que me tranquilice. - Parad todos de decir eso, estoy muy tranquila - No sé qué pasa pero últimamente casi todas las personas con las que he hablado han pronunciado ese verbo o similares refiriéndose a mí. Tal vez sea verdad que me altero con relativa facilidad, pero esta vez creo que tengo razones de sobra para hacerlo. Mi mejor amigo -o lo que sea Riorden- casi muere allí, un miembro de su familia también murió allí, hermana murió allí, yo misma casi muero allí. Nos convirtió a los dos en asesinos, por mucho que nos convenzamos de lo contrario. Hay tanta gente que ha perdido la vida ahí dentro que me parece una falta de respeto ya no sólo para él mismo sino para el resto de la gente que ha tenido la mala suerte de cruzar su destino con esos malditos juegos. Sé que lo hace por ayudar, porque de verdad quiere que toda esta transición tenga éxito, pero me molesta, sí. No voy a negarlo, y menos a esconderlo.
Le miro fijamente a los ojos alzando las cejas cuando defiende de esa forma a Jamie, más que sorprendida, dolida. Niego con la cabeza mientras me llevo la mano al rostro, cerrando los ojos y rozando mis párpados con los dedos hasta llegar al puente de la nariz. - No me lo puedo creer... - No estoy segura de a cuánta gente sería capaz de defender como lo hace con ella, y prefiero vivir en la ignorancia en ese aspecto. - Los hechos dicen mucho de las personas - Espeto fijando de nuevo mi mirada en sus ojos. - Además, no me hace falta conocerla para saber que no tiene control sobre todas las cosas. Vosotros pudisteis entrar en mi arena, habrá gente que pueda hacer lo mismo con la vuestra - Sé que no es lo mismo porque los suyos se prepararon durante años para tener esa fuerza de ataque, y porque probablemente Jamie tenga mil veces más seguridad después de aquello, y porque según la televisión no estarán en un recinto cerrado encerrados todo el rato. Da igual, siempre cabe la posibilidad. Puede pasar cualquier cosa y eso es lo que me preocupa.
El beso me pilla completamente desprevenida, y más aún su posterior desaparición. No sé cómo pero el enfado desaparece parcialmente tan pronto como vino. Me quedo parada en el salón de su casa sin saber muy bien qué hacer, hasta que escucho sus pasos encima de mí. Si no recuerdo mal encima del salón está su despacho, por lo que hago lo propio y me aparezco allí. Efectivamente, le veo de pie detrás del escritorio. Me acerco a él, aunque dejando la mesa de por medio y apoyo las manos en ésta, quedándome callada durante unos segundos y mirándole. - Ni un rasguño ¿me oyes? Ni un solo golpe, gota de sangre, costilla rota o lo que sea - Levanto un dedo a modo de amenaza, aunque acabo suavizando un tanto mi expresión, sorteando la mesa y aproximándome hacia él hasta que solo nos separan unos centímetros. Veo tan clara la oportunidad que me acerco hasta que nuestros labios se rozan, y en el momento en el que noto el contacto con ellos me desvío hacia su mejilla y acabo dándole el beso ahí. Me separo al tiempo que sonrío de lado. - Me doy por pagada - Doy un par de pasos atrás y desaparezco de allí, acabando en el salón de mi propia casa en el capitolio e imaginando su cara por unos instantes. No sé cómo pero al final siempre acaba consiguiendo que sólo recuerde todo lo bueno que me ha aportado, dejando a un lado cosas como esta.
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