The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Ya han pasado varios meses desde que conocí a Jessica aquel día en el callejón. Desde entonces, la gran parte de mi tiempo la dedico a estar con ella, haciendo lo que sea, entrenar, ir a dar una vuelta... Nunca llegué a pensar que esta chica podría llegar a convertirse en una amiga, en realidad, es más que eso, es como una hermana. No es que se comporte como mis hermanas porque son completamente distintas, pero su compañía hace que me sienta como si lo fuera. Con el tiempo me he dado cuenta de que ella puede que sea la única razón por la que salgo de casa, en ese sentido soy poco sociable. Estoy segura de que si me diera la gana podría estar con mucha más gente, pero no es lo mismo, es cómo si ella me entendiera a la perfección a pesar de que no le he dicho que soy humana. Creo que lo sospecha aunque no me lo pregunte, nunca hablamos de la magia y cuando lo hacemos, no soy yo la que empieza con el tema.

Llevo ya unas semanas pensando en que ésta mentira no durará por mucho tiempo más. No sé si contárselo a Jessica o no, no sé como reaccionaría. Se me han ocurrido varias ideas que si se me hubieran pasado por la cabeza tiempo atrás, hubiera pensado que eran descabelladas. Pero ahora, esas ideas no me lo parecen para nada. Técnicamente estoy haciendo daño a toda la gente que se relacionan conmigo. Si alguien descubre lo que soy, cualquiera que haya tenido algo que ver conmigo podrían considerarlo como un traidor, por mi culpa. Por eso que mis ideas no me parecen del todo una mala idea, pero está claro que no puedo contárselo a nadie, o aún no, por lo menos.

No sé cómo, ni por qué, pero termino por bajar las escaleras de la casa e ir al salón. Como de costumbre, estoy sola en casa. No me molesta la soledad, pero hoy me resulta completamente agobiante. Acabo por buscar entre todas las estanterías, cajones, estantes de la habitación en buscar de algo que hacer para distraerme, lo que sea. En una de las esntatería, encuentro un mogollón de películas de todas las clases, desde aventuras, hasta comedias románticas, pero todas son antiguas. Acabo rebuscando entre ellas para encontrar una que no tiene tan mala pinta como las otras. La mirada del diablo. Leo el resumen de atrás varias veces porque en un principio no entiendo nada. Al final consigo entender más o menos de qué trata, pero ver una película de terror sola no puede ser más triste. Sonrío para mí cuando una idea pasa por mi cabeza de forma fugaz.

- ¿Te apetece ver una película conmigo y mi acogedor salón? - suelto con una sonrisa divertida cuando la figura de Jessica me abre la puerta. Sé que no le gustan demasiado las películas de terror, pero por eso exactamente no le digo en un principio de qué va. Cuando me mira alzando una ceja sé lo que eso significa, así que no dudo en volver a atacar. - Venga, por favor, será divertido, y... tengo palomitas en casa - vuelvo a sonreír como si fuera una niña pequeña pidiendo un caramelo.
Alice D. Whiteley
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
Estoy otra vez en ese claro, rodeada de osos gigantescos, de lobos con colmillos enormes, de rastrevíspulas zumbando en mi oído y creando una atmósfera aún más contaminada para lo que sé que voy a presenciar. Hace mucho que soy consciente de que esto no es real, no sé por qué pero siempre que tengo una de estas pesadillas me doy cuenta al instante de que lo es, y que no es real. Pero aún así no quiero despertar, aunque podría. Me torturo a mí misma viéndolo una y otra vez. Viendo a Kayla caer, su pelo desparramarse con un brillo rojizo por el suelo, miles de insectos a su alrededor, ver como el tiempo parece ralentizarse mientras corro hacia ella, como hasta los mutos parecen detenerse para sonreírme con burla, recordándome que ha sido mi culpa. Siento de nuevo las lágrimas caer por mi rostro como si de verdad estuvieran ahí. Lo siento tan real que casi consigo olvidar que es un sueño, pero hay algo que no cuadra. Es el sonido de las rastrevíspulas. El sonido que hacen es mucho más intenso que por aquel entonces, pero es como si mi cerebro hubiera asociado ese sonido con el dolor, con la pena, con la tortura. Es por eso que siempre acabo despertando cuando ese sonido se vuelve ensordecedor, cuando un nudo se me forma en la garganta y apenas puedo respirar. Y una vez más, es así como abro los ojos.

Estoy tan acostumbrada que no hago ningún movimiento, a parte claro del de abrir los ojos. Solo me quedo ahí, pensando que hay algo diferente. ¿Es que me estoy volviendo más loca o el sonido sigue ahí? Escucho con más atención, pero solo es la lluvia golpeando el cristal. Son sonidos completamente diferentes, pero últimamente suena en todas partes, a todas horas. Sacudo un poco la cabeza y me acomodo el pelo en un moño despeinado para despejarme y estar más cómoda. Voy a la cocina y me hago algo de comer. No tengo muchas dotes de cocinera, ni apetito, así que acabo comiendo un sándwich de todo lo que pillo. Tan solo unos instantes después de terminar y sentarme en el sofá llaman a la puerta. Frunzo el ceño y me levanto, pensando que será alguien que quiere venderme el último modelo de robots de cocina. Abro la puerta preparando una frase que le haga irse de inmediato cuando veo una cara que me resulta familiar. No me da tiempo a saludar, ni a hacer ni decir nada, en realidad, porque antes de abra la boca su propuesta ya ha salido de la suya. Alzo una ceja al oír lo que viene a proponerme, pero me conoce lo suficiente como para no dejar que diga no a la primera, porque si digo una vez no, es no para siempre.

Suspiro y me apoyo en el marco de la puerta. - Primero de todo, hola a ti también. Segundo, no me gustan las películas. Tercero, acabo de comer ¿qué te hace pensar que quiero palomitas? - Aunque intento ponerme seria, sé que notará que miento, porque sí, me apetecen palomitas, y tengo hambre, y no me desagradan del todo las películas. Le cierro la puerta en las narices, para que piense que es un no rotundo, aunque lo hago para ir a vestirme y calzarme. No tardo más de un par de minutos, y por suerte cuando vuelvo a abrir la puerta Alice sigue ahí. Sonrío y cierro la puerta tras de mí. - ¿Nos vamos o vas a quedarte ahí esperando todo el día? - Me río y finjo correr hasta su casa, como si estuviera haciendo una carrera con ella. Alice tiene el don de volver a hacerme sentir pequeña, de olvidar todo lo malo, y esa es una de las cosas que más me gustan de estar con ella.
Jessica D. Voznesenskaya
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Lleva un rato lloviendo, y aunque no me moleste, me estoy empapando y Jessica no parece que tenga muchas ganas de salir de casa. Sigo con mi cara de cachorrito indefenso debajo de la lluvia, peeero, me cierra la puerta en las narices, lo que me hace echarme un poco hacia atrás del portazo. Suspiro y vuelvo a llamar al timbre, tantas veces como haga falta, acabará por abrirme de nuevo. Cuando lo hace, veo que se ha cambiado de ropa, y que incluso se ha puesto los zapatos. En el fondo sabía que no me iba a dejar tirada, muy, muy en el fondo. Echa a correr bajo de la lluvia antes de que pueda darme cuenta me lleva unos cuantos metros por delante. Me río y corro en su dirección hasta la puerta de mi propia casa, que para el caso está a pocos metros de la de Jessica.

Saco las llaves de mi bolsillo y la meto en la ranura. Abro y dejo entrar primero a mi invitada y después de entrar yo la cierro con el pie mientras me quito la chaqueta y la dejo encima de la barandilla de las escaleras que dan al piso superior. - Mi casa es tu casa - lleva viniendo tantos días a mi casa que ya no hace falta ni que se lo diga, pero bueno. También me quito los zapatos y los dejo en algún sitio de por ahí. Llevo a Jessica al salón y cojo la película que dejé en la mesa. - Ya sé que no te gustan demasiado las películas de miedo, pero me dirás que ésta - la señalo con un dedo - , no tiene buena pinta - antes de que ella la pueda coger y leer la parte de atrás (obviamente se negaría si se lo dejo leer), la agarro del brazo y la llevo por todo el pasillo hasta la cocina.

- Busca por ahí en los armarios, tiene que haber patatas de algún tipo, creo recordar - digo mientras yo misma abro uno para coger las palomitas. No tardo en quitarles el plástico y meterlas en el microondas. Saco vasos, platos, y boles. Lleno mi vaso de Coca-Cola. - ¿Qué quieres para beber, Jess? - me encanta el ruido que hacen las palomitas al hacerse, y también el olor. Cuando acaban de hacerse las primeras, meto otras y vuelvo a poner el tiempo. Vuelvo a hacer lo mismo con otro paquete, pero, lo dejo demasiado tiempo y comienza a oler a quemado por toda la cocina. Suelto un grito ahogado por una risa y corro para abrir la puerta que da a la terraza. Me acerco a la vez que Jessica al microondas y la miro con cara de preocupación a la vez que a punto de estallarme de risa. - ¿Crees que se notará el olor cuando vuelva mi padre? - alzo las cejas.

Después de quitar las palomitas quemadas, y de tener las otras en un bol, Jessica pone las patatas en varios platos. - Mmmm... ¿Será suficiente? - obviamente lo es, incluso nos va a sobrar, pero por un día que hacemos algo así, no pasará nada. Lo único que espero es que el olor a quemado se esfume antes de que llegue Allen.
Alice D. Whiteley
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
Me río cuando llego a la puerta y miro que a ella aún le quedan unos segundos para llegar. Le saco la lengua, burlona, y me río aún más fuerte. - ¡He ganado! - Le digo, como si esto fuera un carrera desde el principio y lo hubiésemos acordado desde antes. Cuando llega a la puerta le dejo sitio para que abra. La lluvia apenas me ha mojado, pero sigue haciendo algo de frío de todos modos. Caigo en la cuenta de que aún llevo el rudimentario moño que me hice para ir por casa, y que estará medio deshecho, pero no me lo quito de todas formas, no me importa si es Alice la única que me va a ver. Entro en casa antes que ella, como me da a entender su gesto. Una señorita muy educada - Le digo con una sonrisilla. Había estado más veces aquí, y me sé de memoria dónde está cada habitación. Cuando dice que su casa en mi casa, sonrío un poco, porque es una frase que vimos en una de nuestras películas favoritas.

Ladeo la cabeza para ver mejor la película que me enseña, pero en realidad no logro observarla bien porque me la quita antes de nada. Me encojo de hombros y voy a donde ella va. Paso a la cocina, entonces, y dejo que ella haga todas las palomitas mientras yo voy poniendo las bolsas de patatas en los platos que ha dispuesto en la encimera. Me lo pienso un poco cuando pregunta qué quiero de beber. . - Hmmmm… ¿Zumo de naranja?- Le digo, preguntando para ver si tiene y si está de acuerdo con mi elección. Luego continúo poniendo todas las patatas que puedo en los platos. De repente, la casa empieza a oler un poco raro, como a quemado. Las dos nos miramos a la vez y pegamos un pequeño grito mezclado con la risa. Corremos hacia el microondas. Sí, efectivamente se han quemado. No puedo evitar la carcajada.

Cuando pregunta si se notará el olor hago una mueca. . - ¿Prefieres la verdad o la mentira de consolación?- Sonrío de lado, y corro hacia donde sé que hay un ambientador en spray. Lo echo por toda la cocina hasta que creo que ya no huele y me froto las palmas de las manos satíricamente. . - Listo- Le digo, orgullosa de mí misma. Asiento enérgicamente cuando dice que si será suficiente. . - Será más que suficiente… - Cojo todos los platos que me caben en manos y brazos y los pongo en la mesa del salón. . - ¿Empezamos? Puedes poner la película cuando quieras, y más vale que me guste, bichito - Le digo con tono de amenaza fingido. Espero a que la ponga sentada en el sofá, y me tapo un poco con una manta, esperando a que Alice haga lo mismo.
Jessica D. Voznesenskaya
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Aunque prefiero la mentira de consolación, tampoco es algo tan grave como para no elegir la verdad, cosas peores me han soltado a la cara con menos de ¿siete años? Como que mi pez de colores llamado Billy se murió porque mi hermano lo usó de cebo. Aquello fue una muerte trágica y que mi pequeño corazoncito de niña llorona no pudo soportar. Pero mi madre tuvo la gran idea de hacerle un pequeño ataúd en vez de tirarlo por el retrete como mi hermano mayor propuso. Después de eso, nunca jamás quise volver a tener animales, aunque ahora que no tengo más que la compañía de los cuadros que cuelgan de mi cuarto (por alguna extraña razón están ahí desde que vinimos a vivir aquí), se me está antojando un gato, o quizás un perro.

Le sirvo el vaso de zumo casi al tope, y por si acaso, cojo la botella por si se nos acaba. Soy de las que beben mucho viendo una película, qué se le va a hacer. También intento coger las palomitas, pero como llevo tantas cosas encima, no puedo remediar que muchas de ellas se caigan al suelo. Razones como éstas son por las que quiero tener un perro. - Bueno... Esto luego se barre - comento tras ver la cara de Jessica a punto de estallarse en mi cara. Dejo las palomitas, los vasos y la botella encima de la mesa mientras ella se acomoda en el sofá. Sonrío de lado tras su comentario. - Te va a encantar, ¿o no confías en mí? - la verdad es que no sé bien si le va a gustar o no. No contiene imágenes demasiado desagradables en la portada, aunque quizás esté dejando de lado la pequeña advertencia en la esquina derecha que dice: No apta para menores de dieciocho. Y aunque Jessica tenga edad de sobra, yo sigo siendo menor de edad.

Pongo el disco en la ranura que sale del vídeo, cojo el mando y apago la luz, lanzándome hacia el sofá lo más rápido que puedo. De pequeña me daba miedo apagar la luz si no estaba en la cama, y cada vez que tenía que apagarla yo, corría y pegaba un salto para meterme debajo de la manta, cómo si debajo de ella estuviera en el lugar más seguro del mundo. Las costumbres no se pierden, aunque a diferencia, esto es un salón, y no una habitación y que la televisión está encendida. En fin. Agarro un cuenco de palomitas y lo pongo entre Jessica y yo misma. Cuando la película empieza, no se oye más que nuestras bocas masticar el maíz y el ruido que hace alguna de las dos al moverse para alcanzar el vaso de zumo.

Pego algún que otro grito, me abrazo al cojín que tengo entre mis manos e incluso me tapo con él cuando hay algo que no quiero ver porque me da escalofríos. Llega un momento de la película en el que no pasa nada interesante, así que decido aprovechar la situación. - ¿Quién es ese tal Riorden? - alzo una ceja y no puedo evitar sonreír de forma perspicaz. Le he visto con ese chico varias veces y no sé lo que se traen entre manos. - ¿Eh? ¿Quién es? - me río y a la par le lanzo una palomita a la cara mientras me llevo otro puñado a la boca.
Alice D. Whiteley
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
Suelto nuevamente una carcajada cuando dice que luego se barre, tanto por el tono que usa como porque es algo que yo siempre digo cuando pasa en mi casa, y me parece ya una coletilla, como tantas otras que tenemos en común. Cuando llego al salón miro tras de mí, y sonrío cuando veo que las únicas palomitas que se han caído son las de su bol, las mías están todas intactas. Supongo que eso de entrenar casi todos los días empieza a dar sus frutos de una manera menos agresiva que de costumbre. A veces voy con Alice y le enseño un poco el manejo de todas las armas que considero oportunas teniendo en cuenta la edad que tiene. La que más le gusta a ella y a mí es el cuchillo. Armas pequeñas y considerablemente ligeras en comparación con otras, que pueden lanzarse a mayor distancia, y si trabajas la puntería te puedes ser más de utilidad que cualquier otra, a mí parecer. También quiero aprender a usar bien el arco y las flechas. No deben de ser muy diferentes a los cuchillos, puesto que la puntería también es la habilidad que se necesita. Además, el arco es lo que usaba Kayla en los juegos, fue con lo que trató de defenderse. Si ella no logró usarlo con perfección, quiero terminar la tarea que comenzó, si somos gemelas eso es lo que debo hacer. Bueno, o éramos. Aún no sé muy bien cómo referirme a esas personas que ya no están, pero si hablo de ellas en pasado sería cómo asumir que ya no están, o cómo apartarlas de mi vida, cuando eso nunca pasará.

Aparto en seguida esos pensamientos de mi cabeza, como de costumbre, porque ahora no es momento de pensar en eso, y de ponerme triste, si no de pasarlo bien. Tardo apenas unos segundos en volver a ponerme en situación. Oigo su pregunta de si confío en ella y me río, como si la respuesta fuera obvia. - ¿Prefieres la verdad o la mentira de consolación? - Repito otra vez, y veo como su ceño se frunce levemente. - Está bien, lo tomaré como un 'la verdad'. Y la verdad, es que no confío ni un pelo en ti - Espero un rato antes de reírme para que crea que es cierto. Después de eso corre a poner la película, que empieza tras unos instantes. Me acurruco en el sofá, tapándome mejor con la manta cuando veo que el título de la película sale en una pantalla negra, de color rojo sangre, y de hecho, es letra escrita con sangre. Alzo una ceja y miro a Alice. - ¿La mirada del diablo? ¿Cuándo te ha dado por lo diabólico? Pensé que esa época era más bien a los 15 o 16 - Me encojo de hombros, pensando que solo es una película, y que es mayorcita para saber qué puede ver y qué no. No ha pasado ni un cuarto de hora en silencio cuando empieza a hablar de nuevo, como esperaba. Pero lo que no esperaba era su pregunta. Me giro hacia ella con cara de culpabilidad, como si estuviera ocultándole algo y me hubiera pillado. Si es tan curiosa, necesita un escarmiento, así que hago un poco de teatro.

Suspiro largamente y tardo segundos en volver a hablar, haciendo una pequeña pausa para el misterio. - Me preguntaba cuánto tardarías en darte cuenta...- Me rasco la cabeza de nuevo en un gesto fingido, casi de arrepentimiento. - Te prometo que iba a contártelo, pero es que no sabía cómo te lo tomarías...- Suspiro de nuevo, haciendo que parezca exagerado. Alza las cejas como modo de pregunta, para que siga contándole. - Es que nos casamos en secreto hace dos semanas ¿sabes? Fue una ceremonia privada, siento no haberte invitado - La miro seria a los ojos, y aguanto la carcajada todo lo que mis pulmones me permiten, que es como un par de minutos. Luego ya le dejo claro que era todo una mentira, y le doy un toque en la nariz, divertida. - Es solo un buen amigo, como tú, pero no tan cotilla - Sonrío de nuevo cuando ella lo hace, y me doy la vuelta para seguir con la película.

Entonces noto que algo me golpea suavemente en la cara, sin hacerme daño obviamente. Abro la boca, sorprendida y exagero la reacción. - ¿Esas tenemos? ¿Osas retar a tu maestra? Muy bien... Tú lo has querido... - Me levanto y antes de que pueda reaccionar cojo un montón de palomitas y se las tiro a la cara.Luego, como sé que acaba de comenzar la guerra, cojo para mí el bol de palomitas del sofá y me levanto corriendo del sofá a esconderme.
Jessica D. Voznesenskaya
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Conozco demasiado a Jessica como para saber que si confía en mí, por lo que me río también después de que ella lo haga. Jess no se anda con rodeos, si no le gustas te lo hará saber a la primera palabra que digas, y esto lo sé porque fue lo que hizo conmigo cuando nos conocimos. Pero yo soy demasiado, cómo decirlo, una persona que siempre logra sus objetivos, o al menos, eso es lo que intento, y cuando me mandó a tomar por saco, no desistí como muchas personas hubieran hecho. Supongo que por eso nos hicimos amigas, por eso, y porque en el fondo, somos algo parecidas, aunque está claro que cada una tiene diferencias muy notables.

Me encojo de hombros cuando dice que la época de ver películas diabólicas es a los quince o dieciséis - Es la única película decente que he encontrado, la mayoría de las que están en la caja son versiones ñoñas de La casa de la Pradera o eternos documentales de hora y media sobre la biodiversidad, los seres vivos, y bla bla bla - no está en mi lista de cosas para hacer tirarme dos valiosas horas (aunque no tan valiosas cuando no tengo nada que hacer) viendo un documental. Quizás si rebusco en otras cajas encuentre documentales sobre medicina o cosas por el estilo, eso podría ser interesante de ver, ¿pero ver como los insectos se relacionan entre ellos? Nooo, gracias.

Sabía que Jess no me lo ha contado todo sobre ese chico, así que cuando se disculpa por no habérmelo contado antes alzo las cejas, para que continúe hablando sobre el tema. Y entonces suelta lo del casamiento y sé que me está vacilando, hubiera dado millones por ver mi cara cuando me lo ha dicho. Le doy un codazo y me río a la vez que sacudo la cabeza en forma de negación, para que se de cuenta de que su pequeña broma no ha tenido gracias (en el fondo sí). - ¡No tiene gracia! Bueno, quizás un poco... - comento esto último riéndome. No me puedo creer que haya picado.

Antes de que pueda hacer nada, se levanta y me tira un puñado de palomitas a la cara. Abro la boca como gesto de desaprobación, exagerándolo, y no tardo ni una milésima de segundo en meter la mano en mi cuenco de palomitas, ignorando el hecho de que ella haya cogido el bol de la mesa, y se lo arrojo a carcajada limpia. En ese momento no me preocupo por como pueda quedar el salón porque prácticamente no me da tiempo a pensar cuando ella vuelve a tirarme otro montón, ya puedo ver parte de esas palomitas en mi pelo. Sacudo mi cabeza como si fuera un perro que se acaba de bañar. Entre risas, sacudidas y un montón de palomitas, me dejo caer de espaldas en el sofá. - ¡Alto al fuego! - grito como símbolo de que me rindo.

Cuando se deja caer a mi lado, ruedo los ojos por todo el salón y me río. Aunque después vuelvo a pensar con claridad y me muerdo el labio. - Me va a matar - digo mirándola con una especie de ceño fruncido pero no del todo. Incluso se me olvida de que la película sigue en play y que no nos hemos enterado de nada.
Alice D. Whiteley
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
No puedo dejar de reír al ver su reacción cuando suelta esa mentira, aunque a los segundos se da cuenta de que la estoy vacilando, antes iba todo muy bien. Me tiro en el sofá y sigo riendo mientras ella dice que no tiene gracia, pero su risa al final de la frase delata su mentira. Al final se hace un pequeño silencio, en el que me dedico a rebuscar más palomitas entre los boles que quedan, que están prácticamente vacíos. Me destapo porque empieza a hacer calor y miro por la ventana. La lluvia cada vez golpea más fuerte el cristal, y algo de niebla empieza a llenar el ambiente. No hace falta ser muy listo para saber que fuera debe de hacer mucho frío. Sólo de pensar en el frío la piel se me pone de gallina, y tengo que taparme otra vez, lo que me pone en situación y recuerdo que vine aquí para ver una película. Me he perdido los primeros quince o veinte minutos de la película, al igual que Alice, pero aún tengo la esperanza de poder seguir el argumento, aunque en una película de terror no suelen ser muy difíciles. Lo único que se oye es la música misteriosa y los gritos de todas partes.

Miro a Alice con una ceja alzada, como modo de pregunta a si de verdad le está gustando una película tan simple y con una trama tan banal que se basa en gritos, música y sangre. Las dos dejamos de mirar a la pantalla, porque seguramente estemos pensando lo mismo como de costumbre, y pasamos a mirar al suelo. Suelto un bufido cuando veo que está hecho un desastre. Lleno de palomitas, patatas, agua y zumo. Es decir, básicamente el cincuenta por ciento de las cosas que hemos traído han acabado en el suelo. Ella dice lo que estaba pensando. Probablemente si Allen llegase y viera esto la mataría. Me río un poco y me levanto rápidamente a coger una escoba y un recogedor. Sé demasiado bien dónde están las dos cosas, porque no es la primera vez que el suelo acaba un poco sucio por nuestra culpa y tenemos que limpiar. Oigo unos pasitos detrás de mí y sé que me ha seguido para hacer lo mismo que yo. Cuando llego a la habitación dónde están los dos artefactos le paso uno de ellos.

Sin decir nada las dos nos ponemos a barrer y a limpiar. De vez en cuando miro a mi amiga, y me encuentro con que sus ojos también estaban fijos en mí. La primera vez no le doy mucha importancia, pero pasa una segunda, una tercera y una cuarta. Frunzo un poco el ceño y dejo de barrer. Me quedo quieta y me apoyo en la escoba, a la vez que la miro hasta que pare. La conozco demasiado bien para saber que tiene algo que contarme, y está esperando el momento oportuno. Si se está tomando tantas molestias para contarme ese algo, es porque es muy importante, más importante de lo que pensaba. Alzo las cejas y espero a que decida que es el momento. - Vamos, desembucha, bichito - Parece mentira que haya aprendido en tan poco tiempo a conocerla tanto, incluso más de lo que me conozco a mí misma. Lo mismo le pasa a ella, porque a veces, cuando ni yo sé lo que me pasa viene ella y lo descubre. Se ha convertido en alguien muy importante para mí, como mi hermana pequeña, y eso era justo lo que necesitaba en estos momentos.
Jessica D. Voznesenskaya
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Volvemos a centrarnos en la película, aunque ya han pasado como unos veinte minutos desde que empezó la guerra de palomitas, no nos hemos perdido de mucho, y es fácil de seguir el argumento de la película. Siento la mirada de Jessica varias veces sobre mí, alzando sus cejas, pero dejo posada mi mirada en la pantalla para evitar el contacto con sus ojos. No sé cuánto tiempo pasa hasta que Jess decide levantarse para ir a buscar una escoba y un recogedor, lo cuál me parece una idea magnífica, a este salón le falta una buena barrida. Mientras ella cruza el salón para dirigirse al cuarto, cojo el mando y pauso la película, a pesar de que sé que no vamos a terminar, por lo menos no hoy. La sigo después por el pasillo y a la vez que ella coge una escoba y un recogedor, entro yo también y cojo lo mismo.

Una vez en el salón, nos ponemos a barrer en silencio sin apenas decir palabra, ella con sus pensamiento y yo con los míos. No sé si es el mejor momento para mencionarle que en pocos días, voy a irme de casa, y que, lo mas probable, no vuelva a saber nada de mí, porque no está en mis planes volver. Muchas veces, pienso en si será la mejor opción marcharme, y dejar a todos los que están aquí, pero cuando veo a personas ejecutadas delante de la población, esos pensamientos se esfuman de mi mente, y entonces, vuelvo a recordar por qué voy a hacer lo que estoy a punto de hacer. Paro un segundo de barrer, y me quedo mirando fijamente a Jessica con la escoba, ¿de verdad voy a dejar tantas cosas atrás? Cuando me mira ella también, muevo la cabeza en otra dirección, como si en realidad no la hubiera estado mirando. Vuelve a ocurrir una segunda vez, momentos en los que me quedo completamente estancada, hundida por los pensamientos que me atormentan la cabeza desde hace ya varias semanas.

Cuando se da cuenta, y me dice, más bien me suplica, que le cuente lo que pasa. Dejo la escoba, el recogedor y suspiro. Me dejo caer en el suelo, apoyando mi espalda en el sofá, mientras paso mis manos por la cara, llena de frustración. Necesito soltárselo de una vez, o sino voy a explotar como un globo al que ya no le entra más agua. - Es que no sé por donde empezar, Jess... Llevo muchos días comiéndome la cabeza, ¿sabes? - primero la miro a ella y después vuelvo a posar la vista en mis manos, que por un momento parecen congeladas. - Me voy Jess, me voy a ir, tengo que irme, necesito irme. Por ti, por mi padre, por todos. - hago una pausa y la vuelvo a mirar - ¿Entiendes? Estoy segura de que ya sabes por qué lo hago, y la decisión está tomada, me voy en cuatro días - me levanto y camino de forma decidida fuera de allí.
Alice D. Whiteley
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Jessica D. Voznesenskaya
Miembro de Investigación
Sigo barriendo las palomitas del suelo, sin decir nada, simplemente le doy tiempo a pensar en lo que quiere decirme, y en si quiere decírmelo o no. A veces, expresar tus ideas, miedos o pensamientos en voz alta haces que empieces a asumirlos, y eso no siempre es bueno cuando temes las repercusiones que esos pensamientos puedan tener. De vez en cuando la miro, no para meterle prisa, sino para ver los gestos que hace y tratar de adivinar mejor en qué piensa. Después de todo este tiempo, la conozco más que a mí misma incluso, y solo con ver sus ojos, sus manos, o si se muerde el labio o no, sé exactamente en qué piensa. Aunque en esta ocasión en especial no me hace falta observarla. Hace ya tiempo que sé que algo grave pasa en su cabeza, y no he querido decir nada, para ver si así ella misma tomaba la iniciativa de contármelo, pero ha pasado demasiado tiempo. Si no se lo hubiera preguntado seguramente no me hubiera dicho nada. No sé qué es lo que va a hacer al respecto, pero sí sé en qué piensa, qué es lo que le preocupa.

Para ser sincera, yo también estaría preocupada, no solo porque su propia vida está juego, sino porque Alice es una persona que quiere mucho a sus amigos y familia, y los protege con su vida. Vamos por delante de todo, incluso de ella, cosa que no me gusta nada. Cuando por fin abre la boca, dejo de barrer y la miro, aguardando su confesión. Asiento cuando dice que lleva días comiéndose la cabeza. - Claro que lo sé, no sabes hasta que punto - Y lo digo precisamente porque se le ha notado, y porque ahora, con su nuevo tono de voz, yo misma empiezo a preocuparme más de lo que estaba en un principio. Dejo la escoba y el recogedor en el suelo, con cuidado, y me dirijo de nuevo al sofá, haciendo un gesto para que se siente a mi lado y para que no se preocupe por el desastre que tenemos, luego la ayudaré a recoger, pero esto es mucho más importante y urgente que unas pocas palomitas en el suelo de tu casa.

Asiento de forma leve, casi imperceptible, para que continúe, pero en seguida cambio de lleno mi expresión, y acabo negando enérgicamente. - Tú no te vas a ninguna parte, Alice - Empiezo con tono serio, casi enfadada, pero al final de la frase se convierte en comprensión, ternura... - No tienes por qué hacerlo, y ya lo sabes. No me importa lo que seas, y estoy segura de que a Allen tampoco. Te vamos a proteger, no tienes por qué hacerlo tú - Abre la boca para replicar, pero alzo la mano para que se detenga, por qué lo que va a decir. - Ya, ya lo sé. Entiendo a lo que te refieres, sé que es peligroso, sé que ninguno de nosotros debería estar haciendo lo que hace, pero no importa. No puedes hacerlo sola - . Frunzo el ceño. No me importa que Alice sea humana, y que por ello mi vida corra peligro, al ser amiga suya. Me preocupa más lo que le pueda pasar a ella. Y si está lejos de mí no voy a poder protegerla.
Jessica D. Voznesenskaya
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Dejo que hable todo lo que quiera, sus ideas no van a hacer que cambie las mías, y por mucho que ella misma lo intente, lo sabe. Mientras habla mi mente está en otra parte, por lo que cuando termina y me mira esperando una respuesta tan sólo puedo alzar las cejas y encogerme de hombros a modo de respuesta, cosa que parece ponerle de los nervios. Pero entonces añado: - No, Jessica, es que tú no lo entiendes, no puedes entenderlo. Cientos de personas están siendo llevadas a juicio sólo por haber tenido una mínima relación con humanos, ¿y luego quieres que me quede de brazos cruzados? Yo no soy la que necesita protección, ¡sois vosotros! ¿Crees que cuando Jamie se entere va a ser benevolente? No me importa lo que pienses, porque está claro que no piensas de la misma forma en que lo hago yo, lo siento, pero las cosas se quedan así - y sin más me levanto del sofá para seguir recogiendo lo que aún nos queda. Comprendo que esté molesta, yo también lo estaría si me lo hicieran a mí, pero estoy segura de que en el futuro, lo comprenderá.

Ninguna de las dos menciona otra palabra en lo que queda de tarde, ambas nos dignamos a mirarnos de vez en cuando a la vez que limpiamos el salón, pero nuestras miradas nunca llegan a cruzarse del todo, o bien porque la una la aparta antes de que a la otra le de tiempo a mirarla o porque ni si quiera tiene ganas de hacerlo. Allen aparece por la puerta en el momento en el que poso el último cojín que estaba en el suelo en el sofá, por lo que todo está en su sitio y cómo si nada hubiera ocurrido. Jessica recoge sus cosas mientras mi padre sube las cosas a su cuarto, pero cuando está a punto de salir por la puerta me vuelve a repetir lo último que me dijo antes en un tono de voz por encima del que está permitido acerca de ese tema. La corto con una mirada asesina no sólo porque ya le he repetido mil veces que voy a hacer lo que dije que haría, sino porque Allen puede haberla oído. Cierra la puerta tras de sí, y en lo único en lo que puedo pensar durante la cena y el tiempo que hay entre que voy a mi cuarto y me duermo es en las palabras de Jessica.
Alice D. Whiteley
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