The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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2 participantes
Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
El tiempo pasa muy muy rápido. Han pasado un millón de cosas en éstos meses pero, sorprendemente, yo me sigo sintiendo igual que ante de todo éste jaleo de cambio de poder. Las cosas están bastante distintas, no solo ha cambiando el gobierno, también la situación de miles de personas en todo NeoPanem. Mi vida está patas arriba porque todo ha cambiado de una forma inesperada, de un forma que aún no llego a comprender pero que ahora es mi vida, una vida que jamás pensé tener. Vivo en el distrito nueve con mi hermana Kaylee a la que, finalmente, conseguí convencer de que dejara el distrito trece y se viniera a vivir conmigo, mi hija Lëia que crece por momento, Violet, la niña que adopté por una locura de amor en el distrito cuatro... y Tom, el esclavo que elegí con Violet en el distrito seis. Dios, de querer ser estilista y vivir en el capitolio de fiesta en fiesta, sin importarme que pasara al día siguiente a tener diecinueve años y toda una familia en casa. Me muerdo el labio inferior subiendo las escaleras hasta mi habitación, donde veo a Violet y Lëia durmiendo en mi cama. Una sonrisa se escapa de mis labios mientras me acerco a los laterales de la cama y subo una pequeña barandilla, que les pongo cuando duermen las dos en mi cama, para que no se caigan. Le quito el cabello del rostro a Violet y acaricio la mejilla de Lëia de paso. Mis dos pequeñas. Supongo que mi hermana y Tom estarán cada uno en su habitación, Kaylee sigue con su cariño por las bebidas así que es probable que no esté en condiciones de hablar de nada conmigo ahora mismo y Tom tiene que madrugar para llevar a Violet a la escuela en la mañana.

Me siento en el sillón del comedor con una copa de vino, al cual le he tomado un extraño cariño en éste tiempo, en la mano y paso la mano libre por el lomo del perro de Violet. ¿Por qué me dejé convencer para comprar ésta... bestia? Entierro la mano en su pelaje acariciándolo con cierta tranquilidad. Hace unos meses, en invierno, hizo un año de la muerte de Alec y... bueno, hoy es su cumpleaños. Doy un trago para luego mirar la copa y moverla frente a mis ojos, ver como el líquido tinto mancha las paredes  y luego bajan lentamente dejándolo todo con motas a su paso. La dejo sobre la mesa acostándome en el sofá con los ojos cerrados. En parte todo ha cambiado para mí por su culpa. Idiota... todo seguiría su cauce, como hasta antes de conocerlo, y no tendría tantos problemas como tengo ahora mismo. No me habría mudado porque, en parte, lo he hecho porque aquí no saben que vivo los Weynarts y no tengo que tener miedo de salir al jardín a jugar con las pequeñas y el perro porque se que nadie me molestará. Viviría una vida llena de lujos... seguiría viviendo con mis padres, lo que supondría que no tendría que trabajar en nada porque todo me lo pagarían ellos y no me sentiría como... una parásita. Ahora trabajo, cuido de dos niñas y vivo en un distrito que casi nadie conoce. Me levanto del sofá para sacar al perro de la casa, éste se levanta y me tira encima del sofá, se me tira encima y empieza a dar lenguetazos de un lado para otro, llenándome de babas por doquier. -Perro tonto- mascullo sacándomelo de encima, que me cuesta sudor y lágrimas por lo tremendo que es el perro, y lo arrastro hasta la parte de atrás del jardín atándolo con la cadena a su collar, para que no se escape, y luego entrando a la casa con los zapatos llenos de barro por que le mandé a Violet que regara el jardín. Joder, ¿así va a ser mi vida a partir de ahora? me paso las manos por la cara y me siento en el escalón para quitarme los zapatos y caminar descalza por el comedor, subir las escaleras y entrar a mi habitación en completo silencio. Violet le ha echado el brazo por encima a Lëia que se acurruca abrazada a su peluche favorito. Sonrío tierna antes de cogerme el pijama, de pantalones cortos y camiseta de tirantes, y cambiarme rápidamente sin hacer ruido y salir de allí para ir a la planta baja y limpiar el destrozo que había hecho antes.

No llegan a las once cuando la boca se me abre muerta de sueño pero las tripas me rugen hambrientas así que opto por la opción de tomar algo o, de todas formas, no podré conciliar el sueño, además de que se las veía tan bonitas durmiendo juntas que no quiero tener que sacar a Violet a su cama y a mi pequeña a la cuna así que... las dejaré un rato más. Llevo en la muñeca la pulsera que me dio Violet en el distrito cuatro, cuando nos conocimos, desde aquel día. Un sándwich de pavo y queso se convierte en mi mejor aliado de la noche así que lo agarro y salgo hasta el comedor, de nuevo, donde me tumbo en el sofá a comérmelo con la mayor tranquilidad del mundo. El silencio de la casa hace que mis pensamientos se hagan más y más pesados en mi cabeza. ¿Qué habría pasado si Alec no hubiera ido a la Arena? Quizá... no, seguramente me llevaría mejor con su familia y haría la típica broma de hacer como que me equivoco de chico y abrazo a Riorden, aunque no creo que me siguiera la broma porque es un sieso de narices. Habríamos celebrado su cumpleaños y todos seguirían despiertos, riéndo y comiendo en casa, pero no es así, nada es como me gustaría que lo fuera, no es malo, tengo a mi familia pero... todo podría ser mucho mejor si él estuviera aquí también.
Zoey A. Campbell
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¿Y qué si vivo en mis sueños? {Riorden M. Weynart} IqWaPzg
Riorden M. Weynart
Hoy haría diecinueve años. Es el cumpleaños de Alec, el segundo que paso ya sin él. Si siguiera vivo, estaría encantado de que por fin hayamos ganado la guerra, aunque no estoy muy seguro de si apoyaría la nueva forma de vida de los humanos. No obstante, la causa que tanto apoyó hace ya seis meses que salió victoriosa. Y él no está aquí para verlo. Si nunca hubiera muerto en esos malditos Juegos, probablemente estaríamos ahora juntos e incluso viviríamos en la misma casa. Pero no, tuvieron que mandarlo ahí sólo por ser un rebelde, condenarlo a una muerte segura y morir cuando dormía, asesinado por un chico cuyo rostro nunca olvidaré. Suerte para él que murió a las pocas horas y no salió vivo, sino lo habría asesinado. Me gustaría, al menos, poder ver a mi hermano una vez más, decirle que tiene una hija con aquella capitoliana a la que ya no puedo llamar así. También desearía poder decirle que voy a cuidar de su única hija, de su descendiente; pero no puedo porque su madre no me deja verla. Aún sigo preguntándome cómo no puede darse cuenta de lo egoísta que es el no permitirnos ver a la mayor cosa que podemos aferrarnos del recuerdo de Alec. Ahora ya no hay guerra, debería dejarnos ver a Lëia, y más cuando con el nuevo gobierno con quien mejor estaría es con nosotros. Con esto no quiero decir que nos la dé, sino que deje que la veamos porque ya no somos un peligro. Al menos ya no tengo el peso sobre los hombros de ser el único en conocer una mentira... una mentira que me había estado atormentado durante casi un año. También tengo la sensación reconfortante de estar más unido que nunca a los que son mis medio hermanos porque se tomaron la noticia sobre quién soy bastante mejor de lo que esperaba; sobre la de Ludovic no se puede decir lo mismo.

Cuando la noche cae y Keiran se va a dormir, salgo afuera con la primera botella de alcohol que he pillado de un armario que tengo bajo llave para que mi hermano no coja nada de ahí, y me dejo caer en el suelo. Destapo la botella y empiezo a beber, mirando a la nada y pensando una y otra vez en que hoy es su décimo noveno cumpleaños. De vez en cuando lo que pasa por mis pensamientos son imágenes de la pequeña Lëia Alexandra, quien lleva de segundo nombre el femenino del primero de Alec. Imágenes que yo mismo me invento e imagino según cómo creo que podría ser ahora físicamente gracias a saber cómo son sus padres. ¿Tendrá el pelo como Alec, quien lo tenía un poco más oscuro que yo? Eran muy pocas cosas en las que su padre y yo nos diferenciábamos, y el pelo era una de ellas. También los ojos, los cuales él tenía más color café mientras que yo más color miel cuando me dan mucho rato los rayos del sol. A la vez que voy bebiendo con la botella en la mano derecha, entierro la izquierda en el cabello, revolviéndolo para después entrecerrar los ojos e intentar evitar que las lágrimas que asoman en mis ojos no lleguen a caer. No quiero llorar; prefiero aguantármelo aunque no haya nadie para ver mi bajón. Por el momento, mi manera de soltar toda la rabia que tengo acumulada desde la muere de Alec es tratando mal a mi nueva adquisición de esclava, la mujer que lo torturó antes de que lo mandaran a los Juegos Mágicos.

Al final me levanto, aún con la botella en la mano, y desaparezco del Distrito 13 para aparecerme en el 9. Sé que Zoey Campbell reside aquí desde la instauración del nuevo régimen porque tengo acceso a papeles de ciudadanos, de dónde residen y con quién, entre otras cosas; ventajas de mi nuevo puesto de trabajo. Tardé unas semanas en decidirme a acceder a esa información, pero al final acabé haciéndolo tras convencerme de que lo mejor es saberlo; necesitamos saber qué es de Lëia. Después de la conversación —más bien discusión— que tuvimos en el hospital, he estado evitando acercarme porque sólo empeoraría las cosas. ¿Pero qué más da? ¡Tengo derecho a ver a mi sobrina, y más con el día que es hoy! Así que mientras camino por la calle, bebiendo, con la botella medio vacía, y notando los efectos del alcohol ya porque no estoy acostumbrado a beber, voy pensando en qué le voy a decir a la ex-capitoliana en cuanto llegue y, sobre todo, cómo voy a llamarla desde fuera. Sin embargo, en cuanto tengo la puerta frente a mí, lo único que hago es quedármela mirando, sin saber qué hacer ahora. Es un impulso lo que me lleva a acabar picando a la puerta con el puño, sin demasiada brusquedad porque aunque esté bebido, soy consciente de que no son horas y que podría despertar a la niña. Cuando me he cansado de picar, me apoyo contra la pared y bebo despacio, intentando alargar lo poco que me queda de bebida. Debería haber cogido otra botella más.
Riorden M. Weynart
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¿Y qué si vivo en mis sueños? {Riorden M. Weynart} IqWaPzg
Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
Quizá si estuviera en la Capitolio habría salido con alguna amiga a tomar algo esta noche, aunque no lo veo del todo probable porque no me gusta dejar mucho tiempo sola a Lëia, ni siquiera me hace especial ilusión dejarla con Kaylee... no es que no me fíe de ella, ¡es mi hermana! Pero se que el bache que está pasando no es pequeño y aún sigue en su mundo, intenta salir de éste, pero le está costando; de todas formas no es el problema, el problema soy yo, que no soporto estar más de un par de horas sin querer abrazarla  y ver su sonrisa. Hay momentos en los que me siento mal por pensar que... bueno, que es lo único que me queda de Alec y por eso me aferro a ella con tanta fuerza, pero no es verdad, la quiero, es mi hija, ¿cómo no la iba a querer? La querría tanto con Alec cerca como sin él, aunque he de reconocer que, en parte, es verdad que me alegra los días pero a la vez me entristece cuando la miro. Dejo caer el brazo por un lado del sofá hasta que mis dedos rozan, levemente, la alfombra que hay en el suelo, un regalo de mi abuela cuando tenía escasos doce años y vió que era una fanática de la moda, la he guardado todos éstos años como la cosa más valiosa del mundo pero, mi abuela era realmente una mujer que le buscaba la utilidad a todas las cosas, y se que no querría ver la alfombra siempre guardada así que, aquí está, en el suelo del comedor, un sitio donde pisan las niñas, los invitados, los perros... un sitio donde se ensucia constantemente y, todas las semanas, la tengo que mandar a limpiar porque me enfada que no tengan más cuidado.

Me giro mirando una enorme fotografía que hay colgada de la pared donde estamos toda la familia: mamá, papá, Charles, Kaylee y yo. Dejo escapar una sonrisa de nostalgia por no visitar casi nada a mis padres en el Capitolio, aunque mi madre si que nos hace visitas, de vez en cuando, para ver a sus dos preciosas nietas, pero nada de ver a sus hijas. Me río por mi pensamiento recorriendo la sala con la mirada antes de levantarme decidida a irme a dormir, sospecho que me acostaré en la cama de Violet, como pasa muchas veces, porque cuando las veo a las dos en mi cama no quiero despertarlas y decido no molestar, simplemente enchufo la pequeña radio para escuchar su alguna de las dos se despierta, y en especial Lëia porque Violet ya tiene una edad. Arrastro los pies apagando la luz del comedor, no sin antes encender la del pasillo para no matarme subiendo las escaleras a oscuras cuando escucho que alguien llama a la puerta, mi mirada se va instintivamente hasta el reloj que hay colgado sobre un espejo al lado de la entrada y que muestra que son bastante pasadas las once. Arrugo el ceño regresando la mirada hasta la puerta confusa hasta que suspiro y me acerco, parándome frente a la puerta para arreglar un poco los pantalones cortos y subiéndome un tirante de la camiseta antes de abrir la puerta un poco y apoyarme en un poco en el canto. No hay nadie. Muevo la cabeza confusa y me asomo un poco viendo a alguien apoyado en la pared, parpadeo un par de veces seguidas hasta que me decido a estirar el brazo y pulsar el interruptor de la luz delantera, que estaba apagada porque no veía necesidad ninguna en tenerla encendida.

El corazón se me para unos segundos porque tengo la sensación de ves a alguien que no es posible que sea, es técnicamente imposible que sea él. Abro la boca cuando me doy cuenta de que me estoy equivocando, como muchas veces hago, y que es Riorden no él. Suspiro aliviada antes de abrir la boca y dar un paso fuera de la casa fulminándolo con la mirada. -¿Se puede saber que haces en mi casa?- le espeto enfadada porque... ¡se supone que no saben que vivo aquí! ¿Qué mierda de sistema tenemos que permiten que se sepa donde vive la gente con ésta facilidad? Doy un par de pasos hacia él dispuestaa a recriminarle y a decirle que se vaya ahora mismo de mi casa cuando huelo lo que está bebiendo, y que huele exagerado a alcohol. -¿Estás bebido?- alzo una ceja, ahora sí, sorprendida. Ruedo los ojos girando sobre mis talones, y percatándome de que estoy descalza, para encaminarme de nuevo a casa dejándolo en la calle, que es lo que se merece por imbécil, cuando una vocecita dentro de mi cabeza me dice que sea buena, o al menos solamente por ésta noche, por el cumpleaños de Alec, que él lo querría, que me portara de esa forma con su prim... hermano. Bueno más bien no querríaque me portara así con nadie de su familia. 'Solo cinco minutos para darle un manguerazo de agua fría y que se le vaya toda la tontería.' me digo a mí misma antes de soltar un bufido antes de girarme hacia él y acercarme para quitarle la botella de la mano. -Te voy a dar algo frío y te vas a largar, ¿me has entendido?- le digo haciendo especial hincapié en el 'te vas a largar'.
Zoey A. Campbell
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Riorden M. Weynart
Voy dando sorbos a la botella cada cierto tiempo, notándome cada vez más atontado y con menos sentidos de los que debería tener; ni siquiera sé cuánto rato ha pasado desde que piqué a la puerta. La única ventaja que le veo a que estemos en verano, la estación del año que más odio por el calor y el cumpleaños de Alec, es que al menos no me estoy congelando aquí, en el exterior. Si fuera invierno y estuviera rodeado de nieve, no podría decir lo mismo. Aun así, como la paciencia nunca ha sido una de mi virtudes, empiezo a cabrearme porque la excapitoliana no se digne a salir a abrir la puerta, aunque cabe la posibilidad de que ni siquiera esté hoy aquí y que se haya ido de viaje con la niña a algún Distrito. Es por eso por lo que me pongo derecho y me paro frente a la puerta, dispuesto a volver a picar; sin embargo, no lo hago porque ésta se abre de golpe y puedo ver esa cabellera rubia que no me trae buenos recuerdos. — Bingo, rubia — digo en respuesta a su pregunta de si voy bebido, haciendo un gesto estúpido con la botella a la misma par que me tambaleo hacia la derecha. Como ahora no puedo llamarla capitoliana, de alguna otra manera tendré que llamarla, ¿no? — Pensaba que ibas a dejar que me congelara ahí fuera — gruño entre dientes para reírme a los pocos segundos al caer en la cuenta de que lo que acabo de soltar no tiene sentido porque, como minutos antes había pensado, estamos en pleno verano; además, ahora mismo tengo de todo menos frío por culpa del alcohol. Es así como entro en la casa detrás de ella mientras me voy apoyando en la pared constantemente para no caerme por culpa de no estar acostumbrado a beber.

Esta vez lo que provoca que me ría es su comentario sobre algo frío, porque nada más escucharlo, se me pasa por la cabeza qué es lo quiero que esté frío. — Dame algo de hielo, que esto ya está caliente — respondo una vez he dejado de reírme mientras muevo la botella frente a ella y veo cómo el poco líquido que queda en su interior se mueve de un lado a otro, balanceándose. Sin embargo, lo que hace no es darme cubitos de hielo, sino quitarme la botella de las manos. — Si él estuviera vivo, beberíamos juntos — suelto de sopetón, sin protestar porque me haya arrebatado la botella y cambiando repentinamente de tema, sin decir que probablemente no porque él odiaba beber, y yo también; pero las circunstancias cambian a las personas aunque éstas no quieran. — Hoy haría diecinueve años, ¿sabes? — pregunto de manera retórica, pues no espero que me hable de nuevo y mucho menos que responda a una pregunta en relación con Alec, el padre de su hija y a quien ella quería. Me dejo caer en el sofá del comedor sin ni siquiera pedirle permiso para hacerlo, y lo siguiente que hago es mirarla atentamente, a la espera de que empiece a gritarme como una loca; como siempre hace cada vez que me ve. — Pero tuvieron que matarlo...  —  espeto mientras en mis pensamientos también digo que esa zorra, a diferencia de mi hermano, sigue con vida.

Recorro el comedor con la mirada en busca de alguna fotografía de Lëia que pueda darme una idea de cuánto ha crecido desde... desde nunca, porque no he llegado a verla, solamente a su cuna del hospital en aquel fortuito encuentro con su progenitora. — ¿Dónde está? — digo en cuanto me he cansado de buscar fotos, sin éxito, y principalmente porque no puedo ver bien por culpa de la cantidad de alcohol que he ingerido. Como ya estoy empezando a cansarme y no quiero, sino que necesito, beber para olvidar qué día es hoy, intento coger la botella de entre sus manos; pero lo que consigo es acabar de bruces contra el suelo y soltando un par de palabrotas entre dientes, molesto con el mundo en general. Por fin tengo eso por lo que llevo toda mi vida luchando pero... no está esa felicidad que pensaba que tendría, porque ésta se fue en el mismo momento en que aquel estúpido tributo mató a mi hermano, a mi mejor amigo, cuando el pobre estaba moribundo, dormido y acababa de perder a su compañera de tributo y a otros dos amigos y aliados. En mis sueños, a veces entro en la arena y le clavo mi preciada espada en la espalda a Dominique Lombardo; después, Alec y yo salimos vivos de la arena para disfrutar de la vida que los dos nos merecíamos.
Riorden M. Weynart
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
Un día vives en el Capitolio, en una casa acomodada, con tus padres, dinero, sin ninguna obligación ni miedo y, al día siguiente, te vas a un distrito que ni yo misma conocía, rodeada de plantas de trigo y cebada, tenido que trabajar porque no quieres ser una carga y con miedo, miedo a decir algo que se pueda pensar que es traición pero, sin duda, el miedo mayor fue a la familia Weynart, familia de la que yo quiero librarme pero, por mucho que me moleste, es familia de Lëia, le esconderé quienes son lo máximo que pueda, el máximo tiempo posible aunque no pueda ser mucho porque se que, como todo niño, se preguntará donde está su padre y por qué no está con nosotras. Aunque me prepare mil discursos para ese día se que no podré ser capaz de mediar ninguna palabra cuando le tenga que decir la verdad, cuando se lo tenga que contar todo, cosa que solamente haré si ella lo quiere. Huir, parece ser, no es algo que se me de muy bien porque, al final, he sido encontrada. Ruedo los ojos por las cosas sin sentido que dice, cosas de estúpidos borrachos que comentan lo primero que se les pasa por la cabeza; en una época fui así, decía todo lo que me deba la gana y bebía hasta que sentía que perdería el conocimiento en cualquier momento, no voy a decir que echo de menos locamente aquella época, pero tampoco puedo decir que no la echo de menos.

Aprieto los labios cuando veo que va toqueteándolo todo para no caerse. Que calvario, por una vez que me propongo intentar ser 'agradable' con él por Alec... va manchándomelo todo a su paso, ¿en qué momento se me ha ocurrido decirle que entre a casa? Mi mirada se dirige hacia las escaleras y ruego porque no sea un desconsiderado y, ya que lo he dejado entrar, que no arme ningún escándalo porque no son horas. Ruedo los ojos, mordiéndome la lengua por no hablarle de mala manera, y dejo la botella sobre la mesa del comedor poniendo  disimuladamente boca abajo, de paso, una fotografía donde salimos Lëia, Violet y yo. Me apoyo en la mesa y alzo una ceja. -¿Beberíais juntos? Yo creo que preferiría cuidar de su hija.- digo seca y cruzándome de brazos. Si ha venido a hablar de Alec ya se puede ir, no me molesta hablar de Alec, ojalá pudiera hablar de él con cualquier persona, pero no es así y no quiero tener esta conversación con Riorden, no con él, no otra vez. -Por ello, precisamente, te he dejado entrar, es como... una especie de regalo de cumpleaños.- termino por mascullar caminando hasta el sofá cuando se sienta y lo fulmino con la mirada. Cojo la copa vacía que hay en el suelo, cerca del sofá, porque viendo como va no me fío ni un poquito de él. Paso por delante de él para dejar la copa al lado de la botella, sobre la mesa, cuando habla y alzo la mano poniendo una separación entre nosotros además de como advertencia de como siga hablando de eso, o vea que sus palabras siguen ese camino la fiesta se acabó y lo voy a echar a la calle a que se muera de 'frío'.

Agarro la botella para oler lo que estaba bebiendo cuando vuelve al ataque pero cae de bruces al suelo. Dejo la botella rápidamente sobre la mesa y me agacho para ver si está bien, permito que diga todas las palabrotas que le vengan en gana, hasta que me canso y acerco mi mano hasta su rostro para girarlo hacia mi y ver que tiene sangre en la frente, me muevo un poco para ver con qué se ha podido golpear y veo una pequeña casa de madera, que tiene Violet de sus muñecas, en el suelo, me estiro, por encima de él, para cogerla y tirarla dentro de la caja de los juguetes que hay en el lado del sofá y volver mi atención a él. Acerco la mano hasta su frente para ver que es solo un rasguño pero que tanta sangre hace que parezca que se hubiera cortado con algo. Trago salivo mientras me levanto y le ayudo a que se levante y se siente en el sofá, entonces me voy hasta la cocina donde tengo el botiquín, porque no voy a usar la varita para curar un simple arañazo. Vuelvo al comedor y lo dejo sobre la mesa baja. -Lëia está durmiendo.- murmuro cogiendo un poco de algodón y una pequeña botella para curarlo. Lo cojo del mentón, con cuidado, para que gire el rostro hacia mi y pueda curarlo. -Lo mismo que deberías estar haciendo tú, Riorden.- digo mostrándome entonces seria mientras la limpio la sangre y suspiro. -No me gusta que uses tu 'poder' de Ministro para saber donde vivimos.- tercio molesta. Es bueno saber todos los que ahora son importantes en el nuevo gobierno... quien sabe, quizá conocer a uno te salve de algún problema. Tengo que ponerle las manos en las mejillas porque si se sigue moviendo no voy a poder curarlo y lo fulmino con la mirada antes de separar una de mis manos y coger una tirita, con dibujos de pececitos, y ponérsela en la frente con una media sonrisa en los labios. 'Divino.'
Zoey A. Campbell
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Riorden M. Weynart
Resoplo al oírla decir que Alec cuidaría de Lëia porque en parte me molesta que crea que no pasaría tiempo conmigo de esa manera; sería padre, pero también podría divertirse un poco. Por otra parte, estoy de acuerdo con ella porque sé perfectamente cómo era Alec; pero lo que me molesta es la idea de que mi hermano no estuviera conmigo. Y sin embargo, así es, aunque por razones totalmente diferentes. Al menos con el paso de los meses voy encontrando cosas que me suban el ánimo respecto al tema de su muerte... El claro ejemplo es que lo que más me une a Jessica es que ambos hemos perdido a alguien a quien queríamos en la arena. Además, tras haberle contado la verdad a mi familia sobre quién soy, empiezo a sentirme más relajado, principalmente por haberse tomado la noticia mejor de lo que esperaba. El hecho de tener a Keiran conmigo también ayuda a sentirme mejor y a ver las cosas de otro modo, pues no es lo mismo vivir solo que con alguien. He pasado de vivir absolutamente sólo, con la única compañía de mi perro, a vivir con otras cuatro personas —tres de ellas esclavas— en los últimos dos años y medio. Y no me quejo, pues como he dicho, me gusta tener compañía, pero a veces uno echa de menos el silencio. No duro demasiado sumido en mis pensamientos porque al final, la voz de la excapitoliana me "despierta", y no puedo evitar rodar los ojos cuando dice lo del regalo de cumpleaños. ¿Ella sabía que era hoy? Supongo que tuvo más relación con mi hermano de la que pensaba. Son cosas como esa las que me recuerdan que no soy el único que ha sufrido con su muerte, a diferencia de lo que pensaba hace ya más de un año.

Frunzo el ceño y a pesar de que diga que Lëia está durmiendo, giro la cabeza de un lado a otro, con la esperanza de encontrarla en cualquier parte; sin embargo, al igual que antes con la foto, no tengo éxito. — Quiero verla — gruño. Soy perfectamente consciente de que no me va a dejar ver ni una mísera foto; aun así, por intentarlo no pierdo nada... es más, puede que incluso me lleve algún que otro grito de regalo. — Al menos dime si se parece a él — añado antes de que reaccione de mala manera por lo que acabo de decir. Me gustaría ver si tiene esa mirada que tanto nos caracteriza a los Weynart, la mirada que me terminó de confirmar que Ludovic era familiar mío aquel día en Alcatraz. También espero que sea maga, que no se parezca a su abuelo ni a su tío pequeño en ser squib, pues el mundo actual, el nuevo régimen, aunque no es malo para ellos, tampoco es igual de bueno que el de los que sí tienen esas aptitudes mágicas. Estoy a punto de añadir algo más al respecto, algo relacionado con el físico de la niña y su padre, pero en el último momento decido no hacerlo porque no quiero que se cabree; no tengo ganas de escuchar gritos cuando empiezo a sentir que la cabeza me da vueltas. Además, tampoco me fío de mí mismo como para aparecerme en el 13, no cuando no tengo todas mis facultades al cien por cien, y es lo que me tocaría hacer si la molesto y me echa de casa.

Sigo soltando una palabrota detrás de otra mientras estoy tirado en el suelo y sin intención de moverme de ahí mismo porque, para empezar, estoy cómodo y la alfombra que tengo debajo es bastante suave. Pero como otras tantas veces, las cosas no acaban siendo como yo quería porque es la rubia la que me levanta del suelo y me sienta en el sofá, dejándome con una sensación que no comprendo y que sé que no es producto de la cantidad de alcohol que ahora mismo va de un lado a otro por mi sangre. Ni siquiera me doy cuenta de que tengo un arañazo sangrando en la frente hasta que la chica se va y vuelve segundos después con un botiquín para curarme. La dejo hacer lo que sea que quiera para curarme, aunque interiormente no dejo de preguntarme por qué ha tenido este gesto de... en fin, digamos amabilidad. Luego está el tema de que es la primera vez que estamos hablando sin discutir y sin gritos de por medio, lo que tampoco deja de sorprenderme y, por lo tanto, se añade a mi lista de preguntas que no dejo de formularme a mí mismo. Al final, como todo esto me parece demasiado extraño y sin sentido, intento mover la cabeza de un lado a otro para librarme de que me cure, pero es en vano porque me agarra de las mejillas para "inmovilizarme", lo que no le cuesta demasiado porque acabo cansándome de forcejear en cuestión de segundos. Suelto un gruñido entre dientes cuando me pone una tirita en el arañazo y se queda mirándome y hago oídos sordos a lo que dice de mi trabajo y "poder". — Gracias — murmuro en voz baja, aunque sé que me habrá escuchado porque hay demasiado silencio en la casa y no es que esté muy lejos de mí. Me planteo la posibilidad de volver a intentar coger la botella, la cual reposa en la mesa ahora mismo, pero después de mi patético intento de antes, paso por el momento.
Riorden M. Weynart
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
Oh, bendita paciencia, ¿qué haría to en éstas situaciones sin ella? Se que con Riorden no soy especialmente paciente, pero es porque influyen muchas cosas, la más importante mi aversión por él. Me he cuestionado un millón de veces si la manía que le tengo es por esa terrorífica similitud con Alec, o al menos físicamente porque, en lo que se dice del interior... no le llega a la planta de los zapatos ni en sus más bonitos sueños. En parte me aterra que se parezca tanto a él porque me siento rara cuando estoy cerca, es una mezcla de sentimientos contrarios porque me gustaría abrazarlo para sentir que Alec no se ha ido que sigue aquí pero, a la vez, quiero golpearle porque lo considero una versión barata de él. No sé ni por qué estoy pensando en ésto, no debería pensarlo pero no puedo evitarlo. Si en algo se parecen es en lo terriblemente insistentes que son ambos. Ruedo los ojos cansada de sus 'quiero verla', ¡está durmiendo! ¿Que parte no se entiende? De todas formas, aunque no lo estuviera, no le importa en absoluto Lëia, con saber que está bien le tiene que sobrar; pero, la verdad, es que ahora mismo me alegro de que duerma en la piso de arriba porque, si hubiera estado aquí abajo, habría acabado enseñándole a la pequeña por él, por terminar mi promesa de ser agradable con Riorden solamente por ésta noche, solo espero que no se acostumbre ni le sirva de precedente porque  no va a volver a ser así.

Aprieto los labios entrelazando las manos delante de mi cuerpo mientras lo observo como sus movimientos son un poco raros, como si no los pudiera controlar del todo. Me dan ganas de reír cuando veo a alguien así, que no tiene ni la menor idea de beber y luego se ve patético porque no sabe ni caminar aunque, al menos, a éste si le sale el habla, es cómico ver los balbuceos sin sentido de algunas personas. Se me escapa una sonrisa porque me lo imagino hablando como 'blablablabla' pero desaparece tan rápido como ha venido a mis labios. Coloco un mechón de pelo detrás de mi oreja derecha mordiéndome el labio inferior pensativa. -Es rubia de ojos azules, como su madre.- tercio finalmente destacando que es como su madre, aunque tampoco me hubiera molestado que fuera como Alec. -Aunque cuando nació tenía el pelo como su padre.- digo sin poder evitar esbozar una pequeña sonrisa risueña, de la que me arrepiento rápidamente, no por la sonrisa, claramente, sino porque el hecho de que puede entender que...  digamos cambió el color de su cabello y saber que es metamorfomaga, cosa que no hace falta que sepa, ya no la arreglaremos para que pueda controlar y comprender mejor lo que le pasa. Ser metamorfomaga no es lo peor que le podía haber pasado... si hubiera nacido humana... no, habría sido squib y eso no esté penado, pero aún así hace que me erice cada vez que lo pienso.

Ser medimaga tiene sus cosas buenas, puedes usar la magia para hacer cosas buenas, no es que todo el mundo la use para cosas buenas precisamente, y ayudar a los demás. Quien me iba a decir a mi que me iba a gustar ayudar a los demás... que iba a ser cariñosa con los niños y que no me iban a dar arcadas la sangre cada vez que la veo. Aun así, cuando Violet se cae y se hace alguna herida, porque es una niña muy nerviosa, prefiero curarla normal, no usar la varita, aunque ella ame que haga trucos con la varita... ella no podrá hacerlos, en el orfanato me dijeron que era squib, cosa que me apenó por ella, no porque no tuviera magia, sino porque a ella le hubiera gustado mucho poder hacer trucos conmigo; de todas formas no importa porque aprenderemos a hacer trucos que no necesiten magia y ya está. Cuando termino de curarle retiro la mano de su mentón, pero como no se mueve pongo dos dedos en su mejilla y le obligo a que retire la mirada de mi y se fije en la televisión, la cual está apagada. Recojo las cosas en silencio encogiéndome de hombros cuando me da las gracias; no soy un ogro, ¿vale? -Conocí a tu sobrino, a Ethan, un niño entrañable.- agrego al final de la frase recordando al adorable niño pelirrojo que me encontré en el hospital varios meses atrás. Antes de que le de tiempo a decir nada voy a la cocina y dejo las cosas volviendo con una botella de whisky irlandés Midleton y un poco de hielo, que dejo sobre la mesa, me acerco hasta el armario donde cojo dos vasos bajos y las dejo al lado de la botella antes de acomodarme en el extremo más alejado del sofá. -No me gusta tu whisky barato.- continúo abriendo la botella y acordándome que se la quité a mi padre en la mudanza, no quiero ni imaginar su cara cuando vea que le falta una botella de su armario. Pongo un par de cubitos en los vasos y vierto un poco del contenido de la botella en cada uno para, después, coger el vaso y ofrecérselo. -Estoy intentando ser agradable contigo, así que no seas un pedante.- acabo por advertirlo porque no son horas y no me apetece tener que ponerme a gritar porque es un imbécil, así que, ya que lo estoy invitando a una copa, y tratándolo con cordialidad, espero que no me haga arrepentirme de mis intentos.
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Riorden M. Weynart
Al principio me desconcierta que la niña tuviera el pelo castaño y luego pasara a tenerlo rubio, pero como no es la primera vez que veo a alguien que con el paso de los años su cabello va cambiando de color, decido que simplemente será uno de esos casos. Mi hermano, Colin, pasó por lo mismo; recuerdo que de pequeño tenía mechones rubios y ahora tiene el pelo incluso más oscuro que yo. Lo cierto es que me gustaría que me hubiera dicho que se parece a Alec, que tiene esa mirada que tanto le caracterizaba; pero supongo que para ella debe de ser un alivio porque así Lëia no se parece en nada a mí, la persona a la probablemente más odio profesa. Una parte de mí se siente tentada a decirle esos pensamientos sobre que debe tranquilizarle, pero al final consigo tener dos dedos de frente y mantener la boca cerrada mientras la miro fijamente; después, mueve mi cabeza hasta que lo que me quedo mirando es la televisión. La observo y puedo ver mi reflejo reflejado en la oscura y negra pantalla. Suelto un bufido mientras me remuevo en el sofá, empezando a incomodarme por estar aquí y, sobre todo, porque la cabeza me da vueltas y odio la sensación de no tener el control de mi cuerpo como debería; ahora mismo me siento una títere manejado por el alcohol que va por mi sangre. Tengo tan poco control que tengo que estar haciendo un gran esfuerzo para que la metamorfomagia no se me vaya de las manos como suele pasar cuando hay emociones bruscas, y ahora mismo yo tengo un remolino de éstas en mi interior. Hay un momento en el que incluso estoy a punto de decirle que si puedo meter la cabeza debajo de alguno de sus grifos para ver si sirve de algo para pararlo porque... ¿cómo narices desaparece esta estúpida sensación?

No puedo evitar arquear las cejas cuando me habla de Ethan porque, para empezar, ni siquiera sabía que sabía de su existencia y, segundo, me extraña que diga algo bueno de un Weynart que no sea Alec. — ¿Cuándo le conociste? — espeto en un tono un poco más brusco del que pretendía, principalmente por el alcohol, aunque también porque ese niño siempre ha sido mi debilidad. Desde que Viorica, la entrevistadora de los Juegos Mágicos, le preguntó a Alec por él, he estado con el constante miedo de que decidieran hacerle algo mientras estuviera en coma porque sería una manera más fácil de golpear a los Weynart que si tuvieran que hacerlo estando él despierto. — Ese niño ha salido a su madre, sin duda. — Suelto un bufido y después me muerdo la boca por dentro, arrepentido por lo que acabo de soltar. Aunque ya he perdonado a Aaron por las cosas que hizo y sé que realmente sólo quería lo mejor para todos nosotros, en especial para Ethan y Lena, las dos personas que mejor han probado la maldad del antiguo gobierno si no contamos a Alec, sigo teniendo una pequeña espina clavada; no es tan fácil olvidar. Aun así, las cosas están mejor entre nosotros y él intenta hacer todo lo que puede para que así sea y, por eso, me ha dado hasta una copia de las llaves de su casa por si quiero ir a comer en uno de mis innumerables viajes a la capital de NeoPanem.

Tengo que reprimir una sonrisita de medio lado cuando la veo irse y volver con una botella de Whisky que probablemente sea de una marca de esas que siempre se han bebido en su familia adinerada y refinada. ¿Qué más da? Yo lo único para lo que quiero el alcohol es para olvidar qué día es hoy, incluso aunque tenga que estar atontado y sin poder controlar mi cuerpo, lo que digo y hago y... en fin, digamos que yo no he tenido mucho tiempo para ir probando buenas bebidas alcohólicas porque he estado viviendo en un guerra y con la constante amenaza de que si a la maldita fugitiva se le iba la cabeza, podría bombardearnos otra vez. Cojo el vaso cuando me lo ofrece, evitando mirarla a los ojos antes de hablar: — Gracias. — Y por segunda vez en lo que llevamos de noche, le agradezco algo. De todas maneras, sé que está siendo amable conmigo porque hoy sería el cumpleaños de Alec, pues ella misma lo ha dicho, y estoy casi cien por cien seguro de que sigue odiándome con toda su alma. Tendrían que darle un premio o algo por actuar y disimular tan bien. Muevo un par de veces el vaso, centrado en los cubitos que se mueven de un lado al otro como si fueran lo más interesante y, después, doy un sorbo. El whisky recorre mis papilas gustativas y lo saboreo, notando la gran diferencia del mío al suyo, aunque, obviamente, no pienso reconocer que éste está mucho mejor.
Riorden M. Weynart
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Zoey A. Campbell
Jefe de Área en Salud
No es malo alegrarse de que tu hija se parezca a ti, ¿no? Así mi padre dejará de preguntarme quien es el padre y le costará más encontrarlo, aunque le sería complicado... bueno, le sería complicado encontrarlo a él pero se podría chocar con Riorden. Aprieto los labios. Si Lëia tuviera una horrible nariz, mi padre buscaría por cielo y tierra a todos los hombros del Capitolio que se pudieran parecer a él, es una completa locura pero así es él, quiere tenerlo todo bajo control, saber que es lo que pasa a cada momento con su familia, por eso no viene al Distrito nueve con mamá en sus visitas, porque odia que no esté allí y me pueda tener bajo su control, como siempre ha hecho, aunque no fuera de una forma excesivamente estricta. Si hubiera sido tan seco conmigo como lo fue con Charles otro gallo cantaría sin lugar a dudas, él siempre estuvo bastante sometido a mi padre pero lo hizo porque él quería, porque quiere heredar el imperio de mi padre, por eso ha tragado tantas cosas sin rechistar, o no al menos delante de él porque, como Kaylee, tenía una ideología bastante diferente al resto de la familia, incluida en ella yo. Yo... simplemente no nado contra la corriente, no tengo las mismas cosas que antes pero tengo a las personas que quiero y ellas están aseguras así que me da igual el gobierno que haya, siempre y cuando no toquen a los míos; no quiero morir electrocutada, ¿vale? En fin, no se puede decir que mi familia sea una maravilla pero, en lo que me respecta a mí, si que lo es. Vivo con la hermana que siempre quise imitar, siempre quise ser como ella, y con las dos niñas más bonitas de todo NeoPanem, ¿qué más puedo pedir? ¿Alguien que te quiera? Frunzo el ceño alejando esos pensamientos de mi cabeza como si fueran una nube de humo que se ha cruzado en mi camino, no lo necesito, no necesito a nadie que me quiera así porque yo nunca lo voy a volver a hacer; ¿qué trae aparte de sufrimiento? Nada, a mí ya me ha quedado más que claro que no estoy hecha para ese tipo de felicidad que todo el mundo tanto desea y sueña.

Su pregunta de 'cuándo conocí a Ethan' se queda en el aire porque, hasta que no me he acomodado en el sofá con el vaso en la mano, no me signo a contestarla porque odio tener que ser 'interrogada' en mi propia casa. Es sorprendente como puede cambiar una persona cuando habla con alguien, es decir, ahora mismo podría salir a la calle y ponerme a hablar con el vecino, o la vecina, de enfrente y hacerlo como la cosa más natural del mundo, como si nada estuviera mal pero, a contrario, tengo que hacer gran fuerza de voluntad de no gritarle a Riorden por una simple pregunta; nunca me he considerado una persona especialmente rencorosa, aunque si perdono de verdad si que suelo olvidar las cosas, pero con él si lo soy, afecta que alguien que se parezca a la persona que quieres te haya tratado como si fuera un simple bicho para él. Acerco el vaso a mis labios para dar un pequeño sorbo del whisky para luego chasquear la lengua cuando lo apoyo contra mi rodilla, pero lo retiro rápidamente porque me recorre un escalofrío. Se ve cómico que me sienta mal por estar en mi descalza y con mi pijama, cuando debería ser la cosa más natural del mundo. Soplo para quitarme el flequillo del rostro. -Lo vi en el hospital, cuando fui a una revisión con Lëia,- acabo por decir recorriendo el borde del vaso con un dedo -él la ha conocido y seguro que ni se acuerda, ¿no es gracioso?- pregunto moviendo la cabeza hacia los lados, con una pequeña sonrisa en los labios. Lo que él intenta desesperadamente lo consigue un niño pequeño sin pretenderlo.

Ruedo los ojos mientras me acomodo más en el sofá y estiro las piernas, hasta esconder los pies debajo de la mesa baja. Me llevo el vaso a los labios, bebo hasta que apuro lo que me quedaba y me llevo un dedo a los labios después. -No digas más gracias, ¿vale? Es una fiesta- alzo ambas manos sobre mi cabeza y luego agarro de nuevo la botella para echarme en el vaso. -Una fiesta un poco sosa, pero bueno, tampoco creo que hayas asistido a algo mejor con ese humor tan agrio que te gastas.- el final lo digo más bien en un murmullo con una sonrisa que luego se convierte en una risita. ¿Cuántas copas de vino me había tomado en el trascurso de la tarde? No, la mejor pregunta es cuánto tiempo hace que no bebo. Miro el dorso de la botella para ver cuantos grados puede llegar a tener ésta mierda. ¿O es que estoy delirando? Me llevo instintivamente el dorso de la mano a frente para ver si tengo fiebre pero, como no es así, bebo de mi vaso recién llenado.
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Riorden M. Weynart
Suelto un bufido cuando se burla de mí indirectamente porque Ethan sí que ha podido ver a Lëia, a diferencia del resto de Weynart, quienes estamos deseando poder verla aunque sean unos escasos segundos. Me reprimo para no soltarle algo de que ya llegará mi tiempo de ver a la niña, porque como antes, sigo pensando que lo mejor es no decir algo que provoque que me eche, literalmente, a patadas de su casa; lo cierto es que ni siquiera sé cómo estamos consiguiendo mantener una conversación en condiciones... más o menos. — Mi sobrino es lo mejor que le ha pasado a esta familia — comento antes de llevarme el vaso a los labios para sentir de nuevo ese gusto fuerte y a la vez exquisito en mis papilas gustativas. Si nos dejara ver a Lëia, ella sería lo mejor junto con Ethan, pero como no la hemos visto ni una maldita vez... — ¿Por qué te has mudado al Distrito 9? — pregunto sin mirarla y centrando la vista en la botella de whisky. Sé que probablemente las razones se reduzcan a que quería mantenerse alejada de nosotros y que deduciría que la mayoría nos mudaríamos al Capitolio y, en efecto, así ha sido; todos están allí menos Keiran y yo. Termino los restos de licor del vaso y sin pedirle permiso, cojo la botella en cuanto la vuelve a dejar en la mesa; después, lleno el vaso empiezo a beber otra vez al momento. Una vez estoy bebiendo, miro sus ojos azules, esos que según ella también tiene Lëia del mismo color, mientras intento encontrar un rato de tristeza debido a la fecha que es hoy.

— En Europa no teníamos tiempo para ir de fiestas — gruño entre dientes, esta vez sin haber podido callarme; sin embargo, al momento me arrepiento por si sí que se le ocurre mandarme fuera. — ¿Y qué hay de ti, rubia? — pregunto a la par que arqueo la ceja izquierda. — ¿Has ido a muchas fiestas en el Capitolio? — añado. Me pregunto si los capitolianos serían igual de excéntricos para organizar ese tipo de eventos que como lo eran a la hora de vestir esos trapos que llevaban la mayoría; pero tampoco es algo que me importe demasiado, simplemente pura curiosidad. Lo cierto es que, probablemente, aunque sí que hubiera tenido tiempo para ir a cualquier fiesta, no creo que eso fuera lo mío porque sí, reconozco que soy... no agrío, pero sí que me suelo cerrar en banda. Hasta el momento, aparte de mi familia, sólo dos personas han conseguido romper esas barreras: Eveline, y más que nada porque la conozco desde que era un crío, y Jessica porque se asemeja demasiado a mí en personalidad. Doy otro sorbo al whisky y me recuesto en el sofá, sin apartar la vista de sus ojos tan llamativos y que tanto contrastan con su tono de piel. Hay momentos en los que me pregunto qué vio mi hermano en Zoey; luego recuerdo que realmente no sé cómo es con las personas y que el hecho de que a mí me trate mal no quiere decir que sea igual con los demás.

Me incorporo y me acerco un poco a ella, todavía sin apartar la mirada, hasta que nos separan unos escasos centímetros; una distancia que probablemente ella no tardará en agrandar al empujarme a la otra punta del sofá. Me muerdo el labio, dudoso y sintiendo impulsos que achaco a los efectos del alcohol. ¿Qué pensaría Alec si ahora mismo pudiera leer mi mente y ver lo que pasa por ella? Supongo que me daría una bofetada por primera vez en su vida. Aun así, antes de que le dé tiempo a alejarme, acorto aún más la distancia e inclino levemente la cabeza. Y es como si el tiempo se ralentizara, alargándome el que debería ser un corto momento a uno eterno.

Es entonces cuando mis labios rozan los suyos y le beso.
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Zoey A. Campbell
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Si grabara ésta conversación y luego la viera diría que la persona que está sentada aquí ahora mismo no soy yo; creo que debería abrir una academia de teatro o puede que una consulta donde ayude a la gente a controlarse cuando hay gente que no soportas delante, ¡es fácil! Bueno, no lo es absolutamente pero me está saliendo más natural de lo que jamás me hubiera podido imaginar. Yo, sentada en el sofá de mi casa hablando con una persona que no soporto porque me irrita verlo, asombroso. La única preocupación que tengo es que Violet se despierte y vea la luz encendida y decida bajar para ver si pasa algo; no, no, no, eso no va a ocurrir, ella está durmiendo y yo me estoy ocupando de no hacer ruido para que no se despierte nadie de casa... dios, hay tantas gente durmiendo ahora mismo en el piso de arriba que me da miedo hasta pensarlo, a Tom podría controlarlo pero... Kaylee o Violet no, la primera se pondría a preguntar como una loca y la segunda haría que me cayeran preguntas del 'invitado' Resoplo de forma involuntaria y lo miro de reojo y frunzo el ceño porque me molesta que me mire tan fijamente. -Hay varias razones- digo moviendo el vaso sobre mi pierna y después pasando la mano por ésta -alejarme de vosotros, buscarme la vida por mi misma... además de que el Capitolio de ahora no es el que me crié y no quiero estar allí.- el final lo digo bastante cortante para que le quede claro que yo sigo teniendo mi postura y, aunque no la pueda expresar libremente, es la que es y no va a cambiar. No se ni por qué le he contestado a la pregunta pero, bueno, supongo que es algo que él ya suponía, o al menos la mayoría de mis respuestas, no soportaba la idea de que cualquier día se pudieran presentar en la puerta de mi casa... en la puerta de casa de mis padres y que luego las preguntas me las llevaría yo, luego yo sería la que tendría que lidiar con todo en casa, no ellos.

Vuelvo a acercar la mano a su mejilla y hago que gire el rostro para que deje de mirarme. ¡No me gusta que me miren fijamente, joder! Me muerdo la mejilla por dentro y después doy un trago del vaso de whisky suspirando, creo que ya va siendo de que se vaya a su casa, mañana trabajo y hoy no ha sido un día bonito así que no tengo ganas de seguir de nada, solo tengo ganas de acostarme en mi cama e intentar dejar la mente en blanco para poder dormir un par de horas. Ruedo los ojos, estiro el brazo para dejar el vaso para dejarlo sobre la mesa y por poco se cae al suelo por haber medido mal la distancia, me inclino un poco para cerciorarme que, en ésta ocasión, si que lo deposito sobre la mesa y luego estiro los brazos sobre mi cabeza. -Digamos que he ido a bastantes fiestas del Capitolio- no puedo evitar que una sonrisa divertida asome a mis labios por la vida que llevaba en aquella época; iba donde quería, con quien quería, cuando quería y si quería, mucha gente echaría de menos esa vida, yo hay veces que la echo de menos y me pregunto que me llevó a cambiarlo todo, a cambiar la vida que tenía; amor, ese amor que se fue tan rápido como llegó pero arrasó el noventa por cien de mi vida en ese poco tiempo, al final va a ser verdad que el amor cambia a las personas. -Me gustaban mucho y no me perdía ni una. Fue una buena época de mi vida.- acabo por susurrar acomodándome mejor en el sofá.

Vuelvo la cabeza hacia él y alzo una ceja con una sonrisa en los labios. -¿Por qué no dejas de mirarme, idiota?- digo entre risas y moviendo la cabeza hacia un lado con la sonrisa prendida de mis labios. Parpadeo confusa cuando se acerca a mi y me retiro un poco hacia atrás, como buenamente puedo porque estoy en el extremo del sofá y, a no ser que salte por encima, es complicado alejarme tanto como desearía. -Riorden, aléjate...- susurro mientras alzo las manos para marcar una distancia entre nosotros. ¿Se puede saber que mierda se le esta pasando por la cabeza al borracho éste? Pongo las manos sobre su pecho, para alejarlo de mí de un empujón, cuando me besa. Mis manos permanecen quietas contra su pecho sin reaccionar a nada, sin seguirle el beso ni alejarlo de mí solo... sin ser capaz de reaccionar durante unos segundos que se me asemejan minutos hasta que me alejo de golpe de él y mi mano vuela hasta su mejilla dándole una bofetada. Me levanto echa una furia sintiendo... rabia, sintiendo que mi corazón palpita a mil por hora confuso pero sabiendo que no es él que tiene que hablar, sino mi cabeza, la que sabe lo que hay que hacer. -¿Se puede saber que haces?- le grito enfadada, importándome una mierda gritar, sin importarme nada en ese momento. -¿Te crees que por ser casi igual que Alec tienes derecho a hacer eso? ¡Nunca podrías ocupar su lugar así que vete de mi casa ahora mismo!- vuelvo a gritar alterada, me acerco hasta él y lo agarro del brazo para que se levante y lo empujo hasta la puerta. Lo empujo hasta fuera y le quito el vaso que tiene en la mano, y que es mío, para después estirar los brazos en la puerta y mirarlo fijamente. -No quiero que te vuelvas a acercar a mi casa, ni a mi, ni a mi familia.- termino por decir cerrando la puerta de un portazo en sus narices y dejándolo en la calle. Apuro su vaso y apago todas las luces para subir corriendo al piso superior y dejarme caer sobre la cama de Violet, que es la que esta libre, maldiciendo por haber intentado ser agradable con ese capullo, jamás se va a repetir.
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Riorden M. Weynart
Es un beso frío, sin sentimientos y provocado por el alcohol... ¿verdad? ¿Por qué otra cosa es entonces? No siento nada más por la excapitoliana aparte de desprecio mezclado con una pizca de odio; lo mismo que ella siente hacia mi persona. Lo que la parte de mi cerebro que sigue despierta piensa cuando deja de insultarse a sí misma es que en qué narices estoy pensando para hacer esto, que por qué la estoy besando como un imbécil. Mientras me separo, mitad empujado por ella y mitad por mí mismo para acabar con esto de una vez, me digo que parte de la culpa la tiene la fecha de hoy, que seguramente mi subconsciente se ha lanzado para sentirme un poco más cercano a Alec por ser su decimonoveno cumpleaños. Siento la bofetada y cómo me arde la mejilla al momento, la cual probablemente está roja como un tomate. Soy idiota, ya está más que claro. Soy un idiota que no sabe lo que hace, que para lo único que vale es para ir correteando de un lado a otro mientras apoya a su causa; una causa que ya ni siquiera sigue en pie porque ya hemos conseguido lo que tanto anhelábamos. ¿Y ahora para qué sirvo si ya no tengo nada por lo que luchar? Al menos tengo mi trabajo como motivación para no terminar de hundirme en un pozo que lleva intentando acabar conmigo un año y medio. Me llevo la mano a la mejilla en la que me ha dado el tortazo y aprieto levemente como si mi mano estuviera helada y pudiera parar el ardor que no deja de irradiar de ahí. Al final acabo dejando caer el brazo cuando tira de mí bruscamente para que me levante del sofá, esta vez sin poder mirarla ni un mísero segundo a esos ojos tan... azules.

Me muerdo el labio y muevo la cabeza con pesadumbre mientras sus palabras se me clavan como miles de puñaladas. ¡Claro que yo no soy como Alec! Yo no soy más que un estúpido error de una borrachera, alguien que ni siquiera debería estar aquí. Mi hermano me daba mil vueltas, y aunque físicamente éramos demasiado parecidos, él psicológicamente era muchísimo mejor. ¿Quién no vio nunca ese brillo en sus ojos y esa sonrisa que era capaz de tranquilizarte incluso en los peores momentos? Creo que una de las pocas cosas que tenía en común con Aaron es que ambos siempre se han preocupado por su familia por encima de todas las cosas, hasta el punto de querer dar su vida por ella. Yo, en cambio, siempre he puesto por delante el ser rebelde cuando debería haber sido lo segundo en vez de lo primero. — Él era mejor que yo — murmuro más bien para mí mismo, sin pretender que me escuche y mucho menos que me responda. Camino con la cabeza agachada mientras nos dirigimos hacia la puerta por la que hace nada estaba entrando mientras me tambaleaba. Lo único que conservo de entonces es un maldito dolor de cabeza que se asemeja demasiado a como si me estuvieran dando con un martillo una y otra vez. Y ojalá esta noche vea a Alec, pero no como un fantasma que me recuerda lo que perdí, sino como algo físico que me haga lo que verdaderamente merezco por haberle traicionado de esta manera.

Una vez estoy en el exterior, la miro antes de que cierre la puerta delante de mis narices. — Tranquila — susurro. — Te dejaré en paz y nunca más nos volveremos a ver — añado. Me doy la vuelta segundos después del portazo y empiezo a caminar para subir por la cuesta de su calle, deambulando, sin un rumbo en concreto porque por el momento sigo sin querer volver a casa. Al final, cuando me doy cuenta de que me he dejado la botella en su casa, espeto un par de palabrotas y utilizo la aparición para aparecer en un bar cutre del Distrito 13 y terminar con la noche que había empezado yo por mi propia cuenta en mi casa. En cuestión de minutos ya estoy borracho de nuevo; sin embargo, no puedo olvidar todo lo que acaba de pasar en el 9 ni soy capaz de dejar de repetirme dos cosas: la primera es que nunca más voy a volver a verlam ni tampoco a su hija porque ya les he hecho daño demasiadas veces. La otra es que yo debería haber muerto en la Arena y no Alec, pues así él podría estar cuidando de su hija y viviendo una vida que se merecía más que nadie.
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