VERANO de 247521 de Junio — 20 de Septiembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Y pensar que hace un año era yo quien estaba en esos tubos, con una Melanie viva dispuesta a regresarme a casa cuando yo tenía las mismas intenciones para ella; quien diría que sería mi hermana y no yo quién cumplió su objetivo. Y eso es en lo único que puedo pensar mientras pego la nariz a la televisión, mordiéndome las uñas que ya están a la miseria, cuando la Cornucopia da inicio y puedo ver a mis tributos en la arena. ¿Volveré a verlos en persona y no me quedaré con el simple recuerdo de una pantalla? Llega un punto en el cual no lo soporto más y abandono la sala, yendo a encerrarme a mi habitación y revuelvo entre mis cosas para encontrar algo con lo qué entretenerme, hasta que me topo con el papelito que contiene el número de Zyanelle escrito por su puño y letra justo encima de los instrucciones que Derian me dio aquel día en el cual la conocí. Lo pienso un buen rato, porque tal vez ella solo aceptó darme su teléfono por compromiso, o quizá piensa que está mal que le ande llamando en días como hoy, pero al final tomo valor de no sé donde exactamente y, con las manos algo sudorosas, marco. No debería estar tan nervioso por algo tan idiota como una llamada, pero cuando el tono se corta porque su voz responde del otro lado, le cuelgo. ¿Por qué hice eso? ¡Qué estupidez! No va a comerme ni a matarme, ¿qué es lo peor que puede pasar? Sé algunas respuestas a eso pero no me las digo y vuelvo a marcar. Dos tonos y vuelve a atender, por lo que carraspeo con la intención de que mi voz suene mucho más gruesa y madura de lo que en realidad es - ¿Zyan? Soy Ben… ¿es un buen momento? – tal vez en su casa andan pendientes de los juegos, de modo que entendería perfectamente si no quiere hablar conmigo. Así que rápidamente me disculpo y soy honesto con ella – la verdad, es que no puedo mirar la televisión… - me pone nervioso y por momentos creo que si le ignoro, tal vez las cosas malas no pasen. Acabo contándole sobre cosas tan estúpidas como lo que he comido en el almuerzo, hasta que le ofrezco ir por un helado mañana por la tarde, en las playas que le quedarán cerca. Y ella acepta. Y no me siento tan mal.
La culpa vuelve cuando estoy viajando en el tren, abrazado a mis rodillas y mirando por la ventana mientras no dejo de pensar en Alex y en Arianne; mientras ellos se preocupan por no morir, yo voy por un helado… ¿cómo es que hay personas que piensan que todo esto está bien? Tal vez debería haberme quedado, pero no podía hacer demasiado y creo que me hubiese vuelto loco… me bajo en la estación y pido un coche, murmurando cosas para mí, intentando convencerme de que no estoy haciendo nada malo, que todo va a salir bien, que cuando vuelva a prender la tele ellos seguirán vivos y que nunca van a culparme por haber querido escapar de la tensión al menos unos días. Puede que me pase mucho tiempo intentando convencer al resto de que ya no soy un niño, pero ahora mismo me siento como uno… todo esto es demasiado y se me escapa de las manos, porque yo no estoy preparado para andar salvando personas. Tal vez debo dejar que Derian se haga cargo por un tiempo, hasta que esté listo.
En cuanto llego a la playa, básicamente corro hasta el puesto de helados más grande, dónde hemos acordado encontrarnos porque según ella son los más ricos no solamente del Capitolio, sino que también del país. El olor del mar y de la arena me tranquiliza, ya que me recuerdan a casa, pero las personas que hay aquí son tan diferentes y coloridas que me desconciertan y más de uno consigue que le mire con extrañeza; a veces no entiendo como hay personas tan raras en el mundo. Me oculto bajo la sombra del toldo de la heladería, estirando el cuello, pero por lo visto Zyan no ha llegado, así que aprovecho para tantear mis bolsillos y chequear que no me olvidé el dinero; papá siempre me dijo que tengo que ser un caballero y hacerme cargo de las citas o cosas así, o más bien se lo decía a Shamel pero yo siempre estaba en el medio así que era una especie de lección doble que algún día yo utilizaría. Al cabo de cinco minutos me rindo y me siento sobre uno de los banquillos, observando las olas ir y venir, sin poder evitar pensar que las niñas se demoran demasiado por culpa de todos sus arreglos. Complicadas a más no poder, si serán…
La culpa vuelve cuando estoy viajando en el tren, abrazado a mis rodillas y mirando por la ventana mientras no dejo de pensar en Alex y en Arianne; mientras ellos se preocupan por no morir, yo voy por un helado… ¿cómo es que hay personas que piensan que todo esto está bien? Tal vez debería haberme quedado, pero no podía hacer demasiado y creo que me hubiese vuelto loco… me bajo en la estación y pido un coche, murmurando cosas para mí, intentando convencerme de que no estoy haciendo nada malo, que todo va a salir bien, que cuando vuelva a prender la tele ellos seguirán vivos y que nunca van a culparme por haber querido escapar de la tensión al menos unos días. Puede que me pase mucho tiempo intentando convencer al resto de que ya no soy un niño, pero ahora mismo me siento como uno… todo esto es demasiado y se me escapa de las manos, porque yo no estoy preparado para andar salvando personas. Tal vez debo dejar que Derian se haga cargo por un tiempo, hasta que esté listo.
En cuanto llego a la playa, básicamente corro hasta el puesto de helados más grande, dónde hemos acordado encontrarnos porque según ella son los más ricos no solamente del Capitolio, sino que también del país. El olor del mar y de la arena me tranquiliza, ya que me recuerdan a casa, pero las personas que hay aquí son tan diferentes y coloridas que me desconciertan y más de uno consigue que le mire con extrañeza; a veces no entiendo como hay personas tan raras en el mundo. Me oculto bajo la sombra del toldo de la heladería, estirando el cuello, pero por lo visto Zyan no ha llegado, así que aprovecho para tantear mis bolsillos y chequear que no me olvidé el dinero; papá siempre me dijo que tengo que ser un caballero y hacerme cargo de las citas o cosas así, o más bien se lo decía a Shamel pero yo siempre estaba en el medio así que era una especie de lección doble que algún día yo utilizaría. Al cabo de cinco minutos me rindo y me siento sobre uno de los banquillos, observando las olas ir y venir, sin poder evitar pensar que las niñas se demoran demasiado por culpa de todos sus arreglos. Complicadas a más no poder, si serán…
No veía el inicio de los juegos sólo porque me estresaba. De hecho, casi prefería no verlos, siempre me recordaban a mi hermano y a mi amiga. Mi padre siempre intenta ignorar el hecho de que perdió a un hijo allí, y lo hace bastante bien. O sabe actuar. Mi madre se distrae siempre cocinando o comprando cosas, porque tampoco le gusta. Ni hablar de mi único hermano, siempre está en su cuarto y si pocas veces sale cuando no son épocas de juegos, ahora ninguna, ya que tiene baño allí. Yo, en cambio, a veces acompaño a papá a verlos, pero no siempre. No sé cómo lo hace, enserio. A veces me quedo pensando en mi hermano difunto, en cómo se llevaba conmigo, con mi otro hermano, y con mis padres. Era muy bueno, muy lindo, siempre útil y otras cosas casi no muy comunes entre los Capitolianos. Tirada en mi cama, mientras papá ve los juegos en su estudio con una pantalla muy grande, con mi madre en el centro, de compras, y mi hermano haciendo quién sabe qué en su cuarto, me pongo a divagar. ¿Por qué estoy tan aburrida? Generalmente siempre tengo algo que hacer, pero cuando no, sólo estoy en mi cama, haciendo nada. Quizá debí acompañar a mi madre de compras, al fin y al cabo, entiende mi sentimiento sobre no ver los juegos; sentimos casi lo mismo, ella perdió un hijo, yo un hermano. Y aparte, una amiga. Vaya que la vida, hasta ahora, no me había traído mucho bueno. Siempre era aburrido ir con los mentores y escuchar cosas tontas y mentiras exageradas sobre los tributos. Mi padre casi siempre se las tragaba de lleno, pero yo no; siempre veía el brillo codicioso de los mentores mentirosos. Casi ninguno decía una buena tanda de verdad, pero las pocas veces que patrocinamo--Que mi padre patrocinó a un tributo de mentor mentiroso, morían casi primeros, o contradiciendo absolutamente todo lo que el vencedor nos había dicho. Desde entonces, mi padre siempre me ha escuchado para patrocinar. Las veces que yo le he dado el visto bueno, o ganaban, o casi lo hacían. Cuando morían era por mera mala suerte. Eso me hace pensar en Benedict. ¿Qué pasaría con aquél chico? Le di mi número porque creí que iba a llamar, pero... Bueno, claro que es el inicio de la cornucopia y debe estar nervioso y preocupado por ¿cómo era que se llaman? Alexis y Ariana. No, no. Alexander y Arianne. Sí, sí.
Pensar en eso me da hambre, no sé por qué. Me levanto para ir a la cocina, aunque pronto me arrepiento; ¿y si mi padre salió de su estudio para ir a la sala? La cocina está frente a la enorme sala, y si me ve, me pedirá que me quede con él. Sacudo la cabeza. Me acerco a mi cama para acostarme otra vez, pero justo cuando lo voy a hacer, el teléfono que está en mi cuarto suena, asustándome y haciéndome dar un brinquito. Tomo el teléfono.— ¿Hola? —seguro mi padre se molestaría si no lo tomaba yo, porque mi hermano es un flojo y alguien así jamás contestaría el teléfono. Cuelgan y yo frunzo el ceño. Seguramente se equivocaron, o querían hablar con mi padre. Pero para eso está su propia línea, vaya. Suspiro y dejo el teléfono donde estaba. Me siento en la cama y cuando suena otra vez, lo tomo apenas se ilumina.— ¿Hola? —repito como hace un rato. De pronto, su voz me hace sonreír.— Ah, por supuesto. Puedes llamar cuando quieras y seguro siempre es un buen momento —comento, exagerando. Me mastico el labio inferior mientras él habla. Suspiro. Lo entiendo por completo. ¿Debería de decirle que tampoco puedo yo? Creí que él vería la cornucopia para apoyar a sus tributos, pero nada. Comenzamos a hablar por un rato de cualquier cosa, una conversación normal. Hasta que me pide ir por un helado. Me agrada que estemos hablando por teléfono, porque así no puede ver que mi rostro está ardiendo. Acepto, y cuando cuelgo, poco me falta para gritar como una típica chica de mi edad emocionada porque un chico lindo la invita a salir. Sólo suelto un suspiro tranquilo y sonrío, yendo a mi cama.
Me doy un buen baño, me visto, me arreglo el cabello y salgo. Voy con mi madre y le aviso que saldré, pero me retiene, diciendo que la ayude a poner tal cosa en tal lado. Accedo, poniendo los ojos en blanco. Me tardo unos diez minutos, y me maldigo por ello. Iba a buena hora, con tiempo hasta de sobra para llegar a tiempo con Ben, pero mi madre parece que sólo me pide hacer cosas cuando voy a salir. La quiero, pero también se pasa. Le pido al conductor que me lleve a mi destino. Llevo dinero que le quité hoy a mi padre por si las dudas; dado cómo se mostró en el restaurante, puede que se olvide hasta de eso. Llego y camino, casi troto, hasta la heladería donde nos quedamos de ver. Lo veo bajo la sombra de un toldo y sonrío. Me acerco hasta él y lo saludo con un beso en la mejilla, luchando para no sonrojarme.— Lamento mucho llegar tarde, mi madre me distrajo con algo —me encojo de hombros.— ¿Qué tal estás, Ben? —pregunto, aunque luego hago una mueca. Pero claro que no estará bien. Tonta.
Pensar en eso me da hambre, no sé por qué. Me levanto para ir a la cocina, aunque pronto me arrepiento; ¿y si mi padre salió de su estudio para ir a la sala? La cocina está frente a la enorme sala, y si me ve, me pedirá que me quede con él. Sacudo la cabeza. Me acerco a mi cama para acostarme otra vez, pero justo cuando lo voy a hacer, el teléfono que está en mi cuarto suena, asustándome y haciéndome dar un brinquito. Tomo el teléfono.— ¿Hola? —seguro mi padre se molestaría si no lo tomaba yo, porque mi hermano es un flojo y alguien así jamás contestaría el teléfono. Cuelgan y yo frunzo el ceño. Seguramente se equivocaron, o querían hablar con mi padre. Pero para eso está su propia línea, vaya. Suspiro y dejo el teléfono donde estaba. Me siento en la cama y cuando suena otra vez, lo tomo apenas se ilumina.— ¿Hola? —repito como hace un rato. De pronto, su voz me hace sonreír.— Ah, por supuesto. Puedes llamar cuando quieras y seguro siempre es un buen momento —comento, exagerando. Me mastico el labio inferior mientras él habla. Suspiro. Lo entiendo por completo. ¿Debería de decirle que tampoco puedo yo? Creí que él vería la cornucopia para apoyar a sus tributos, pero nada. Comenzamos a hablar por un rato de cualquier cosa, una conversación normal. Hasta que me pide ir por un helado. Me agrada que estemos hablando por teléfono, porque así no puede ver que mi rostro está ardiendo. Acepto, y cuando cuelgo, poco me falta para gritar como una típica chica de mi edad emocionada porque un chico lindo la invita a salir. Sólo suelto un suspiro tranquilo y sonrío, yendo a mi cama.
Me doy un buen baño, me visto, me arreglo el cabello y salgo. Voy con mi madre y le aviso que saldré, pero me retiene, diciendo que la ayude a poner tal cosa en tal lado. Accedo, poniendo los ojos en blanco. Me tardo unos diez minutos, y me maldigo por ello. Iba a buena hora, con tiempo hasta de sobra para llegar a tiempo con Ben, pero mi madre parece que sólo me pide hacer cosas cuando voy a salir. La quiero, pero también se pasa. Le pido al conductor que me lleve a mi destino. Llevo dinero que le quité hoy a mi padre por si las dudas; dado cómo se mostró en el restaurante, puede que se olvide hasta de eso. Llego y camino, casi troto, hasta la heladería donde nos quedamos de ver. Lo veo bajo la sombra de un toldo y sonrío. Me acerco hasta él y lo saludo con un beso en la mejilla, luchando para no sonrojarme.— Lamento mucho llegar tarde, mi madre me distrajo con algo —me encojo de hombros.— ¿Qué tal estás, Ben? —pregunto, aunque luego hago una mueca. Pero claro que no estará bien. Tonta.
El tiempo pasa lento, probablemente porque estoy nervioso o porque mi cabeza se encuentra a cientos de kilómetros de aquí, allí donde están mis supuestas responsabilidades luchando por mantenerse con vida. Debo ser el peor mentor del mundo, ni más ni menos. Me paso una mano por la frente, quitándome algo del cabello para que no me produzca más calor, mientras observo a una pareja a unos pocos metros que parecen compartir un rato agradable tras recibir sus helados. Él le toma la mano, le dice cosas en el oído, y ella se ríe y lo mira como si fuese la mejor cosa que le ocurrió jamás. Por un momento estoy seguro de que papá y mamá fueron así cuando eran jóvenes; después me pregunto si se supone que así debo actuar yo o si alguna vez tendré a alguien que me lo permita. Arrugo la nariz porque el simple pensamiento se me hace demasiado cursi. Las chicas son lindas e interesantes y últimamente podría pasarme horas mirándolas, pero no puedo imaginarme a mí mismo corriendo detrás de la falda de alguien. Shamel solía decir que había una diferencia entre las parejas felices y aquellas en las cuales el tipo vivía solamente para lo que su mujer deseaba y él siempre dijo que nunca querría ser aquello último por “cuestiones de dignidad” que nunca entendí hasta ahora.
Mis pensamientos sobre las parejas y el amor son interrumpidos por la repentina visión de una cabellera que me resulta familiar y, antes de que pueda siquiera moverme o entender lo que está sucediendo, recibo un beso en la mejilla que me resulta muy conocido ya que son los mismos labios que me despidieron de aquella forma el otro día. Le sonrío con una mueca algo forzada y hago un gesto con la mano, sacudiéndola, para que le reste importancia – no te hagas ningún problema, creo que incluso yo llegué un poco temprano – ya sé que es mentira, pero nunca está de más ser algo cortés. Me acomodo en la banquilla, apoyándome contra el mueble que tengo detrás de mí y suspiro por culpa de su pregunta, de la cual ella ya sabe la respuesta a juzgar por la expresión en su rostro – He tenido días mejores, pero no me quejo – no estoy aquí para hablar de mis miserias, sino para escapar de ellas - ¿y tú? ¿Tu madre te hizo ordenar tu habitación o algo así? – Sophia siempre usaba una excusa parecida cada vez que llegaba tarde a casa, de modo que se me hizo tan familiar que podría apostar lo que sea a que todo el mundo dice lo mismo al querer dar una explicación a un atentado contra un horario. De todas formas le vuelvo a sonreír para dejarle en claro que no estoy enojado. No quiero que mal piense las cosas.
Me quedo callado un momento mientras la miro y me relamo los labios, secos, porque acabo de percatarme de que se supone que esto es una cita y no sé muy bien qué es lo que se hace a continuación. En las pelis siempre las muestran en extremo melosas pero yo no quiero hacer eso, así que me aferro a la primer cosa más casual que recuerdo – te ves bonita – mi voz es apenas un sonido mucho más agudo de lo normal y no puedo evitar ponerme bizco, mirando hacia otro lado y fingiendo estar muy interesado en la lista de los sabores de la heladería. Me bajo del banquillo para asomarme mejor por el mostrador, mordisqueando mis labios con obvio nerviosismo – Bueno… seguro que tú sabes más de esto que yo, así que… ¿pedimos lo que queremos? ¿Qué sabor me recomiendas? – “siempre deja que ella hable y préstale atención, porque eso demuestra que te interesa”. Una vez papá le dijo eso a mi hermano, así que prefiero hacerle caso. Me acomodo mejor contra el mostrador, apoyando allí mis brazos y enroscando mis dedos entre sí, para mirarla sobre mi hombro y sonreírle como si ella fuese la que necesita que la tranquilicen y no yo - te tengo una buena noticia. Tú eres la que vive aquí, así que pienso dejar que elijas las actividades de hoy. ¿Tienes algo en mente? – somos jóvenes, estamos en la playa y no tenemos padres que nos anden vigilando las nucas. Y yo tengo mucho dinero. Creo que podemos hacer básicamente lo que queramos.
Mis pensamientos sobre las parejas y el amor son interrumpidos por la repentina visión de una cabellera que me resulta familiar y, antes de que pueda siquiera moverme o entender lo que está sucediendo, recibo un beso en la mejilla que me resulta muy conocido ya que son los mismos labios que me despidieron de aquella forma el otro día. Le sonrío con una mueca algo forzada y hago un gesto con la mano, sacudiéndola, para que le reste importancia – no te hagas ningún problema, creo que incluso yo llegué un poco temprano – ya sé que es mentira, pero nunca está de más ser algo cortés. Me acomodo en la banquilla, apoyándome contra el mueble que tengo detrás de mí y suspiro por culpa de su pregunta, de la cual ella ya sabe la respuesta a juzgar por la expresión en su rostro – He tenido días mejores, pero no me quejo – no estoy aquí para hablar de mis miserias, sino para escapar de ellas - ¿y tú? ¿Tu madre te hizo ordenar tu habitación o algo así? – Sophia siempre usaba una excusa parecida cada vez que llegaba tarde a casa, de modo que se me hizo tan familiar que podría apostar lo que sea a que todo el mundo dice lo mismo al querer dar una explicación a un atentado contra un horario. De todas formas le vuelvo a sonreír para dejarle en claro que no estoy enojado. No quiero que mal piense las cosas.
Me quedo callado un momento mientras la miro y me relamo los labios, secos, porque acabo de percatarme de que se supone que esto es una cita y no sé muy bien qué es lo que se hace a continuación. En las pelis siempre las muestran en extremo melosas pero yo no quiero hacer eso, así que me aferro a la primer cosa más casual que recuerdo – te ves bonita – mi voz es apenas un sonido mucho más agudo de lo normal y no puedo evitar ponerme bizco, mirando hacia otro lado y fingiendo estar muy interesado en la lista de los sabores de la heladería. Me bajo del banquillo para asomarme mejor por el mostrador, mordisqueando mis labios con obvio nerviosismo – Bueno… seguro que tú sabes más de esto que yo, así que… ¿pedimos lo que queremos? ¿Qué sabor me recomiendas? – “siempre deja que ella hable y préstale atención, porque eso demuestra que te interesa”. Una vez papá le dijo eso a mi hermano, así que prefiero hacerle caso. Me acomodo mejor contra el mostrador, apoyando allí mis brazos y enroscando mis dedos entre sí, para mirarla sobre mi hombro y sonreírle como si ella fuese la que necesita que la tranquilicen y no yo - te tengo una buena noticia. Tú eres la que vive aquí, así que pienso dejar que elijas las actividades de hoy. ¿Tienes algo en mente? – somos jóvenes, estamos en la playa y no tenemos padres que nos anden vigilando las nucas. Y yo tengo mucho dinero. Creo que podemos hacer básicamente lo que queramos.
Supuse, desde que mi madre me distrajo, que cualquier cosa que le dijera a Benedict respecto a mi tardanza, no sería creíble. Al menos no para él. Yo jamás doy excusas, y cuando las doy, es porque son verdad, no sólo tontas palabras de relleno para pasar desapercibida y ser perdonada. Por eso, cuando Ben dice que no hay problema, no puedo evitar no sospechar en si me cree o no. Pero válgame, que estoy aquí para algo y si nos quedamos hablando de eso, seguro que al menos yo salgo enojada de acá. Suspiro, mirando a la arena.— Me llamó cuando iba a salir apenas. Me puso a acomodar parte de su ropa en su armario. Realmente no sé para qué me pide ayuda cuando tenemos... eh, avox. Aunque por otro lado creo que lo hace porque casi nunca pasamos tiempo juntas —lo volteo a ver, levantando la comisura de mis labios en una sonrisa algo leve y también triste.— En parte la entiendo —alzo los hombros, volteando a cualquier otro lado. Sé que mi madre quiere pasar tiempo conmigo porque soy, básicamente, la única hija que le queda. Mi otro hermano siempre está a su rollo y nunca cena con papá, mamá y conmigo. Es extraño, pero creo que podemos ser la única familia del Capitolio que realmente se preocupa por ser, bueno, familia. En parte, eso me gusta, y mucho.
De pronto me pongo a pensar en mi hermano mayor, el que murió. ¿Qué pensaría de mí ahora? Él siempre fue cariñoso, siempre fue un buen chico, casi para nada acorde a donde nacimos. Quizá si él siguiera aquí, me hubiese traído él mismo. Realmente lo extraño, aunque no recuerde mucho de él. Agradezco tener una fotografía de él en mi cuarto, y además, en un colgante, una foto familiar de hace años, porque si no, hubiese olvidado su rostro. Y es lo menos que quisiera olvidar en la vida. Me alegra de ser una de las pocas personas capitolianas a las que le importa lo suficiente la familia, como para no olvidarla, jamás. Sumergida en mis pensamientos, su voz me despierta y lo volteo a ver, sorprendida, por su comentario. Alzo ambas cejas y hago el esfuerzo de no enrojecer, que pareciera imposible, pero lo logro.— Muchas gracias, Ben —sonrío.—Tú... también te ves bien —bajo la mirada, apagando el tono de mi voz conforme hablo. Jamás nadie me puso tan nerviosa.
Me relamo los labios, ordenando mis pensamientos. ¿Qué dijo mamá acerca de las citas? "Nunca, pero nunca, Zyanelle, acapares toda la conversación, siempre van a irse despavoridos si te atreves a hablar sólo de ti. Hazles saber que te interesan y no eres la única, por más difícil que suene". Entonces, creo que eso haré. Recuerdo que cuando me lo dijo no supe si sentirme indignada o halagada, así que sólo asentí y nada más.— Puedes pedir lo que quieras, tranquilo —sonrío, sin mirarlo, mientras miro los sabores. Mi favorito siempre fue y siempre será el de pie de limón, lo probé por primera vez a los seis años y desde ese entonces se convirtió en mi favorito, supliendo al de fresas. Le indico al camarero o lo que sea, que me sirva una copita con helado de pie de limón, y volteo con Ben cuando vuelve a hablar.— Ah, vaya, Ben... Bueno, es que hay cientos de cosas que podemos hacer; caminar, sentarnos a hablar, pasear por la playa, ir al... cine, en fin. Muchísimas cosas —suspiro, ladeando la cabeza.— ¿Qué te gustaría hacer a ti? —hago caso a lo que antes me había dicho mi madre y suspiro, mirándolo con una sonrisa pasiva.
De pronto me pongo a pensar en mi hermano mayor, el que murió. ¿Qué pensaría de mí ahora? Él siempre fue cariñoso, siempre fue un buen chico, casi para nada acorde a donde nacimos. Quizá si él siguiera aquí, me hubiese traído él mismo. Realmente lo extraño, aunque no recuerde mucho de él. Agradezco tener una fotografía de él en mi cuarto, y además, en un colgante, una foto familiar de hace años, porque si no, hubiese olvidado su rostro. Y es lo menos que quisiera olvidar en la vida. Me alegra de ser una de las pocas personas capitolianas a las que le importa lo suficiente la familia, como para no olvidarla, jamás. Sumergida en mis pensamientos, su voz me despierta y lo volteo a ver, sorprendida, por su comentario. Alzo ambas cejas y hago el esfuerzo de no enrojecer, que pareciera imposible, pero lo logro.— Muchas gracias, Ben —sonrío.—Tú... también te ves bien —bajo la mirada, apagando el tono de mi voz conforme hablo. Jamás nadie me puso tan nerviosa.
Me relamo los labios, ordenando mis pensamientos. ¿Qué dijo mamá acerca de las citas? "Nunca, pero nunca, Zyanelle, acapares toda la conversación, siempre van a irse despavoridos si te atreves a hablar sólo de ti. Hazles saber que te interesan y no eres la única, por más difícil que suene". Entonces, creo que eso haré. Recuerdo que cuando me lo dijo no supe si sentirme indignada o halagada, así que sólo asentí y nada más.— Puedes pedir lo que quieras, tranquilo —sonrío, sin mirarlo, mientras miro los sabores. Mi favorito siempre fue y siempre será el de pie de limón, lo probé por primera vez a los seis años y desde ese entonces se convirtió en mi favorito, supliendo al de fresas. Le indico al camarero o lo que sea, que me sirva una copita con helado de pie de limón, y volteo con Ben cuando vuelve a hablar.— Ah, vaya, Ben... Bueno, es que hay cientos de cosas que podemos hacer; caminar, sentarnos a hablar, pasear por la playa, ir al... cine, en fin. Muchísimas cosas —suspiro, ladeando la cabeza.— ¿Qué te gustaría hacer a ti? —hago caso a lo que antes me había dicho mi madre y suspiro, mirándolo con una sonrisa pasiva.
Soy capaz de ver lo distintos que somos Zyan y yo cuando habla de avoxs, pero prefiero no decir nada para no arruinar nuestra salida; yo nunca podría tener gente castigada trabajando para mí en mi propia casa ni aunque tuviese todo el dinero del mundo. Incluso cuando envían algunos a atendernos no puedo dejar de sentirme algo incómodo con ellos. Prefiero hacer las cosas por mí mismo, además así no me siento tan inútil. Y entre aquellos pensamientos me nace un sentimiento que no me resulta muy familiar, pero que se asoma en forma de malestar, como una puntada algo violenta, y la reconozco como la envidia. Ella tiene a sus padres, su madre quiere pasar tiempo con ella... ¿por qué mi papá no puede ser como su mamá? ¿Por qué no tengo a nadie en mi familia que le interese la idea de pasar un rato conmigo? En momentos así es cuando extraño a mi madre. Me gustaría poder contarle estas cosas porque ella siempre escuchaba, pero bah. Tengo que asumir que está muerta y ya - estás mintiendo, pero gracias - me limito a decirle con cierta gracia, para poder hablar de otra cosa, aprovechando el intercambio de cumplidos. A decir verdad hoy ni me fijé que me puse, así que vuelvo a mirarme por las dudas de estar muy ridículo. Bueno, no está tan mal.
Como no obtengo ninguna sugerencia, me quedo mirando como ella se pide su copita de limón, que parece ser más que fresco. Cuando el heladero me mira, esperando que le diga al menos algo, yo parpadeo y señalo torpemente a Zyanelle - quiero lo mismo que ella - diablos, soy un estúpido, ahora creerá que no tengo nada de personalidad o algo así. Carraspeo, irguiendo un poco mi espalda - y añade un poco de chocolate. Amargo - nunca me gustó mucho el chocolate amargo, siempre preferí del otro mucho más suave, pero por algún motivo sonaba bien así que lo dije. En cuanto recibo mi copa saco el dinero del bolsillo y pago, sin siquiera esperar a que ella haga un amague o lo que sea porque no le pienso permitir que gaste ni un centavo, mientras escucho sus propuestas. Tomo dos cucharitas y le paso una, clavando la otra en mis bolitas de helado - no fui muchas veces al cine. En el distrito cuatro solamente tenemos uno y no siempre pasan cosas interesantes - eso es mucho decir, porque en otros distritos con suerte saben la existencia de los cines. Nosotros íbamos de vez en cuando, en especial cuando salían pelis de dibujitos que a Mel tanto le gustaban - pero en el cine no se puede hablar y si te pedí salir, no es para que gastemos el tiempo en una peli, ¿no? - no se lo digo, pero también me incomoda el hecho de que siempre que he escuchado o visto el asunto de las citas en los cines, me sonó a un lugar donde las parejas van a abrazarse y a besuquearse. Y creo que ese no es mi estilo, o tal vez sí y todavía no lo sé, pero no creo que sea momento de averiguarlo.
Me llevo la primera cucharada a la boca mientras miro a nuestro alrededor y me saboreo, meditanto porque, a decir verdad, no contaba con tener que elegir - no sé divertirme, la verdad. Ahora que lo pienso soy un asco de aburrido - en casa juego al ajedrez o a los videojuegos, quizá leo o busco el modo de pasar el tiempo; tal vez es porque no tengo gente de mi edad para hacer cosas de mi edad, excepto Soph, pero ella es niña y vive en el cuatro. De todas formas creo que no estoy dando una buena impresión y le doy un par de cucharadas más al helado, buscando el modo de callarme y pensar rápido. Al final me decido por lo más obvio para alguien que viene de mi distrito - ven, ¿quieres enseñarme las playas de aquí? - nunca tuve la posibilidad de visitar con cuidado el Capitolio, de modo que tal vez es hora. Mientras no nos crucemos con ninguna pantalla que nos muestre la arena, genial...
No lo pienso demasiado. Con una mano sostengo la copita y, con la otra, enrosco mis dedos en los de Zyan para poder tirar de ella camino abajo. No tardamos en pisar la arena y dejamos el puesto de helados a nuestras espaldas, hundiendo los pies en la arena, hasta que llegamos a la orilla. Me detengo y, pisando mi pie, logro hacer fuerza y me saco una zapatilla, haciendo lo mismo con la contraria; eso es lo bueno del calzado fino de verano, que no son necesarias las medias y puedo sentir rápidamente el agua mojarme los pies. Muevo mis dedos, sonriendo para mí mismo, hasta que me doy cuenta de que no estoy solo porque mi mano sigue presionando la suya. Las observo unidas por un instante y pienso en soltarla, notando como el calor hace picar mis mofletes, pero no lo hago, sino que las balanceo un poco - ¿esto te molesta? - le pregunto, bajando un poco la voz como si le estuviese diciendo un secreto confidencial. Estoy seguro de que Amelie me golpearía si hiciese esto con ella. Pero Zyan no es Amy. Y, sorprendentemente, me parece tan bonita como ella. Y no me molesta tomarla de la mano. Se supone que así suceden estas cosas, ¿no? Incluso dejando de lado los asuntos más importantes que no debería olvidar... para estas cosas, no me siento tan "niño".
Como no obtengo ninguna sugerencia, me quedo mirando como ella se pide su copita de limón, que parece ser más que fresco. Cuando el heladero me mira, esperando que le diga al menos algo, yo parpadeo y señalo torpemente a Zyanelle - quiero lo mismo que ella - diablos, soy un estúpido, ahora creerá que no tengo nada de personalidad o algo así. Carraspeo, irguiendo un poco mi espalda - y añade un poco de chocolate. Amargo - nunca me gustó mucho el chocolate amargo, siempre preferí del otro mucho más suave, pero por algún motivo sonaba bien así que lo dije. En cuanto recibo mi copa saco el dinero del bolsillo y pago, sin siquiera esperar a que ella haga un amague o lo que sea porque no le pienso permitir que gaste ni un centavo, mientras escucho sus propuestas. Tomo dos cucharitas y le paso una, clavando la otra en mis bolitas de helado - no fui muchas veces al cine. En el distrito cuatro solamente tenemos uno y no siempre pasan cosas interesantes - eso es mucho decir, porque en otros distritos con suerte saben la existencia de los cines. Nosotros íbamos de vez en cuando, en especial cuando salían pelis de dibujitos que a Mel tanto le gustaban - pero en el cine no se puede hablar y si te pedí salir, no es para que gastemos el tiempo en una peli, ¿no? - no se lo digo, pero también me incomoda el hecho de que siempre que he escuchado o visto el asunto de las citas en los cines, me sonó a un lugar donde las parejas van a abrazarse y a besuquearse. Y creo que ese no es mi estilo, o tal vez sí y todavía no lo sé, pero no creo que sea momento de averiguarlo.
Me llevo la primera cucharada a la boca mientras miro a nuestro alrededor y me saboreo, meditanto porque, a decir verdad, no contaba con tener que elegir - no sé divertirme, la verdad. Ahora que lo pienso soy un asco de aburrido - en casa juego al ajedrez o a los videojuegos, quizá leo o busco el modo de pasar el tiempo; tal vez es porque no tengo gente de mi edad para hacer cosas de mi edad, excepto Soph, pero ella es niña y vive en el cuatro. De todas formas creo que no estoy dando una buena impresión y le doy un par de cucharadas más al helado, buscando el modo de callarme y pensar rápido. Al final me decido por lo más obvio para alguien que viene de mi distrito - ven, ¿quieres enseñarme las playas de aquí? - nunca tuve la posibilidad de visitar con cuidado el Capitolio, de modo que tal vez es hora. Mientras no nos crucemos con ninguna pantalla que nos muestre la arena, genial...
No lo pienso demasiado. Con una mano sostengo la copita y, con la otra, enrosco mis dedos en los de Zyan para poder tirar de ella camino abajo. No tardamos en pisar la arena y dejamos el puesto de helados a nuestras espaldas, hundiendo los pies en la arena, hasta que llegamos a la orilla. Me detengo y, pisando mi pie, logro hacer fuerza y me saco una zapatilla, haciendo lo mismo con la contraria; eso es lo bueno del calzado fino de verano, que no son necesarias las medias y puedo sentir rápidamente el agua mojarme los pies. Muevo mis dedos, sonriendo para mí mismo, hasta que me doy cuenta de que no estoy solo porque mi mano sigue presionando la suya. Las observo unidas por un instante y pienso en soltarla, notando como el calor hace picar mis mofletes, pero no lo hago, sino que las balanceo un poco - ¿esto te molesta? - le pregunto, bajando un poco la voz como si le estuviese diciendo un secreto confidencial. Estoy seguro de que Amelie me golpearía si hiciese esto con ella. Pero Zyan no es Amy. Y, sorprendentemente, me parece tan bonita como ella. Y no me molesta tomarla de la mano. Se supone que así suceden estas cosas, ¿no? Incluso dejando de lado los asuntos más importantes que no debería olvidar... para estas cosas, no me siento tan "niño".
Me limito a quedarme callada. Me decepciona que crea que le estoy mintiendo, pero bueno, al fin y al cabo, es un chico. Ni aunque le diga que me rompí las piernas y le muestre la silla de ruedas, me creería. No sé por qué tengo la impresión de que siempre que digo la verdad, o algo así, nadie me cree. Me agobia que casi nunca crean lo que digo, más que nada, porque pocas veces soy deshonesta. Suspiro, tomando mi copa, y volteo cuando él paga. Una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro, mirándolo.— Mira qué caballeroso que eres, eh —lo molesto un poco, tocando su brazo con mi codo muy apenas. Asiento, mirando al techo mientras pienso con una ligera torcedura en mis labios.— Entonces... Podemos pasear. Eso es mejor —asiento para mí misma, mientras aún pienso en más opciones. Es extraño, pero justamente ahora, no tengo una sola idea de qué hacer con él.
Me encojo de hombros, concentrándome en el helado de pie de limón que tanto me encanta. Llevo la cuchara al helado y con elegancia, la dirijo luego a mi boca. Para ser sincera, hacía mucho que no iba por un helado, menos por uno de pie de limón, por lo que cuando lo saboreo, una sonrisa de satisfacción se posa en mi boca y creo que no se irá por un tiempo.— Tranquilo, no es que yo sea Miss Diversión —digo a la ligera, llevándome otra cucharada. No he estado lo suficientemente nerviosa con algo como para comer tan rápido como lo hago ahora. Seguramente es él quien me pone así de... de... boba. Sacudo la cabeza muy apenas, más que nada para disipar ese pensamiento y no tener que ponerme roja. Odio que me vean sonrojada, más él. Alzo ambas cejas a su proposición y asiento una vez.— Por supuesto que sí. Vamos.
Abro con exageración mis ojos cuando toma mi mano y me muerdo la lengua, sin decir nada. Me pongo nerviosa, muy, muy nerviosa, y debo voltear al lado contrario del que está Benedict para que no note mi fuerte sonrojo. Camino con él, aún sin mirarlo, y sé que es probable que en cualquier momento lo note, así que lo dejo ir y me concentro en el mar, intentando ignorar que nuestras manos están perfectamente entrelazadas. Demonios. Afortunadamente, llevo unas sandalias. Me las quito para sentir la arena entre mis dedos y me intento concentrar en la sensación rasposa que hay en mis pies. Mi corazón va cada vez más rápido y sólo tomó mi mano. Odio admitirlo, pero quizá me gusta. Pero sólo un poco. No mucho. No me puede gustar alguien a quien conocí hace casi nada. No. Su pregunta me devuelve a la realidad y sacudo la cabeza, sonriendo con timidez.—No, para nada —comento, más que nada al aire. Volteo a verlo y tomo valor para decirlo—: De hecho me gusta —listo. Ya está. Siento la sangre arder hasta mis mejillas y volteo la cabeza en otra dirección, mirando a lo lejos, a un hombre gordo tomando el sol. Mi cara se torna en una mueca de asco y me estremezco, sacudiendo los hombros sin soltar su cálida mano.— Hay... hay un... —niego con la cabeza y señalo vagamente en dirección al hombre con la mano de la copa.— Velo por ti mismo —aprieto los labios, divertida, mientras comparo sus pies y mis pies, ambos hundidos en la arena tibia y rasposa. Lindo.
Me encojo de hombros, concentrándome en el helado de pie de limón que tanto me encanta. Llevo la cuchara al helado y con elegancia, la dirijo luego a mi boca. Para ser sincera, hacía mucho que no iba por un helado, menos por uno de pie de limón, por lo que cuando lo saboreo, una sonrisa de satisfacción se posa en mi boca y creo que no se irá por un tiempo.— Tranquilo, no es que yo sea Miss Diversión —digo a la ligera, llevándome otra cucharada. No he estado lo suficientemente nerviosa con algo como para comer tan rápido como lo hago ahora. Seguramente es él quien me pone así de... de... boba. Sacudo la cabeza muy apenas, más que nada para disipar ese pensamiento y no tener que ponerme roja. Odio que me vean sonrojada, más él. Alzo ambas cejas a su proposición y asiento una vez.— Por supuesto que sí. Vamos.
Abro con exageración mis ojos cuando toma mi mano y me muerdo la lengua, sin decir nada. Me pongo nerviosa, muy, muy nerviosa, y debo voltear al lado contrario del que está Benedict para que no note mi fuerte sonrojo. Camino con él, aún sin mirarlo, y sé que es probable que en cualquier momento lo note, así que lo dejo ir y me concentro en el mar, intentando ignorar que nuestras manos están perfectamente entrelazadas. Demonios. Afortunadamente, llevo unas sandalias. Me las quito para sentir la arena entre mis dedos y me intento concentrar en la sensación rasposa que hay en mis pies. Mi corazón va cada vez más rápido y sólo tomó mi mano. Odio admitirlo, pero quizá me gusta. Pero sólo un poco. No mucho. No me puede gustar alguien a quien conocí hace casi nada. No. Su pregunta me devuelve a la realidad y sacudo la cabeza, sonriendo con timidez.—No, para nada —comento, más que nada al aire. Volteo a verlo y tomo valor para decirlo—: De hecho me gusta —listo. Ya está. Siento la sangre arder hasta mis mejillas y volteo la cabeza en otra dirección, mirando a lo lejos, a un hombre gordo tomando el sol. Mi cara se torna en una mueca de asco y me estremezco, sacudiendo los hombros sin soltar su cálida mano.— Hay... hay un... —niego con la cabeza y señalo vagamente en dirección al hombre con la mano de la copa.— Velo por ti mismo —aprieto los labios, divertida, mientras comparo sus pies y mis pies, ambos hundidos en la arena tibia y rasposa. Lindo.
Las chicas que han tomado mi mano, que no hayan sido mi madre o mi hermana, pueden contarse con los dedos de una sola mano. Cassie, la amiga de Melanie, pero solo fue una vez y la solté de inmediato, así que no cuenta. Delia, la amiga mayor de mi hermano, pero solamente lo hacía porque era mayor y a veces me llevaba al parque de aquella forma para no perderme. Sophia. Amelie. Y ahora Zyanelle. Se siente extraño, probablemente porque la situación es muy diferente a lo que suelen ser las demás; ella no es mi mejor amiga ni mi compañera ni hemos tomado la confianza suficiente como para entrelazar nuestros dedos. Ella es una chica, bonita si me permito decirlo, a quien apenas conozco y con la cual estoy compartiendo un rato que no se parece en nada a los que he pasado con anterioridad. Sé que una parte de mí se muere de nervios, la otra sufre arcadas por el asco ante mis pensamientos empalagosos y otra más intenta mantenerme sereno; tengo la ligera sospecha que en algún momento voy a explotar.
Sonrío gracias a que afirma que no le molesta en lo absoluto y muevo un poco más mis dedos entre los suyos al intentar acomodarlos, pero que afirme que le gusta éste contacto consigue que el calor de las mejillas aumente y estoy seguro de que ha llegado el color a mi frente y a mis orejas. Y no soy el único. Zyan se voltea, pero alcanzo a ver como el rojizo se ha apoderado de sus mofletes, lo que en parte debería entusiasmarme, aunque a decir verdad me confunde un poco. ¿Cómo se supone que debería sentirme por esto? Siento como si estuviese haciendo trampa, como si le mintiese al querer salir con ella cuando conozco todas las cosas que he dejado encerradas en mi dormitorio del centro de entrenamientos… sé que Zyan me odiaría si se las contara, pero ella me agrada, de verdad… todo aquello no tiene nada que ver con ella. ¿Cómo le dices a una niña todo esto sin meter la pata?
Por suerte ella se toma la molestia de desviar la atención hacia un hombre obeso que se encuentra tomando sol, al cual no me cuesta encontrar. Noto como ella reprime la risa y yo hago lo mismo, negando ligeramente con la cabeza, hasta que acerco mi rostro al suyo para poder hablarle cerca del oído; sus pelos me producen cosquillas en la nariz y su calor corporal se siente demasiado cerca, y ni hablar de su perfume… pero intento parecer sereno – en el distrito cuatro está lleno de esos. Una vez mi hermano y yo tropezamos y le dejamos la barriga de un señor completamente llena de helado… - admito, dejando salir una risita algo tonta ante el simple recuerdo, que intento reprimir mordiéndome la lengua. Pobres tipos, al fin y al cabo hay que dejarlos ser y que tomen sol como todo el mundo – aunque es un poco más perturbante su traje de baño – acabo añadiendo, señalando vagamente con el mentón hacia aquella prenda colorida que podría dejarnos sin visión a ambos.
Me olvido por completo del helado que sostengo y que probablemente ya se esté derritiendo, porque me interesa más lo que hago con la otra mano, que se aferra a la suya con suavidad y firmeza, como si quisiese estirar lo más que pueda aquel momento. Me ayuda a distraerme de otros problemas y no creo que esté mal que me quiera fijar, por una vez, en las cosas que debería fijarme teniendo trece años. Presiono un poco, sintiendo nuestras palmas chocar, y a pesar de que ya he terminado de hablarle en el oído, no me aparto, sino que desde esta distancia puedo contar cada detalle de su rostro y fijarme muy bien en la forma y el color de sus ojos - ¿alguna vez tuviste una cita, Zyan? ¿Tienes idea de cómo se debe actuar cuando…– me relamo y paso saliva, buscando las palabras adecuadas sin apartar la mirada, lo que me cuesta horrores - ... cuando alguien “te cae bien” en estos casos? – sé lo que dirían chicos como Alex o Seth; me empujarían, me dirían que tengo que dar el primer paso y se burlarían de mí. Pero a mí se me dan fatal estas cosas. Y tampoco es como que nos conocemos demasiado. Y una parte de mí no puede evitar pensar que ella va a golpearme y la otra me dice que Amelie va a enojarse conmigo porque… la verdad es que no tengo idea y no debería importarme. Las chicas son un dolor de cabeza.
Sonrío gracias a que afirma que no le molesta en lo absoluto y muevo un poco más mis dedos entre los suyos al intentar acomodarlos, pero que afirme que le gusta éste contacto consigue que el calor de las mejillas aumente y estoy seguro de que ha llegado el color a mi frente y a mis orejas. Y no soy el único. Zyan se voltea, pero alcanzo a ver como el rojizo se ha apoderado de sus mofletes, lo que en parte debería entusiasmarme, aunque a decir verdad me confunde un poco. ¿Cómo se supone que debería sentirme por esto? Siento como si estuviese haciendo trampa, como si le mintiese al querer salir con ella cuando conozco todas las cosas que he dejado encerradas en mi dormitorio del centro de entrenamientos… sé que Zyan me odiaría si se las contara, pero ella me agrada, de verdad… todo aquello no tiene nada que ver con ella. ¿Cómo le dices a una niña todo esto sin meter la pata?
Por suerte ella se toma la molestia de desviar la atención hacia un hombre obeso que se encuentra tomando sol, al cual no me cuesta encontrar. Noto como ella reprime la risa y yo hago lo mismo, negando ligeramente con la cabeza, hasta que acerco mi rostro al suyo para poder hablarle cerca del oído; sus pelos me producen cosquillas en la nariz y su calor corporal se siente demasiado cerca, y ni hablar de su perfume… pero intento parecer sereno – en el distrito cuatro está lleno de esos. Una vez mi hermano y yo tropezamos y le dejamos la barriga de un señor completamente llena de helado… - admito, dejando salir una risita algo tonta ante el simple recuerdo, que intento reprimir mordiéndome la lengua. Pobres tipos, al fin y al cabo hay que dejarlos ser y que tomen sol como todo el mundo – aunque es un poco más perturbante su traje de baño – acabo añadiendo, señalando vagamente con el mentón hacia aquella prenda colorida que podría dejarnos sin visión a ambos.
Me olvido por completo del helado que sostengo y que probablemente ya se esté derritiendo, porque me interesa más lo que hago con la otra mano, que se aferra a la suya con suavidad y firmeza, como si quisiese estirar lo más que pueda aquel momento. Me ayuda a distraerme de otros problemas y no creo que esté mal que me quiera fijar, por una vez, en las cosas que debería fijarme teniendo trece años. Presiono un poco, sintiendo nuestras palmas chocar, y a pesar de que ya he terminado de hablarle en el oído, no me aparto, sino que desde esta distancia puedo contar cada detalle de su rostro y fijarme muy bien en la forma y el color de sus ojos - ¿alguna vez tuviste una cita, Zyan? ¿Tienes idea de cómo se debe actuar cuando…– me relamo y paso saliva, buscando las palabras adecuadas sin apartar la mirada, lo que me cuesta horrores - ... cuando alguien “te cae bien” en estos casos? – sé lo que dirían chicos como Alex o Seth; me empujarían, me dirían que tengo que dar el primer paso y se burlarían de mí. Pero a mí se me dan fatal estas cosas. Y tampoco es como que nos conocemos demasiado. Y una parte de mí no puede evitar pensar que ella va a golpearme y la otra me dice que Amelie va a enojarse conmigo porque… la verdad es que no tengo idea y no debería importarme. Las chicas son un dolor de cabeza.
Siento la palma de su mano contra la mía. Es levemente rasposa, seguramente por haber estado en la arena o por algo que hizo antes. También siento una ligera suavidad, y que se resbala de la mía. ¿Está sudando? Frunzo el ceño, mirando al mar. No, la palma que suda es la mía. Me sudan las manos. Es perfecto, porque jamás me había pasado esto. Maldigo mentalmente a mis manos y les ordeno que dejen de sudar, aunque dudo que pase eso. Benedict acerca su rostro al mío y temo, por una milésima de segundo, que me bese. Pero no, eso no pasa, para mi desgracia. Aún así, lo que hace me sonroja. Intento escuchar con atención sus palabras, pero el contacto de sus labios contra mi oído me hace estremecer. Cierro los ojos, sintiendo su calor y su piel contra la mía. Sonrío, bajando la mirada, cuando termina.— Definitivamente, es perturbador. Si fuera así siempre, te aseguro que no vendría tan seguido —digo, casi sin voltear la cabeza para mirarlo, porque está cerca. Sus facciones son infantiles, pero realmente bonitas. Quizá lo que más me gusta de Ben es su cabello; castaño oscuro, lacio, y a veces, o por lo general, alborotado.
Volteo con brusquedad mi cabeza cuando me pregunta... eso, quedando apenas a milímetros de su rostro y logrando que la sangre subiera violentamente a mis mejillas, concentrándome en sus ojos, pero ampliando mi vista para contemplar bien sus facciones. Sus labios rosados y delgados, ligeramente secos y partidos. Su nariz respingada y lisa. Las pecas que cubren sus pómulos y nariz. Pestañas largas que esconden detrás de sí unos ojos azules y hermosos. No me doy cuenta del tiempo que ha pasado, pero sus palabras siguen nadando en mi mente. Parpadeo, despertando de mi sueño, y bajo la mirada, apenada. Sin despegarme.— Pocas —digo, casi con sequedad, pero con un tono despreocupado. Levanto la mirada otra vez y sonrío ligeramente, aferrando mi mano a la suya.— Pero sé que si alguien te... "cae bien", es bueno, no sé. A veces los chicos dan el primer paso, eso he visto en la televisión.
¿Enserio, Zyanelle? ¿La televisión? Me mordisqueo el labio inferior, pensando, analizando lo que voy a hacer. Suspiro, frustrada. Jamás hice esto. Bueno, una vez, y no salió para nada bien. Recuerdo ver a mis padres en una cena hace unos años, tomados de la mano, mientras las otras parejas apenas y se rozaban. Miro a los ojos de Benedict y, de pronto, mis labios rozan los suyos. Mis ojos se abren con tal sorpresa, y parte de indignación propia, y me separo precipitadamente, dando dos pasos hacia atrás para alejarme. Dejo caer el helado, con la sangre hirviendo en todo mi rostro, y sin más palabras qué decir más que—: Lo siento, Ben. Enserio, lo siento. Lo siento. Lo siento mucho. No debí... —. Y eso fue todo, señoras y señores. Zyanelle Presley para arruinar todo.
Volteo con brusquedad mi cabeza cuando me pregunta... eso, quedando apenas a milímetros de su rostro y logrando que la sangre subiera violentamente a mis mejillas, concentrándome en sus ojos, pero ampliando mi vista para contemplar bien sus facciones. Sus labios rosados y delgados, ligeramente secos y partidos. Su nariz respingada y lisa. Las pecas que cubren sus pómulos y nariz. Pestañas largas que esconden detrás de sí unos ojos azules y hermosos. No me doy cuenta del tiempo que ha pasado, pero sus palabras siguen nadando en mi mente. Parpadeo, despertando de mi sueño, y bajo la mirada, apenada. Sin despegarme.— Pocas —digo, casi con sequedad, pero con un tono despreocupado. Levanto la mirada otra vez y sonrío ligeramente, aferrando mi mano a la suya.— Pero sé que si alguien te... "cae bien", es bueno, no sé. A veces los chicos dan el primer paso, eso he visto en la televisión.
¿Enserio, Zyanelle? ¿La televisión? Me mordisqueo el labio inferior, pensando, analizando lo que voy a hacer. Suspiro, frustrada. Jamás hice esto. Bueno, una vez, y no salió para nada bien. Recuerdo ver a mis padres en una cena hace unos años, tomados de la mano, mientras las otras parejas apenas y se rozaban. Miro a los ojos de Benedict y, de pronto, mis labios rozan los suyos. Mis ojos se abren con tal sorpresa, y parte de indignación propia, y me separo precipitadamente, dando dos pasos hacia atrás para alejarme. Dejo caer el helado, con la sangre hirviendo en todo mi rostro, y sin más palabras qué decir más que—: Lo siento, Ben. Enserio, lo siento. Lo siento. Lo siento mucho. No debí... —. Y eso fue todo, señoras y señores. Zyanelle Presley para arruinar todo.
No tengo idea de cuál es la mano que suda más, si la suya o la mía, pero estoy seguro de que en ninguno de los casos es por culpa de las altas temperaturas del verano. Intento reírme de su comentario pero al final me sale una risa nerviosa y aguda, de modo que me arrepiento de inmediato. Y es peor cuando ella voltea y quedamos tan cerca que hasta puedo sentir su aliento fresco a causa del helado; noto muy bien como sus ojos no se clavan en los míos, sino que parecen hacer un análisis completo de mi rostro y yo siento que mi cerebro ha quedado en un punto muerto. Vamos Ben, di algo interesante. Abro la boca, esperando que ese comentario llegue, pero… - ehh… - ¡demonios! ¿Por qué no puedo ser como aquellas personas que parecen tenerlo todo controlado? ¿Por qué soy incapaz de simular ser inteligente al menos una vez que lo necesito? Me relamo para intentarlo una vez más, siendo consciente de su sonrojo y rogando no estar en igualdad de condiciones, cuando ella habla y me obligo a quedarme callado para escuchar su resolución. Y su respuesta seca mi garganta.
Dar el primer paso… creí que eso había hecho al invitarla al salir pero al parecer hay otras cosas que debo hacer y se me están pasando por alto. ¿Tomarla de la mano no cuenta? Ahora es cuando necesito que la vocecita irritante de Seth aparezca en acción para decirme qué hacer, pero por algún motivo, mi cerebro parece haberse congelado – dar el primer paso – repito en un murmullo y asiento una vez como si hubiese tomado nota – claro… - mi voz suena convencida, como si lo tuviese todo bajo control, pero la verdad es que estoy lejos de ello. Entonces Zyan está cerca, demasiado quizá, y con un extraño sacudón en el estómago, me doy cuenta de cómo sus labios rozan los míos; siento el impulso de apartarme, pero mis pies se quedan congelados en el suelo. Es extraño. Casi puedo decir que sabe a limón, pero no me deja comprobarlo porque se aparta como si la hubiese pateado y comienza a pedir disculpas. Mi cerebro se encuentra algo aturdido y no puedo evitar mirarla como si fuese la primera vez que lo hago, pero mi primer impulso, a pesar de todo, es intentar que no se sienta mal consigo misma - ¡No, no! ¡No pidas disculpas! Todo está… - paso saliva y me relamo los labios, como si de aquella forma todo cobrase sentido - … bien.
¿Todo está bien? ¿Yo estoy bien? Es la segunda vez en poco tiempo en la cual una chica me besa antes de que pueda saber qué diablos está pasando y la verdad es que no tengo idea de cómo debo sentirme. Esta vez sé que se supone que es correcto, que ella y yo somos solo dos adolescentes recién iniciados que están haciendo cosas de su edad. Se supone que así debería ser. Yo no debería haber matado personas ni debería vivir solo ni ser un mentor y mucho menos andar besando chicas mayores. Mis preocupaciones deberían ser las mismas de Zyan… entonces, ¿por qué se siente tan diferente?
Como soy un maldito cobarde, bajo la vista y como lo poco que queda de mi helado en silencio, hasta que me meto el pequeño cucurucho en la boca, cubriéndome con un brazo para no quedar mal. Paso saliva. Su helado se encuentra en el suelo y la miro, limpiándome con la manga y meto la cucharita en mi bolsillo, ya que no hay un cesto cerca. El mar no se ensucia, eso me dijeron cientos de veces – Zy… - cortar el silencio me cuesta y me rasco la nuca, tomando aire para después largarlo con fuerza. La miro con los ojos entornados, pero ella no tiene la respuesta a mis preguntas escrita en la frente, de modo que me armo de valor y camino hasta acercarme lo suficiente; mis manos toman su rostro con una suavidad demasiado torpe e inexperta para mi gusto, pero aún así, no me demoro en apretar mis labios contra los suyos. Definitivamente sabe a limón.
Como no es Amelie y no tengo el miedo a que me propine un golpe, puedo darme el lujo de que el beso no dure dos segundos, de modo que puedo decir que tiene labios suaves, que casi siento que los míos tiemblan, que se siente raramente bien y extrañamente mal a la vez… aquello es lo que consigue que me separe con lentitud, parpadeando para poder mirarla. Carajo, mierda, demonios, seguramente ahora va a odiarme – si fue asqueroso, lo siento mucho – balbuceo de inmediato. Doy un par de pasos hacia atrás, notando el nerviosismo recorriéndome de pies a cabeza, y le doy la espalda. Si quiero salir corriendo, éste es el momento.
Dar el primer paso… creí que eso había hecho al invitarla al salir pero al parecer hay otras cosas que debo hacer y se me están pasando por alto. ¿Tomarla de la mano no cuenta? Ahora es cuando necesito que la vocecita irritante de Seth aparezca en acción para decirme qué hacer, pero por algún motivo, mi cerebro parece haberse congelado – dar el primer paso – repito en un murmullo y asiento una vez como si hubiese tomado nota – claro… - mi voz suena convencida, como si lo tuviese todo bajo control, pero la verdad es que estoy lejos de ello. Entonces Zyan está cerca, demasiado quizá, y con un extraño sacudón en el estómago, me doy cuenta de cómo sus labios rozan los míos; siento el impulso de apartarme, pero mis pies se quedan congelados en el suelo. Es extraño. Casi puedo decir que sabe a limón, pero no me deja comprobarlo porque se aparta como si la hubiese pateado y comienza a pedir disculpas. Mi cerebro se encuentra algo aturdido y no puedo evitar mirarla como si fuese la primera vez que lo hago, pero mi primer impulso, a pesar de todo, es intentar que no se sienta mal consigo misma - ¡No, no! ¡No pidas disculpas! Todo está… - paso saliva y me relamo los labios, como si de aquella forma todo cobrase sentido - … bien.
¿Todo está bien? ¿Yo estoy bien? Es la segunda vez en poco tiempo en la cual una chica me besa antes de que pueda saber qué diablos está pasando y la verdad es que no tengo idea de cómo debo sentirme. Esta vez sé que se supone que es correcto, que ella y yo somos solo dos adolescentes recién iniciados que están haciendo cosas de su edad. Se supone que así debería ser. Yo no debería haber matado personas ni debería vivir solo ni ser un mentor y mucho menos andar besando chicas mayores. Mis preocupaciones deberían ser las mismas de Zyan… entonces, ¿por qué se siente tan diferente?
Como soy un maldito cobarde, bajo la vista y como lo poco que queda de mi helado en silencio, hasta que me meto el pequeño cucurucho en la boca, cubriéndome con un brazo para no quedar mal. Paso saliva. Su helado se encuentra en el suelo y la miro, limpiándome con la manga y meto la cucharita en mi bolsillo, ya que no hay un cesto cerca. El mar no se ensucia, eso me dijeron cientos de veces – Zy… - cortar el silencio me cuesta y me rasco la nuca, tomando aire para después largarlo con fuerza. La miro con los ojos entornados, pero ella no tiene la respuesta a mis preguntas escrita en la frente, de modo que me armo de valor y camino hasta acercarme lo suficiente; mis manos toman su rostro con una suavidad demasiado torpe e inexperta para mi gusto, pero aún así, no me demoro en apretar mis labios contra los suyos. Definitivamente sabe a limón.
Como no es Amelie y no tengo el miedo a que me propine un golpe, puedo darme el lujo de que el beso no dure dos segundos, de modo que puedo decir que tiene labios suaves, que casi siento que los míos tiemblan, que se siente raramente bien y extrañamente mal a la vez… aquello es lo que consigue que me separe con lentitud, parpadeando para poder mirarla. Carajo, mierda, demonios, seguramente ahora va a odiarme – si fue asqueroso, lo siento mucho – balbuceo de inmediato. Doy un par de pasos hacia atrás, notando el nerviosismo recorriéndome de pies a cabeza, y le doy la espalda. Si quiero salir corriendo, éste es el momento.
Sacudo la cabeza, mordiéndome con fuerza el labio inferior. No está bien, nada está bien. Soy una estúpida y aunque mi único hermano me lo dice de vez en cuando, hoy me doy cuenta que es cierto. El sabor metálico de la sangre me hace notar que he mordido muy fuerte, pero no me detengo. Lo miro, con los ojos tristes. Nada está bien. Aprieto los puños en ambos lados de mi cuerpo. Aunque podría estarlo. Suelto un suspiro, sintiendo la tensión en mi espalda, los nudos que se forman y un gran peso se recarga sobre mis hombros. ¿Podría estar bien? No puedo hacerlo. No puedo tener enfrente a este chico tan... tan... lindo, que probablemente tenga otras cosas en mente y yo lo distraigo de su trabajo. Hago todo tan mal, siempre lo hago mal. ¿Por qué siempre pasa esto? Termino jodiendo todo, y es así cada vez que algo, por más lindo que sea. Bajo la mirada y miro la arena sobre mis pies, suelto el aire en una especie de jadeo, y cierro los ojos.
Me llama, y yo sólo volteo. Volteo y lo miro directo a los ojos, sacudiendo la cabeza. ¿Dónde quedó su helado? Sé que el mío está tirado, y que lo hice por ser una completa idiota. Porque soy una idiota. ¿Quién arruina una cita así? Aunque, si era una cita, no debe estar por completo arruinada, ¿verdad? Aunque me remuerde la consciencia y siento, de pronto, que era una simple salida como amigos. Amigos. No más. Él se acerca, y creo que me dirá algo malo, muy malo, como que no nos veamos otra vez o algo así, y luego nuestros labios se están tocando. Mis ojos se abren de golpe. Realmente no esperaba eso. Una sonrisa amenaza con cortar el beso, pero yo ya lo tengo rodeado del cuello, saboreando sus labios. Saben a limón, igual que mi helado, pero con un toque amargo, seguramente por el chocolate. Me separo a regañadientes después de que él lo hace primero y lo miro fijamente. Había besado otros chicos antes, pero esto es, extraña y a la vez tiernamente, mejor.
Sacudo la cabeza, mirándolo. No me atrevo a hablar. La sangre se precipitó hace un rato ya en mis mejillas -otra vez-, y que él me haya besado, hace que tarde un poco más en ocultar eso. Me da la espalda y siento un nudo en el estómago. ¿Beso mal? ¿Lo incomodé? ¿Alguien le habló? ¿Hice algo mal? Doy unos pasos, lentos, pero seguros, y tomo su mano, dándole la vuelta para que me mire.— Ben... —murmuro, con un nerviosismo palpable en mi voz, y mis dedos apretando los suyos.— Eso fue —no puedo decir que tierno. Eso seguro estaría mal para un mentor.— bonito —concluyo. De pronto, la imagen de que tiene cientos de chicas detrás suyo llega a mi mente y trato, pero no puedo, deshacerme de ella. Aún así, me concentro en que estamos sólo él y yo, y no creo que haya alguien más en un ratito. Espero.
Me llama, y yo sólo volteo. Volteo y lo miro directo a los ojos, sacudiendo la cabeza. ¿Dónde quedó su helado? Sé que el mío está tirado, y que lo hice por ser una completa idiota. Porque soy una idiota. ¿Quién arruina una cita así? Aunque, si era una cita, no debe estar por completo arruinada, ¿verdad? Aunque me remuerde la consciencia y siento, de pronto, que era una simple salida como amigos. Amigos. No más. Él se acerca, y creo que me dirá algo malo, muy malo, como que no nos veamos otra vez o algo así, y luego nuestros labios se están tocando. Mis ojos se abren de golpe. Realmente no esperaba eso. Una sonrisa amenaza con cortar el beso, pero yo ya lo tengo rodeado del cuello, saboreando sus labios. Saben a limón, igual que mi helado, pero con un toque amargo, seguramente por el chocolate. Me separo a regañadientes después de que él lo hace primero y lo miro fijamente. Había besado otros chicos antes, pero esto es, extraña y a la vez tiernamente, mejor.
Sacudo la cabeza, mirándolo. No me atrevo a hablar. La sangre se precipitó hace un rato ya en mis mejillas -otra vez-, y que él me haya besado, hace que tarde un poco más en ocultar eso. Me da la espalda y siento un nudo en el estómago. ¿Beso mal? ¿Lo incomodé? ¿Alguien le habló? ¿Hice algo mal? Doy unos pasos, lentos, pero seguros, y tomo su mano, dándole la vuelta para que me mire.— Ben... —murmuro, con un nerviosismo palpable en mi voz, y mis dedos apretando los suyos.— Eso fue —no puedo decir que tierno. Eso seguro estaría mal para un mentor.— bonito —concluyo. De pronto, la imagen de que tiene cientos de chicas detrás suyo llega a mi mente y trato, pero no puedo, deshacerme de ella. Aún así, me concentro en que estamos sólo él y yo, y no creo que haya alguien más en un ratito. Espero.
He visto en las películas como funciona la cosa, pero por experiencia propia puedo decir que no siempre las películas dicen la verdad. Ahí no te muestran como te pones nervioso cuando la chica te rodea el cuello ni te dicen que tus propios labios van a parecerte torpes y descoordinados al besar a alguien porque eres un total inexperto en el tema. Solo vas y lo haces. Y ahora tengo la sensación de que no podré quitarme todas estas emociones confusas de la cabeza por un buen tiempo, incluso cuando todavía tengo tanto por lo que preocuparme. Sorprendentemente me agrada, porque entre la pila de trabajo que tengo y el caos que es mi vida actualmente, por fin me estoy preocupando por cosas que no me hacen mal. Cosas que puedo contarle a Seth o a Sophia sin la necesidad de sentirme miserable o querer golpearlos porque me miran con una pizca de pena. Estoy seguro de que papá las llamaría “cosas normales”, incluso cuando en mi vida ya nada es normal.
Siento que ella toma mi mano y me obliga a voltearme, lo que consigue que la mire a los ojos y eso me pone tontamente nervioso. Sé que me gusta, de un modo algo distinto del cual me gusta Amelie, por lo que cuando dice aquello me siento un poco orgulloso de mí mismo a pesar del bochorno de la situación. No sé qué se supone que se hace ahora, así que le doy un apretoncito a su mano, a la cual siento algo nerviosa – al menos no hice algo tonto como chocarme con tu nariz o algo así – digo tontamente, lo que consigue que me regañe mentalmente porque no puede ser que ni por cinco minutos puedo fingir ser alguien genial. Me río de mí mismo y bajo la vista hasta nuestras manos, hasta que tiro suavemente de ella – ven. No quiero perder mis zapatillas.
La hago caminar conmigo, sosteniendo su mano con naturalidad, hasta que me inclino y tomo mi par de zapatillas, que han quedado justo al lado de la orilla antes de que nos separemos entre toda la confusión de los besos. Las sacudo un poco, sacándoles la arena, aunque mis pies están muy húmedos como para ponérmelas, así que me quedo con ambas colgando de una mano - ¿quieres que te compre un nuevo helado? – le sugiero con un tono que pretendo que sea amable. No sé ella, pero yo detesto cuando desperdicio comida, en especial la que me gusta. Le vuelvo a tender la mano para tirar de ella y le estampo un beso en la mejilla. Tengo entendido que esa es la clase de cosas que hacen los chicos con las chicas de vez en cuando para demostrar afecto, y no es nada realmente comprometedor. Entonces me surge una pequeña duda y no soy capaz de contenerla dentro de mi boca - ¿vas a querer salir conmigo después de esto? – tal vez dijo que era bonito por compromiso. Tal vez ahora no contestará mis llamados. ¿Y por qué mierda me estoy preocupando por esto? – porque yo sí quiero volver a salir contigo. A dónde tú quieras – porque es el mejor método de distracción que tengo. Incluso aunque me guste.
Siento que ella toma mi mano y me obliga a voltearme, lo que consigue que la mire a los ojos y eso me pone tontamente nervioso. Sé que me gusta, de un modo algo distinto del cual me gusta Amelie, por lo que cuando dice aquello me siento un poco orgulloso de mí mismo a pesar del bochorno de la situación. No sé qué se supone que se hace ahora, así que le doy un apretoncito a su mano, a la cual siento algo nerviosa – al menos no hice algo tonto como chocarme con tu nariz o algo así – digo tontamente, lo que consigue que me regañe mentalmente porque no puede ser que ni por cinco minutos puedo fingir ser alguien genial. Me río de mí mismo y bajo la vista hasta nuestras manos, hasta que tiro suavemente de ella – ven. No quiero perder mis zapatillas.
La hago caminar conmigo, sosteniendo su mano con naturalidad, hasta que me inclino y tomo mi par de zapatillas, que han quedado justo al lado de la orilla antes de que nos separemos entre toda la confusión de los besos. Las sacudo un poco, sacándoles la arena, aunque mis pies están muy húmedos como para ponérmelas, así que me quedo con ambas colgando de una mano - ¿quieres que te compre un nuevo helado? – le sugiero con un tono que pretendo que sea amable. No sé ella, pero yo detesto cuando desperdicio comida, en especial la que me gusta. Le vuelvo a tender la mano para tirar de ella y le estampo un beso en la mejilla. Tengo entendido que esa es la clase de cosas que hacen los chicos con las chicas de vez en cuando para demostrar afecto, y no es nada realmente comprometedor. Entonces me surge una pequeña duda y no soy capaz de contenerla dentro de mi boca - ¿vas a querer salir conmigo después de esto? – tal vez dijo que era bonito por compromiso. Tal vez ahora no contestará mis llamados. ¿Y por qué mierda me estoy preocupando por esto? – porque yo sí quiero volver a salir contigo. A dónde tú quieras – porque es el mejor método de distracción que tengo. Incluso aunque me guste.
No me atrevo a decir algo más o moverme demasiado. Suelto una risita tonta y nerviosa al final de su comentario y luego lo sigo. ¿Qué está pasando exactamente? Así como... Enserio, ¿qué coño está pasando? Me siento extraña, aunque de una buena manera. Fue raro, pero se sintió bien besar a Benedict. La sensación de sus labios contra los míos prevalece, mientras yo siento la arena resbalar por los dedos de mis pies en lo que caminamos hacia donde dejamos nuestros zapatos. Quizá sea bueno salir con alguien. Quizá sea bueno salir con él. Por supuesto que me estoy adelantando monumentalmente, pero vamos, tengo la impresión de que Ben no va a dejar que esta sea nuestra última cita.
Sacudo la cabeza.— Está bien así, no hay problema —le digo, mirándolo, cuando me pregunta sobre el helado. Lo menos que quiero justo ahora, justo con él, es causarle más problemas. Tiene de más que suficiente con lo de Alexander y Arianne en la arena, y yo seguramente seré un estorbo. Alzo ambas cejas antes de añadir algo. ¿Me besó en la mejilla? ¡Me besó en la mejilla! Cualquier chica de mi edad se derretiría, moriría, gritaría, volaría, qué se yo, porque cualquier chico hiciera eso. Pero él no es cualquier chico; es Benedict Franco, vencedor de los Magic Games. Debería mostrarme más emocionada, pero sólo aprieto los labios y alzo ambas cejas. No quiero parecer estúpida frente a él. No más.— Por supuesto —replico, casi interrumpiéndolo. Abro la boca para decir otra cosa cuando sus palabras me cautivan. ¿Enserio dijo eso? Este chico quiere matarme de ternura.
No me doy cuenta de que alguien se acerca hacia nosotros, y es hasta que lo tenemos casi encima que mi padre me está hablando.— Oh, mi... padre —hago una mueca y lo saludo con la mano, más que nada para que no se acerque tanto. Entiendo que Ben sea un vencedor y mi padre un gran patrocinador, pero ahora mismo él está conmigo, nada de negocios. Mi padre se cruza de brazos y parece enojado. Eso es malo. Da media vuelta y entra en un auto blanco refinado al que tanto estoy acostumbrada. Lo extraño es que esta vez, él conduce. Abrazo por el cuello a Ben y le planto un beso sonoro en la mejilla.— Nos vemos, Ben. Llámame cuando quieras —sonrío, y aunque lo dudo, más que nada porque mi padre seguro nos está viendo, le rozo los labios muy apenas con los míos. Me pongo casi corriendo las sandalias y salgo disparada hacia el automóvil de mi padre.
Sacudo la cabeza.— Está bien así, no hay problema —le digo, mirándolo, cuando me pregunta sobre el helado. Lo menos que quiero justo ahora, justo con él, es causarle más problemas. Tiene de más que suficiente con lo de Alexander y Arianne en la arena, y yo seguramente seré un estorbo. Alzo ambas cejas antes de añadir algo. ¿Me besó en la mejilla? ¡Me besó en la mejilla! Cualquier chica de mi edad se derretiría, moriría, gritaría, volaría, qué se yo, porque cualquier chico hiciera eso. Pero él no es cualquier chico; es Benedict Franco, vencedor de los Magic Games. Debería mostrarme más emocionada, pero sólo aprieto los labios y alzo ambas cejas. No quiero parecer estúpida frente a él. No más.— Por supuesto —replico, casi interrumpiéndolo. Abro la boca para decir otra cosa cuando sus palabras me cautivan. ¿Enserio dijo eso? Este chico quiere matarme de ternura.
No me doy cuenta de que alguien se acerca hacia nosotros, y es hasta que lo tenemos casi encima que mi padre me está hablando.— Oh, mi... padre —hago una mueca y lo saludo con la mano, más que nada para que no se acerque tanto. Entiendo que Ben sea un vencedor y mi padre un gran patrocinador, pero ahora mismo él está conmigo, nada de negocios. Mi padre se cruza de brazos y parece enojado. Eso es malo. Da media vuelta y entra en un auto blanco refinado al que tanto estoy acostumbrada. Lo extraño es que esta vez, él conduce. Abrazo por el cuello a Ben y le planto un beso sonoro en la mejilla.— Nos vemos, Ben. Llámame cuando quieras —sonrío, y aunque lo dudo, más que nada porque mi padre seguro nos está viendo, le rozo los labios muy apenas con los míos. Me pongo casi corriendo las sandalias y salgo disparada hacia el automóvil de mi padre.
Tengo que hacer un enorme esfuerzo para analizar todas sus facciones, pero en ellas no veo ni ironía ni maldad, lo que me confirma que de verdad quiere salir conmigo otra vez. Eso consigue que haga chocar mis dos zapatillas entre sí, que desprenden un montón de arena que cae pesadamente sobre mis pies, de un modo algo torpe y escandaloso, o al menos lo suficiente como para que una señora vieja y arrugada nos mire como si estuviésemos corriendo a los gritos por la playa – Bueno. Entonces supongo que puede decirse que estamos saliendo – mi voz demuestra que es una pregunta más que una afirmación por el tonito dudoso, porque la verdad es que nunca entendí cómo es que esas cosas se diferencias. ¿Si tienes solamente citas con alguien estás saliendo con esa persona o hace falta poner un título a la relación? ¿O acaso no significa nada? Supongo que tendré que preguntarle sobre eso a Seth, porque él ya salió con chicas o eso es lo que me dio a entender, así que sospecho que debe saber bien de lo que estoy hablando. La expresión en el rostro de Zyanelle me confunde y estoy por preguntar si dije algo malo (¿o eso es una cara de ternura?) cuando ella gira la cabeza y yo hago lo mismo, sintiendo un sacudón horrible en el estómago al ver a su padre a pocos metros. Le ruego a quien sea que no haya visto los besos que nos dimos, porque creo que no podré soportar el bochorno… o tal vez él me mate por besar a su hija. Escuché por ahí que los padres suelen hacer esas cosas.
Le sonrío de forma forzada y precaria, alzando una mano a modo de saludo, cuando él se aleja con una clara mirada de que Zy debe seguirle, de modo que eso me indica que no vendrá a saludarme, que probablemente estamos en problemas y por un momento, tengo miedo de que se arruine todo nuestro trato – espero que no te castigue por mi culpa – digo con un hilo de voz, bajando la mano con rapidez en un intento de disimular mi saludo. El señor Ferrari ingresa a su coche, aparentemente aguardando a su hija, quien para mi asombro me abraza por el cuello y consigue que mis mejillas piquen en reacción a aquel beso que posa en una de ellas – te… te llamaré luego – acabo prometiendo ante su petición. Bueno, la verdad es que pudo haber sido mucho peor; podría decirse que no lo hice tan mal para ser la primera vez que tengo una cita.
Sus labios rozando los míos me arrebatan la concentración de los pensamientos por un momento e incluso ignoro que su padre nos está mirando cuando me atrevo a posar un beso en ellos, que por muy pequeño que sea probablemente le fastidie al hombre que está esperando en el coche, que se apresura a hacer sonar la bocina para que su hija meta prisa – Adiós – alcanzo a decir, justo cuando Zyan comienza a ponerse los zapatos a medio trote hacia el coche. Le saludo con una mano (más bien, con una zapatilla siendo agitada al viento) en cuanto ella se marcha, hasta que se pierde a la vuelta de la esquina, de modo que dejo escapar un suspiro de satisfacción. Me demoro un buen rato en la playa, disfrutando de la tranquilidad, antes de regresar a mi realidad. Y paso a preguntarme si lo que estoy haciendo, es realmente correcto.
Le sonrío de forma forzada y precaria, alzando una mano a modo de saludo, cuando él se aleja con una clara mirada de que Zy debe seguirle, de modo que eso me indica que no vendrá a saludarme, que probablemente estamos en problemas y por un momento, tengo miedo de que se arruine todo nuestro trato – espero que no te castigue por mi culpa – digo con un hilo de voz, bajando la mano con rapidez en un intento de disimular mi saludo. El señor Ferrari ingresa a su coche, aparentemente aguardando a su hija, quien para mi asombro me abraza por el cuello y consigue que mis mejillas piquen en reacción a aquel beso que posa en una de ellas – te… te llamaré luego – acabo prometiendo ante su petición. Bueno, la verdad es que pudo haber sido mucho peor; podría decirse que no lo hice tan mal para ser la primera vez que tengo una cita.
Sus labios rozando los míos me arrebatan la concentración de los pensamientos por un momento e incluso ignoro que su padre nos está mirando cuando me atrevo a posar un beso en ellos, que por muy pequeño que sea probablemente le fastidie al hombre que está esperando en el coche, que se apresura a hacer sonar la bocina para que su hija meta prisa – Adiós – alcanzo a decir, justo cuando Zyan comienza a ponerse los zapatos a medio trote hacia el coche. Le saludo con una mano (más bien, con una zapatilla siendo agitada al viento) en cuanto ella se marcha, hasta que se pierde a la vuelta de la esquina, de modo que dejo escapar un suspiro de satisfacción. Me demoro un buen rato en la playa, disfrutando de la tranquilidad, antes de regresar a mi realidad. Y paso a preguntarme si lo que estoy haciendo, es realmente correcto.
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