The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Me despierto gracias a una ligera sacudida del tren, golpeando mi frente contra el vidrio del tren y me doy cuenta de que estamos llegando a la estación del cuatro, por lo que me apresuro a tomar mi mochila, que se encuentra demasiado pesada porque la llene de tonterías con tal de pasar los próximos pocos días entretenido con algunas cosas y pudiendo usar algo de ropa limpia porque sé que la que dejé en casa seguro ya tiene polvo. Es mi primera visita oficial al distrito cuatro después de haber venido dos días para el entierro de Mel y siento demasiados nervios, porque desde que pasó la ceremonia, repaso los eventos en mi cabeza una y otra vez. ¿Que dirá el mundo entero de mi comportamiento? ¿Que dirá papá? ¿Y Soph? ¿Me atreveré a hablarle? Al menos seguro veo a Seth y eso es algo bueno, o al menos una de las pocas cosas aceptables que puedo pedir en días como estos. Soy un desastre que no ha dormido, que ha gritado... no soy yo, la mayor parte del tiempo.

Hace dos días intenté comunicarme con papá, pero como nadie atendía en casa, acabé dejando un mensaje en la contestadora que tuvo que haber escuchado, porque él no suele devolver las llamadas. He dado aviso de mi llegada, así que cuando bajo del tren uso mi mano como visera para poder mirar mejor la estación, esperando ver su figura entre las pocas personas que suben y bajan; la vez pasada fue él quien me vino a buscar como habíamos acordado, pero ahora no hay ni rastro ni de su sombra, por lo que me encojo de hombros y me siento en una banca a esperar. Coloco la mochila en mi regazo y dejo que mis piernas cuelguen de atrás para adelante, algo impaciente porque odio tener que esperar, hasta que oigo que alguien dice mi nombre y giro la cabeza. Para mi disgusto no es papá, sino el señor Thomas, el dueño de la heladería, quien me pregunta qué estoy haciendo aquí y si necesito que me lleven. Yo niego con la cabeza, intentando sonreír - papá vendrá a buscarme, se lo pedí por teléfono. Seguro se atrasó en el taller o algo así - tiene que ser eso, porque es demasiado temprano para estar bebiendo. El señor Thomas se encoje de hombros y me revuelve el cabello como últimamente hace todo el mundo, antes de irse y volver a dejarme solo. Me abrazo a la mochila y espero. Espero hasta que el sol se oculta y comienzo a tener frío. Él tiene que venir, porque siempre viene... ¿por qué no viene?

Intento llamar a casa desde los teléfonos públicos de la estación pero nadie contesta, así que, resentido, me cargo la mochila y salgo de la plataforma, encontrándome que a estas horas ya no quedan coches que lleven a las personas desde aquí hasta sus destinos, por lo que opto por mi única opción de volver a pie y solo. Bajo por el camino que sé que me llevará al centro y camino hasta que mis pies tienen ampollas y murmuro cientos de maldiciones dirigidas al mundo entero, aunque mi padre es el causante de cada una de ellas. Ya no vivo con él... ¿tanto le cuesta cumplir con su única tarea de irme a buscar a la estación de tren? ¿Se cree que es el único que la está pasando mal o qué mierda?

Cuando llego al inicio de mi calle todo se encuentra silencioso, porque es lo suficientemente tarde como para que los negocios hayan cerrado y todos se encuentren cenando. Estoy cansado, quiero comer y dormir, pero todavía me queda un trecho que detesto caminar porque tengo malos recuerdos de él. Yo era mucho más pequeño, la mochila era la del colegio y era de día, pero la mayor diferencia está en que Melanie venía conmigo. Volvíamos del colegio tomados de la mano y cantando una canción infantil que nunca he olvidado, cuando nos detuvimos a unos cuantos metros de casa porque había mucha gente reunida y una ambulancia se encontraba estacionada en nuestra puerta. Papá murmuraba con una mujer de aspecto serio que tomaba notas, pero él parecía estar cansado y perdido, como si hablase porque le obligaban a hacerlo. Ya estaba mal por la muerte de Shamel, pero eso había pasado hacía unos meses atrás, así que no entendí bien de qué se trataba. Entonces vimos que sacaban la bolsa negra y la metían en la ambulancia para llevársela; entramos a casa y la cama donde mamá pasó semanas postrada ya estaba vacía. No escuché a papá llorar durante mucho tiempo, pero sí me di cuenta de que ya no iba a buscarnos al colegio y las excusas eran que estaba triste, que estaba trabajando, que mil cosas más, hasta que las preguntas se acabaron y empezamos a limpiar sus botellas. Y entonces una noche lo escuché mientras Mel y yo dormíamos abrazados y eso se repitió cientos de veces hasta el hartazgo. Odio que hoy no me haya buscado para hacerme caminar solo por estas calles.

Cuando veo nuestra casa en la esquina noto que las luces están encendidas y un gruñido de molestia se me escapa, sacando mis llaves para abrir la puerta - ¿Papá? - pregunto, asomándome por la entrada, pero encontrando la sala vacía. Arrastro la pesada mochila hasta mi habitación, que se encuentra tal como la dejé, y la arrojo sobre la cama. No alcanzo a dar un vistazo alrededor que ya estoy saltando en mi lugar por el sorpresivo maullido que me llama desde la ventana, encontrándome con el señor Bigotes, el gato de la señora Figgins que Mel solía decir que era suyo - Ey, amigo. ¿Vienes a buscar comida? - el animal ronronea y le rasco la cabecita, lanzando un suspiro cansado que parece dejarme sin aire - ella ya no está, deberías buscar alimento en tu casa... - un sonido me distrae y no tardo en entender que papá se encuentra en el taller, así que empujo al gato hacia afuera - cuídate, Bigotes - murmuro, cerrando la ventana, para poder salir de mi cuarto.

Cruzo la cocina y abro la puerta que conecta a ésta con el enorme garage dónde se encuentra el taller de papá, encontrándome con la luz naranjosa característica de la habitación y todo el desorden. Él ni se da cuenta de que he entrado porque está trabajando en un motor del que reconozco como el coche del dueño de la carnicería, por lo que me acerco en silencio - Papá... ¿recibiste mi mensaje? - pregunto, tomando un destornillador y parándome a su lado con lentitud, entregándole la herramienta que sé que le hará falta porque pasamos años trabajando juntos en éste lugar - tenías que... te esperé en la estación toda la tarde - sé que suena a reproche, pero en esas palabras quedan escondidas muchas otras cosas. "¿Por qué no fuiste?" "¿Estás enfadado conmigo?". Es increíble como parece que apenas nos conocemos cuando ninguno de los dos tiene a alguien más.
Benedict D. Franco
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Elioh M. Franco
Hará días que se que ya es hora de las visitas oficiales, esas de la que tanto hablan y que significan que podremos ver a los vencedores rondando por sus distritos para hacer mas apacible la vida de los que dejaron en este lugar y que de una forma u otra siguen siendo sus familias, pero no estoy seguro de que todo eso fuera a cambiar algo en la relación que ambos tenemos.

Desde su partida a la arena yo no me he mostrado muy reacio a saber nada de él ni de Melanie porque me dolía más que me alegraba cada que los veía tener que pelear por su supervivencia en aquel lugar tan alejado de la mano de todos y en el que cada día que pasaban era síntoma de que les quedaba un día menos para terminar. Y todo terminó, pero no terminó de la manera que yo me esperaba. Quizás me torturo a veces diciéndome a mi mismo que hubiera sido preferible que ambos hubieran muerto en aquel sitio porque la sola idea de pensar que ella ya no estará con nosotras era más que insufrible, y el recuerdo de que el hecho de tener a uno de ellos con vida implica que el otro está muerto es lo que más me destroza. Pero trato de no pensar en ello, Ben es lo único que me queda y no puedo abandonarlo a su suerte, debo de mantenerme atento y alerta a cada una de sus indicaciones.

No obstante no contesto a sus llamadas. Ni tan siquiera soy consciente del mensaje que deja en el contestador hasta pasada las seis de la tarde del día en el que se supone que yo debía de ir a recogerlo. Es tan tarde cuando me doy cuenta que me limito a sentarme en el sillón, con una botella del alcohol más fuerte que tengo en la casa desde que vivo solo y ahora que puedo permitirme el hecho de beber sin que ellos me vean, a beber. Y bebo tanto tratando de olvidar todo lo que se me pasa por la cabeza que cuando me vengo a despertar ya noto la luz de la luna entrar por la ventana. Siento un ligero dolor en la cabeza que ignoro porque es siempre lo mismo cada que termino y ya incluso creo que me estoy acostumbrando a él. Recuerdo entonces que debía de estar arreglando un auto que hace semanas está atascado en el taller, y que el propio carnicero ni se ha limitado a echarme en cara la tardanza por el proceso porque sin duda se compadece de mi y de todo lo que está pasándome. Es lo único que quizás aprovecho de esta situación, la hora de las entregas. Además de todos es sabido que el número en el bar no pasó desapercibido para nadie, y desde entonces las cosas no han hecho más que empeorar. Cada día recibo visitas de gente que se preocupa, que pregunta por Ben, por dónde está y si aún queda para que venga. Pero los recuerdos son tan duros que yo me limito a sonreír forzadamente agradeciendo desde que se fueron la ayuda prestada y me vuelvo a encerrar en el cuarto a... a lo que sea.

No se cuántas veces he dormido con los ojos abiertos y con la foto familiar que se encontraba en la mesa de la entrada a la casa y que yo mismo me traje conmigo a mi cuarto, el cuál apenas uso porque nunca me da tiempo de subir las escaleras para caer rendido en la cama, siempre termino en el sofá. La habitación de Ben y Mel sigue tal cual está, así como la de Shamel desde que murió.

Una lágrima me recorre la mejilla y me la enjugo con la palma de la mano, poniendo rumbo al taller para tratar de despejar la mente en algo que no sea ellos. Estoy en pleno proceso cuando de repente siento que alguien me alcanza precisamente la herramienta que voy a necesitar a continuación, y que permite unir el motor con los tubos de la gasolina, el aire y todas esas cosas - El teléfono está estropeado - sueno tan seco que tengo que aclararme la garganta un poco haciendo varios ruidos, mientras sigo con la vista fija en las bujías que están deteriodadas y necesitan una mano de aceite para lubricarlas y hacerlas funcionar nuevamente a la perfección - ¿Te pasó algo? No tuviste problemas en llegar hasta aquí sólo, ¿no? - alzo la mirada, pasando la mano por la frente que se llena en el acto de aceite dejándome quizás una graciosa muestra de mi trabajo, de color negro. Es notorio el sudor por el sobreesfuerzo y se me cambia la cara al ver a la persona que tengo delante. ¿Éste... éste es mi hijo? En la pantalla estaba cambiado, pero ahora que lo tengo delante de nuevo tras lo de Mel sin duda puedo decir que ha cambiado más de lo que cualquiera podría esperarse.

- ¿Estás... estás bien? ¿Comiste? - comer, dormir e ir al colegio. Eran las cosas de las que me preocupaba cuando estaban conmigo, así como de enseñarle en sus ratos libres el oficio por si yo alguna vez faltaba. Pero ellos aprendieron mucho más, aprendieron a cuidarse entre ellos. Cierro los ojos frunciendo el ceño reprimiendo las ganas de acercarme a donde está para darle un abrazo, pero no me siento ni capaz ni hábil para hacerlo. Hace tanto que no tengo un gesto de cariño con mi hijo... - No diré que lo siento porque no me di cuenta, para la próxima estaré allí... - dejo escapar un leve suspiro, parándome en el sitio y dejando las herramientas a un lado, mientras me acerco a mi hijo y apoyo una de mis manos en su cabello, más sintiéndolo que revolviéndolo, hasta que no puedo evitar agacharme para quedar a su altura y fundirme con él en un abrazo - Lo prometo... -
Elioh M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
"El teléfono está estropeado". Suelto un "oh" bastante débil, y aunque quiero decirle "sé que no es verdad porque cuando llamé marcaba el tono", abro la boca y me salen otras palabras - te compraré uno nuevo - no creí que debería hacerle regalos hasta pasados mis treinta, porque esa no es la tarea de un hijo de trece, pero no diré nada más al respecto, en especial porque ni debería estar hablándole bien después de haberme dejando esperando como un idiota. Me molesta que ni siquiera se moleste en mirarme y reprimo las ganas de cerrarle la tapa del motor, pero me conformo con negar con la cabeza - Caminé todo el camino - es obvio que es una puya, que solo quiero que note las ampollas de mis pies y que me de pie para gritarle, pero no lo hace. Solamente me mira como si no me conociera y considero el irme de la habitación, pero como el continúa con su intento de parecer un padre normal y preocupado, yo me ato a cumplir mi papel de hijo modelo.

Me tardo lo suficiente en contestar como para que su gesto de cariño me tome por sorpresa y, antes de darme cuenta de lo que está pasando, estoy encerrado entre sus brazos que huelen a sudor, a aceite y a alcohol, lo que me hace arrugar la nariz mientras le doy unas palmaditas en la espalda y entierro la cabeza en su pecho. Lanzo un "meh..." que deja bien en claro que no confío en su promesa y me separo, tomando una bocanada de aire y dejando caer mis brazos a ambos lados - En realidad, estaba pensando en si... no sé... ¿podrías hacer una pizza? - la petición es tan dudosa que casi suena a que le estoy pidiendo permiso para preguntar algo de ese estilo, por lo que barro el suelo con mi pie, bajando levemente la vista - ya sabes, la que tiene jamón y todas esas cosas ricas que le pones. Hace mucho que no comemos una pizza - ¿cuándo fue la última vez...? Ah, sí, ya lo recuerdo. Fue la semana anterior a las cosechas donde Melanie salió seleccionada. Yo la molesté y le metí el último trozo de la suya en la boca de un modo que nos hizo reír a todos. Ahora la mesa parecerá mucho más grande.

Le paso uno de los pocos trapos limpios de la habitación, haciéndole un gesto para señalarle que está manchado con aceite. Pateo ligeramente una caja para poder apoyarme contra un mueble, meditando mis próximas palabras - mañana vendrá Seth... ¿te acuerdas de Seth? ¿El chico que vino el otro día a casa? - Solo entramos de pasada y apenas se saludaron, pero dudo mucho si se acordará de él o no - se quedará con nosotros una noche. No te dije nada porque creí que no te molestaría... - miro alrededor en busca de botellas, viendo algunas en el rincón, lo que me provoca el querer limpiarlas, de modo que me cruzo de brazos para reprimir aquel impulso. Me despego del mueble y me acerco a la puerta, esperando que siga, aunque me detengo - es tarde, deberías descansar y mañana terminar eso. Vamos a cocinar - hago una pequeña mueca, bajando la voz - ¿por favor? - "por favor, dejemos de desperdiciar el tiempo", "por favor, deja de actuar como un idiota".
Benedict D. Franco
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Elioh M. Franco
Me separo cuando él hace lo imposible por separarse porque de cualquier forma yo sabía que no se iba a sentir cómodo con el gesto, por lo que en parte le agradezco que me haga apartarme del sitio. Vuelvo mi atención otra vez a las herramientas, las cuáles algunas están desgastadas, y niego varias veces a lo del teléfono - No tienes que comprar nada, hay dinero, apenas lo gasto ni para mi - porque es la pura realidad. Antes eran tres bocas las que alimentaba incluyendo la mía, ahora cubro más que gastos y tengo incluso para más con lo que saco del taller de no ser porque el único capricho quizás que tenga es el de comprar bebidas que me permitan tirarme en cualquier lado a beber y beber y perder el sentido sin darme cuenta de nada más de que el tiempo pasa y que ellos siguen sin estar aquí. Las tardes son realmente tan aburridas que ya no se cómo vamos a seguir con esto. Quizás no pagaría por ir a la isla con él porque primero no me lo permitirían y segundo no se si estaría preparado para aquello, pero a veces lo desearía. Alzo una ceja en su dirección no obstante, como si en el fondo no le diera importancia al hecho de que tiene los pies destrozados - Quítate los zapatos y lávalos, igualmente ya has llegado a casa - o a lo que consideraba casa antes de los juegos. Ya no se ni qué se le pueda estar pasando por la cabeza, él es sin duda tan distante como lo soy yo en todo esto, aunque se esfuerza por al menos aparentar que todo va bien y que va a seguir bien, mientras que yo apenas hago caso.

Un mal padre.

Rechino los dientes porque no puedo decirle que no a una petición que quizás a él se le torne tan simple, pero que a mi me resulta tan complicada - Si, claro, cenaremos pizza entonces - a mi sinceramente no se me apetece más que pasarme la noche metido en el taller si con eso consigo evitar sus miradas de reproche camufladas con la preocupación de ver a alguien así. Se supone que debería de ser al revés, yo el preocupado, pero me da la sensación de que no es así - Si quieres puedes ayudarme, ¿ah? Como en los viejos tiempos - en aquellos en los que estábamos todos y el olor inundaba toda la casa dando una oleada de alegría y felicidad que ya no flota ni tan siquiera en las esquinas. Cojo el trapo que me pasa y me limpio la frente así como parte de los brazos y las manos. Ni tan siquiera va a darme tiempo de darme una ducha, por lo que me limpio las manos en una de las piletas que hay en el taller y que rebosa de agua y luego me lavo la cara, escuchándolo desde lo lejos - Sí que me acuerdo, ¿es el chico que casi no mide más que tú? - por mucho que quiera aún sigue siendo mi bebé y apenas me llega algo más de la cintura, pero por otro lado ni me acuerdo del chico del que habla, sólo que no quiero ser yo quien le saque la ilusión de disfrutar de sus días en el distrito aunque no sea conmigo. No esperaba menos - Claro que puede, podréis dormir ambos en tu cuarto, hay sitio... - ¿por qué todo me recuerda a los que no están? Sacudo la cabeza secándome la cara y pongo rumbo a la cocina.

Lo voy empujando apenas un poco y no ha hecho falta ni que me pida por favor que vayamos a cocinar - Lávate las manos y sácate los zapatos, de mientras yo preparo las cosas - así le doy tiempo a que descanse al menos un poco pues comprendo el camino que ha tenido que pasar desde la estación hasta aquí, no vivimos tan cerca realmente y yo olvidé siquiera prestar atención. Lo dejo ir y me apoyo contra la encimera un rato antes de comenzar a sacar todos los utensilios y los ingredientes que más se le antojen al pequeño de la casa. Hoy es su día y le pertenezco, como si quiere siquiera tirarme cosas en cara y hablar mierda de mi. No puedo negarle nada, por mucho que quiera no puedo - Acuérdate de dejar los zapatos fuera, no quieras que vengan los bichos a comernos - trato de bromear pero a veces creo que ni me sale, por lo que me callo nada más termino y mientras espero a que venga abro una nueva botella de licor que se escurre por mi garganta con la misma facilidad con la que arreglo cosas. Le doy uno, dos, tres sorbos y paro cuando lo veo regresar, tratando de sonreír y guardando la botella para que no se de cuenta de que mi vicio sigue activo y presente en mi día a día, y le indico que se acerque, acercándole una banqueta para que esté a mi altura y podamos empezar a cocinar. Y hablar.

- Has de explicarme algo - recuerdo el día de la ceremonia, estaba completamente bebido, lo recuerdo - ¿No que tu "mentor" o lo que sea ese tipo te cuidaba y se hacía cargo de ti mientras? ¿Por qué bebiste? - no puedo reprocharle nada porque yo no soy buen ejemplo en la bebida, pero qué menos que dejarle claro que yo no quiero que se eche a perder por la mierda tan grande. Voy troceando el jamón y dejo a él que amase lo que será la base de la pizza, colocando la harina a su lado y espolvoreando por la encimera un poco para que no se pegue - No debiste, no es bueno -
Elioh M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
"Como en los viejos tiempos" me suena a algo que alguien diría para hablar sobre algo relacionado a los libros de ficción o los cuentos de princesas que leía Melanie, pero de todas formas asiento porque no voy a negarme a una petición como esa; se supone que mis visitas al cuatro son para que pueda ver a mi familia, no para que ande escapando del último miembro de ella que me queda. Me alegro un momento cuando parece acordarse de Seth, aunque frunzo ligeramente el ceño cuando se burla de mi altura - no soy tan enano - le recrimino, aunque a decir verdad no soy ni la mitad de lo que era Shamel a mi edad. Él siempre fue el guapo, el que todo lo podía hacer, mientras que yo salí delgaducho y menudo como la familia de mamá, lo que nunca fue una buena combinación con mi asma.

Me va empujando suavecito hasta que salimos del taller y quedamos en la cocina, y ni siquiera chisto cuando me manda a lavarme las manos y a quitarme los zapatos que luego, según él, tendré que limpiar. Su comentario sobre los bichos casi me vale una mala broma sobre que, si se lo comen a él, acabarán ebrios, por lo que me la guardo sabiendo que él se molestará si llego a decir algo por el estilo. Me quito las zapatillas y abro la puerta de entrada, dejándolas allí solas donde antes habían dos pares más y, al levantar la vista, observo la casa de enfrente. La residencia Dawson tiene las luces encendidas y no puedo evitar pensar en cruzar la calle y llamar a Sophia para que salga y así poder tener una charla, pero creo que no es el momento, de modo que de mala gana vuelvo a cerrar la puerta. Me demoro al menos dos minutos en lavarme las manos en el baño y regreso a la cocina sin hacer sonido alguno gracias a mis doloridos pies descalzos, notando como ha dejado todo preparado para comenzar a preparar la comida. Intento devolverle la sonrisa mientras veo como acomoda una banqueta y mis cejas se alzan hasta quedar ocultas bajo el flequillo, escuchando su voz tocando aquel tema que no me gusta en lo absoluto. Como excusa para no responderle, tomo la banqueta y la dejo en la otra punta de la habitación.

- Ya no necesito eso - le reprocho, acercándome y demostrando que la mesada ya no me queda fuera del alcance, como antes que debía ponerme de puntitas o algo así - cuando regresé de la arena tuvieron que hacerme nuevas medidas. Dicen que es cosa de la edad ... - no festejamos mi último cumpleaños porque yo estaba en la arena y me pregunto si incluso ha olvidado que tengo trece ahora, pero no voy a hacerle la pregunta. Me arremango y enciendo el horno, mirando como se encarga de cortar el jamón en pequeñas partes como solamente él puede hacerlo. El silencio se hace mientras me encargo de hacer la masa, disfrutando de la sensación de la harina en mis dedos y hundiéndolos como parte de quitarme la frustración, hasta que me doy cuenta de que no puedo seguir evitando la pregunta - Derian no tuvo la culpa, él ni siquiera estaba conmigo - defiendo a mi mentor porque, para ser honesto, fue de más ayuda que él, lo que me hace arrugar el ceño mientras le doy forma a mi intento de pizza - Y bebí porque estaba molesto. Estaba enojado con todos, hasta con Amelie. Simplemente yo... quería desaparecer de ahí. Y había vino y nadie me lo quitó así que me lo tomé - el palo de amasar aplasta la mezcla, la vuelve fina... la dejo allí a un costado, esperando a que eleve y apoyo mis manos manchadas de blanco en el mueble, con los ojos clavados en la pared mientras relamo mis labios - Ese es el motivo por el cual bebes, ¿verdad? Porque estás enojado y no quieres estar aquí - lo miro como si no fuese capaz de contradecirme, sin siquiera mostrar el enojo. Es una simple afirmación - Es estúpido y sabe mal, así que prometo no volver a hacerlo, solo si tú también me haces la misma promesa.
Benedict D. Franco
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Elioh M. Franco
Que no use la banqueta que siempre ha usado y su reproche me hace mostrar una sonrisa que por mucho que quiera no puedo remediar, porque siempre ha sido así. Siempre le ha molestado que le recordáramos que él era más bajo que todos los demás, así como Mel, y eso le ponía siempre de los nervios y le enervaba porque no le gustaba, más cuando se lo decía Shamel. Con él tenía algo que hacía que tuvieran una pequeña rivalidad entre hermanos, sana y sin complicaciones. Él siempre ha querido parecerse a Shamel, siempre pensó que él era el mejor, que era el más guapo y el más bueno en todo de la casa, pero nunca se daba cuenta de que cada cuál crece a su manera y de la forma que puede, y que no tenía que acomplejarse porque su hermano fuera más alto. A fin de cuentas, él era el mayor - Me olvidé de que tú también crecías, perdona - le pido perdón a mi propio hijo y en ese perdón va implícito mil y una otras acciones. Perdona por descuidarte, perdona por no estar ahí cuando tú también lo estabas pasando mal, perdona por haberte despreciado por no haber traído a Mel contigo, perdona por despistarme y no ir a recogerte... perdona por tantas cosas que necesitaría de toda una noche para disculparme.

Además, ¿qué edad deberá de tener ahora? Echo un vistazo rápido al calendario cuando creo que no me ve mientras sigo cortando sin apenas prestar atención a la tabla los ingredientes que vamos a poner más tarde a la pizza. Si mis cálculos son correctos ya tiene trece años y le cuadró justo en la arena el día de su cumpleaños. Y yo no hice nada. Así que pienso que quizás va siendo hora de celebrar su cumpleaños, de al menos darle la oportunidad de soplar las velas, por muy tarde que sea, por lo que mientras que sigo hablando con él le doy vueltas a la cabeza de dónde puede haber alguna vela para poner a la pizza más tarde. Amasa con tantas ganas y con tanto esfuerzo que no puedo evitar desviar la mirada porque hacía meses que no hacíamos algo así. Juntos, dejando de lado todas las diferencias que puedan haberse levantado entre nosotros, pero frunzo el ceño. Si alguien está a tu cargo debería de estarlo hasta que termine lo que sea que esté en proceso, como fue la coronación. No dejaron de haberle bebido, estuvo mal y fue un gesto de irresponsabilidad por su parte. Chasqueo la lengua, a quién quiero engañar si ha aprendido el sentido de la poca responsabilidad de su padre. Sus palabras me hacen pensar, y me hacen sentirme más culpable de lo que ya me siento - No digas esas cosas, nadie puede desaparecer de un sitio con tan sólo beber, lo único a que te arriesgas es a caer inconsciente - y más él que era la primera vez seguramente que daba muestras de probar el vino.

Lo observo durante un instante a su pregunta de el por qué bebo. Me lo quedo mirando completamente quieto, manteniendo las manos en el jamón que ya está troceado del todo, y entonces desvío la mirada. Él lo sabe, él sabe que si por mi fuera ya me hubiera muerto y estaría acompañando a Mila en el otro lado, pero es él también el único que hace que siga aquí - Algo así... - para qué mentirle, ha crecido y ya se piensa las cosas y las intuye. Aprieto las manos porque su petición es demasiado como para decir algo tan rápidamente.

Cojo los ingredientes y los coloco en la masa que él ya ha terminado de amasar, no sin antes colocar una capa de tomate frito y el queso encima de todo lo demás. Cojo un poco y niego varias veces, espolvoreándolo por la base - No es cuestión de un día, esto es más de lo que piensas pero... - me separo para alcanzar la botella de licor que he escondido antes y que de un momento a otro queda vacía por completo cuando la tiro por la pileta donde se friegan los platos. Siento caer hasta la última gota y como mi garganta parece quejarse por la pérdida tan repentina de mi vicio tan grave que me ha causado hasta la enfermedad. Observo a Ben con los ojos, pero no quiero mirarlo directamente a los suyos, simplemente me mantengo evadido de la realidad hasta que el alcohol termina de caer del todo y la botella queda en la encimera nuevamente - No beberás nunca, pero esto no se va de un día para otro - ya me veo con la abstinencia causada por el hecho de haberlo dejado tan repentinamente. Los efectos que puede causarme pueden incluso llegar a matarme, pero una promesa es una promesa... aunque no se cuánto durará - Nunca te dije, Ben, ¿me entendiste? - me dejo caer en la silla de la mesa de la cocina, apoyando una de mis manos en ella y la otra quedando por detrás del respaldar, con los ojos cerrados - Son muchos años... muchos años, y aún no lo supero. Ni tú tampoco - él se ha tragado la mayoría de mis desmayos antes siquiera de entrar por la puerta de casa, así que lo entenderá.

La pizza ya está metida en el horno y ahora queda esperar un rato, por lo que sigo apoyado en la mesa y no dejo de mirarlo, como si temiera que fuera a evaporarse en cualquier momento - Que tan difícil se ha vuelto todo - suspiro haciendo amago de llevar mi mano a una de las botellas que hay encima de la mesa y que, aunque vacías, aún conservan el aroma al alcohol que tanto ha llegado a gustarme y que tanto necesito, pero me paro a mitad de camino, con la vista perdida en ellas.
Elioh M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Por un momento creo que va a negarse, que va a gritarme, que me mandará a la habitación y que no saldré hasta dentro de tres días, pero en realidad se muestra tranquilo y saca una botella de licor que vacía frente a mis ojos asombrados, aunque estoy seguro de que tiene más que una provisión en toda la casa. Yo me encargo de que la pizza quede en el horno por el simple hecho de hacer algo que no sea mirarlo con suspicacia, mientras él se deja caer en una de las sillas, y todo lo que me dice, por algún motivo, me fastidia. No me volteo hasta que dice que todo se ha vuelto difícil y es ahí cuando lo miro como si estuviese bromeando, mientras mastico en mi boca todos los pensamientos amargos que me fue provocando durante su pequeño discurso de un padre que, repentinamente, quiere hacer lo correcto cuando nunca estuvo cuando más lo necesitaba.

- ¿Para ti ha sido difícil? – escupo, dándome cuenta de que la voz me tiembla un momento a causa de la rabia y mis ojos se clavan en él como si de aquella manera pudiese ver mejor si me está tomando el pelo o no - ¿es una jodida broma? – en otros tiempos no me  atrevería a usar aquel lenguaje en su presencia, pero el respeto se evaporó de un momento al otro y tampoco es como si yo continuase actuando como antes. Le doy la espalda para limpiar la harina que ha quedado sobre la mesada, notando como mi respiración parece sonar mucho más fuerte que antes mientras me centro en mi tarea, aunque casi noto como la sien me late por puro mal humor – no tienes ni idea… tú… ¡Tenía diez años y me encargaba de meterte en la cama porque no sabías dónde estabas parado! – arrojo lo que queda de la harina al cesto de basura y me volteo otra vez con cierta brusquedad, sabiendo que mi voz ha subido de tono y que seguro me están escuchando los vecinos. Tampoco es como que me importe demasiado… -  ¡Nos dejaste solos y no te importó una mierda mientras te pudieses lamentar por tu mala suerte! Pero no, tú no tuviste que soportar las miradas raras en el colegio ni que tu padre no sepa mirarte ni el tener que ir a salvar a tu hermana y ver como la matan enfrente tuyo porque no fuiste lo suficientemente bueno, o rápido... y tampoco tuviste que matar gente inocente intentando traerla de vuelta…

Es como dejar salir aire negro, porque desde que salí de la arena hay cientos de cosas estancadas en mi cabeza y nunca antes pensé que podía decirlas en voz alta, aunque aquí están, siendo escupidas frente a la persona que carga con todas mis frustraciones si tener idea de ello. Doy una patada al suelo de puro enojo y cierro los ojos con fuerza, llevándome las manos a la cabeza y hundiendo los dedos en mi cabello – no fueron disparos, no fue tan simple… eran cuchillos y tenía que clavarlos una y otra vez hasta que se morían y después cargaba con su sangre durante días y cuando Mel se murió, yo fui el que estuvo ahí para ella… ¡y tú eres el que se encierra a tomar y yo soy el que te consuela! ¡Eres patético!  - le doy una patada a una de las sillas de la cocina, que se vuelca y cae con un ruido sordo, provocando que me silencie de una vez mientras aprieto mis puños. Quiero golpearlo, quiero que se de cuenta de todo lo que me ha dolido, pero en vez de eso se me escapa un sollozo agudo y me pongo a llorar como un niño pequeño que necesita consuelo. Es la primera vez que derramo una lágrima desde que Melanie murió y me odio por eso.
Benedict D. Franco
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Elioh M. Franco
No se cuando todo se vuelve completamente del revés, pero lo que si se es que el enfado de Ben me causa curiosidad e incluso perplejidad cuando comienza a hablar y a hablar y a enfadarse por todas las cosas que no he hecho. O que si he hecho pero que él no ha sabido apreciar. Bah, ¿a quién quiero engañar? Obviamente no he sido el mejor padre del mundo pero que tu hijo te hable así sin duda sacaría de las casillas a cualquiera e incluso entristecería hasta a las personas más insensibles de todo este mundo. Me lo quedo mirando con uno de mis puños apretados, tratando de manejar toda la tensión que se ha alzado en mi cuerpo y en el ambiente de buenas a primera, observando todos sus movimientos y cada uno de sus golpes, patadas y berrinches que harán que todo el vecindario se entere de que en casa de los Franco vuelve a haber movimiento tras mucho tiempo en silencio. Pero no es eso lo que me molesta, lo que me molesta es la imagen que tiene de mi que, aunque en parte yo se la he dado, no acierta en algunas cosas y que me eche en cara tantas cosas hace que, cuando empiece a llorar, me acerque a él y justo cuando parece que voy a abrazarlo para hacer que todo pase y deje de llorar, le suelto la palma de mi mano con fuerza en dirección a su mejilla, notando como el golpe suena y como todo se queda en silencio por un momento de no ser porque tanto su respiración como la mía están más alteradas de lo normal y se escucha por encima de todo esto.

- Así al menos te darás cuenta de lo poco que me importas - le digo observando como si nada mi mano, pero sin dejar de mirarlo a él como si fuera un completo desconocido que no tiene derecho a soltarme todas las cosas que me acaba de soltar - ¿Tanto por tan poco? ¿De veras piensas que os dejé solos? ¿¡De veras lo piensas!? - me levanto completamente alterado y saco la pizza del horno, la cual ya parece estar completamente lista. La miro por un rato hasta que, en un ataque de ira, sale disparada hacia otro lado de la cocina, sin importarme siquiera el estropicio que acabo de causar y si le he hecho más daño del que debiera con mis acciones - ¡Nunca os ha faltado de nada! Siempre teníais que comer, dónde dormir y casi siempre estaba ahí para recogeros del colegio, ¿o no? - me acerco nuevamente a mi hijo con la cara enrojecida y sintiendo como las venas de mi cuello se sienten más que ningún otro día. Cojo la silla que él mismo ha volcado antes y la aparto de mi camino, oyendo como choca contra el refrigerador - ¡¡Tu madre está muerta!! ¡Y parte de que ella lo esté es tu culpa! - no me cayo en lo más mínimo y aunque no controlo lo que digo, lo digo - Dejó de comer para que yo me encargara de vosotros, ¿y este me encuentro? Si querías jugar a ser mayor haberte quedado en esa condenada isla a jugar a los muñecos con tus admiradores secretos - si quiere que le trate como a un vencedor y no como lo que es, va de cráneo.

Aprieto los puños con mucha más tensión mientras que mi mente no hace más que pensar una y otra vez en el alcohol. Me pongo como loco a rebuscar entre las botellas vacías, la cual alguna que otra termina hecha añicos en el suelo. Sigo buscando, buscando, murmurando palabras que no entiendo ni yo mismo, hasta que doy con una botella de licor que me llevo a la boca nada más soy capaz de abrirla, sin dejar de mirar a mi hijo - Desearías que hubiera sido al revés, ¿verdad? Yo el muerto y ella la viva - respiro varias veces sintiendo el alcohol correr por mi garganta como una oleada de satisfacción al encontrar por fin algo con lo que tranquilizarme. Casi estoy a punto de coger varias pastillas pero sería una completa locura, y no obstante el dolor de cabeza se pasará en varios minutos cuando tenga suficiente alcohol en mi cuerpo - Yo también lo desearía, cada segundo de mi vida y de la tuya - me acerco a la salida de la cocina con la botella en la mano, parándome a mirarlo una última vez - Yo también lo desearía... - dejo escapar un resoplido y un suspiro que acaban en apenas un "vete a tu cuarto" cuando lo miro y me voy directo al salón, sin importar el estropicio que hay armado en la cocina.

Al llegar allí me tiro en el sofá, con los ojos cerrados y la botella de licor en mis labios, hasta que termino por recordar todo lo que acabo de hacer y decir y empiezo a llorar apenas en un llanto audible, observando la fotografía que descansa encima del televisor y que me recuerda que hubo una vez en mi vida en que todos mis hijos eran felices. Ahora no he hecho más que empeorarlo todo.
Elioh M. Franco
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Es como si el mundo se hubiese detenido en un instante y todo lo que puedo escuchar es mi propio llanto, y apenas me doy cuenta de que él se encuentra frente de mí hasta que puedo sentir por segunda vez en pocos días, un golpe lleno en mi mejilla que me deja la cara roja y dolorida, haciendo que me balanceé hacia atrás y choque contra la mesada. Lejos de parecer un chico capaz de defenderme, me encojo en mi lugar, soltando más sollozos que camuflan una expresión de dolor que apenas sale por mi boca, mientras me llevo las manos a la cara por mero reflejo. De todas formas me duelen más sus palabras, que se me clavan en la piel confirmando todo aquello que yo he sospechado desde que salí de la arena: que él me odia, que preferiría que yo hubiese muerte y no el resto de la familia, que no soy nada más que una cosa que camina y habla y le recuerda todo lo que ha perdido.

Saca la pizza del horno y la arroja lejos mientras yo sigo hecho lo más pequeño posible en mi rincón, sintiendo los espasmos del llanto sacudiéndome de pies a cabeza, pensando mil cosas como que sí creo que nos han faltado cosas, pero me guardo todo cuando veo que se las agarra con la silla, que termina destruida. Estoy a punto de decir que ahí solía sentarse Mel, pero las palabras se me perdieron. ¿De verdad cree que fue mi culpa? ¿De verdad piensa que si yo hubiese ido en lugar de Shamel, todo hubiese sido diferente? Me enjuago las lágrimas con la manga sin moverme de mi sitio, completamente en silencio, mientras él pone la casa patas para arriba en busca de una botella que no tarda en encontrar, lo que me hace dar cuenta de que nuestra promesa se ha roto en pocos minutos. Me atrevo a mirarlo cuando se le ocurre decir esa estupidez, porque yo no quería que nadie muera, ni tampoco lo quiero ahora cuando tengo una mejilla que parece estar a punto de explotar. Niego con la cabeza, viendo como él se marcha de la cocina y, sin siquiera hacerle caso a su orden de enviarme a mi habitación, carraspeo varias veces para aclararme la garganta que se encuentra atorada a causa del llanto - si tanto me detestas, ya no volveré al distrito cuatro. Nadie me obliga a visitarte - alzo la voz, asegurándome que pueda escucharme claramente y no se pierda de ninguna de mis palabras. Salgo detrás de él y no le lanzo ni una mirada al salir por la puerta principal, saltando los escalones que levantan el umbral para dejarla lejos del agua cuando el mar sube, y bordeo la casa, llegando a la playa.

La arena se me va metiendo entre los dedos de los pies descalzos mientras corro por ella, manteniendo siempre el mar a mi izquierda, hasta que veo el árbol; es el único plantado en esta zona frente al agua y es fácil distinguir las pequeñas inscripciones de las tres tumbas bajo la luz de la luna. La de Melanie es la más nueva, mientras que las otras dos se encuentran un poco desgastadas tras casi tres años de estar ahí. Nunca quise ver el cajón donde trajeron a Melanie y tal vez por eso, cuando me detengo frente a su nombre, todo esto me parece mentira. Me paso horas sentado entre ellos, abrazando mi cuerpo porque el frío comienza a elevarse y aspirando el aroma del mar como si se me fuese la vida en ello. Repaso los últimos acontecimientos en mi mente y lloro hasta quedarme seco porque no me he dado el lujo de hacerlo nunca. Le pido consejos a mamá aunque sé que no me va a contestar y me doy cuenta de que ella odiaría que esto nos pase a nosotros, porque ella siempre buscó mantenernos unidos como una verdadera familia... ¿pero cómo sigues cuando todo ha desaparecido? ¿Cómo recompones los pedazos...?

La puerta se abre con lentitud cuando en medio de la madrugada ingreso otra vez a casa, dejando algo de arena en el suelo. Papá duerme sobre el sofá, probablemente ebrio, y yo rebusco entre mis cosas hasta encontrar un papel y un lápiz. Cuando me voy a la cama, una nota es la que queda sobre su pecho.

"Papá: Si tú sigues, yo sigo."
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Elioh M. Franco
Me siento la persona más desgraciada del mundo y no porque lo sea, sino porque en uno de mis ataques en los que me altero sin ningún tipo de excusa al escuchar cosas que realmente no me gusta que me recuerden y me echen en cara, he hecho sufrir a mi hijo de la única forma que un padre es capaz de hacerlo: haciéndole creer que le odio.

Y aunque no es verdad, el orgullo me invade y no soy capaz de seguirlo cuando escucho la puerta cerrarse tras de mi y eso me indica que ha salido a correr hasta que le fallen las fuerzas si con eso evita estar cerca de mi. He escuchado sus últimas palabras y siento que finalmente las cosas no van a cambiar en lo más mínimo, que todo va a seguir como antes y que no voy a ser capaz de ser el padre que debería de ser. E incluso siento que lo he perdido, pero de eso hace ya mucho tiempo. Desde que los descuidé yo perdí a mi hijo, así como ellos piensan que perdieron a un padre. Pero no es así. Saco el tapón de la botella de licor, el cuál está puesto pues lo he vuelto a poner cuando no me he dado cuenta creyendo que mi promesa seguiría en pie, y la vacío dentro de mi boca hasta que soy consciente de que casi me la he acabado de un trago. Me quema el esófago y ya no se si son lágrimas o el simple sudor de todo un día por delante y de las emociones que no se alejan de mi ni cuando estoy completamente borracho. Mi hijo me odia, eso es una garantía. Que me deje de odiar seguramente sea la tarea más difícil del mundo y que lo consiga es otro tema aparte. Shamel murió. Mila murió. Melanie murió. Benedict está vivo. Como si algo se activara en mi cabeza, empiezan a llegarme imágenes de las vivencias que una y otra vez trato de olvidar porque envuelven a una Melanie llena de vida y de alegría, así como una risa de un Ben que me idolatraba, que me apreciaba y que no aguantaba el día para volver a verme tras salir del colegio.

No se cuánto tiempo llevo dormido pero algo me despierta sin saber exactamente lo que. Lo que si se es que me duele la cabeza horrores y la botella de licor ya no descansa en mi mano, sino que lo hace en el suelo. Me incorporo un poco dándome vueltas todo y veo caer algo que estaba en mi pecho, una nota, un papel. Lo cojo con cuidado de no volver a tirarlo y lo leo. Es Ben, o sea que ha vuelto y no se ha quedado fuera. ¿Pero qué ha pasado? De todo, ha pasado de todo.

Me levanto del sofá y voy dando bandazos hasta la habitación de arriba, trastabillando por las escaleras pero teniendo cuidado de no tropezar ni hacer tanto ruido pues todo está en silencio. Como siempre. Algo me entra en el pecho que me hace pensar que realmente no ha vuelto, sino que dejó la nota y volvió a marcharse, porque el silencio es a lo que estoy acostumbrado desde que ellos se fueron. Pero me alivio al ver que al abrir la puerta un bulto descansa entre las sábanas, completamente dormido. Me acerco y me agacho hasta quedar a la altura de la cama, mirando directamente a los ojos cerrados de Ben y como su respiración ya está calmada. Veo la hinchazón de su mejilla fruto de mi golpe y paso un dedo por el mismo lugar, como si con eso bastara para bajar la inflamación. Y suspiro, sintiendo como de nuevo las lágrimas vuelven a acudir a mi rostro, pero los hombres también lloran - Nunca más - digo en apenas un susurro, dejando la nota que me escribió a su lado y en la cual ahora, debajo de lo que él escribió, se lee un "Te quiero" emborronado por varias manchas. Me quedo por un rato en su habitación hasta que me puede el desánimo y me voy a la ducha, con ropa incluida, hasta que me despejo lo suficiente.

Son las cuatro de la mañana cuando yo todavía sigo despierto, completamente chorreando y me dejo caer en una de las sillas de la cocina, observando la otra que está al otro lado, completamente destrozada. Es la de Mel. No dudo en acercarme al taller para coger las herramientas y, aunque el cansancio me lleva, no paro hasta que finalmente la silla está completamente arreglada. Lo único que recuerdo antes de caer dormido es como mi rostro se curva en una sonrisa y como mi mente piensa que si él ha podido sobrevivir, yo también. Y que si ambos nos ayudamos, todo será más fácil de lo que cabría esperar.
Elioh M. Franco
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