The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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The Mighty Fall
Ambientación
Estadio de Quidditch
Se encuentra en las afueras del colegio, rodeado de los amplios jardines y cerca del lago negro. La estructura es de madera, cuando no hay torneos se mantiene desnuda y se puede ver su estructura, al haber torneos las gradas están decoradas con dibujos de las Casas participantes, tiene los tres aros en cada extremo.
Estadio - Jardines
The Mighty Fall
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Simon Lackberg
Con El que venga primero

Soy una vergüenza para el apellido Lackberg. Papá nos llevó a todos los mundiales que pudo, nos compró las mejores escobas e incluso me consiguió un pase tras bambalinas la última vez. Siempre asumí que sería bueno jugando porque Viggo y Moira lo son... Pero aquí me encuentro, luego de dos meses de clases fallidas de vuelo e intentando aprender a subirme a una escoba a través de los libros ¡De los libros! De verdad no tengo perdón y creo que mi único consuelo es que ninguno de mis hermanos fue testigo de mi patético desempeño, el lado positivo de ser el único en Ravenclaw y mi único punto en común con Amalie.

Para esta altura ya tendría que estar captando la atención del capitán del equipo pero ya se que eso no va a pasar pronto... Quizás debería dedicarme al club de duelo o al ajedrez, que en esas cosas soy bueno, pero no voy a rendirme sin intentarlo un poco más. Recién voy dos meses de clases así que queda un largo camino por delante. Quizás en el campo me inspiro así que voy hacia allí y me siento en las gradas con las piernas estiradas. Es bastante aburrido cuando no hay partidos, pero éstos llegarán pronto.
Simon Lackberg
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Invitado
Invitado
Con Hans Powell

¡Hombre! ¡Eso debió doler! Somos varios los que nos alzamos en coro desde las gradas con un «AUUUUUUCH» al ver como uno de los chicos que sobrevuelan en la cancha se golpea con la escoba, y ¡maldición! cae rodando al suelo como una bola sufrida, ¿y quién no lo haría? Recorre entre los espectadores un minuto de silencio por esas pelotas perdidas. No me refiero a las bludgers que están fuera de la vista, sino a las otras que algún curioso se pregunta se sigue en su lugar. Que no soy yo, por supuesto. ¿Está mal sentirme contenta de que AL FIN van a desocupar la cancha si hay una víctima de por medio? Arreglaré cuentas con mi conciencia más tarde, porque luego de estar media hora sentada y bostezando por ver a un par de estudiantes dando vueltas sin sentido, por fin puedo saltar de mi asiento con una camiseta que no será la del equipo, pero deja claro que es momento de que los profesionales entren y se retiren los novatos malheridos.

Me recargo sobre la baranda de la parte más baja de la tribuna, en vez de simplemente bajar la escalera, cuando los chicos de Slytherin inician su camino de la vergüenza por el pasillo que lleva a los vestuarios y a una de las salidas de la cancha. —¡Oye, Powell!— llamo al más pálido de los chicos, si es que se le fue todo el color de la cara y eso lo hace ver aún más rubio. —¿Estás bien?— casi que parece que es una pregunta movida por la preocupación, si no fuera por la sonrisa contenida en mis labios. —Ese golpe a… tu orgullo se vio terrible,— digo con voz ronca, haciendo una muequita que empatiza con su sufrimiento, —¿seguro que puedes caminar?—. ¡Es más fuerte que yo! ¡Perdón! No puedo resistirme a hacerle pulla a uno de los estirados de Sltyherin y que me condenen por esto si quieren.

Nadie me saca el momento de disfrute en que cruzo mis brazos sobre la baranda y me inclino hacia adelante, con mi cabello cayendo como una cortina a los lados de mi rostro, que todavía no me lo sujeto como lo hago cuando me subo a la escoba. —Lamento tu perdida, ¿siquiera las había estrenado?— pregunto, las estadísticas dicen que la mayoría de los chicos de nuestra edad no lo han hecho. Y por eso es tan gracioso imaginar luego como se andarán lamentando cuando les ocurre este tipo de accidentes, que parece que no saben hablar de otra cosa. No es que me haya metido en conversaciones de ese tipo, escuché rumores. Los escuché muy cerca, tal vez. —Como consejo de supervivencia, evita pelearte con una escoba a tantos metros del suelo, siempre te queda tomar una chimenea para ir a donde quieras. Volar requiere de ciertas habilidades que no todos tienen— lo barro de arriba abajo con mi mirada, —y pelotas que algunos pierden—, arqueo mi ceja al decirlo. —Ponte hielo, Powell— lo despido al dirigirme a la escalera para ir bajando.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Con Lara Scott


Hay una cosa que duele más que el orgullo y eso se asemeja mucho a la idea de un palo de escoba entre los huevos. He perdido la noción del tiempo entre el dolor más agudo y la capacidad de volver a andar sobre mis pies, pero prefiero decir mil veces que sí puedo caminar hasta los vestidores que pasar la segunda humillación de que encima me lleven en una camilla flotante. Tengo la escoba al hombro y las piernas ligeramente separadas cuando una voz me saca de mi nivel profundo de concentración para creerme capaz de salir del campo de juego, no sé de dónde viene hasta que levanto la vista y me encuentro con la cortina negra-como-su-alma del cabello de Lara Scott — ¿Acaso me ves pidiendo ayuda? — le contesto con toda la altura que puedo, que es bastante más que la suya, para variar.

No alcanzo a dar dos pasos más en mis intentos de ignorarla, porque obvio que tiene que ser un incordio. Claro que se lo demuestro con un ruedo de ojos y me giro hacia ella, deteniéndome quizá demasiado de prepo y con una mirada que debería dejar en claro una diferencia de edades que, técnicamente, no tenemos — Claro. ¿Por qué? ¿Tenías intenciones de estrenarlas? — ni siquiera busco ser demasiado burlón, los ánimos me mantienen como el gruñón de turno en lo que ella se mueve y, en pleno berrinche, camino en paralelo a su camino para mirarla detrás de la baranda — ¿Lo dices desde la experiencia? Porque hablando de perder pelotas, parece que Ravenclaw tiene una manía con ello. O tal vez lo harían mejor si no tuvieran pequeños insectos tratando de pegarles a las bludgers — tomo el borde de la baranda para que me sirva de envión cuando llegamos a su final y giro para cortarle el paso, frenándome delante de ella — ¿Qué opinas, Scott? Podemos reservar el campo para nosotros en cuanto los demás terminen con sus piruetas y ahí veremos quién necesita del hielo — muy bien, sé que mis habilidades son más fuertes en el ámbito intelectual y no en el deporte, pero no voy a darle el gusto de ganar en algo como esto — ¿O tienes miedo de arriesgarte a que otra persona te supere en lo único que parece que sabes hacer? — en una clara imitación a su gesto, mis ojos la recorren entera hasta toparse con los suyos y acentuar nuevamente la sonrisa. Que cuesta, porque todavía tengo sudor en la frente y la puntada me grita a los cuatro vientos que empiece a encorvarme.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Con Hans Powell

No, por favor, no queremos que un Slytherin se muerda la lengua con sus colmillos al tener que pedir ayuda y su propio veneno lo mate. ¡Una desgracia! Pongo mis ojos en blanco porque el orgullo de esta gente es tanta, por malherida que se encuentre. Si hasta trata de caminar con toda dignidad cuando sabemos que tiene ganas de doblarse en dos y llorar tan penosamente agarrándose a la entrepierna, como se hubiera quedado a hacer en el campo si las gradas estuvieran vacías. Mis cejas se disparan hacía arriba en una expresión socarrona que no se cree lo que me dice y suelto una carcajada baja, claro que tenía que defender también la dignidad de las bolas heridas. —¿Es que me hubieras concedido el honor?— respondo con un tono más ronco, pero marcadamente burlón, porque es lo que me provoca su actitud gruñona. —Paso de las bolas inmaduras de todas formas y sé de un par que tal vez ya no maduren, una lástima, ¿no?—. ¡Vamos! ¡Que no ha sido tan terrible! Estas cosas pasan luego de un rato, lloran como niños y después están como si nada, pero para cuando eso suceda a Powell se le habrá derretido el hielo y yo estaré bien arriba en las nubes.

Me río de él en su cara con mi postura de brazos cruzados al seguir avanzando por mi lado de la baranda, creo que me hago unos centímetros más alta al poder marcarle su error. —Les pasaré a mis compañeros tus halagos, ese no es mi puesto en el equipo. ¡Mira!— señalo a la nada encima de su hombro al quedar frente a él cuando se coloca obstruyendo mi camino. —Allá se va tu intento de hacer un insulto ingenioso, más suerte para la próxima— le doy una palmadita en el hombro al rodearlo, pero me detengo para girarme hacia él con una mano en mi cadera. —Presta más atención, Powell. Las bludgers no son las pelotas que definen el resultado, yo prefiero colocarme delante de los aros para cuidar de las que sí importan— se lo remarco al curvar una de mis cejas para señalar lo obvio en mi decisión.

Hundo mis dientes en mi labio inferior para no soltar otra carcajada, suena inapropiado para lo que pretende ser un desafío de mi parte, y sí que tiene agallas para hacerlo cuando el dolor en los huevos todavía lo tiene con la mirada como un cristal resquebrajado, no sé de dónde las saca para mostrarse así alto y arrogante como es. —¿No tienes suficiente sufrimiento que estás invitándome tan amablemente a qué le de una paliza a lo que queda de tu orgullo?—. Porque, ¡vamos! ¿Lo único que parece que sé hacer? ¡Por favor! No es lo único, ¡pero lo sé hacer muy bien! —Podría darte clases, Powell— lo digo con toda la altanería que yo también puedo juntar. —Porque no te guardas tu orgullo en el bolsillo y sólo me pides que te de clases. ¿En serio quieres avergonzarte a ti mismo con una competencia que vas a perder?
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Con Lara Scott


No puedo contenerme, muerdo la punta de mi lengua para atragantarme con el insulto y reprimir la risa al mismo tiempo. Niñas, siempre tan creativas. Y no lo digo porque yo sea mucho mayor que ella pero… juro que un año hace la diferencia. Ni siquiera tengo la decencia de mirar hacia donde sea que señala, mis ojos siguen fijos en ella en señal de lo que sale de su boca no me afecta en lo absoluto y, en cierto modo, me parece tan aburrida como una clase de Pociones — Eso explica por qué suelen perder con tanta diferencia de puntos — me muestro falsamente consternado y le doy unas palmaditas a mi mentón — Quizá si pusieran a alguien con un poco más de volumen como para tapar los aros… Pero ya, da igual. Son sus problemas, no los míos — hasta me encojo de hombros y todo.

Queda claro que no, no tengo suficiente del sufrimiento cuando lo único que puedo hacer es quedarme aquí, parado como un poste falsamente relajado que no deja de sonreír como si fuese la competencia más divertida de todas — ¿Clases? ¿? — la señalo como si no pudiese comprender qué tipo de delirio está teniendo y escupo una risa seca en su cara — No es avergonzarme, es demostrarte que soy un jugador más maduro y dispuesto que tú. ¿O quieres que cambiemos el rumbo? Siempre podemos tener un duelo de magia. Ya sabes, que el mejor mago o bruja gane. ¿O solo te atreves a enfrentarte a otros mientras estás en los aires? Típico de pajarraco — hasta le revoleo los ojos, aunque sé muy bien que estoy hablando de algo que va contra las normas.

Solo por eso, es que miro a nuestro alrededor para chequear que no hay ningún profesor cerca y me ayudo de la escalera para subir un peldaño, alzando mi altura sobre la suya — ¿Qué dices, Scott? Un partido, un duelo y una tercera competencia, la que tú quieras. Tómalo como nuestro Torneo de los Tres Magos, pero personal. Al menos que en vez de un águila, seas una gallina — mis cejas se mueven en su dirección, buscando cierta provocación — El perdedor no solo le hará las tareas durante todo el año al otro, sino también le comprará un cajón de cerveza de mantequilla. ¿Hecho? — y para que vea que hablo en serio, le tiendo la mano para cerrar el trato.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Con Hans Powell

Tomaré sus críticas a mi equipo como de quien viene. —Sí, da igual lo que digas o no—, parece como que le doy la razón. —No sé para qué gastas saliva diciéndome que tan inadecuada soy para el puesto, si no prestaré oídos a alguien que ni siquiera sabe mantenerse en una escoba— cada una de estas palabras las voy dejando caer como piedras sobre sus pies, a lo último una sonrisa tan falsa curva mi boca hacia arriba. Así están las cosas, esta es la situación en la que nos encontramos, esta es mi cancha y está tratando de abarcar un territorio que no es el suyo, por eso no debería sorprenderme que busque una alternativa. —¿Un jugador más maduro y dispuesto, eh?— me trago una carcajada, mi boca tira hacia un lado con un sesgo ladino que logro ocultar. —No has jugado conmigo para tener la certeza de eso.

Me abuso de la proximidad para quedar frente a él con solo dar un paso y coloco la palma de mi mano sobre su pecho. —¿Estoy en el aire en este momento?— le pregunto, que no venga a decirme que soy de las que se aprovechan de una altura imaginaria para mostrarme altanera, que es lo que hace al ganar la ventaja de un escalón y le dirijo una mirada irónica. La pulla me llega para reforzar un desafío que sé que terminaré por aceptar, porque el enigma de lo que será la tercera prueba que definirá las otras, es lo que me entusiasma. —Si gano me harás los resúmenes y esquemas para los TIMO’s, me comprarás un cajón de cerveza de mantequilla y tendrás que comer conmigo huevos revueltos en el Gran Comedor— estiro mi mano hacía él sin tomar la suya, para que sea quien acepte estas condiciones reformuladas. —Tómalo o déjalo, Powell.
Anonymous
Beverly S. Redford
Fugitivo
Con Simon


El día estaba muy hermoso para quedarme en mi cuarto, o así me decía para no pensar que me habían echado por ponerme a cantar, la gente que no reconocía un verdadero talento cuando lo escuchaba era muy envidiosa. Elegí irme hacía el campo de quidditch ya que era grande y seguro nadie me molestaba mientras practicaba para mi show de navidad.

Pero entonces lo ví a Simon todo apichonado en las gradas, y como la persona alegre y buena que era, no podía dejar a mi compañero así. Por lo que decidí que habría otro momento para que la gente apreciara mi voz y fuí a cumplir con mi deber como estudiante y embajadora del amor y las enseñanzas Redford.

- Hola - lo saludé con entusiasmo para contagiarle un poco - Te noto un poco triste, ¿Queres hablar? - me senté a su lado y puse mi mano en su hombro - Puedes contarme lo que quieras, estoy capacitada para ofrecerte apoyo y cariño ya que soy una Redford y como tal he sido enviada al mundo a repartir amor - Ese era el lema familiar y no podía esperar para crecer un poco más y recibir las sagradas escrituras.
Beverly S. Redford
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Simon Lackberg
Con Beverly Redford

- Ay no - murmuro cuando veo como la rubia comienza a acercarse en mi dirección por las gradas y lo único que hago es desviar la vista hacia cualquier otro sitio con la esperanza de que me pase de largo. En realidad no tengo nada contra ella pero, al igual que muchas otras de mis compañeras, es demasiado intensa para alguien como yo. De verdad no veo la hora de terminar la escuela para poder relacionarme con adultos, soy como un anciano atrapado en el cuerpo de un niño de 11 años y no me gusta... Y ésto recién comienza.

Cuando me apoya su mano en el hombro me pongo tenso por la repentina invasión a mi espacio personal y comprendo que no tengo salida. Es hablar o salir corriendo y quedar como un idiota... Ella solo intenta ser amable - Como todos los hufflepuffs ¿No? Salidos de una bola de buenos deseos y arcoíris - intento bromear mirándola de lado pues en mi experiencia son todos confiados y con ganas de ayudar, lo cual me pone incluso más incómodo.

- Gracias Bev... Solo estoy preocupado porque no soy bueno en el quidditch - confieso al final con una mueca - Mis dos hermanos mayores lo son y estoy seguro de que Syv también lo sería si lo intentara... Recién en quinto podré ser prefecto así que ¿Qué me queda hasta ese entonces? ¿Solo ser el Lackberg pequeño de relleno? - pregunto dejando salir más sentimiento de lo que pretendía.
Simon Lackberg
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Con Lara Scott

No me sorprendería, tiendes a creer que estás más arriba de lo que en realidad estás — es lo único que puedo decir, midiéndola con una mirada ligeramente despectiva. Pero puedo verlo a la perfección, incluso antes de que tome una decisión de forma verbal, porque en sus ojos se refleja que ya lo ha hecho. Eso es una pequeña victoria para mí, aunque parezca que solo me estoy lanzando de lleno a una competencia sin sentido con una estudiante de quinto año con un temperamento duduso — Oh, ahora incluye una cita en el Gran Comedor. Lo hubieras dicho desde un principio — ignoro el asunto de los huevos, me agarro de sus palabras para ser un poco más fastidioso y estrello mi mano contra la suya sin siquiera titubear — Yo jamás lo dejo, Scott. Ya irás a llorar en tu sala común sobre tu orgullo perdido y el dinero que habrás gastado conmigo.

El apretón no dura mucho, pero la suelto como si hubiese sido un contacto insoportable. Solo para molestarla, me limpio la palma contra el pecho y vuelvo a bajar, dándole la espalda tras una mirada veloz — Si te sirve de consejo para el futuro, empieza a meterte no solo con gente de tu tamaño, sino también menos riesgosa para tu futuro. Algún día vas a necesitar de aquellos de los cuales siempre te burlas y solo te recordarán como el incordio de la escuela — vuelvo a acomodar la escoba en mi hombro, el mismo que encojo antes de echarle un último vistazo, volviendo a bordear las escaleras — Si sigues con esa manía, terminarás en problemas, Scott.
Hans M. Powell
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Beverly S. Redford
Fugitivo
Con Simon

Puedo notar su duda de hablar, pero obviamente mi atractivo natural lo lleva a confiar en mí, es una bendición como una maldición.

- Ser puffy y una Redford, creeme, nadie puede resistir o escapar de la luz que expulsa una Redford - le explico como me había explicado mi madre hacía tantos años ya - Mamá dice que cuando crezca sera incluso más fuerte y debere tener cuidado porque podría romper corazones sin querer - podía ser una carga pesada de llevar pero no podía esperar.

Escuchar su problema me dejo pensando un momento, así que me sente a su lado y me distancie un poco para no distraerme mientras razonaba una respuesta justa. Cuando llegue a una conclusión me gire y enfoque en él.

- ¿Es realmente tan importante ser un Lackberg? Digo, tu eres Simon, no tus hermanos ni tus padres. Además ¿sientes que el quidditch es tu pasión? Que en tu familia se practique no quiere decir que sea lo tuyo, y tampoco creo que decepciones a nadie por no jugarlo, mamá me dijo que haga lo que haga lo hare perfecto y creo que quería decir que encuentre aquello que me apasione y lo disfrute - seguro estaba generandole todo un descubrimiento personal, asi que mejor terminar o podía romperlo - Y no creo que tus hermanos empezaran siendo buenos, nadie empieza perfecto, citando a un perro famoso " apestando en algo es el primer paso a ser bueno en algo".
Beverly S. Redford
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Invitado
Invitado
Con Hans Powell

¿Lo que te enfada es que alguien se coloque a tu altura?— replico, porque no le dejaré pasar el comentario. —Mírame con toda la arrogancia que quieras, yo sigo mirándote a los ojos—, no necesito pararme en el mismo escalón o subir dos más para marcar una diferencia o alcanzar al menos una estatura física más cercana, me sobra de mi propia arrogancia para no pestañear siquiera al hablarle y al aceptar su desafío con el convencimiento pleno de que voy a ganar. Me muevo en el aire mejor que en la tierra, compenso mi falta de habilidades en los duelos con carácter, si cree que me retiraré de cualquiera de esas partidas con un apretón de manos, está equivocado. Si se le ocurre pasarme la mano antes de que las partidas acaben, aprovecharé para arrojarlo al suelo y declararme la ganadora.

Ensancho mi sonrisa por su comentario y me encojo de hombros. —¿Te hace ilusión pensarlo como una cita? Entonces si ganas te haré la tarea, te compraré cerveza y tendrás una cita conmigo— cierro mis dedos alrededor de su mano en un apretón innecesariamente fuerte, que lo hago peor cuando predice que seré quien llorará al final, ¿ah, sí? —Eres puras palabras, Powell. Son los hechos los que importan y a la hora de la verdad…—, aprovecho que lo tengo sujeto de la mano para acercarme un poco, —te las tendrás que tragar—. Le muestro la mejor de mis sonrisas al tener mi rostro tan cerca de su mirada. —¿Con qué te gustaría acompañarlas para que el sabor no sea tan amargo?— me burlo. —Te lo daré para consuelo de perdedor.

Pongo mis ojos en blanco al ver ese gesto de desprecio en el que se limpia la mano como si la hubiera llenado de mocos, por mi parte froto mis palmas con la satisfacción de saber que cerré un trato a mi favor. Lo que me pueda decir desde su falsa autoridad que le surge de la pedantería recibe de mí otra carcajada. —Todavía no te avergoncé con mi triunfo y ya te estás metiendo conmigo, ¿tan fácil colocas a la gente entre ceja y ceja? ¡Relaja, Powell! ¡Solo estoy jugando contigo!—, ¿qué no existe la palabra «diversión» en su diccionario de chico remilgado? Vuelvo a colocar mis manos a los lados de mi cadera para mi pose, muy bien practicada, de que nada me importa demasiado. —Algún día… algún día… ¿también quieres apostar algo con ese «algún día»?— pregunto y me lo pienso dos segundos, formando con mis labios un mohín que muevo de un lado al otro, hasta que lo digo: —Me recordarán por otras cosas y tú por un manoseo memorable debajo de las gradas— ensancho mi sonrisa una vez más, con una inocencia que no tengo, porque también soy rencorosa y no me voy a olvidar que actuó con tanto menosprecio al limpiarse la mano contra su camisa. —Pero, ahora, ¿no tienes un problema de bolas que solucionar con un poco de hielo?— se lo recuerdo y le muestro la salida con mi mano. —Atiende los tuyos, yo me encargo de los míos.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Con Lara Scott

No me contengo, se me escapa una risa mucho más involuntaria y sonora de lo que hubiera pensado — De acuerdo, será una cita entonces. Veremos si vale la pena la humillación de que me vean comiendo contigo — porque sí, no hay manera que retroceda sobre lo que digo o por culpa de la manera que tiene de acercarse. Incluso, me tomo el trabajo de inclinarme hacia ella, haciendo que nuestras narices casi se rocen — Scott, yo nunca me trago mis palabras. Por algo tengo insignias que demuestran que yo tengo un cerebro privilegiado y tú… bueno, veremos cómo te las arreglas después de los TIMOS este año — que no tengo la túnica decorada solo por buen gusto, sino porque me lo he ganado — Ya se me ocurrirá algo para consolarte, no te preocupes. ¿Tienes algún sabor de jugo favorito? ¿Alguna golosina? — le puchereo, dejando bien en claro que la estoy poniendo en la categoría de mocosa insoportable que necesita ser consentida.

Alzo mis manos para demostrar que estoy relajado, que parece que no se puede dar un consejo en este lugar sin que lo vean como una amenaza. Y no, no pongo apuestas sobre un futuro incierto, porque aún estoy debatiéndome qué carrera seguir en cuanto salga del colegio y, por eso mismo, me paso los días con la nariz metida en los libros de la biblioteca. Premio Anual, allá te voy —  Oh, ya veo — chasqueo la lengua entre mis dientes delanteros, es mi única respuesta hasta que parece despedirse de mí y eso vale que le sonría vagamente — No te preocupes, tengo bien en claro lo que se merece mi preocupación y lo que no — estiro lo largo de la escoba sobre mis hombros para poder colgar allí mis manos y deslizo mis pies hacia el pasillo, aunque mi vista sigue fija en ella — Te veré en quince minutos en las gradas. Veremos que tan buena eres como para ser considerada memorable… O quizá solo te juegue una carrera, ¿quién sabe? — para cuando me volteo y vuelvo a caminar, dispuesto a alejarme, todavía conservo la sonrisa burlona — Buena suerte, Scott. No me hagas esperar, que tengo cosas más interesantes con las cuales perder mi tiempo — como ponerme hielo, por ejemplo.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Con Hans Powell

¿Así que una humillación? Empujo el interior de mi mejilla con la lengua y ruedo los ojos con evidente desagrado, mi boca curvada en una sonrisa que sigue burlándose de él. No me echaré hacía atrás ni un paso, por mucho que él quiera avanzar sobre mí para pasarme por encima. —¿Un cerebro privilegiado? ¿Será para compensar otras… cosas?— pregunto, bajando la nariz al descender mi mirada por su ropa. —Y puesto que tendré al chico de las insignias haciéndome los resúmenes, no espero menos que Excelentes en mis TIMO’s, ¿quién sabe? Tal vez hasta tenga que darme una de esas placas— lo dejo pasar así, que sus preguntas sobre premios consuelo me tiran hacia otra curva y la sonrisa que tuerce mis labios es un poco más dulce. — ¿Una cita y también chocolates? Powell, empiezo a creer que tienes intenciones serias conmigo.

Y yo que no hago otra cosa que arrojar hacia él otra provocación que no espero que tome al vuelo, no lo hacía tan diestro. Digo, no sabía que a los chicos que entierran las narices en libros también se les daba por tener estas ideas, tengo que empezar a ir más seguido a la biblioteca, se ve que tienen libros interesantes. —¡Vaya! ¡No te hacía tan impaciente! Esto se pone interesante...— sale de mis labios con verdadera sorpresa, si hasta mis cejas se disparan hacía arriba. Me río de él, pero el regodeo me provoca un cosquilleo dentro porque sea una cosa o la otra, un paseo debajo de las gradas o una paliza en las alturas, me ha tirado un desafío. Y vamos, que yo sé que no soy la mejor, lo que nunca haré será admitirlo y en cambio le echo entusiasmo a todo. —En quince minutos, Powell. ¡No vayas a mariconear y presentante en hora!— lo reto a su espalda, que no dejo que se vaya por el pasillo sin que mi voz lo persiga. —¡Que te estás jugando algo memorable!— lo digo en broma, tan fuerte como mi carcajada, antes de darme la vuelta e ir corriendo hacia la cancha.
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Simon Lackberg
Con Beverly Redford

No me cabe duda de que va a romper corazones con el paso de los años porque tiene un rostro que podría considerarse de los más bonitos de Hogwarts... Y no lo digo porque me guste ni nada, sino porque realmente es así. Si tuviésemos que medir a todos con una regla, el suyo sería el más simétrico ¿Y a quién no le gusta la simetría? - Solo no rompas el mío - bromeo entre risas, somos muy pequeños para pensar en esas cosas ¿No? Además, si algo me rompe el corazón algún día va a ser no conseguir mi empleo deseado, no una niña.

Pero lo que dice primero anula por completo su intento de animarme - ¡Acabas de decir cuan importante es ser una Redford para tí! - reprocho haciendo ademanes con las manos. Así como ella reparte compasión y no sé que otra cosa dijo, yo como Lackberg debería desprender talento sobre la escoba... Pero no puedo hacerlo, quizás porque no tengo su sangre, sí, debe ser eso - Soy adoptado, en realidad - admito encogiéndome de hombros. La verdad es que no sé si mis hermanos lo han andado diciendo por ahí, pero no es algo que me avergüence... Tuve una charla con papá hace años al respecto - Y no, no creo que sea mi pasión - continúo mirando al suelo - Pero no me gusta apestar en nada, quiero ser bueno haciendo todo.
Simon Lackberg
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Beverly S. Redford
Fugitivo
Con Simon

Suelto una risita cuando comenta sobre que no rompa su corazón, al menos tiene sentido del humor y creo que eso era un buen paso a sentirse mejor.

- Lo intentare - le prometo, la verdad me daba algo de miedo hacerlo sin saberlo. Mamá me había dicho que pasaría pero no como.

Me da un poco de gracía su reacción tan energica, pero tapo mi sonrisa porque este es un tema serio y no quiero que crea que me burlo de él.

- No, he dicho que es algo natural de una Redford por lo que me ha dicho mi madre. No dire que no siento orgullo de mi apellido, pero también soy Beverly y se que hay cosas que nunca podre igualar de mi mamá, al menos no por ahora - cuando se calma y me rebela su secreto no puedo evitar apretar su hombro en muestra de simpatía - La sangre no lo es todo, yo no se quien es mi papá pero me siento conectada con todas mis posibles opciones. Y como dije antes, que no seas bueno ahora no significa que no puedas serlo en el futuro, aunque si no es tu pasión no le veo el sentido, nadie es bueno en todo.

Obviamente mi mamá lo era, pero no creo que decirle eso lo hiciera sentir mejor.
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Simon Lackberg
Con Bev

Sus primeras palabras no me sirven mucho de consuelo, sin embargo lo siguiente hace que me olvide de mis propios problemas y empiece a analizar un árbol familiar del cual no tengo información pero que ya me tiene intrigado ¿Cómo que todas las opciones? ¿Osea que su madre estuvo con varios hombres al mismo tiempo? ¿En el mismo mes? ¿Y no lo han descubierto? - Los muggles tienen interesantes formas de rastrear la sangre, tú eres rubia de ojos claros y eso nos podría ayudar a descartar alguna de las opciones si quieres - propongo encogiéndome de hombros, es un juego bastante sencillo en realidad.

Yo no habría podido con la intriga de no conocer mis orígenes. Por suerte la primera vez que pregunté, papá me mostró una fotografía de mamá y me dijo que era muggle... En cuanto a mi padre biológico ni siquiera él tiene información así que supongo que tendré que conformarme solo con la mitad de los datos, podría ser peor - Intentaré ser bueno en la mayor cantidad de cosas posibles, entonces.
Simon Lackberg
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Beverly S. Redford
Fugitivo
Con Simon

Le dedico una sonrisa ante su sugerencia de descubrir mi verdadero padre.

- Gracias, pero realmente no me importa, me gusta pasar tiempo con todos ellos pero más me gusta ser la hija de mi madre y no quiero cambiar mi apellido.


Había escuchado muchas veces que parecía un clon de mamá, y realmente me daba cierto orgullo pensarme así. La heredera Redford.

- Se bueno en lo que disfrutes -
le digo, aunque siento que igual intentaría ser bueno en todo y se agotará y frustrará y volverá a estar así.
Beverly S. Redford
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